Pacto de trampas y sombras (II)
Por A_Grant
Las pasarelas de los túneles de servicio debajo de París, cientos de tuberías y cloacas que conectaban toda la ciudad, permitían que los tres caminaran sin problema en ese laberinto de concreto y metal, apenas iluminados por solitarias bombillas parpadeantes en el techo, separadas por casi diez metros entre ellas.
Monique sabía de alguien que conocía a otro con llaves de acceso que pudo clonar. Era difícil pensar en quien no conociera a Monique a la hora de un trabajo, ella lograba caerle bien a todos y obtener favores. Cyrien veía eso como una bendición casi opuesta a como él irritaba a la gente a su alrededor.
Vestidos con overoles y gorras que consiguieron con un contacto pudieron caminar por los túneles de servicio, las posibles cámaras no les veían los rostros, tal como indicaban las direcciones de Monique, que los llevó a unas escaleras donde leyeron «Solo personal autorizado» escrito en la entrada y un lector de tarjetas junto al pomo. Jean tomó una de su bolsillo y un dispositivo parecido a una caja negra, acercó ambos al lector y, al apretar una serie de botones en el aparato, el seguro se abrió. Subieron un par de pisos, la infraestructura había cambiado, pasó de corredores rodeados de tuberías y avisos de seguridad a paredes blancas con algunas cajas más de fusibles en las paredes, se encontraban dentro de la propiedad del complejo comercial.
Al subir al piso correcto, Jean se agachó frente a uno de los fusibles, los cables estaban protegidos por un tubo de plástico que cortó con unas tenazas. De su mochila extrajo una laptop y conectó una serie de cables a las conexiones principales.
—Cuando presione esta tecla, la puerta se abrirá. La bóveda es la cuarta puerta a la derecha, ¿listos?
Monique y Cyrien asintieron.
Jean presionó y el seguro de la puerta se abrió al instante. Monique y Cyrien se apresuraron, corrieron por el pasillo blanco, el panel al lado de la cuarta puerta tenía una solitaria luz verde. Sin más, los dos entraron a una sala oscura, la pared del fondo estaba cubierta de pequeñas cajas de seguridad enumeradas y al otro lado una mesa con diferentes lupas y herramientas, donde, pensaron, evaluaban las piedras.
—Caja 06A —dijo Monique.
Cyrien la ubicó y extrajo sus herramientas de inmediato. Con ganzúa en el cerrojo y el oído lo más cerca posible, movió los cerrojos en busca de la combinación, cada clic era un paso más cerca.
—¿Lo tienes?
—¡Shhhh! —ordenó Cyrien.
Un último clic sonó. La caja fuerte se movió una miseria, pero fue suficiente para saber que se había abierto. Cyrien tiró de la manilla de la caja fuerte, dentro de ella había tres bolsas de terciopelo negras. Invadido por una sonrisa, tomó una y la agitó frente a Monique cual maraca, ella sonrió con entusiasmo.
—Así es como se hace —presumió él, para luego lanzar la bolsa en el aire y atraparla con la otra mano.
Monique no pudo evitar reír, pero se detuvo a ella misma.
—No celebres aún —le recordó ella—. Tomemos todas y vámonos.
En menos de tres minutos volvieron a los túneles de servicio. Monique y Cyrien apenas podían conciliar la emoción, el esfuerzo por fin había dado frutos.
—Le diré a mi contacto que se prepare para cortar estas bellezas —dijo Monique.
—Tendremos que esperar unos días antes de que podamos pensar en cortarlos y venderlos —la interrumpió Jean—. Lo sabes.
—Sí... solo bromeaba.
Cyrien respiró profundo para no golpear a Jean en la cara. En un acto instintivo miró hacia atrás y notó los rayos de una linterna, provenía de un túnel adyacente al camino por el que iban, era el mismo sendero por el que entraron. Cyrien tocó el hombro de Jean, cuando volteó, le hizo la señal de que guardara silencio.
Los tres se apresuraron y doblaron en la siguiente intersección, los pasos se acercaron poco a poco, dos hombres con uniformes semejantes a los suyos caminaban con linternas.
—¿Seguro que de aquí vino la alerta? —preguntó uno de ellos.
—Entrada fuera de horario en esta sección, oui.
