83: Final... ¿no?
Antes que nada: este es el último capítulo. El final de un ciclo en el que llevo más de un año. El quiebre de una obsesión, que dará paso a mucho más.
Este libro me dio las mejores madrugadas cagándome de la risa con sus comentarios.
Los mejores audios de WhatsApp de hasta 20 minutos comentando los capítulos.
Los mejores memes.
Los mejores edits.
LOS MEJORES FANARTS.
Las mejores semanas de maratones.
Hicimos que un par de modelos y actores rusos accedieran a ser la representación de nuestros Frey e hicieran un vídeo diciendo que «Soy Axer Frey» y «Soy Veronika Frey».
Gracias a Nerd Penguin y Wattpad se fijaron en mí.
Gracias a Nerd soy Star.
Gracias a Nerd tengo la posibilidad de al fin tener una computadora propia para dejar de escribir en el teléfono después de AÑOS.
Solo en Nerd existe Axer Frey, quien es mi crush absoluto, tanto que me quiero tatuar su nombre.
Nerd no es un libro, es mi estilo de vida.
No sé existir sin escribir sobre estos personajes, o al menos imaginarlos. Así que insisto, este es el final de un ciclo, pero no de la obsesión.
Esperen a leer el epílogo, eh, nada de sacar el libro de la biblioteca.
Disfruten la locura, y denle a este capítulo todo el amor que puedan, que di todo de mí en él y lo escribí mientras editaba el primer manuscrito para publicarlo en físico.
Gracias por vivir conmigo esta obsesión enfermiza.
~~~
Axer
Axer estaba escribiendo cuando le llegó esa llamada.
El principio de su lóbrego descenso.
Era la madre de Sinaí, Clariana.
Él le había dado su número, sí, pero ella no lo había usado hasta entonces. ¿Por qué en ese momento?
—¿Hola? —contestó.
—Holaa, perdona que te moleste llamando a tu número, es que Sinaí no atiende el celular y como me dijo que iría a tu casa después de la escuela, te llamé. No quiero molestar ni nada, solo necesito preguntarle algo rápidamente.
—¿A Sinaí? —confirmó Axer.
—Sí, ¿me la puedes pasar?
Pero Sinaí ni siquiera había asistido a clases ese día.
La noche anterior habían discutido, probablemente decidió saltarse el colegio y salir a distraerse. Tal vez le dijo a su madre que estaría con Axer porque era la única manera de que ella la dejara salir sin cuestionamientos ni toques de queda.
Axer no quería joderle eso a su Schrödinger. No la delataría con su madre.
—Clariana, no es molestia que me llame, puede hacerlo cada vez que lo necesite. Sina en este momento no está conmigo, mi hermana la secuestró porque dice que paso demasiado tiempo con ella y no la dejo convivir con su cuñada. No sé si la llevó a un spa o a un campo, a mí tampoco me contestan sus celulares, pero le aseguro que apenas lleguen haré que Sina le devuelva la llamada.
—Ay, no te preocupes, no les vayas a joder la salida a las chicas. De hecho solo quería preguntarle a mi hija si volvería hoy para yo hacer planes, así que no es necesario que me llame de vuelta. Dile que estaré fuera. De todos modos gracias.
Apenas colgó la llamada, Axer empezó a llamar a Sinaí.
Cuarenta y nueve intentos más tarde, rastreó su celular.
La dirección lo condujo hacia una parada de autobuses, misma donde Sinaí esperaba siempre el transporte a su escuela. Pero una vez ahí no consiguió a nadie, ni siquiera a Sinaí.
Intentó llamar de nuevo a su teléfono y lo escuchó repicar, pero no había nada en el banco de la parada. Solo al agacharse lo encontró, en el suelo bajo el asiento, con la pantalla rota por la caída.
No importó que Axer intentara convencerse antes de que Sinaí estaba bien, solo que de fiesta, él ya estaba preocupado entonces. Pero luego de descubrir el teléfono caído, sumado a que Sina no fuera a clase ni llegara a su casa como había prometido a su mamá, sintió como si un enjambre de avispas perforara su cerebro, inyectándole múltiples dosis de paranoia y desespero.
Volvió a su casa, se tomó un té con un par de psicotrópicos para controlar su estado de ánimo y poder sentarse a esperar sin sufrir un ataque al corazón.
Sina tocaría su puerta en cualquier momento.
Solo se le había hecho tarde.
Pero ese retraso se entendió hasta las seis de la mañana del día siguiente, cuando Axer recién asumió que no había dormido ni un minuto al ver a Silvia que pasaba frente a su puerta rumbo a la cocina para empezar a preparar el desayuno.
Y seguía sin tener noticias de Sinaí.
Ella había hecho eso antes, desapareció aquella navidad y no hubo forma de contactarla. Esta vez no tenía porqué ser diferente, simplemente ella no quería que él la encontrara.
Pero aquella vez se había ido con su madre, no sola. En esta ocasión ni la señora Clariana estaba al tanto de su paradero.
De hecho... La vez de las vacaciones de navidad Sinaí ni siquiera viajó, se quedó estudiando a los Frey. Eso entendió Axer luego de descubrir el almacén donde ella guardaba toda su investigación. Probablemente esta vez no fuera distinta.
Pero luego de haber salido —sin dormir ni comer absolutamente nada— y encontrado el almacén intacto y sin rastros de Sina, a Axer se le acabó el optimismo.
