* 3 *

Al llegar a la cena, vio que todos estaban sentados ya, se apresuró a ir al lugar que Belén le había reservado, y se sentó.

—¿Otra vez perdida en los jardines con el viejo? —preguntó Franco.

—No te metas en lo que no te importa —le regañó Belén.

—Estamos muchos chicos aquí que podemos darte lo que buscas, princesa —dijo Franco ignorando a Belén y viendo a Vicky—. ¿Por qué buscas al viejo? ¿Te gustan así?

—Por Dios, Franco, ¿no vas a cansarte nunca de molestarme? —preguntó la muchacha.

Franco era un interno que ya estaba cuando ella ingresó al centro. Nunca le había caído bien porque le molestaba la forma en que la miraba. A los pocos meses, Franco salió y ella se sintió feliz al respecto. Sin embargo, tuvo una recaída importante y por ello sus padres lo volvieron a internar. Era un joven de unos veinticinco años, desaliñado y desprolijo, que tenía problemas de alcohol y drogas, y que parecía estar obsesionado con Victoria.

Al terminar la cena, algunos fueron a la sala común para jugar algún juego de mesa o ver televisión, mientras otros se retiraron a sus habitaciones a leer o a dormir. Vicky y Belén decidieron ir a dar una vuelta por los senderos del jardín, la noche estaba calurosa y esa era una actividad que ambas disfrutaban.

—¿Qué tal tu tarde? —inquirió Victoria.

—Bien, normal. He estado conversando con Mili, ¿sabes? Y me dijo que las charlas de Alexandre son muy buenas, y que quizá me haría bien ir a una de ellas. Dice que podría ayudarme a superar lo de mi abuela —añadió.

Victoria no dijo nada, sabía que su amiga no estaba llevando bien el duelo.

—Si crees que eso te ayudará deberías hacerlo —musitó.

—¿Por qué no vienes conmigo? —inquirió Belu dándole la mano a su amiga.

—No lo sé, Belu, no creo mucho en esas cosas...

Las amigas caminaron de la mano por un buen rato sin hablar. Era algo que ambas disfrutaban de hacer, la soledad era menos dolorosa cuando podían compartir sus presencias, incluso sin palabras de por medio.

—¿Vamos a dormir? —inquirió Belén al fin.

—Voy a quedarme un rato aquí —dijo Vicky y su amiga asintió—. Ve tú, te alcanzo enseguida. Descansa.

Vicky fue hasta el jardín de las orquídeas y se metió en lo que ella llamaba su refugio. Era un árbol de tronco grande con una rama gruesa y no muy alta a la que le gustaba trepar. Se sentó allí y se recostó por el tronco para poder mirar el cielo.

—No es que no crea en ti, es que estoy enfadada contigo —susurró y luego suspiró—. Es injusto, todo lo que ha sucedido, es injusto. Es injusto que te hayas llevado a Matías y me hayas dejado a mí aquí, es injusto que Leo se haya tenido que ir y que me haya olvidado como lo hizo, que me haya dejado por alguien más cuando yo le di todo lo que era, le di mis sueños, le di mis secretos. Es injusto, todo es injusto —musitó al borde de las lágrimas.

Sintió las gotas que se derramaban de sus ojos y quemaban sus mejillas heladas y se dejó ir en aquella tristeza que ya era parte de su ser. De pronto, escuchó un sonido, hizo silencio y buscó el sitio de dónde provenía, no era cerca, pero vio en la oscuridad la sombra de dos personas. Se dirigían hacia el lugar donde don Jorge solía guardar sus utensilios de jardinería. Los perdió de vista y suspiró secándose las lágrimas que se habían enfriado en su rostro.

La soledad invadió su corazón de nuevo. Llevaba mucho tiempo en rehabilitación, había hecho grandes avances desde que había llegado. Al principio, pensaba que nada valía la pena, que lo único que quería era morir y, estaba enfadada con su madre por no habérselo permitido, quería ir junto a Matías, quería acabar con el sufrimiento que padecía día tras día. La desintoxicación fue un proceso doloroso y lento, la abstinencia había sido como caminar sobre el fuego del mismísimo infierno, y su única diversión era hablar con don Jorge, o mejor dicho, escucharlo. El tiempo pasó, y cuando al fin logró, de alguna manera, adecuarse, llegó Belén y la pusieron juntas.

