45: El secreto Frey

Axer Papasito Mío Frey

Cuando se miró en el espejo, descubrió en su sonrisa ladina, y en la profundidad del brillo de sus ojos claros, una perversa atracción; la fórmula necesaria para tentar, para fingir humanidad en la cercanía de sus presas.

Mientras sus hábiles manos ataban el nudo de la corbata plateada alrededor de su cuello, pensó en lo bien que se notaba la definición trabajada de su cuerpo a través de la tela blanca de su camisa. Mientras insertaba el prendedor con la F de su apellido, reconoció la imponencia que un minúsculo adorno cromado podía conferir.

Pasó la mano por su cabello, despeinándolo más, permitiendo que el sol bailara a través de sus hebras creando una luminosidad dorada. Mientras colocaba sus lentes de montura cuadrada a mitad del puente de su nariz, guiñó uno de sus ojos, calculando la manera en que su rostro y sus cejas cooperaban para crear inestabilidad en el espectador de dicho gesto.

Axer Frey era consciente de su atractivo físico, pero para él no era más que una especie de bisturí filoso: un instrumento para llevar a cabo una operación.

No le importaba ser reconocido como un hombre hermoso. Ni como una buena persona, sino como lo que era: un excelente médico, un prodigioso científico.

¿Puedes dejar de idolatrarte cinco malditos minutos? —preguntó su hermana en ruso.

La chica estaba parada en el marco de la puerta de la habitación, armada con un vestido rojo ceñido al cuerpo y unos tacones dorados con una plataforma inmensa. Observaba cómo su hermano se ponía la bata del laboratorio con una lentitud de ritual, y cómo se enfundaba uno a uno los guantes de látex negros.

Negro. Un color que Axer odió por mucho tiempo, pero que al verse enfrentado a un juego prolongado con una rival que usaba ese color como bandera, había aprendido a tolerarlo.

—¿Tienes que ir vestida así? —inquirió Axer con el ceño fruncido mientras vislumbraba el reflejo de Veronika.

—Tengo mis propios rituales, Vik.

—De acuerdo —accedió Axer, acomodando las mangas de su bata en el espejo—. Hoy, los deseos de su majestad son órdenes.

—Tal vez deberíamos llevar a Aleksis. Ya es hora de que se acostumbre a estas cosas.

Axer miró a su hermana a través del cristal con el ceño fruncido, como si tratara de identificar si le estaba gastando una broma o si sus palabras eran honestas en su totalidad.

Al ver que la rubia rusa no parpadeaba, ni variaba su expresión una vez sometida al contacto visual, el más joven contestó:

—La idea es asustar al hombre, Vikky, no enamorarlo. Si llevamos a Aleksis con nosotros, ese muchacho nos va a rogar que lo torturemos.

—Sigo pensando que exageras. Lo sabes, ¿no? —Axer sabía que ya no estaban hablando de Aleksis—. No creo que sea para tanto lo que hizo ese chico.

—No quieras joder con mi paciencia hoy, ¿sí? Esa dosis era para matar. ¿Quiere jugar con la muerte? Que se enfrente a los dioses de esta.

—¿Podrás hacerlo? —inquirió Vero, observando cómo su hermano se acomodaba el cuello de la camisa.

—No. —Axer se aproximó a su hermana, dándole un beso en la frente—. Para eso te tengo a ti.

Dicho esto, corrió a la sala, tomando las llaves del lujoso auto negro que en general estaba destinado solo a ocasiones especiales.

—¿Nos vamos ya?

☆▪︎♡▪︎☆

Al llegar al laboratorio de Frey's empire, Anne llamó a Axer para que se acercara al área de bioanálisis. Lo condujo entre centrifugadoras y armarios de muestras etiquetadas, a una mesa impoluta con un microscopio color perla y unos cuantos tubos de ensayo cerca.

—He estado practicando mi español —comentó Anne en inglés mientras se sentaba.

—Dudo que exista algo que, una vez te lo propongas, no puedas hacer bien —le contestó Axer también en inglés con un fugaz guiño de ojos.

A pesar de los notorios encantos del chico Frey, Anne jamás había sucumbido ante ellos, manteniendo siempre una relación profesional entre ambos, agradeciendo sus constantes cumplidos con amabilidad y solo eso.

—¿Novedades sobre la muestra? —preguntó Axer luego de ver cómo Anne buscaba en una carpeta su bitácora de análisis.

