73: Mercy

El nombre de este capítulo es por la canción Mercy de Shawn Mendes, así que preparen esas nalgas para que les estrujen el corazón.

Preferiblemente pongan la canción de la mitad para abajo en el cap.

Axer

Cuando la señora Ferreira abrió la puerta, esperaba que fuese el vecino, la policía o un alienígena que hubiese estacionado por error frente a su casa y estuviese buscando indicaciones, pero jamás imaginó que lo vería a él. O a ellos.

Axer Frey saludaba con una sonrisa decente y una bolsa de croassants en la mano mientras, a su lado, su chófer lo ayudaba con dos refrescos Coca-Cola y una bolsa de Doritos grandes.

Axer había pensado en comprar vino o algo similar, pero revisó la información que le había copiado a Vikky de su investigación sobre la madre de Sinaí y creó un perfil que revelaba que sería un acierto planear algo más informal para esa noche, y con Doritos.

—Señora Ferreira, él es Federico, mi chófer —saludó Axer a la vez que señalaba al chófer. Al hombre apenas se le notaba la sonrisa de cortesía detrás de las bolsas que cargaba—. Y... No queremos incordiarla, solo pasamos a traerle esto para su cena.

—Por la vagina de Ara, no esperaba visitas —exclamó la señora Ferreira intentando peinarse sus greñas cortas.

—No se preocupe —dijo Axer—, no entraremos...

—Nada de eso, pasen o no voy a aceptar lo que trajeron. Excepto los Doritos, tal vez, pero lo demás juro que no.

La mujer se hizo a un lado y les indicó dónde poner cada cosa antes de conducirlos a la mesa.

—Yo cuido los Doritos —dijo la mujer casi arrancando la bolsa de los brazos del chófer.

Axer sonrió con orgullo en su fuero interno: punto para él.

—Señora Ferreira... —empezó a decir Axer tomando asiento.

—Oh, no, llámame Clariana. O suegris, si es que aplica. O sea... —La mujer empezó a gesticular mucho con las manos—. Yo no me meto en eso, ¿sabes? Yo dejo que la hija mía se meta sus tanganazos ella sola, como con el malandro... —Se tapó la boca notando por dónde se estaba yendo—. Digo, que no me meto en eso, los jóvenes de ahora viven con eso de que no le quieren poner etiqueta a nada y está bien, aunque... No estaría mal saber qué lo qué con ustedes, ¿sabes? Aunque no sea nada... formal.

Axer entendió menos de la mitad de lo que dijo la señora Ferreira, así que lo disimuló fingiendo que su teléfono vibraba lo apagó, y lo guardó en la mochila que llevaba a la espalda.

La señora Ferreira se sentó en el respaldo de un mueble cercano a la mesa y añadió:

—Pero sin presión.

Con una sonrisa medida de un chico bueno e intelectual, Axer contestó:

—Y a eso he venido, miss Clariana. Hace unos semanas su hija y yo formalizamos nuestra relación y no había tenido la oportunidad de...

La señora al escuchar eso ni siquiera lo dejó terminar, se bajó del respaldo del mueble de un salto.

—Espera... ¿Ya...? ¿Son novios? ¿Novios, novios?

Él sonrió con educación.

—A menos que yo haya malinterpretado todo, creo que sí.

La mujer abrió la bolsa de Doritos y comenzó a comerlos, así que cuando habló lo hizo con los ojos abiertos de asombro y la boca llena.

—¿Pero novios al nivel de que...? ¿Es serio? ¿Tu familia está al tanto ya?

—Así es, y mi padre la adora.

«Y no entiendo por qué».

—¡¿Por qué?! —inquirió la madre.

—Usted la parió, usted dígame.

La señora soltó una carcajada que Axer acompañó con una amplia sonrisa divertida, ella fue hacia los mesones de la cocina para servir el refresco como si fuese el licor de la noche, y el chófer se levantó a ayudarla a poner los croassants en platos e incluso llevó a la mesa lo que le correspondía a Axer.

La señora Ferreira estaba inmersa en la pantalla de su teléfono mientras bebía el refresco.

—No pretendo ser maleducada —explicó la señora pasando el dedo por la pantalla—, es que no me esperaba esta vaina y no practiqué qué preguntas se supone que debo hacer, así que las ando buscando en Google.

