Marylin, la Magnífica: Acto I (II)

Por Metahumano


La mente de las dos chicas se encontraba abarrotada de preguntas, para las cuales ninguna de las dos tenía alguna respuesta posible, así que lo más sensato era mantenerse en silencio y seguir caminando, al menos hasta que fuera seguro contactarse con los demás y decirles que había llegado la hora de irse.

Cubiertas por la oscuridad, las dos marchaban. Una de sus linternas se había roto en la caída, la otra era sostenida por Marylin con fuerza, como si fuera la única pieza de realidad que le aseguraba que todo aquello no era una simple pesadilla. No podían encenderla, pues significaría arriesgarse a que alguien indeseado pudiera verlas con más facilidad, así que tan solo contaban con los ocasionales relámpagos para recibir una visión más clara de sus alrededores. Fue luego de uno de esos estallidos de luz que Marylin percibió algo por el rabillo del ojo, algo que la forzó a detenerse en seco.

Alexa caminaba algunos pasos por delante de su amiga. Escrutaba los alrededores con la mirada en busca de algún indicio de que aquella siniestra figura había vuelto para acecharlas. Tan concentrada estaba la muchacha en su tarea que no se percató de que Marylin había dejado de seguirla y, para cuando cayó en cuenta, tan solo las sombras la rodeaban.

Sintió su corazón paralizarse. Estaba sola. Sus labios temblaron, no por el frío, sino por el miedo. La oscuridad, la aliada que les permitió escapar hacía apenas unos minutos, ahora se había convertido en su peor enemiga, impidiéndole ver más allá de unos pocos metros a su alrededor. Aterrada, Alexa tragó saliva y se atrevió a murmurar:

¿Marylin?

El cielo respondió con un nuevo relámpago que iluminó sus alrededores y reveló que su amiga se había detenido frente a uno de los tantos mausoleos que las rodeaban, lo observaba en un estado casi catatónico. No podía decir que aquella visión la aliviaba, pero al menos le daba la seguridad de que no estaba sola y eso debía bastarle por el momento.

Con un paso acelerado, volvió hasta donde su amiga había quedado paralizada y la tomó del brazo en un intento de obligarla a moverse, mas Marylin permaneció allí, con la mirada clavada en el mausoleo.

—¿Qué mierda estás haciendo? Tenemos que irnos —masculló entre dientes Alexa, más nerviosa que enojada.

La única respuesta de la joven fue alzar su brazo y señalar el mausoleo. Alexa siguió la dirección de la mano y, con la ayuda de un oportuno relámpago, pudo leer con claridad lo que había llamado la atención de Marylin:

«PEMBROKE».

Casi sin quererlo, o por una macabra broma del destino, lo habían encontrado: el lugar de descanso final de la bruja.

Para cuando Alexa volvió en sí, Marylin ya se encontraba junto a la puerta abriendo su mochila en búsqueda de sus herramientas.

—No tenemos tiempo para esto, Mary, debemos irnos.

—Tenemos que salir de la lluvia y contactar a los demás. Avisarles que hay alguien más en el cementerio, y no podemos hacer eso aquí a la intemperie, podría escucharnos, estaremos más seguras aquí dentro.

La mayor no disfrutaba la idea de permanecer tanto tiempo quietas, las volvía un blanco fácil, pero debía reconocer que Marylin tenía razón, y si (Dios no lo permitiera), su perseguidor las encontraba, podrían encerrarse allí dentro hasta que llegara ayuda. Resignada y consciente de que cuando una idea cruzaba la mente de su amiga era inútil intentar disuadirla, Alexa resopló y se puso en posición de guardia, esperando atenta a cualquier posible señal de peligro.

Mientras tanto, la pequeña ladrona ya metía su confiable ganzúa en la cerradura y comenzaba a trabajar. En infortunio para ambas, aquella era una habilidad que empezó a practicar recientemente, de forma que llevaría algo de tiempo. Marylin acercó su oído a la cerradura en un máximo esfuerzo por escuchar aquellos mágicos clics, movía con lentitud y precisión las herramientas, no quería cometer el más mínimo error. Alexa observaba lo poco que las sombras le permitían ver de aquel largo pasillo, trataba de no dejarse engañar por las figuras angelicales que algunos de los mausoleos tenían encima. Un refucilo iluminó las tétricas construcciones, y a Alexa le pareció ver algo moverse en el punto donde los mausoleos terminaban y el bosque comenzaba. Su corazón se aceleró.