—Yo apostaría cualquier cosa al nuevo espécimen. No creo que haya complicaciones. Ha reaccionado bien a todas mis pruebas, no veo incompatibilidades con nuestros medicamentos o niveles preocupantes que pueden sugerir alguna enfermedad o anomalía que nos frene.

—Quieres decir que...

Anne sonrió de oreja a oreja, sus mejillas se sonrosaron de emoción y sus ojos chispearon de entusiasmo.

—Es una candidata óptima —anunció al fin, orgullosa de su trabajo.

Shit.

—¿Y ese vocabulario, Axer? —inquirió la bioanalista americana—. Pensé que estarías contento.

Axer no podía explicarle —no, aunque quisiera—, que había esperado no tener que encerrar el gato en la caja. Al menos, no en esa caja.

—Esperaba que existiera una razón para cambiar de rumbo —explicó sin dar muchos detalles de sus motivos.

—¿Por qué? —Anne se quitó sus anteojos de lectura y escrutó al chico Frey. Se le notaba por completo contrariada—. Luchaste por ese espécimen, pero esperabas que la ciencia te impidiera usarlo. ¿Por qué?

—No lo sé. No sé si quiero hacer esto con ella.

—Es porque la quieres para algo más, ¿no?

Axer recibió aquella especulación como un golpe a la boca del estómago. Esperaba que su familia estuviera al tanto de algunas cosas, pero no esperaba que los falsos rumores hubiesen volado hasta su espacio laboral.

—¿Qué?

—Hay rumores en el laboratorio...

—Pues ignoralos.

—Tú mandas. —Anne agachó la cabeza y se giró hacia la carpeta de anotaciones—. Entonces... ¿por qué no estás feliz con esto? Estás un paso más cerca de tu objetivo, tal vez incluso de la gloria y el poder definitivo, si haces las cosas bien.

—No voy a hacer las cosas bien, las haré excelentes. Pero no... No lo sé. Creo que esperaba que algo me hiciera desistir de esta decisión, verme en la obligación de tomar otro rumbo.

—Has cambiado de rumbo ya dos veces. Además, todavía no te adelantes. Ella tiene que aceptar.

Axer rio por lo bajo. Inhaló a profundidad antes de anunciar con la seguridad que lo caracterizaba:

—Ella va a aceptar.

—¿Cómo piensas convencerla?

Axer se sentó sobre la mesa, con una de sus mejores sonrisas, esas con el poder ralentizar y acelerar el flujo sanguíneo a su antojo, le dijo a la bionalista:

—¿Me has visto sin camisa, Anne?

La mujer recibió la pregunta en un estado de shock que no le permitió acomodar sus ideas. Cuando se atrevió a contestar, todavía tartamudeaba.

—Yo... ¿por qué preguntas eso?

—Ya entenderás. —La sonrisa en su rostro se ensanchó, más diabólica que nunca—. Ni siquiera le voy a hablar, solo tiene que estar ahí. Tú me ayudarás con eso.

—Eres un pequeño diablillo.

—El diablo tiene control sobre la corrupción de un alma, pero no maneja el hilo de una vida a su antojo. El diablo me envidiaría, Anne.

—¿Sabes qué es lo que odia todo el mundo de ti? Que no tiene razones para odiarte, porque eres un narcisista de manual, pero jamás exageras sobre ti mismo. Tu ego está a la altura de tus habilidades.

—Lo sé, por eso me importa tan poco la validación ajena

—¿Y tu hermana? ¿Cómo está tomando todo esto? ¿Qué hará cuando sepa que... ya puedes avanzar?

—Me odiará un poco más, pero míralo de este modo: hoy su odio hacia mí ha menguado ya que le estoy dando una ventaja con lo que estamos por hacer. Cuando sepa de esto y su odio suba, técnicamente me seguirá odiando igual que ayer.

—Tú...

A mitad de la oración de Anne, Veronika Frey irrumpió en el área de bioanálisis batiendo su corta cabellera rubia como si quisiera enamorar a las centrifugadoras.

—Raknov Volcov ha llegado, bebé. ¿Tienes bien puesto el cinturón? Porque lo vas a necesitar.