Axer asintió y empezó a beber su refresco. Federico, a su lado, se comía su croassants picando pedazos diminutos con sus dedos y llevándoselos a la boca para luego pasarlos con un trago como si fuera vino. Tenía hasta más elegancia que Axer.

—Tome su tiempo —dijo Axer a la mujer luego de tragar.

—¡Ya está! Ajá... —Despegó los ojos del teléfono y se fijó en Axer—. ¿Qué intenciones tienes con mi hija?

—¿Quiere la respuesta honesta o la que tuve que practicar de camino aquí?

Con una sonrisa divertida, la señora Ferreira dijo:

—La honesta promete, así que a ver esa.

—Bueno, yo me preocuparía más por las intenciones que su hija pueda tener conmigo que al contrario. No quiero crear calumnias injustificadas, Clariana, pero... —Axer suspiró—. Ella a veces da miedo.

La señora Ferreira escupió el refresco mientras reía a carcajadas. Iba a pararse en busca de un trapeador, pero el chófer se ofreció ayudarla.

La mujer aprovechó el momento para decirle a su yerno:

—Chico, me agradas, así que tengo que hacer esta pregunta... —Se inclinó hacia él y bajó la voz—. ¿Te está obligando a algo? Parpadea dos veces si necesitas ayuda.

Axer se inclinó también hacía adelante y dijo en tono confidencial:

—Si parpadeo, ella lo sabrá.

La nueva risa de la madre de Sinaí hasta la hizo escupir unos trozos de Doritos, por suerte esa vez se estaba tapando la boca.

Axer negó con la cabeza con una sonrisa divertida y con la misma diplomacia de siempre procedió a explicarse.

—No crea que he venido aquí a pedir auxilio, estoy bastante cómodo con mi síndrome de Estocolmo. Su hija se ha encargado de hacer de mi cautiverio una adicción.

Al escucharlo, la señora Ferreira quedó con los ojos muy abiertos y un Dorito a medio camino de su boca. Podrían haber hecho un meme de esa expresión.

—En serio necesito que esa niña egoísta me enseñe a hacer esos amarres —susurró la madre—. En fin, ¿sí sabes cuáles son las intenciones de ella contigo? No es que me importe, pero un chisme no se le niega a nadie.

Axer asintió con solemnidad.

—Como buen rehén, he observado lo suficiente para recolectar información sobre mi captor, y creo que he llegado a concluir sus intenciones. Si no me equivoco, incluyen un secuestro, una boda cerebral y unos cuantos hijos.

Axer, con su sonrisa encantadora y su actitud elegante y educada, pretendía que sus verdades sonaran a un chiste, y vaya que la señora Ferreira las estaba disfrutando como tal, soltando una risotada tras otra.

—Sí, sí, sé lo de los hijos. La escucho practicar en el baño para cuando le toque regañarlos.

Axer inspiró fuerte para evitar soltar su risa, pero su rostro estaba tan invadido de aquella diversión que estaba rojo por el esfuerzo.

—Entonces, volvamos a tus intenciones... ¿Piensas seguirle el plan a mi loquita...? Digo, mi hija.

Axer sonrió con educación y movió la cabeza de forma dubitativa.

—Espero poder reducir la condena, o al menos empezar por criar un elefante. Si sobrevive, ya pensaremos en si traer más seres humanos al mundo. Lo del secuestro y la boda entre cerebros admito que no me suena tan mal, su hija tiene una mente muy... interesante. Sería un honor descubrir hasta dónde puede llegar.

La señora Ferreira frunció el ceño.

—Pero si son tal para cual ustedes, los dos hablan como una enciclopedia andante.

Axer se encogió de hombros y bebió de su vaso.

—¿Puedo saber... cómo... pasó? —escudriñó la madre—. Ay, sé que no debo preguntar esto a mi yerno pero es que ella no me va a contar.

—¿Cómo pasó exactamente qué?

Eso le daba tiempo a Axer a editar todo lo ilegal de la historia y hacerla políticamente aceptable.

—¿Cómo te "conquistó"?

—Me ganó. —Y esa sola mención le retorció el ego a Axer, y más tener que admitirlo delante de Federico. Pero lo disimuló como solo un Frey podía hacer con sus emociones—. Jugando ajedrez, por cierto.

—Ajedrez... —La madre silbó con admiración—. En mis tiempos te dedicaban las de Don Omar, te sacaban a la pista y te preñaban con el primer arrecueste en un perreo.

