Never Parted
Habían pasado ya seis meses desde que Kanon había sido llamado a las filas del Ejército de Athena para tomar el lugar de su hermano como Santo de Géminis.
Cuando se lo dijo, notó que estaba rebosante de alegría, y cortésmente fingió una sonrisa para él. ¿Qué derecho tenía a decepcionarlo? Sintió como si una daga atravesara su corazón, no quería dejar ir a su precioso Dragón Marino.
Pero Kanon tenía una encomienda, quería reformarse por todo el mal que había ocasionado.
¿Mal?
¿Acaso estaba mal haberse unido a las filas de Poseidón?
Seguro que a los Santos de Athena no les agradó mucho, pero gracias a eso pudo conocerlo.
Y ahora, Athena era como una espada, que se blandía para intentar cortar el lazo que los unía, el hilo que los había juntado en primer lugar.
Pero el amor es persistente, y así sus comandantes los tuvieran ocupados por una eternidad, el anhelo de volverse a ver como en los viejos tiempos permanecería.
-¿Ya te vas?- Sorrento habló desde detrás de un pilar, a juzgar por la reacción de Kanon, este no sabía que se encontraba ahí.
-Justo iba ir a buscarte.- Sorrento esbozó una sonrisa.
-Te voy a extrañar.- la melancolía con la que Sorrento de Siren expresó esas palabras no pasó desapercibida para el Dragón Marino, quien se acercó hacia él con lentitud.
-Nos volveremos a ver ¿sabes?- Kanon quitó un mechón de cabello de la cara del peli-lila y lo puso detrás de su oreja. Este sólo bufó.
-¿En serio crees que Athena te dejará volver? ¿O qué el Señor Poseidón me dejará abandonar sus filas para ir a verte? Están en guerra, Kanon.
-Ya no.
-No por eso son mejores amigos.
-Oye, tal vez ahora no luchemos del mismo lado, pero eso no impedirá que nos sigamos viendo.
-No se apiadarán de nosotros, y...- Kanon apagó las quejas de su compañero con un beso. Su relación no tenía nombre, aunque la atracción por el otro era más que evidente, sin embargo, aquella era la primera vez que su labios chocaban.
-Así tenga que cruzar el mundo entero, o esperar mil años para volverte a ver, lo haré. No dejaré que nada se interponga entre tú y yo.- Sorrento lo contempló fijamente para después esbozar una pequeña sonrisa.
-Si tú me esperas... yo también.
-Voltea al cielo cada noche cuando las estrellas brillen como linternas, sabré que estás viendo el mismo cielo que yo.
Inmediatamente después de estas palabras, Kanon partió. Sorrento lo prefería, si no se hubiera largado en ese instante lo habría complicado todo.
Aquella noche no logró conciliar el sueño, decidió salir a dar una caminata nocturna por los terrenos de Julian, seguro no le importaría.
El sonido de las olas rompiendo en la orilla bajo el cielo estrellado era lo único que escuchaba; llegó hasta un pequeño claro, con una hermosa vista a los dominios de Poseidón, aquel era el lugar preferido de su comandante, ahora sabía por qué: era bonito y pacífico. Se sentó en una banquita y recordó las palabras de Kanon.
Junto a la luna menguante brillaban las más hermosas estrellas, el General esbozó una sonrisa, su preciado Dragón estaba con él, cada tintineo de las estrellas era una caricia, un beso, una palabra de aliento...
-Te extraño demasiado...- suspiró, -¿Entregarán mi mensaje, pequeñas?
Permaneció ahí otro rato, su mente divagó, concentrándose en el pasado, cuando todo era —si no más fácil— más feliz.
Caminaba junto al señor Solo, ya convertido en el Dios de los Mares, por el mismo claro en el que ahora permanecía sentado. Era un bonito día de primavera, mariposas volaban por el terreno campestre, cubierto de flores. De los árboles, los pétalos de las mismas caían delicadamente cual copos de nieve. Aquel día era perfecto.
