Capítulo 5
Jungkook mantenía una mano firme sobre el volante mientras sus pensamientos viajaban más rápido que el auto. La carretera oscura se extendía frente a ellos, iluminada solo por los faros y los letreros intermitentes que anunciaban la proximidad de la ciudad. No habían cruzado una palabra desde que salieron de la base, pero a Jungkook no le molestaba el silencio.
Lo que sí le molestaba era todo lo demás. Para empezar, el auto. ¿De dónde demonios lo había sacado Park Jimin?. Jungkook no recordaba haber recibido un vehículo para la misión, pero cuando salieron de la base, el rubio simplemente lo llevó hasta un garaje subterráneo oculto tras una puerta reforzada. Ahí estaba el auto: negro, discreto y con modificaciones que no eran estándar.
Jimin no dio explicaciones y Jungkook tampoco preguntó. Después de todo, había algo más que lo tenía inquieto: La base estaba demasiado cerca de la ciudad.
Durante la semana que llevaba en los Perros de Caza, Jungkook apenas había tenido tiempo de estudiar el mapa del lugar, pero lo poco que había aprendido no incluía una red de túneles subterráneos que conectaban la base con distintos puntos de la ciudad.
Cuando le preguntó a Jimin por ellos, este solo había sonreído con burla.
"Evacuaciones, rutas de escape, cosas aburridas. No te preocupes, vicecapitán, si algún día te sacan de la cama con una pistola en la cabeza, agradecerás saber por dónde correr."
Jungkook chasqueó la lengua, aún molesto. ¿Desde cuándo existían esos túneles? ¿Por qué nadie le mencionó nada sobre ellos? Y, sobre todo... ¿Desde cuándo estaban investigando Anastasia? Esa era la verdadera pregunta que lo carcomía.
No había tenido contacto con Taehyung desde su llegada. Nada. Ni una llamada, ni un mensaje, ni siquiera un estúpido "buena suerte". Taehyung lo envió aquí a propósito, el lo sabía. Lo sabía desde el momento en que lo envió a esta unidad sin decirle absolutamente nada.
«Me las vas a pagar, imbécil.» Pensó Jungkook y apretó el volante con más fuerza.
Taehyung no le había dicho nada sobre que su traslado estaba relacionado con Anastasia, ni sobre que el capitán Min ya estaba investigándola. ¿Qué tanto sabían? ¿Qué tanto le estaban ocultando?
Miró de reojo al copiloto, Jimin iba con las piernas apoyadas contra el tablero, el rostro girado hacia la ventana mientras observaba la ciudad que se acercaba. Parecía ajeno a todo, completamente relajado, como si esto fuera un simple paseo nocturno.
Había algo irritante en su tranquilidad.
Su mirada descendió, apenas un segundo, y entonces la vio.
La curita.
Jungkook no entendía por qué lo había hecho. Ni siquiera lo había pensado demasiado en su momento, pero ahora, verlo con la pequeña curita en la mejilla le resultaba... extraño.
No molesto.
Pero tampoco agradable.
Desagradable era la herida.
Un corte en un rostro como ese era simplemente incorrecto.
«¿Quién demonios se atrevió a lastimarlo?.» Pensó Jungkook pero no es que le importara, claro. Pero estaba seguro de algo: quien fuera que lo hizo, ya lo había pagado.
—Baja los pies del tablero —dijo de repente, sin apartar la vista de la carretera.
Silencio.
Jimin ni siquiera reaccionó.
—Es peligroso, si freno de golpe te romperás la pierna.
—Qué considerado —murmuró Jimin con burla, sin moverse.
«Mocoso irritante.» Jungkook apretó la mandíbula. Pero por ahora, tenía que concentrarse en otra cosa.
El Oasis.
—Dame los detalles de la misión —exigió, decidiendo ignorar su actitud.
Solo entonces Jimin giró la cabeza para mirarlo, con esa maldita expresión de pereza y diversión, sus ojos se encontraron, un escalofrío recorrió la espalda de Jungkook, un reflejo involuntario que lo hizo apretar más el volante.
Jungkook desvió la vista primero, enfocándose en la carretera.
Los ojos de Jimin eran malditamente hermosos y eso lo molestaba más que cualquier otra cosa.
—El Oasis—dijo Jimin.
