Sinfonía de cuervos y brujas (I)
Por RonaldoMedinaB
Un graznido retumbó en las alturas. Se extendió como un eco lúgubre que parecía advertir a las nubes de la proximidad de quien las atravesaba con su par de majestuosas alas negras extendidas, cubiertas con un símbolo vinotinto en su lomo. Con el ocaso pintando su descenso, una pequeña aldea se fue haciendo más grande, pero el gran cuervo no concentró allí su atención, sino hacia el bosque que yacía más allá del humo de las chimeneas y el fuego de las antorchas.
—¡No es justo! ¡Seguía yo! —chilló un pequeño niño pelirrojo, cruzado de brazos.
Una risa jovial se extendió por el bosque en respuesta; se repetía tan pronto como la anterior se disipaba en el claroscuro. Esa fue la pista que un joven aldeano siguió para encontrar a sus hermanos. No le tomó mucho tiempo, conocía bien esa parte del bosque, era donde solían ir a jugar mientras sus padres regresaban de los campos de maíz, por más que el ministro antes ya les había advertido de los peligros de aquel lugar.
—¿Para qué? A ti no te funciona... mira y aprende, Junior —contestó el otro hermano, ambos rodeaban un cruce de ramas de árbol que daba forma a un círculo—. Espíritu del bosque, ¿Jessica Heywood se fijará en mí?
La rama del medio, que servía de puntero, se giró bruscamente hacia el «sí» dibujado con los dedos de los hermanos sobre la tierra. El muchacho celebró alzando sus manos, no sin dejar de reírse del menor, que por más que preguntaba, no conseguía obtener respuesta alguna del espíritu.
—¿Qué creen que hacen? —reprendió el mayor.
Los hermanos se levantaron de un salto, el más pequeño, por instinto, se refugió detrás del otro.
—Nada... solo... jugábamos.
—Los estuve buscando por todas partes. —Manoteó en el aire en apoyo a sus palabras, totalmente molesto—. Papá y mamá llegarán en cualquier momento, saben que a esta hora no deberían estar aquí... y está por anochecer.
—Relájate, anciano —respondió el del medio, bajando la guardia—. Desde que cumpliste los dieciséis actúas como si fueras papá.
—Hermano, sabes que papá tiene razón. El bosque es peligroso, desde que las Slytherin...
—¡Las Slytherin ya no existen! El Reverendo las quemó en la hoguera hace meses. Salem está de nuevo en paz. Eso todos lo saben.
—Eso no significa que no debas cuidarte, además... ¿espíritu del bosque? ¿Qué crees que estás invocando? Es peligroso, Joseph, juegas con fuerzas que no comprendes.
—Ya hasta hablas como el pastor Armstrong —se burló, tomando al menor de la mano para regresar a casa—. Mejor vámonos de aquí, Junior.
El muchacho dio un paso adelante, pero aunque tiró suavemente de la mano del pequeño, no se movió. Extrañado, volvió a halar. Tampoco se movió. El niño estaba inmóvil como piedra.
—¿Junior? ¿Por qué no te mueves? Ya vámonos.
—¿Junior? —inquirió el mayor, acercándose al pequeño—. ¿Qué estás mirando?
Cuando el hermano mayor estuvo lo suficiente cerca, dio un salto hacia atrás, los ojos del pequeño se habían oscurecido y un color carmesí se extendía por su iris. Al seguir la mirada del menor, se encontró con que estaba hipnotizado en una ave de plumas negras que observaba hacia ellos, los ojos del animal resplandecían en el mismo color.
—Eso es un... —susurró el del medio, aterrado.
—¡Cuervo! —gritaron al unísono, tan fuerte que lograron expulsar al menor del trance.
Tan pronto como se soltaron a correr, el cuervo graznó y, abriendo sus alas, se lanzó hacia ellos en una peligrosa embestida que hirió el brazo de Joseph. El muchacho frenó por el dolor, y con su grito alertó a los otros dos, que habían tomado la ventaja.
—¡Joseph! —exclamó el mayor.
Para cuando se giraron, otros dos cuervos estaban sobre él y, tomándolo con sus patas, lo alzaron, poseídos por una fuerza antinatural.
—¡No, no! ¡Déjenlo! —El mayor tomó palos y piedras del suelo y las arrojó a las aves, pero ninguna dio en el blanco.
—¡Hermano! —gritó la presa, profundamente aterrado.
Los cuervos no tardaron en perderse entre las copas de los árboles.
—¡El Reverendo! —recordó el mayor.
El joven tomó al menor entre sus brazos y corrió tan rápido como pudo de regreso al pueblo, justo hacia la gran cabaña de madera que separaba al bosque del resto del poblado, donde Reverendo Universal había construido su hogar desde que se había mudado a Salem meses atrás.