-Y una cosa más, Sorrento.- Julian se dirigió a él con voz solemne.
-¿Señor?
-Encontré al Dragón Marino, nos espera en el estudio. Mis Generales están completos, te dejaré a ti las introducciones.
Siren bufó, era la mano derecha de Julian, pero a veces pensaba que el caprichoso señor Solo le dejaba los deberes que a él simplemente no se le antojaba hacer, independientemente de si era o no su responsabilidad.
Entraron en el estudio, y las facciones serias de Sorrento se transformaron poco a poco en asombro.
Un hombre alto, de piel clara y cabello largo azulado estaba con la vista fija en la ventana; su semblante era serio, casi enojado, pero con un aire de sensualidad que provocó un ligero temblor en las rodillas del General peli-lila.
Sorrento quedó inmóvil, incapaz de reaccionar. El hombre de la ventana sintió los ojos del General sobre él, y desvió la mirada hacia Siren. Los ojos turquesas se encontraron con los rosados; el sujeto observó al peli-lila de arriba a abajo, no con desdén, sino con curiosidad y quizás... admiración.
Sorrento rompió el contacto, incómodo. No le agradaba lo que aquel tipo le hacía sentir.
-Kanon, él es uno de mis Generales más nobles y excepcionales, además mi confidente y mano derecha, Sorrento de Siren.
Kanon esbozó una ligera sonrisa. -Un placer.- lentamente, y con la sensualidad que le caracterizaba, caminó hasta Sorrento y Julian. De cerca era más alto de lo que aparentaba, aunque no mucho más alto que Siren, apenas unos diez centímetros. -Kanon.- continuó, extendiendo una mano hacia el peli-lila.
Sorrento estrechó la mano ofrecida, aunque muy torpemente.
-Sorrento se encargará de darte la bienvenida. Los dejo.- sin más, el Dios de los Mares se retiró, dejándolos solos.
El sonido de la puerta cerrándose fue suficiente para sacar al General de su trance.
-Así que... ¿Dragón Marino?- inició Siren, sin saber bien que decir. Kanon asintió, sonriendo. -¿De dónde eres?- añadió el peli-lila, caminando por la habitación, el peliazul lo seguía con la mirada.
-Grecia.
-Supongo que es apropiado. Aunque... honestamente esperaba algún británico para que fuera el guardián del Atlántico Norte.- Kanon hizo una mueca, Sorrento lo notó y frunció el ceño. -Pero servimos a una deidad griega, así que era de esperar que el líder de los Generales Marinos fuera griego también.
-¿Líder?- Dragón Marino ladeó la cabeza.
-El Dragón Marino es, tradicionalmente, el líder de los siete Generales Marinos.- explicó Siren, Kanon abrió los ojos, como si no supiera en lo que se había metido. -Yo ocupaba ese puesto, pero ya que estás aquí, puedes tomar la responsabilidad que te corresponde.
-¿Por eso no te caigo bien?- interrumpió Kanon.
-¿Quién dijo eso?
-Parece que no te agrado.
-No es que no me agrades, es que te caes de guapo y no puedo funcionar así...- pensó el peli-lila, sacudió la cabeza inmediatamente antes tales pensamientos y respondió en voz alta:
-¿Quieres la verdad? Pienso que eres un impostor. ¿Qué es lo que quieres? No lo sé exactamente, pero no me trago que seas el legítimo Dragón Marino.
Sin querer, el rostro de Siren estaba a tan sólo milímetros del de Kanon.
-¿Y que harás?- lo retó el peliazul.
-¿Si de verdad fueras un impostor?- Kanon asintió con la cabeza. -Probablemente nada...- pensó el peli-lila. -Castigarte sin piedad.- respondió en voz alta.
Kanon sonrió seductoramente, los ojos fijos en los de Sorrento. Luego se separó y caminó hacia la ventana de nuevo.
