67: Lo que necesitaba para odiarte
Me despierto con la sensación de haber dormido en una discoteca en el cielo. Advierto las secuelas que deja el exceso de alcohol luego de una noche, pero es hasta celestial si lo comparo con las resacas luego de beber ron barato como un camionero.
Estoy envuelta en un edredón y cuando me lo quito noto que estoy en ropa interior. Y no abajo, en el salón de juego donde recuerdo haber entrado anoche para ver La casa de papel, sino en el piso superior. En el cuarto de Axer. En su puta cama. Vacía a excepción de mí, pues Axer no está por ningún lado.
Junto a mí hay una mesita, encima está mi vestido negro con olor a suavizante, tibio todavía por la secadora.
Pero no me he despertado sola, hay una mujer junto a mí a quien reconozco como Silvia, del servicio. Tiene en una mano un vaso de agua y en la otra una aspirina.
¿Qué habrá que estudiar para limpiarle la casa a los Frey? Porque quiero.
—Gracias —digo al tomar ambas—. ¿Sabe dónde está...?
—El señor Axer Frey me indicó que la despertara justo a esta hora. En la mesita está la sopa que me pidió traerle, para la resaca. Él está viendo clases en la OESG justo ahora. Llegará en un par de horas para llevarla a su casa.
No recordaba las siglas de la organización para genios en la que está Axer, pero supongo que son esas.
Me sorprende tanto que él tuviera ese compromiso hoy e incluso así se desvelara anoche. No sé hasta qué punto, pero estuvimos viendo una serie los dos antes de que yo me volviera un desastre, así que temprano no se acostó.
Me sorprende seguir aquí, que se preocupara porque coma y pase la resaca. Me sorprende también estar en su cama. Tenemos un acuerdo, lo sé, pero esto no es parte de el. De hecho, sigo esperando lo peor. Esperando a que me deseche, a que consiga nuevas maneras de mantenerme a raya o huecos legales para torcer esto de manera en que ni siquiera nos tengamos que ver.
Es lo que espero de una mente como la suya. No que se preocupe por mi despertar.
Imagino que es empatía, debí ponerme muy mal ayer.
Y, sin embargo, no me mandó a mi casa con su chófer. Quiere que lo espere hasta que llegue de su clase. ¿Por qué chert voz'mi quiere que lo espere?
—Claro —le digo a Silvia—. Muchísimas gracias por la información, la comida y... Todo. ¿Puedo ir abajo? Espero no sea tarde para ayudar a limpiar el desastre de ayer.
La mujer parece en serio muy sorprendida por mi pregunta.
—¿Qué desastre? —pregunta.
Tengo el vago recuerdo de haber partido cosas ayer y la sensación de haberme quedado dormida siendo muy consciente del caos que soy.
—Creo que desordené un poco ayer allá y...
—Pues, si había algo fuera de lugar, ya no lo está. Esta mañana bajé a hacer mantenimiento y todo estaba reluciente.
«Axer».
—Bueno, gracias de nuevo.
Tengo una laguna muy fuerte. No entiendo en qué puto momento llegué al cuarto del que en mi mente y solo en ella es el futuro padre de mis hijos. Sé que le dije para ver una película y... ¿Sí vimos La casa de papel, no? Tal vez lo soñé.
Mientras me tomo la sopa, tengo muchos flashbacks que me generan un incremento en el dolor de cabeza por el esfuerzo que hago para darles sentido. Me recuerdo riendo, cayendo, envuelta en el vértigo del exceso de champán, Axer recogiendo vidrios y... Nada. No puedo sacar nada en claro.
Debe odiarme muchísimo luego de eso. El desorden es su límite, y yo no solo lo llevé a ello sino que «soy» eso.
Me visto, entro al baño de la habitación y me cepillo los dientes con los dedos, enjuagando mi boca tanto como me es posible para no quedar con mal aliento.
Luego salgo de la habitación. Espero al menos esté María afuera para socializar mientras Axer vuelve, pero no veo ni su sombra una vez llego a la sala.