♧'♤'♧

Un minuto más tarde, Axer estaba con Veronika en el despacho de Raknov, su jefe de departamento. El hombre estaba sentado en su silla de aspecto presidencial, con bata, guantes y tapabocas negro. Una cicatriz profunda atravesaba una de sus cejas gruesas de arco puntiagudo y pronunciado, y su cabello, largo hasta rozarle los omóplatos, lo llevaba recogido en una coleta.

Sus facciones ya le conferían rudeza a su rostro, pero en esa especial ocasión su gesto era duro e impenetrable. Ni siquiera hacía falta que frunciera el ceño, su aura emanaba la seriedad y tensión suficiente para temer, para dirigirte a él con cautela y respeto.

Pero a Axer Frey le faltaba el cromosoma que activa el sentido de supervivencia en un ser humano promedio.

—No —espetó Volcov por toda respuesta sin siquiera haber oído los argumentos del segundo Frey en la habitación.

—No pareces muy abierto a diálogo hoy. ¿Tuviste alguna operación complicada o directamente fallida?

—Quisieras. —Raknov le mostró su grueso dedo medio sin tapujos—. No permitiré que hagan esto bajo mi supervisión. He hablado con tu padre...

—No esperaba menos de ti, Volcov, dime algo que yo no haya intuido.

—Jamás mencionó nada de esto —prosiguió su jefe como si jamás hubiese sido interrumpido—. Sus órdenes son apresar al chico y eso es lo máximo que pienso consentir.

—No lo quiero preso, no me hagas tener que describir lo que quiero para su destino, porque te juro que puedo hacerte una gráfica dibujada si así lo deseas.

—Dije que no. La cárcel es la opción sensata y legal.

Axer bufó, negando con la cabeza.

Frey's empire tiene de sensata lo que tú de amistoso, y nuestra legalidad se basa en un convenio por encima de las leyes. Creo que tus argumentos no aplican aquí.

—Dame una razón para no enviarlo a la cárcel, una que vaya más allá de tu capricho.

—Irá preso, pero por algún convenio comunitario y debido a su corta edad, saldrá más temprano que tarde. Sus padres son pastores, así que usarán su crimen como testimonio de que Dios cambia y hace milagros y todas esas cosas, mientras el muchacho solo pensará en vengarse y terminar lo que empezó en la fiesta de hace unos días. —Axer negó repetidas veces con la cabeza, sintiendo el calor escalar por su cuello—. No. Ni siquiera lo voy a considerar. No quiero a esa escoria respirando el mismo aire que yo y que el chico al que intentó asesinar.

—Si hacemos lo que quieres, la iglesia nos perseguirá. No voy a comprometer la integridad de la empresa por los lloriqueos de un mocoso sin licencia.

Axer estaba tan acostumbrado a los constantes insultos de su jefe, a que lo infravalorara y pusiera en duda sus habilidades, que siempre recibía cada nueva estocada suya con la más carismática de sus sonrisas.

—¿Qué es una iglesia, Volcov, contra el imperio de los Frey?

La iglesia es la última de las mafias con las que te conviene meterte.

—Haremos las cosas bien, tú no te preocupes por eso.

—No harán nada porque el señor Frey no ha autorizado nada.

—Por ahora. —Axer se encogió de hombros con inocencia fingida—. Es cuestión de tiempo hasta que le revele que este chico también pudo haberme afectado a mí.

—Eso es mentira. —Volcov dio un puñetazo a su escritorio—. Tú trajiste al otro muchacho, tú lo auxiliaste. Estabas en perfecto estado.

—Sí, pero eso no lo sabe mi padre. Puedo decirle que omití ese detalle para evitarle una molestia, una carga más.

—¿Crees que conspiraré contigo contra mi jefe, poniendo en peligro la integridad de la empresa y su futuro?

.

Esta vez, fue el turno de hablar de Veronika, quien —en un paso pausado y seductor, como el de una imperiosa modelo—, avanzó hasta el escritorio de Raknov; posó sus manos sobre este, clavando sus ojos en los del hombre en el asiento.

—Mencionaste el futuro, Volcov, hablemos de este ahora. Tú rindes cuentas a Frey's empire, a quien sea que lo lidere. Y sé que crees que tienes al jefe agarrado por los testículos, pero es que te has olvidado de un pequeño detalle, cariño... Frey es una familia, y mientras tú adulas a uno de sus pilares, los demás piensan en cómo deshacerse de ti... Y algún día, Volcov, algún uno de esos pilares será ante quien tengas que rendir cuentas. Y tú lo sabes. Sabes que ese día se acerca. ¿Qué esperas para empezar a hacer las pases con el futuro nuevo jefe de Frey's empire?

