54: Never be the same

Capítulo dedicado a LinMaddiee por el fanart de Axer y Sinaí que ven aquí.

Axer Frey

—Soto, ¿no? —preguntó Axer acercándose al chico de la barra. Un muchacho tranquilo vestido con una camisa de algodón gris y un jogger negro, lo único que lo hacía destacar en aquel lugar eran los tatuajes, y el hecho de que era el único sin uniforme ni ropa de alta costura.

—Para los panas —reconoció el muchacho alzando su trago hacia el ruso recién llegado.

Axer pidió un trago para sí mismo, aunque de camino no había tenido intensiones de beber nada. Una vez cerca de la barra decidió sucumbir al antojo.

—Me encanta tu sala de espera, por cierto —comentó Soto señalando a su alrededor mientras a Axer le servían su propio trago—. Así a cualquiera le provoca esperar.

—Técnicamente la sala de espera no es para los trabajadores, es para quienes esperan —repuso el ruso.

—Bueno, técnicamente yo no soy un trabajador, y estoy esperando por mi entrevista, así que...

—Para los que esperan a ser atendidos —corrigió Axer—. Y serás un trabajador.

—Si no la cago.

—No la puedes cagar. Tu jefe tiene la orden de contratarte, no es como si pudiera decidir de pronto que no te quiere dar el trabajo.

—¿Y para qué es la entrevista?

Cuando a Axer le dieran su trago, ambos caminaron hasta la hilera de asientos, ocupando una de las mesas de cerámica de la sala de espera en el lobby del edificio de los Frey.

—Ah, no te entrevistará tu jefe —explicó Axer con tranquilidad, bebiendo el primer sorbo de su vodka—. O sí, pero el jefe del jefe de tu jefe.

Mientras Soto se sentaba, miraba al ruso con cara de espanto, y no precisamente por cómo iba vestido. La camisa blanca, la corbata verde esmeralda a juego con la piedra de su anillo y su rubio cabello peinado hacia atrás le daban un aspecto del que nadie podría horrorizarse.

—¿Y ese quién demonios es? —cuestionó el venezolano disfrazando su nerviosismo con humor—. ¿Chávez?

—Mi padre.

Soto no pudo disimular el ataque de tos que siguió a esa respuesta. Parte de su trago había viajado a su nariz y las maniobras que se le ocurrían para sacarlo de ahí no eran muy apropiadas para la elegante ocasión.

—¿El ministro? —preguntó luego de recuperarse, limpiándose la boca con el dorso de la mano—. ¿Por qué demonios el ministro de corpoelec se tomaría la molestia de entrevistar a un carajito equis en la vida, optando por el puesto más equis en el ránking de los puestos equis de su empresa?

—Para joderme, básicamente. —Axer se bebió la mitad de su trago con amargura luego de contestar—. Le pedí el favor de que te diera trabajo, ¿crees que no va a indagar por qué lo quiero? Él indaga en todo. Así que... Te hará unas preguntas. Pero no te preocupes, solo querrá corroborar que no seas un delincuente o un espía del FBI.

—¿Por qué el FBI querría meter sus narices en el trabajo de tu padre? ¿En realidad Frey's empire es un negocio de narcotráfico y el hospital es un lavado de dinero?

Axer no se tomó con mucho humor el comentario y sus siguientes palabras las espetó con brusquedad.

—¿Te pareció que era solo lavado de dinero cuando salvaron tu vida?

—Oye, pero no te alteres, era un chiste.

—No vendemos drogas, y hazte el favor de evitar ese tipo de preguntas y comentarios cuando estés frente a mi padre.

—Pero dijiste que no la podía cagar.

—Pero en tres minutos de conversación me has hecho cambiar de opinión. Felicidades, batiste un récord.

Soto tuvo que hacer un esfuerzo para que la risa no se escapara de su boca, pero aquello solo hacía más evidente la expresión de burla en su rostro. Axer negó con la cabeza con una expresión impasible en la cara, y prefirió ignorar sus impulsos bebiendo más de su vodka.