En la mesa está el señor Frey comiendo con una laptop abierta a un lado, imagino que por cuestiones de trabajo. Aleksis está a un lado concentrado en lo que sea que esté escribiendo en su libreta. No está Diana, así que ocupo su puesto al otro lado de la mesa.
—Buen día —saludo—. Y buen provecho, señor Frey.
—Para ti igual. —No me mira, su vista está fija en la laptop y sus manos ocupadas en el plato—. Ve a la cocina y pídele a Silvia que te prepare algo.
—No, descuide. No voy a comer. —Lo cual es una mentira a medias porque ya comí sopa, pero quiero parecer menos lambucia de lo que soy.
Él me mira, sus ojos entornados en una expresión inquisitiva, como si me preguntara qué coño hago en la mesa entonces.
—Estoy esperando a que usted termine.
Él aparta el plato y cruza las manos frente a su cara, mirándome expectante.
—Ya terminé. ¿Qué quieres decirme?
Veo de reojo a Aleksis, que parece igual de concentrado en su libreta y dudo mucho que tenga intención de irse, así que hablo.
—¿Por qué me odia, señor?
—Para odiarte tendrías que importarme.
Golpe bajo, pero no me puedo retractar a estas alturas si quiero conseguir lo que me he propuesto.
—Entiendo, pero tiene un problema conmigo, indudablemente. ¿Por qué?
Él suspira y pasa la mano por su frente apartando esos dos mechones que se escapan de su peinado hacia atrás.
—Piensas que mi trato indiferente hacia ti, y a veces despectivo, está injustificado —razona, de nuevo volviendo las manos entrelazadas sobre la mesa, mirándome como un tutor privado—. ¿Es eso?
—Pues... sí, señor. Creo que su trato es injustificado ya que hasta ahora yo no había hecho nada más que... Existir.
Cuando sus ojos se entornan y su ceño se frunce apenas lo justo para expresar desacuerdo, entiendo perfectamente de dónde han sacado los gestos sus hijos.
—Si solo «existiendo» has causado suficientes problemas en esta familia, no quiero imaginar el desastre que acerrearía si te dejara participar.
—Señor, los «problemas» que usted alega que he ocasionado han sido en general por la decisión de otro.
—Decisiones que te involucran. Pero sí, eso apenas explica por qué no eres mi persona favorita. Es una característica necesaria más no suficiente para explicar mi hostilidad.
Si Axer habla como genio su padre lo hace como «el genio». Yo, que soy una friki de investigar datos innecesarios y que he pasado toda mi existencia ampliando mi vocabulario una lectura tras otra, apenas puedo seguirle el paso.
Intento no tragar en seco y estar a la altura al decirle:
—¿Piensa explicarme en algún momento?
Él ni siquiera pestañea antes de empezar a soltarlo todo.
—Consciente de que has causado problemas en esta familia y no satisfecha con ello, vienes a mi casa. Yo tengo que aceptar que conozcas nuestros secretos porque mi hijo ha decidido confiar en ti, y debo aferrarme a la idea de que entiendas el problema legal que implicaría que rompas el acuerdo de confidencialidad que firmaste. A la vez, debo aceptar cómo te infiltras, y ser amable. Y podría hacerlo, aunque no confíe en ti.
—Y no lo hace por...
—Ahora que sabes lo que hacemos, ¿qué opinas al respecto?
De todas las preguntas que podría haberme hecho, esa es sin duda para la que estoy menos preparada. Me pican las manos de solo pensar en responder.
—Mi opinión no importa en lo absoluto.
—Importa cuando entras a mi casa como una invitada pero nos miras como a leprosos. Nos juzgas, y te sientas ahí suponiéndote moralmente superior. Puedo tolerar ese nivel de desprecio mientras existas muy lejos de mí, pero no esperes que aplauda la hipocresía cuando te sientas a comer con nosotros y luego llamas a Veronika loca y miras a Diana como si fuera una víctima.
No lo había pensado así. Y tiene razón. Me quiero infiltrar en una familia a la que juzgo y señalo abiertamente. Tal vez mis ojos no han sabido disimular. Tal vez Axer y Veronika han dicho cosas que me han dejado en evidencia. El punto es que al señor Frey no se le escapa mi recelo por sus prácticas.
