82: Un hijo juntos


Este capítulo lo dedico a Altandrea0703 por ser la primera en comentar el cap anterior, y a Ivmonnn  por comentar "como desquiciada", como ella misma dijo xD <3

Bienvenidos a mi capítulo favorito

Sinaí

Ser la novia de Axer Frey es como... Es como no tener novio, de hecho. Y a la vez haberse ganado la lotería.

Me encanta porque puedo avanzar con mi vida sin interrupciones, concentrarme en mis exámenes, tener —o no— amigos y salir con ellos, ocuparme de mi familia y aún así, un día decidir ir un antro y encontrarme a mí Frey porque me ha rastreado hasta ahí, excitarme con su escena de celos y tolerar que me arrastre hasta el baño de mujeres, nos encierre y me coja hasta casi matarme para recordarme que soy entera y voluntariamente suya.

Es como todo con los Frey: extraño. Así que debo acoplarme a ese mood a la hora de hacer una confesión tan delicada como mis sentimientos por Axer Viktorovich Frey.

Confieso que el nivel de orden que mantiene mi Vik a su alrededor empieza a parecerme su hábito más sexy.

Entro a su laboratorio y veo que tiene guantes y los lentes puestos. Sé que sus documentos físicos están en orden alfabético, todos en hojas abrumadoramente blancas y cubiertas por un envoltorio plástico, agrupadas dentro de carpetas de un gris específico. Todas con el mismo material. Todas del mismo tono de gris. Con los ganchos cromados pulidos, sin marcas de huellas o signos de óxido. Y así en cada compartimento de su archivador.

Cuando tiene que firmar algún documento o escribir una receta médica, lo hace con una estilográfica especial. Sin embargo, por alguna especie de ritual que lo tranquiliza, cuando tiene algo de tiempo libre suele sacar sus lápices de grafito para afilar la punta de todos y empezar a organizarlos en fila —con ayuda de una regla en la base para dejarlos todos a la misma altura—, puestos en orden de tamaño.

Justo tiene los lápices de ese modo en este momento, mientras concentrado limpia las teclas de su laptop con un paño estéril humedecido con algún antiséptico.

Cuando usa la laptop normalmente es para escribir algún capítulo, o revisar los correos que Anne previamente le ha filtrado como «relevantes». O para sus clases online con la organización para genios, lo que es menos frecuente ahora que está concentrado en su tesis, y sus apuntes suele hacerlos manual antes de pasarlos a limpio al borrador en su computador.

En resumen: es perfecto.

Literalmente. No sabe cometer errores.

Yo soy la excepción. Y yo valgo por una larga lista de errores, lo admito.

Cuando me acerco, estoy vestida con un traje de falda y chaqueta negra para lucir más profesional. Mis botas son largas y de tacón fino para adaptarme a la ocasión.

Sé que él me escucha llegar por los pasos, y también sé que sabe que soy yo, pues la única otra persona que entraría de este modo a su área de trabajo está junto a él, entregándole un vaso de agua.

Sí, Anne. El hecho de que ella sea mujer y de que yo no haya siquiera considerado dejarla calva me da esperanzas de que no todo está perdido en mi celopatía. Tal vez tiene arreglo.

O al menos excepciones.

O tal vez confío demasiado en Axer para lo que es prudente.

Da igual, cuando estoy ya a la altura de su escritorio, le digo:

—Vamos a tener un hijo juntos.

Axer se atraganta con su vaso de agua y empieza a toser a lo desesperado. Yo me asusto, pero estoy estática. Anne es mucho más rápida en reaccionar y lo ayuda dándole por la espalda.

Axer está demasiado rojo, pero hace señas a Anne para que lo deje y a duras penas logra contener su tos él mismo.

Cuando parece que vuelve a respirar, se limpia la boca con un pañuelo mientras dice:

—Anne, ¿nos permites...?

—Oh, sí, sí, claro.

La mujer nos deja de inmediato.

Axer a duras penas se recupera. Acomoda sus lentes, pretende parecer tranquilo, pero yo veo más allá de lo superficial. Veo cómo evita el contacto visual, cómo sus manos tiemblan ligeramente hasta que apoya los codos en el escritorio y entrelaza las dedos enguantados frente a sus labios.

