57: Gatita [+18]
Yo creo que no hace falta la recomendación, pero... NO LEAN ESTA VAINA EN PÚBLICO. Y comenten, coño, que pa' eso el señor les dio dos manos.
Sinaí
Axer me dejó claro que, si quería ser una Frey, lo último que tenía que hacer era dejar cualquiera de los platos de Silvia servidos a la mesa sin tocar.
Así que terminamos la cena, y ninguno de los dos tocó el resto del vino.
—Bueno... Intuyo que ya es todo por hoy, así que... —Me levanté de la mesa, limpiándome las manos de la tela del enterizo, solo por nerviosismo—. Ya debería irme.
—¿Tienes que irte? —preguntó Axer, caminando hacia mí desde su lado de la mesa.
—Yo... —Me sentí muy confundida y no me esforcé en disimularlo—. ¿Quieres que me quede?
—Eres mi novia, ¿no?
Iba a necesitar un curso intensivo para superar esa afirmación.
—Bueno... todavía no firmo.
Él siguió acercándose, y esa proximidad solo empeoraba mis nervios.
—Pero —insistió, un paso más cerca de mí, sus ojos serios y calmados—, ¿quieres quedarte?
—¿Quieres...? —Tragué en seco e intenté parecer serena, como si no me estuviese afectando que estuviéramos solos, compartiendo nuestro oxígeno y tan cerca que nuestras sombras se rozaban—. ¿Quieres que me quede?
—No quiero que te vayas.
Si su abismo iba a sentirse así, como mi corazón al escucharlo decir eso, quería vivir condenada a sus profundidades.
—Okay, pero... —Adopté una actitud de reproche y me crucé de brazos—. ¿Lo correcto no sería que me invitaras un café primero? Pedirme que me quede a dormir en la primera noche de nuestra relación falsa no es muy ético de tu parte.
—Si lo ves así... —Los últimos centímetros que nos separaban desaparecieron cuando sus manos rozaron mis mejillas con delicadeza y se aferraron a mi cuello—. Entonces no dormiremos.
Le dediqué una mirada inquisidora con una ceja alzada, a pesar de que por dentro me derretía.
—Aunque es una oferta tentadora, Frey, tengo clases mañana.
—Solo quédate y ya, Nazareth.
—Lo haré —accedí con indiferencia. Debía considerar una carrera de actuación—. Pero necesito que me prestes una llamada. Tengo que avisarle a mi madre.
—¿Dónde está tu teléfono? —inquirió Axer, soltándome.
—En el cielo, espero.
—¿Qué le hiciste? Necesito poder comunicarme contigo cuando no estemos juntos, así que indiscutiblemente necesitarás otro...
—Eso lo hablamos después, coño, ¿me vas a prestar la llamada o no?
—Claro que sí, espera aquí.
Axer volvió al segundo y me tendió su teléfono. Verlo recostarse contra la piedra negra de la mesa, con la camisa abierta por completo... No podía creer que ese fuera mi novio, aunque nuestra relación hubiese sido forzada por mí.
Tomé el teléfono y le envié un mensaje rápido a mi madre sin más explicaciones que «No te preocupes si no llego hoy, parace que la noche va para largo».
—Ten.
Le devolví a Axer su teléfono, feliz de que ahora tendría su número en la mensajería de mi madre.
—Pero...
—Le dejé un mensaje —expliqué.
—Si tu estimas que con eso basta... —Se encogió de hombros.
Casi tiemblo cuando volvió a avanzar hasta quedar frente a mí, lentamente acercando su rostro a mi oído sin que nada más que su aliento me rozara. Me desesperaba tenerlo así.
—Si alguna vez vuelves a subirte a mi cama con tu calzado puesto —susurró—, quemo los zapatos, el colchón y a ti con ellos, ¿entiendes?
Casi me ahogo de la risa al escucharlo. Había olvidado el detalle de mis zapatos desaparecidos la última vez que estuve en su cuarto. Ya me empezaba a hacer una idea del destino que tuvieron.
—Aclarado eso —dijo alejándose dos pasos de mí—. Mi cuarto es tuyo. La sala también puedes recorrerla a tu antojo, pero si se te ocurre entrar a uno de los demás cuarto y mi padre o mis hermanos consiguen una huella o un cabello fuera de lugar, van a matarnos. Juntos. Así que limita tus manoseos curiosos a los lugares que te mencioné. En un mundo idílico no tocarías nada, pero he perdido esa fe contigo hace tiempo.
—¿Puedo tocarte a ti?