El nombre le resultaba familiar. Lo había escuchado antes en ciertos informes, pero, ahora, la forma en que Jimin lo decía, como si estuviera hablando de un simple local nocturno, le resultó incómoda.
—El burdel.
—Sí, pero decirle "burdel" es quedarse corto—Jimin sonrió de lado—No es solo un sitio donde los hombres de dinero se desahogan. Depravados, políticos, empresarios... todos los cerdos que creen que el mundo les pertenece. Se sirven de lo que quieran, cuando quieran y como quieran. Allí dentro, el dinero no solo compra placer, compra obediencia, compra silencio.
Jungkook no desvió la vista de la carretera, pero sus nudillos se tornaron blancos en el volante.
—Hay un precio por todo. Por compañía, por cuerpos, por sufrimiento. Algunos pagan fortunas solo por ver a otros suplicar. Y los que trabajan ahí... bueno, no todos están ahí porque quieren.
—Trata de personas—Jungkook tragó saliva.
—Oh, vicecapitán. —Se giró hacia él, con una sonrisa que no tenía derecho a estar en ese contexto—Es mucho más que eso.
Jungkook no podía ocultar la repulsión que se formaba en su pecho. Sabía que había lugares así, lo había escuchado en los informes, pero escucharlo tan crudamente, de los labios de Jimin, lo hacía peor.
El tono de su voz era liviano.
Sin emoción.
Como si estuviera describiendo el clima.
—Parece que lo conoces muy bien.
—Tengo mis fuentes—Jimin no se inmutó ante la indirecta.
El malestar en Jungkook creció. Jimin sabía demasiado. Pero su tono, su postura, la forma en que jugaba con las palabras, todo indicaba algo más. No lo había investigado... lo conocía.
«No todavía.»
Aún no tenía razones para sospechar de verdad.
—¿Cuál es el plan? —preguntó, queriendo salir del tema.
—Simple —respondió Jimin, y la forma en que lo dijo hizo que la piel de Jungkook se erizara.
Jimin giró el cuerpo hacia él por completo y lo miró con una intensidad que lo hizo sentir como si estuviera siendo cazado.
—Tú entras como cliente y yo entro como mercancía.
Jungkook sintió una incomodidad inmediata en el estómago.
—¿Perdón?
—Te haré una pregunta, vicecapitán. —Jimin entrecerró los ojos, como si estuviera analizándolo—. ¿Qué crees que pasaría si dos hombres armados entraran a ese sitio buscando respuestas?
Jungkook no respondió.
Jimin sonrió.
—Sería demasiado obvio. Nos estaríamos declarando como una amenaza. Nos cerrarían las puertas antes de entrar. Pero si jugamos bajo sus reglas...
—Tienes que ser uno de ellos. —Jungkook completó la frase.
—Exacto.
No era el plan en sí.
Era la forma en que Jimin lo decía.
Sin asco, sin vacilaciones.
Casi con diversión.
Como si esto fuera solo un juego.
Jimin no estaba compartiendo datos al azar. Su tono no era el de alguien que había leído sobre el lugar en un informe. No, esto era conocimiento de primera mano.
—Te harás pasar por un chico de compañía —dijo Jungkook, casi con incredulidad.
—Y tú serás un cliente con suficiente poder como para llamar la atención.
Jungkook lo miró.
Jimin lo miró de vuelta.
—¿Te molesta?
—Tu falta de vergüenza me molesta.
—La vergüenza es para quienes no saben ganar—Jimin soltó una carcajada suave.
Jungkook no supo qué lo irritó más: la audacia o la maldita sonrisa en su rostro.
—¿Cómo te infiltrarás?
—Ese es el mejor detalle de todos. La mercancía nueva siempre es evaluada antes de ser vendida. Y si hay algo que no puedes comprar en el Oasis, es la confianza. Los clientes más selectos son quienes tienen acceso a los productos más raros. Solo los mejores pueden pagar por lo mejor.—Jimin apoyó la cabeza contra el vidrio
—Tú serás ese "producto raro."
—Exacto.
—¿Y qué se supone que debo hacer yo?
Jimin le sostuvo la mirada con la expresión más inocente del mundo.
—Cómprame.
Jungkook pisó el freno más fuerte de lo necesario cuando se detuvieron en un semáforo.