Como sé que él no dirá nada voluntariamente durante la próxima hora, avanzo yo al dejar mis documentos sobre su escritorio.

—¿Qué es...?

—La prueba —respondo.

Apenas hojea las páginas, sus ojos bebiéndose las palabras con avidez, y se relaja. Parece que al fin respira y entonces deja los documentos de vuelta en el escritorio.

—Nazareth, no sé si te he dado la impresión de que puedo revivirme a mí mismo, pero por si acaso te lo aclararé: no puedo. Así que, en el futuro, evita darme esos sukin syn sustos asesinos.

Apenas contengo las ganas de reír.

—Es imposible que leyeras todo tan rápido —objeto con los brazos cruzados.

—Leí lo justo para respirar. Un recibo, papeles de propiedad y un contrato de edición. No hay prueba de embarazo.

—¿Por qué te preocupaste tanto? —pregunto entre risas—. Para empezar, ambos estamos usando anticonceptivos. ¿Tan mal te cayó la idea que el lado genio de tu cerebro se fue de vacaciones?

Axer pone los ojos en blanco y, ahora que está más aliviado, se permite tomarme las manos aunque sea con sus guantes de por medio.

—No quiero ofenderte, bonita. Pero tú tienes dieciocho y yo una tesis en curso. Tú ni has escogido qué vas a estudiar y yo tendré mi segunda graduación pronto. No es el momento.

Me encojo de hombros con una sonrisita en los labios. Todo eso ya yo lo sé, y estoy en total acuerdo, pero el hecho de que diga «no es el momento» y no «jamás pasará» se siente muy lindo.

—Tienes que admitir que fue una buena broma —le digo inclinándome para dejar un beso en su frente.

—A ver cómo se lo explicas a Anne ahora, porque yo no lo haré.

—Pues déjala. —Me encojo de hombros—. Quiero ver cómo me mira la barriga de aquí a los próximos nueve meses.

Axer niega con una sonrisita, pero la mención del tiempo borra la mía. No tenemos nueve meses.

Él se irá antes.

—¿No vas a revisar los papeles? —insisto para desviar la atención de la melancolía.

—De eso podemos hablar después. Hay algo más urgente que necesito preguntarte.

Por la manera en la que lo dice no tardo en asustarme, aunque intento que no se note, aunque intento que no me afecte la respiración, que mi cerebro no lo asimile, porque sino va a asfixiarme.

Lucho contra los ataques de pánico, pero no está del todo resuelto, no desde aquella llamada de María.

Y ni siquiera entiendo por qué.

No me importa lo que Soto hizo.

Ni siquiera estoy segura de que me importe que muriera en un accidente antes de ser juzgado, antes de que yo pueda saber el por qué de lo que hizo.

Se siente como un testimonio. Algo que le pasó a un vecino, no a mí.

El hombre que murió no era mi amigo. Y el hombre al que mató no era mi padre.

Pero, algunos días, hasta el más débil de los sustos me alarma hasta casi hacerme colapsar. Porque vivo en una historia de maldito terror, y sé lo fácil que todo puede desmoronarse, cómo de rápido la calma puede convertirse en un diluvio, y siempre creo que mi turno está por llegar.

—¿Debería sentarme? —pregunto a Axer apenas controlando mi respiración.

—Por favor.

Algo anda muy mal.

Busco dónde sentarme y veo a los ojos a Axer. Es como una pared de esmeralda, imposible de penetrar más que por el resplandor de algo que viene detrás... Está serio, sí, pero creo intuir que lo que lucha por quedarse detrás de esa mirada es un deseo de que lo que sea que va a decirme acabe bien.

Estoy cagadísima, lo admito.

—¿Tiene que ver con Soto?

Él no recibe mi comentario de buena manera, creo que lo pone más receloso.

—¿Por qué tendría que ver con Soto?

No lo sé, últimamente todo parece tener que ver con él.

Pero no le digo eso.

—Solo intento pensar en opciones sobre lo que podría tratar esto —musito. Espero que no note cómo me retuerzo las manos de los nervios.

—Ya, pues, deja de intentar adivinar. No es como si no fuera a decirte nada.

—Bien. —Trago—. Pues empieza.

—Es que... —Él suspira, y todo ese preámbulo me tiene al borde del vómito—. Es solo una pregunta. Una pregunta muy simple.

Le cuesta decirlo... Dios, cómo lo conozco.