Cyrien casi pudo escuchar los dientes de Jean chirriar. En ninguno de los planes se mencionó la existencia de una alarma de entradas fuera de horarios de oficina, asumió que fue una actualización y observó a Monique, mantenía su espalda pegada a la pared, observando al vacío, su rostro apenas lo mostraba, pero él sabía que estaba aterrorizada y suplicaba por que los guardias pasaran sin verlos. Cyrien era el único que buscaba otra manera de salir, y algo llamó su atención, en la pared frente a ellos, pocos metros más adentro del túnel, notó algo extraño en la maraña de tuberías que cubrían los muros, había pintura sobre ellas, parecía casi al azar, pero el ángulo en el que las veía, tomaba forma.
«¿Un corazón? No —pensó—. ¿Una red? Tampoco».
Le tomó un momento notarlo, pero el conjunto de líneas mostraban el ala de una mariposa, lo que mejor podría describir como las venas a través de la pared y las tuberías para terminar en el margen de ambos segmentos de la mitad izquierda de una mariposa. Su curiosidad se disparó, no sabía si era su vista jugándose trucos, pero que viera la silueta de una mariposa por el patrón de tuberías y pintura, que parecía sin orden a primera vista, le pareció una señal.
Con el mayor silencio que fue capaz de hacer, Cyrien se acercó a la mariposa. Sabía que Jean le hacía señales para que volviera, de una u otra forma demostraba la incapacidad de Cyrien para obedecerlo, sin embargo, Jean tampoco estaba haciendo ningún ruido.
Cuando se acercó, notó la extraña cantidad de espacio detrás de una tubería, suficiente para una persona y tan profundo que no podía ver el final. Intentó pasar primero su cabeza, haciéndose lo más plano posible, y lo logró sin problema.
Se apresuró en hacerle señas a los demás para que se acercaran, ambos mostraron duda, sin embargo, los pasos de los guardias y la luz de las linternas se acercaban cada vez más. Sin más opciones, siguieron a Cyrien. Monique fue la primera en deslizarse entre las tuberías para entrar, Jean detrás de ella.
El desvío fue de al menos cinco metros de concreto y ladrillo a través de un pasillo de menos de medio metro de distancia entre cada muro. Los tres se hicieron lo más delgados posible para deslizarse hasta que Cyrien llegó a una pila de ladrillos flojos que marcaban el fin, y casi se tropezó al salir del pasadizo. Un empujón con su mano y una patada fue suficiente para tirar los ladrillos, abriendo camino a lo que, en ese momento, veía como un abismo sin iluminación alguna.
Los muros verticales de ladrillo y cemento cambiaron a un pasillo arqueado con paredes grises corroídas por la erosión. Al encender la linterna, Cyrien apreció la antigüedad del lugar, sus paredes mostraban restos de pinturas y figuras.
—Es una entrada a las catacumbas... —susurró, aunque el eco del lugar permitió que los otros escucharan—. Pero, ¿qué clase de...?
—Perfecto —soltó Jean—. ¿Cómo planeas sacarnos de aquí?
—¿Te calmas? —respondió—. Hay entradas y salidas a las catacumbas en todos lados, solo debemos encontrar una.
—¿Cuánto tiempo crees que tardaremos? —preguntó Monique.
—Mientras más esperemos, más tiempo estaremos acá abajo, andando.
Aún en contra, Jean siguió a Cyrien por las catacumbas. Basándose en el mapa de las instalaciones y de la ciudad, estimaron su posición. El plan era acercarse al río Sena, todos sabían que varios alcantarillados conectaban con las catacumbas de París.
Para Cyrien y Monique no era la primera vez que entraban allí, aunque no sabían de la existencia de las que se encontraban en esa zona, se sentían diferentes, las que conocían tenían filas de calaveras en los muros y simbología cristiana/católica. Ahí, en cambio, no había nada de eso. El túnel en forma de arco parecía ser hecho del mármol más barato, el aroma de rocas húmedas no se hacía presente, pero sí se podía oler una fragancia cálida, picante y ligeramente agria que le recordó a Cyrien a las varillas de incienso que su madre encendía cuando era niño.
