55: Perra
Sinaí Ferreira
Cuando regresé al liceo no hubo una mirada que no estuviese puesta en mí.
Era el primer día luego de las vacaciones de navidad y todos los estudiantes habíamos sido convocados al patio central para una reunión informativa. No había que ir uniformados, así que aproveché la oportunidad.
Tenía puesto un blue jeans ancho de cintura alta y correa gruesa, con una camisa negra amarrada para hacerla pasar como un top. Pero eso no era lo llamativo, tampoco mi cabello azulado recogido en una cola que dejaba lucirse la gargantilla negra en mi cuello, sino las cinco grandes y dramáticas letras rojas en mi camisa que formaban la palabra «PERRA».
María y Soto estaban juntos, y mientras uno me miraba con descaro, la otra evitaba hacerlo, aprovechando solo algunas oportunidades para estudiarme con disimulo.
Axer también estaba ahí, solo un poco apartado del resto y recostado de la estatua central con sus manos metidas en los bolsillos y su cabeza ladeada. A pesar de la distancia, casi podía adivinar su mirada al otro lado del cristal de sus lentes.
Me mantuve al margen, recostada de uno de los postes frente a los salones para escuchar los anuncios de la directora para el nuevo lapso escolar.
Y estando ahí, sola, tuve que recordarme lo que esa mañana vi en el espejo, lo hermosa que me veía, lo bien que se me daba caminar con mis botines. Tuve que recordármelo para alzar el mentón y convencerme de que todas las miradas hacia mí eran de admiración, o de envidia, pero jamás de burla. Ya no.
La oportunidad de desaparecer surgió demasiado al azar, pero tomarla fue la mejor decisión de mi vida. De la iglesia a la que asistía mi madre salía un autobús para un campamento cristiano. A mi madre y a mí no nos importaba en lo absoluto el retiro espiritual, pero el viaje gratuito al otro lado del país era la oportunidad que nos hacía falta para desaparecer y tomar unas vacaciones navideñas como familia, como amigas.
Alejarme de todo lo que me recordaba a Soto y a María sirvió de mucho a mi paz mental, y rodearme de nuevas personas que desconocían mi pasado asocial ayudó a mi seguridad y autoestima. Porque me di cuenta de que yo era una persona atractiva a la que otros querían acercarse, que no me costaba tanto entablar una conversación cuando no estaba tan asustada por meter la pata, que había más personas con mis intereses y que lo extrovertida que podía llegar a ser, sobretodo en fiestas, hacía que otros quisieran rodearse de mí.
Así que pasé los mejores fines de semana en las mejores discotecas, pagando siempre en efectivo para impedir que Axer hiciera como con mi teléfono en el pasado y averiguara mi paradero. Pero no bebí nada, porque empecé a ir a terapia online y mi psicóloga me recetó una medicación que no debía mezclar con alcohol.
Mi depresión fue el detonante que empujó a mi madre a endeudarse con tal de ayudarme a salir del hoyo oscuro al que ni su mano podía llegar.
En el tiempo que estuve lejos, mi madre y yo nos olvidamos de las tradiciones navideñas y preferimos invertir nuestra intimidad en ver series criminales juntas, apostando Doritos a nuestras teorías de los posibles culpables.
En esos días extrañé tanto a Axer, que casi caí en la tentación de escribirle por Wattbook para que me rescatara. Pero, justo por ese sentimiento, supe que tenía que ser fuerte y dejarlo sentir mi ausencia. Sabía que él quería algo de mí, me quedó claro esa noche en el auditorio; pero si había una pizca de verdad en aquel rol de cursilerías al que jugamos hasta la medianoche, a eso apelaría con mi desaparición. Si podía hacer que me extrañara, retrasaría cualquier jugada que tuviese pensada con antelación.
Y entre todas las cosas que pensé en mi ausencia, me di cuenta de que todo ese tiempo había dado demasiada importancia a mi virginidad. Me di cuenta de que mi primera vez pudo haber sido de Soto -como lo fue mi primer beso- y aunque fuese algo estúpido aborrecía la idea de tener que recordarlo para toda la vida como el idiota al que supuestamente «entregué» una parte significativa de mí.