Jimin se rió.
—Tu reacción es adorable.
—Esto es una locura.
—Locura sería tratar de infiltrarnos como un par de idiotas con placas.
—¿Y cómo se supone que consiga un pase VIP?
—Tienes dinero, tienes reputación. Y si eso no es suficiente, tenemos otra ventaja.
—¿Cuál?
—Que podemos hacer que sea suficiente.
«La mente de este mocoso estaba hecha de algo que no era normal,» pensó Jungkook.
—Eres un maldito psicópata.
—Un psicópata con un plan, vicecapitán—sonrió, disfrutando el insulto.
—Lo odio, pero funcionará.
Jimin sonrió y se acomodó de nuevo en su asiento, satisfecho. Pero en su interior, mientras miraba por la ventana, sintió algo extraño. Algo que aún no entendía, una punzada de... curiosidad... sobre Jungkook.
—Ah... esto será interesante —murmuró para sí mismo.
Jungkook, sin embargo, sí lo escuchó.
Y por alguna razón, esa frase lo inquietó más que todo lo anterior.
Jungkook mantuvo la vista en la carretera, pero podía sentirlo. Ese maldito mocoso lo estaba observando.
Desde el rabillo del ojo, captó la forma en que Jimin ladeaba la cabeza apenas un poco, con esa sonrisa ligera y ojos cargados de algo que no terminaba de definir. Era como si lo estuviera midiendo, diseccionando cada una de sus reacciones con la misma facilidad con la que alguien abriría un libro y leería en voz alta.
—¿Sabes qué es lo más interesante? —Jimin rompió el silencio con voz pausada, casual, como si estuviera comentando sobre el tráfico—. Que estás de acuerdo conmigo.
—¿De qué hablas? —Jungkook entrecerró los ojos.
—De mi plan —respondió con ligereza—. Al principio pensaste que era una locura, pero en ningún momento lo negaste. En ningún momento intentaste descartarlo.
Jungkook apretó los dientes, sin responder de inmediato.
—Eso significa que, en el fondo, lo aprobaste. —Jimin sonrió, viendo el reflejo de Jungkook en la ventana—. Dime, vicecapitán... ¿Cuánto tardaste en convencerte?
Era bueno.
Demasiado bueno.
Su manera de analizar las cosas era inquietante, como si todo el tiempo estuviera esperando un error, una grieta en la armadura de los demás para poder abrirla y meter las manos.
—No me jodas. —Jungkook soltó una leve risa sarcástica, negando con la cabeza—. Bastardo astuto.
—No es mi culpa que no puedas ocultar lo que piensas—Jimin se carcajeó suavemente, apoyando la cabeza contra la ventana.
Jungkook exhaló con pesadez, pero decidió dejarlo pasar. No iba a jugar a ese juego.
—Escucha bien, porque no lo repetiré. —Jungkook endureció la voz, tomando el control de la conversación—. Este plan tiene sentido, pero aún es una apuesta. Hay demasiadas variables que no podemos controlar.
—¿Por ejemplo? —Jimin ladeó la cabeza con interés.
—Tu infiltración. No podemos permitir que te descubran. Si sospechan de ti, estás muerto antes de que podamos obtener cualquier información.
—No me subestimes, vicecapitán.
—No lo hago.
Jimin sonrió apenas.—Entonces, ¿qué pasara si fallamos?
—No tendrás que saberlo si no cometes errores—Jungkook lo miró de reojo, notando la diversión en sus ojos.
—Me gusta cómo piensas.
—La persona que buscamos es un traficante de información —informó con voz neutral—. No se ensucia las manos con sangre, pero las empapa con secretos. Si Anastasia realmente existe, él sabrá algo.
Jimin silbó bajo—Un hombre de negocios, entonces.
—Llámalo como quieras, pero ten cuidado con él. Tipos como ese pueden ser más peligrosos que cualquier asesino.
—Oh, eso lo sé. En este mundo, la información vale más que cualquier piel desnuda.
Jungkook miró a Jimin, pero este solo sonrió con autosuficiencia.
—Hablas como si lo supieras muy bien.
—Lo sé, espero que sepas mentir, vicecapitán.
—Oh, Jimin... —dijo con un tono tan ligero que parecía diversión, pero no lo era—. Mentir es parte del trabajo—Jungkook soltó una risa baja y sin humor.