Sorrento rió divertido.
Se llevarían bien.
Intentó contener el llanto, pero no pudo.
-¿Lloras por él?
Sorrento se limpió las lágrimas rápidamente, aunque a juzgar por las palabras de su acompañante, de nada servía ocultarlo.
Isaak se posó a su lado, el peli-lila lo miró mas no respondió.
-Kanon es un idiota, ¿sabes?- continuó Karken, con la vista fija en el horizonte. Sorrento rió levemente.
-Hyoga también.
El General pensó que la carcajada del peliverde despertaría al vecindario. Sin parar de reír, y encarando a su compañero, Isaak respondió:
-Hyoga es mi hermano, no mi novio.
Las mejillas de Siren se encendieron. Ciertamente, su relación sin nombre asemejaba más un noviazgo que una amistad o una hermandad. Pudo corregirlo, pero decidió no hacerlo.
-Y aún así, te he visto llorar por él. Y a él por ti.- contestó, esta vez era el peli-lila quien admiraba el horizonte.
Esperó una respuesta, pero no la hubo. Después de un momento de silencio, Sorrento continuó:
-Creo que ambos lloramos por idiotas.
-¿Eso dónde nos deja?- supuso Isaak con tono alegre.
El peli-lila se encogió de hombros. -Valoramos a los idiotas, supongo. Buenas noches, Isaak.
-Igual que yo, algún día te reunirás con tu idiota.- exclamó Kraken en voz alta. Sorrento se detuvo pero no se volteó, y después de esbozar una sonrisa se dirigió de regreso a la casa.
Kanon miraba el horizonte desde el Templo de Géminis. La noche estaba por caer. La tensión se sentía en el aire. No sólo porque Dohko había dicho que algo peligroso se avecinaba, sino porque sus compañeros simplemente no lo querían.
Era natural, todos ellos habían cultivado una relación con Saga, y ahora que su hermano ya no estaba, quedaba él; que aunque igual en apariencia, no era lo mismo.
Saga varias veces le había contado anécdotas graciosas de sus compañeros, no le había prestado mucha atención, pero se notaba que se divertían. Su mente viajó en el tiempo. Él también había pasado muchos momentos de diversión con sus compañeros Generales.
Los chismes divertidos de Thetis, los partidos de ajedrez con Io —en los que siempre hacía trampa, Scylla lo sospechaba pero jamás hizo nada al respecto—, las bromas que Isaak y él le jugaban a Caça, la comida extra picante que Krishna los obligaba a comer, y más.
Una sonrisa de dibujó en su rostro.
Pero había una cosa que amaba por sobre todas ellas, y era también la que más extrañaba:
Sorrento.
Su sonrisa sincera, el aire de elegancia que tenía al caminar, su hermosa risa, lo sexy que se veía sentado al pie de su Pilar leyendo un buen libro, el fino tacto de sus manos, como su nombre se escuchaba en su boca, el exquisito sabor de sus labios...
Los recuerdos lo abrumaban. Erraban por la ciudad a sus pies como fantasmas: Saga, sus compañeros, Sorrento...
Su mente se llenó de aquellos pensamientos, quería huir.
Unos pasos adentrándose en su Templo lo hicieron voltear, nervioso.
-Estás muy inquieto, tu Cosmo desesperado lo siento hasta Escorpio, necesitas relajarte, amigo.
Milo se paró junto al nuevo Santo de Géminis, dándole una palmada en la espalda.
El Caballero Dorado de Escorpio era el único que lo trataba como un compañero y amigo real en los seis meses que llevaba como Santo de Géminis, después de haber sobrevivido a una paliza de su parte, claro está, pero Hyoga le había comentado que solía hacerlo con frecuencia. Aún así, había establecido un lazo de amistad con él, y le había contado una que otra cosa.