—¿El primer qué?

—Ay, se me olvida que eres extranjero. Nada, que eran otros tiempos. —La mujer volvió a fijarse en su teléfono—. Bueno, según Google la siguiente pregunta sería algo como... ¿Cuál es tu proyección a futuro?

—Seguir los pasos de mi padre, sin duda. Estudiar medicina y especializarme como cirujano.

«Respuesta honesta, línea temporal falsa».

—¿No era abogado tu padre? —preguntó la mujer metiendo la mano en la bolsa de Doritos.

—Lo es, es lo que ejerce aquí, pero también tiene título de cirujano.

Otra verdad a medias.

—Wao... ¿Y qué haces aquí hoy? Digo, ¿vienes a llevártela, a visitarla o...? ¿Qué? ¿Qué procede? Soy nueva en esto.

Las comisuras de los labios de Axer temblaron y sus ojos brillaron al decir:

—Lo crea o no, yo tampoco había hecho esto antes.

—¿Ah, no? Te sale tan natural que da miedo. ¿Entonces tus otras relaciones no llegaron a este punto?

—No he tenido otras relaciones, Clariana. Solo su hija.

Ella abrió los ojos con sorpresa y terminó de beberse el refresco de un trago.

—No voy a fingir que no me sorprende.

Axer tuvo que morderse los labios para no reír.

—Yo tampoco —añadió.

La madre estiró su vaso mientras Federico le servía más refresco, y luego lo extendió hacia Axer para que brindara.

—Algo sí quiero pedirle —dijo el ruso después del brindis.

—¿Su mano?

—Sería un poco controversial que viajara solo con la mano de su hija en la guantera, esperaba que pudiera prestármela a ella completa.

—Uy, ¿un viajo a dónde?

—A mi hermana le adelantaron su tesis de medicina y toda la familia irá a Mérida para celebrarlo...

Federico soltó una tosesita inoportuna, por lo que Axer volteó a verlo con los ojos entornados.

—¿Algún problema, Fede?

—No, señor. Seguro fue el refresco.

Pero Axer adivinaba las ganas de reír en las comisuras de los labios de su chófer.

—Sin duda —dijo Axer, y se volvió hacia la dueña de la casa—. Como le decía, nuestra familia irá a Mérida para celebrar este hito y esperaba que usted le permitiera a su hija acompañarnos.

—¿A su viaje familiar?

—Así es —dijo Axer haciendo un gesto con la mano que distrajo a la señora Ferreira.

—Oye —dijo la mujer—, ese anillo que tienes es muy Slytherin de tu parte.

—Usted también es Potterhead —señaló Axer comprendiendo cosas.

—Claro que sí, ¿quién que le compró los libros a Sinaí?

—Yo tuve que leerlos para tener tema de conversación con ella —añadió Axer.

—¿No hay mucho de qué hablar en el ajedrez?

—El ajedrez es un juego que se juega entre mentes, no es verbal. En general lo que se dice durante una partida es principalmente para advertir o despistar. —Se encogió de hombros—. Creo que es la mejor manera de resumir por qué estoy con su hija: es mi rival favorita.

—Madre Santísima, hijo mío, estás mal. —Ella suspiró—. La respuesta es sí, por cierto. A donde la quieras llevar; Mérida, tu casa, Dubai, la luna: es toda tuya.

—¿Dónde está ella ahora?

—En su cuarto, supuestamente haciendo la tarea de mañana. ¿Quieres pasar a saludarla?

—Si no es molestia.

—Anda, la harás tan feliz que capaz se muere de un infarto.

«Podría revivirla».

—Cuidaré que eso no pase. —Sonrió—. ¿Puedo usar su baño antes?

Una vez en el baño de las Ferreira, Axer se arremangó la camisa para poder enjabonar sus manos hasta los codos. Frotó su piel con la pastilla de jabón recién abierta que antes llevaba en su bolsillo, y contó del diez al uno con los ojos cerrados mientras intentaba acompasar su respiración. Una vez tuvo los brazos bajo el chorro del lavamanos, empezó el alivio.

Se secó, volvió a acomodar sus mangas y se miró en el espejo mientras practicaba su expresión amable y tranquila, que no reflejara nada de sus pensamientos, pero qué tampoco resultara ofensiva o maleducada.

