Pacto de trampas y sombras (I)
Por A_Grant
París, Francia, 2018.
El crecer en París podía sonar como una experiencia de película; la ciudad del amor y de las luces, buena comida y vistas espectaculares cada día. Cyrien siempre maldecía a quienes empezaron con esa moda.
Para él, la ciudad era sinónimo de estar atrapado en concreto. Desde que era niño soñaba con estar en cualquier lugar donde no tuviera que respirar el denso aire estancado, los gases de las alcantarillas y el constante ruido de los turistas. Sin embargo, ahí seguía, cuarenta y tres años, más alto y cómodo de lo que muchos podrían llegar, lujo suficiente para no tener que preocuparse por el siguiente mes de vida y ayudar a su madre.
Pero todo eso venía con un precio. Lo recordó al tener que limpiarse los puños; la sangre cubría su piel ocre oscuro desde los dedos hasta los nudillos, y notó algunas gotas salpicadas en las mangas de su traje. Suspiró con desdén. Había provisto una paliza personal a un contador de cartas recurrente en su casino, Araignée d'ombre, la segunda razón por la que él y su madre seguían en la ciudad. Se quedó un momento observando la noche parisina desde el balcón de su oficina, luces que se podían ver desde el espacio se encendían cuales luciérnagas, incluso la calle frente al casino estaba más activa que de costumbre, eso traía historias al local y buenos números en las mesas. Sin duda, un lugar repleto de historias.
Un ligero toque en el hombro lo espabiló, a su lado, reposado en el barandal, se encontraba un cigarrillo.
—Gracias —dijo al tomarlo entre sus dedos, se dio vuelta y entró a la oficina para buscar el encendedor, el desorden en su escritorio de roble estaba categorizado, quizá era un desastre, pero él sabía dónde estaba cada cosa en ese desastre, excepto el encendedor—. ¿Dónde...? —murmuró antes de escuchar el clic frente a él.
Miró al frente. Su encendedor de acero inoxidable estaba con la llama azul perfectamente formada y zumbaba cual soplete, suspendido en el aire, a la espera de encender el cigarrillo de Cyrien.
Dirigió su mirada a la pared de la izquierda, ahí estaba la silueta de un hombre delgado que sostenía el encendedor con paciencia. A veces pensaba que se veía más delgado de lo que en realidad era, después de todo, era su propia silueta.
—Te he dicho que no muevas mis cosas —reprendió Cyrien antes de encender el cigarrillo y aspirar una bocanada de humo—. Luego las terminas dejando en otro sitio y no las encuentro.
Soltó el humo de los pulmones y quitó el encendedor de lo que fuera que la sombra llamara sus manos. Con rapidez la sombra se deslizó por el suelo hasta la pared opuesta más cercana; era como un constante momento en el que creía haber visto algo moverse en un punto ciego, aunque ya se había acostumbrado.
Aún con la vista en la nada, escuchó un golpeteo en las puertas de su oficina, rítmico y grácil.
—Estoy ocupado, Julia... —dijo sin pensar mientras expulsaba otra bocanada de humo, asumiendo que se trataba de su secretaria.
—Pero, monsieur Alistide, ¿qué es más importante que nuestras sesiones de pasión? —respondió una voz masculina que imitó a una mujer en claro tono de burla.
Cyrien bufó con frustración y apagó el cigarrillo en el cenicero. Siempre hacía lo mismo, tocar la puerta de formas completamente distintas para obtener reacciones de él, como un niño pequeño que molestaba a otros solo por la diversión de saber que lograba su cometido de irritar a los que estaban a su alrededor.
Por más que Cyrien intentara ignorarlo, siempre encontraba la manera de sacarlo de quicio y preguntándose una y otra vez cómo terminó así.
1998.
—Cyrien. —Escuchó, o eso creyó. Tenía los ojos cerrados, pero su cabeza aún daba vueltas y su boca tan seca que su lengua se sentía como papel de lija contra su paladar—. ¡Cyrien! —repitió, ahora con un resplandor tan brillante que sintió los rayos del sol golpear sus párpados tan fuerte que tuvo que dar vuelta sobre su cuerpo.
Lo siguiente que sintió fue el impacto en seco de su pecho y el rebote de su cabeza contra la cerámica del suelo.
—Merde! —maldijo.
Cuando por fin abrió los ojos, la imagen que vio era digna del Renacimiento; los cuerpos durmientes con botellas en mano y ropa parcialmente puesta podrían ser una oda al libertinaje a la que él mismo aportó inspiración.
No recordaba que la fiesta fuera tan intensa, de hecho, apenas la recordaba.
—Solo una reunión tranquila, ¿eh? —Escuchó.