-Sabes, no creo que a Saga le hubiera molestado que tomaras su puesto, es más, creo que estaría orgulloso. A los chicos sólo tienes que darles tiempo.
Kanon sonrió ligeramente ante las palabras de ánimo. -No es eso... bueno, no todo.
-¿Extrañas el mar?
-Algo así.
Milo sonrió pícaramente. -¡Ah! Ya se a qué te refieres...
Ambos se carcajearon.
-¿Quién es?- preguntó Milo, curioso.
Kanon se ruborizó y negó con la cabeza.
-¡Vamos!- insistió Escorpio. -Mi vida es seducir a Camus, le doy consejos a Hyoga y ayer robé el diario de Aphrodite para dárselo a Deathmask. No hay nadie mejor que yo para estos asuntos.
-Camus apenas te nota, y hace unas horas vi pasar a Aphrodite furioso con un cuaderno en la mano.- replicó Kanon, alzando una ceja.
-Pero Andrómeda es feliz por las noches, según sé.- defendió Escorpio, alegre.
Hubo un silencio agradable. Luego, Milo continuó:
-No tienes que decirme si no quieres. Tampoco puedo decirte que será fácil. Cuando Camus se fue a Siberia a entrenar a Isaak y a Hyoga, no lograba dormir por las noches. Pero pensaba que cada día sin él era un día menos para su regreso. Había días duros, pero otros más llevaderos.
-Podrías haberle escrito...
-Intenta enviar una carta a Siberia, a ver si llega.
Ambos rieron de nuevo.
-Si el amor que se tienen es fiel, nada lo atenuará. Cuando vuelvan a encontrarse, te darás cuenta de que no cambió ni un poco.
Kanon sonrió, Milo le correspondió y se dirigió a la salida del Templo de Géminis. Pero antes de salir volteó una vez más.
-Por cierto, Camus me ama, pero nunca lo demostraría en público.
Kanon volvió a reír, enfocándose de nuevo en el cielo nocturno.
El tiempo pasó, el blanco invierno llegó y se fue innumerables veces, el viaje de ambos guerreros continuaba incansablemente, creando recuerdos y cicatrices en la piel y el corazón. Después de un par de años separados, finalmente el destino decidió que los días grises sin el otro terminarían.
Tanto tiempo persiguiendo el rastro del otro, sin tener ninguna comunicación con el otro más que las estrellas del cielo nocturno; intentando llevar una vida media llena.
Un día Sorrento fue enviado a hacer relaciones públicas en la finca de un adinerado contacto del señor Solo. Luego del té, el General salió a caminar por los terrenos. Era una tarde de otoño, sus pisadas crujían al aplastar las hojas y flores marchitas que llenaban el camino. Su corazón se sentía como aquellas flores, tristes y cansadas. Anhelaba la primavera —que ya se había tardado en llegar— para poder verse en plena floración, dichoso y extasiado.
Kanon caminaba sin rumbo, aquel día era de patrulla y se suponía que debía buscar anomalías en el ambiente, pero Géminis estaba completamente perdido. A punto de dar la vuelta para volver sobre sus pasos al Santuario, sintió un Cosmo conocido.
Su corazón palpitó con fuerza... ¿sería que...?
Avanzó con rapidez hasta el origen de tal energía, llegó a una bonita pradera, con algunos árboles pelones y el camino tapizado de hojas y pétalos anaranjados.
Siguió caminando, aquel lugar parecía estar desierto, hasta que por fin lo vio.
Sorrento.
Sentado sobre una roca, admirando el horizonte.
Kanon sonrió, pero fue incapaz de articular palabras.
No obstante, eso no fue necesario. Siren sintió la presión de un par de ojos sobre él, una sensación familiar. Desconcertado volteó, quedando boquiabierto ante la hermosa vista que estaba frente a él.