—¡Reverendo! ¡Reverendo! ¡Reverendo! —gritaron los menores.
Vestido con un holgado traje negro de jubón, coleto, ropilla y greguescos, Reverendo Universal ajustaba su sombrero, acababa de darle de comer a los corceles de su carruaje, al parecer, listo para partir del pueblo, cuando los hermanos llegaron hasta él, temblando de los nervios.
—¡Niños! ¿Qué pasa?
—¡Cuervos, Reverendo! ¡En el bosque! ¡Se llevaron a nuestro hermano!
El semblante de Reverendo Universal se endureció.
—Vayan a casa y no salgan hasta que regrese —ordenó mientras subía al carruaje—. Lo traeré de vuelta... si lo que dicen es lo que creo, que Dios todopoderoso se apiade de nosotros.
Reverendo arreó los caballos directo hacia el bosque, donde, una vez se internó lo suficiente, un resplandor mágico de color blanco se propagó sobre sus corceles. Cuando alzaron vuelo, una capa negra y los símbolos de oro que le otorgaban el estatus de Universal ya hacían parte de su traje.
La noche se imponía sobre ellos, pero ni siquiera la penumbra fue obstáculo para los ojos centelleantes de Reverendo Universal, que le permitieron localizar a los cuervos en su vuelo hacia lo profundo de las nubes de una tormenta. Reverendo arreó más fuerte y sus caballos volaron más rápido, internándose en la tempestad, aunque tan pronto como la nubosidad se disipó, de inmediato supo que ya no estaba en Salem. Acababa de atravesar un portal hacia un extraño paraje de cielos rojos, en el que violentos rayos amenazaron con derribarlo; los cuervos que seguía se habían perdido entre interminables bandadas que volaban alrededor de un vórtice.
A pesar de sus loables esfuerzos por esquivar los feroces ataques del origen de la tormenta, el carruaje cayó abruptamente hacia un bosque seco cuando un rayo los impactó de lado. Reverendo tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por proteger a sus caballos del inminente choque.
El hechicero rodó hasta impactar contra el tronco caído de un árbol. Tosió y se quejó del dolor antes de incorporarse, solo para encontrarse con una silueta femenina de vestido negro, cintura estrecha y mangas de encaje, que mantenía sus manos tras la cadera.
—Es usted una persona muy difícil de encontrar, Reverendo —comentó la mujer, con una sofisticada voz francesa—. Por suerte, no para mí.
Cuando se giró, un leve resplandor rojo se asomó por sus ojos. La luz del vórtice permitió definirla como una mujer mayor de cabello plateado y pulcramente peinado, adornado con fina pedrería negra.
—Raumma, ¡condesa del demonio! —dijo mientras se incorporaba, aún herido—. Deja a ese pobre niño en paz, no lo necesitas en tu ruin ejército de cuervos.
—¿Lo quiere de vuelta, Reverendo? El pequeño Joseph es todo suyo.
Con la sinfonía de graznidos llenando el ambiente, y sin siquiera inmutarse, los cuervos captores descendieron a espaldas de Raumma para arrojar al muchacho puritano, que cayó inconsciente a los pies del Universal, sin embargo, él no perdió su postura en ningún momento, se mantuvo listo para cualquier ataque sorpresa de parte de la bruja.
—Vaya forma de llamar mi atención, condesa... ¡¿secuestrando niños inocentes?! Aunque no me sorprende, al fin y al cabo, ustedes las hijas del demonio no conocen de principios morales.
Raumma esbozó una pequeña risa, aunque su rostro no tardó en endurecerse de nuevo.
—La pequeña escoria por la que hoy arriesga su vida fue quien me dio acceso a ese pequeño poblado colmado de los pecados de su fanatismo, Reverendo —dijo mientras caminaba lentamente alrededor del hechicero—. Debo reconocerle que hizo un gran trabajo expulsando de Salem a todas mis bandadas, pero aunque bloqueó mi visión, parece ser que sus exhortaciones no han sido lo suficientemente claras para su gente. Los hermanos fueron quienes abrieron el portal. Ellos invocaron a mis cuervos. —El gran cuervo de plumas vinotinto descendió sobre su brazo cuando ella lo tendió hacia un lado, lo acarició con suavidad—... yo solo vi a través de ellos la oportunidad de traerlo a usted nuevamente ante mí.
—Robar las almas de todos esos inocentes, convertirlos en tus siervos, esconderte de mí y luego llamar mi atención trayéndome hasta este paraje infestado de brujería... ¿qué es lo que buscas, Raumma?