En ella se vio a sí misma de nuevo, se parecían en algunas cosas y eran muy distintas en otras, pero una historia de adicción y vacíos las unía. Victoria decidió ayudarla, sabía por lo que iba a pasar y no quería que lo hiciese sola. Ella había tenido a don Jorge, y quería ser para Belén un poco de lo que él había sido para ella. La acompañó durante el infierno de la abstinencia y una vez que salió de allí, la amistad de ambas se había fortalecido como si hubiera existido desde siempre.

«Hay distintas clases de amigos en la vida, pero aquellos que se hacen en los momentos difíciles, esos suelen perdurar en el tiempo, porque a ellos nos unen huellas inolvidables y un corazón agradecido». Le dijo una vez don Jorge.

La vida en el centro se volvió rutinaria, las horas del día se repartían entre las comidas, el deporte, el yoga, las terapias grupales e individuales, actividades recreativas que podían elegir, asistir a charlas con los misioneros o voluntarios de las distintas religiones y las visitas que recibían una vez a la semana. Después de eso, Vicky solo deseaba pasar tiempo con don Jorge y nutrirse de sus ganas de vivir, porque al final del día, siempre sucedía lo mismo.

Cuando la noche llegaba, la soledad se hacía intensa y el peso de los errores del pasado, recaían sobre ella. No servía de mucho los cientos de libros de autoayuda que había leído, no eran suficientes las palabras de ánimo de don Jorge que le prometían que estaba por florecer, ni tampoco la compañía de su mejor amiga. Por las noches, cuando el mundo dormía, Vicky recordaba su vida y volvía a hundirse en la sensación de que nada había valido la pena, de que su existencia en el mundo no tenía sentido. A veces incluso, fantaseaba con lo que sucedería si ella muriera, se preguntaba si se encontraría con Matías, y si quién le extrañaría.

Estaba segura de que sus padres sufrirían mucho. Ningún padre está preparado para perder a sus hijos, le había dicho don Jorge una vez. Ella misma los había visto resquebrajarse cuando falleció su hermano mayor, y sabía que atravesar por eso dos veces sería algo inhumanamente doloroso. Pero ¿quién más sufriría su ausencia? ¿Melody quizá? Ella solía ser su mejor amiga, sin embargo llevaban tiempo alejadas, y aunque solía venir a verle o enviarle obsequios, ella había seguido con su vida, estaba estudiando en la universidad y se había puesto de novia, por lo que no le quedaba mucho tiempo para compartir con su ex mejor amiga. ¿Xavi? Él sufriría de seguro, había sido quien más la había apoyado en su recuperación y un día le confesó su amor. Sin embargo, para ella él era como un hermano, alguien a quien siempre había visto con ojos puramente de amistad. Eso también le parecía injusto, ¿por qué simplemente no podía amarlo? ¿Por qué no lo eligió a él en vez de a Leonardo?

¿Y Leonardo? ¿Él la extrañaría? Ella aún lo hacía, aún recordaba esa relación que tuvieron cuando ambos tenían nada más que diecisiete años. Eran jóvenes, sí, pero desde la percepción de Vicky eran demasiado parecidos, tenían historias similares, lo que hacía que se pudieran entender a la perfección. Se protegían del mundo que les rodeaba e imaginaban juntos un mundo en el que juntos construirían un destino en el cual finalmente serían felices. Pero él se tuvo que ir a otra ciudad, y ella creyó que lograrían atravesar ese año que les faltaba para cumplir sus sueños, ella estaba segura de que el amor que les unía era real. Y no fue así.

Leonardo se bajó del barco que ambos habían construido para navegar a un destino en común, y ella se quedó sola allí, con los sueños que habían proyectado, con el amor que tenía para él, con las cosas que no le dijo, con el último abrazo que no se dieron, con los besos que se tuvo que tragar. Leonardo la abandonó, sin importarle lo que ella iba a sufrir, sin importarle lo que habían soñado. Y no solo eso, no solo la abandonó, sino que también la cambió por otra. ¿Qué podía ser más doloroso y humillante que eso?

Aquello detonó su perdición, después de todo él era lo único que la mantenía a flote, si él no estaba, nada valía la pena. Según don Jorge ese pensamiento era erróneo, le había dicho miles de cosas para que ella entendiera que la culpa no era de nadie más que de ella misma, pero por más que cuando él lo decía tenía algún sentido, todavía no podía hacerse del todo la idea. Ella había hecho lo mejor que pudo, ¿por qué al final todo era su culpa? Eso no era justo. Nada le parecía justo. Nada.

El sueño comenzó a inundar su organismo y sintió ganas de quedarse a dormir allí, abrazada por la luna y cobijada por las estrellas. Pero sabía que no era buena idea, así que se bajó del árbol y caminó en silencio hasta su habitación.

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