81: Un cordero contra los lobos
Soto
Soto no era mala persona, simplemente odiaba a Sinaí desde lo más profundo de su marchito corazón.
Él mismo no entendía por qué, pero puede que se debiera a que, en algunas cosas, en las peores, ella le recordaba a sí mismo.
Como que ambos crecieron en entornos asfixiados por la religión, o el terrible hecho de que los dos eran hijos de agresores.
Soto sufría distimia, o trastorno depresivo persistente. Su madre no sabía tratarla más que con fe, así que oraba y lloraba todas las noches desde aquel horror que atravesaron.
Lo encontró desmayado a sus once años, con toda la comida de los últimos días bajo la cama apestando el cuarto por la podredumbre. Fue cuando la señora Mary entendió que, contrario a lo que le solían decir, la tristeza sí podía matar a su hijo.
Soto vio a su madre atravesar el peor de los duelos esos días que estuvo internado. Los médicos no presagiaban nada bueno, su desnutrición era preocupante y sus defensas tan bajas que por contraer un virus común estuvo al borde de la muerte.
Esos días, Soto pasaba la mayor parte del tiempo desmayado o alucinando por las fiebres. Sino, vomitando, lo que empeoraba su deshidratación. Pero en sus pocos momentos de lucidez, recordaba a su madre, cómo se aferraba a su Dios en llanto y ruegos para que no le arrebatara a su hijo.
Entonces el niño entendió que, si algo llegaba a pasarle a él, su madre moriría de dolor. Fue cuando que prometió que, por mucho que se odiara, no volvería a hacerse daño. Por lo que empezó a hacérselo a otros.
Luego de atravesar aquella situación, Soto reía mucho, y todo el tiempo. Se convirtió en el alma de las fiestas, se rodeó de personas que llenaran los vacíos peligrosos de su mente con escándalos, que acapararan su tiempo tanto como fuese posible. Todo para que su madre pensara que estaba mejor, y que se odiaba menos.
Y funcionó, porque eventualmente la madre de Soto se permitió amar por primera vez a un hombre que no fuese su hijo, y se casó con él. Sí, por primera vez, porque el padre de Soto no contaba: él ni siquiera había pedido permiso para serlo, ni respetó los múltiples «no» de Mary cuando la embarazó.
Mary intentó ocultar ese suceso traumático que tanto le afectaba, quiso alejar a su hijo de esa realidad: negarla hasta hacerla falsa. Al principio funcionó, pero el caso había sido un escándalo de gran alcance. Verdades como esas se pueden posponer, más no desaparecer.
Eventualmente Soto se enteró de la naturaleza de su concepción —que no acabó en aborto solo porque Mary tenía padres demasiado devotos a su fe—, y cuando Mary supo que los rumores habían llegado a oídos de su pequeño Jesús, se dedicó a negarlo por la eternidad.
Pero los hechos estaban ahí. Todos lo sabían con lujo de detalles. Soto solo fingía creerle a su mamá porque la alternativa era aceptar que él era, literalmente, lo peor que le había pasado en la vida.
Jamás se odiaría menos. Jamás dejaría de pensar en que su cara era el vivo recuerdo del peor trauma de su madre, y que su vida era una injusticia. Y si seguía con ella era para no destruir más la de su madre.
Luego de aprender a reír a diario, Soto, en la soledad, se hizo amigo de Dios. De su Dios, el bueno. Y se convenció de que su propósito en la vida sería separar lobos de ovejas.
Cuando supo de la mudanza de la familia Ferreira, cuando supo que habían inscrito a Sinaí en su mismo liceo, ni siquiera le prestó atención, hasta que el padrastro de Soto dijo haber oído que la niña de los Ferreira era hija de pastores.
Luego de investigar, Soto supo que no: Sinaí nunca fue hija de «pastores», porque para cuando Clariana Borges, a sus dieciséis, se casó con John Ferreira para minimizar el impacto de estar esperando un hijo suyo, John ya había perdido el pastorado.
Soto solo tuvo que hablar con el pastor de su madre para enterarse de los múltiples rumores por los que supuestamente John Ferreira había sido destituido como pastor en su congregación. A Soto no le importaba cuál era el correcto, solo los hechos irrefutables: John no estaba preso porque cuando descubrieron lo que sea que hacía con otra menor, ella abogó por él en todo momento, jurando que ella lo provocó, rogando a su familia que no levantara cargos. Así que todo acabó con la chica siendo echada de la iglesia, y John del altar, por un tiempo, hasta que su matrimonio y buen testimonio posterior lo convirtieron en diácono.
No era alguien que mereciera vivir, así que Soto no sentía ni un ápice de remordimiento por haberlo matado.