Es el motivo por el que él es más amable con María: ella no sabe lo que hacen, así que es imposible que los juzgue.
En mi defensa, Veronika está muy loca. Pero entiendo su punto. Si quiero ser una Frey no puedo juzgar lo que hacen, ni siquiera en mis pensamientos, porque parece que este hombre puede leerme como si estuviese hecha de texto.
Tengo que convencer a Viktor Frey de que no les tengo miedo, que no condeno sus acciones. Fingir que incluso estoy tan loca como cualquiera de ellos.
Y tal vez lo estoy, pues he hecho de Axer mi rehén cediendo los derechos para que me mate y me reviva.
—Señor, yo...
—Ni siquiera lo intentes. Tu boca dirá cualquier cosa pero de mentiras conozco una enciclopedia. Las primeras impresiones no se pueden editar, con esas es sensato quedarse.
Cambio de planes, a este hombre no le puedo mentir.
Pero lo puedo engañar con la verdad.
—No, no pueden editarse, pero usted es científico y médico, habrá escuchado hablar de la evolución. No puedo cambiar mis pensamientos iniciales ni puedo engañarle con respecto a ellos, pero puedo aprender.
—¿Aprender qué?
—De ustedes. Créame, señor, que si algo siento por ustedes, más que temor, es curiosidad. Intriga. De lo contrario no habría cedido a ayudar a su hijo con su tesis.
—Y te creo, pero no voy a invertir mi tiempo enseñándote a tolerarnos.
Y me parece más que justo, pero no es eso lo que pretendía, y ya es momento de dar el paso que me tiene moviendo ansiosa la pierna bajo la mesa.
—¿Tiene un tablero?
—¿Perdón?
—Que si tiene un tablero de ajedrez, señor —repito—. Juguemos.
—De hecho, estoy trabajando.
Fácil no me lo está poniendo, pero es que no me conoce. Mi segundo nombre es insistencia.
Así que en lugar de desistir, hago algo muy arriesgado, saco de mi cartera una billetera, y de ella un billete de diez dólares. Es una maniobra absurda, pero tengo una corazonada.
Pongo los diez dólares sobre la mesa.
Pasa un segundo sin reacción, pues Viktor había vuelto a la pantalla de su laptop, pero enseguida desiste de su intento de ignorarme y da un vistazo a la mesa, notando el billete.
Con sus cejas arqueadas, me pregunta:
—¿Y eso es...?
—Una apuesta. Por su tiempo, si juega conmigo. Es una menudencia, pero dado que estoy segura de que me ganará en tres movimientos, considérelo un acto simbólico.
—Aleksis. —El aludido detiene su mano a medio trazo y eleva la vista por encima del cristal de sus lentes hacia su padre—. Busca un tablero en mi habitación, ¿puedes?
Cuando el hombre saca de su bolsillo su billete de diez dólares y lo desliza por la piedra negra de la mesa hasta que choca con el mío, siento la adrenalina estallar en mis venas.
En serio vamos a hacer esto.
Aleksis cumple con la petición de su padre sin siquiera abrir la boca. Vuelve con un tablero de madera maciza. Las piezas no tienen las típicas figuras del ajedrez estándar, por lo que salta a la vista que esta es una edición única con acabados sorprendentes en cada ángulo. Hay gárgolas monstruosas en el lugar de las torres, caballos montados por guerreros armados, soldaditos como peones, y un rey vampiro sobre un trono con grabados minuciosos. Están tallados en piedra para las piezas negras, y mármol para las blancas.
Aleksis deja el tablero entre nosotros y se siente a mitad de la mesa como un niño bueno para vernos jugar.
—Puedes empezar —dice el señor Frey, de nuevo con esa actitud de quien imparte una clase.
—Las blancas mueven primero, señor —le digo.
—Si juegas a las negras estarás en desventaja, te tocará jugar a la defensiva.
Lo sé, y es así como me siento en general con los Frey, siempre jugando a esquivar sus ataques, siempre un paso después, siempre a la defensiva. Así que no pienso sacrificar eso. Aunque sea de forma simbólica, seguiré jugando para las negras.