Se dio vuelta sobre su cuerpo. La luz volvió a encandilar sus ojos, apenas pudo ver la figura de cabello con largos rizos y piel oliva de pie al lado suyo: Monique, su amiga de toda la vida, otra vez recogiendo su cuerpo con mayor porcentaje de alcohol que agua.
—Empezaron a traer botellas y... —respondió Cyrien, obligado a pausar mientras sus ojos se acostumbraban a la luz—. Una cosa llevó a la otra.
—Todos los caminos llevan a Roma —dijo ella, extendiendo su mano, él la tomó y logró levantarse con el apoyo extra del sofá donde se había quedado dormido. Cuando su vista mejoró, pudo ver la botella de agua que Monique sostenía, no esperó a que se la ofreciera para tomarla y beberla al borde de la desesperación—. Maldición, Cyri...
—Eres una bendición —dijo después de vaciar la botella.
Por un segundo, fue mejor que cualquier bebida que hubiera consumido la noche anterior.
—Lo sé —agregó ella—. ¿Siquiera conoces quién vive aquí? —preguntó al ver alrededor, no reconoció ningún rostro.
—Pues... el anfitrión era el primo del novio de una chica que intentó robarme el otro día... —respondió. El piso era de un viejo edificio de oficinas recientemente abandonado—. Pero descuida, no traje mi teléfono ni nada de valor.
—Oh, créeme, lo sé, lo dejaste en casa de Jean —contestó ella, ahora molesta, con el ceño fruncido sobre su nariz ligeramente aguileña; incluso enojada se veía hermosa—. Te intenté llamar toda la mañana, confirmaron la entrega y debemos ir hoy.
—¿Hoy? —preguntó Cyrien, y así pudo entender por qué ella lo había buscado hasta allí—. Bueno, no te preocupes, aún tenemos mucho tiempo para...
—Es la una de la tarde... —lo interrumpió Monique, él se quedó en silencio.
—Ups...
—Ajá.
Cyrien tragó saliva, observó alrededor, tomó la chaqueta con la que llegó del sofá y se la colocó, apresurada.
—Mona, lo lamento, de verdad, si nos apresuramos llegaremos a tiempo... ¿Crees que Jean esté molesto?
—¿Conmigo? Nah —contestó al dar vuelta en dirección a la puerta—. ¿Contigo? Ya veremos.
Ambos se abrieron paso entre el destrozo del lugar. Antes de salir, Cyrien se dio un minuto para asegurarse de que los rizos de su cabello siguieran finamente moldeados y uniformes.
Apresurados, tomaron las calles en la motoneta de Monique, una Honda Forza 125 que de alguna manera logró costearse. Rodar por las calles de París a esa hora implicaba muchas personas, turistas caminando por todos lados y los insultos de otros parisinos a la hora de querer evitar tráfico, ya todo era ruido de fondo para ellos.
Llegaron a un complejo de apartamentos antiguo con vista de primera al Sena, uno de tantos en una hilera de edificios idénticos. Dejaron la motoneta encadenada a un barandal cercano y entraron sin siquiera quitarse los cascos.
—Si sigues así, Jean te sacará. ¿Lo sabes, no? —comentó Monique mientras subían las escaleras.
—Por favor, como si conociera a alguien mejor que yo —presumió Cyrien —. No pueden criticarme por lo que hago fuera de horas de trabajo.
—Podemos cuando gastas tu parte en las mesas —reprendió ella.
—¿Gastar? La palabra que buscas es invertir —corrigió Cyrien, frotando la punta de sus dedos—. Jamás salgo de una mesa con menos de lo que llegué.
—Sigue presionando tu suerte —dijo Monique al llegar a una puerta blanca en el último piso. Monique la tocó cuatro veces exactas, dejando una pausa después de las primeras dos.
—¿Hasta que me rompa una pierna? —bromeó Cyrien.
Antes de obtener una reacción de Monique, la puerta se abrió, Jean ya estaba preparado: ropa deportiva con botas de montañismo, su cabello largo y castaño amarrado en un moño.
—¿No dijimos que estaríamos aquí a primera hora? —preguntó con absoluta condescendencia.
—Lo sé, mon coeur, pero...
—¿Dónde te encontró esta vez? —preguntó a Cyrien, ignorando por completo a Monique.
—Repasando detenidamente el modelo de seguridad —contestó sin titubear y con media sonrisa—. Supongo que... perdí la noción del tiempo.
—¿Sabes qué? No estoy de ánimo para tus historias.
—¿Alguna vez estás de ánimo? —preguntó con una ceja levantada.
Jean solo gruñó ante la respuesta, acostumbrado a la sagacidad de Cyrien, Monique procedió a darle un beso en la mejilla.
—Aún estamos a tiempo, ¿sí? —intentó relajar la tensión entre ambos—. Todo sigue acorde al plan.
—Vengan —soltó Jean antes de tomar a Monique de la cintura y entrar al apartamento.
