Colección completa (III)
Por Shad-cco
Los sectarios se lanzaron en una embestida filosa.
—Solo les pido un favor —dijo Sebastian Chalmers, levantando los brazos para imitar el estilo de pelea de los boxeadores—. No mueran rápido...
Lanzó un rápido golpe sin descuidar su guardia, lo que debía ser una cara retorcida fue pulverizada al contacto, siguió con un gancho al hígado que partió en dos lo que quedaba de la primera criatura atacante.
Una cuchilla de hueso intentó clavarse en su costado, pero él la tomó, arrancó el brazo por completo y lo incrustó en la cabeza deformada del sectario.
—Espera tu turno, muchacho...
Varios enemigos atacaron por detrás. Chalmers los recibió con el antebrazo, derribándolos, bastaron un par de puñetazos para reducir las grotescas figuras a un licuado de roja podredumbre. Mientras tanto, Ingrid daba órdenes en un idioma incomprensible, había generado dos quijadas nuevas que abrían y cerraban como las fauces de un insecto carroñero.
Sebastian volteó para encarar a más antagonistas, quienes fueron destrozados en segundos. El hombre peleaba utilizando únicamente sus poderosos puños, cada golpe detonaba con la intensidad de una granada de mano. Era tan cruel como increíble, la energía liberada hacía explotar a los enemigos.
Ingrid lo miró sin emoción.
—Tonto, somos los Herederos del Gran Perpetuo, no morimos, evolucionamos.
El guardaespaldas notó que los restos de los enemigos se movían y reformaban en una sola criatura.
—Caspita...
Se vio enfrentado a un grotesco monstruo de cuatro metros. La cosa era asquerosa, similar a un perro con la piel de revés, tenía múltiples brazos humanos en lugar de patas y una espiral de negros tentáculos donde debería estar el hocico.
—Entre más grandes son... —sin chistar se abalanzó sobre aquel coloso con un salto temerario.
Por desgracia, la bestia lo golpeó en el aire y Chalmers salió disparado hacia el Rolls Royce, aplastando y destruyendo el costoso automóvil, más de veinte millones de euros perdidos para siempre.
—Más fuerte golpean... —se quejó con dificultad.
Ingrid saltó sobre él, las extremidades de la mujer se habían multiplicado; ahora eran largas y filosas cuchillas. En un todo: tenía la apariencia de una araña humana.
—¿Quién eres tú? —inquirió, furiosa.
Él se preparó para contraatacar.
—Sebastian Chalmers, suelo trabajar como guardaespaldas.
La sacerdotisa fue embestida por otra criatura igual de aberrante que ella, nada más que grandes fauces dotadas de brazos y piernas.
—¿Hermano Marcus? —cuestionó Ingrid.
No hubo respuesta. En cambio, la cosa atacó con extrema violencia, arrancándole parte del rostro con un potente mordisco.
—Oportuno... —Sebastian vio con asco al monstruo más grande ser devorado por más de esas cosas.
Coraline caminó hasta Chalmers. Su paso era calmado, sostenía una botella de refresco en la mano. El hombre se levantó sacudiendo fragmentos de vidrio.
—Señorita Malevolgia, veo que hizo nuevos amigos. Agradezco su buena voluntad, pero no necesitaba ayuda.
Ella levantó una ceja.
—De nada. —Sin previo aviso, reventó la botella de Coca-Cola en la frente del hombre.
—Llamas demasiado la atención, odiaría tratar con testigos, hacer que se suiciden es divertido, pero como siempre son pobres, eso es hacerles un favor...
El líquido no era refresco, sino un poderoso ácido que derritió las prendas superiores del desorientado guardaespaldas. Él no se inmutó, su piel poseía una prodigiosa resistencia a la corrosión.
—¡Carajo, mierda! —exclamó la chica, quitándose el suéter y arrojando la prenda al piso, unas gotas le habían salpicado—. ¡Hijos de puta, estaría muerta de no ser porque prefiero Pepsi!
