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Cuando tenía veintisiete años recordé a Felix. Recordé sus besos, recordé sus caricias, recordé sus abrazos, recordé sus "te amo". Recordé su rostro por las mañanas, recordé sus bromas sin sentido, recordé su risa. Recordé mi fiesta de cinco años, donde lo llamé Gatito. Y lloré porque supe que nunca había dejado de amarlo.

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