Algunas pinturas se volvían más claras mientras avanzaban, se extendían por los muros y rodeaban el techo, como si contaran una historia. Cyrien observó mariposas, conejos, líneas que imaginó que representaban ráfagas de aire, todas eran cubiertas por líneas rojas que se conectaban unas a otras para formar recuadros. En cada esquina, unas figuras sin forma específica, alargadas y curvadas de manera siniestra se alzaban sobre todo. Cyrien sentía que sabía lo que era, lo tenía en la punta de la lengua, pero, la verdad, no era capaz de entender nada del lugar.
—Cyrien, aquí hay algo muy extraño... —Monique dio un giro a la izquierda—. ¿Qué clase de catacumbas son estas?
Ella tenía razón, la incertidumbre se acumulaba en la mente de todos.
—No tengo idea... pero... —Cyrien fue interrumpido al instante por leves cánticos, tarareos hechos con la garganta, tan bajos que no podrían haberlos oído de no ser por el sofocante silencio de las catacumbas.
El aroma que los rodeaba de repente se hacía más intenso, lo que fuera el origen, se acercaba, y él no fue el único que lo notó. Los tres observaron al fondo del túnel desde dos direcciones distintas, tenues luces amarillas y crepitantes se acercaban entre las sombras.
—Merde... —susurró Cyrien.
El olor se hizo más fuerte. Cyrien lo reconoció: almizcle africano. Eso causó más confusión en su cabeza.
«¿Por qué demonios olía a eso?», pensó.
Las luces se hicieron más intensas. Los pasos de quien fuera que cargaba con ellas comenzaban a escucharse. Cyrien volteó para buscar una salida, pero detrás de ellos, más luces se aproximaban desde lo profundo de cada túnel.
—Dios... —Monique giraba su cabeza a todos lados, aferrada al brazo de Jean, quien solo podía ver alrededor con la mandíbula tensa.
Las luces poco a poco se hicieron presentes y revelaron incensarios de arcilla humeantes colgando de cuerdas rojas, parecía que flotaban en el aire, pero cada una estaba en manos de alguien. De las catacumbas, personas cubiertas en pesadas prendas aparecieron, todas sostenían un incensario y vestían con telas gruesas de colores blanco, arcilla y rojo que rodeaban sus cuellos y cubrían sus bocas y narices, mientras que el resto de su cabezas afeitadas se podían observar. Tinte blanco formaba símbolos en su frente y escalpos, los observaban con ojos fríos y sin expresión sin dejar de cantar, ni de acercarse.
Cyrien estaba a punto de decir algo, pero su visión comenzó a nublarse, el olor del almizcle se hacía más potente y los cantos se volvían distantes, sus brazos se durmieron mientras notaba que las paredes se movían. En un instante, pudo ver que a Monique y Jean les pasaba lo mismo, las figuras los examinaban, tocaban su cabello, su rostro y sus cuerpos. Cyrien intentó gritar, hacer algo, cualquier cosa, pero su cuerpo adormecido hormigueaba con cada posible pensamiento sin responder.
—El Gran Tejedor de Historias estará complacido... —Fue lo último que escuchó antes de caer en completa oscuridad.
—Cúal... —Una voz se escuchaba a la distancia como un llamado melancólico de alguien que no había visto en años, pero a la vez como alguien que se preocupaba—. ¿Cúal es tu historia?
Hilos plateados se formaron en la oscuridad, danzaban y se unían los unos a los otros en intrínsecas figuras a su alrededor y sobre su piel.
—No soy nadie —respondió Cyrien casi por instinto, nunca había pensado en qué responder a una pregunta así.
—¿Cúal es tu historia? —insistió la voz.
Él intento buscar el origen, pero era como si estuviera en todos lados y ninguno, como susurros que viajaban por los hilos.
Su historia, ¿qué importaba eso? ¿Quién querría escucharla? Él no era nadie importante, no tenía nada de que sentirse orgulloso. De alguna manera, podía sentir la pregunta rebotar en su cabeza una y otra vez.
«¿Cúal es tu historia?».
Presionaba su mente a que contestara, a que contara todo lo que le había pasado. Cyrien se negaba, no era importante, no valía la pena.
—No soy nadie —repitió, negándose a responder la pregunta.
Los hilos se retiraron y soltaron su cuerpo. En el vacío pudo escuchar crujidos, como ramas rompiéndose. De las sombras, enormes extremidades segmentadas como un insecto se alzaron, se movían al unísono, y al instante se abalanzaron sobre él.