—Te estás arrepintiendo de este favor, ¿verdad? —presionó Soto, quien estaba al tanto de la manera en la que el ruso evitaba hacer contacto visual.

—Aquí donde me ves, mi mente repite cada dos segundos «sé comprensivo, el muchacho casi muere. Sé comprensivo, sé comprensivo, sé comprensivo...»

—Tu mente debe ser una tortura.

Axer alzó una ceja como confirmación y se levantó antes de decir:

—Necesito otro trago.

—Que sean dos, entonces —añadió Soto antes de beberse todo lo que quedaba en su vaso.

—No abuses, no soy tu mesero.

—No pretendía que me lo buscaras —repuso Soto, levantándose con una sonrisa triunfal.

Axer se resignó y le permitió acompañarlo a la barra, pensando en que los crímenes del chico a su paciencia habrían sido justificación suficiente para dejarlo morir aquel día.

—«Muchacho» —repitió Soto de la nada, consiguiendo desconcertar al ruso.

—¿Qué? —inquirió Axer, perdido en la conversación.

—Me dijiste «muchacho» hace rato. —Soto empezó a reír como si aquella palabra fuese un chiste—. Hablas en serio como un viejo.

Axer se mordió la lengua y apresuró el paso hasta la barra donde por suerte uno de los hombres del servicio estaba libre.

—El mío doble, Roman, por favor —pidió apresurado.

—Gracias, por cierto —añadió Soto cuando el tal Roman se marchó en busca de los tragos—. Sé que no debe ser fácil para ti hacer esto cuando hemos sido... bastante hostiles el uno con el otro.

—Hostiles —repitió Axer con una mueca complacida en los labios—. Un eufemismo bonito para maquillar la realidad.

Soto se ladeó en la barra para quedar frente a Axer.

—¿Qué realidad? —preguntó interesado.

—Que yo mismo te habría matado, o habría sido capaz, si no hubieses... Si no hubiésemos casi muerto juntos. Y a mitad de una de nuestras hostilidades, cabe recalcar.

Cuando les entregaron sus bebidas, Axer rodeó el vaso de vidrio con la mano en que portaba el anillo con la esmeralda y lo alzó hacia Soto en un gesto de brindis.

—Salud por eso —dijo—. Porque no seré un asesino.

El venezolano forzó una sonrisa y aceptó el brindis en silencio, pero dejó que Axer bebiera el primer sorbo sin él reaccionar. Cuando el ruso al fin tragó fue que se dispuso a hablar.

—No puedo creer que ella te guste tanto —divagó Soto, soltando sus palabras en susurros casi para sí mismo—. Dices que me habrías matado, y tu único motivo eran los celos...

—No soy bueno manejando impulsos. —repuso Axer, lo cual era una falsedad enorme, ya que su vida se basaba en poder controlar todo, incluidas sus compulsiones—. Además, ¿no eran los mismos motivos que tenías para odiarme? ¿Los celos?

—Ah, todavía te odio. Eso no lo dudes. Tal vez hasta más que antes.

—Ah, pues, de nada.

Axer bebió en respuesta a eso y luego se giró hacia el área que estaba más allá de la barra.

—Puedes pedir comida, si quieres. No sé si tu alcoholismo te deja verlo, pero lo de al lado de la barra es un restaurante.

—¿Tanto se va a tardar tu padre en atenderme?

—No lo sé. Se tardará lo que le antoje tardarse. Necesita probar tu paciencia.

—¿Tan buen jefe es? —inquirió Soto con sarcasmo.

—Es un jefe atento y excepcional, implacable solo cuando lo amerita. Pero como padre... —Axer movió la cabeza de forma dubitativa—. Es siempre el reto más complicado, el que saca las mejores, y peores, versiones de nosotros... —Axer bajó la cabeza, riendo y negando—. Es el mejor.

Soto pensó en ese instante que Axer estaba loco. Eso, y que tenía una hermosa sonrisa.