—Por desgracia... —mencionó Chalmers con una media sonrisa.
—Pudieron haberme advertido sobre el culto de mutantes a lo Cronenberg —se quejó, furiosa—. Querían sacrificarme, ¡a mí!
Luego de acabar con la bestia más grande, los monstruos se lanzaron unos a otros para devorarse entre sí en un ciclo infinito. Al no poder morir, sus cuerpos mutaban, adquiriendo aspectos horribles, eso hasta que su nueva dueña levantó la mano y quedaron quietos.
—¿Qué le hicieron a nuestros hermanos? —gruñó Ingrid.
La mujer había logrado escapar de su atacante, aunque no ilesa; le faltaban brazos y la mitad de la cabeza. Quiso dirigirse a ellos, pero quedó paralizada a mitad del camino.
—Tú no quieres hacer eso —le dijo Coraline. La cultista se quedó mirando a la joven con el único ojo que le quedaba—. ¿No sientes jaqueca?
—Sí... —La voz salió de manera automática.
La adolescente sonrió con marcado sadismo.
—Deshazte de ella, aplasta tus malditos sesos...
—Sí... —Ingrid comenzó a golpear lo que quedaba de su cabeza contra el piso, lo hizo hasta destruirse por completo.
—Resistió un poco más —comentó—. Pero igual que los mordelones, no era nada.
—No son humanos y tampoco están vivos —teorizó su compañero.
—De hecho, siguen siendo personas, aunque muy en el fondo. Algo guiaba sus actos, rompí la conexión psíquica que tenían con esa cosa, ahora trabajan para mí.
Sebastian observó con amargura el chasis destrozado de Boudica.
—Estoy acabado, ella no me perdonará...
Coraline asintió, le dio una leve palmadita en el hombro.
—En efecto, te van a matar.
La última obra fue revelada, repulsiva en sumo grado; se trataba de una efigie de piedra que retrataba a Tirysal-Gho, pero había importantes diferencias. Para empezar, la criatura estaba fusionada con lo que parecía ser un hombre. Lyra reconoció el perverso rostro de Benjamín Clockwork modelado en la cosa, alrededor había cuatro personas, amordazadas y encadenadas al diabólico ser, tenían el rostro cubierto por una bolsa oscura, su delgadez era terrible, debían llevar días cautivos.
La dama suspiró con hosquedad.
—Me engañaron, no soy la primera en la última colección; es inconcebible, profesor, ni piense que voy a pagarle.
—¡Basta de tonterías, Corwen! —exclamó la bestia que solía ser Armitage—. El Gran Perpetuo exige sacrificios a cambio de inmortalidad. Usted ha sido elegida para difundir nuestra palabra.
—¿Yo? —inquirió la empresaria, sonriente, mientras se señalaba a sí misma—. Más vale que los honorarios sean sustanciosos.
Una risa estentórea e inhumana inundó la sala.
—Tonta ricachona codiciosa, ¿cree que puede negociar? Mi dios es orden, caos, a la vez que entropia y...
—Blah, blah, blah —ella cortó su perorata.
Armitage descubrió que no tenía control sobre sus extremidades deformes, los músculos se negaban a cooperar, como si hubieran sido paralizados por un sortilegio atenazador.
—¿Qué es esto, qué está haciendo?
—Estoy cansada de escuchar estupideces. Al principio era divertido, pero ya no lo es.
Los brazos y piernas del monstruo estallaron en una tormenta de sangre oscura. El néctar carmesí bañó la estatua, el piso y a las personas secuestradas, sin embargo, Corwen permanecía inmaculada, sin una sola mancha en su elegante vestido de encaje.
—La sangre guarda poder para aquellos dispuestos a pagar su precio, Clockwork lo entendía. Tiene suerte, profesor Armitage, morirá como vivió, siendo una marioneta ignorante.