23 horas más tarde, cuando todavía no había dormido ni un par de minutos, llegó el correo.
No un correo electrónico. Una carta. Federico le comentó que la dejaron en el asiento del piloto mientras él estaba estacionado para «comprar algunas cosas».
Luego de ver la seriedad de Axer y de que este insistiera hasta casi amedrentarlo, Federico confesó que con «comprar algunas cosas» se refería a tener el auto estacionado frente a la casa de Clariana Borges mientras él le hacía una visita.
No. No vio a nadie cerca o sospechoso de haber dejado la carta ahí.
Veinte minutos. Su «visita» no duró más que ese tiempo.
No. No abrió la carta.
Y Axer le creyó, pues la carta estaba sellada con lacre. Por fuera decía en letras de tinta, rígidas y simétricas como un sello, lo suficientemente grandes y legibles: «Confidencial. Entregar directamente a Axer Frey».
Axer no tardó en abrirla, como si dentro pudiera encontrar una especie de alivio a su paranoia, sin imaginar que nada lo podría haber preparado para su interior.
«No me busques. No avises a nadie. Yo lo sabré. Y tú sabrás que lo supe, porque la siguiente foto no será del anillo, sino del dedo.
Espera las instrucciones en tu correo. Si yo fuera tú, cambiaría la clave y dejaría a tu secretaria fuera de esto».
Era todo lo que decía, con un recorte adjunto del anillo de esmeralda en fondo blanco.
El anillo que le regaló a Sinaí y que ella nunca se quitó.
En el tiempo que llevaba sin saber nada de Sina, no había comido mucho, más que algunos jugos para combatir la baja de azúcar. Pero eso no impidió que se doblara hacia adelante y vomitara litros de un líquido grumoso que parecía inagotable. Y a cada nueva arcada, mientras más seguía vomitando, más cerca se sentía de caer desmayado.
—¡Por el amor de Dios, señor Frey!
Silvia corrió a ayudarlo, dándole por la espalda y sosteniendo su cabeza mientras vomitaba, como si creyera que el cuello de él no tenía la fuerza para esa tarea. Y aunque Axer quería decirle que se fuera, e incluso lo intentó agitando sus manos, seguía tan absorto por las arcadas y el mareo que limitó su preocupación a no morir ahí, mientras escupía la bilis y sudaba como en un horno.
—Necesito... —empezó a balbucear Axer.
—Llamaré a su padre.
Era lo lógico, su padre era el más capacitado para tratar a cualquier ser humano, con su título y décadas ejerciendo como forense, pero Axer prefería morir a que su padre lo viera en ese estado. Y quién sabe lo que le harían a Sinaí si se enteraban de que estaba involucrando a Viktor Frey en el asunto.
—No, Silvia, yo puedo —jadeó Axer y como pudo abrió uno de los cajones de primeros auxilios. Tomó una jeringa, una ampolla y preparó una inyección para los vómitos.
El joven, pálido, exhausto y tembloroso, forzó una sonrisa tranquilizadora a la mujer del servicio mientras se inyectaba a sí mismo.
—Tengo que avisarle a su padre, señor —masculló Silvia, visiblemente preocupada y hasta consternada por la escena.
—No, Silvia, no se preocupe. Es una infección estomacal. Estoy calificado para esto. Mi padre es un médico de primera, molestarlo por vómitos sería una grosería, en especial cuando puedo atenderme yo mismo.
—¿Y qué sigue?
—¿Perdone?
—¿Espera que lo deje ahí tirado sobre su propio vómito y creer que estará bien? Dígame qué sigue en el tratamiento y lo ayudo.
Axer sonrió, o tuvo la intención de hacerlo, porque la preocupación de Silvia era reconfortante. Era su único e insignificante motivo para sonreír entre cien razones para no hacerlo.
—Lo ideal sería un baño —balbuceó Axer sin aliento, sintiendo como las náuseas cesaban y a la vez cómo el mareo empezaba a incrementarse, difuminando todo su alrededor—. Pero médicamente es más urgente que me ayude a ponerme una vía. Estoy débil y deshidratado, y con el estómago maltrecho no puedo comer nada pesado.
—Pues vamos a ello.
~~
Por la noche, Axer seguía esperando ese maldito correo electrónico.
Era lo único que lo mantenía en su habitación cuando hacía nada que se limpió el desastre que dejó su estómago en ella.
Intentó hallarle sentido a la situación, resolver el rompecabezas, encontrar un indicio del paradero de Sinaí, pero no había ningún cabo suelto, o él estaba demasiado alterado para conseguirlo.
No encontró pista alguna de quién pudo haber escrito la carta. La foto había sido impresa en papel común, la letra computarizada, el papel de la carta podía conseguirse en cualquier bodega y no tenía ningún aroma delator. Ni siquiera el léxico, o las palabras escogidas, tenían algo distinguible.
—¿Qué mierda te pasa a ti?
—Vete a la maldita mierda más profunda de este jodido mundo, Veronika Viktoria, y déjame en mi maldita paz —espetó Axer en ruso mientras presionaba frenéticamente el botón de «recargar» en su laptop.
Veronika no prestó atención a lo que ella asumió que era mal genio, avanzó por la habitación hasta ponerle una mano en el hombro a Axer y obligarlo a que la mirara a la cara.
—Maldita sea, te ves horrible. Pareces el cadáver de la novia.
—No exageres, nadie puede demacrarse tan pronto. Ahora sal de mi mierda.