—Ya casi... —murmuró Marylin.

—Mary... —Un nuevo relámpago despejó todas las dudas de la mente de Alexa. Allí, al final del pasillo, una figura encapuchada miraba en dirección a donde estaban, y a los pocos segundos quedó oculta por las sombras—. Mary, por favor...

Alexa empezaba a romper en llantos cuando, a sus espaldas, escuchó el rechinar de las bisagras moviéndose y, sin perder un segundo, empujó a Marylin dentro de la tumba y cerró la puerta de inmediato. Las dos muchachas permanecieron a oscuras durante algunos segundos, tan solo escuchaban el tenue sonido de su respiración y las gotas de lluvia golpear contra el techo. Finalmente, Marylin encendió su linterna, revelando un largo pasillo cuyas paredes estaban cubiertas de placas que indicaban los lugares de descanso final de la familia Pembroke. Ambas quedaron sorprendidas por la profundidad de aquel mausoleo, que no aparentaba en lo más mínimo las dimensiones que en realidad poseía, sin embargo, lo que más llamaba su atención era la seguridad de que al final del pasillo había una escalera que conducía a un subsuelo. Ninguna de las dos había estado antes en un mausoleo, pero sospechaban que aquello no era algo habitual, de forma que compartieron una breve mirada de preocupación y curiosidad.

—Mierda, ¿de verdad vamos a hacer esto? —preguntó Alexa, y sabiendo la respuesta que su amiga iba a darle, se volteó y pasó su linterna rota por entre las manijas de la puerta para asegurarse que nadie podría abrirla de afuera.

Con aquella pequeña seguridad, las dos dirigieron la mirada al final del pasillo y marcharon. Estudiaron algunos nombres, pero no había mención alguna de Victoria Pembroke o del dichoso libro. Sin embargo, ambas sabían dónde iban a encontrarlo, así que, sin más, empezaron su descenso por las viejas escaleras de piedra.

Con cada escalón, la temperatura parecía bajar, y para cuando llegaron al final, ya podían ver el vapor de su aliento. El haz de luz de la linterna se posó sobre el final del pasillo y, justo como esperaban, allí, posando en una caja de vidrio justo debajo de la tumba de su dueña, el libro de la bruja las esperaba. Con pasos lentos y cuidadosos, como si temieran activar alguna trampa como en las películas de aventura que solían ver en las solitarias noches del orfanato, ambas se acercaron hasta que estuvieron lo suficientemente cerca para leer la placa que rezaba:

«Aquí descansa Victoria Pembroke

Protectora de esta tierra

Incansable guerrera

Madame Universal».

Las dos releyeron el mensaje al menos tres veces, pero luego volvieron su atención a su verdadero objetivo: el libro de hechizos.

—Bueno, ya estamos aquí... —razonó tímidamente Alexa, sin poder quitar la mirada de la dañada portada del libro que parecía hecha de cuero.

—Sería bastante estúpido dejarlo aquí... —coincidió Marylin.

Alexa se acercó e intentó abrir la vitrina, pero esta no cedió.

—¿Ves alguna cerradura o alguna forma de abrirlo? —preguntó mientras inspeccionaba la caja de cristal.

—Aléjate —advirtió Marylin y, apenas vio una abertura, dio un codazo al vidrio que estalló en mil pedazos.

La joven extrajo el libro con cuidado de entre los cristales, mientras que su amiga le dedicaba una mirada de desaprobación.

—¿Qué? No todo tiene por qué ser sutil —argumentó la ladrona, ya hojeando el manuscrito.

Impulsada por la curiosidad, Alexa se paró al lado de su amiga y comenzó a inspeccionar las amarillentas hojas del libro. Nada de lo que allí estaba escrito tenía el mínimo sentido para las muchachas, pues las palabras parecían pertenecer a un dialecto que desconocían. Eso, sumado a los extraños dibujos que decoraban los cientos de hojas del pesado tomo, le hicieron sospechar que tal vez había algo de verdad en las palabras de Eric, pues si existía algo así como el libro de una bruja sobre la tierra, en definitiva debía de verse como lo que tenían entre manos.

