El infierno al que los demás llaman vida.
Capítulo II
Una pequeña de cuatro años era arrastrada a una habitación donde un hombre mucho mayor que ella la esperaba con una mirada morbosa que incluso llegaba a ser sínica. La niña pataleaba y lloriqueaba con todas sus fuerzas, sin embargo, el agarre de la mujer que la llevaba era duro como el acero, su corazón era bastante similar.
Inquebrantable a pesar de las súplicas.
Insensible a pesar del llanto.
—¡Cállate de una buena vez! — rugió, harta del berrinche escandaloso de la menor, quien iba resistiendo con todo lo que tenía para no ser sometida con facilidad.
La orden sonó en todo el pasillo y llegó hasta los oídos de Penny, al escuchar a Vera gritar comenzó a sollozar por no poder hacer nada para evitar la violación de la niña. Ella misma se encontraba en una situación similar, un hombre a pocos pasos de volverse anciano, estaba sobre ella, penetrándola una, y otra, y otra vez. Gotas saladas escurrieron de sus ojos, odiaba esta vida. Odiaba el infierno al que estaba sometida cada día, pero, aunque quisiera no podía hacer nada para escapar.
Escapar.
Eso era lo que deseaba, lo que más quería.
Irse lejos, muy lejos, donde ella no pudiera encontrarla, donde nadie la abusara hasta hacerla sangrar.
Deseaba irse, pero solo era eso, un deseo. Uno que llevaba años sin cumplirse.
— Alas. — gimió el hombre en su oído. — Quiero ver si es verdad que eres una dotada. — Le mordió la oreja y Penny no pudo evitar soltar una súplica.
Detestaba hacerlo, detestaba suplicar, más, en su estado y condición actual, era lo único que podía intentar para salvarse.
— Por favor...
Sus labios dejaron escapar una plegaria que fue ignorada.
— ¡ALAS! — gritó el hombre aumentando el ritmo y los malos tratos al delgado cuerpo femenino que se retorcía sin parar, buscando la forma de huir, de ser libre.
La chica de rubios cabellos y ojos azules asintió despacio. Las esclavas sexuales eran muy populares en este mundo corrupto, pero las chicas del harén de Vera eran especiales, porque todas ellas gozaban de dones, eran dotadas. Muchos creían que esto era un problema, ya que podrían aprovecharlos para escapar, pero, eran dones de categoría simple y no servían de mucho.
No servían para nada.
Penny cerró los ojos e invocó sus alas de acero.
Alas de ángel, decía Arnold cuando la veía.
Alas de cuervo, corregía Vera con un brillo especial en los ojos.
Un par de simétricas combinaciones hechas de un metal delicado, fino, y que, si se entrenara con más frecuencia, quizá incluso pudiera ser filoso.
— Bien. Eso es. — El anciano depravado volvió a su juego de tocarla y ella se estremeció ante cada roce.
Manos callosas y ásperas se deslizaban por su piel suave, dejando marcas muy visibles encima de otras, igual o más horribles.
Pasaron varios minutos que parecían interminables antes de que aquel sujeto acabara y saliera de la habitación dejándola tirada. Penny tenía el alma rota, había soportado esto por años. Había vivido así por tanto tiempo y sentía que ya no podía más.
— Levántate, tu siguiente cliente estará aquí en diez minutos. — anunció Vera.
Penny alzó la vista, aquella mujer era desgarradoramente hermosa. Tenía una tez morena que combinaba a la perfección con el cabello negro que le llegaba hasta la barbilla, sus ojos cafés, con un toque de dorado, le daban un aire de depredadora, la hacían lucir como una reina, era una reina, al menos ahí, y era tan linda que dolía verla.
— Penny. — Vera volvió a llamarla sin sonar agresiva o dura. — ¿Me escuchaste? —preguntó con dulzura.
— Sí. — Penny hizo un esfuerzo para erguirse, el dolor entre sus piernas se lo impidió. Sí la escuché.
— Bien. —Vera se acercó y le acarició el cabello rubio. — Arnold vendrá a echarte una mano.
Dicho esto, se dio media vuelta y se fue, Penny suspiró y se apresuró a vestirse, haciendo muecas de dolor en el proceso. Ella era la favorita de Vera, ¿por qué? No lo sabía. Simplemente su trato hacía ella era más dulce que con el resto, y aunque se odiaba por ello no podía evitar sentir un leve alivio.
— Pequeña, estás hecha un desastre. — Un chico que rondaba los veintisiete años entró a la habitación. Su tez era igual que la de Vera, su cabello lucía un bello tinte naranja, demasiado brillante, demasiado alegre. Llevaba túnicas y gafas con armazón en tonos dorados, a Penny le recordaba a un sol, un sol encerrado que era incapaz de iluminar más allá de cuatro paredes.
Penny se encogió de hombros como respuesta.
Arnold Keining era el esclavo personal de Vera y el único que tenía permitido interactuar con la "mercancía". Siempre fue amable con todos, algunas lo envidiaban, Penny lo compadecía. Podía parecer que Arnold tenía más libertad que ellas, la verdad tras bambalinas es que eran iguales, con Vera nadie era mejor o peor, sufrían lo mismo, solo que de distinta manera.
