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Cuando tenía treinta y tres años era dueño de mi propia empresa de entretenimiento.

Una mañana de abril mi celular sonó mientras daba una conferencia de ideas.

— Disculpen, sólo tardaré un momento — dije a mis compañeros antes de abalanzarme hacia el pasillo.

— ¿Gatito? ¿Está todo bien?

— En realidad... — mi esposo hablaba lento al otro lado de la línea —. ¿Crees que puedas venir a casa? Acabo de romper bolsa y no sé que hacer. Sólo sé que duele mucho. Al parecer el pequeño Jisung no puede esperar más.

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