Cyrien reaccionó con la misma sensación de despertarse después de haber sido noqueado por un golpe, algo que había experimentado más de una vez. El olor del almizcle fue lo primero que percibió, el olor intenso y picante ayudaba a que volviera a sí mismo. A medida que sus ojos se acostumbraban, sintió lo suave del suelo con su rostro, estaba encima de una alfombra de patrones coloridos, pero no podía levantarse, le tomó unos segundos darse cuenta de que sus manos y piernas estaban inmovilizadas, atadas entre ellas con cinta adhesiva de plomo como un ave a punto de ir al asador.
Intentó hablar, pero su boca estaba cubierta por la misma cinta. Maldijo a medias mientras forcejeaba para liberarse.
—Somos una presa en los hilos... —Escuchó detrás de él, lo suficiente alto para no considerarse un susurro—. Una perturbación en la gran historia.
Se retorció para voltear a ver quién hablaba. Se encontró con una alta figura con las mismas prendas que los extraños que vieron primero, aunque su ropa era holgada, se notaba que se trataba de un hombre de contextura bastante delgada, sin embargo, eso no fue lo que llamó su atención. Incluso desde el suelo, pudo notar su cabeza rapada y piel extremadamente pálida, su cráneo estaba tatuado con una gran mariposa cuyas alas rodeaban su cabeza, las venas en su cráneo formaban las venas del insecto. Esa aparición causó escalofríos en Cyrien.
—Una presa en los hilos —se escucharon varias voces al unísono.
Fue cuando se volvió consciente de sus alrededores. Se encontraba en una cámara con paredes idénticas a las catacumbas, y docenas de personas con pesadas túnicas de colores rojo y arcilla lo rodeaban. La sala estaba iluminada con antorchas y las paredes decoradas con incensarios de arcilla, pintadas con los mismos dibujos de las catacumbas. Esparcidas por el suelo, canastas con lo que solo podría describir como ofrendas, estatuas de ébano con representaciones de humanos, animales y amalgamas entre ambos.
—Imploramos por claridad de nuestras propias historias al traer a nuevas presas a tus hilos —dijo con una voz femenina, pero profunda.
Si la mente de Cyrien no estaba en pánico, la palabra presas hizo que entrara por completo en modo de lucha y huida. Se retorció y forcejeó para liberarse, debía correr, debía salvarse, debía salvar a Monique.
Monique.
Se detuvo al instante.
¿Dónde estaba ella?
Frenético, Cyrien observó a todos lados. No importa a donde viera, solo encontraba fanáticos envueltos en sus ropas, no había señal de Monique ni Jean.
¿Acaso estaban...?
—Acepta una presa más en tu telar para que nuestras historias brillen y nuestros deseos se cumplan... Comme les ailes du papillon —repitió la mujer.
Cyrien no tenía idea a quién demonios le hablaba, pero logró arrastrarse por el suelo lo suficiente para ver la entrada a un pasadizo en tinieblas frente a ella. Todos los presentes observaban el túnel sin parpadear, apenas respiraban o se movían, mantenían la mirada en la oscuridad.
Aún peleaba con la cinta que sujetaba sus manos y piernas, incluso intentaba usar la alfombra de cuero para raspar la que cubría su boca, aunque de poco servía, fue entonces cuando escuchó algo que no era la voz de la mariposa ni sus seguidores, eran pasos, lentos y constantes, más de una persona se acercaba por el pasadizo. Cada paso hacía eco en las paredes de piedra, casi como solitarias gotas de agua que caían rítmicamente, aunque la imaginación de Cyrien no pudo prever el siseo grave que le seguía a los pasos, como arena deslizándose.
Poco a poco se acercaban. Cyrien notó siluetas en el túnel, y luego que la mujer se hizo a un lado, dejándolo justo al frente del portal para presenciarlo todo, varias siluetas hacían presencia en la oscuridad.
Al menos tres.
No, cuatro.
Cinco.
El grupo consistía de cuatro figuras delgadas, dos a cada extremo del túnel, y una quinta figura en el medio alzándose sobre todos, pero a medida que se descubrió a sí misma, la sangre de Cyrien se heló. Las cuatro figuras a los extremos se revelaron, no como personas. Primero emergieron dos largas extremidades, divididas por segmentos de exoesqueleto con una cubierta de vellos cobrizos que resaltaban a la luz de las velas, otras dos patas idénticas las siguieron y del umbral emergió la quinta figura central, la única con forma humana.
