01- Metí la pata (CAROL)
Es una locura tener que decidir qué hacer con tu vida cuando eres muy joven.
A los 13 años, cuando mi padre me preguntó "Carol, ¿qué quieres ser de mayor?", estábamos frente a un ordenador, dispuestos a marcar una opción de curso de la escuela técnica en la que me graduaría, sentí esta vez que era algo muy serio. No tenía ni idea, pero de una cosa sí sabíamos los dos, que amaba las matemáticas tanto como el profesor Robson, mi padre. Así que lo más acertado fue elegir algo que implicara el cálculo para añadirlo a mi currículo de formación, estudié el técnico de la construcción.
Hola, An... - El teléfono se me escapó de la mano. - Mierda - Murmuré, aturdida, con ell rebotando entre mis dedos. Gracias a Dios he conseguido salvarlo. Entonces suspiré, aliviada, inclinándome sobre el fregadero para analizar el horrible grano que había aparecido en mi frente. - Oye, Ana - dije en un tono de desesperación porque ya acababa de ganarlo en mi 19º cumpleaños.
- Carol, ¿estás bien? ¿Puedes hablar? - Ana se preocupó.
- Por supuesto. Fue el maldito teléfono móvil, casi se cae al suelo. Probablemente Edu aún no ha pagado la primera cuota, y ya se estaba yendo al garete. - Estaba parloteando con el corazón agitado, pero me interrumpieró.
- Carol, será mejor que te sientes... - sugirió, intrigada.
- ¿Por qué? Ahora me pongo nerviosa.
- Carol, sólo siéntate.
- Oh, Ana... ¡Sólo habla! Tengo pánico - exigí, ansiosa como siempre.
- El sobre llegó. - dijo, y luego se quedó muda. Intenté recordar qué podía ser, pero ella no pudo soportar mi suspenso amnésico. - Carol... La beca de cine.
- ¡Oh, Dios mío! - susurré, llevándome la mano a la boca. - ¡Oh, Dios mío! - Grité con los ojos llorosos, amenazando con saltar. Muy arriesgado por cierto.
- Amiga mía, te lo mereces mucho.
- Ana, muchas gracias... No puedo creerlo. No me estás mintiendo, ¿verdad?
- Chica, ¿crees que jugaría con algo así? Lo sé... Bueno, yo ya...
- Sí, claro. Le juraste a Rebecca que no había sido seleccionada para las prácticas. Pobrecita. - Me reí, Ana se unió a mí en la risa. - Hombre, es surrealista.
- É... ¿Y ahora qué? ¿Qué vas a hacer? Tienes que decirle al tío Robinho... Oh, Carol... Te echaré mucho de menos... - Me interrogó. Yo me pregunté cuánto tiempo más podría evitar esta conversación. Estuve estudiando ingeniería durante dos años. Mi padre enloquecería. Tantos gastos para nada.
Después de colgar el teléfono me miré en el espejo. ¿Sabes cuando no puedes dejar de sonreír? Yo estaba así, pero un sentimiento de inseguridad se apoderó de mí con tanta fuerza que me robó el semblante desconcertado. Tragué con fuerza, dándome cuenta de que me arriesgaría a hacer algo diferente a todo lo demás. No diré que siempre he soñado. No es común escuchar a la gente animarnos a ser cineastas, pero esto empezó a gritar en mi corazón, y ni siquiera pude soportar contar 1 + 1. Confieso que yo respondería a la 3 con odio.
Fui al salón y vi a mi padre sentado viendo la televisión. Aunque estábamos solos en casa, sin mi hermano pequeño y mi madrastra Mia, no era el momento de hablar de la beca. ¿Cómo iba a convencerle, ya que ni siquiera yo creía que fuera a funcionar? Decidí esperar a que volviera la confianza.
- ¿Qué ves? - pregunté, tirándome a su lado en el sofá, dejando caer mi cabeza sobre su hombro. Llego durante el anuncio.
- Una película con ese tipo que te gusta. - respondió mientras yo ponía los pies en la mesa de centro. - Cada vez con tus zapatillas sucias - se quejó. Resoplé, rebelde, pero le obedecí.
- Si es con Andrew, seguro que lo he visto. - Tomé algunas palomitas en la olla sobre su regazo.
- No, ese otro de ahí... El que hace lo brujo... Superman... ¿Cómo se llama?
- Ah... Henry Cavill - respondí con la boca llena, emocionada. - Pero probablemente yo también lo he visto. - Me reí, mirándolo. No estaba seguro de ir al extranjero, sin embargo, el anhelo me golpeaba. Suspiré.