Armitage intentó protestar o exigir una explicación a lo que ocurría, pero no hubo oportunidad, su cabeza estalló en una nube roja, hecha trizas por una fuerza mayor a su entendimiento.
La empresaria bufó, asqueada.
—Benjamín, debiste aceptar el dinero, sabías que iba en serio cuando amenacé con difundir la verdad sobre el éxito de tu museo, los niños de los países subdesarrollados siguen siendo niños... —mencionó, bajando los hombros—. Pero la reputación es importante, los rumores pueden ser redituables, los hechos traen problemas. —Caminó alrededor de la figura de piedra y comenzó a hablarle—. ¿De dónde crees que vino esta cosa horrible? ¿Cuánto lleva aquí? Tres meses, siete días, nueve horas y treinta y dos minutos. La encontraste en una de tus expediciones a África, increíble que los rumores de los nativos fuesen tan específicos.
El ser de piedra empezó a resquebrajarse, como si quisiera volver a la vida.
»Descendió del cielo en el 536 D.C. Los magos malignos lo convocaron desde las estrellas buscando su bendición en un intento de alcanzar la inmortalidad. Se alimenta de los sentimientos, en especial, del sufrimiento. Causó problemas hasta que un Hechicero Universal derrotó al huésped y convirtió al parásito en piedra.
El cuerpo descarnado de Clockwork rompió la roca, lanzando sus garras de buitre sobre Lyra, pero no logró alcanzarla.
—Zorra maldita, no habrá paz ni descanso para ti... lo he visto. —La voz rota de Clockwork salió como el eco de una tumba.
Ella bostezó.
—Y, sin embargo, no pudiste prever tu final —aseveró Lyra Corwen—. Lo malo de la clarividencia es que te muestra lo que quieres ver y no lo que necesitas. ¿En serio pensaste que ibas a renacer como un dios alienígena? Pobre artista ingenuo. El parásito solo busca alimentarse y crecer, fuiste el juguete de una ilusión diabólica, mi ilusión diabólica... gracias por el museo, es un lugar divertido.
Con un chasquido, hizo estallar la figura carnosa. Afuera, los monstruos engendrados por Tyrisal-Gho se desintegraron en una masa roja e inerte. Lyra se acercó a los rehenes. Al quitar las bolsas descubrió que eran chicas adolescentes, apenas un poco mayores que Coraline.
—Shhh, ahora sí va a quedarse muerto —mencionó Lyra, acariciando el cabello de una de ellas—. No lloren. El llanto opaca la belleza, y ustedes son tan hermosas.
Las chicas suplicaban por misericordia. En sus ojos enrojecidos había un único deseo, acabar con el dolor.
—¡No somos nadie, déjenos ir, se lo suplicamos! No diremos nada —aullaban fuera de sí.
Ella les sonrió.
—Magnífico, este mundo solo se preocupa por aquellos que son alguien...
Sam llegó junto a sus compañeros. Tenía la ropa hecha jirones, estaba descalza y cubierta de sangre, sin embargo, su apariencia física era normal, el hambre había sido saciada.
—Tuve una recaída —mencionó con tristeza—. Admito que se siente bien, pero está mal.
Coraline se alejó de ella.
—No te acerques, tienes un trozo de cerebro embarrado en el pelo.
Samantha pasó su mano entre los rizos de su cabello, era verdad.
—Diablos, Lyra no me dejará ir en el auto...
—¿Qué auto? —preguntó la adolescente, señalando el montón de chatarra en que se había convertido el Rolls Royce.
—Ay, no...
—Todo para apropiarse de un museo maldito —añadió la más joven.
—No sé por qué sigue haciendo esto. No es como que necesite más museos de cera, ya tiene los Madame Tussauds —mencionó Sam—. Este lugar es repugnante.
Chalmers encendió un cigarrillo.
—Ya la conoces. Si quiere algo, lo tendrá, siempre más y más...