Axer frunció el ceño, reacio a colaborar de mi humor.
—Te estoy hablando en serio, Nazareth.
—Y yo a ti.
—¿Alguna otra pregunta?
—Sí. Dices «mi cuarto es tuyo». ¿Podrías definir bajo qué términos?
—Es tuyo de la misma forma circunstancial en la que yo lo soy. Y ya. No más preguntas. ¿Nos vamos a dormir ya?
—Pensé que habías dicho que no dormiríamos —me quejé con una sonrisa sugerente.
—Y yo recuerdo que discutiste ese detalle diciendo que tienes clases mañana.
—Falté tres meses, puedo llegar tarde un día más.
—Gracias por recordármelo. ¿Podrías explicarme por qué faltaste tanto?
—¿Te digo algo? —Suspiré—. De repente a mí también me dio sueño. ¿Dormimos ya?
Caminé hasta su habitación y él fue detrás de mí. Cuando ambos estuvimos dentro yo no supe hacia donde dirigirme así que esperé por él hasta que abrió uno de sus cajones.
Yo esperando que buscara una sábana extra o algo parecido, pero lo que sacó fue un libro de portada verde. Me lo entregó y así pude leer el título y el nombre del autor: Érase una vez un crimen de Axael Velasquez. Reconocía a la autora porque vi su nombre en Vendida.
—Lee eso mientras me esperas —explicó.
—¿Te espero mientras haces qué? ¿Y por qué me das justo este libro?
—Porque te gusta Agatha Christie y te gustó A sangre fría, y son historias cortas que te puedes leer mientras voy y me baño.
—¿Vas a bañarte?
Axer me miró con el ceño fruncido.
—¿Cuál es la sorpresa?
—No, o sea... —No sabía cómo ordenar mis intenciones en palabras—. Yo también necesito bañarme antes de dormir.
Axer asintió con tranquilidad.
—Por suerte, tenemos muchos baños.
—Igual tendrás que llevarme, porque me podría desviar y tocar algo que no debo... ¿No?
Nuestras miradas se debatieron en una tensa contienda. Él sabía lo que yo pretendía, y yo estaba consciente de lo mucho que él se rehusaba a dejarme ganar. Esperaba que mis ojos pudieran persuadirlo, pero si fue así no había forma de que yo lo supiera al momento.
Con Axer nada nunca era segura.
—Vamos, sé perfectamente a dónde llevarte.
Axer me agarró por el brazo y me condujo por los pasillos hasta una puerta dorada al fondo de estos. Antes de entrar ya dudaba de que un baño pudiera verse así por fuera, pero luego de abrir la puerta quedé todavía más desconcertada.
Era un cuarto inmenso, una mezcla de blanco, plata, grises y azules muy claros. Al principio había una especie de antesala con cojines de pelaje blanco a modo de sillones. En esa zona estaban las toallas y una pantalla de controles pegada a la pared que supuse que eran para la configuración del agua. Pero lo insólito era la arquitectura del lugar más allá, una especie de laberinto hecho de paneles de vidrio desde donde se podía ver la ducha con sus estantes de jabones.
Y pensar que a esas horas yo me solía bañar con un tobo lleno de agua helada y una taza, porque en mi calle cerraban las llaves después de las siete.
—Los paneles son espejos del otro lado —explicó Axer—, o sea que solo se puede ver desde aquí.
—¿Quién necesita un laberinto de espejos para bañarse?
—Pronto entenderás, bonita. —Se paró detrás de mí, bajando los tirantes de mi enterizo como un incentivo para que empezara a desvestirme—. Ya entenderás que los Frey no tenemos necesidades, tenemos caprichos.
Me volteé para mirarlo, y yo misma acabé de quitarme el enterizo, quedando descubierta por el torso. Como no me detuvo terminé de quitarme la prenda, desvistiéndome con mi mirada clavada en sus ojos impasibles, sin parpadear ni una sola vez, hasta que solo quedó mi ropa interior sobre mi desnudez.
—¿Y yo que soy, Frey? ¿Tu capricho o tu necesidad?
Axer sonrió y me estudió con la cabeza ladeada.
—Te lo voy a dejar de adivinanza. ¿Tú qué crees que eres?
—Ambas. Ninguna. Da igual, ¿no? —Di un par de pasos hacia él, bajando la voz en mis siguientes palabras—. Lo que es indiscutible es que no puedes dejarme.
Su mano se acercó a mi cuello, cerrándose alrededor dedo por dedo, solo apretando lo justo para hacer volar mi imaginación.