Me encantaba su compañía. Teníamos la costumbre de ver maratones. Incluso durante la semana, a menudo pasábamos de la medianoche. Un cuidador normal se quejaría de tener a una hija adolescente en mitad de la noche despierta cuando al día siguiente debería estar levantada a las 6 de la mañana. Mi padre no, era uno de mis profesores, sabía el tipo de alumna dedicada que tenía en casa. Por mucho que me durmiera, mi nota sería la misma que si mis hermosos ojos marrones, protegidos por el enorme marco con cristal, estuvieran bien abiertos.
- Carol - Mia me llamó para que bajara a cenar. Mi verdadero nombre es Carola, pero suprimí la "A" desde que era joven. Primero porque no me gustaba su sonido y segundo porque era mi madre la que insistía en esa bendita vocal. Es un nombre común en su país.
Doña Alba me abandonó cuando tenía cinco años, nunca la volví a ver. Tal vez había vuelto a su tierra natal, o estaba vagando por el mundo como era su sueño.
A veces me preguntaba: ¿Qué puede ser más importante que estar con la familia? Nunca pude encontrar una respuesta. Pero también me imaginaba un día viajando por los continentes, disfrutando de todo lo que veía en los libros de cuentos y en los canales de los exploradores. Un día, ¿quién sabe? Por supuesto que no dejaría a nadie atrás. Nos imaginé a Edu y a mí juntos en un tren en Europa... ¡Oh, Dios! Lo Eduardo... Yo también tengo que hablar con él, recordé, haciendo que el resto de mi día fuera angustioso.
- ¿Qué tal el colegio hoy, amor? - le preguntó mi madrastra, que yo llamaba madre, a mi padre.
- Oh... Fue un desastre. Todo el mundo parecía estar en pleno Carnaval, incluso dentro de la escuela... También, la mayor lío cerca del Maracanã. Se podía escuchar dentro de las aulas. - El hombre de la casa estaba de mal humor, odiaba esas fiestas. Tampoco era para menos, el viernes, el a primera hora de la tarde ya hubo desfiles por las calles, molestando a todo el tráfico...
- Pasaron por delante de mi universidad - continué el tema. - Muchos compañeros huyeron de la clase de estática por eso.
- Estoy deseando ir a la universidad. Podré faltar a clase sin que nadie lo sepa - Benjamin se burló, mi hermano menor.
- Sí, lo harás... - bromeó Mia.
- Te queda mucho camino por recorrer, chico - burlé.
- No falta nada. Sólo cinco años más - dijo, después de contar con los dedos, disfrazado. Probablemente en dos años estaría de vuelta en Brasil, y si mi noviazgo sobrevivía a la distancia, cuando Ben se graduara, Eduardo y yo nos casaríamos. Tal vez incluso antes.
Mi familia y yo vivíamos en un pequeño piso en Botafogo, en Río de Janeiro. No tenía la costumbre de quejarme por dormir en la habitación de criada, al menos tenía mi propio baño. Renuncié a la otra habitación porque iba a nacer mi hermano pequeño. Pero habían pasado 12 años y era el momento de reclamar mis derechos. Benjamin era un mocoso molesto, que veía porno escondido en su teléfono móvil, y ya no era el bebé mimoso. Era injusto tener vistas a la cala mientras que la mía daba a la ventana de doña Juçara, la "niñera" de mis vecinos gemelos. Ah... Si sólo uno de los gemelos hubiera dormido allí en lugar de la criada... Te juro que no me quejaría. Tenían 21 años, pero no hicieron nada dentro de la casa. Lo sabía porque su madre era muy amiga de Mia. Y aunque las dos se pasaron el día charlando en sus casas, no hablaba con los dos guapos porque me daba mucha vergüenza. No hablaba bien con casi ningún chico. Ni siquiera sé cómo conseguí un novio.
- ¿Ya sabes lo que quieres ser, Ben? - Mi padre era el test vocacional en persona, empezaba su discurso. Qué pena por el niño! Al año siguiente haría un curso técnico como yo. Era febrero, faltaba más de un semestre, y la conversación se presentó. - Así que... Si eres bueno en los dibujos como Carol, puedes ser arquitecto o ingeniero como ella.
- No lo soy. No me gustan las matemáticas. ¿Estás loco? - replicó mi hermano. Arqueé una ceja y asentí ligeramente, dando crédito a su atrevimiento.
- ¿Qué vas a hacer entonces? - preguntó el asombrado profesor.
- Todavía no lo sé. Quiero comer, eso es. - terminó, llenándose la boca de fideos. No podía dejar de reír.
- Carol, deberías ayudar. Estaría bien que trabajarais juntos.
- No... Voy a cambiar de facultad. - Juro que lo solté accidentalmente. Creo que la valentía de Ben me estimuló de alguna manera. ¡Carajo! ¡Estás muy jodida!
- ¿Qué? - preguntó mi padre, con los ojos más desorbitados que los míos.
- Yo... Voy a cambiar mi especialidad... Voy a... Voy a hacer cine - tartamudeé.
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