—Mira, imbécil, llevas siete horas pegado a la pantalla de la laptop, metido en tu correo, dándole a recargar sin revisar ni Facebook. No has salido a comer, ni a buscar tu comida, y el teléfono de Sinaí lo rastreé hasta aquí pero claramente no estás con ella hace días. Indagué en su registro de llamadas y la última que tuvo fue contigo, la noche del jueves. Dos horas en una maldita llamada, así que o discutían o estúpidamente le pediste matrimonio, y por la cara que traes... Dime la verdad. ¿Terminaron y estás suicidándote lentamente?
«Ojalá fuese eso».
Pero entonces Axer se dio cuenta de otra cosa, algo más que preocupante, algo que podía joderlo todo de maneras que no quería ni imaginar: Veronika y sus hackeos.
De nada le servía haber dejado a Anne sin acceso a su correo tal como decían las instrucciones de la carta si al final Veronika se enteraba de la situación al inmiscuirse en su computadora.
—Terminamos —mintió, esperando que el saciar la curiosidad de Veronika la dejara fuera de juego el tiempo suficiente para que Axer pudiera leer el correo y borrarlo antes de que ella lo intercepte—. ¿Puedes, por favor, meterte en tus propios asuntos y dejarme en paz? No quiero hablar de eso, ni siquiera sé si es definitivo. Solo... No quiero hablar.
—Ni comer, por lo que veo.
—¿Puedes dejarme pasar mi pena en paz? Por favor. Respeta al menos eso.
Axer creyó que lo que había dicho dio resultado, pues su hermana se marchó al instante, claramente ofendida, por la manera en que sus pasos resonaron mientras se alejaba.
Pero cuando Axer al fin resopló, preparando toda su concentración para dedicarse a seguir recargando su correo por el resto de su vida, escuhó el resonar de los tacones que se acercaban con la misma determinación.
—Quiero verte tragarlo —dijo la hermana mayor al dejar un par de bananas y un jugo de durazno sobre el escritorio de Axer.
—No tengo…
—Lo meteré por tu garganta, Vik. Sabes que soy capaz.
Axer lo sabía, sí. Había crecido con Veronika, la conocía. Cuando él tenía unos diez años se deprimió muchísimo porque una profesora le puso como calificación un ocho y una nota al pie que decía «No está mal pero decepciona mis expectativas». Esos días Axer no quería comer nada. Veronika se dio cuenta de que escondía sus almuerzos en la nevera, así que un día Axer llegó del colegio, abrió su mochila y descubrió que estaba llena de la comida de todos esos días.
Casi incendió su casa al intentar quemar su mochila, pues la posibilidad de una lavada no le parecía suficiente y quería poner a su padre en la posición de tener que comprarle otra. De no ser por sus hermanos mayores, Ivan y Dominik, no habría podido manejar el fuego y ocultar el incidente de su padre.
Luego descubrió que había sido su hermana la responsable de llenar su mochila de comida y desde entonces nunca volvió a dejar ni una verdura en sus platos por miedo a que Vikky los escondiera en sus zapatos.
Así que Axer no quiso poner a prueba a su hermana en ese momento y se comió las bananas sin protestar, no sin antes regular su expresión para que se adecuara a la huelga de odio.
Veronika le acarició el cabello mientras él se terminaba el jugo. Lo hizo de una manra pacífica y gentil, como si quisiera que entendiera que no estaba solo, que la tenía a ella, que podía…
—Puedes contar conmigo para lo que sea. Lo sabes, ¿no?
Él lo sabía, sí, pero recordarlo justo en el momento en que más la necesitaba, y cuando era tan imperativo que la mantuviese al margen, le provocó un nudo en la garganta que se apresuró a tragar.
En serio sentía la débil desesperación de ceder, de involucrar a su familia, de quebrarse y contarlo todo con la esperanza de ser salvado de ese calvario.
Pero no podía, no si eso la arriesgaba a ella.
—No seas hipócrita —espetó Axer a su hermana luego de tragar, los ojos fijos en la pantalla para no tener que ver sus ojos—. Tú provocaste esto.
Veronika lo soltó enseguida y le enfrentó con los brazos cruzados.
—¿Yo?
—Sí, tú. Todos somos tus marionetas. Estás en las sombras creyendo que nadie nota tus garras en cada movimiento que damos, pero yo te conozco. En Mérida te acercaste como si fueras una compañía agradable y me convenciste de confrontar a Sinaí con el argumento de que todo estaba llegando demasiado lejos…
—Todo estaba llegando demasiado lejos, imbécil. Ella ya estaba jugando ajedrez con nuestro padre. Vik, él todavía guarda la partida empezada como si algún día la fueran a terminar. ¿Estamos todos locos o qué mierda? Porque parece que Aleksis y yo somos los únicos que recordamos que nos mudaremos en nada.
—Pero ese no era tu problema. Con tus susurros me llenaste la mente y terminé cagándolo todo con ella ese día…
—Luego dices que yo soy la hipócrita, ¿eh? No pelearon por mi culpa, pelearon porque tú le mentiste. O peor, porque tomaste la decisión de mudarte el mismo día que la hiciste tu novia.
—Ella. Ella fue la que empezó todo esto.
—Y tú le pusiste fin. El mismo día. ¿Qué culpa tengo yo en toda esta mierda?
—Ninguna, pero vaya que sabes aprovechar los errores de otros, ¿no? ¿Me vas a decir que ofrecerme colaborar con Sophie y llevarla fuera del país con nosotros, y decirlo justo cuando estaba arreglando las cosas con Sinaí, no fue intencional?