—¿Sí? —Jimin lo miró de reojo.
—Sí —respondió con tranquilidad—. Pero el truco no es solo mentir bien, sino saber cuándo la mentira se convierte en la única verdad que importa.
Jimin ladeó la cabeza, observándolo.
«Aún no, mocoso.»
—Ya llegamos —anunció Jimin, girando el rostro hacia el parabrisas.
El auto se deslizaba entre las calles oscuras del distrito rojo, donde la decadencia se disfrazaba de lujo y la corrupción se vendía con sonrisas pintadas de carmín. El aire era pesado, impregnado de un perfume barato y humo de cigarro. Desde la ventana, Jungkook podía ver a las mujeres apoyadas en los callejones, susurrando promesas vacías a los hombres que pasaban. También podía ver a los hombres bien vestidos que negociaban con otros en las esquinas, donde la verdadera mercancía no eran los cuerpos, sino los secretos.
El lugar estaba podrido hasta la médula.
Jimin, en cambio, parecía indiferente. Observaba las luces de neón con la misma calma con la que alguien vería un paisaje cotidiano, el distrito rojo es como una herida abierta en la ciudad. Puedes ignorarla, pero sigue infectando todo a su alrededor.
Él ya conocía bien ese tipo de mundo.
Lo había visto una y otra vez en su vida.
Gente de mierda.
Jimin parecía leerle la mente porque soltó una risa suave.
—No te preocupes, vicecapitán. Aquí no somos más que otro par de monstruos entre la multitud.
Jungkook no respondió, solo giró en una calle más estrecha y oscura hasta detenerse en un callejón apartado.
—Aquí —murmuró, apagando el motor.
Ambos bajaron del auto, Jungkook se ajustó la chaqueta de su traje oscuro. Jimin, en cambio, se tomó su tiempo. Se estiró con calma, como si apenas se hubiera despertado de una siesta.
—Listo —murmuró con una sonrisa ligera.
Jungkook lo miró, sintiendo nuevamente esa incomodidad latente en su pecho.
No por la misión.
No por el lugar.
Sino porque, por primera vez en años, tenía la sensación de que no era él quien tenía el control total de la situación. Y eso, definitivamente, no le gustaba.
—¿Sabes? Me gusta esto.
—¿El qué? —Jungkook no le devolvió la mirada, manteniendo su vista al frente.
—Tú.
—Por supuesto que te gusto, mocoso. Todos lo hacen.
—Qué modesto.
—Solo honesto.
—Pensé que sería más fácil hacerte caer, pero tienes más resistencia de la que esperaba.
—¿Esos fueron tus intentos? —Jungkook se burló—. Qué decepción.
Jimin entrecerró los ojos con una expresión casi infantil de frustración. Jungkook lo encontró... extrañamente tierno. No. No usaba "tierno" para describirlo. Molesto. Insoportablemente molesto.
Pero, de alguna manera, entretenido.
Jungkook no apartaba la vista del entorno. Saebyeok estaba más vivo que nunca, vibrante y podrido al mismo tiempo. Pero entre toda esa basura, Lim Hyunho era la peor clase de escoria.
—Dame su perfil —ordenó, volviendo al tema.
Jimin sonrió, como si hubiera estado esperando esa pregunta.
—Lim Hyunho, treinta y cinco años. Responsable de tráfico de personas, drogas y lavado de dinero. Especialista en desaparecer gente cuando ya no son útiles y volverlas a vender cuando lo son.
—Un proxeneta con contactos, en resumen.
—No cualquier proxeneta. Es quien mantiene las puertas del Oasis abiertas. Lo dirige, pero no es el dueño. No es más que otro perro sirviendo a sus amos, empresarios con nombres demasiado importantes como para ensuciarse las manos.
—¿Arrestos?
—Unos cuantos. La CSN lo ha atrapado varias veces. La policía también. Pero es un hombre con amigos en los lugares correctos, y su billetera es lo suficientemente gruesa como para comprar su libertad cada vez que lo necesita.
—Por supuesto —Jungkook sintió náuseas—. Qué conveniente.
—Ah, pero hay algo más interesante sobre él.
Jimin se detuvo un momento y lo miró por encima del hombro, su sonrisa afilada como una cuchilla.