De pronto, arribaron dos camionetas con el logotipo de Corwen And Rollo, eran los equipos de limpieza, que se movilizaron con rapidez para llevarse las masas de cadáveres que más tarde serían incineradas. Casi al mismo tiempo apareció un tercer vehículo, un lujoso Bentley verde oscuro, rotulado en la placa se leía «Paracelso». Del mismo descendió una mujer mayor, delgada, alta y bastante desagradable a la vista; iba vestida como una ama de llaves, su cabello blanco le daba el aspecto de la muerte en persona. Al mirar el auto destruido, bajó la vista y comenzó a reír.
—Gertrud —la saludó Sam—. ¿Crees que esto moleste a la jefa?
La mujer tomó aire y respondió con una sonrisa cruel.
—Los hará pagar el auto y sus propios servicios funerarios, después va a desmembrarlos uno a uno.
La pelirroja asintió, decepcionada.
—Sí, también pensé eso.
En ese momento, Lyra salió del museo. De inmediato, Sam corrió hacia ella, pero su patrona no la dejó hablar.
—Tienen dos horas para limpiar. Díganle al comisionado que puede abrir la circulación después de las seis y que se encargue de las cámaras. Necesito nuevos empleados para mi museo. Asegúrate de que Gertrud se lleve la estatua del parásito a mi colección privada, ya sabe qué hacer con las cuatro botellas de sangre. —Entrecerró los ojos y continuó—. Quiero noticias escandalosas, que Harry se case con una americana, no lo sé; ya pensarás en algo... —Se detuvo al ver a su ama de llaves y notar que su auto había sido reemplazado por el Bentley.
—¿Dónde está Boudica? —preguntó, mirando a Chalmers.
—Paracelso está reservado para ocasiones especiales.
El hombre bufó, abatido.
—No sé cómo decirlo, señorita, yo...
—¡Apaga esa porquería! —exclamó la rubia, arrebatando el cigarrillo de la boca del hombre. Por primera vez en toda la noche, había perdido la paciencia—. ¡Y sería prudente que te pusieras una maldita camiseta!
—A mí no me molesta —comentó Gertrud con diversión.
Sam le dio su abrigo al guardaespaldas.
—Puedes estar tranquilo, no maté a nadie con esto puesto.
—Ocurrió un incidente, lo lamento —habló Sebastian sin mirar a su empleadora. A un lado llegó la grúa que iba a recoger los restos del Rolls Royce—. La perdimos...
La empresaria apretó los puños, hilos de sangre cayeron al piso.
—¡Tenías un trabajo! ¿Tienes idea de por qué ese vehículo fue bautizado con el nombre de Boudica?
—Era tu mejor amiga, ¡solo nos lo has contado unas cien mil veces! —gruñó Caroline—. ¿Podemos irnos ya? Puedes matarlo después. Es más, si quieres yo lo hago.
Lyra levantó las cejas, sorprendida, no le gustaba ser interrumpida.
—Pequeña cobarde, malcriada e imbécil, pudiste ayudar a Chalmers. Ese auto saldrá de sus salarios.
—¿Qué? No es justo, yo me encargué de mis propios fanáticos mutantes, el tarado musculoso perdió; de no ser por mi intervención, estaría muerto.
Sebastian negó con la cabeza.
—Te dije que no necesitaba ayuda.
—Estabas a punto de ser penetrado por una araña gigante. Yo te salvé, ¡idiota!
—¡Silencio! —gritó la rubia—. No tiene caso discutir. Es obvio que entre ambos no poseen la suficiente materia gris como para seguir simples y rudimentarias instrucciones. Van a pagarme el auto, aunque les tome el resto de su existencia.
—No, no lo haré. Yo no debía cuidar tu puto coche —reclamó Caroline, dándole la espalda—. A diferencia de estos imbéciles, yo no te tengo miedo.