Y, como dije a su hijo hace casi una vida, le digo a Viktor Dmitrovich Frey, ministro de Corpoelec y dueño de Frey's empire:
—Puedo ganarle jugando a las negras, señor Frey.
Él pasa su mano por su boca, borrando el nacimiento de una sonrisa burlona. Y sin decir nada más, da la orden a su hijo para que mueva la pieza que él desea a la casilla que necesita.
Yo le contesto con una jugada espejo para probarlo. El tablero está muy lejos de mí así que también tengo que dictarle mi orden a Aleksis, quien acciona en silencio y vuelve a recostar su rostro ladeado en la mesa sobre sus brazos, mirando el juego con brillo en los ojos como si se tratara de un mágico partido de Quiddich.
El señor Frey no tiene ni que pensar su jugada, y eso habla mucho de su destreza y rápida respuesta, moviendo su alfil para amenazar a mi dama.
Lo pienso un segundo. Podría solo estar intimidándome, tal vez no se atreva a mover inmersar su pieza en la boca del peligro tan pronto en el juego, a sabiendas de que la perderá. Pero desisto de este razonamiento. Nadie, jamás, perdería una oportunidad tan pronta de dejar a su oponente sin reina. Así que me veo obligada a interponer al caballo en mi defensa.
Esto desencadena un recuerdo en mi memoria. Anoche le conté a Axer de mi aversión a los caballos. Tengo que morderme la boca para no reír. Así estaría de borracha para decir tal incoherencia.
Sin embargo, y contrario a lo que le dije, no importa cuánto me compliquen la vida los caballos, amo lo libertinos que son sobre el tablero. Da mucha ventaja de movimiento que no se limiten al clásico diagonal y vertical, y que puedan saltar piezas.
Un par de movimientos más tarde, me detengo y saco de mi billetera otros diez dólares, deslizándolos hacia Aleksis para que los junte a los demás.
El señor Frey alza la mirada. Era su turno de mover, pero mi acción lo distrajo.
—¿Qué significa? —pregunta.
—Estoy subiendo la apuesta, señor. Le dije que los primeros diez dólares eran por su tiempo, pero dado que ya hemos dado más de cinco movimientos cada uno y usted no parece más cerca de ganarme que al comienzo, supongo que me subestimé al calcular el tiempo que estaríamos sentados aquí esperando que me gane.
La inexpresividad de su rostro podría haber sido envidiada por una piedra, fría y filosa. Aunque quiero huir, aunque me intimida como el puto infierno, le sostengo el contacto visual como si «ese» fuera el verdadero tablero. Hasta que, sin que su rostro me susurre ni uno solo de sus pensamientos, saca otros diez dólares de su bolsillo y acepta la segunda apuesta.
No sé qué tan posible es leer a una persona por su manera de jugar ajedrez, pero sin duda se aprende mucho de un Frey por el modo en que se desenvuelven en el tablero.
Viktor Frey es paciente, frío e inexpresivo en todo momento. Mientras yo voy calculando mis maniobras de antemano, evaluando todas las variables en su turno y apresurando mis jugadas con entusiasmo una vez es mi turno y me doy cuenta de que puedo continuar con mi estrategia; él no tiene el más mínimo complejo en invertir largos segundos en degustar con sus ojos serenos hasta el último rincón del tablero con una mano en su barbilla y un dedo jugando sobre sus labios.
Es un maestro de la manipulación. Usa mi entusiasmo en mi contra, sacrificando piezas, a sabiendas de que sabe no voy a desperdiciar la oportunidad de eliminarlas, para doblar mis peones, sacarme del paso o abrirse camino con sus propios peones hasta que nada lo aleje de la casilla 8, tan cerca de la promoción.
Pero, como yo misma le advertí, soy una experta aprendiendo. Hubo errores que no pude rectificar pero sí de los que pude sacar provecho. No podía ganarle, no cuando era tan hábil en convertir mis victorias en sus mejores oportunidades, pero podía sobrevivir a él. Y debía hacerlo.