—Sí, Nazareth —confesó con voz áspera—, hay más de una versión de ti de la que no puedo escapar.
—Deberías contarme al respecto, tal vez te ayude.
Elevé mi mano en dirección a su pecho, buscando tocar esa zona de piel descubierta por la abertura de la camisa, pero él lo evitó con maldad, atrapando mi muñeca en el acto y manteniéndola sometida lejos de su alcance.
—La que vivo imaginando es la que más me lastima —explicó, bajando mi mano hasta que estuvo lo suficientemente lejos de él como para soltarla—, porque no me deja en paz ni en los momentos cotidianos.
—¿Y qué hay en la imaginación de Axer Frey?
Me volteó, pegándome de espaldas a él con la mirada en las duchas cubiertas por las paredes de cristal. Su mano todavía en mi cuello, y su rostro demasiado cerca de mi oreja.
—¿Sabes cuántas veces te pegué de esos paneles?
Tragué en seco. Por suerte tenía puesta mi ropa interior, porque me preocupaba empezar a gotear en el piso.
—Yo... —musité con la boca seca.
—¿Sabes cuántas veces desfilaste al otro lado del cristal, desnuda, incitándome? Nunca te he odiado más que en esos momentos.
Como pude, recuperé algo de mi compostura para reír, con una mezcla de malicia e inocencia.
—¿Por qué me odias, Frey, si soy inofensiva?
—Porque... —Sus labios en mi oído, su voz de acento tan particular filtrándose por mi piel, todo me estaba hiriendo—. Porque no te he probado y ya soy adicto.
Sus manos viajaron al borde de mi brasier mientras yo asimilaba sus palabras, y sus dedos rozaron la piel por encima del escote.
Cuánto ansiaba su toque, su agarre fuerte y despiadado. No quería que me rozara, necesitaba que me tomara como tantas veces había fantaseado.
—¿Quieres que salga del baño? —preguntó.
—No, no quiero.
Sus dedos acariciaban la zona de mi clavícula mientras la otra mano apartaba con lentitud y delicadeza el cabello de mi cuello. Él se acercó gracias a esa nueva accesibilidad, y rozó su respiración sobre mi piel sensible. No solo me erizó completa, sino que despertó una necesidad en coma, haciendo que mi respiración se quedara presa en mi pecho.
—¿Harías algo por mí, gatita?
Mientras hablaba, sus labios me rozaban la piel, demostrando que una sola caricia suya podía asomarme al borde del abismo.
—Mientras me llames gatita haré lo que me pidas, Frey —respondí sin aliento.
Su mano bajó por mi costado, pasando por mi vientre hasta rozar el borde de mi ropa interior, donde metió un dedo, apenas un centímetro, lo suficiente para jugar en la tela.
—Te dije que los Frey no tenemos necesidades, pero mentí. Contigo los hechos que siempre di por sentado no suelen durar.
—¿Por qué...? —Tragué grueso—. ¿Por qué lo dices?
Pero no estaba preparada para su respuesta.
—Porque te necesito desnuda.
Él no podía necesitarlo tanto como yo anhelaba estar descubierta entera ante él.
—Tuya ya soy, puedes quitarme lo que me queda de ropa —musité.
—No es así como lo quiero.
—¿Y qué...?
Mientras decía eso, su mano se deslizó desde adentro de mi ropa íntima, girando hasta llegar a mi trasero, donde dos de sus dedos...
Di un respingo, y tal vez grité, cuando sentí el impacto de sus dedos al penetrarme, siendo recibidos por todo el jugo que su anticipación estuvo provocando. Y asumo que tuve que haber gritado porque su otra mano golpeó mi boca sin clemencia, callándome con su presión inflexible.
Y mientras la sorpresa y el susto me aceleraban el pulso y la respiración, sus dedos aprovecharon esa oportunidad para estimularme por dentro. Y esa agónica combinación de adrenalina, placer y alivio, hizo que mi cuerpo cediera a merced de mi captor.
La contradictoria mezcla entre la maldad y la misericordia de su contacto era lo que había esperado toda la vida.
Sentí que sus dedos se deslizaban con lentitud hacia afuera y la perspectiva de que ahí acabara todo me desesperó, así que me pegué más a él, rogando su contacto.
—Quieta, gatita.
Me aferró con más fuerza el rostro para tranquilizarme y terminó de sacar sus dedos de mi interior. Cuando levantó la mano y vi hacia donde la dirigía, mis ojos se abrieron al máximo y comencé a negar con la cabeza con insistencia.
—¿Qué pasa, Schrödinger? —preguntó él con malicia.
