Prólogo


Su cuerpo, inmóvil. Su corazón, detenido. Sus emociones, una tormenta. Sus ojos, clavados en el chico que hace tan sólo unos minutos estaba vivo, pero ya no más.

"¿Yuta? ¿Todo está bien?" Los pasos del dueño de esa voz subían ahora las escaleras, dentro de nada estaría aquí. Ya podía escucharlo a punto de doblar la esquina que daba a la puerta, pero en poco más podía pensar además del atroz acto que acababa de cometer "¿Yuta...? Oh, demonios."

El chico cayó de rodillas junto a Yuta, exclamando con horror mientras sus ojos se anegaban.

"Yuta ¿Qué pasó?"

"Yo no quise hacerle esto, Doyoung. Nunca quise hacerle esto, ¡No quería!" Yuta dejó que las lágrimas cayeran sobre sus manos, cubiertas de rojo. Doyoung lo abrazó mientras lloraba, pero el consuelo jamás llegaría, no para él. No sabía lo que acababa de ocurrir, de un momento a otro estaba con sus colmillos en la piel de ese desafortunado sin poder controlarse, hasta que ya era demasiado tarde.

El suelo y la pared de su habitación estaban cubiertos de rojo, su perdición estaba asegurada. Pronto, algún otro vampiro en el área percibiría el aroma de la sangre humana mezclado directamente con el de Yuta, alertaría a los demás y después de declararlo culpable de arriesgar a su especie, harían que las mariposas Darkemonium devorasen su corazón en el jardín de las rosas cenicientas, para que sufriera con cada mordisco hasta que dejara de respirar.

"Vamos, tenemos que sacarte de aquí, vamos." Dijo Doyoung.

"No, no puedo."

"¿Qué dices? Tienes que salir de aquí."

"No, Doyoung..."

"Yuta, por favor. No quiero pensar en de tu corazón devorado."

Con dificultad, Doyoung logró sacar a su amigo de la casa y después los teletransportó a ambos lo más lejos que podía de la ciudad, la carretera estaba desierta. Él los condujo al interior de un bosque hasta llegar a un lago, dejó a Yuta junto a un árbol y espero un momento para que se tranquilizase un poco, después se acercó a un arbusto del que sacó una caja de madera.

"Escucha, no hay mucho tiempo. Cerca de aquí hay un portal escondido bajo unas rocas, se abrirá luego de poner esta llave en su cerradura, debajo de un rosal." Abrió la caja y le entregó una llave plateada "Te llevará a un lugar en donde no hay un sólo vampiro."

"¿Qué? ¿P-por qué sabes algo así?"

"Una vieja hada me lo dijo una vez, escuchó que quería irme lejos algún día y me ofreció la opción, pero ahora me alegra no haberlo hecho." En la caja también había una botellita con un líquido brillante de color aguamarina "También me dio esta pócima, para borrar mi esencia vampírica, la usaré para desligarme de ti."

"¿Cómo voy a pagarte alguna vez?"

"Viviendo libre y desde cero. Prométeme que lo harás."

"Lo prometo."

Yuta asintió y abrazó fuertemente a su amigo, sabiendo que probablemente esa sería la última vez que lo vería. Comenzó a correr en la dirección indicada, Doyoung lo veía conteniendo las lágrimas, cuando un insecto parecido a una libélula, pero de alas puntiagudas y un aguijón asqueroso le dio alcance. Clavó su aguijón en el brazo derecho de Yuta y este cayó al suelo con un grito.

"No no no, ¡noooo!"

Corrió hasta Yuta, que yacía en el suelo, ahora con una marca al rojo vivo en donde el Rip Amora le había picado. Dentro de unos años, quizá cinco, si eran muy optimistas, el veneno lo mataría. Iría acabando con su visión, con su oído y con sus fuerzas poco a poco hasta que muriera y su corazón se convirtiera en cenizas. Los Rip Amora eran el castigo que los líderes daban a los traidores que no podían atrapar, siempre conseguían a sus víctimas puesto que se generaban cerca de ellas con el conjuro correspondiente, luego de hacer su trabajo se desintegraban en el aire. La única manera de sobrevivir al veneno del Rip Amora era beber algo de sangre granate, la cual era poseída por determinada cantidad de humanos cada siglo, pero eran escasos y los vampiros no tenían idea de dónde podían estar aún después de tantos años en la tierra.

"Por favor, levántate. Vamos."

Doyoung llevó a Yuta hasta el portal ofreciéndole su hombro como soporte, después uso la llave en la cerradura del rosal y una roca de la orilla desapareció para dar paso a un vórtice de luz.

"Yuta, sabes lo que debes hacer. Por favor, dime que al menos lo intentarás."

"No, Doyoung, yo jamás..."

"¡Yuta! Prométeme que vas a intentar sobrevivir."

Yuta miró fijamente los ojos de su mejor amigo, rogando porque luchase con todo lo que pudiera para seguir con vida, pues pensar en su muerte sería más de lo que su alma podría soportar. Entre su especie era inevitable saber si alguien a quien amabas se iba de este mundo. Sin embargo, la solución a eso iba en contra de todo lo que Yuta creía. Nunca había bebido sangre humana hasta ese día, nunca le había parecido correcto y el intentar salvarse del veneno que ahora lo recorría implicaba no sólo eso, sino que también tendría que jugar con los sentimientos de quien poseyera la sangre granate si es que llegaba a encontrarlo. La sangre granate solo podía ser utilizada por un vampiro si el humano se enamoraba de él, y Yuta jamás haría eso, simplemente no podía.

"Yuta." Doyoung imploró por última vez.

"Lo prometo." Dijo Yuta, aun si sólo era para que su sufrimiento disminuyera.

Se dieron un último abrazo, apoyaron sus frentes fuertemente y después Yuta se lanzó al portal justo antes de que esté se cerrara.

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