Dejé de intentar quitarle la reina, a la cual siempre conseguía recuperar con un peón al paso, y me concentré en volver implacable la defensa a mi rey. Cuando lo vi fruncir el ceño con sus ojos clavados en el tablero, primera señal de que se estaba esforzando, me di por satisfecha en mi fuero interno.
Su rostro seguía hacia abajo, sus manos cruzadas bajo su barbilla, pero sus ojos se levantaron, por primera vez notándome como la mente detrás de las jugadas enemigas.
«Sí, señor: no está jugando solo».
Es ese gesto lo que me lleva a sentirme con el ego lo suficientemente intacto para escarbar en mi billetera por mi siguiente apuesta.
—¿Cien dólares? —inquiere él.
—Llevamos una hora aquí, señor —señalo, pues siempre he estado pendiente al reloj abstracto que está guindado en la pared a su espalda. Me siento muy complacida al ver que comprueba la hora en el de su muñeca—. Pero, claro está, usted puede retirarse si así lo prefiere.
Su sonrisa es leve, pero su rostro irradia toda la diversión que parece que sus labios contienen. No va a detener este juego ni porque se nos caiga el edificio encima.
Una hora más tarde, él recibe una llamada y nos vemos obligados a detener el juego. No hay un ganador, ni forma de deducir quién podría haber sido, pero eso no importa, solo lo que él hace a continuación.
Saca de su billetera otro billete de cien y lo suma al pequeño montón de antes.
—Por tu tiempo —explica, luego se vuelve hacia su hijo—. Aleksis, guarda el tablero tal cual está. Tú cuñada y yo definiremos esto en otro momento.
Cuando pasa por mi lado para retirarse a atender lo que sea que tiene que hacer, se vuelve de nuevo hacia su hijo y le dice:
—Una cosa más: baja con los Casters y llévales el portafolio con los papeles del seguro.
Aunque el señor Frey parece dar por zanjado el asunto y se dispone a retirarse, su hijo, quién hasta ahora había decidido no abrir la boca en mi presencia, lo detiene diciendo:
—Padre.
—¿Qué pasa?
—No quiero ir solo —dice Aleksis con una sonrisa.
El señor Frey enarca una ceja y se cruza de brazos al preguntar:
—¿Por qué? ¿Puedes perderte?
La sonrisa de Aleksis se amplía tanto que pasa de ser inocente a inquietante.
—Peor —contesta—: puedo aburrirme.
El señor Frey me echa un vistazo fugaz, entendiendo alguna especie de indirecta, y culmina el asunto diciendo:
—Haz lo que quieras, pero no olvides lo que te pedí.
—Claro, padre.
Y vuelve esa expresión inocente que no le voy a creer ni aunque me la jure.
Cuando se va su padre, él se sube a la mesa y se desliza hasta caer del otro lado.
—Inocente Schrödinger, tú vas a acompañarme —me dice, y no puedo más que maldecir mi suerte por ello.
∆^∆
Bajamos algunos pisos en el ascensor para dirigirnos al departamento asignado a los Casters. Siento que no puedo ni tragar, el sudor de me acumula en la nuca. No quiero ver a Julio, no estoy segura de poder hacerlo sin vomitar.
Solo me doy cuenta de que estoy moviendo mi pierna de forma nerviosa cuando el ruido de los tacones alcanza mi cerebro y me obliga a reaccionar. Hago todo el esfuerzo que me es posible para evitarlo.
Y entonces, a mitad de camino Aleksis detiene el ascensor.
Jamás he estado tan segura de que alguien va a matarme como en este momento, cuando sus ojos desiguales se burlan de mí antes de que sus labios digan:
—Hay una palabra en francés para lo que grita tu cuerpo: coupable.
Entiendo por qué Axer quería mantener a Aleksis con la boca cerrada cerca de mí. Su acento es tétrico y adictivo, ni rastro del ruso. Es francés puro. Y esa voz, la manera de emplear sus palabras, combina perfecto con su rostro inquietante de sabelotodo. Como esos personajes que todos saben que son malos, pero que irremediablemente son nuestros favoritos. Es como un Ted Bundy francés.
