64: Mi plan secreto

Dado que hoy es el día, tal vez debería contar ya mi plan. Aunque preferiría mostrarlo.

Julio y su familia viven en una de las residencias más prestigiosas del pueblo. Su casa es de las más grandes, con un garaje del tamaño de un jardín, y un jardín del tamaño de una cancha. Está cercada a pesar de que la delincuencia en la zona es mínima, casi nula. La planta superior tiene un ventanal que ocupa todo el largo de la pared trasera, dando una vista ininterrumpida a su comedor desde el techo de la casa de atrás, donde estoy oculta. De día, el cristal no dejaba ver hacia dentro. Pero de noche y con todas las lámparas encendidas a la hora de la cena, se nota cada detalle.

Sus comidas son servidas por un empleado y cocinadas por otro. Grandes banquetes incluso para la cena. Siempre en familia. Esta noche en particular, están los padres, Julio, su hermana Dani, su amiga Rebeca y Jonás, el novio de Dani, uno de los tres que estuvo ese día. Pateándome las costillas. Jalándome del cabello. Riéndose mientras Julio se sacaba la verga en mi cara.

La familia de Julio, los Casters, para ser venezolana, tiene muchísimo dinero. Su padre trabajaba en PDVSA, la principal empresa de gas, desde antes de la crisis, cuando un puesto en los taladros significaba tener la vida arreglada. Así consiguieron la casa, las dos camionetas y los cuatro autos; uno para cada miembro de la familia, aunque el de Dani está decomisado hasta que cumpla la mayoría de edad.

Ahora mantienen su fortuna por las inversiones de su padre en negocios de autopartes, instalación de sonidos en vehículos y remodelaciones de carrocería. Con sus ingresos en dólares, es imposible que la inflación les afecte como al resto.

Así que los carros son una parte importante de sus vidas y finanzas. Y del autoestima de Julio.

Siempre sale a dar vueltas en su Honda Civic Emotion. No sé de autos, pero lo investigué. Es una preciosura en disonancia con las calles sin asfaltar desde hace años, llenas de baches y charcos de lluvia. Pero a él no le interesa, le encanta lucir su posesión entre la miseria, roncando el motor a fondo, abriendo la maleta para presumir los bajos con luces de neón que instaló su padre, derrapando para que los rines con diseño de telaraña puedan verse desde distintos ángulos con la luz del sol reflejada en ellos.

No va a dolerle nada lo que estoy a punto de hacer. No como me dolió a mí cuando le pedí que me soltara y me arrojó al suelo, no como me dolió que una vez ahí me agrediera con la punta de su zapato. No cómo me duele recordar sus chistes, cómo bromeó con que estaba enferma, probablemente abusada por un familiar, y cómo sus amigos reían y aplaudían con él.

Jamás le dolerá como a mí me dolió tener que restregarme en un charco porque prefería cualquier inmundicia a cargar con el contenido de su vejiga en mi cabello un segundo más.

No va sentir el terror que experimenté cuando, al pedir un baño prestado, desesperada por algo de jabón para borrar el olor del vómito y el orine, el dueño de la casa me encerró y empezó a ordenarme que me quitara la ropa.

No le dolerá como me dolió a mí la cachetada de la mujer que, al encontrarme con su marido que casi abusa de mí, prefirió pensar lo peor de la víctima y llamarme puta.

No le dolerá como me duele a mí cada maldito segundo de mi existencia el no poder borrar su nombre, su rostro, y todos esos espantosos recuerdos de mi cabeza.

He considerado el suicidio. No porque quiera morir, sino porque no quiero seguir viviendo con su recuerdo.

Lo he descartado, una vez por vez, y mientras sigo en esta lucha lo único que me queda es asegurarme de que, si un día cedo, no me iré de este mundo sin dejarlo a él deshecho.

No muerto: vivo, deseando no estarlo.

Cuando sea tan miserable que un vagabundo luzca pleno en comparación, ese día daré por satisfecha mi vendetta.

Y empiezo hoy, colándome en su garaje.