Yo, por completo incapaz de hablar por su presión en mi boca, solo pude seguir negando.
—¿Por qué no, bonita? Antes dije que no te he probado y ya soy adicto, creo que es momento de que te pruebe.
Moví mi cabeza para mirarlo justo cuando sus dedos, empapados de mí, se adentraban a su boca para que él pudiera saborearme. Y esa perspectiva, esa imagen de él conmigo sometida y obligada a verlo, derramó una mezcla de lujuria, vergüenza y ansias sobre mi cuerpo que solo podrían saciarse con su clemencia hacia mi sed.
Entonces me soltó, y tomé una fuerte respiración como si me hubiese estado ahogando todo ese tiempo. Me descubrí agitada, más miserable que nunca porque todo lo que quería era su piedad, que me tomara como el quisiera porque yo acababa de renunciar a mi autonomía si esa renuncia implicaba que él iba a destruirme pieza por pieza, hasta que no quedara un rincón de mi cuerpo que no se proclamara suyo.
—Desnúdate —ordenó, y yo no esperé una segunda mención antes de empezar a quitarme ambas piezas de mi ropa íntima.
—¿Y ahora, Frey? Ya me probaste, ¿ahora qué quieres? —pregunté complemente desnuda ante él.
—Consumirte.
—Pues aquí estoy.
Él se acercó a mí y me tomó por el cabello, haciéndome daño, moviendo mi cabeza para que lo mirara desde abajo. Y esa acción me hizo gemir. Su dominio sobre mí, su maldad contenida empezando a aceptarme como presa, y sus ojos de depredador iracundo al no poder controlar su hambre; todo era una combinación que me complacía de la misma manera retorcida en que él y yo nos deseábamos.
—Leo el orgullo en tu cara, la victoria en la sonrisa que escondes... —Su pulgar me delineó la boca, presionando mis labios—. Te veo gritar en los bordes de tu boca. Y es que sabes que has ganado, y que ya no lo puedo negar más. Pero sigo siendo un Frey... —La mano que antes estaba en mi boca viajó hasta mi cuello, rodeándolo casi sin presión, como si se estuviera conteniendo—. Y los Frey, incluso cuando pierden, lo hacen a su manera.
—¿Qué harás al respecto? —musité, sabiendo que le diría encantada que sí a todo.
—Cumple mi fantasía, Nazareth. Ve, báñate, y déjame verte.
—Y tú... ¿qué harás?
—Nada, solo dejar de imaginarte. Ese será tu castigo.
—¿Por qué? —Fingí una expresión de tristeza, aunque jamás me había sentido tan animada—. ¿Qué te he hecho?
Axer rio, incrédulo y jamás me pareció tan provocativo como en ese momento. Quería comerle cada parte del cuerpo que él me ordenara.
—Qué cínica tu pregunta. Tú me arruinaste por completo, Nazareth, pieza por pieza.
Jaque mate, Frey.
—Y ha sido todo un placer.
Con una inclinación de cabeza final, le di la espalda con mi cuerpo desnudo y me dirigí los pasillos que creaban las paredes de cristal y me di cuenta de que era cierto, al otro lado todas eran espejos.
Caminé hasta llegar al centro de la encrucijada y entonces él, desde donde estaba, comenzó a derramar el agua. Todo el techo era una regadera de acero lustrado, y de ella el agua caía como la lluvia más pacífica. Y mientras las gotas se deslizaban por mi piel, las paredes a mi alrededor eran ojos que reflejaban distintos ángulos de mi cuerpo.
Fui por el jabón, al principio cohibida, pero poco a poco empecé a imaginar lo que había más allá del cristal. Tal vez estaba Axer sentado en el cojín blanco, desnudo de la cintura para abajo, tocándose en mi nombre, disfrutando del espectáculo.
Y aunque no fuera así, imaginé que sí, y enjaboné cada rincón de mi cuerpo fantaseando con el juego de su mano, el descontrol en su respirar y la ira de su contradicción.
Entonces él reguló la temperatura del agua, y el vapor comenzó a envolverme. El agua caliente se deslizó sobre mí sin lastimarme, empeorando las ansias que sentía porque no solo mis manos me acompañaran en esa ducha.
Me pegué a uno de los paneles de espalda, arqueándome, presionando mi trasero porque sabía que él podía verlo del otro lado, y me rehusaba a ser la única castigada en ese juego.