Cyrien se quedó unos momentos frente a la entrada, observando, respiró hondo, como siempre, y se dijo a sí mismo que la olvidara.
Y como siempre, no lo hizo.
Monique y Cyrien se prepararon con el mismo equipo que Jean usaba. Cyrien consiguió su celular entre algunos cojines del sofá, había dos llamadas perdidas con el identificador «Mamá», tuvo que dejarlo pasar. Se reunieron frente a una mesa central con planos, mapas extendidos y un lugar específico marcado, Avenida 78 de Suffren.
—Muy bien, esta mañana llegó el cargamento de Antwerp, aún lo tienen en almacenamiento antes de comenzar a cortar los diamantes —explicó Jean—. Mi contacto confirmó que esta joyería ha estado comprándolos en bruto del mercado negro para evadir impuestos.
—Entramos, nos llevamos lo que podamos y no podrán reportarlo a las autoridades —agregó Cyrien, Jean asintió levemente.
—Y nadie sabrá que estuvimos ahí hasta que sea demasiado tarde —dijo Monique.
—Tendremos aproximadamente cinco minutos para evitar cualquier alarma silenciosa o en caso de lidiar con guardias de último minuto. Monique consiguió el pase de los túneles de servicio del alcantarillado en el callejón cercano, perderemos cualquier rastro ahí.
Cyrien admiró por un segundo el plan, la verdad era que sí había estudiado las medidas de seguridad de la bóveda acorde a los contactos de Jean, podía hacerlo, el golpe era grande, pero sencillo; habían analizado la zona por meses, nadie vigilaba el lugar antes del amanecer y nunca llamaban mucho la atención con guardias, eso llevaba a que probablemente confiaban más en su sistema de seguridad, para eso estaba Jean.
—Siempre y cuando puedas abrir las puertas al almacén a tiempo, puedo abrir la bóveda —agregó Cyrien.
—¿Ahora dudas de mí?
—Por favor, no me...
—Dejen eso para después, por favor —interrumpió Monique—. Estamos estresados de por sí, no hace falta que discutan también.
Cyrien y Jean intercambiaron miradas, llegando a un acuerdo no verbal hasta que el trabajo terminara.
La noche cayó sobre París; el sol fue sustituido por millones de destellos a lo largo de cada calle, la ciudad de las luces hacía honor a su nombre con una danza de disparos capaz de ser admirados desde el cosmos, pero para los tres socios, la luz era su enemiga.
Los tres estaban sentados en una van Mitsubishi Delica blanca debajo de un elevado cerca al río Sena, cerca de ahí tenían la puerta de servicio que los llevaría a la joyería, esperaban la hora exacta para empezar, Jean en el asiento del conductor y Monique de copiloto, Cyrien estaba en la parte de atrás, sentado en el suelo y contando sus herramientas: ganzuas, pasadores, todo lo necesario para forzar la cerradura.
Su teléfono comenzó a vibrar en su bolsillo, otra llamada con el identificador de «Mamá». Ya era la quinta del día. Suspiró, frustrado, y contestó.
—Allô, mama.
—Te he estado llamando todo el día, ¿dónde has estado? —reprendió su madre, con una mezcla de angustia y alivio en su voz; su hijo por fin contestaba las llamadas.
—¿En serio? Mi teléfono nunca sonó —excusó él—. ¿Segura que llamaste al número correcto?
—Creo que la enfermera se robó mi collar de plata, Cyrien —comentó, ignorando la pregunta de su hijo.
Cyrien talló su sien, era la quinta vez en el mes que su madre acusaba a la enfermera de turno de haber robado ese collar.
—Nadie lo robó, mamá, lo vendiste hace años.
—¡Jamás lo vendería! —exclamó la mujer.
—Está bien, mamá. Mañana por la mañana iré a buscarlo contigo, ¿ok?
—¿Está Monique contigo? —preguntó la señora, otra vez ignorando lo que decía Cyrien.
—Sí, mamá, estamos trabajando.
—Mándale mis saludos —dijo antes de colgar así sin más, como siempre. Cyrien ni siquiera se dignó a reaccionar ante su comportamiento.
—¿Cómo está? —preguntó Monique desde el frente del vehículo con genuina preocupación, la madre de Cyrien estuvo presente en su vida más que su propia madre.
—Igual... —respondió Cyrien sin verla mientras ajustaba el cinturón de herramientas por encima de su hombro y alrededor de su torso.
—Todo saldrá bien, ¿ok?
—Eso sí todos nos apegamos al plan —se alzó la voz de Jean desde el volante.
Cyrien tuvo que morderse la lengua para no soltar el más fino vocabulario francés que conocía.
En ese momento, los relojes que los tres habían sincronizado sonaron al unísono a las 3:00 de la mañana.
Era hora.
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