—Hazla —insisto.

—¿Por qué investigas a mi familia?

—¿Que yo qué?

—Lo que oíste, Nazareth. Es una pregunta sencilla, de una única respuesta. Te repito: ¿por qué nos investigas?

—¿Cuándo...? ¿Cuándo los he investigado?

Obviamente la respuesta es prácticamente desde que sé el nombre de Axer, lo que quiero saber es cómo él se enteró.

Él parece haber perdido la paciencia, como si mi evasiva fuese la única respuesta errónea.

—Me has tratado como estúpido, pero no lo soy, Nazareth, así que deja de fingir y de hacerlo tan estúpidamente. Tengo todas las sukin syn pruebas. De hecho, las tiene Veronika. ¡Veronika! ¿Sabes lo que pasaría si mi padre se entera?

Okay, empezó muy tranquilo pero parece que eso acabó.

—¿Cómo...?

—Dime por qué. ¿Para quién trabajas? ¿Con quién estás colaborando? ¿Hace cuánto?

—¡¿Qué?!

Me levanto de la silla y voy hasta su escritorio, golpeando la superficie con las uñas al hablar.

—¿Cómo mierda puedes creer que trabajo para alguien o que estoy colaborando para...? ¿Para qué? ¿Para joderlos de alguna forma? ¡Escúchate, maldita sea!

Él también se levanta para quedar a mi altura y habla mucho más acalorado que antes, pero no grita.

—Dime para quién. Y dime si... No sé, ¿fue todo el tiempo? ¿Te están obligando?

—¡No trabajo para nadie y nadie me está obligando a investigarlos, por Dios!

—Eso sería exactamente lo que diría alguien que de hecho trabaja para otra gente.

Me río y me tapo la boca de inmediato.

—¿Te parece gracioso? —inquiere él, entre ofendido y horrorizado.

—¡Me parece estúpido! Es... surrealista.

—Tu ex resultó ser un asesino con complejo de vengador, tú viste el informe de lo que le hacía los hombres de su iglesia, tú has visto... cosas en mi familia. Te he confiado demasiado, ¿y todavía te parece surrealista lo que digo? Dime por qué nos investigas si estoy tan equivocado. Y espero que sea una explicación brillante.

—Brillante o no es la puta verdad —declaro acalorada. Siento que le voy a pegar solo por ser capaz de insinuar que soy una traidora—. Los investigo porque me causan curiosidad. Y de hecho todo tiene que ver contigo, quería acercarme a ti, quería ser una de ustedes, pero por estar contigo. Quería saber... No lo sé, ¿prefiere thrillers o novelas románticas? ¿Tiene alguna alergia? ¿Un color favorito? ¿Dónde suele comer? ¿Cómo funciona su negocio familiar? ¿Cuáles son sus horas libres? ¿Tiene amigas de las que deba preocuparme? Sí, todo ese tipo de cosas raras. Sé que me pasé de muchas maneras pero eso ya tú lo sabes. ¿O no hiciste lo mismo conmigo? Yo jamás he conspirado de ninguna forma para hacerte daño a ti o a tu familia. Yo te... Admiro. ¡Y mucho, maldita sea!

—Por eso tienes todas esas cosas mías.

—¿Qué cosas...?

El recontra coñísimo de su madre.

Ahora lo entiendo.

Encontró el almacén.

Doy varios pasos hacia atrás para sentarme en la silla, pero al dejarme caer en ella estoy tan mareada que no acierto y me desplomo. Todo está oscuro, y aunque escucho a Axer, es como si estuviese debajo del agua. Ni siquiera soy consciente de que me carga y me sube a la camilla hasta que ya me está poniendo la máscara de oxígeno.

Estoy sudando frío, siento que toda mi sangre me abandonó, pero al menos ya empiezo a ver de nuevo.

Cuando el mareo pasa, yo misma me quito la máscara de oxígeno y me siento al borde de la camilla.

—¿Estás bien? —pregunta con cautela.

—No —reconozco, y no tiene nada que ver con el mareo.

Él pone sus manos en mis rodillas y, a pesar del contacto inadecuado, me habla como un doctor.

—¿Qué sientes?

—Miedo. Y muchísima vergüenza. ¿Tienes algo para eso?