Sin embargo, me está atacando. Sin rodeos me acusa, aunque todavía no sé de qué. Así que, con fría odiosidad, le digo.
—Pensé que tu hermano no quería que me hablaras.
—Pero mi hermano no está aquí, ¿certain?
—Bien, pues no sé de qué precisamente estás acusándome.
—De nada. —Se encoge de hombros y me mira con una sonrisa cínica—. Te acusas tú misma.
No quiero darle el gusto de tragar en seco, pero la saliva está ahogándome.
Él sabe.
—En serio no sé de qué estás hablando, así que...
—Miéntete todo lo que quieras, yo ya sé todo lo que necesito.
—Ah. —Bufo, cruzándome de brazos—. Tú eres el psíquico.
—Soy el listo.
—Pensé que todos eran los listos.
Él ríe con tranquilidad, como si compartiéramos un chiste muy bueno.
—¿Mis hermanos? —Hace un gesto despectivo con su mano—. Apenas están por encima del promedio.
Perfecto, prefiero llevarlo por este hilo de conversación, así que le pregunto:
—¿Entonces por qué no compites por Frey's empire?
—Dije que soy listo, no ambicioso. No necesito Frey's empire, me interesan... Otras cosas.
—Como poner nerviosas a tus cuñadas, ¿no?
Una nueva sonrisa lo domina, es tan libre que en medio de ella me muestra todos sus dientes brillantes. Es un gesto digno de ilustrar en un retelling del sombrerero loco.
—Todavía ni lo intento.
Para disimular los escalofríos, me volteo hacia las puertas del ascensor.
—Me caías mejor cuando no hablabas —susurro.
—Me ofendería, pero por suerte que tú nunca me has agradado.
—Oh, pues muchas gracias.
—No es personal, no me agrada nadie.
Y yo que pensaba que Axer era arrogante.
—Qué alivio —ironizo—. ¿Puedes reanudar la marcha del ascensor?
—No.
—Ah, bueno. Mejor me siento, entonces.
Pego el culo de la pared del ascensor con intención de deslizarme hasta el suelo, pero su voz me detiene.
—No lo hagas, alguien tiene que ir a llevarle los papeles a los Casters.
—Exacto. Si te apuras, podríamos ir hoy...
—Irás tú sola.
Cuando volteo, siento que mis ojos gritan alarmados.
—¿Yo por qué? No los conozco, ¿qué tal si la cago con algo que digo o...?
—Tuvieron que haber hecho algo muy fuerte para que les quemaras la casa.
—¡¿Qué?! Yo no hice...
—«Tuvieron», no. —Él finge una expresión pensativa—. María dijo que estudias en su liceo, y ella estudia junto a Julio y Dani, así que seguro fue uno de ellos.
—¿Estás loco? ¿Tenías que tomarte alguna medicina o...?
—Seguro fue Julio.
Este es psíquico, sin duda.
Pero sigo sin rendirme.
—Pero... ¡¿Qué?!
Él se encoge de hombros.
—El incendio empezó por los autos. Si hubiese sido la chica, no habrías hecho algo tan básico como intentar joderla quemando un auto que ni usa.
—¿Sí sabes que quien hizo esa mierda fue un profesional, no? No dejaron rastros, y había cámaras y mucha seguridad. ¿Cómo piensas que yo...?
—Eres buena estratega en el ajedrez. Vamos, pusiste a mi padre a pensar, eso ya dice suficiente. Las cámaras de los Casters eran estáticas, no te habría costado nada descubrir sus puntos ciegos.
—No me jodas... —Me llevo las manos a la boca mientras me río con histeria—. Estás hablando en serio.
—Mi pregunta es... ¿Lo sabe Vik? —Parece que lo piensa un segundo pero luego descarta la idea—. No. No sé qué te hizo ese chico, pero si Vik lo supiera... Habría quemado el auto con él adentro.
—Axer no es un asesino.