Entonces se me ocurrió una idea, algo que ni siquiera había considerado porque lo necesitaba a él, y comencé a penetrarme con los dedos, jadeando y gimiendo su nombre mientras el agua caliente empañaba cada cristal en aquel palacio de perversas fantasías.
No me había dado cuenta de cuánto necesitaba ser penetraba, y aunque dos dedos no me parecían suficientes, aliviaban un poco mi mísera hambre. Me apoyé con la otra mano, masajeando mi clítoris para pedir con desesperación el orgasmo. Y cuando estuve tan cerca de llegar...
Sus manos, esas por las que había llorado mientras Veronika me complacía días atrás, se apoderaron de mí. Una se cerró sobre mi muñeca como un castigo, la otra me despegó del panel tomándome por el cuello.
—¿Qué haces?
—Tu trabajo —dije con desafío.
Él estaba desvestido casi en su totalidad, pero seguía ocultando su miembro tras su bóxer blanco, empapado por el agua de la ducha, transparentando más de lo sano para mi sed.
—Estamos jugando, gatita, y si te saltas las reglas del juego te quedas sin recompensa.
—¿Qué recompensa?
—Puedo decírtelo, y te quedas con eso, o te lo puedo dar.
Me pasé la lengua por los labios como si los tuviera llenos de caramelo.
—Definitivamente me quedo con la segunda opción.
—Entonces... —Me tomó por los hombros y me volteó, al punto en que ambos podíamos vernos en el reflejo empañado—. Pega esas lindas tetas del panel, gatita, y no te muevas a menos que yo te lo ordene, ¿entendido?
—Se hará como usted diga, entonces.
Hice lo que me pidió, y esperé hasta que volvió. Sentí sus manos llenas de shampoo masajear mi cuero cabelludo, creando espuma que pronto comenzó a chorrearse por mi cuello.
—¿No querías que te tocara, Nazareth? —susurró—. Pues hoy no me voy a contener, no quedará un rincón de ti que mis manos no recorran.
Con la misma espuma del shampoo deslizó sus manos sobre mi piel, enjabonándola. Mis brazos, mi espalda, mis hombros en un masaje que me hizo gemir como nunca, mi cuello, mi abdomen... Y cuando bajó a mis piernas, hincó sus rodillas para quedar a la altura justa para recorrerlas enteras, disfrutándolas desde todos los ángulos, y con su visión baja de mi parte trasera sucumbió a la tentación de morderme, metiéndose grandes porciones de mis nalgas a la boca y acariciando con su lengua heridas que causaban sus dientes. Me estaba devorando.
Me hizo jadear y gritar como si me estuviesen hiriendo, me mantuvo pegada al panel con el agua corriendo entre su superficie y mi piel mientras sus manos, ya limpias de todo rastro de jabón, me recorrían y su lengua me saludaba la piel.
Axer se levantó, todavía teniéndome contra el espejo, y se pegó a mí, impactando su erección contra mi trasero.
—Dámelo —rogué.
Sus manos bajaron y liberaron su erección, rozándola en el charco de mi vagina que no tenía nada que ver con el agua caliente de la ducha.
—¿Tanto lo quieres?
—¡Sí, sí!
Él rio con malicia, y la perspectiva de lo patética que debía parecer, de que él supiera cuánto lo necesitaba, me llevaba a un éxtasis que no tenía comparación. Porque sí, me encantaba jugar con él, y ganarle, pero en esos juegos perder era mucho más delicioso y con gusto me humillaba ante él si el premio iba a ser su abismo.
—¿No te da vergüenza pedírmelo así?
—preguntó.
—He perdido la vergüenza hace mucho, Frey, todo lo que queda de mí es la más grata de las suciedades.
Sus labios en mi oreja me chuparon y mordieron mientras él decía:
—Demuéstramelo.
—¿Cómo?
—¿Quieres que te premie?
—Lo necesito —gemí.
—Pídemelo de rodillas.
Y así hice, como si le rogara, postrada por completo sobre mis rodillas, con las manos en sus muslos y la cara a la altura de su miembro erecto como un mástil, una peligrosa situación que esperaba acabara en mi boca.
—¿Necesitas que te alivie, Frey?
Axer me pasó la mano por la cara y el cabello con ternura, como a una mascota a punto de ser recompensada, y me lamí los labios en anticipación a mi premio.
—Quiero llenarte la cara de semen, gatita, ¿tienes algún problema con eso?
—Usted báñeme.
Complacido por mi respuesta, Axer me metió los dedos a la boca.
—Abre tu boquita, Nazareth.
Hice exactamente lo que me pidió, sintiendo que su voz me castigaba la entrepierna, experimentando pulsaciones que me llevaban al borde de las lágrimas solo por la necesidad.