Corwen no quería seguir con esa discusión, pero tampoco deseaba lastimarla, la adolescente era útil. Intentó calmarse y pensar en una solución que incluyera hacerla sufrir, pero solo un poco.
—Admiro tu osadía... —dijo en mayor control de sus emociones—. Dices que no me tienes miedo, y que la cobardía no tiene cabida en tu ser.
—Así es, vete a la mierda... —escupió con odio.
Los otros empleados parecieron sobresaltarse. Todo ese asunto no iba a terminar bien para la adolescente.
Para sorpresa de los presentes, Lyra se tomó el insulto con humor.
—Toda una rebelde, mujer revolucionaria del mañana. Propongo un desafío. Si entras al museo y tomas una foto del taller de Clockwork, olvidaré este incidente y las continuas faltas de respeto. No le temes a nada, será fácil.
—¿Ah?
La dama de rojo levantó ambas cejas.
—Quién sabe, tal vez ignore el hecho de que tu maestra fue arrestada por matar a su esposo e hijos el día que debías presentar exámenes, que coincidencia tan singular...
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de la adolescente.
—No pueden probar que fui yo.
La mayor volvió a sonreír.
—Sí que puedo...
—¿Para qué quieres una foto del taller? —preguntó, irritada—. Es una estupidez.
—Es algo simbólico, una mera prueba de tu valor.
Coraline deseó acabar con su tía, pero Corwen era mucho más fuerte que ella, jamás había podido leer su mente y mucho menos manipularla, eso estaba más allá de sus habilidades.
—Bien, lo haré —respondió—. Ya no hay monstruos, sus mentes se fueron junto a la cosa que los controlaba.
La empresaria asintió.
—Usa tu teléfono, toma una fotografía y regresa con nosotros. Tienes cinco minutos.
Malevolgia se encogió de hombros.
—El asunto es que se cayó cuando me atacaron los mordelones. —Mostró la pantalla estrellada de su celular.
Sam le acercó su teléfono.
—Usa el mío —sugirió, mostrando los colmillos. Pese a la tensa situación, estaba feliz por ver sufrir a Caroline.
Ella gruñó y tomó el aparato de mala gana.
—¿Qué es esta basura?, ¿un Motorola? ¿Acaso eres pobre? No uso nada que no venga de Apple, dame un iPhone o...
Lyra gritó, derrumbando su fingida muralla de tranquilidad.
—¡Olvídalo, solo trae algo del puto taller! ¡Gertrud, llévala al elevador!
Notando la ira de su tutora, la adolescente tragó saliva y se perfiló en dirección al museo.
—Perra... —masculló entre dientes.
Recorrieron el patio, recibidor y parte del pasillo que conectaba con la primera exposición. Había un elevador de carga utilizado especialmente para transportar las obras desde el sórdido taller de Clockwork.
—Escuchaste a Corwen, trae un objeto para que podamos irnos —apremió la mujer de cabello blanco—. Por tu bien, no tardes...
Coraline asintió en silencio y entró en el elevador. Lyra debía estar tramando algo, pero si era lo suficiente rápida y precavida, podía salir victoriosa.
La puerta oxidada del taller estaba entreabierta, con el cerrojo destrozado, debajo había una mancha oscura que no presagiaba visiones agradables.
—Entro y salgo, tres segundos...
Apenas dio un paso al frente, escuchó ruidos de pisadas, risitas ahogadas y el rumor de cosas siendo arrastradas.
—Mierda, no debí meterme en esto —susurró, temerosa.
Pese al creciente miedo, su orgullo no le permitió darse por vencida, y siguió adelante.
La luz de la luna se derramaba con su brillo siniestro por un amplio tragaluz de colores emplazado en el techo. Por todas partes se asomaban brazos, piernas, torsos, cabezas y partes de monstruos de cera sin terminar, pero había además otras cosas que delataban la perturbadora naturaleza del artista: féretros con símbolos esotéricos y extrañas vitrinas con réplicas de partes humanas en diferentes grados de descomposición.