Luego salió camino a la habitación de su gato de Schrödinger.

Cuando ella abrió la puerta lo hizo con el fastidio típico de quien no se quiere parar de su cama, pero cuando sus ojos vieron a Axer, su rostro reflejó un estado de horror que incluso la impulsó a cerrar la puerta en el mismo segundo en que la abrió.

Axer soltó todo su aliento de manera cansina y volvió a tocar.

—Nazareth, abre la puerta. Empiezo a creer que me tienes un altar al otro lado y lo estás desmontando para que no lo vea.

Axer arrugó la frente y se acercó más a la puerta. Se escuchaba el sonido de los pasos por toda la habitación, de las cosas que se movían de un lado a otro, y eso lo hizo pensar de más.

—Espera... ¿Sí me tienes un altar?

—¡Por supuesto que no! —gritó Sinaí al otro lado.

—¿Entonces por qué no me abres la puerta?

—¡¿Te puedes esperar?! Hay pantaletas por todos lados.

Axer calló y decidió que tal vez era mejor dejar de insistir, pues no se creía apto para entrar al cuarto con ese nivel de desorden.

Al otro lado de la puerta, Sinaí profesaba en silencio los gritos de fangirl más histéricos de la historia, con una almohada pegada en la cara para que no se le escapara ningún ruido, y dando brinquitos de emoción por todo el cuarto.

Axer Viktorovich Frey, su genio favorito y doctor estrella, estaba dentro de su casa, tocando la puerta de su habitación.

Si se lo hubiesen advertido a la Sinaí del primer día de clases, se habría meado de la risa.

Abrió la ventana, todavía roja y con los cachetes doliendo de tanto sonreír, tomó un perfume y roció su fragancia a la vez que sacudía las sábanas. No sabía qué más intentar para contrarrestar el olor del peo que se había lanzado hace un momento.

Volvió a pararse frente a la puerta, se peinó rápidamente con los dedos los mechones fuera de su moño, e inspiró tantas veces como fue posible. Sin embargo seguía sin calmarse, así que se abofeteó. Axer no debía ver ni rastro de esa sonrisa.

Al abrir, Axer la miraba desde arriba con los ojos entornados y las manos dentro de sus bolsillos, Sinaí imitó su actitud al recostarse del marco de la puerta con los brazos cruzados y decir:

—¿Te acordaste de que tienes novia?

Él frunció el ceño.

—¿Ser tu novio implica que tenemos que vernos todos los días?

—No tanto como vernos, pero al menos hablarnos.

—Entonces renuncio.

—No puedes renunciar a ser mi novio así, Axer. Tienes que presentar un informe con tu queja y esperar a que el departamento de recursos humanos la procese, y eso tomará... —Fingió que se miraba un reloj en la muñeca—. Cuatro meses. Así que, hasta entonces...

Axer se mordió el interior de la mejilla para no sonreír.

—Te estoy contagiando mis buenas costumbres —dijo—. ¿Puedo pasar?

—Yo... —Ella se hizo a un lado—. Puedes, sí. Lo que no entiendo es por qué quieres. ¿Cómo entraste?

Sinaí se tumbó en su cama con la cara apoyada sobre sus brazos, mirando en dirección a Axer que se había sentado al otro lado de la habitación en una silla de la que tuvo que quitar el bolso del colegio.

—Evidentemente me abrió tu madre.

—Sí, pero... ¿Con qué excusa? Es decir, una cosa es que ella me deje ir a tu casa sin pedir una explicación demasiado profunda sobre lo que pasa entre nosotros, pero otra muy distinta es que vengas aquí y le pidas entrar a mi cuarto a... ¿Qué? ¿Qué excusa pusiste?

Axer enarcó una ceja.

—¿Excusa para qué, Nazareth? Le hablé a tu madre de nosotros.

Sinaí quedó con los ojos como dos tortillas, y tuvo que sentarse en la cama.

—¿Qué le dijiste a mi madre, Axer Frey?

—Que me vuelves loco. Y literalmente. Ahora... —Levantó su propia mochila—. Tengo trabajo que hacer, así que trata de no desconcentrarme siendo una Schrödinger intelectual en mi presencia.

—¿Viniste a mi cuarto a estudiar?

—Tú deberías hacer lo mismo, tu madre me dijo que tenías exámenes mañana —dijo Axer levantando sus notas, lapicero en mano.