—No directamente, pero mira lo que sucedió con el hijo de los pastores que intentó asesinar a... ¿Cómo se llamaba? Ah, sí: Jesús. Jesús Soto. El almacenista. Fue Verónika la que abrió vivo al culpable, claro, pero la orden vino de Vik. Uff, tenías que haber estado hace unos días. Vaya discusión que hubo porque los pastores no creen que su hijo se haya suicidado. Ya sabes, porque tuvimos que fingir que él accedió a ser el experimento de Veronika y le mandamos la compensación económica a sus padres adjunto a los documentos falsamente firmados por él. Y, claro, ahora la iglesia quiero ir detrás de Frey's empire. Todo por un muchacho de intelecto dudoso. ¿Qué paradoja, no?
Aleksis soltó todo aquel monólogo sin verme a la cara ni una sola vez, y cuando al fin lo hace... Lo ve todo.
—Vikky tenía razón —reconoce en voz tan baja que me hiela la piel—, eres patológicamente celosa.
Estoy temblando tanto que no puedo contestar a eso.
—¿Es la primera vez que sientes celos por ese chico? ¿O hay algo detrás?
Sigo en silencio.
—No seas aburrida, eso no puedo deducirlo solo. Me faltan piezas. Es decir, tiene sentido que estés celosa solo por esto. Yo lo estaría si tuviera algo tan... carnal, con una persona, y luego descubriera que mandó a su hermana a matar a un tipo por vengar a otro, sin importar que eso provocara un problema en su familia. Quiero decir, eso vale más que flores y bombones.
Axer ni siquiera me ha regalado flores.
No me doy cuenta de que estoy llorando hasta que siento las lágrimas atravesarme la boca.
Me limpio, con frío odio en la mirada, y Aleksis sonríe.
—Sabía que no podría aburrirme contigo.
—¿Qué quieres? ¿Qué harás con esa información? Ya sabes lo de Julio, ¿le dirás a tu hermano?
Aleksis luce en serio ofendido por eso.
—¿Por quién me tomas? Me tiene sin cuidado lo que te suceda, no pienses que caeré en la misma niñería que Vikky de intentar saborearte.
—¿Y por qué...?
—¿A caso no escuchas? Se lo dije a mi padre: no quería aburrirme.
Dicho eso, pulsa el botón del ascensor.
—Tú me esperarás aquí —avisa, señalando con un dedo—. No pienso darte la ubicación exacta de dónde viven, no sea que te provoque ahora quemar el edificio.
∆^∆
Estoy sentada en la sala, pero no porque quiera estar aquí, sino porque no quiero estar en el cuarto de Axer.
No sé dónde queda la habitación de Aleksis o si está en ella, pero me dejó aquí y se fue. A María y Veronika no las he visto en todo el día y el señor Frey sigue en lo que sea que haya salido a hacer.
Estoy dándole vueltas al lápiz que Aleksis dejó en la mesa con la vista en la nada, pensando una y otra vez en lo que dijo ese pequeño demonio.
No me siento celosa. Me siento estúpida. Herida. Porque Axer es capaz de sentir, solo que no por mí.
Escucho el ascensor a mi espalda pero no volteo.
Podría ser cualquiera, en especial Viktor Frey. Pero por algún motivo sé que es él, mi corazón descontrolado lo sabe.
Así que no volteo, ni aunque escuchara el piso caerse lo haría.
Siento su mano desordenar mi cabello y la parte ridícula dentro de mí se emociona. Me está tocando. Axer Frey me está tocando voluntariamente, sin premios de por medio.
Pero claro que lo hay. Siempre lo ha habido.
Esto es lo que él quiere, que me enamore de él para clavar su maldito jaque mate.
—¿Por qué estás aquí sola? —pregunta a mi espalda.
No voy a voltear a verlo, sería mucho más difícil soportar su voz.
—¿Por qué estás haciendo... nada? Hay diez mil maneras de distraerse en esta casa. Te dejé la laptop desbloqueada en la habitación con el wifi conectado. ¿No conoces Netflix?
—No quería ver Netflix.
Hecho la silla hacia atrás y me levanto, pero me paralizo. Estoy buscando fuerzas para voltearme e irme de aquí sin que su perfecta existencia me lo haga más difícil.