—Hablando de padres, mi madre todavía no puede creer esto —comentó Soto—. Cuando la llamaron para avisarle que me estaban entrevistando para Frey's empire prefirió creer que estaba en un programa de bromas de algún tiktoker a que era en serio.

—E hizo bien —comentó Axer por lo bajo, reprimiendo las ganas de reír.

—Creo que siempre esperó que de un día a otro le dijera que me metí a malandro.

—¿Qué es un... malandro?

Soto casi escupió su trago al escuchar a Axer pronunciando aquella palabra con su acento ruso.

—Un malandro, coño —explicó limpiándose lo que había chorreado del trago en su reacción—. Los que roban teléfono en moto y esas cosas.

—Un delincuente.

—Le quitas la diversión hasta al malandrismo —refunfuñó Soto con hastío—. Te falta cultura, de pana.

—¿Cultura? Cultura te falta a ti. Deberías estudiar aunque te contraten...

—¿Aunque? ¿No que tienen que contratarme?

Axer contuvo la respiración para no cometer una desgracia solo por lo mucho que le estrenaba la interrupción.

—Eso —aceptó con paciencia—. Igual deberías estudiar. No puedes pretender ser almacenista en un hospital toda tu vida, ni aunque ese hospital le pertenezca a Frey's empire.

—¿Quién dijo que ese era mi plan?

—Ah —dijo Axer con escepticismo—. El niño tiene un plan.

—Una brillante, por cierto.

Axer contuvo las ganas de reír.

—No te creo una mierda, pero a ver, cuéntame.

—Voy a enamorar a una de las doctoras, y dejaré que ella me mantenga. Preferiblemente si es cirujana.

Axer se mordió la boca para mantenerla cerrada, y con una expresión de burla contenida se fijó en el frente para no hacer contacto visual con Soto.

—¿Qué? —presionó Soto con la misma sonrisita en el rostro—. ¿No me crees capaz de enamorar a una cirujana?

—Yo no dije eso.

—Pero lo pensaste.

—¿Ahora lees mentes?

Soto ignoró el comentario final y metió la mano en el bolsillo de su jogger para sacar un cigarro de la caja que llevaba consigo.

—Esta es zona de fumadores, ¿no? —se aseguró el muchacho.

—Sí, pero...

Pero Soto solo esperó el para encender el cigarro.

—Odio el humo —espetó Axer con hastío viendo a Soto inhalar casi la mitad de su cigarrillo de un solo jalón.

—¿Sí? —cuestionó Soto con escepticismo mientras botaba el humo—. Porque yo recuerdo una fiesta en la que parecía gustarte bastante.

—No me recuerdes esa sukin syn fiesta.

—Bien, pero no te alteres. De todos modos, mi pana ruso, volviendo al tema de los cirujanos... —Soto le extendió el cigarro—. Nunca subestimes el poder de un muchacho carismático y tatuado para enamorar.

—No sueñes con eso —lo cortó Axer con hostilidad—. No me harás fumar.

—Cuando despertamos juntos en el hospital me dijiste que esa noche habías bebido de mi vaso, pero aquí te comportas como si...

Axer le arrancó el cigarro de la mano sin dejarlo terminar, obstinado, solo para cerrarle la boca.

Le dio una intensa calada al cigarro, sintiendo el impulso de correr a lavarse la boca con cloro.

Pero tuvo que admitir, al menos para sí mismo, que se le hizo estimulante la manera en que el humo escapaba de sus labios entreabiertos en espesas nubes mentoladas.

Solo por un segundo, porque luego de esa primera y única calada le devolvió el cigarro a Soto.

—¿Ves? —molestó Soto—. No te moriste.

No hizo falta que Axer respondiera ya que en ese momento la pierna de Soto empezó a vibrar y a los segundos comenzó a sonar la canción Bailando de Enrique Iglesias.

Soto sacó el teléfono de su otro bolsillo.

—Ya vengo —dijo escupiendo el humo con su vista en la pantalla—. Me llama mi novia.

Al principio, Axer ni siquiera procesó aquellas palabras. Como si no tuvieran sentido, como si pertenecieran a un idioma que desconocía.