—El comandante Kim Taehyung lo arrestó una vez.
—Taehyung.
—Mhm —Jimin asintió—. Fue un caso particular. Lo encontraron en plena calle, descalzo y cubierto de mugre, gritando cosas sin sentido. Lo único que repetía era...
Jimin hizo una pausa dramática antes de inclinarse un poco hacia él.
—"Anastasia existe."
—¿Eso dijo?
—Una y otra vez. Como un loco.
El estómago de Jungkook se revolvió.
Había escuchado muchas confesiones en su vida. Gente rogando por su vida, vendiendo secretos para salvarse. Pero había algo en esas dos palabras, en la forma en que Jimin las pronunció, que lo hizo sentir como si estuviera pisando un terreno que no debía pisar.
—¿Y qué más dijo?
—Nada útil. Parecía que su mente se había roto. Lo interrogaron, intentaron sacarle más información, pero lo único que repetía era lo mismo. "Anastasia existe. Anastasia existe".
Jungkook frunció el ceño.
La rabia ardía en su pecho.
No por Lim Hyunho. No por el caso.
Por la forma en que la justicia se convertía en una burla en las manos de los que podían pagarla.
Era asqueroso.
Inaceptable.
—Caminemos —dijo con voz firme.
Jimin lo miró de reojo, con una sonrisa ligera, pero sin decir nada más.
Y Jungkook, por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba en una partida de ajedrez donde ni siquiera estaba seguro de quién movía realmente las piezas.
Caminaron en silencio, Jungkook iba delante, con la mirada afilada, analizando cada calle, cada sombra, cada figura que se movía en la distancia. Jimin, a su lado, parecía menos preocupado por la discreción, caminando con una calma que rayaba en la indiferencia.
Este lugar tenía ojos y oídos incluso en las paredes. El tipo de sitio donde un paso en falso podía marcar la diferencia entre salir caminando o desaparecer sin dejar rastro. Pero lo que más llamaba la atención de Jungkook no era el entorno.
Era Jimin.
El mocoso resaltaba demasiado.
No importaba que caminara con tranquilidad, que sus pasos fueran ligeros o que su expresión se mantuviera despreocupada. Había algo en él que atraía miradas, algo que hacía que la gente lo notara sin siquiera darse cuenta.
Era la presa perfecta.
Hermoso, joven, un premio que cualquiera en este agujero estaría dispuesto a pagar.
Pero Jungkook no era estúpido.
Antes de que cualquiera se atreviera a intentar cazarlo, Jimin ya habría trazado la forma en que los haría caer. Era un depredador y podía verlo en la forma en que escaneaba el lugar. Cada persona con la que cruzaban miradas, cada detalle del entorno, cada salida. Estaba absorbiendo información. Jugando su juego.
Las piezas se estaban moviendo en el tablero de Park Jimin.
Desde el momento en que puso un pie en el distrito rojo, todo aquel que respirara en estas calles no era más que un peón dentro de su juego.
Pero al final del día...
«Seguía siendo el juego de un mocoso inmaduro narcisista.»
Jungkook soltó un leve suspiro, la estrategia de Jimin le resultaba inquietante, pero no podía descartarla. En un sitio como este, no había forma de infiltrarse con fuerza bruta o con insignias. Si querían entrar sin levantar sospechas, la única manera era convertirse en parte del sistema, la escoria de este lugar no haría preguntas mientras alguien pagara lo suficiente.
Una infiltración fácil, sucia, asquerosa... pero efectiva.
—Ya llegamos—Jimin hizo un leve gesto con la cabeza.
Jungkook levantó la mirada. Desde la distancia, el Oasis se alzaba ante ellos.
El edificio era viejo, con una arquitectura que alguna vez debió haber sido elegante, pero que ahora solo era una fachada más para ocultar la podredumbre que habitaba dentro. Las luces rojas y doradas que adornaban la entrada parpadeaban como un aviso de peligro disfrazado de seducción. Un nido de ratas escondido a plena vista.
—¿Es aquí? —preguntó Jungkook, aunque ya sabía la respuesta.
—Sí —respondió Jimin, con una sonrisa ligera—. No es lo que esperabas, ¿verdad?
—Parece más descuidado de lo que imaginé.
