Capítulo III


Mark

Tenía que haberse despertado quince minutos antes, hoy Taeyong había tenido que salir mucho antes a trabajar, así que no podría llevarlo hoy. Sin embargo olvidó reconfigurar su alarma, y ahora estaba comiendo un tazón de cereales a la carrera y sin leche, todo para poder alcanzar el último autobús que tardaría por lo menos una media hora en llegar a la escuela.

Luego de acabarse su nada satisfactorio desayuno, se lavó los dientes en menos de tres minutos y no se molestó en buscar el peine dónde sea que Taeyong lo hubiera dejado, sino que simplemente se pasó dos veces la mano por el cabello para ponerlo lo más presentable posible. Tomó sus llaves, se colgó la mochila y salió corriendo fuera de la casa. Sin poder evitarlo, miró a la casa que estaba a unas dos viviendas de la suya, imaginando que Lucas salía a alta velocidad de allí, ya que igual que a él se le había hecho tarde, y después se acercaba a él con una sonrisa en el rostro. Siete segundos después la ilusión desapareció. Hace un mes que nadie vivía en esa casa, y probablemente así se quedaría por un tiempo.

Apartó la mirada de ese lugar y corrió en dirección opuesta, el autobús estaba a punto de llegar a la esquina, así que Mark aceleró aún más el paso como si su vida dependiera de ello y, cuando faltaban unos metros para alcanzar la parada y que el autobús se le escapara, empezó a gritar y alzó su brazo derecho para que el conductor frenara. Por suerte logró ser visto, y subió al transporte cansado en demasía por la carrera. Después de pagar, se retiró al asiento libre detrás del todo junto a la ventana, en donde volvió a tomar su collar para enredar la cadena entre sus dedos. Llegó a la escuela cuando faltaban dos minutos para su clase de historia, por suerte el profesor Minseok nunca pisaba el salón a tiempo, y casi nunca se tomaba la molestia de señalar a los que llegaban tarde, aunque las lecciones no eran repetidas a menos que estuviera de un humor incomparable.

No tuvo mayor problema con las clases, siempre había sido un buen estudiante, nada muy destacable pero tampoco nada merecedor de reproches, y aún así algo se había sentido diferente ese día, como si los salones fueran más pequeños y los pasillos más estrechos. Desde que sus únicos dos amigos de la secundaria, Renjun y Haechan, habían partido a Portland y China respectivamente, y desde la muerte de Lucas, sus días habían pasado a ser indescriptibles, porque no había nada remarcable en ellos.

A menos que lastimar su boca fuera algo digno de mención.

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Llegó la clase que precedía al receso. No se molestaba por hacer nada en educación física, daba igual siempre que estuvieras en el gimnasio y el profesor se enterase. En vez de unirse a sus compañeros, sacaba un cuaderno de hojas blancas casi lleno, uno que no había encontrado desde hacía tres años y en el que había plasmado un proyecto muy importante en compañía de su mejor amigo: La historia de una serie de sci-fi titulada "A maniac laugh between the glitches". Quizá el título necesitara reemplazarse, pero lo que estaba escrito allí, lleno de tachones, borrones, flechas, manchas de corrector, esquemas, colores y post-it era perfecto para él. Había sido de los dos.

Antes del bádminton, la ciencia ficción fue lo que los había unido en primer lugar.

A sus seis años habían estrenado una serie llamada "Arcade of Dreams", cuyos protagonistas eran siete fallas diferentes personificadas de un videojuego en el que la perfección y la simetría eran lo único permitido, pero detrás de sus existencias había un propósito mucho más grande. Durante semanas siguió la trama como si fuera a morir por perderse el más mínimo detalle, no había nadie más alrededor a quien le gustara la serie, excepto Lucas, que lo pilló durante una clase de matemáticas leyendo uno de los cómics extras que se lanzaban cada lunes, uno de los pocos que había podido conseguir debido a la inestable situación económica de su familia. Estaba tan emocionado de por fin conocer a alguien que también soñaba despierto con los siete glitches y el arcade de sueños que se la pasaron hablando sin parar minutos y minutos después de la escuela, Lucas lo invitó a pasarse a su casa para compartirle su colección de comics y pósters, y qué suerte tuvieron por estar a menos de cuarenta metros de distancia. Quedaban pocos capítulos de la serie por ser emitidos antes de llegar al gran final, y empezaron a reunirse semanalmente para poder verlos juntos. Todo fue divertido y revitalizante para ambos... Hasta que ese desastroso final que resolvió todos los conflictos en menos de media hora llegó a sus pantallas. Si, después de eso no quisieron hablar nunca más de Arcade of Dreams y comenzaron con "A Maniac Laugh Between The Glitches", tomando claras referencias de su antigua serie favorita, sólo que mejor según sus palabras. Luego de aquello ya se habían hecho completamente inseparables. Se veían en todos los recreos, hacían tareas juntos, platicaban al terminar las clases sin falta y algunos meses después empezaron a jugar bádminton con las raquetas que la mamá de Lucas guardaba en el clóset.

