Prólogo


*Melien

(Cinco años después de la caída de Camelia)

Era un día precioso.

Afuera el clima era excelente, una mezcla que rozaba lo caluroso, sin llegar a abandonar el fresco que provenía de las corrientes suaves de aire; los automóviles transitaban con normalidad varias calles por debajo del piso en el que se encontraba, pero el tráfico era casi inexistente.

La luz se filtraba por la ventana abierta que también permitía la entrada de la brisa matutina, ventilado así aquella habitación con olor a flores y medicamentos.

Medicamentos. Siempre olía a eso, y ni siquiera con el paso de los años pudo llegar a acostumbrarse.

Fármacos, somníferos, vitaminas, de todo. En la mesita a su lado y en su cuerpo había de todo.

Esa mañana que comenzaba, podía describirse, fácil, como perfecta; aparentaba ser el principio de un día tranquilo, y, aun así, para la joven que se mantenía sentada a un lado de la cama, no era para nada agradable.

Nunca lo era.

Así lloviera, o estuviera soleado, era igual, y lamentablemente no en el buen sentido.

Llevaba años sin que hubiera un día "agradable", un día "bueno". Uno en el que, aunque lloviera, tronara, o relampagueara, se sintiera bien, se sintiera en casa.

Un día que no fuera gris, vacío, solitario.

Habían transcurrido cinco años desde que Dahana perdió lo más importante en su vida, habían transcurrido cinco años desde que sus días se volvieron un infierno monótono y aburrido, habían transcurrido cinco años... Con la llegada del alba se estaban cumpliendo cinco años.

Suspiró en su lugar, y por un breve instante que se perdió en el tiempo, volvió a ser ella, a ser humana.

En la habitación, todo estaba en silencio, con excepción del monitor que mostraba el ritmo cardiaco de la joven postrada en la cama frente a ella, sin intenciones de despertar. Aquel pitido que resonaba cada ciertos segundos era lo único que acompañaba la estancia, irrumpiendo el silencio que podía volverse abrumante.

Dahana pasaba en aquella habitación la mayor parte de su tiempo. Su vida desde que Tania había caído en coma se redujo a una habitación de cuatro paredes, y, de vez en cuando, a una oficina que quedaba a dos cuadras de donde se encontraba, y que, casualmente, debía de ser al lugar al que debía de estar dirigiéndose, cosa que, no estaba haciendo.

La UESI no solo perdió a su miembro más fuerte ese día, hacía exactamente cinco años, sino también a su líder, quien, poco a poco se fue consumiendo sin poder volver a ser la misma.

Ya no quedaban sonrisas pintadas en el rostro de Dahana, la alegría dejó su alma junto a otras emociones positivas, ya no era la chica amable que estiraba su mano para levantar a cualquiera, su cuerpo y salud decayeron porque descuidaba de ellos; incluso su forma de operar sufrió cambios que no pasaron desapercibidos. En los últimos años la taza de efectividad de la organización aumentó a niveles extremos, y con ello, su taza de brutalidad.

Si antes Dahana se destacaba por ser compasiva y misericordiosa, con la pérdida de su compañera volteó las cartas y dejó de lado la bondad; durante las operaciones que lideraba, nadie del bando enemigo quedaba con vida. En su grupo cercano comenzaron a preocuparse por el repentino cambio de su amiga, pero nada pudieron hacer para cambiarla o frenarla, la única persona que hubiese podido hacerla entrar en razón estaba ausente.

La mente de Dahana divagaba tanto que ni siquiera reaccionó cuando la puerta de la habitación se abrió, dándole paso a sus amigas, quienes ingresaron sin hacer escándalo y se sentaron en los sillones, alrededor y junto a ella, dejándole un espacio para no incomodarla.

—Dahana. —llamó Minerva en tono tranquilo, lo cual era algo raro en aquella albina con carácter fuerte y explosivo.

Sin mirarla, Dahana respondió en un tono demasiado frío, demasiado hueco.

—Dime.

—Me quedaré esta noche contigo. —prosiguió Minerva, suavizando aún más su voz.

Había transcurrido un tiempo y se sentía vacía, al igual que Dahana había perdido su característica alegría y sus ganas de insultar a todo mundo, le frustraba saber que, aunque intentó hacer algo para reanimar a su amiga no dio resultado alguno.

Día a día, a espaldas del resto, se culpaba por no haber podido proteger una vez más a Tania, se culpaba por ser débil, por haberle arrancado su final feliz a Dahana, se culpaba, se odiaba... Pero era buena mintiendo, era buena escondiendo lo que sentía, era una gran actriz que durante cinco largos años hizo hasta lo imposible para que las chicas que la rodeaban no notasen lo quebrada que en realidad estaba.

Todas se mantenían al tanto de lo afectada que quedó con la pérdida de Tania, sin embargo, no sabían que aquello la estaba destruyendo como a Dahana.

—Como quieras. —respondió Dahana entrelazando sus manos, en donde aún se notaba la sortija que su pareja le obsequió como una promesa.

Una promesa que quizá no se podría cumplir.

—Dahana.

Esta vez fue Romina quien la llamó.