Tienen cámaras, pero estas son estáticas, sus puntos ciegos fueron muy fáciles de identificar con una planificación apenas minuciosa.

La cerca no está electrificada por el mismo motivo de que la delincuencia es casi un mito en su zona, así que no me cuesta nada saltarla y aterrizar a salvo al otro lado.

Por si acaso, me enfundo la capucha hasta no dejar más que un agujero para mis ojos, teniendo que respirar a través de la tela.

Reconozco el Honda de Julio y voy directo a él. Imagino que tendrá puesta la alarma, así que no me arriesgo a abrirlo.

Saco las botellas de agua mineral de mi bolsillo y vacío su contenido sobre el auto, desde el techo hasta el capó, asegurándome de que se cuele dentro de las rendijas todo lo posible. El olor a gasolina me golpea la nariz, el charco se extiende hasta debajo del Honda, manchando el inmaculado suelo de cerámica.

Y aunque estoy decidida, no estoy lo suficientemente dispuesta a quemarme las cejas como para quedarme tan cerca de la escena del crimen cuando arda.

Así que me alejo tanto como sé que mi puntería me lo permitirá y enciendo el fósforo.

Una chispa entre cenizas: las mías.

Es la hora del Fénix. Tal vez no para renacer, sino para arder tanto que la hoguera se vuelva mi cuerpo y, mis alas, llamas flamantes contra las que nadie pueda arremeter.

Si no me van a respetar, ansío que me teman.

Que lo hagan como el creyente teme al infierno tanto como para obedecer a Dios.

Así que no dudo ni siento remordimiento alguno cuando lanzo el fósforo a la vez que corro de espalda. Y lo observo, con una sonrisa de orgullo materno, sobrevivir al trayecto con su llama intacta, aunque fluctuante, hasta en una caricia convertir el objeto material que Julio más venera en un reflejo del sol.

Me largo corriendo, no quiero estar cerca cuando alguien note mi regalo de cumpleaños para mi agresor.

Me tocará disfrutar las vistas desde la distancia.

***

—Levántate —le dice Soto al chico sentado junto a mí. Cómo cualquier otro día, decidí sentarme en medio de asientos ocupados para evitar, precisamente, esta situación. Pero al parecer Soto no va a dejar que eso lo detenga.

Nuestro compañero, sin querer incordiar a Soto, recoge sus cosas y se larga, no sin antes poner los ojos en blanco de una manera exagerada.

—Lárgate —le digo a Soto sin levantar la cara del cuaderno, sintiéndolo al sentarse a mi lado.

—No vine a molestarte.

—Nunca vienes a eso, pero, ¿adivina qué? Siempre molestas.

—¿Qué mierda finges que anotas? La profesora ni siquiera ha llegado.

—Estoy terminando de pulir el cuestionario que nos mandó, idiota. —Lo cual es mentira, por supuesto. Estoy transcribiendo de las capturas de mi celular a mi cuaderno las frases que más amé en mi décima relectura de A sangre fría.

—Sina, tenemos que hablar de...

—Que no me llames Sina.

Soto, con todo el maldito cinismo que lo caracteriza, sonríe de oreja a oreja mientras me dice:

Ferreira, tenemos que hablar de la tarea de inglés.

—Estamos en Historia.

—Me llevas evitando toda la semana, ¿cuándo hablaremos del trabajo?

—¿Desde cuándo te importa hacer tu tarea?

—Me sorprende que no estés más implicada en esto, dado que necesitas una nota perfecta para pasar.

Me giro a mirarlo con una expresión que es probable que sea capaz de cometer homicidios. Algo en su declaración me hizo pensar que él me está investigando, pero comprendo que tiene que ser una paranoia mía. Estoy acostumbrándome a los Freys y a su manera ilegal de vivir la vida. Soto simplemente habrá sacado por contexto, dadas mis inasistencias, que necesito hasta el último punto para aprobar cualquier materia.

—¿Entonces? —insiste—. ¿Cuándo? Tendrá que ser en mi casa, no he hecho mucho ejercicio estos días así que no estoy en tan buena forma para escalar ventanas...