Olvidando los traumáticos eventos que precedieron su llegada al mausoleo, las dos chicas se permitieron una sonrisa. Sostenían una pieza de historia entre sus manos y, más aún, habían ganado. Alexa procedió a tomar el walkie-talkie y, aclarándose la garganta, presionó el botón para anunciar:

—Lo tenemos... repito, tenemos el libro.

Mientras Alexa sostenía el libro en sus manos y daba las buenas noticias a sus compañeros, la luz de la linterna que Marylin sostenía parpadeó. Para no molestar a su amiga con el espectáculo de luces, se giró para golpearla un poco con esperanzas de que volviera a funcionar de forma normal, pero en ese momento, en medio de las sombras, le pareció ver el espectral rostro de una mujer justo donde las escaleras iniciaban. Sin embargo, tan pronto como el haz de luz volvió a la normalidad, aquella siniestra silueta desapareció.

—¿Estás bien? —preguntó Alexa, sobresaltándola un poco.

—Sí, tan solo me pareció... —dejando que aquella horrible idea desapareciera de su cabeza, Marylin carraspeó y sentenció—: Vámonos de aquí.

—No podría estar más de acuerdo.

Eric y Nate inspeccionaban su parte del cementerio con rigurosa dedicación. Para el resto del grupo aquella búsqueda del tesoro podía ser un juego, una broma de Halloween de la que se olvidarían en los próximos meses, pero no para ellos. No, para esos dos jóvenes, aquello era mucho más que un juego. Era una oportunidad de ponerse en contacto con poderes más allá de su comprensión, de ingresar a un mundo que había cautivado su imaginación desde pequeños, un mundo lleno de sombras, secretos, misterios y horror. Y si bien aquel mundo sonaba oscuro, a ambos les había servido para escapar de la fatídica realidad que representaba el orfanato. Más aún, sospechaban que, bajo las condiciones correctas, el mundo de lo paranormal era un mundo que podían aprender a controlar, suponiendo, claro, que tuvieran la herramienta adecuada para hacerlo, y el libro de hechizos de Pembroke sonaba como una jugosa oportunidad.

—¿Has pensado qué haremos si el libro está enterrado en una tumba? —preguntó Nate, aún iluminando las sepulturas cercanas.

—Le damos un premio de consuelo a quien haya dado con la tumba y dejamos marcado el camino para regresar nosotros en otro momento —respondió Eric con seriedad.

—¿Y volveríamos para qué exactamente? —preguntó Nate y Eric se frenó en seco, dedicándole una mirada que lo dijo todo. En un primer momento, Nate le dedicó una sonrisa nerviosa a su amigo, pero esta se borró al darse cuenta que Eric iba en serio—. Estás bromeando, ¿verdad? No estás pensando en exhumar una tumba.

—Vamos, Nate, ¿llegamos hasta aquí para echarnos atrás cuando estamos a punto de conseguir algo que podría cambiar nuestras vidas para siempre? —Los dos chicos se detuvieron, apenas iluminados por las linternas que apuntaban al piso—. Sufrimos demasiado en nuestras vidas, es nuestro turno de ganar algo, y unos pocos metros de tierra y los huesos de una anciana no van a detenerme.

Nate retrocedió un poco al escuchar las palabras de su amigo, casi de forma instintiva. Muchas veces se habían desvelado hablando de cuánto significaría para ellos adquirir algo de poder, una fracción, algo mínimo, pero, en esa ocasión, había algo distinto en Eric, un reflejo en sus ojos, casi como una chispa de furia. Tragó saliva y trató de disimular lo incómodo que se encontraba. Eric se inclinó un poco hacia adelante y apoyó su esquelética mano en el hombro de su amigo.

—Pero no puedo hacerlo sin ti, Nate, así que necesito saberlo, ¿cuento contigo?

Eric volvió a sonreír y Nate volvió a ver al muchacho divertido e inocente con el que se había criado y al que llamaría su hermano sin dudarlo un solo segundo. En ese momento, todas las dudas abandonaron el cuerpo del quinceañero y le devolvió una sincera sonrisa a su amigo.

—Vamos, sigamos buscando. —Eric encendió su linterna y se dirigió hacia otra zona de tumbas.