—Claro que lo fue. Es que no te entiendo… Estuviste llorando. Por ella. El día más importante de tu carrera hasta ahora, mientras tenías a tus hermanos rastreando los trapos sucios del tipo que la lastimó, interrogando a su hermana en cautiverio y orquestando el asalto final. Y ella solo… estaba ahí, ligando con Aaron Jesper en el mismo hotel en el que estabas tú con toda tu jodida familia. Presumiéndola.
»Ella siempre ha sido un problema entre los dos: quién se queda con el espécimen, quién puede mantenerlo, quién da el mejor jaque… No me digas que te serprende que yo fuera más que un peón en todo esto. Si hablé con Sophie es porque, aunque tú no lo asumas, nos iremos. Y tu gato se quedará en la caja. Pero hay una brillante ciéntifica que puede mudarse contigo, y tal vez deberías considerarlo. Tal vez deberías darte cuenta de que el mundo no se acaba luego de descubrir si el gato está vivo o muerto.
Axer quería poder explicarle por qué esa elección de palabras, en ese momento de su vida, le afectaron hasta que la bilis escaló a su boca y tuvo que tragarla para disimular. Porque no podía decirle a su hermana que no tenía forma de saber si Sinaí vivía, o si estaba siendo tortura en ese preciso momento. No tenía forma de saber si volvería a verla, o a siquiera escucharla, y la verdad es que no sentía que pudiera ser capaz de continuar si la peor de las posibilidades se cumplía.
Quería decirle a Veronika que nada de eso era su culpa, y que ella solo estaba siendo la mejor hermana posible, y él lo sabía, y la amaba por eso. Pero explicarlo significaba tener que decir mucho más de lo que debía, así que callar se convirtió en su única opción.
—Vete a la mierda —escupió su hermana antes de marcharse y azotar la puerta detrás de ella.
A las dos de la madrugada llegó el correo.
Claramente confirmaban que tenían a Sinaí secuestrada, pero lo que pedían para el rescate era demasiado, incluso para él, quien creía sentir todo por ella.
Axer borró el correo al segundo, cerró la pantalla de la laptop y salió de la habitación, del piso y hasta del edificio.
Estacionó frente al laboratorio. Era de madrugada pero tenían personal nocturno y él tenía sus llaves.
Avanzó hasta la sala de observaciones que le interesaba y lo encontró ahí.
Julio Caster, con una bata de paciente, yesos y clavos en sus piernas. Vivo, pero conectado a respiradores y múltiples medicamentos intravenosos para asegurar su recuperación, a excepción de morfina o cualquier analgésico. Lo tenían sudando, envuelto en lágrimas, atado con correas para no permitirle la piedad de la muerte, y prevenir que él pueda conseguirla por sus propios medios.
Sufriendo el dolor de la vida después de un devastador y efectivo suicidio.
Los planes de Frey's empire eran asegurar la recuperación del muchacho, enviarlo a tratamiento psiquiátrico para su evaluación y luego dejarlo cumplir alguna condena decidida en consenso, ya que el resto del mundo lo daba por muerto.
Pero esos no eran los planes de Axer Frey. Y menos ese día, que todo su juicio estaba nublado por la certeza de que perdería a Sinaí Ferreira para siempre.
No se detuvo a desatar las correas, las cortó con tajos violentos de un bisturí. Tomó a Julio por el cuello y lo arrastró fuera de la camilla, las vías de sus brazos fueron arrancadas de forma tan brusca que le rompieron las venas y rasguñaron su piel. Los instrumentos, goteros y monitores cayeron al suelo con estrépito pero a Axer no le importó.
Pegó a su víctima de la pared sin escrúpulo, golpeándole el cráneo, presionando un brazo en su garganta y mirándolo a esos ojos llenos de terror y cobardía.
Casi no parecía el mismo chico que, con indolencia y envuelto en risas nauseabundas, se convirtió en el parásito que germinó en la vida de Sinaí Nazareth hasta convertirla en una pesadilla.
Julio vio en los ojos del depredador que, eso que una vez el ruso le dijo —«Haré que ruegues que te mate»—, no terminó cuando el muchacho, sabiendo que su reputación estaba acabada y que iría preso el resto de su vida, saltó del techo del colegio; ni cuando los Frey lo dejaron soportar la operación de sus huesos sin sedarlo, reviviéndolo cada vez que el dolor era tanto que detenía su corazón. Ni en toda su maldita recuperación, donde atravesaba el infierno sin nada para calmar el dolor tan atroz de sus heridas y cicatrices.
Y tenía razón. No había acabado.
Su castigo no solo sería vivir queriendo la muerte; seguiría muriendo de muchas maneras con la certeza de que Axer Frey iría al infierno a traerlo de vuelta, una y otra vez, hasta que sintiera que ya había pagado su crimen, o hasta que el muchacho esté tan dañado que ya no pueda revivirlo más.
Y así continuaba su condenada, con Axer clavando el bisturí hasta el mango en su estómago, brazos y pecho. Lo clavaba, profundo, tan lleno de odio y de ira que no encontraba satisfacción en los gritos, o en el dolor que profesaban los ojos de la víctima; luego retorcía el arma todavía dentro de Julio, y la sacaba con lentitud para clavarla de nuevo en otra parte de su cuerpo.