Porque antes lo adoraba, pero pronto descubrí que cualquier persona puede decepcionarte. En especial aquellas en las que confías.
Así que renuncié a la idea de la virginidad, a que había algo de mí que «entregaba», que «perdía», durante el sexo, y a asquerosa perspectiva de que un hombre podría marcarme.
Y con esa nueva convicción, me liberé. Me acosté con uno de mis nuevos colegas en uno de esos fines de semana de fiesta. Tuve sexo casual, monótono y lo suficientemente convencional como para hacer que quisiera radicalizar mi orientación sexual a «solo mujeres».
Y, a pesar de lo insípido que pudo haber sido, no me sentí devastada, no significó una marca para mí. Esa nueva liberación mental me hizo sentir mejor, mejor con la idea de que a partir de entonces cada vez que estuviera con alguien no estaría pensando en que estaban tomando algo de mí. Solo viviría mi sexualidad con la libertad que me merecía.
Al acabar la charla de la directora, di media vuelta sobre mis talones dispuesta a regresar a mi casa, pero una mano se cerró sobre mi brazo y me arrastró hasta la entrada de los baños del colegio.
-¿Qué mierda? -espeté, soltándome del agarre de Soto.
-Tenemos que hablar, Sina.
-No me llamas Sina, Jesús. No seas cínico.
Él se mordió los labios y pasó un rato vacilando, como si no supiera cómo abordar la conversación que había planificado.
-¿Qué? -presioné, porque necesitaba oírlo.
Soto era como una uña encarnada en el camino de mi sanación. La idea de arrancarla era un horror, me enviaba punzadas de dolor cualquier mínimo intento; pero, si no lo hacía, me seguiría lastimando a cada maldito paso que diera. Tenía que enfrentar ese dolor, luego me encargaría de cicatrizar la herida que dejara.
-Nunca quise hacerte daño, Sinaí -dijo al fin.
-No. Tuviste toda la intención de hacerme daño, solo que ahora te arrepientes y desearías que todo hubiese sido diferente.
-¿Y no es eso lo mismo? -inquirió y empezó a acompañar sus palabras con gestos de sus manos-. No soy una mala persona, Sina, en serio. Y no creo haber hecho nada tan grave como para que me demonices como lo haces. Todos nos equivocamos, y al menos yo... Mírate.
Mi entrecejo se frunció de inmediato con esa última palabra, así que, mientras me cruzaba de brazos, espeté:
-¿Qué es lo que quieres que vea?
-Vamos, tienes que admitir que al menos me debes un poco de agradecimiento. Mira a la que te empujé. Eres... Has vuelto a clases, te ves tan segura... Has mejorado.
-¿Insinúas que soy mejor gracias a ti?
-Bueno, yo...
-Cállate, miserable. Sé lo que haces. Buscas cualquier logro al que aferrarte, buscas cabida para convencerte de que no todo lo que hiciste fue en vano. -Me reí en su cara, cargada de ira y decepción-. ¿Crees que no lo sé? Tuviste suficiente tiempo para hacer tus movidas con Axer en mi ausencia, y ahí estaba... a tu alcance, pero tan inaccesible en realidad. ¿Y sabes por qué? Porque el problema no era que yo me interpusiera, el problema es que si tú no le gustabas en un principio, no ibas a gustarle ni aunque le pusieras el tablero de cabeza.
Soto abrió la boca para replicar, pero le ahorré la vergüenza con un gesto de la mano. Aproveché la oportunidad para sacar todo lo que tenía por dentro.