Haciendo lo propio, Nate partió en otra dirección. No temía encontrarse solo en la oscuridad, ni a la tormenta que parecía avecinarse, pues mientras el resto del grupo solo los acompañaba en sus tenebrosas aventuras en la noche de Halloween, para Eric y él aquellas exploraciones nocturnas eran eventos cuanto menos mensuales. Había perdido la cuenta de cuántas casas y edificios abandonados habían visitado en los últimos años en busca de percibir tan solo un atisbo de lo paranormal, pero, hasta ahora, tan solo habían logrado llevarse unos cuantos sustos con animales nocturnos y alguno que otro indigente que había hecho de aquellas ruinas su hogar. Sin embargo, aún mantenían la esperanza de que su suerte cambiaría, y tal vez esa fuera la noche.

Un sonido a sus espaldas llamó su atención, casi como un golpe seco. El crujido de los viejos árboles que adornaban el cementerio jugaba con su mente y le dificultaba distinguir algo más que el ruido del viento que venía en escalada.

—¿Eric? ¿Estás bien?

Silencio. Iluminó la zona donde su amigo debía estar investigando, pero no pudo verlo, y entonces... la voz proveniente del walkie-talkie lo sobresaltó, obligándolo a dejar caer su linterna.

Lo tenemos... repito, lo tenemos —anunció Alexa, y si bien el susto inicial todavía no había pasado, una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en el rostro de Nate.

Con renovadas energías, el muchacho levantó su equipamiento caído y bajo las suaves gotas de lluvia se dirigió hacia su amigo, a la espera de compartir la noticia con alegría. Sin embargo, el éxtasis del momento mermó a medida que caminaba entre las tumbas, sin señal alguna de Eric, ¿algo le habría ocurrido a su amigo? ¿O tan solo se había alejado demasiado en aquellos pocos minutos? Highgate era un laberinto por la noche y, si bien ellos eran los más experimentados en aquel tipo de actividad, por lo general llevaban a cabo sus "investigaciones" (como a Eric le gustaba llamarlas) en el interior de edificios.

—¿Eric? ¿Dónde diablos te metiste? —preguntó Nate, ya francamente nervioso.

Un nuevo sonido cercano atrajo su atención, algo se movía en los árboles detrás de él. Con la linterna, escaneó la cercanía con atención, un relámpago iluminó el cielo y, cuando la oscuridad volvió, se percató de que el haz de luz de su linterna se había posado sobre la espalda de su compañero, cuya mirada parecía clavada en la infinita oscuridad de la noche.

—Ahí estás, ¿acaso quedaste sordo? Alexa ya encontró el libro. —Nate cortó la distancia entre él y su amigo en cuestión de segundos, mientras que este último parecía ignorarlo por completo, casi como si no se percatara de su presencia—. Vamos, tenemos que...

Al posar su mano en el flaco hombro de Eric, él se dio vuelta para revelar una expresión de terror como Nate jamás había visto. En medio del frío de la noche y la lluvia, un rocío húmedo y tibio impactó su rostro, fue entonces cuando se percató... Eric sostenía su cuello entre sus manos y de entre sus dedos brotaba sangre. Finalmente, el herido muchacho soltó sus manos y, del enorme corte en su cuello, un chorro de sangre salió disparado e impactó directo al rostro de Nate.

Eric dio un paso adelante e intentó apoyarse en su amigo, pero acabó desplomándose de fauces frente a un atónito Nate que solo atinó a quedarse allí parado, temblando y cubierto de sangre. Un relámpago volvió a iluminar el cielo y allí, entre los árboles, el muchacho pudo distinguir algo que heló su sangre, pues la oscuridad ocultaba una figura encapuchada. El reflejo de la cuchilla que aquel espectro de la noche empuñaba fue tan fugaz como el estallido de luz en el cielo, pero fue igual de inconfundible.

Nate permaneció unos segundos más allí, paralizado, con un charco de sangre formándose a sus pies y la vista clavada en la oscuridad. Si bien ya no podía distinguir la figura del asesino, tenía algo muy en claro: lo estaba mirando fijamente a los ojos.

La voz de sus amigos le llegó por el walkie-talkie como por un túnel. Al principio eran indistinguibles del resto de los sonidos que ocupaban el cementerio esa noche, pero, a medida que salía de aquel estado de shock, se volvían más y más claras. Sus piernas empezaron a responder, primero poco a poco, dando cortos pasos hacia atrás, y luego, como si un terrible hechizo que había caído sobre él se hubiera roto de golpe, se encontró corriendo en la oscuridad sin un destino claro, solo sabía que debía encontrar a sus amigos, que debían escapar.


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