Con el tiempo ambos se distanciaron de ese pequeño mundo, pero nunca olvidaron esas aventuras ni las influencias que habían tenido en ellos ni ese borrador, escrito por unas mentes ingenuas y poco conocedoras en realidad de todo ese tema, y ahora era de los pocos recuerdos que conservaba de él, junto a ese collar con un corazón vendado, cuyo par estaba junto a su foto en una mesa de su habitación.

Todo lo que duró la clase estuvo devorando esas páginas llenas de faltas de ortografía y coloreados fuera de las líneas, y en cuanto la campana del descanso anunció su llegada, lo cerró fuertemente, para después limpiarse las dos lágrimas que habían logrado escapársele.

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Yuta

Le habían aplicado un examen diagnóstico de física avanzada, materia de la que debería tener una mínima idea ya que hubo retroalimentación desde el inicio de la primera semana de clases, pero ya que no tuvo las fuerzas necesarias para acudir, había fallado. Aunque no estuviera persiguiendo una buena nota, se había saltado la clase de educación física para ir a hojear el libro durante una hora y con lo poco que su cerebro se había quedado, consiguió no tener una calificación en blanco.

Sólo había habido una constante ese día: Mark Lee. Supo su nombre luego de que el profesor Minseok pasara lista. Había llegado hecho un desastre a primera hora y por más que Yuta había intentado no dirigir su mirada hasta él, no lo ayudó en absoluto que de vez en cuando lo viera llevarse la mano a su boca, claramente tentado de seguir desgarrando su piel como si fuera un trozo de tela y no parte de su cuerpo. Lo ponía ansioso esperar que en cualquier momento el rojo manchara sus dedos de nuevo y que el chico siguiera como si nada hubiera pasado. Así estuvo durante las primeras cuatro horas, pero por suerte no tuvo una visión muy clara de él después del receso y de su desastroso examen para el cual habían tenido dos horas.

Biología se había cancelado ese día, problemas personales de su docente, algo así. Su clase tuvo permitido abandonar la escuela más temprano ese día debido a esto, pero en vez de tomar dicha oportunidad optó por escabullirse a las zonas recreativas al noreste de la escuela. Para llegar a ellas había que alejarse un poco del edificio principal y subir unas cuantas escaleras ubicadas en una pequeña colina. Allí había varias plantas, una pequeña fuente decorativa y mesas circulares protegidas con sombrillas. Sólo quería un lugar en silencio y al exterior en el que poder ponerse a estudiar a su manera todo lo que no había revisado en siete días.

Sacó de su bolso el libro de física y un cuaderno cuyas quince primeras páginas estaban garabateadas con retazos de información, no había una mejor manera de describirlo. Iba a subrayar en la página del primer tema cuando el golpeteo de algo contra el suelo de piedra llamó su atención unos pasos detrás de él. Era Mark, quien leía un libro con el celo fruncido detrás de sus lentes. Golpeaba su pie derecho en la piedra y desafortunadamente para Yuta, seguía autolesionándose, mucho peor que la primera vez que lo vio el viernes.

No podía soportarlo más, así que cerró el cuaderno con un estrépito y se aproximó rápidamente hacía él. Agarró su mano para detener aquella horrorosa labor y con cuidado hizo que la mantuviera sobre la mesa. Mark pareció regresar al mundo real y vio con extrañeza a Yuta.

"Por favor, detente de una vez."

Quizá fue la intensidad con la que ese chico de largos cabellos castaños lo miraba, pero Mark podría haber jurado que el color que había en sus iris brillaba como el fuego.

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