—Vamos, Nazareth, no pasa nada. Vivo con Veronika. He visto cosas peores. Y no es como si no te hubiese creído capaz.

Todo mi interior mi cuerpo quiere gritarle a Axer «No nos hagas reír, estamos a mitad de un drama».

—A decir verdad... —continúa él con mucho cuidado de no detonar un nuevo ataque en mí—. Ese detalle me causó curiosidad, pero nada más. No era lo más preocupante ahí.

Y ahora lo recuerdo.

Maldita sea.

Jonás.

—Putísima madre...

Me llevo las manos a la cara y me doy cuenta de que estoy temblando, siento que voy a vomitar.

—Dime que estaba bien, por favor —ruego sin quitarme las manos de la cara—. Dime que estaba bien aunque sea mentira. No podré soportar otra posibilidad.

—Estaba bien muerto.

Maldita sea, voy a ir a la cárcel.

Y no de visita.

Empiezo a llorar y tiemblo. Cuando vuelvo a hablar lo hago entre sollozos, dudo que Axer pueda entender una palabra de lo que digo.

—Yo-yo lo olvidé por completo. No quería matarlo. Ni siquiera le toqué un maldito pelo. No quería matarlo, solo asustarlo y que sufriera, pero... Mierda, no quería matarlo.

—No te va a pasar nada, Nazareth. Hey.

Con una de sus manos levanta mi mentón. Con ayuda de sus dientes se quita el guante de la otra para así poder limpiarme las lágrimas con sus dedos desnudos.

—Está vivo —dice en voz baja.

Mi llanto se corta en seco, aunque sigo sorbiendo por la nariz. Y lo veo, más confundida que nunca. Necesito saber a qué mierda está jugando.

—Está vivo ahora —confirma—. Yo lo reviví.

Siento como si aflojaran unas cadenas en mi pecho, y tomo una bocanada de aire descomunal.

—¿Y está... libre?

—No. Está en terapia intensiva. Y cuando salga, irá a la cárcel.

—¿Por qué motivo?

—Por el que se me ocurra ese día. Él jamás dirá una palabra sobre ti, yo mismo me encargaré de eso. Y de que sepa que me debe su asquerosa vida.

No sé qué decirle al respecto, tal vez porque siento demasiado, y no lo sé resumir en palabras. Tal vez porque su mirada me oprime hasta los pensamientos.

Así que digo:

—¿Cómo dieron con el almacén?

—Buscábamos a Jonás, y claramente dimos con su paradero.

—¿Por qué lo buscaban? Su familia no trabaja con ustedes, ¿o sí?

—¿Por qué lo encerraste?

Sé que su pregunta es justa, pero no puedo responderle. Simplemente no puedo.

—¿Tiene algo que ver con el motivo por el que le quemaste la casa a los Caster? —insiste.

—Yo... Yo sé que tú mereces que sea honesta contigo, y no quiero insultarte de ninguna manera. Yo confío en ti, lo juro. Si fuera más fuerte te contaría cada detalle. Pero no puedo... —La voz se me quiebra y tengo que pararme a respirar para no estallar en llanto—. No quiero hablar de eso en la vida. Si pudiera lo borraría de mi cabeza, y es precisamente porque no puedo que estoy haciendo todo esto.

Axer me atrae hacia él y me abraza, fuerte. Siento su temblor contra mi cuerpo, el trabajo tortuoso en su respiración, la manera en la que parece querer entregarme su alma con tal de frenar mi llanto. Porque sí, he empezado a llorar de dolor, y ahora que lo estoy dejando salir dudo que un día pueda parar.

Es como si me estuviese rompiendo por dentro.

—Ssshhh... No tendrás que hablar de eso nunca más, lo prometo. —La voz de Axer en este momento, y sus caricias en mi espalda, son lo más expresivo y genuino que he recibido de él jamás—. No tienes que decirme nada, me basta con saber cuánto te dolió para estar de tu lado para toda la vida.

No sé cuánto tiempo pasa, pero la paciencia de Axer no mengua en ningún momento. Me mantiene entre sus brazos, acariciando mi cabello mientras mi respiración empieza a acompasarse, dejando uno que otro beso en mi frente cuando parece que estoy a punto de quedarme dormida, besando mis sonrisas cada vez que su cobijo me robaba una.