Siguió con sus puñaladas, una y otra vez, fatigado, buscando saciar de alguna manera todo lo que estaba consumiéndolo. Estaba tan lleno de la sangre de Julio que podía parecer que era él quien sangraba, tanto que sus manos desnudas casi parecían tener guantes carmesí.
Solo atacaba en puntos no letales, su intención era que Julio sintiera cada vez que el filo del bisturí abriera su piel, cómo se retorcía dentro de él y salía para atacar de nuevo. No quería matarlo. No esa vez. Que viviera, que sintiera un ápice de lo que él estaba sintiendo. Eso buscaba.
Diecinueve puñaladas después, Axer dejó a Julio en la camilla y empezó a quitarse la ropa para entrar en labor de doctor.
Se lavó las manos hasta los codos, pero no lo suficiente para borrar todo rastro de sangre, apenas sirvió para quitar el exceso en esa área. Así de frenético estaba que la higiene lo tenía indiferente.
Se enfundó una bata de laboratorio, unos guantes encima de la suciedad de sus manos, y se puso a disposición de su paciente.
—Axer...
Era la voz de Anne a su espalda. Debían ser más de las cinco de la mañana si su turno ya había empezado.
—Ahora no —rugió Axer—, estoy en una emergencia.
Pero la mujer de todos modos se acercó, mirando cómo Axer empezaba las transfusiones de sangre al chico que lloraba cubierto de heridas y sangre hasta los yesos de las piernas.
—¿Ese no es... nuestro paciente?
—Sí.
—¡No le has sedado! Ni siquiera le has puesto anestesia...
Axer detuvo su trabajo un único segundo para mirar a Anne con el gesto más frío y amenazante que jamás le había dedicado.
—¿Sería mucho pedir que me dejaras hacer mi maldito trabajo?
—Axer, el chico se va a...
Pero entonces cayó, porque empezó a atar cabos. La sangre en Axer, la ropa empapada en el suelo, el muchacho con múltiples heridas nuevas cuando había estado en custodia...
—¿Qué le pasó? —inquirió Anne, aunque ya imaginaba la respuesta y no estaba muy segura de querer escucharla.
—Lárgate, Anne, tómate el día.
—Alguien más entrará y te hará las mismas preguntas, si quieres que te ayude solo dime qué...
—No necesito tu sukin syn ayuda, solo cumple mi maldita orden y lárgate de aquí.
Ella, indiferente a lo que acababa de decir Axer, asumió el papel de asistente de cirugía y comenzó a ayudar a auxiliar el paciente.
Cuando Axer vio cómo Anne levantaba el gotero con la solución e inyectaba en él el sedante para Julio, explotó. Fue como si decenas de agujas de clavaran en su pecho, y una tonelada de acero le cayera encima. Simplemente, era demasiado.
—¡OSTAV' MENYA V POKOYE, CHERTOVA SUKA!
Anne se sobresaltó al escucharlo gritarle en ruso. Ella no entendía todas las palabras, pero claramente la estaba insultando, y él jamás le había faltado el respeto.
Ella se detuvo y asintió. Había límites, y él acababa de sobrepasar el suyo. Por mucho que lo admirara y disfrutara trabajar para Frey's empire, no permitiría que se le tratara de esa manera. No estaría con nadie que abusara de su autoridad de ese modo, y menos un hombre.
Se quitó la bata y se la tendió a Axer.
—Fue un placer trabajar para usted, señor Frey. Tendrá mi renuncia a una hora decente de la mañana.
Cuando Anne abandonó el quirófano, Axer se llevó la mano a la boca dejando un rastro de sangre que las lágrimas pronto emborronaron. Le temblaba, como todo en su cuerpo. Ni siquiera podía respirar bien.
Se pegó a la pared y dejó caer hasta el suelo, rindiéndose.
No le importaba el paciente en la camilla. De todos modos, si moría, él podría revivirlo. Tal vez le delegaría a otro su cirugía, pero eso lo pensaría luego.
Cuando pudiera pensar.
Cuando pudiera dejar de llorar.
Sacó la foto del anillo que venía en la carta. Era ese, su anillo. No tenía dudas de que eso era real, lo sentía. Su pequeña Schrödinger estaba en peligro, y él no podía hacer nada para ayudarla. O, lo que era peor, lo que podía hacer no estaba dispuesto a hacerlo.
Cuando su teléfono empezó a sonar y vio que se trataba de un número desconocido, no dudó que sería de quienes tenían a Sinaí.
—Voy a matarte cuando te encuentre —sentenció Axer al teléfono.
—Y supongo que eso pensó mi boss, por lo que decidió que yo hiciera esta llamada en su lugar. Si algo me pasa, adiós a tu gatita y a la posibilidad de salvarla de esta caja con veneno en la que tú mismo la metiste.
Esa voz...
Maldita sea, todo ese tiempo ideando teorías y posibilidades y la última persona que no se le ocurrió resultó ser la responsable.
¡¿Él?!
Pero no tenía sentido...
¿Por qué querría Aaron Jesper a Sinaí?
Aunque sin duda no era a Sinaí a quien quería, ella solo era el medio para obligar a Axer a ceder lo que le pidieron. Ese era el objetivo principal, lástima que no lo conseguiría. Axer no iba a dárselo.
—Rompiste el Tratado al tomarla a ella y amenazarme —murmuró Axer, apenas controlado para no romper su celular y todo el laboratorio en consecuencia—. Ya no estás bajo protección, no perderé nada al enviarle tus pedazos a tu padre.