Sinaí no conocía ni el más mínimo detalle sobre esa historia. Ni siquiera Clariana, pues, cuando te obligan a casarte con el hombre del que quedaste embarazada siendo tan joven, no haces muchas preguntas sobre el pasado, no cuando las respuestas pueden ser peores que la duda y ya no hay nada que hacer.
Cuando Soto fue sacado de su celda momentánea, esposado, y conducido a una sala privada, esperaba encontrar en ella a otro oficial, a su madre, a un abogado o al presidente, pero no a quien estaba sentado ahí.
—No te pareces a mi abogado —bromeó Soto.
—¿Tienes uno siquiera? —inquirió Axer Frey con frialdad. No estaba dispuesto a participar de ridículas bromas ni en ese momento ni en ninguno.
—Imagino que sí —dijo Soto mientras lo sentaban—. Pero todavía no lo conozco.
—Ni lo harás.
Los oficiales les concedieron más espacio a ambos chicos, no sin antes esposar los tobillos del cautivo para evitar una tragedia. Solo entonces, cuando estuvo seguro de que no los oían, Axer continuó.
—Esto es lo que va a suceder —empezó a explicar el ruso sin preámbulos—: pasarás de dos a cuatro años en una cárcel local donde, si sobrevives, será a muy duras penas. Ese tiempo es solo para esperar a que el tribunal mueva su tremenda pila de papeles y decida fijar una fecha para tu juicio, que puede salir mal o terriblemente mal, porque irrefutablemente eres culpable y todos lo saben. Como sea, te condenarán, y los años que lleves esperando juicio no se restarán a tu condena, así que pasarás el resto de tu vida en prisión, o al menos la parte que importa, donde eventualmente te asesinarán, si es que no consigues suicidarte antes.
Soto le creía, porque estaba siendo brutalmente honesto. Pero no iba a dejar que eso le afectara, su táctica de no pensar en nada, de vaciarse de toda preocupación, de asumir lo que había hecho o lo que eso acarrearía, le estaba saliendo demasiado bien como para permitir que cualquiera lo quebrara.
Si se esforzaba, tal vez podría desaparecer dentro de la nada de su mente. En un mundo idílico, tal vez en otro país, los psicólogos se preocuparían por él, lo declararían incompetente mental y lo liberarían luego de una cómoda rehabilitación.
Así que, fiel a su ignorancia defensiva, respondió de forma indiferente y cansina.
—¿Y eso es problema tuyo por...?
—No lo es —cortó Axer—, pero era necesario quitar todo eso de en medio para que te quede claro que no estás en condiciones de exigir, ni joder, ni poner muchos peros. Ninguno, de hecho.
Soto entendió que si Axer estaba ahí es porque necesitaba algo de él. ¿Pero qué podría necesitar de alguien en su posición?
Además, Soto estaba condenado, pero no era como si el ruso pudiera hacer mucho para mejorar sus condiciones. ¿O sí?
¿Intentaría sobornarlo con comida más apetecible que la que le esperaba en los próximos años?
—¿Qué vas a pedirme? —acabó por decir Soto, cansado de conjeturas.
—No te voy a pedir absolutamente nada, vine a informarte cuál será tu vida a partir de ahora.
El cautivo frunció el ceño, confundido, pero no dijo una palabra más, lo que permitió que Axer prosiguiera.
—Van a trasladarte a una prisión en otro Estado, pero por el camino trágicamente sufrirás un accidente que te llevará a urgencias, donde morirás. Tu cadáver será robado, revivirás, luego te mudarás a Moscú con una nueva identidad en una especie de programa de protección a testigos. La cosa es, Jesús, que estarás en esa situación por obra de Frey's empire, lo que significa que si cometes un delito más, aunque sea el de robar el bolígrafo de tu nuevo jefe, estarás manchando nuestra reputación. ¿Sí entiendes?
—No, de hecho no entiendo nada.
—Lo que quiere decir —continuó Axer— que si matas a una mosca, cruzas la calle sin mirar a los lados o te vas de un restaurante sin pagar, nuestros hombres de Moscú se enterarán, y no habrá clemencia en esa ocasión. Te matarán. No tendrás más oportunidades.
—Espera, espera... ¿Qué mierda te fumaste antes de venir? ¿Quieres que crea que tienes toda una mafia a tu disposición para hacer lo que me estás...?
—Desde luego, recibirás acceso ilimitado a ayuda psicológica si así lo deseas. Es tu decisión, a mí me da igual, mientras cumplas las reglas que te expongo. Tu madre y padrastro serán informados de la verdad sobre tu paradero con pruebas incluidas, pero no podrán acercarse a ti nunca más ni tú a ellos. Es demasiado riesgoso y en Frey's empire nunca dejamos cabos sueltos. Es decir, que si alguna vez intentas contactarlos saltándote el sukin syn protocolo, morirás también. Por supuesto, tendrás un dispositivo de rastreo. Una formalidad, pues aunque te lo quites vamos a encontrarte, y cuando lo hagamos...