«No... humana no», pensó Cyrien.
El torso desnudo de un hombre con toda clase de líneas blancas pintadas sobre su piel oscura cual ébano y una alargada máscara africana que cubría su rostro, acercó su cuerpo mientras siseaba.
Pero el torso de hombre apenas era una parte. Debajo de él, se fusionaba a través de la cintura a un gigantesco torax exoesquelético, ocho peludas patas se movían con pasos cuidadosos a medida que salía del tunel, seguidas por el abdomen arácnido de la criatura y, justo debajo de la parte humana, donde deberían empezar las piernas, dos enormes colmillos negros se movían con vida propia, saboreando el aire.
Cyrien quería gritar, correr despedido. Aunque no estuviera de pie, sabía que sus piernas no responderían, congelado e inmóvil, pero no por los amarres en sus extremidades.
El monstruo observó a Cyrien. Las patas bajaban el cuerpo de la criatura lo suficiente para que la máscara estuviera a centímetros de él, poseía espigas curvas alrededor de los bordes, que se doblaban hacia su centro, simulando las patas de una araña, las aberturas para los ojos eran simples rectángulos y la boca le sobresalía como si gritara, sin embargo, esa cara no hacía ningún sonido, todo ruido provenía de los segmentos artrópodos de su cuerpo, que crujían con cada milímetro.
La mujer que había invocado al Gran Tejedor de Historias cayó de rodillas ante la presencia de su señor. Cada nueva historia significaba grandeza para su gente, que el Gran Tejedor otorgaba por un cambio justo: vividores, embusteros, ladrones; no era una tarea fácil, y por algunos meses no habían conseguido ofrendas, pero el destino les sonrió una vez más, almas podridas los encontraron a ellos, una demostración de la bendición del Gran Tejedor de Historias sobre su vida.
Cada movimiento suyo era un misterio, pero ella creía que había empezado a conocer el lenguaje del cuerpo del Gran Tejedor, cuando la ofrenda era de su gusto o no, sin embargo, justo en ese momento, se veía... ¿indeciso? No parecía rechazarla, pero observaba al muchacho con detenimiento, como si inspeccionara la calidad del producto, jamás se había tomado tanto tiempo.
—Mi... ¿mi señor? —apenas murmuró.
En un instante, el cuerpo del Gran Tejedor estaba frente a ella; colmillos goteaban a centímetros de su rostro y siseos amenazantes le ordenaron guardar silencio, de sus puntas goteaba un espeso líquido que ella conocía bien. Quedó inmóvil, reprochándose en su mente a sí misma una y otra vez por su osadía al interrumpir a su señor, mientras disfrutaba el momento de terror sobre su presa y saboreaba el epílogo de su historia.
Papillon devolvió su rostro al suelo a pedir clemencia por su interrupción, su actuación fue respondida por silbidos desdeñosos antes de que el ser volviera su atención a su ofrenda, que se retorcía de miedo como gusano en un anzuelo.
Otra presa en su red.
Así se sentía Cyrien, una mosca a punto de ser devorada, ya no estaba tan lejos de la metáfora: «devorado cual insecto». Más de una persona en su vida no estaría sorprendida de verlo así, no importaba lo demencial de la situación, morir de manera patética sin poder hacer nada cual inútil, era propio de él.
A medida que esos pensamientos llegaron, las ganas de luchar se desvanecieron poco a poco.
¿Para qué?
¿Qué diferencia habría?
Ningún truco ni palabras le iban a sacar de ahí o salvar a Monique.
No podía hacer nada para volver con su madre.
Era inútil.
Cyrien escuchó un fuerte siseo proveniente de los colmillos del ser. En ese instante, sus patas empezaron a golpearlo, moverlo, como si estuviera jugando con él, no eran golpes fuertes. Le tomó un momento darse cuenta de los gruesos hilos de telaraña adheridos a cada pata, lo envolvía en una especie de capullo con su seda blanquecina, ajustada como una camisa de fuerza. El Gran Tejedor había iniciado con sus pies y progresaba hacia su cabeza.
Cyrien estaba aterrado, inmóvil, resignado a su destino, incapaz de hacer algo. A medida que la telaraña cubría su rostro, la poca luz que llegaba a sus ojos se fue por completo.
Y así, el Gran Tejedor reclamó su ofrenda.
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