—No me importa ese Tratado. Qué aburrida es la vida cuando no te pueden tocar solo porque tu padre es su socio. Tú hazme lo que quieras, Frey. No te tengo miedo.
—Disfruta de tu momentánea inmunidad. La dimensión de mi venganza será igualmente proporcional a la cantidad de mierda que salga por tu boca en estos momentos.
Aaron incluso rio al otro lado de la línea, así de tranquilo estaba.
—Tu ira no es contra mí —dijo el Jesper—, aunque no lo creas. Deberías relajarte. Yo solo soy un intermediario.
—Y el primero en morir.
—¿Seguro, Frey? ¿Quién te guiará a tu gatita luego? No es muy inteligente de tu parte pensar así. Si me quitas del camino, te jodes. Jamás volverás a saber de ella.
—¿Quién?
—¿Quieres saber quién es el boss?
Axer no respondió, pues se sintió al borde de soltar una avalancha de maldiciones por su impaciencia, y no debía hacerlo. No podía demostrar que había perdido el control, o jugarían con él como con un títere.
—Es una vieja amiga tuya —añadió Aaron—. Te manda muchos saludos, por cierto. Espera que tomes la mejor decisión y confía en que vas a hacerlo.
—¿Quién es?
—Gabriela.
—No conozco ninguna Gabriela —espetó Axer, pensando que le estaban tomando el pelo.
Axer pudo oír el golpe que se dio Aaron en la frente al otro lado de la línea.
—Lo olvidaba. Tú debes conocerla como Poison.
En todo el sinsentido de la situación, ese alias esclareció un poco las cosas para Axer, y no le gustó lo que concluía.
—Sea cual sea el problema de Poison es cosa de Dain, no mía. Su vendetta no es contra mí, mi único crimen fue revivirla cuando me lo pidieron...
—Ahí te equivocas, genio —cortó Aaron en el tono de un profesor decepcionado—. Descuida, siempre hay una primera vez para todo. Poison va contra los Frey, no contra Dain como una entidad individual. En resumen, tú estás incluido en esto. Y eres el eslabón más débil, perfecto para empezar su plan.
Axer se rio con amargura, sentía su estómago arder como inundado de lava.
«Eslabón más débil».
Los mataría a todos.
—Lamento frustrar los planes de tu querida boss, pero tú y ella se pueden ir a la mismísima mierda cruda del desagüe del infierno y bañarse en ella. Yo no tengo lo que quieren.
—Mi paciencia es infinita, no te preocupes, a mí me puedes insultar todo el día si así lo quieres. Por desgracia, la de Poison… pues no es tan perseverante. Ella necesita una respuesta para ayer, si entiendes a lo que me refiero. Si no firmas, nos quedamos con el gato.
—En lo que a mí respecta se lo pueden quedar, preparar y digerir a su antojo. No cambiará nada cuánto me amenacen, pues Frey's empire no me pertenece como para que se la ceda a nadie.
—Frey's empire entero tal vez no, pero tendrás acciones en la empresa, una parte que te corresponda y financie tu vida y tus investigaciones, ¿no? Son millones de dólares nada más tu tesis. Eso no cae del cielo, y dudo que tengas que pedirle cheques diarios a tu padre. Tendrás un fondo propio. Además, una herencia. Suponiendo que no te quede todo el negocio, al menos un porcentaje será tuyo próximamente, ¿no? Vamos, Frey, no me veas la cara de imbécil, soy un Jesper y estudio en la misma organización que tú, sé como funciona esto de ser el hijo del rey de un imperio.
Axer no podía mentirle al respecto, y lo sabía.
Era el fin. Se había jodido todo.
Antes tenía la salvedad en su consciencia de poder decir que no había podido salvar a Sinaí porque definitivamente no tenía lo que pedían: él no podía entregar Frey's empire porque no era dueño de la empresa. Pero ahora... La perdería deliberadamente. Tenía que vivir con el peso de haber tenido que escoger, y no escogerla a ella.
Y es que no era solo el dinero. No era como si le estuviesen pidiendo una cantidad de miles y millones de dólares en efectivo. No. Ceder su parte de Frey's empire implicaba que quedaba totalmente fuera de la toma de decisiones en la empresa, de su participación de cualquier tipo. No sería más que un cliente ocasional, si es que lograba costearlo. Perdería su carrera. Su investigación. Su tesis. La posibilidad del Nobel. Su futuro. Todo por una persona que de todos modos dejaría de ver pronto, pues él se mudaría precisamente para continuar construyendo su futuro académico y laboral.
Su padre lo repudiaría al saber que cedió su parte en la empresa.
Su familia le daría la espalda.
Y aunque no supiera qué le hizo su primo Dain a Poison, estaba claro que la mujer quería incendiar el mundo como venganza. No podía darle ese poder, y menos dejarla entrar en la empresa de su familia.
No podía. Simplemente no podía.
—Jesper.
—¿Frey?
—Espero que disfrutes mucho de la compañía de Sinaí. Cuando quieras te mando su dieta y lista de alergias. Come mucho y no te dejará dormir hasta tarde, pero te llevarás bien con sus chistes de doble sentido.
—Antes de que...
Pero Axer ya había colgado el teléfono.
~~~
Doce llamadas perdidas.
Doce llamadas después fue que Axer contestó.
—¿No fui bastante claro? —rugió Axer al contestarle a Aaron.