Los ojos turquesa, llenos de felicidad, se volvieron a encontrar con los rosados. Ambos mirándose como siempre lo habían hecho, envolviéndose en esa sensación de embriaguez que no habían sentido en tanto tiempo. Una balada de amor sin igual.
El Caballero Dorado caminó a paso decidido hacia el General. Se paró frente a él, Sorrento tocó torpemente el pecho del ex Dragón Marino, para asegurarse de que era real. Un escalofrío recorrió su espalda, y el éxtasis lo invadió por primera vez desde que se habían separado.
-De verdad... estás aquí...- balbuceó el peli-lila.
Kanon pegó su frente contra la del General, sosteniendo su rostro entre sus manos.
Sin previo aviso, los labios de Géminis chocaron contra los de Siren, primero con dulzura, hasta tomar un ritmo desesperado; acompañado de una lágrima que descendía por la mejilla del peliazul. Nada podía arruinar aquel momento. Sorrento sentía que su corazón florecía una vez más, la primavera por fin había llegado.
Cuando se separaron, se fundieron en un abrazo, riendo y disfrutando del otro.
Pasaron toda la tarde juntos; caminando por la pradera, poniéndose al tanto y recordando los viejos tiempos. Lado a lado con los dedos entrelazados.
El mundo dejó de existir para ambos, todas sus responsabilidades y penas se apagaron, no quedaba nada de los días amargos del ayer; sólo el sabor de los labios del otro y la dicha de su compañía.
Milo tenía razón, a pesar de la distancia, su amor no había disminuido ni un poco, era cómo si jamás se hubieran separado.
Poco a poco el sol comenzó a desaparecer, dejando un rastro de estrellas en su lugar; era momento de volver a sus respectivas vidas, o su comandantes se preocuparían. Una vez más el destino se mostraba cruel con ellos.
-¿Por cuánto te quedarás?- preguntó Kanon, ambos estaban sentados en la roca, Sorrento se recargaba en el hombro del ex Dragón Marino, admirando las estrellas.
-Debo partir a Austria mañana por la mañana. El señor Solo me envió de tour por Europa para hacer su trabajo de relaciones públicas, sabes como es.
-¿Los Kido no están en esa lista?
-Me temo que no.
Kanon bufó. -No quiero volver a dejarte...- dijo Géminis en tono suave.
-No lo harás...- respondió Sorrento, alegre.
El Caballero frunció el ceño. -¿A qué te refieres?
Siren lo miró a los ojos. -Antes no lo comprendía... todo eso que dijiste sobre las estrellas. Pero ahora que estamos juntos de nuevo me doy cuenta... de que en realidad jamás estuve sin ti. Al verte de nuevo fue como... si nunca te hubieras ido.
Kanon lo observó, admirado. El peli-lila tenía razón. Aquella tarde había zurcido los años separados, sentía que jamás habían existido para empezar.
-No es lo ideal, pero... creo que es suficiente por el momento, ¿no crees?
Géminis sonrió, no era suficiente, pero era lo que había y lo tomaría sin rechistar. Se aproximó para besar los labios de Siren una vez más. Su mente voló a los días en que fueron compañeros de armas... lo que daría por volver allá.
-Hoy fue el mejor día que he tenido en años...- expresó el peliazul entre risas. Sorrento rió.
Resignados, los dos se levantaron y caminaron en sus respectivas direcciones. Sus dedos aún enredados, hasta que no pudieron sostenerse más. Antes de desaparecer, se dieron la vuelta, para admirar al otro una última vez, esperando que el reencuentro no tardara en llegar.
Aunque el trayecto fuera largo e interminable, y la vida los llevara por caminos diferentes, el amor que ambos se profesaban era más fuerte que cualquier distancia.
Ahora lo habían comprobado. A pesar de no poder verse ni tenerse físicamente, siempre estaban juntos. Sus corazones estaban unidos eternamente.
No importaban los obstáculos; en realidad, Kanon de Géminis y Sorrento de Siren nunca estarían separados.
FIN
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