—Cállate.

En este punto de mi vida, no puedo entender cómo alguna vez sus chistes me hicieron gracia.

La peor es que sí tendrá que ser en su casa, porque si mi mamá lo ve llegar a la nuestra me corre definitivamente.

—Bien. Lo haremos el lunes.

—¿Qué es exactamente lo que «haremos»? —pregunta con una expresión insinuante.

—No estoy para tus chistes. De hecho, no lo estaré nunca más. ¿El lunes sí o no?

—La evaluación es el miércoles, deberíamos practicar todo el fin de semana...

—Es una maldita canción en inglés, Jesús. Tampoco tenemos que exponer una tesis de medicina.

Además, el fin de semana lo tengo ocupado en mi agenda, reservado para mi novio y su familia de genios rusos.

—Bien. El lunes será. ¿Llegarás a almorzar o...?

—La nicotina definitivamente te jodió el cerebro. Yo voy a llegar a las tres, después de almorzar en mi casa, y antes de las seis estaré de vuelta. Y si intentas cualquier cosa te juro por el alma de Sirius Black que yo misma te estrangulo con mi cinturón. ¿Entiendes?

—Ajá.

Lo voy a matar.

Por suerte, de él y no mía, llega la profesora al salón: un adulto responsable que podría denunciarme si le saco las tripas a mi no-compañero de clases, casi ex, alguna vez amigo.

Me estoy preparando para entregar el cuestionario que nos mandó a investigar cuando la escucho decir:

—Las clases se suspenden. Nos veremos de nuevo el lunes.

Nadie replicaría una decisión como esa, pero siempre hay un metiche que quiere conocer el chisme completo. Como yo, por ejemplo, pero al menos tuve la decencia de esperar a que otro preguntara:

—¿Y eso por qué, profesora? ¿Solo se suspenderá su clase o...?

—Todas las clases de todas las secciones de quinto año se suspenden. Y también de tercero. No habrá más clases en consideración a su compañero de la sección A, Julio Casters, y a su hermana.

No sonrías,
no sonrías,
no sonrías...

—¿Qué le pasó? —pregunta una voz atribulada al fondo del salón.

—Oh, a él nada. Pero su familia acaba de tener una pérdida muy horrenda. Fueron víctimas de un ataque. No se sabe el por qué o quiénes fueron, pero incendiaron su garaje y en consecuencia todos los autos y las camionetas explotaron.

—¡¿Están bien todos?!

—Por suerte. —La profesora hace una pausa para tomar aire, una muestra de su pesar—. El garaje era lo suficientemente espacioso y solo se vio perjudicada una pequeña porción de la casa. No le sucedió nada a la familia, pero este acto de maldad... No fue un robo. Quienes hicieron esto querían dañar. Fue más que vandalismo, fue personal. Tenían estudiada la casa y no se dejaron ver por las cámaras de seguridad. Al menos la suerte estuvo con ellos, protegiéndolos. Ahora estarán buscando un nuevo refugio.

Ni siquiera puedo contener la sonrisa, pero que Dios me libre de perder la oportunidad para decir:

—Si es verdad lo que usted dice, profesora, no me suena a maldad, sino a justicia. Si es así, tal vez ni la suerte los pueda proteger del karma.

Nota:

Capítulo corto porque lo que se viene ya es mucho con demasiado y no quería dejarles todo junto. Ah, por cierto, hoy no solo celebramos los 500k de lecturas sino que es la primera actualización desde que anuncié que este libro saldrá en físico con el sello oficial de Wattpad!!

¿Qué piensan de Sina y de lo que está haciendo con Julio?

Pd: no me olvido de que debo dedicar un capítulo a las personas que adivinaron qué es el regalo de Sinaí para Axer. Estoy esperando llegar a ese punto para no hacer spoiler.

Por ahora, este capítulo está dedicado a todas las personas que me hicieron memes de los capítulos anteriores. No pude ponerlos todos porque eran demasiados y se me perdieron algunos, pero con todos me reí.

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