Axer recorrió el interior de mi boca con sus dedos, dejando que se los chupara. Llevó su otra mano a su miembro, estimulándolo de arriba hacia abajo mientras acercaba su glande a mi boca.
Ansiosa por saborearlo, me acerqué un poco a él, pero su otra mano viajó a mi cabello para someterme al dominio de su agarre.
—Quieta, gatita, jugarás con mis reglas y luego te premiaré, porque indiscutiblemente vas a ganar.
—Como ordene, señor.
—Ahora déjame ver tu lengua.
Así lo hice, recibiendo gustosa el trozo de carne que empezó a frotar contra mis papilas gustativas. Lo saboreé como un dulce, y me deleité con la manera irracional en la que se mantenía hirviendo a pesar de la cantidad de agua que estaba recibiendo.
Axer solo me permitió probarle la punta, frotándola contra mi lengua hasta desesperarme. Yo lo quería entero y de todas las formas posibles, y esa maldita tortura me tenía correando fluidos que me recorrieron hasta la mitad del muslo.
Y cuando no pude más, lo desafié, a pesar de que tenía su mano aferrada a mi cabello, me impulsé solo un centímetro hacia adelante y cerré la boca sobre su glande para chuparlo a mi antojo.
Y entonces recibí el golpe, húmedo y sonoro contra mi cara. Despiadado, como todo él. No me tenía compasión y, a pesar de que grité desde mis entrañas, lo último que quería era que me la tuviera. Porque ese contacto honesto, esa descarga de dolor, me recorrió entera y se alojó en los nervios de mi entrepierna, descargando contracciones de placer que lloraban por ser satisfechas.
Jadeando, todavía desorientada por el dolor, sentí cómo el agarre de Axer en mi cabello me devolvía a mi posición, de rodillas ante él. Y ese maltrato, esa bestialidad en su trato, me hizo suya en cada maldita partícula de mi ser, porque jamás volvería a desear a nadie si no iba a consumirme así.
—Dime si quieres que pare —expresó con seriedad, la oportunidad de redención antes de una sentencia.
—Jamás —juré con toda la honestidad que había en mi alma.
—Bien, porque ahora toca descubrir si puedes aguantar lo que tanto suplicas.
Si tenía una respuesta a eso, no habría podido pronunciarla ya que su miembro me llenó la boca y me hizo tragarme mis objeciones.
Con su mano en mi cabello para acomodar mi cabeza a la posición que él necesitaba, me penetró la boca. Escasas embestidas pero con fuerza, abriéndose paso, apelando a que en las repeticiones al fin me acostumbrara a su tamaño y grosor para que pudiera introducirse más y más profundo.
Al comienzo las lágrimas me saltaron de los ojos y todo lo que quedó de mí fue una mezcla entre la sensación de alivio y ahogo. No podía respirar ni tragar, y la saliva me corría por la barbilla junto con el agua de la ducha. Pero poco a poco, conforme más insistía él sin ningún tipo de tregua a mi inexperiencia, mi garganta lo recibió cada vez más profundo, acostumbrándose a su tamaño, y entonces él subió la velocidad de sus repeticiones, haciendo que me tragara su miembro todo lo que me era posible y sacándolo casi entero para volver a embestirme la boca.
Hasta sacarlo entero y soltarme. Entonces caí hacia el frente sobre mis manos, jadeando y babeando como si estuviese a punto de vomitar, pero mi cuerpo no tenía arcadas más allá de aquellas de placer en todo mi centro que rogaba ser llenado también.
—Gatita, ven por tu premio.
Y como si me estuviesen ofreciendo la vida eterna, alcé la vista entusiasmada, a tiempo para ver cómo Axer se masturbaba frente a mí. Su otra mano viajó a mi barbilla y la acarició con tal ternura que en serio me sentí recompensada.
—¿Puedo besarlo? —le pregunté.
—Mejor chúpalo, bonita.
Más emocionada que nunca, llevé mi boca a su glande y lo encerré entre la tierna piel de mis labios entumecidos por sus previas embestidas. Y lo succioné, metiéndolo y sacándolo de mi boca como una chupeta, lamiendo la punta desde adentro, mientras él estimulaba la base con su mano.
Y cuando lo sentí estremecerse en mi boca, a punto de estallar, fui yo la que comenzó a gemir con éxtasis y deleite abismal.
Sentí la primera, tibia y dulce descarga cómo me azotó la boca, pero de inmediato él lo sacó para dirigir el resto de sus proyectiles a mi inocente carita.