—¿Esta es tu idea de una visita romántica?

—¿Alguna queja?

—Eres muy aburrido.

Él la ignoró por completo y siguió en lo suyo.

Axer se había fijado desde el primer instante en la camisa que llevaba puesta Sinaí, esa que ella misma mandó a hacer con el grabado «Novia de Hannibal Frey». Eso, el hecho de que sus piernas estuviesen descubiertas dejando a la imaginación si llevaba algo debajo de esa camisa tan larga, y que tuviera el cabello en ese moño que era un desastre atractivo, llevó a Axer a preguntarse cómo haría una persona normal para comunicar pensamientos como los que él tenía al verla a ella así. Decidió que la mejor manera era decir:

—La camisa casi no se ve espantosa cuando la llevas puesta tú, Schrödinger.

—En serio no sé si te estás burlando de mí o me estás proponiendo matrimonio.

Axer resopló y siguió en sus cosas.

—Te ves sexy cuando te concentras, Frey.

—Nazareth.

Sonó como una advertencia, lo que hizo a Sinaí morder sus labios. No podía creer que fuese real, Axer Frey sentado en su habitación.

—¿Mi madre no te dijo nada... incómodo? —insistió Sinaí—. Ella cree que los suéteres cuello alto eran porque estaba llena de chupones.

Axer detuvo su lectura un momento, hizo todo el esfuerzo que era capaz para no demostrar esa pequeña vergüenza que amenazaba con abrazarlo.

Siguió en lo suyo.

—No debiste decirle a mi madre que somos novios, le romperás el corazón cuando terminemos.

Axer dejó sus cosas a un lado, resignado, y miró a su novia. Entonces recordó por qué había preferido tener los ojos en la notas. Era más fácil de sobrellevar.

—Solo igualé las situaciones —explicó—. Mi padre escogió la paleta de colores para el evento para que todos fuésemos combinados, nos escogió el mismo confeccionista y te agregó a la lista. Eso, en su idioma, es que asume que nos vamos a casar algún día.

—Espera, espera... ¿Qué evento?

—Ya te hablé de Mérida, Nazareth.

—No te dije que iría.

—No, pero tú madre sí, así que... si no quieres que tenga que plagiar tu plan para proponerme matrimonio...

—¿Cuándo?

—Mañana salimos.

—Axer, yo... —Ella carraspeó, su emoción se estaba notando demasiado—. ¿Y mis exámenes?

—Anne habló con tu profesor guía, entienden la situación y podrás presentar las evaluaciones la semana que viene.

Sinaí, por dentro, se estaba muriendo de ganas de gritar, y sabía que su sonrisa estaba a punto de ser demasiado evidente sin importar cuánto tensara las mejillas, así que decidió salir con la excusa de que iba a pedirle una explicación a su madre.

Sin embargo, cuando vio a su mamá, ella estaba cerrando la puerta despidiendo a la última persona que Sinaí se imaginaría que le robaría una sonrisa tan estúpida a tu madre.

—¿Qué hacías con Linguini?

La madre se volvió hacia su hija con el ceño fruncido.

—¿Quién sirios es Linguini, Sinaí?

—El chófer, mamá, lo vi salir...

—Ahh, hablas de Fede.

—¡¿Fede?! —Sinaí soltó una risa—. Ay, coño, no puedo creer que esté viviendo esto...

—¿No puedo hablar con otros seres humanos?

—Es el chófer de Axer.

—¿Y?

—Que seguro le llevas como unos diez años.

Eso le borró todo rastro de buen humor de la cara a la señora Ferreira.

—¿Estás falta de coñazo, carajita?

Sinaí se mordió la boca para no seguir riendo.

—¿Todo bien con tu novio?

—No es mí... —Dándose cuenta de lo que decía, negó con la cabeza—. Perdón, no me acostumbro. ¿Se puede quedar, por cierto? Ya que espantaste a su chófer...

La madre se encogió de hombros aguantando las ganas de reír.

—Mientras me dejen dormir... Por cierto, si no me traes algo de Mérida te echo de la casa.

—Trato.

Sinaí corrió hacia su madre y la abrazó emocionada antes de volver rumbo a la habitación, pero a mitad de camino se detuvo y dijo:

—Má...

—¿Sí?

Sinaí sacó a relucir toda la magnitud y el brillo de su sonrisa.