Grandes botellas rojas con diversos nombres de personas abrumaban una repisa junto a decenas de botes de pintura. En el centro sobresalía un horno con el que se preparaba la cera, y sobre él, una inmensa olla rebosante de la sustancia color carne.
Coraline no perdió el tiempo, caminó al escritorio más cercano y tomó un dibujo que descansaba sobre una enmarañada pila de papeles. En el boceto se dibujaba una curiosa catrina mexicana.
—No fue tan difícil —mencionó en un suspiro.
Antes de que pudiera moverse, una mano la tomó por el cabello y le precipitó el rostro en dirección a la olla.
—¿Que mi...?
El horno se encendió y la cera comenzó a hervir. Aquel líquido ardiente ahogaba sus gritos.
—¡Está bien, tú ganas, pagaré el maldito auto, detente! —exclamó, retorciéndose mientras luchaba en un esfuerzo que habría arrancado montañas.
Quería pensar, pero no podía, algo no se lo permitía. Su cerebro estaba a punto de explotar y los ojos le sangraban. No se enfrentaba a seres con una mente que pudiera manipular a su antojo, lo que la aferraba era la monstruosa mitad inacabada de una espantosa gárgola.
Sobre la estudiante se arremolinó la horda de extremidades y monstruos esculpidos en cera, todos empeñados en la misión de sofocar los gritos.
—¡Yo lo hice! ¡Hice que la vieja bruja matara a su familia, por favor, ya basta, haré lo que quieras! ¡Lo siento!
Los brazos mutilados arrancaban mechones de pelo, cabezas decapitadas mordían sus tobillos y le desgarraban la piel, mientras tanto, el rostro de la aterrada chica se derretía.
—¡Perdón, no volveré a interrumpir, o molestar! —Sus lloriqueos ya eran angustiantes, y penosos.
De súbito, la olla cayó al piso. Coraline quedó libre, y de inmediato escapó llorando y gritando tan rápido como sus piernas se lo permitieron. Ni siquiera notó a Gertrud y Lyra observando el espectáculo al fondo del taller.
—Algo descuidado, pero efectivo —mencionó la anciana—. Si yo fuera usted, la habría matado hace muuucho tiempo. Dejarla con vida es un mal negocio.
Las figuras de cera cayeron inertes.
—Resérvate tus opiniones, Macabre. No todo se compra con dinero, Malevolgia es un mal necesario. Esto fue apenas una advertencia, sus heridas son superficiales. —Lyra recogió el boceto de la catrina, Coraline lo había tirado en el curso de su desesperación.
—Que linda, una oscura maravilla. —Al revisar la montaña de papeles, descubrió que esa misma imagen se repetía en muchas de las hojas.
—Una obsesión peculiar, ¿será alguien importante? —preguntó la anciana.
La rubia negó con la cabeza.
—Delirios de una mente enferma. Asegúrate de que limpien este lugar. Preparé algo para que reemplacen la última obra de mi nuevo museo. Que Clockwork se retuerza en su inmundicia.
Horas más tarde, el establecimiento abrió sus puertas al público. Como era de esperarse, la última colección causó desmayos y ataques de pánico (más de los habituales). Pese a todo, un grupo de críticos y entusiastas del arte llegaron a la última pieza.
Primero hubo silencio, pero no pasó mucho para que empezaran las risas, risas sádicas y desenfrenadas, cosa extraña en el museo.
—¡Miren!, el ególatra, modeló sus propias facciones en su última obra —exclamó un hombre gordo entre molestas carcajadas.
La última obra consistía en una reproducción del propio Benjamín Clockwork, iba vestido como payaso de fiesta. Alrededor, una docena de niños pequeños parecía burlarse de él mientras le sacaban la lengua.
«Caíste» era su título.
