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Había una vez…
~Era un día común y corriente en la cálida Grecia antigua, dentro una familia de grande abundancia en riquezas naturales, expansión de tierras, con muchos hijos e hijas pero de todas esas bellas y bellos jóvenes, había uno que destacaba por su fina figura, piel igual a la mismísima seda en color y textura, largos cabellos rubios como rayos de sol que llegaban hasta sus caderas, de altura similar a una joven, rostro ovalado y perfecto, carnosos y rosados labios vírgenes de cualquier toque indecoroso, orbes celestes en los cuales el mismo cielo se reflejaba.
Cada vez que su padre lo mandaba a traer algún pedido o a adorar a algún templo, sea una dama o sea un varón, caían hechizados antes su belleza física y mas su belleza interior al ofrecer sin dudar su ayuda, se decía que con solo una sonrisa, el mismo sol se alegraba. Era tanta la atención que generaba este hermoso doncel que incluso algunos cortesanos lo comparaban con la mismísima diosa del amor y la sexualidad, Afrodita. Todo ésto llegó a oídos de la diosa en el Olimpo que estalló en cólera al imaginarse a esos mortales compararla a ella, la diosa mas hermosa de todas las y los jóvenes del universo, con un insignificante mortal quien apenas estaba en la plenitud de la juventud, llevándose por ese enojo a que llamara a uno de sus tantos hijos para que le llevara el sentimiento del odio hacia los demás.
——Hijo mío, has de castigar la insolencia de este humano despreciable al osarse comparar conmigo. Harás que su corazón se tiña de oscuridad pura y así no será más objeto de admiración. —duramente ordenó la diosa a ese hijo suyo, el cual jamás desobedecería a su amada madre.
—Cuente con ello madre
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