— Ven. — Arnold no esperó a que ella se acercara, la tomó del brazo y la condujo hasta una nueva habitación. En el camino se encontraron con Sulema, la pequeña que momentos antes gritaba ahora estaba llorando y golpeando con todas sus fuerzas una puerta.
Arnold se detuvo y Penny se acercó a la niña.
— Sule, ¿estás bien? — Fue una pregunta estúpida, era obvio que nadie en ese lugar estaba bien pero aun así Penny quería saber la respuesta, por muy falsa que fuera.
Sulema se lanzó a sus brazos sin responder. Ondas de luz rodeaban a su cuerpo como muestra de su poder, ella creaba luz.
Eso si tenía energía.
—Penny. — La niña se aferró a ella con más fuerza. — Lo hizo de nuevo. Ruby volvió a hacerlo... Le dijo a "ella" que tomaba mi lugar. Soy una cobarde, yo...
— Tranquila. — Penny besó la cabeza de su "hermana", ya sabía cómo era Ruby. Ruby odiaba a Vera con todo su ser, pero nunca dudaba en ofrecer su cuerpo para salvar el de las más pequeñas, las menores de seis seguían a salvo gracias a ella.
Penny la admiraba, ella no podría ser tan valiente como lo era Ruby, no tendría ese coraje para ofrecerse a cambio de alguien más.
Era cobarde.
Era humana, y tenía miedo de todos, y de Vera.
— Debemos irnos, quedan cinco minutos. — dijo Arnold con voz serena.
Sulema se apartó de Penny y ambas se pusieron de pie.
— Vuelve con las demás, ella se molestará si te ve aquí. — sugirió Penny sin dejar de acariciar la melena de Sulema.
La pequeña suspiró y comenzó a jugar con el encaje de su vestido.
— Ella me dejó aquí. Me dijo que debía ver como quedaba Ruby después de que...
No completó la frase, pero no hizo falta, Penny entendía lo que quería decir. Antes de continuar su camino le revolvió el cabello y le regaló la mejor sonrisa que pudo fingir.
— Van a sufrir mucho cuando Ruby se vaya de aquí.
Acababan de llegar a la nueva habitación y al oír esas palabras viniendo de Arnold, el corazón de Penny se aceleró.
— ¿Qué quieres decir?
Arnold sonrió triste. Penny sabía que Arnold tenía conocimiento de cosas que ella desconocía, por ello sintió un nuevo peso en su pecho al escucharlo hablar.
— Lo sabrás más tarde. Un consejo, no interfieras a menos que quieras acabar muerta.
Sin más salió dejándola sola.
***
El cuarto destinado a servir como lugar de resguardo para las chicas de Vera, era frío, húmedo y con un olor a sangre y sexo, no había luz o fuego que les ayudara a calentarse, lo único que iluminaba la estancia era la magia de Sulema. Las 36 chicas de Vera estaban esposadas con cadenas a las paredes, lo cual delimitaba su movilidad, y no contaban con nada más que un edredón decolorado para cubrirse en las noches.
— Lilian... — Mazu habló en un susurro. — ¿Puedes contarnos un cuento?
La mayor de las jóvenes comenzó a hablar, su don era perfecto para las historias, para escapar de su realidad, aunque fuera por un breve instante. Podía crear ilusiones con sus palabras, magia con su voz.
— "Hace años, tantos que la humanidad aún no contaba con el mal o la guerra, existieron treinta y seis princesas que vivían felices en un hermoso castillo..."
Un humo se esparció por la habitación y comenzó a tomar la forma de un castillo, princesas y un lindo mundo.
—"Ellas se despertaban con la luz del sol, bailaban con los rayos de la luna y dormían con el suave susurro de los árboles. Todas y cada una de ellas tenía poderes increíbles, podían crear luz, hacer crecer las plantas, convertirse en gato, convertir cosas en oro y plata, incluso una de ellas podía mostrarle a cualquier persona la hora de su muerte..."
Pasos apresurados viniendo del exterior interrumpieron la historia, ante el silencio de Lilian las ilusiones desaparecieron, la luz que creaba Sulema se extinguió y todo quedó en oscuridad hasta que la puerta se abrió de golpe.
— Luces, ahora. — Sulema volvió a iluminar la estancia. Vera sonrió. —Mis niñas, mis hermosas niñas.
Chasqueó los dedos y el hombre que la acompañaba lanzó a una joven de cabello negro y ojos rojos.
Ruby.
Ruby tosió sangre al impactarse contra el suelo, estaba casi desnuda y su piel revelaba marcas de mordidas y moretones, además de cortadas irregulares. Vera hizo una mueca, con un ademán el hombre que esperaba a su lado arrastró a Ruby a su lugar y la apresó con las mismas cadenas que a todas.
La hermana biológica de Ruby, Idunn, puso una expresión triste cuando vio a su hermana en tal estado.
— Mis niñas. — repitió Vera. — Es hora de la comida, pero antes tengo una noticia.
Todas se estremecieron, ninguna noticia de Vera solía ser buena.