—Querían ser discretos —explicó Jimin—. Al fin y al cabo, los peces gordos que vienen aquí no quieren ser descubiertos.
Jungkook asintió lentamente.
Este tipo de sitios nunca destacaban demasiado.
El verdadero dinero no se gastaba en hacer que el lugar luciera lujoso. Se gastaba en asegurarse de que aquellos que entraran nunca hablaran de lo que vieron.
Pero, ah... qué graciosos son. Qué ingenuos. Qué deliciosamente ridículos. Creen que entienden el juego, creen que saben cómo jugarlo. Pero, ¿no es divertido? ¿Verdad, Jimin?
—Deberíamos hacerlo lo antes posible —dijo Jimin— el líder de los capitanes no va a esperar demasiado.
—No tenemos suficiente información sobre el Oasis como para infiltrarnos todavía.
Jimin bufó.—Sí la tenemos. Sabemos que los peces gordos están aquí. Sabemos que el objetivo está aquí. ¿Qué más necesitamos?
—¿Sabes cuántos empleados tienen? ¿Cuántos guardias hay dentro? ¿Qué rutas de escape existen? ¿Si tienen seguridad privada o si están bajo la protección de otra organización?
Jimin ladeó la cabeza, como si estuviera considerando sus palabras.
—Puntos válidos, vicecapitán.
—Exactamente—Jungkook cruzó los brazos—No podemos entrar así como así sin conocer cómo trabajan por dentro.
Jimin sonrió de lado, con esa expresión descarada que siempre lograba sacarlo de sus casillas.
—¿Cómo que no?
Jungkook apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Jimin intentara moverse.
—¡Park Jimin! —Jungkook lo sujetó de la muñeca antes de que pudiera siquiera dar un paso.
El rubio lo miró con diversión, sin siquiera intentar zafarse.
—¿Qué pasa, vicecapitán? ¿Tienes miedo?
—No, pero parece que tú tienes demasiada confianza en tu estúpida suerte.
Jimin se inclinó un poco hacia él, como si estuviera esperando que Jungkook se retractara.
—Admitámoslo, tu mejor movimiento es lanzarte directo al ataque. No eres tan diferente de ellos.
—No me compares con un montón de descerebrados que solo saben usar la violencia.
—Oh, entonces te ofendería si dijera que tienes la mentalidad de un soldado promedio—murmuró Jimin, con una sonrisa inocente que no coincidía con la burla en su tono.
Jungkook apretó la mandíbula.—Lo que me molesta es que un mocoso irresponsable piense que su única solución es correr directo hacia el problema.
—¿Y qué propones, vicecapitán? ¿Que nos quedemos aquí parados haciendo nada?
Jungkook entrecerró los ojos, dispuesto a responder, pero de repente, algo llamó su atención. No hubo tiempo para advertencias. En un movimiento rápido, tomó a Jimin del brazo y lo jaló con fuerza hacia la pared más cercana, presionándolo contra la superficie áspera.
—Mmhh—Jimin trató de hablar, pero Jungkook cubrió su boca con la mano, manteniéndolo en su sitio.
Pudo sentir cómo la respiración de Jimin se agitó levemente bajo su agarre, cómo su cuerpo se tensó por la sorpresa. Jungkook no prestó atención. Sus ojos estaban fijos en la entrada del Oasis. Había un hombre allí. Alto, con traje de diseñador y una expresión que exudaba arrogancia y poder, el lenguaje corporal lo delataba, era alguien acostumbrado a que todos se movieran a su voluntad.
Ese tiene que ser Lee Hyunho.
Jimin dejó de forcejear y notó que la atención de Jungkook estaba en otra parte. Cuando el agarre sobre su boca se relajó, Jimin lo miró con ojos brillantes, curioso. Jungkook bajó la mano lentamente, pero su rostro aún estaba demasiado cerca del suyo. Y fue entonces cuando lo notó, el leve tono rosado en las mejillas de Jimin. No demasiado marcado, pero lo suficiente como para que Jungkook lo viera claro incluso en la tenue iluminación del callejón.
¿Se sonrojó?
Su mirada descendió instintivamente hasta sus labios, y luego volvió a sus ojos.
Hermosos.
Malditamente hermosos.
Jimin parpadeó lentamente, y por primera vez desde que lo conoció, Jungkook vio algo distinto en su expresión.