Luego él le dio un par de instrucciones a Anne y salimos a almorzar juntos. Ni siquiera me juzga por pedir pizza y papas mientras él se come su ensalada César.

No entiendo cómo puede pagar por una botella de agua cuando tiene la opción de pedir un refresco. Pero no voy a juzgarlo. Incluso haré caso omiso de que esté comiendo con guantes.

En su defensa diré que son guantes negros. De látex, sí, pero eso de lejos no se nota. Al menos podrán creer que sufre de frío en las manos o una vaina así.

—¿Ya sabes qué quieres estudiar luego de tu graduación?

Mi graduación. Ni siquiera me acordaba de que este año me gradúo. O sea, he estado cumpliendo con todas mis asignaciones, tengo la responsabilidad al límite, pero como que a estas alturas de mi vida lo menos que me emociona es una graduación.

No es como si pudiera asistir a un baile con Axer como mi pareja y nos escogerían rey y reina del abismo o algo parecido, y tendré que dar un discurso emotivo con una canción de High School Musical de fondo para que todos lloren.

No. Será solo una rumba más en algún club, con compañeros a los que no les he hablado en la vida, y otros a los que espero no tener que hablarles más.

Y María.

Pero sí, sí he pensado qué quiero hacer luego de ese desorden. Luego de despertar al día siguiente con la resaca más hijo e puta de la vida, prometiendo que no volveré a tomar jamás y aliviada porque ya no debo despertarme temprano para ir a que me enseñen ecuaciones y el verbo to be.

—Justo de eso vine a hablarte hoy —le digo—. Si hubieses leído los papeles lo sabrías.

—Oh, perdona por estar demasiado ocupado respirando luego de que casi me mataras con tu «broma».

—Mi «broma» tenía un sentido. Y lo sabrías si hubieses leído los papeles.

Él deja su tenedor y entrelaza sus manos para prestarme toda su atención.

—Te escucho.

¿Cómo se dice algo así de una manera sutil y no agresiva para que la otra persona la procese con tranquilidad y no se alarme?

Solo se me ocurre una opción:

—Compré la editorial.

Por la manera en que me mira siento que acabo de hablarle en Bahamita.

Y sí, ya leí Vendida.

—Moon House Publisher. Fueron ellos los que te rechazaron, ¿no?

Solo frunce el ceño, pero yo sé la respuesta.

—Bien, pues ahora son S&S Ediciones. Una S es por mi nombre, obviamente, y el otro por el de Shaula. Me di cuenta de que había pésima representación femenina en la editorial, y que las pocas mujeres publicadas por el sello usaban seudónimo o recibieron un pésimo trabajo de marketing, así que pienso mejorar eso con los próximos lanzamientos, y sentí que poner el nombre de Shaula en el título, aunque sea solo su inicial, es un comienzo prometedor.

—Compraste la editorial.

—Sip, estaba en el recibo que viste. Sé que la tarjeta que me diste no tenía límite, pero ellos necesitaban una transferencia o un cheque. Así que tuve que usar tu sello y falsificar tu firma para la transacción. Según el contrato que firmamos tú y yo al hacernos novios, yo podía exigir una remuneración con todos los ceros que quisiera. Ahí está mi precio, y es todo. No voy a necesitar ni un dólar más de ti o de Frey's empire. Se supone que esta inversión a partir de ahora me garantizará independencia económica.

Axer mira en todas direcciones antes de inclinarse hacia mí y decirme en voz baja:

—¿Por qué chert voz'mi compraste la editorial?

—Eso lo sabrías si hubieses leído el contrato de edición que estaba en los documentos que te pasé. Obviamente yo no soy editora, ni diseñadora, ni una puta mierda. Tengo al mismo equipo de Moon House Publisher trabajando para mí por ahora, pero no quiero que trabajes con esa gente. Esperaré a recuperar parte del capital invertido con las ventas de los títulos que siguen en circulación y los próximos lanzamientos y haré el máster de edición de Penguin. Cuesta más que mi casa pero en un año ya estaría capacitada y con título. Además, tengo un criterio formado por años de consumo literario y, tienes que admitirlo, un buen gusto lector. Buscaremos juntos un diseñador... Preferiblemente ilustrador, lo ilustrado está de moda. A nadie le gustan las portadas con modelos y... Coño, me estoy yendo por las ramas.