La multitud tuvo reacciones varias. Los críticos más difíciles de complacer señalaron aquello como una burla sin mucho valor, pero la mayoría terminó por aplaudir; el realismo era increíble y hubo muchas interpretaciones sobre el verdadero significado oculto.
Los siguientes meses, la popularidad del museo se disparó, generando jugosas ganancias. Corwen and Rollo adquirió las propiedades adyacentes para instalar cualquier negocio que pudiera sustentarse vendiendo artículos relacionados al miedo: el Cine Blackwood de Medianoche, tiendas de antigüedades atestadas de supuestos objetos malditos, restaurantes con temáticas extravagantes, etc. Bolter Street se convirtió en la Calle del Terror, otro polo de atracción turística para Londres.
¿Quién no querría visitar el lugar más aterrador del mundo?
El Primigenio apartó la mirada. Aquel periódico regresó a su lugar junto a las demás historias. Él mejor que nadie sabía que existían historias en las que el bien y la justicia no eran variables dentro de la ecuación. En esta, el mal se alzaba victorioso, ¿quién podría detener a un monstruo de la talla de Corwen?
Pero sin el miedo no podría existir la valentía, sin la desgracia no había compasión, sin el mal no existía el bien, y sin villanos no había héroes...
—Un mal necesario —pensó. Odiaba esa frase, le parecía malvada y frívola, a la vez que real y triste—. Ningún mal es eterno, ni las estrellas duran para siempre, y lo que era todo, será nada.
El mar de objetos a su alrededor comenzó a resplandecer y moverse, había muchas más historias por revelar. Registrar los infinitos secretos del Nexus era su labor, y aún quedaba mucho por descubrir.
Allí las leyendas vivían, amaban, lloraban y morían. Allí se desafiaba al destino y se negaba la perdición. Eso era el Nexus.
Pocos afortunados eran juzgados como dignos de asistir a las extrañas fiestas privadas de la casa Corwen; verdaderos nidos de placer y riqueza, donde se reunía lo mejor y peor del mundo, desde hijos de familias arruinadas, a actrices famosas, estafadores, parásitos, magnates, apóstatas, deportistas y políticos. Música notable y selecta, pero extraña, obras de arte valuadas en millones, autos y joyas más costosas que países enteros.
Un desconocido se abrió paso en el pandemónium de lujos nocivos y grandilocuentes aduladores. En su osadía, perfiló sus pasos hacia la señora de la casa; ella, rodeada de santos y maléficos, se percató de la intrusión.
—Que espécimen tan fascinante —dijo Lyra, mientras sus finos labios de cereza formaban una sonrisa que habría inclinado un rey a sus pies.
Pero el hombre de traje se mantuvo firme. Llegó hasta ella apartando gentilmente a los alegres invitados que se hacían a un lado por instinto, provocando un sentimiento casi desconocido para los asistentes, miedo...
Aquel extraño besó el dorso de su mano con sensualidad.
—Señorita Corwen, un placer conocerla —la saludó, desafiante y provocador.
—El placer es todo suyo, ¿señor? —inquirió, levantando ambas cejas, sorprendida e intrigada ante el atrevimiento.
—Maxwell. Logan Maxwell —respondió él, notando la particular fijación de Corwen en el prendedor totémico de su saco—. ¿Sabe? Hay rumores de que usted es una bruja, una vampiresa, también hay quienes dicen que es Satanás en persona —comentó en un susurro, y observó la reacción de la mujer, quien dejó de sonreír, sin embargo, sus ojos brillaban como dos océanos de sangre.
—¿Sabe? La envidia es carcoma de los huesos. Un hombre con su porte no debería creer todo lo que escucha. Pese a su evidente falta de tacto e ignorancia, ha conseguido llamar mi atención. —Él volvió a sonreír con encantadora y divertida modestia—. ¿Qué puedo hacer por usted, señor Maxwell?
El hombre amplió su sonrisa.
—Tengo una propuesta de negocios que podría ser de su interés, señorita Corwen...
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