Luego, el malestar empezó a asentarse dentro de mí, porque «novia» empezó a tener un significado que se metió en su cerebro como un parásito que se devoró todo rastro de su lucidez y buen humor.

En ese momento Axer empezó a transpirar, sacando cuentas a una velocidad de vértigo. Miró a lo lejos las sonrisas estúpidas de Soto al hablar con quien sea que estuviese al otro lado del teléfono, y decidió que tenía que sacarse la duda de la cabeza.

Llamó a su gato de Schrödinger.

Y el teléfono sonó fuera de servicio.

Llamó otra vez.

Y otra.

Pero en todas tuvo el mismo resultado.

Cuando Soto volvió resplandeciente con su sonrisa, Axer le espetó:

—¿Desde cuándo?

—El genio eres tú, a mí me vas a tener que explicar con dibujitos a qué te refieres.

—Te burlas de mí. —Axer lo encaró con ganas de propinarle un golpe en la mandíbula—. Todo este rato te has estado burlando de mí, de mi amabilidad mientras por dentro te ríes a carcajadas, ¿no? Estás aquí... triunfal,  suponiendo que me ganaste y que yo no estoy ni enterado.

Soto ni siquiera se molestó en negarlo, solo se encogió de hombros.

—Un poco, sí. Me gusta ver cómo peleas en vano.

Axer empezó a reír con amargura, negando con la cabeza.

—Se nota tu amor por ella. Debe ser abismal, teniendo en cuenta que me la restriegas en la cara como el premio de una cajita feliz.

Soto bufó.

—Yo no sé quién te dijo que la amo.

—¿Qué haces con ella entonces?

—Es que amo ganarte.

—Ya. Entonces espero que consigas el premio que estabas buscando, y que eso te consuele por ser la mierda que estás siendo.

Eso le borró a Soto la sonrisa de golpe, sea cual fuese la reacción que buscaba en el ruso, no era esa. Así que con descarada hostilidad le dijo:

—No te creo tu moralidad, ¿sabes? No entiendo qué te hace creer que tienes derecho a juzgarme si también estuviste jugando con ella.

—Ah, no, no quieras compararte conmigo. Porque yo le puedo mentir a todo el mundo, y tal vez lo he hecho, pero nunca me verás apostando los sentimientos una persona que realmente me importa en una contienda con cualquier rival. Existen límites. Creo que te sobreestimé, pensé que ella te importaba. Pensé que eran amigos.

Eso era lo último que Axer tenía para decir con respecto al tema, pero al darle la espalda a Soto e intentar marcharse, este lo agarró por el brazo y lo obligó a regresar a la conversación.

—¿Es en serio? Dime que no estabas jugando con ella. Dime que no eras igual, y hasta peor que yo. La buscaste para probar que podías tenerla, pero cuando descubriste que era fácil... la dejaste perseguirte y jugaste con ella a tu conveniencia.

Eso fue lo último que el ruso estaba dispuesto a tolerar, así que se dejó llevar por la parte más impulsiva de sí mismo y agarró a Soto por la camisa, acercándolo lo suficiente para que no se perdiera ni uno solo de los matices de la amenaza en su rostro.

—No me conoces, ni a mí, ni a ella, evidentemente. No necesito darte explicaciones de cuántas veces intenté alejarla de mi abismo, no tengo culpa de que ella se quiera quemar.

—Pues sálvala, ¿no? Aléjala de ti.

—Cállate. —Axer temblaba de ira, cada vez menos capaz de contenerse—. Solo dime... ¿desde cuándo están juntos?

La sonrisa de Soto se amplió hasta cubrir su rostro completo.

—Vamos, di lo que realmente quieres preguntar. Quieres saber si cuando estuviste con ella en estos días ya era mía. Quieres saber si no fuiste el primero en...

Axer lo soltó, y se fue sin escuchar el resto, exhumando una ira inflamable que cualquier roce podría detonar. Sabía que podía crear un caos a golpes, y que aún así no sentiría alivio.