Me inclino hacia él y lo miro con los ojos brillando de ilusión.

—Quiero ofrecerte un contrato de edición. Bueno, a Red Dragon. Y quiero ser tu editora. Y como sé lo obsesivo que eres con el control no firmé por ti. El papel está en blanco, la decisión es tuya. Pero quiero esto, y siento que deberías considerarlo. Nadie conoce ni ama A sangre fría, además de ti, como yo. Tú lo imaginaste pero juntos podemos darle vida. Tomará tiempo, sí, porque tienes que esperar a que me gradúe y luego empezar el proceso de editar, maquetar y todo eso. Pero así son todos los partos, ¿no? Estos solo serán meses más largos hasta que al fin tengamos ese sueño materializado en nuestras manos. Este... Dios mío, Vik, estos son los hijos que quiero contigo, y este puede ser el primero.

Axer tiene la mano en la frente, así que no puedo ver su expresión. Y por un momento él no dice nada. Ni siquiera sé si respira.

Cuando habla lo hace sin verme y en voz tan baja que no logro entenderle.

—¿Qué dices?

Pero no repite nada. Paga la cuenta y salimos juntos del restaurante sin decir una palabra.

Lo escucho llamar a Linguini y me subo al auto con él.

Me toma la mano y no me la suelta en todo el camino, pero sigo nerviosa.

Me sorprende ver que estacionamos frente a mi casa.

Con el ceño fruncido, trato de encontrar en su mirada una respuesta a su actitud, pero no consigo grandes pistas.

No parece molesto, solo consternado.

Parece notar mi conflicto así que me toma el rostro y, muy cerca de mis labios, me dice:

—Tengo algo que hacer, bonita. Te veré luego de eso.

—Pero... ¿Qué pasa con lo que estábamos hablando?

—Dejaste los papeles en mi oficina, tendrás tu respuesta cuando te los devuelva.

—Sí, pero...

Su otra mano se une al agarre en mi rostro, y siento que sus ojos se transforman en un lenguaje en sí mismo. Lo que veo en ellos no es romántico, o al menos no del convencional. Es la mirada de alguien que está dispuesto a quemar un tablero para construir con sus cenizas una corona para ti.

Pozvol'te mne solgat' vam v posledniy raz, potomu chto dazhe ya ne uveren, chto eto pravda. No ya lyublyu tebya, Nazareth. Blin, kak zhe ya tebya lyublyu.

—No entiendo lo que dijiste —reconozco sin aliento, pues la intensidad de su cercanía me lo ha robado—, pero te creo. Y te esperaré.

Con un beso suyo en mi frente, nos despedimos por hoy.

♟️♠️♟️

Tres días sin saber de él.

Tres putos días enteros sin una llamada, sin un saludo, sin una respuesta.

Ni siquiera ha venido a clases. Los profesores dicen que recibieron un justificativo médico suyo, así que esa es su excusa para no asistir.

Pero es un Frey: puede falsificar un justificativo médico como Ron puede imitar el parsel de Harry.

No está enfermo. Me está evitando.

O tal vez está ocupado.

No sería la primera vez que pasamos días sin contacto de ningún tipo, solo que esta vez es distinto. Esta vez me abandonó luego de que yo le abriera mi corazón de la manera más cruda, honesta y extrema posible.

Tal vez crucé la línea.

Tal vez él esperaba que yo jamás usará el anillo, o que al igual que he dejado de colaborar en su tesis ya no cobrara el dinero.

No lo sé. Nunca se sabe con Axer.

Pero estaba tan segura... Segura de que somos mentes gemelas, de que él, mejor que nadie, entendería lo que sentí al pedirle que hiciéramos de A sangre fría nuestro hijo en común.

Hoy es viernes, así que apenas salga del colegio empezará un fin de semana frío y solitario. Mis posibilidades de encontrarlo en la escuela desaparecerán hasta el lunes, solo quedará la esperanza de que él toque a mi puerta y...

—¡Con calma, no corran!

La profesora está desesperada intentando arrear el rebaño de estudiantes que huyen como cocainómanos del aula.

No parecen asustados, al contrario, es el tipo de desorden, de avalancha humana, que se genera cuando hay una pelea en el patio central y nadie quiere perdérsela.