No descaro.
No burla.
Sino duda.
«Qué tímido es este chico tan bonito.» Jungkook desvió la mirada con rapidez y se separó de él, recuperando su compostura.
—Debemos ser más cuidadosos —dijo, sin girarse—. Nadie puede vernos juntos actuando sospechosamente.
Jimin cruzó los brazos, recobrando su actitud habitual.
—Tú llamas más la atención que yo, vicecapitán.
Jungkook ignoró el comentario.
—Míralo bien. —Señaló sutilmente hacia la entrada—. ¿Es ese Lee Hyunho?
Jimin se acercó un poco, sin despegar la espalda de la pared, observando con cautela. Al ver al hombre, inclinó la cabeza con interés.
—Sí, es él—hubo un leve brillo en su mirada antes de que se volviera hacia Jungkook.—Pero... ¿cómo lo supiste?
—Porque los hombres como él son fáciles de leer—Jungkook miró de nuevo al hombre que se encontraba en la entrada—No hay inseguridad en su postura. No está nervioso ni incómodo, lo que significa que está en casa. Su mirada no se detiene en nadie en particular, pero tampoco evita a los guardias, lo que me dice que es alguien acostumbrado a dar órdenes, no a recibirlas. Su traje. No es de segunda, ni comprado en tiendas locales. Está hecho a medida, con telas caras, pero sin ser ostentoso. Es el tipo de persona que quiere que sepan que tiene dinero, pero que no le interesa llamar la atención de extraños—hizo una breve pausa.—Pero lo más obvio fue la forma en que los empleados reaccionaron al verlo.
Jimin inclinó la cabeza, observando.
Los guardias le abrían paso, pero no con miedo, sino con reconocimiento.
Las mujeres lo miraban con interés, pero sin entusiasmo real.
Los clientes a su alrededor, sin embargo, evitaban cruzarse en su camino.
—Un hombre con poder, pero sin lealtades.
—Exacto.
—Vicecapitán, no sabía que sabías leer a la gente tan bien—Jimin sonrió, fascinado.
—No es difícil cuando has tratado con tantos como él.
Jimin lo miró un segundo más, antes de que su sonrisa se ensanchara.
—Oh... esto se pondrá interesante.
Jungkook no supo si Jimin se refería a la misión o a él mismo, ninguna de las dos opciones lo tranquilizaba.
Jimin sonrió, no una sonrisa cualquiera. Era la sonrisa de un niño a punto de hacer una travesura. Antes de que Jungkook pudiera detenerlo, Jimin comenzó a caminar con paso ligero, con las manos en los bolsillos y una despreocupación que le hervía la sangre.
—Jimin. —Jungkook frunció el ceño—. Detente.
Jimin giró ligeramente la cabeza, lo justo para mirarlo de reojo con una expresión llena de descaro.
—Vamos, vicecapitán. —Le guiñó un ojo—. Seré tuyo esta noche, ¿no? Tendrás que venir por mí.
Y sin previo aviso, le lanzó un beso al aire.
—¡Maldito mocoso! ¡Regresa ahora mismo!
Pero Jimin solo sonrió, se giró por completo y continuó caminando directo hacia la entrada del Oasis, sin mirar atrás.
«Debí saberlo. No. Ya lo sabía.»
Ese maldito mocoso era un indisciplinado, un insubordinado con el ego inflado hasta el cielo. Alguien que no iba a seguir un plan y como un estúpido, decidió ignorarlo.
«No. Lo olvidé.»
Porque hasta ahora, Jungkook había creído que podía leer a cualquier persona. Políticos, criminales, soldados, gente rota por la guerra y gente podrida por el poder. Siempre podía descifrar sus intenciones, siempre podía prever sus movimientos, pero Park Jimin... Park Jimin era un maldito acertijo. El único al que no podía leer. Jungkook inhaló profundamente, intentando calmar la frustración que le recorría el cuerpo pero cuando parpadeó, Jimin ya no estaba a la vista.
—Mierda.
Y entonces, sin pensarlo más, se enderezó, ajustó su chaqueta y comenzó a caminar con paso firme hacia la entrada del Oasis.
Si ese mocoso quería jugar, entonces que lo hiciera.
Pero Jungkook también sabía jugar.
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