Pero él lo jode todo. Una de sus manos toma mi mentón y me voltea el rostro lo suficiente para el contacto visual.
—¿Qué pasó? ¿Qué te hicieron?
La preocupación en su voz oprime mi corazón.
No puedo hacer que se sienta culpable creyendo que uno de sus familiares me hizo algún daño. Y tampoco puedo, bajo ninguna circunstancia, demostrar que me duele lo que he descubierto, así que me volteo hacia él y miento.
—No me hicieron nada, estoy estresada porque quiero irme a mi casa desde hace rato pero tuve que quedarme horas aquí esperándote para que abras el candado de esta jaula llena de gente loca que me odia.
Su rostro... Parece como si le hubiese insultado a su madre.
«Peor: insultaste toda su familia».
Y me siento muchísimo peor al darme cuenta de la manera tan extraña en la que viste hoy. No tiene puesto ningún blazer, ni camisa de botones. Nada formal, solo una franela. La franela que yo le regalé.
«Novio de Carrie Ferreira», dice.
Él asiente. Así, de la nada.
—Te llevo a tu casa —dice—. Y no estabas encerrada. Podías irte en cualquier momento.
—Eso no fue lo que dejaste dicho con Silvia.
—Ya. Es que no pensé que quisieras irte. Y no quería dar la impresión de que yo lo quería.
Ni siquiera espera mi respuesta, se va caminando en dirección al pasillo que conduce a su habitación.
—Me baño y salgo —dice su voz estoica voz lejana. Y duele.
Mierda, cómo duele.
∆^∆
Cuando Axer sale, tiene la llaves del auto en las manos. Su cabello está húmedo y lleva una de sus típicas camisas blancas puesta a las prisas con las mangas dobladas hasta los codos. Y se ve tan perfecto...
—Vamos —me dice.
—Puedo pagar un taxi —le digo, pues entiendo que esto será demasiado incómodo.
Lo veo abrir la boca y sé que va a replicar, así que digo:
—Igual tienes chófer. No tenemos que hacer esto.
Él cierra los ojos, la mano en las llaves apretada, y asiente.
—Si quieres ir sola, puedes hacerlo.
Asiento, pero sé que le debo más de una disculpa.
—No quise insultarte, ¿sabes? En realidad estoy agradecida por tu intento de involucrarme y... No debí llamar... de esa forma a tu familia. —Él no dice nada, así que me muerdo el labio avergonzada y continúo—. También discúlpame por el desastre de ayer.
Él frunce el ceño.
—¿Lo recuerdas?
—Por supuesto —miento, y sus ojos no disimulan la sorpresa y la... ¿Es eso decepción?
—No tienes nada por qué disculparte, Sinaí. Mi familia no es la más hospitalaria con los desconocidos. Pensé que entendías ciertas cosas al venir aquí, pero ahora que entiendo mi error soy yo el que te pide disculpas. No se repetirá.
Me llamó Sinaí. Hubiera preferido que me gritara.
No digo nada, tal vez porque tengo ganas de llorar, así que me doy la vuelta. Pero me detengo de nuevo.
Me giro una vez más hacia él.
—Cuando te vea en clases... ¿Seguirá siendo incómodo? ¿No podemos ser amigos en algún momento?
Una de sus cejas se arquea.
—Yo no quiero ser tu amigo.
Bien. Eso era lo que me faltaba para volver a odiarlo.
Púdrete Axer Frey.
~~~
Nota de una desolada autora:
Mi shipp <\3
¿Qué les pareció el capítulo? Quiero saber el estado de sus corazones justo ahora, qué creen que va a pasar y si piensan que esto tiene arreglo.
¿Qué piensan de Axer, cómo creen que se sienta él o qué imaginan que esté pensando? Vemos el punto de vista de Sina, así que me gustaría saber qué interpretan de Axer solo con esta escena.
¿Qué opinan de Aleksis y de las cosas que dijo?
¿Qué tal Sinaí jugando ajedrez con su suegro falso?
¿Quieren capítulo mañana? (Ya está escrito). Pues comenten en este como si el mundo se pudiera acabar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top