—¿Ve esa espléndida obra a mis espaldas, Reverendo? —El vórtice tras ella centelleó en un intenso color rojo y los truenos retumbaron con más fuerza. Sus ojos reflejaron por un instante la magia desatada del vórtice—. Es el conjuro final... Cuando el hechizo esté listo, todas las almas me pertenecerán... empezando por... usted.
Reverendo Universal extendió sus manos y dos látigos de energía blanca golpearon el derredor, avivando un círculo de llamas.
—De mí solo obtendrás fuego, ¡bruja!
—Fuego... —Le dedicó una mirada aburrida—. Nada sorprendente viniendo del cazador de brujas más fanático que haya pisado esta tierra.
Reverendo atacó con sus látigos, pero a escasos centímetros de alcanzar a Raumma, cambiaron de dirección y comenzaron a girar alrededor de ella, absorbiendo la energía del ataque y consumiendo las llamas, luego, tornándose carmesí, la magia se concentró en un punto desde donde salió disparada hacia Reverendo. El golpe provocó una onda expansiva que aventó al hechicero.
El gran cuervo de la condesa salió volando mientras Raumma llevaba sus manos tras la cadera. Bastó un resplandor en sus ojos para que una de las pesadillas de Reverendo Universal cobrara vida: a los ojos del hechicero, el cuerpo del joven puritano se elevó en el aire, mientras sus extremidades se retorcían violentamente a causa del embrujo; primero sus ojos se oscurecieron, luego, poco a poco fue cubierto por una capa de pelaje negro y, finalmente, sucedió la transformación. El muchacho terminó convertido en un cuervo más que se unió a la bandada de la condesa.
—¡Ruin bruja del demonio! ¡Era solo un niño!
—No tiene de qué preocuparse, Reverendo. Pronto, ese será el destino de todo ser en la tierra. —El vórtice tronó con más fuerza y el carmesí de su brillo aumentó; el hechizo estaba listo—. Solo queda un último paso.
Raumma sonrió, victoriosa, con el graznido de las aves como tétrica y retorcida sinfonía.
—Arderás en el Infierno —condenó Reverendo, sus ojos fueron poseídos por un poderoso brillo blanco—. ¡Areugoh!
La condesa se prendió en llamas, sus gritos de dolor alertaron de inmediato a las interminables bandadas que, como fieles sirvientes, descendieron hacia el hechicero para defender a su ama. Al verse asediado por el interminable ejército de aves, Reverendo se plantó con firmeza y extendió su puño hacia el aire, liberando una onda de fuego que obligó a los cuervos a cambiar de rumbo, pero lo rodearon, y aunque eran demasiados, Reverendo continuó alejándolos con fuego, hasta que el cansancio comenzó a hacerle caer en cuenta que era demasiado para un solo hombre.
Un brillo que brotó de Reverendo Universal sumó a dos copias idénticas a él que se encargaron de ahuyentar a las aves con las llamaradas, mientras que el original detallaba el bosque en busca de la condesa; Raumma se dirigía de regreso al vórtice.
—Si se acerca lo suficiente, la humanidad estará acabada —comentó una de las copias—. Debes detenerla.
—Sus ojos son su fuerza, sin ellos no tendrá control sobre los cuervos —dijo el otro, determinado—. Sabes lo que hay que hacer.
Reverendo Universal asintió y miró hacia su mano, una daga de oro apareció allí, la empuñó con fuerza. La condesa ya levantaba su mano hacia la fuente del hechizo, cuando un látigo de energía blanca la envolvió de la muñeca. Al girarse, se encontró con que Reverendo Universal la sujetaba.
—Nunca descuides el frente.
Reverendo apareció delante de ella y le clavó la daga directo en el ojo derecho mientras la ilusión que la sujetaba del brazo se desvanecía. El dolor y la rapidez del ataque no le permitieron a la condesa actuar a tiempo, cuando la daga entró en el siguiente ojo.
—¡Arucso noisnemid al a latrop le arba es euq! —conjuró Reverendo, con sus ojos poseídos por la oscuridad de la dimensión que invocaba.
Con Raumma desangrándose de rodillas ante él, presa de un sufrimiento interminable, la oscuridad se apoderó del rojo del vórtice. Reverendo Universal la tomó por el cuello con un nuevo látigo de energía y, con toda su fuerza, la arrojó hacia el portal. Una vez Raumma cayó adentro, la oscuridad se disipó y el vórtice también; las bandadas, que aún luchaban contra los dobles del hechicero, cesaron el ataque, libres del control de su señora.
Reverendo Universal se tomó unos segundos para respirar profundo y analizar la situación, revertir el hechizo y regresar a todas esas personas a su verdadera forma le iba a tomar largas semanas de trabajo.
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