Voy tras ellos, aunque con menos apremio. No soy inmune al magnetismo del chisme, simplemente no quiero morir aplastada por la euforia de los demás.

—Hey, Sinaí —dice la profesora alcanzándome antes de que llegue demasiado lejos.

Ella me entrega una carpeta y está a punto de añadir algo más cuando parte del grupo que corría por los pasillos cayó en un efecto dominó, lo que la obliga a hacerse cargo de la situación.

Ni siquiera me hace falta llegar al patio para darme cuenta de la situación que estamos viviendo, pues los pasillos ya empiezan a llenarse de hombres con uniformes camuflajeados, rifles en cinto. Y cada puerta tiene al menos un par.

Para salir al patio me piden mi cédula para probar mi identidad y luego me permiten el paso.

Una vez en el patio intento buscar a María entre el desorden, pero todo está tan minado de guardias y estudiantes que se me hace imposible distinguir a nadie. Así que tengo que preguntarle a quién tengo más cerca.

—¿Tú sabes qué está pasando?

—Buscan a alguien —responde la chica de segundo a mi lado. No me mira, se está comiendo las uñas mientras sus ojos enfocan el espectáculo de los uniformados—. ¿No te preguntaron a ti si lo has visto?

—Solo me pidieron mi identificación... ¿A quién buscan? ¿Por qué?

—No recuerdo el nombre, solo vi la foto. No es de mi salón. Pero dicen que lo buscan por múltiples crímenes. Escuché a una profesora... Robo, agresión, abuso físico y... sexual.

Volteo a verla horrorizada.

—¿Todo un mismo estudiante?

—Sí. Y por el alboroto que arman dudo que tenga dudas al respecto. Seguro tienen pruebas. Escuché que hay múltiples testigos en su contra. O sea... —Entonces la chica me ve por primera vez—. Sus víctimas. Confesaron. Eso dicen las profesoras que lloran.

Dejó salir el aire que ya me pesa en los pulmones.

No sé si en otros países los arrestos se efectúan tal cual en las películas, pero al menos en esta parte de Venezuela, con la Central hidroeléctrica tan cerca, tenemos el comando de la guardia, una base militar en todos lados. La guardia es nuestro cuerpo policial. Ellos hacen los arrestos, las intervenciones inmediatas, acuden a los llamados de auxilio. Luego, los criminales son trasladados a Ciudad Bolívar donde son retenidos y pasan a manos de los tribunales.

No esperaba vivir algo así y menos en la escuela. Se siente como estar en un episodio de La ley y el orden, y no estoy segura de si lo que siento es emoción por el momento extraordinario, o miedo de que se les escape quien buscan.

Sin duda alguien alertó a la guardia de que su criminal estaba en clases, y no dudaron en acudir, ni esperaron a que un cuerpo policial viajara de una ciudad a este pueblito.

—¿Crees que lo atrapen? —me pregunta la chica junto a mí.

Veo a los militares moverse, unos entran, otros salen. Los únicos quietos son los que se mantienen en sus sitios custodiando las puertas o interrogando a los estudiantes.

Ninguno tiene un arma en las manos, solo en sus cintos, pero veo algunos tan fijos en las ventanas, quietos, aguardando como halcones, que casi parecen francotiradores.

—No creo —susurro en respuesta—. Ya lo habrían atrapado. Ya sus amigos se habrían cagado de miedo y entregado. Seguro le avisaron. Debe estar arrastrándose por algún caminito de monte y culebra.

La chica me ve con los ojos entornados, decidiendo si hablo en serio.

—Son demasiados guardias —explico—. ¿Cuántos pueden necesitarse para atrapar a un mocoso desarmado?

—¿Qué te hace creer que está desarmado?

Entonces pasa. Es tan rápido como el golpe de un ave contra un parabrisas.
Tengo que verlo en retrospectiva para que mi cerebro lo procese, porque la primera vez no lo entendí. Ni la segunda. Ni la siguiente.

Solo sentí el viento, le oí silbar. No gritó mientras caía, pero el impacto quebrantó su valentía, pues primero se escuchó su quejido inhumano de absoluto dolor, y luego registré el ruido de sus huesos rotos.

Salpicada de su sangre sin un atisbo de asco encima, me giro sobre mis talones para reconocer el cuerpo en el suelo. Está vivo; sus ojos desorbitados e inyectados en sangre, sus pies fracturados en un ángulo imposible, como si hubiese caído sobre ellos pero el impacto los quebrara como a una barilla.