Me bañó, mientras su otra mano todavía aferraba mi barbilla con delicadeza, empapando mi boca, mis mejillas y mi frente hasta que fue tanto que me chorreó por el cuello y la quijada. Y cuando él dio un paso atrás, exaltado y contemplando su obra, yo deslicé mi pulgar por todo el borde de mis labios, esparciendo el exceso de su semen a mi boca para luego chuparme el dedo con alevosía.
Y él, al verme así, como la sucia lujuriosa que era, se mordió la boca con fuerza y sus ojos se incendiaron de un hambre voraz que mantuvo su verga erecta a pesar de todo lo que había descargado en mi cara y lo que me había hecho tragar.
—YA khochu, chtoby ty menya vyplyunul —dijo en ruso mientras me tomaba de nuevo por la quijada, y luego tradujo su orden—. Escúpelo.
Sin esperar a que me lo pidiera una segunda vez, le escupí su miembro sin tapujos ni contemplaciones, y solo un segundo después tenía sus manos levantando mi cuerpo y el suyo empujándome hasta pegarme de la superficie del espejo más próximo.
—¿Te gustó tu juguete, gatita?
—Yes, sir.
Me puso de espaldas, mis tetas pegadas al cristal, sus manos buscando mi cavidad y satisfaciéndola con movimientos de adentro hacia afuera y el juego de sus dedos en mi interior.
Mi boca se abrió por completo contra el cristal, babeando, llenándose del agua de la ducha que se deslizaba por el espejo y lavaba el exceso de semen en mi cutis. Yo ya no podía contenerme, gemía como una actriz, pero sin necesidad de fingir absolutamente nada.
—Axer...
—Pídeme que te llene.
—Mételo, maldita sea.
Él me separó del cristal, solo unos centímetros para echarme hacia atrás, más cerca de su glande, y cuando lo tuvo en la posición correcta, no solo lo metió de una sola embestida, sino que me pegó a la vez del panel con tanta brutalidad que me hizo daño.
Mi grito al ser perforada por él tuvo tal magnitud que pudo haber creado grietas en las paredes y haber convertido en escombros los cristales. Y es que aquel nivel de dolor y satisfacción me hizo temblar, a punto de caer de rodillas, rendida por completo ante ese nivel de placer.
Al fin, maldita sea.
Pero entonces vino la segunda embestida, y sentí que me mareaba por la sensación de que aquello era demasiado para mí.
—¡Para! —jadeé, y vi en el cristal lo desconcertado que él quedó por mi petición. Y, cuando estuvo a punto de sacarlo, me aferré a sus caderas con horror—. No, no, solo... No me acostumbro.
—¿Lo quieres más lento?
—Más lento, pero no te detengas.
—Sus deseos son órdenes.
Jamás esperé que me dijera algo así, y cumplió con sus palabras. Llevó una mano a mi entrepierna para atender mi clítoris mientras sacaba y metía su miembro, lento, pero cada vez más profundo, mientras me demostraba a mí misma que sí podía soportarlo.
—Por favor —rogué— necesito más.
—¿Segura?
—Sí, lo necesito todo.
—Que sea todo, entonces.
Entonces sus embestidas subieron la velocidad y las repeticiones, y una de sus manos viajó a mi pecho para apretar la piel de mis senos a su antojo. Había estado ansiando eso por tanto tiempo, que la combinación del punto que estimulaba su miembro en mi interior y la atención de sus dedos a mi clítoris me llevaron al primer orgasmo en segundos.
Ya ni entendía lo que estaba gritando, solo estaba consciente de que era él quien me perforaba, tocaba y complacía. No podía cerrar los ojos, no cuando mi única fantasía estaba reflejada en el cristal empañado frente a mí. Y que siguiera dándome luego de ese orgasmo lo empeoró todo, porque mi cuerpo solo sabía temblar y mi mente no entendía qué hacer con tanto placer, así que me mantuve chillando y lloriqueando mientras aceptaba todo como lo que él me había prometido: una recompensa.
Pero me di cuenta de que todavía quería una cosa más, así que lo empujé lo suficiente para sacarlo de mi interior y poder girarme. Y así, frente a frente, con la ducha lloviendo solo para nosotros y el piso encharcado con de agua y los restos de nuestro crimen, me abracé a su cuello y lo dejé penetrarme desde adelante, levantando una pierna para rodearlo a la altura de sus caderas porque confiaba en su firmeza.
—Me estás... volviendo malditamente loco, Schrödinger.