—Creo que he sido yo el que no se aclaró del todo. Hablemos, en persona. Así entenderás.
—Olvídalo.
—Tienes una oportunidad de razonar esto, ¿la vas a perder?
—¿Qué te garantiza que al verte no te voy a matar?
—Ella. Poison. Ella será mi ángel de la guarda. Lo que sea que intentes, ella lo verá y volará el lugar con todos dentro. Moriré yo también, por supuesto, pero es un riesgo que estoy dispuesto a correr porque confío en tu buen juicio y en que no intentarás nada estúpido.
—¿Por qué haces esto? ¿Por qué la ayudas?
—Digamos que tenemos un enemigo en común. No me interesa lastimarlos a ustedes pero mientras la esposa de tu primo se vea salpicada de todo esto, yo seré feliz.
—¿Aysel? ¿Ella qué…?
—Es una historia muy larga. ¿Quedamos para vernos cara a cara?
—Voy a matarte.
—Confío en que no. Confío en que luego de tomarte el día para pensar, entenderás que no es lo más sensato. ¿Te parece mañana?
—Hoy o nunca. Envíame la dirección.
♟
Aaron Jesper, al ver a Axer que, habiendo bajado de su helicóptero en Malcolm, se acercaba a la mesa en el salón privado que Aaron reservó en el club Parafilia para ambos, le dijo:
—¿Café o tequila?
—¿Cuchillo o pistola?
Aaron sonrió de oreja a oreja como si acabara de recibir un viejo amigo con un chiste interno y no como si lo acabaran de amenazar de muerte.
—Tu sentido del humor es mi casi no favorito en el mundo, Frey.
—Igual que mi novia, al parecer, pues la secuestraste —dijo Axer al llegar a su altura, tomando asiento.
—Lo dices muy tranquilo y a la vez con mucha propiedad. Ni yo, que juego a diario a ser monarca del inframundo, podría llamar «mi novia» a quien deliberadamente estoy dejando morir por un poco de dinero.
—Sí, bueno, tú no vas a matarla.
—Y en eso estamos de acuerdo, pero Poison...
Aaron suspiró y se sacó el teléfono del bolsillo. Con la pantalla encendida y hacia arriba, lo deslizó en la mesa para que Axer pudiera ver la transmisión en vivo de una cuenta en Instagram desconocida.
Solo había un espectador en el live: él.
Y la transmisión... Todo lo que podía verse, además de la sofocante oscuridad del cuarto, era una persona en un ataúd de vidrio cerrado con cadenas. El ataúd estaba de pie con una especie de mangueras a los lados. La chica golpeaba y golpeaba cada pared con desesperación sin lograr ni un rasguño en ella, luchando por respirar mientras litros de agua empezaban a alcanzarle las caderas y sus lágrimas se unían a la inundación. Parecía gritar pero el live no tenía sonido, era claustrofóbico solo mirarla batallar en vano.
Axer alzó la vista hacia Aaron, quien con una mirada casi conciliadora parecía decirle «yo no controlo esto» y deslizó un par de hojas por la mesa hasta su dirección.
La declaración de cesión de derechos voluntaria de Axer Frey sobre Frey's empire a Gabriela Uzcátegui.
—No voy a firmar —protestó Axer, luchando con todas sus fuerzas por no volver a mirar hacia la pantalla donde Sinaí Ferreira atravesaba el peor de los traumas posibles.
Aaron le hizo el favor, levantando el teléfono hacia sus ojos.
El agua alcanzó el cuello de Sinaí y seguía subiendo.
Ella se veía tan asustada, tan indefensa, tan frágil y sola... Axer no podía seguirla viendo. Dejaría todo, lo sabía. Dejaría todo solo por mantenerla viva y a salvo a su lado.
—No firmaré, Jesper —soltó, mirando a Aaron con todo el odio que sentía en ese momento—. Y una vez la maten, ya no tendrán nada con qué manipularme. Lo siento por su plan tan milimétricamente calculado, pero no cederé.
Aaron se encogió de hombros y dejó el teléfono encendido sobre la mesa, se acercó a la puerta de la habitación privada, caminando con lentitud y llamó a uno de los barman de Parafilia. Tranquilo, como si no tuviera a Sinaí ahogándose en vivo frente a los ojos de Axer, pidió un whisky. Luego se retractó, y con un silbido hizo volver al barman. Se le antojaba mejor vodka. Frío. Con dos hielos. Y tal vez una cereza.
Axer temblaba en su asiento, el agua cubrió por completo a su Sina. Con los ojos abiertos y aterrorizados, ella aguantaba la respiración.
Diez segundos.
Veinte.
Aaron volvió a llamar al barman. Prefería ron con Coca-Cola. Hoy se sentía atrevido.
Cuarenta segundos.
Aaron tamborileaba con sus dedos en la puerta. Era un sonido irritante, pero paciente. No parecía molestarle la espera por su trago.
Cuando el hombre le entregó la bebida, Sinaí dejó salir todo el aire de sus pulmones por su boca y nariz.
Estaría muerta en segundos.
—Solo para que lo sepas —dijo Aaron al sentarse frente a Axer—. Si firmas, no es como si Poison fuese en persona a rescatar a Sinaí y todo se revertiría. Si firmas, te doy las llaves y su dirección. Depende de ti cuánto tiempo tenga de muerta cuando eso pase, y qué tan difícil o imposible se te haga salvarla.
Axer abrió los ojos con horror.