—Es mi novio —chilló en voz susurrada.

La madre sonrió y negó con la cabeza:

—Me encanta verte feliz —dijo antes de irse a su propio cuarto.

Cuando Sinaí entró a su habitación, le soltó sin anestesia a Axer:

—Túmbate en esa cama que vamos a dormir juntos hoy.

«¿Qué chert voz'mi te pasa?», se preguntó Axer a sí mismo. «No sonrías».

—¿Fuiste a preguntarle a tu madre si me puedo quedar? —Fue lo que dijo a su novia.

Ella disimuló su sonrojo señalando a Axer de manera amenazante.

—Calla, tú lo hiciste antes con tu padre en plena cena familiar.

Axer se levantó de su silla y se quitó la camisa para acercarse a Sinaí. Una vez estuvo al frente de ella, Sina tuvo que alzar el rostro para mirarlo a los ojos, sus manos tímidamente presionadas sobre el abdomen de él.

—No estás obligado tampoco —susurró ella.

Él respondió con un beso en su frente y se subió a la cama, sentado con la espalda en el respaldo.

—Si quieres puedes traer tu tarea y te ayudo a estudiar —ofreció Axer.

—Uy... —dijo Sina subiéndose también a la cama—. Eso sonó muy Bad Bunny de tu parte.

—¿Qué?

—¿No has escuchado su canción Yonaguni?

Axer se quedó callado, esperando que su expresión fuese suficiente respuesta. Sinaí, poniendo los ojos en blanco, recostó su cabeza del regazo de Axer.

—A ver...

Ella extendió las manos hasta tocarle el rostro a su novio, quien la imitó. Mientras ella le acariciaba la nariz, él hacía lo mismo, si ella le tocaba los labios, él igual. Eso la hizo sonreí, y, como un reflejo, a él también.

—¿Puedo decirte bebé?

Y ahí se acabó la sonrisa de Axer.

—¿Cómo dices?

—Bebé, ¿puedo llamarte bebé?

—¿Puedo decirte feto?

Ella abrió la boca indignada, pero no aguantaba la risa.

—¿Por qué me dirías feto, Axer Frey?

—¿Por qué me dirías bebé?

—¡Porque soy tu novia!

—Mi novia, no mi madre.

—Olvídalo, le quitas lo divertido a estar vivo.

Él, acariciando sus mejillas con el reverso de sus dedos, le dijo:

—Busca tu tarea, bonita, en serio quiero ayudarte.

—No quiero estudiar en este momento —se quejó ella—. Tengo dos semanas sin ver a mi novio.

—Sí me veías. Y mucho, además. ¿No sabes disimular?

Ella puso los ojos en blanco y se levantó, quedando entonces sentada junto a él.

—Tu arrogancia es inconmensurable, Frey.

Él suspiró y se volvió hacia ella. Con una mano a un lado de su rostro la atrajo hacia sí hasta que al hablar, los labios de él, torcidos en una sonrisa altiva, casi se rozaban los de ella. Con un ligero susurro, sin dejar de mirarla directo a los ojos, dijo:

—¿Qué más, Nazareth? Soy egocéntrico, aburrido y una vergüenza de novio... Y aún así estás enamorada de mí.

Ella, mordiéndose los labios, puso una mano en su pecho para empujarlo lejos de su rostro.

—Por favor, Frey, la gente dice toda clase de cosas durante el sexo, no me vas a decir que creíste eso, ¿o sí?

Él, todavía con esa sonrisa ladina, se encogió de hombros.

—Como tú digas.

Ella abrió la boca indignada por su incredulidad.

—¿No me crees?

—Yo no he dicho nada.

—¿Por qué no me crees? ¿No fue lo que hiciste tú? Porque hasta donde recuerdo también dijiste que estabas enamorado de mí en el baño de espejos, ¿o escuché mal?

—No, escuchaste perfectamente. La diferencia es que yo lo dije porque era lo que tú querías escuchar.

Ella aceptó el jaque, y usó su mejor expresión de suficiencia para decir:

—Yo puedo decir lo mismo. ¿O no estabas tan desesperado por escuchar eso que cuando lo dije me diste, literalmente, un orgasmo "fuera de este mundo"?

Axer miró a Sinaí con las cejas arqueadas.

—¿Cuánto tiempo estuviste practicando ese chiste?

—Y tengo más de donde salió ese.