Tenía una mano pegada al panel y la otra aferrada a mi cintura. Nuestros rostros estaban tan cerca, nuestras miradas combatiendo en un último desafío...
Pero cuando me lancé a besarlo, su mano se cerró sobre mi cuello y me alejó. Él ya sabía que yo iba a intentarlo.
—Te dije que no —regañó, penetrándome con mucha más fuerza.
—Dame una razón por la que no debamos besarnos —incité.
—Porque tú lo deseas, y yo necesito que sufras.
—¿Es eso, Frey? —Reí—. ¿Estás seguro?
Él me estaba cogiendo como nadie me cogería en la vida, así que se me hacía demasiado complicado hilar una frase coherente, pero lo intenté de todos modos.
—¿Qué chert voz'mi intentas decir con eso? —espetó.
—Nada, es que difiero de tu declaración. Siento que tienes miedo.
—¿Miedo? ¿Miedo de qué?
—Dímelo tú. ¿A qué le temes? ¿A que a raíz de un beso empieces a sentir cosas por mí? ¿O a besarme y descubrir que yas las sientes?
—Proklyataya suka, kak ya tebya nenavizhu. —Eso no lo tradujo, pero no necesitaba traducción, porque su boca agrediendo la mía ya me declaraba toda la pasión de su odio.
Y sí, nos besamos. Devoramos nuestras bocas como por mucho tiempo cada uno consumió las mentiras del otro. Y él me apretaba con tal necesidad, como si necesitara beberme a través de su piel. Las maniobras de su lengua me convirtieron en un charco mientras su miembro no dejaba de penetrarme ni mis caderas paraban de moverse contra él.
Nuestras respiraciones se descontrolaron, nuestras bocas recibieron el agua de la ducha con jadeos en las escasas pausas que tuvimos. Pero seguimos consumiéndonos, porque ambos fuimos víctimas de una abstinencia que casi nos disolvió. Y yo lo dejé lamerme entera, desde el cuello hasta la mejilla para luego volver a mi boca, y lo mordí con la misma bestialidad con la que me penetraba, haciéndolo sangrar y gruñir sin ninguna objeción.
Lo había deseado tanto que creí que con una primera vez podría borrar la huella de su enfermedad de mi cabeza. Pero, luego de probarlo, descubrí que no había cura para Axer Frey, y, que si existía, prefería morir que recurrir a ella.
—Axer...
—¿Hmm?
—Olvídalo.
Pero él no lo iba a olvidar. Me aferró el cuello con su mano y me obligó a mirarlo. Pero en sus ojos no había ninguna demanda, solo súplica.
—Dilo.
Negué con la cabeza.
—No puedo.
Entonces me volvió a besar, más fuerte, más profundo, y cuando se alejó ya no me quedaba ni aliento ni noción del contenido de un diccionario.
—Solo dilo —insistió al separarnos.
Nuestras frentes seguían juntas y sus ojos... Ese ruego, casi parecía que me suplicaba que lo liberara, como si hubiese algo en su pecho rugiendo por salir y yo fuese la única con la llave.
Pero no podía hacerlo. No, me rehusaba. No podía darle la única arma con la que podría darme el jaque definitivo. Así que, en su lugar, solo le dije:
—Quiero que me mientas.
—¿Qué quieres que te diga?
—Tú escoge, y dime la peor mentira que se te ocurra. Pero convénceme de ella.
El rostro de Axer se distorsionó, pero esa vez no pude leerlo. Ya no tenía acceso a la batalla que se libraba dentro de él.
Y cuando me tomó del rostro, por la manera tan atribulada por la que me miró, casi pude creerle lo que me dijo.
—Estoy enamorado de ti, Nazareth.
Ni siquiera pude reaccionar a su engaño, porque su beso y sus embestidas finales me llevaron al segundo orgasmo, el mejor de mi vida, uno que no pude celebrar con gritos porque su boca se bebía todo mi aliento.
Cuando se alejó de mí, sentí su semen tibio recorrerme las piernas y entendí que acabamos a la vez.
—Estoy clavada entera en tu abismo —suspiré, impresionada y complacida.
Él se acercó a mí y me dio el último beso de toda la noche antes de decir:
—Y yo en el tuyo.
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Nota:
Este es el capítulo que me llevan pidiendo desde SIEMPRE, así que espero que VOTEN y COMENTEN como si el mundo estuviera por acabarse.
A todas estas... ¿qué tal el capítulo? ¿Estuvo a la altura de sus expectativas? ¿Qué creen que va a pasar ahora?
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