Hacemos un hermoso contacto visual mientras la vida lo abandona. No por el golpe, o por las múltiples fracturas, sino por el apasionante fluir del río de sangre que pronto se roba todo el color de su piel, el calor de su cuerpo y la energía de su corazón.

Y le sonrío, por cortesía. Porque lo último que veo en sus ojos antes de que muera es reconocimiento. Y es lo que último que queda, y quedará, de Julio Caster.

Cuando los guardias nos empujan lejos del cadáver, finjo el shock suficiente para dar unos pasos al frente y pisarle la mano hundida en su propia sangre. Sus dedos crujen bajo mis botines, el cuero se mancha de carmesí. No grita, no se retuerce. Es solo un cerdo menos, una mancha más que limpiar, un poco más de oxígeno para el resto.

Cuando lo declaran muerto me empiezo a reír a carcajadas. Este es el maldito día más feliz de mi vida y no entiendo por qué. No me resisto a que me carguen, a que me digan que todo estará bien, a que se preocupen por mi supuesto trauma.

Ojalá supieran. Ojalá siquiera imaginaran que el trauma no es el reciente. Su muerte es la victoria, es el comienzo de la superación.

Jamás olvidaré lo que hizo. Pero ahora él tampoco va a olvidarme. No puede. Mis ojos fueron lo último que vio.

Les digo a quienes me cargan que estoy bien, que ya puedo caminar. Finjo que el acceso de risa ha pasado —como si no me resonara la carcajada en el estómago—, les digo que solo quiero ir a casa a tomar un baño, y al ver que no parezco mareada ni a punto de vomitar me dejan y vuelven a concentrarse en lo que les importa.

Sí pretendo irme de aquí, no tengo intensiones de ver cómo limpian este desastre. Ver cómo se creó fue la parte divertida.

Pero cuando estoy a nada de salir del colegio, veo a un grupo en particular que capta mi atención.

Son tres personas. Dos de ellas demasiado concentradas en el espectáculo. La chica: serena, de brazos cruzados; sin práctica casi no te das cuenta de que está sonriendo, aunque sus labios parecen estáticos. Casi no entiendes en qué parte de su rostro empieza a nacer el infierno.

El más pequeño también mira hacia la escena del crimen, sus manos dentro de los bolsillos de su suéter. Gracias al reflejo del sol en sus lentes no puedo distinguir sus ojos, y algo en su aura me advierte que es mejor así.

Y el tercero... Es el único que no parece interesado en el horror recién vívido. Pero está consciente de ello, lo veo en sus ojos. No se perdió ningún detalle. Debió haber vivido ese suicidio en cámara lenta, el salto desde el techo del último piso, el impacto brutal contra el suelo, y mi reacción.

Él está mirándome. Y no parece perturbado, como si no estuviese llena de la sangre de un criminal recién muerto. Solo parece... Parece que es la única persona en todo este lugar que siente exactamente lo mismo que yo ahora.

Por algún instinto absurdo recuerdo la carpeta que me dio la profesora y la abro. Dentro hay una nota, doblada en papel fino y aromático, con una sola palabra escrita en caligrafía refinada y corrida.

«Acepto», dice la carta, y adjunto se encuentra el contrato de edición con la firma de Axer Frey.

Levanto la vista de la carpeta con lágrimas en los ojos y la sonrisa más libre, honesta y aliviada que he experimentado en mucho tiempo, y veo a mi novio al otro lado, con un brazo en los hombros de Aleksis y el otro rodeando la cintura de Veronika. Con un guiño de ojo, se despide del contacto visual y vuelve su rostro al frente, a terminar de disfrutar el espectáculo.

~~~

Nota:

Necesito sus opiniones.

¿Aman a los Frey o ya no?

¿Qué piensan de lo que hizo Sina para demostrarle su amor a Axer?

¿Qué piensan del final de Julio?

SÍ, todavía faltan respuestas, no entren en pánico y disfruten el sufrimiento del mardeto por ahora.

Algo más... ¿Soy la única que ama más a Axer que nunca?

El siguiente capítulo lo dedicaré a otro usuario que comente en los párrafos de este capítulo y que antes no le haya dedicado uno.

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