Él negó con la cabeza con una risa apenas contenida.

—No más, por favor —dijo y se palmeó el regazo—. Vuelve aquí, bonita. Me gusta cómo se siente tenerte encima.

Ella arqueó una ceja, y por la expresión de su rostro Axer entendió que lo había malinterpretado.

Entonces, ella esta vez no puso solo su cabeza en su regazo, sino que se sentó sobre el, de frente, con las piernas abiertas y las manos alrededor de su cuello.

—No vamos a coger en casa de tu madre, Nazareth.

Ella arqueó una ceja con escepticismo.

—Lo hicimos en el edificio de tu familia y en tu trabajo.

—Es distinto.

—Ya, Frey, solo bésame.

Axer le miró a los labios, que estaban sin una gota de maquillaje, y quiso ser él quien los mordiera como ella estaba haciendo. Le costaba trabajo domar su imaginación cuando la veía a ella con la boca entreabierta para tentarlo, pues todo lo que quería era tomarla de la nuca y poseerla, poner una mano en su cintura y moverla sobre esa zona en la que a ella le gustaba tanto jugar.

Pero no era el momento, y su autocontrol tenía un límite, así que la abrazó y se tumbó en la cama encima de ella.

Ella reía, con las piernas cruzadas en la espalda de Axer para que él no pudiera deshacerse de ella, y él, quién la miraba desde arriba, se descubrió aterrado de lo que sentía.

En ese momento, Axer entendió que se necesitaba muchísimo más coraje para perder que para ganar, y todavía no había llegado a ese punto.

«Cobarde».

—¿Qué le hiciste a mi padre, Nazareth? —preguntó Axer, todavía encima de ella, quien jugaba con sus dedos en sus mechones de cabello.

—¿Crees que en serio dejó de odiarme?

—Oh, no —negó él—, todos te odiamos. Es la única manera en la que un Frey sabe profesar admiración.

Ella pasó sus dedos por detrás de la oreja de él y los deslizó con sutileza por su mejilla hasta detenerse en sus labios, rozándolos de una manera que los erizó a ambos.

Ella lo miraba a los ojos, cuando, con una clara incitación, le dijo:

—¿Tú me odias, Axer?

—Muchísimo, Nazareth. —Luego añadió en su lengua natal el siguiente susurro—. Ya nenavizhu tebya bol'she vsego na svete.

Ella se mordió los labios, y él se descubrió en extremo tentado así que se deshizo de la presa de las piernas de ella levantándose de un tirón.

—Ay, no te alejes —chilló ella cuando él volvía a sentarse en su extremo.

—Eres peligrosa, Schrödinger. No me voy a arriesgar.

—¿A hacer algo que te gustará?

—A incordiar a tu madre. No sabes estar en silencio durante esos momentos.

—Es tu culpa, ¿okay? Si pudieras hacerlo de una manera más... convencional, tal vez yo me aburriría lo suficiente para cerrar la boca.

—Solías ser mejor mentirosa. Ambos sabemos que no quieres que cambie.

—Nunca dije que quería que lo hicieras —respondió ella con un encogimiento de hombros—. Pero bien, si yo no sé cerrar la boca... ¿Sabrás hacerlo tú?

—¿Disculpa?

Ella gateó en la cama hasta meterse entre las piernas de él, donde sin ningún tipo de vergüenza empezó a frotar su rostro contra su pantalón.

—Nazareth.

—No me regañes —susurró ella, volviendo a sentarse en su regazo—. Castígame de una vez.

Él se mordió los labios, sufriendo.

—¿No te puedes comportar?

—No me quiero comportar.

Él volteó hacia otra dirección a la vez que soltaba una risita.

Ella, tomándolo por la barbilla, hizo que la mirara, y con sus dedos le abrió la boca para introducirse en ella lentamente a la vez que presionaba con más fuerza sus caderas sobre la entrepierna de él.

Él la tomó de las caderas para detenerla, pero acarició los dedos de ella con su lengua mientras los iba sacando con su boca.

Se dirijo al cuello de ella, y lo besó lentamente, lo cual la consternó, porque empezaba a mojarse, y mientras más sentía la necesidad de moverse encima de él, más fuerte él la domaba con las manos en su cintura.

—Por favor —rogó ella.

Él negó con la cabeza, pero introdujo una de sus manos bajo la camisa de ella hasta acceder a la ropa interior.