—¿Sí? — Dahana observaba a Tania. La armera seguía siendo hermosa, aunque sus facciones hubieran adelgazado un poco, además, le gustaba que siguiera igual que en ese entonces. Minerva le había dicho que, al haber caído en coma, entró en un estado en el que su cuerpo no envejecería por mucho tiempo que pasara, a menos que Minerva muriera y dejara de sustentar y mantener el poder rejuvenecedor. Saberlo la reconforta de cierto modo. —¿Qué sucede? —retomó, luego de una pausa demasiado larga que comenzaba a tornarse eterna.

Romina dudó, sabía que estaba por meterse en la boca del lobo, pero ya había discutido aquello con las demás, ya habían trascurrido varios años y, aunque comprendían el amor de Dahana por Tania, igual debían conseguir que Dahana dejara de apagarse solo porque Tania no estaba a su lado.

Tal vez estaba mal, pero... Quería intentarlo, quería intentar que Dahana comenzara a ver a más gente, quería lograr que tuviera su final feliz, aunque no fuera el que deseaba en un principio.

Si se esforzaba, si la convencía...

—Dahana. —repitió la pelirroja, como si decir aquel nombre le ayudara a armarse de valor. —Hay una chica que es muy amable, la conocimos en la cafetería de siempre, trabaja allí y es muy dulce, agradable, y, creemos que sería una buena compañera.

—Me imagino que sí. —contestó la joven sin emoción alguna en sus palabras. —¿Por qué me dices esto? ¿Quieres mi aprobación para que salgas con ella? ¿Mi bendición? Haz lo que quieras, no me interesa, pero si te lastima le partiré la cara.

Todas intercambiaron miradas, aquello no estaba dando resultados, al menos no los que tenían previstos.

—No, no es eso...

—¿Entonces? ¿Quieres que la contrate? Podría hacerlo, pero necesitaría entrenar para estar a la altura de los escuadrones y...

—Tampoco. —interrumpió Romina sin alzar demasiado la voz. —Queremos que salgas con ella.

Las chicas tuvieron que contener el aire cuando Dahana no dijo nada, quizá lo habían logrado, quizá finalmente...

—¿Qué dijiste?

El tono frío pasó a ser afilado.

R hizo una mueca, ella se los había advertido, les repitió varias veces que no entraran en terreno peligroso. ¿Y qué hicieron? La ignoraron. En su momento, Minerva quiso detenerlas, pero dejó de insistir, si querían proceder con su plan de darle una nueva compañera a Dahana, las vería morir con gusto.

—Que puedes darle una oportunidad para...

Romina se calló abruptamente al ser fulminada por la intensa mirada de su líder, quien solo anunciaba una cosa... Que estaba más que muerta.

—Te llevaré flores a tu tumba. —le susurró Henna, regalándole un par de palmaditas, que, bien podían ser las últimas que Romina recibiera en su vida.

—Yo igual. — Ruby y Nilsu hablaron al mismo tiempo para luego tomarse de las manos y esperar, detrás de sus espaldas, ambas cruzaron los dedos, aunque no sabían si para salvar a Romina o para que su plan inicial tuviera éxito.

Dahana se levantó lentamente, una de sus dagas bailaba en su mano derecha de forma peligrosa. Romina tragó saliva, si salía viva de allí prometía comenzar a ir a la iglesia, porque sería un milagro seguir con vida luego de haber enojado a aquella mujer.

—Escuchen esto...— Dahana enterró la daga en la pared mientras seguía fulminando a Romina. —¡NO QUIERO A NADIE MÁS! ¡NO NECESITO A NADIE MÁS! —Las lágrimas traicioneras se acumularon en sus ojos, no aguantó más y se derrumbó abrazándose a sí misma. —Por favor... Comprendan, no quiero a nadie que no sea ella. No puedo, no...— Dahana negó con la cabeza. —No...-

—Hey, linda. —Charlotte le entregó a R a su hija menor y corrió a abrazar a Dahana. —Tranquila, está bien. No es necesario dar explicaciones, entendemos, no volveremos a hacer nada.

—Ella...—Dahana se aferró a la cintura de Charlotte, hacía mucho que nadie la había abrazado. —Ella va a despertar... ¿Verdad?

Charlotte parpadeó, alejando las lágrimas que igual querían salir de sus bellos ojos.

—Sí mi niña, sí lo hará.

—¿Va a cumplir su promesa, cierto? —Dahana ya no lloraba, centrada en su anillo, aquella hermosa joya, que, con el tiempo se volvió una atadura a un pasado que se negaba a aceptar. —Va a casarse conmigo, ¿verdad?

—Lo hará. —respondió Charlotte con voz cortada.

—Mami. —Drem, la hija de R miró a su madre. —¿Por qué mamá está llorando?

—Por nada cielo. — R acarició el cabello de su pequeña. —Por nada.

Dahana sabía que mentía, sabía que sí pasaba algo, algo que todas comprendían, incluso ella, y se negaba a admitirlo con todas sus fuerzas. No podía ceder ante la idea de que Tania Nevor jamás volviese a abrir los ojos, al menos no en aquella era, al menos no mientras ella seguía viva.

Siempre había creído en los finales felices, y justo por eso no podía evitar preguntarse...

¿Dónde carajos estaba el suyo?

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