—¿Salvarla? ¡No tengo nada para auxiliarla! No estoy en mi laboratorio ni tengo con qué hacerla sobrevivir el viaje hasta ahí.
—Bueno. —Aaron sonrió—. En ese caso deberías darte prisa.
Axer ni siquiera lo pensó. Tomó el maldito contrato y puso su firma.
Perdería Frey's empire, pero no dejaría a Sina morir.
Aaron le tendió las llaves y le dijo en qué cuarto de Parafilia estaba ella.
Con las mismas llaves incrustadas en su puño, Axer golpeó a Aaron en el rostro tan fuerte que lo escuchó crujir.
Una sola vez. Ya tendría tiempo luego de terminar de desfigurarlo.
Axer corrió con el corazón latiendo en su garganta. Sentía el pulso en sus párpados, en sus muñecas, el sudor helado correrle desde la nuca hasta la cadera, arañando su columna con escalofríos que parecían llevarlo al borde del desmayo.
Perdió mucho tiempo. Muchísimo tiempo. Todo se habría ahorrado si hubiese firmado a la primera oportunidad, no permitiendo que las cosas se torcieran de esa manera.
Jamás se perdonaría si no...
Usó las llaves para abrir el cuarto y de inmediato corrió al ataúd para abrir los candados que mantenían las cadenas en su lugar.
El agua lo bañó mientras Sinaí se desplomaba en sus brazos.
Estaba helada, rígida y sin pulso: muerta.
—Maldita sea —maldijo en ruso al dejar a Sinaí en el suelo.
No tenía epinefrina. Nada que garantizara que el corazón de Sinaí cooperara con la reanimación. Estaba solo, entregado a la voluntad de la vida, enredado en los hilos del destino. No era ningún dios en ese momento, solo un médico más que entregaba sus conocimientos y limitaciones a salvar una vida, pudiendo, o no, conseguirlo.
Se derramó en pasión en sus compresiones torácicas. No era la primera vez que las realizaba, ni siquiera a ella. Pero aquella vez habían estado en un espacio controlado, en su laboratorio. Cualquier cosa que saliera mal tenía solución ahí donde él manejaba la química y la biología de forma que la vida y la muerte eran solo un par de factores más con que jugar en sus ecuaciones.
Ni siquiera aquella noche que salvó a Soto podría compararse. Su auto era un botiquín ambulante, y estaba la posibilidad de llegar rápido al laboratorio para el lavado estomacal o cualquier percance.
Pero ese día, con Sinaí muerta en sus brazos por su culpa, por creer que al desprenderse de la situación no le importaría lo que a ella pudiera pasarle, por no amarla lo suficiente para salvarle la vida de inmediato... Ese día Axer moría con cada nueva repetición, cada vez que sus labios tocaban los de ella y los sentía tan fríos e inertes, cada vez que derramaba su aliento en ella y sus pulmones no respondían. Cada vez que, con fuerza y apremio, embestía contra su pecho para despertar su corazón. Cada que vez que sus ojos se nublaban por las lágrimas y entendía que su desesperación lo hacía poco apto para su tarea, que su sentimentalismo podía costarle la vida que intentaba salvar.
—Vuelve, Schrödinger —susurró, aumentando la fuerza de sus compresiones—. No te merezco... No vuelvas por mí, solo vuelve...
Pero ella parecía inmune a sus palabras, a los ruegos de su corazón, a la caricia de sus labios, al aliento que él le infundía.
Estaba perdido.
Estaban perdidos ambos.
Él lo sabía: si ella no despertaba, se mataría él.
Ya no le importaba nada. Dio rienda suelta a su llanto y sus sollozos, aunque casi no podía ver por las lágrimas, y volvió frenético el golpeteo de sus compresiones, agitado y jadeante mientras rogaba a gritos que reaccionara el cadáver de quien había sido su primer amor, y su devoción absoluta.
Desplomado encima de Sinaí, cubierto de lágrimas, sudor y el agua que la había asesinado, Axer intentó, en un último acto de fe a la perseverancia, o de negación a pederla, una última ventilación sobre los labios de ella.
Cuando sintió el agua escalarle a la boca, casi se desmayó por la sorpresa. Se apartó de un salto y ayudó a Sinaí a ponerse de lado para que tosiera todo lo que tenía en los pulmones.
Contrario a toda lógica, en lugar de cesar las lágrimas, Axer se desplomó de rodillas para llorar de alivio. Fue entonces cuando los brazos de ella lo rodearon para celebrar la vida, y quien la había devuelto a ella.
—Axer, yo…
—No hables, no digas…
—Estás aquí…
Ella le besó todo el rostro e intentó en vano limpiarle las lágrimas que fluían por el alivio que era para Axer sentir el aliento de ella contra su piel.
Axer se dio cuenta de que le habían devuelto a Sina el anillo antes de encerrarla en el ataúd, así que le tomó la mano y la llenó de besos mientras agradecía una y otra vez cómo volvía el calor a ella.
—No fue el secuestro que teníamos en mente —bromeó Axer, sus labios rozando los dedos cerca del anillo—, pero tendrá que bastar por ahora.
—¿Qué estás…?
—No estoy diciendo nada. No sé lo que digo. Pero te quiero en mi vida, Sinaí Nazareth, no solo en el tablero. Tú eres mi jaque mate.
*Continúa en el epílogo*
Capítulo dedicado a amandiscastillo y nair0109 porque soy fan de sus comentarios ✨
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