—¿Hay algo que pueda hacer sin que me maten? No lo sé, algo como respirar, por ejemplo.
—Por último, y la regla más importante para mí: olvídate de Sinaí Nazareth. Para siempre. Tendrás la orden de restricción más absoluta jamás vista. No existirás más para ella ni para ninguno de sus allegados. Si te acercas aunque sea a la mascota del primo lejano de su nuevo vecino, te mataré yo mismo. Déjala en paz, por el resto de tu maldita vida.
—Todo esto es por ella —concluyó Soto, quien ya empezaba a entender.
—¿Y por quién más? —inquirió Axer con desdén que empezaba a traslucir toda su ira contenida—. Sé que tienes una imagen de mí distinta, que crees que como te salvé aquella vez, que sé que recuerdas, soy un ser humano ejemplar. O al menos lo seré contigo. Pero no es así. Hizo por ti lo que habría hecho por cualquiera siempre que no tenga un motivo para no hacerlo. Y tú me lo diste. Cualquier cosa que atente contra el bienestar de ella es automáticamente mi problema, y si me toca fragmentar el tablero del mundo casilla a casilla para resolverlo, así lo haré.
—¿Entonces por qué no dejarme cumplir mi condena? ¿Por qué todas estas molestias absurdas?
Axer suspiró, no había ninguna necesidad de que diera explicaciones, e incluso así decidió salir de eso.
—Porque ella hoy está bien. En shock, tal vez. Pero bien. El hombre que murió no es su padre, el único padre que ella reconoce y acepta es, de hecho, su madre. Y su madre no podría estar más aliviada de que esa amenaza constante haya desaparecido, aunque sea de forma tan... impactante. Pero un día, tal vez mañana, tal vez en diez años, ella despertará, y se dará cuenta de que su primer novio se acercó a ella solo porque quería asesinar a su padre. Y, con todo lo que ya ha pasado, pensará «qué jodida está mi vida». Y le costará volver a confiar alguna vez, si es que llega a hacerlo de nuevo. Y querrá visitarte, hará lo que sea por ello. Por respuestas. Y revivirá los peores momentos de su vida al verte. Y tal vez reciba las respuestas que buscaba, y tal vez descubra que su padre era peor de lo que pensó, y todo se joderá más para ella.
»Por eso debes desaparecer. Y si no escojo la opción más fácil, que es la de dejarte morir en ese accidente, es porque en serio, en serio, no creo que lo merezcas. Pero tampoco te dejaré seguir jodiendo la vida de ella.
Soto asintió, supuso que era la justo.
—Gracias, supongo.
—Pues por nada, supongo.
—¿Puedes decirle algo a ella antes de...?
—No.
Soto puso los ojos en blanco, pues no esperaba otra respuesta.
—Bien, ¿al menos puedes responderme una última cosa antes de desaparecer? Porque no volveremos a vernos, ¿no?
—A menos que tenga muy mala suerte —acotó Axer—. Pero sí, claro, ¿qué quieres saber?
Soto lo pensó. El hecho de que Axer no se resistiera a escuchar su pregunta lo empujó al silencio, a analizar si realmente era necesario hacerla.
Y luego de pensarlo, y de que Axer esperara sin presionar ni una sola vez, Soto entendió que en realidad no le importaba la respuesta. No entonces.
Entendió que lo que alguna vez creyó sentir era algo platónico, impulsado por la competitividad que llevó al extremo por la posibilidad de ganarle a Sinaí Ferreira.
Pero ya no importaba seguir jugando. Ya no era parte de ese tablero.
Así que, con un ánimo renovado y su inquebrantable sonrisa de siempre, dijo:
—¿Habrá buena comida?
Axer no pudo evitar reír. No esperaba nada de Jesús Alejandro Soto, e incluso así él siempre se las arreglaba para decir lo último que cualquiera podría prever.
Sonriendo también, Axer puso fin a ese encuentro, y a toda la historia que compartiría con el joven venezolano, diciendo:
—Me aseguraré de ello.
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Nota:
Primero que nada: hoy me dieron mi insignia, SOY WATTPAD STAR!!!
Segundo: ¿Qué les pareció este capítulo, la historia de Soto y su cierre?
Mañana subiré otro capítulo tal cual lo prometí, así que atentos!!
Revisaré los comentarios en los párrafos y el próximo capítulo se lo dedicaré a quien vea comentando mucho y no le haya dedicado antes un capítulo.
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