-Y he estado pensando. En ti. En mí. En lo que hiciste. En todo. Y he llegado a concluir que no eres una mala persona. De hecho, puedes ser excelente en otras cosas. Tal vez seas un buen hijo. Tal vez seas el mejor vecino. Tal vez incluso puedes ser un buen amigo, para otros. No lo vi antes porque estaba ciega, mirando el mundo en blanco y negro, y creí ciegamente en tu blanco absoluto, así que cuando me mostraste el lado negro... me cegué al resto, negué la existencia de lo demás. Solo existió esa mancha que nunca me dejaste ver.
»Hoy ya sé que te juzgué mal, ambas veces. No eres perfecto, tampoco eres el peor. Simplemente eres un ser humano hecho de distintos contrastes de gris.
-Entonces...
-Entonces, nada. Eso no influye en nada más que mi comprensión. Porque, independientemente de todo lo bueno que puedas ser, me demostraste que estabas dispuesto a sacrificarme por tus objetivos. Y, lo siento mucho, pero yo tengo el autoestima que a ti te faltaba, y no pienso permitirte el perdón que añoras luego de que dejaras mis pedazos a la deriva buscando recomponerse con desesperación. Porque sé, Jesús Alejandro, que hoy te arrepientes, que sabes que hiciste todo por nada. Sé que nuestra amistad fue honesta, porque lo viví, y eso no puede fingirse. Y sé que te duele haberla apostado y perdido. Pero ya está. Lo hiciste. Y aunque hoy podríamos recuperarla, me demostraste que mañana, o tal vez en diez años, me volverías a apuñalar si mi sangre significase algún beneficio para ti.
-¡¿Pero cómo puedes sacar todas esas conclusiones de mí tú sola?! No sabes na...
-Sí, ya lo sé. No sé nada. Y malgasté este monólogo con alguien que apenas merecía un adiós, pero no lo hice por ti. Lo hice porque necesito avanzar, y no puedo hacerlo con todo esto clavado en el pecho. -Suspiré, negando con la cabeza. Esas palabras me dolían más de lo que quería reflejar, porque el contexto todavía me estaba quemando en las entrañas-. Así que suerte con tu vida, Jesús, y cuida a María Betania o te juro que yo misma te mataré.
♤♡♤
Camino a la parada del autobús escuché cómo un auto se detenía a mi lado. Volteé, y casi me quedo sin oxígeno al ver quién era el piloto.
-Súbete -ordenó. Ni siquiera me miraba, tenía el rostro fijo en el frente, pero notaba la terrible tensión en su voz, y en la manera en que sus manos se cerraban sobre el volante.
-Hola a ti también, Frey -ironicé con una sonrisa fingida.
-No estoy jugando, Nazareth, súbete.
-No me voy a subir al auto.
Volteó su rostro, sus lentes casi al borde del puente de su nariz, su mirada intensa fija en mí por encima de la montura cuadrada. Y como en aquel primer juego de ajedrez, no cedió ante aquella presión. Me mantuve firme, desafiándolo con una ceja alzada.
-¿Quieres que baje y te monte yo mismo?
-Por favor.
Juro que creí que eso lo había dicho solo en mi cabeza, pero pronto comprendí mi error cuando la puerta del piloto se abrió y Axer Frey salió a través de ella, cargado de un aura de seria determinación que me preocupó y emocionó al mismo tiempo.
Primero abrió la puerta de atrás, y antes de que pudiera al menos asimilar si quería impedirle lo que estaba por hacer, ya tenía sus brazos debajo de mis piernas y detrás de mi espalda. Me cargó e introdujo al auto, arrojándome sin contemplaciones sobre el asiento trasero.
Mentiría si dijera que sentí algún tipo de indignación, porque lo único en lo que podía pensar era en las veces que fantaseé con ser arrojada así a su cama.
-¿A dónde carajos crees que me llevas?
Lo tomé por el brazo mientras se disponía a salir, no sé si para impedir que volviera al volante, o porque me rehusaba a la idea de que se me bajara de encima.
Él se volvió a mí gracias a mi jalón. Con una mano me tomó con el cuello, tan abierta que su pulgar alcanzó mis labios y los presionó con maldad, como si quisiera limpiarme la boca, mientras decía:
-Debes dejar las malas palabras, no es con ellas con lo que deberías ensuciarte la boca.