Minutos más tarde bajó de su auto frente a la casa de Sinaí Ferreira, la culpable de su desquicio mental, la hacedora de sus tragedias y deslices.

La perspectiva de que estuviera implicada en una relación con otro no debió significar para él nada más que un alivio, eso implicaría que ya no había dilema, ni tentación. Ella tomó la decisión por él, salvándolo del error ético de desearla.

Pero lo que sentía no era nada cercano al alivio, porque la perspectiva de haberla perdido lo tenía temblando como un adicto.

Cuando llegó al frente de su casa no tenía un plan, solo tocar y tocar el timbre hasta que alguien saliera.

Pero nadie nunca salió, a pesar de que pasaron más de veinte minutos mientras esperaba por respuesta.

Cuando Axer volvió al edificio Frey quiso destruirlo todo, incluso a sí mismo. Pero se aferró a la idea de que todavía tenía una oportunidad de hablar con ella.

Y la siguió llamando, pero no consiguió vida al otro lado de la línea.

Al día siguiente, volvió a su casa. Pero ella no había regresado. La casa seguía vacía.

Y Axer sintió el peso de la abstinencia, porque le faltaba su droga.

Empezaba a caer. No a su abismo, al de ella.

Porque ella era la nicotina después de sus errores y la heroína a la que recurría luego de sus deslices, deslices que ella ocasionaba.

Nazareth era la morfina que entumecía su peor versión, y perderla lo estaba obligando a sufrir en carne viva aquella necesidad en coma.

Una semana más tarde volvió a la casa de las Ferreira, pero seguía vacía.

No perdía la esperanza de verla en clases, pero las vacaciones de navidad habían empezado y no volverían hasta la segunda semana de enero, así que tendría que esperar o conseguirla en algún otro lado.

Y en su espera, Axer no quería estudiar.

Axer no quería revivir a nadie, porque sentía que era él a quien le faltaba vida.

Hasta que un día, sentado por décima vez bajo la casa de Sinaí bajo una lluvia torrencial, llamó a la única persona que sabía que podía darle una respuesta.

Un comodín que había prometido no volver a usar.

—Vikky.

—¿Dónde estás, sukin syn? La cena de nochevieja empieza en nada, y si no vienes...

—Necesito un favor.

—¿Ahora qué?

—¿Sabes dónde está Sinaí? ¿Puedes decirme?

—Tú... Siempre vas a su casa. ¿No vas a verla?

—Ya deja de monitorear cada paso que doy, Veronika. Y no. No vengo a verla porque no está.

—Dame un momento.

Veronika colgó, y unas horas más tarde volvió a llamar, pero su respuesta no fue para nada alentadora.

—No puedo ayudarte —le dije—. A donde haya ido no dejó rastro, su teléfono ni siquiera está activo.

Axer colgó sin decir ni siquiera un gracias.

Su odio iba aunado a la necesidad, a la pérdida del control. A descubrir que, lejos de ella, no se hallaba a sí mismo. Que ya no conseguía placer en las cosas que antes eran su todo.

Perder la voz de Sinaí le hizo conocer el vacío de su ausencia, y lo mucho que lo aborrecía. Porque hasta recordarla era doloroso. La adrenalina de su presencia había sido tanta, que verse desprovisto de ella de un único golpe a traición lo dejó desorientado, famélico y sediento.

Era un patético adicto en abstinencia.

«Empieza a gustarme jugar contigo, y eso no es bueno para ti», le había dicho una vez, pero ella quien había estado jugando con él.

—Te odio tanto, mentirosa —dijo al dar una patada al asfalto mojado de la calle donde una vez había pasado a recoger a su gato de Schrödinger—. Te odio por irte y dejar este tablero vacío.

••••

Nota:

Ay, chicos, lloro de amor. ¿Qué les pareció el capítulo? ¿Qué teorías tienen sobre lo que está pasando y lo que pasará?

Aquí cuéntenme qué piensan de Soto, Axer y Sinaí a estas alturas de la historia

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