— Mañana por la tarde tendré una increíble subasta y necesito tres de ustedes para que sean las subastadas. — Sonrió como una arpía y comenzó a caminar de un lado a otro observando a las chicas. — Y ya he decidido quiénes serán las afortunadas. Lilian, Idunn Y... — Las chicas aguantaron la respiración, desesperadas por retrasar el nombramiento de la tercera desafortunada. — Ruby.
— Pero... — Sira, quien tenía trece años y un increíble cuerpo anti balas, habló dudosa. — Lilian es quien nos cuenta historias.
Vera puso los ojos en blanco.
— Slava crea también ilusiones con su voz, ella será quién les cuente historias a partir de ahora.
— No es lo mismo. — Reprochó Estrella, cuyo poder le permitía trepar las paredes igual que los arácnidos e insectos.
— ¡Suficiente! — exclamó Vera. — ¡Ellas se irán mañana y no quiero escuchar más al respecto! Ahora es momento de comer. — Se dio media vuelta echando humo por las orejas, estaba por salir cuando se detuvo al ver a Penny. — Por cierto, casi lo olvido. Penny, vendrán los líderes de unos cárteles, son gente sumamente importante y más una de ellos. Me interesa crear relaciones con esa chica en especial, tiene al mando una impresionante red de droga y es intocable, además de una asesina perfecta. La quiero de mi lado para que progrese el negocio y para eso le ofreceré mi mejor plato, espero que no me defraudes, ella tiene un gusto especial por las mujeres y te juro que si metes la pata te mato. Y solo porque te voy a reservar a ella mañana tienes el día libre.
Penny estaba pálida ante esas palabras, no quería morir, pero tampoco quería volver a estar con una mujer, la última vez había sido horrible.
No, no, no.
Quería gritarle a Vera que no lo haría, pero fueron otras las palabras que escaparon de sus labios.
— Entiendo. ¿Quién es ella?
Vera ladeó la cabeza sonriendo de nuevo, un poco más alegre que las veces anteriores.
— Eso ya lo verás. Solo basta con decir que, es la líder más joven de Melien y una chica brutalmente peligrosa.
Penny asintió y antes de que la puerta volviera a cerrarse Arnold llegó con un carrito lleno de platos para cada una, los repartió y salió tras desearles un buen provecho. La oscuridad y las sombras llenaron de nuevo el vacío del cuarto.
— Es una zorra. — soltó Ruby, las palabras iban cargadas de odio y desprecio. — ¡Maldita puta! Ahora no va a haber nadie que la detenga de mandar a las pequeñas.
— Yo lo haré. — Catherine, la única que podía olvidar todo lo que pasaba en su vida diaria, habló calmada, un poco ida. — Yo las protegeré Ruby, por ti.
Ruby resopló.
— No lo hagas por mí, hazlo por ellas. Y espero que puedas, pagar una cuota así de grande lleva mucho empeño.
— Entonces yo también lo haré. — Chiara, la gemela de Catherine, poseedora del don contrario al de su hermana, se apresuró a secundarla, atragantándose con la comida. — Vamos a buscar una forma.
— Eso espero. — Ruby hizo un sonidito de dolor al moverse.
— ¿Qué te hicieron? — Idunn preguntaba con cuidado, quizá no estaba muy segura de querer escuchar la respuesta.
— Nada, esos hijos de perra no me hicieron nada. — Ruby volvió a gemir contradiciéndose.
— ¿Segura? Yo puedo...
— Tranquila, estoy de la madre.
— Ruby. — advirtió Lilian con un tono serio. — No digas esas palabrotas.
— A la mierda contigo Lil, total hablar así no va a matarme.
Penny se encogió y soltó un grito cuando algo le caminó por el brazo.
—¿Qué...?
La luz se volvió a encender y todas comenzaron a maldecir al ver el insecto. La cucaracha quedó hecha cenizas un instante después.
— Penny. — Ella miró a Ruby. — Sé fuerte, hay y habrá cosas peores que una cucaracha. Ahora que me van a subastar como ganado prometo hacer lo posible por escapar y salvarlas.
— Ruby. —Penny miró a su hermana, su cuerpo no era frágil o delgado como el de la mayoría, sus músculos estaban firmes y tenía esa complexión atlética que Penny hubiera deseado poseer, sin embargo, esos músculos, ese cuerpo, esa piel, llevaban marcas tan moradas, que, de reojo, se veían negras. Incluso el cuerpo fuerte de Ruby no era invencible como para resistir tantas torturas en un solo día. — No te arriesgues.
La joven de ojos rojos sonrió con maldad.
Al hacer eso la mayoría estaba de acuerdo en que se veía mucho más atemorizante que Vera, se veía como un demonio.
— Ya quiero que me vendan, ellos son personas normales y corrientes, no tienen dones. — Ruby disolvió el pan en sus manos, contemplando con una mirada hueca como los residuos se desvanecían hasta no ser nada. — Voy a derrocar su imperio cuando esté dentro, luego salvaré a Idunn y a todas. Lo prometo chicas y juro que voy a disfrutar ver a esos malditos hijos de perra caer.
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