Frey no entendía el daño que le hacía a mi perversión con sus provocaciones. Mi mente no tenía salvación, y si él seguía contribuyendo a darle rienda suelta... No podía comportarme con decencia si él jugaba así conmigo.
Me grité, una y otra vez, que no debía caer, pero es que a su dedo en mis labios no podía dejarlo ir sin un saludo. Así que lo besé, y recibí con alevosía cada centímetro que él introducía dentro de mi boca. Lo chupé, mirando a su dueño a los ojos, e hice presión con mis dientes en su punta mientras lo sacaba.
-Bonita bienvenida la tuya -bromeé mordiéndome los labios.
-Tú lo dijiste una vez, no somos normales. Un «hola» habría sido demasiado convencional.
Confirmado: no iba a superar a ese tipo en la vida.
-Entonces cierra la puerta, Frey, y sigue ensuciándome la boca.
Pero él seguía tan serio, inmune a mis provocaciones. Había una ira que lo mantenía enfocado en un único objetivo en ese momento, y no era embestirme contra el asiento.
-Te ensuciaré lo que quieras luego, Nazareth. Antes tenemos que hablar.
Rodé los ojos.
-Okay, hablemos, Frey. Desahógate.
-Aquí no.
Hizo ademán de alejarse pero de nuevo lo tomé por el brazo.
-¿A dónde me quieres llevar?
-A mi casa.
-Olvídate de eso, no voy a ir a tu casa.
Axer alzó una ceja con escepticismo.
-¿Por qué?
-Porque no quiero.
«Mentirosaaaaa».
El arco en su ceja se pronunció todavía más y sus labios se torcieron en una sonrisa ladina.
Ni él me creía. Ni yo me creía.
-No voy a ir, te estoy hablando en serio -insistí.
-¿Es por tu novio? -inquirió Axer con desprecio en su voz.
-Pero... ¿De qué mierda me estás hablando?
-Jesús Soto.
Por un segundo mi cerebro quedó recalculando hasta mi fecha de nacimiento. No sabía qué tanto sabía Axer, pero no era momento de dar explicaciones.
-No es por ningún novio. -Esa vez lo empujé y me bajé del auto-. Si quieres hablar conmigo, hablamos aquí. A tu casa no me vas a llevar.
A pesar de mi hostilidad, su sonrisa se expandió como nunca. Por primera vez en sus ojos brilló una malicia que no comprendí al instante. Me inquietó tanto como me dejó embelesada por lo mucho que me gustaban sus facciones bajo ese gesto demoníaco.
-¿Y tus lentes, Schrödinger? -preguntó.
-¿Mis lentes? Pero si los llevo...
Axer salió del asiento trasero y me tomó por la cintura, pegándome de la carrocería del auto mientras bloqueaba mi huida con su cuerpo. Al su mano dirigirse hacia mi rostro, me quedé sin respiración. Pensé que al fin iba a besarme, pero sus dedos fueron a mis lentes, tomándolos por los cristales.
-¿Qué mier...?
Cuando los tiró al piso y los destruyó con sus zapatos, sentí como si me estuviesen haciendo añicos los huesos.
-¡¿Sabes cuánto cuesta esa mierda?! -grité golpeándolo en el pecho.
Con tranquilidad a pesar de mi historia, sus manos sometieron las mías para calmarme.
-Sube al auto, Nazareth. Vamos a comprarte otros.
-Hijo de...
Pero si tenía algo que agregar a aquella frase, lo olvidé cuando sus labios tocaron mi mejilla.
-¿Nos vamos, entonces? -preguntó, y supe que no le diría que no, que no quería decirle que no a nada.
****
Nota:
Bueno, este es un perfecto momento para que me hablen de qué les parece las decisiones que tomó Sinaí, su retiro, su conversación con Soto, su último encuentro con Axer y qué creen que viene a partir de ahora.
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