—No te muevas —ordenó él en un susurro contra su cuello.

—Ujum.

Ella recibió con una fuerte respiración las dedos de él al rozarla dentro de la braga.

—¿No puedes callarte, gatita? —preguntó él con una risita contra la piel de ella que la hizo jadear.

Sinaí se mordió los labios y negó.

—Necesito silencio —dijo Axer, quien podía leer en el pulso del cuello de ella lo excitada que estaba—. Al primer ruido, paro.

—Ayúdame —musitó ella cuando los dedos de él empezaron a introducirse en su interior.

—¿Te ayudo, gatita?

Please.

Él había pensado en taparle la boca, pero decidió dejarse llevar por otro impulso. Le acarició los labios con los suyos, bebiéndose todo ese aliento de anticipación, y metió sus dedos más profundos en su cavidad hasta que ella abrió la boca, y entonces la besó.

La besaba lento, y eso la hacía mojarse más, porque le daba tiempo a sentir la maestría de sus labios, la hacía imaginar escenarios mucho más perversos que en el que estaban, y recordar la vez que esa boca había estado en otra parte del cuerpo de ella, a merced de su placer.

Axer sacó los dedos para estimular su punto de placer por fuera, y ella volteó los ojos de placer. Gracias a ese beso, sus sonidos se amortiguaban, pues ella lo había extrañado demasiado, y casi quería llorar por la piedad de su contacto.

Axer continuó estimulándola, siguiendo el ritmo que ella le pedía hasta llevarla al éxtasis que explotó con ella moviéndose contra su mano.

En una última y profunda exhalación, ella se dejó caer en la cama.

—Deja de consentirme, Vik, que me puedo mal acostumbrar.

—¿Cómo me llamaste?

Ella se incorporó un poco para mirarlo a la cara.

—Axer te dice todo el mundo, yo soy tu novia, así que...

—No lo hagas.

Ella arqueó una ceja.

—¿Por qué?

—Porque suena malditamente sexy en tu boca.

Sina sonrió con malicia ante esa declaración.

—¿Sabes qué también se vería malditamente sexy en mi boca, Vik?

Axer resopló y dijo:

—¿No te cansas nunca?

—Lo hago por ti, imbécil. Quedaste mal.

—¿Mal? Yo vine a pasar un rato contigo, no a coger.

Sonaba tan bien, y lo decía tan irritado, que, por supuesto, Sinaí no le creía ni una palabra.

—Ajá. Hasta suena como si de verdad hubieses venido porque querías hablar conmigo.

Axer se irguió.

—¿A qué chert voz'mi vine sino?

—No lo sé —ella se encogió de hombros—. Seguro me necesitas en Mérida así que viniste con tus encantos de niño educado a convencer a mi madre de que me obligue a ir.

Él enarcó una ceja.

—Yo no quería que fueras en un principio, evitaríamos muchos malos ratos.

—¿Entonces por qué viniste a hablar con mi mamá?

Axer en ese momento, viendo a Sinaí a la cara, entendió que estaba actuando de manera irracional. ¿Por qué le molestaba que ella desconfiara? De eso se trataba, ¿no? Tenían meses hablando en códigos, mirando los peones cuando pensaban mover las torres. ¿Por qué de pronto se sentía tan molesto?

No, no era molestia. Era decepción, y de sí mismo. Ella no había dejado de jugar, y él, hipnotizado con la reina, ni siquiera había volteado a ver el tablero.

Ni siquiera estaba perdiendo, se rendía. Y ella no era de las que daba jaques con piedad.

Así que lo corrigió, construyó la más tranquila y seductoras de sus sonrisas, y le dijo:

—Cada vez eres mejor en esto, Schrödinger.

—Aprendí del mejor.

Nota:

Los capítulos que vienen tendrán cosas de Parafilia, así que si quieren entender y fangirlear pueden pasar a leer el libro en mi perfil, ya está más de la mitad pronto estará completo, pero con que lean los primeros 5 ya tendrán un poco de contexto de lo que se viene.

AHORA CUÉNTENME QUÉ TAL EL CAPÍTULO Y QUÉ CREEN QUE SE VIENE.

Este capítulo va dedicado a Joycel por sus comentarios hots, a Emii porque comentó casi cada párrafo en caps anteriores y a Jannerys por sus audios fangirleando en WhatsApp.

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