El silencio del líder de departamento fue la respuesta que ambos esperaban. No iban obtener ni un gesto más, pero con eso bastaba.

—Vamos —orquestó Veronika, conduciendo a su hermano hacia la salida.

Una vez estuvieron solos lejos de los filosos oídos de Raknov Volcov, ella le dijo:

—Cuando a esos pastores les llegue la compensación, va a arder esto. ¿Lo sabes, no?

—Controlamos la vida y la muerte, ¿crees que le temo al calor de sus llamas?

—Bien. Solo quiero estar segura de que entiendes en lo que nos estás metiendo. Ellos jamás van a aceptar que su hijo haya cometido una herejía tan basta como el suicidio.

—Imagino que tampoco creerían si les digo que es un potencial asesino, ¿o sí? Lo entiendo perfectamente, Vikky, no me harás desistir de eso.

—Manos a la obra entonces. Por cierto, la firma la va a falsificar Aleksis.

Axer agarró a su hermana por el brazo, quien pretendía continuar su marcha como si no acabara de confesar una traición con la tranquilidad de quien anuncia el desayuno.

—Te dije que no, ¿por qué tienes que hacer esto?

—¿Ya olvidaste cómo eras tú a su edad? —espetó ella, soltándose con fuerza del agarre de su hermano—. Siempre queriendo participar en todo, impotente porque los adultos siempre jodían de más, no dejando que te involucraras en cosas que tarde o temprano tendrías que aprender. Lo mismo pasa con él.

—No quiero que le salpique esto.

—Él necesita que le salpique la mierda de vez en cuando. Sino, ¿cómo va a aprender a limpiarse? No te preocupes, que los dioses de la vida y la muerte no delegan cargas imposibles. Siempre que él esté a punto de ahogarse, estaremos ahí para enseñarlo a nadar.

♧'♡'♧

    Media hora más tarde, Axer y Veronika estaban encerrados en una cámara de cirugía aislada dentro del laboratorio, a prueba de sonido y equipada con todo lo que necesitarían para la operación.

Detrás de la camilla, había un hombre, joven, con una cruz tallada en la frente; sentado en una silla similar a la de los dentistas, atado con correas en las muñecas y los tobillos; pero su boca estaba libre y rostro por completo al descubierto, condenado a observar en primera fila lo que se avecinaba.

—¿Sabes quiénes somos? —interrogó Veronika.

Su pose era de escultura griega, con una pierna exhibida fuera de la abertura de su falda roja, la cadera ladeada, agregando prominencia a su figura; uno de sus brazos, el del tatuaje de Vendida, cruzado sobre su torso, el otro se apoyaba en este con el codo mientras los dedos artísticos de la mujer jugueteaban con su mentón perfilado, con las uñas peligrosamente cerca del labial con el tono de la más siniestra de las sangres.

—¿Ángeles? —sugirió el muchacho atado.

La mujer rio de puro placer con aquella comparación tan banal.

—Los ángeles son montones, soldados a merced de un poder mayor. Nosotros no conocemos la sumisión, ni rendimos cuentas ante ninguna ley. Además, algo que definitivamente no somos es ordinarios.

—Los Frey —añadió Axer, quien había permanecido recostado a la pared con un pie pegado a esta y las manos en los bolsillos—. Somos los reyes de nuestro propio imperio, el tablero sobre el que siempre intentan ganar otros. Somos dioses humanos, capaces de manipular los hilos de la vida y la muerte como un artista domina las luces y las sombras.

—Cinco hermosos dioses —añadió Veronika con una floritura de la mano.

—Siete, tienes que contar a los fundadores de este tablero.

—El número de la perfección —concedió Vero, asintiendo.

—Dios trabajó seis días y descansó al séptimo. Ese día de inactividad, el cerebro de Dmitri Frey empezó a formarse.

—No entiendo nada —interrumpió la presa—. ¿Ustedes son los hijos del ministro? ¿Qué quieren de mí?

—Tu agonía y absoluto arrepentimiento.

—¡Solo ante Dios me arrepentiré de cualquier cosa! —gritó el prisionero.

—Entonces, que él te salve.

—¡¿Qué he hecho?!

Axer rio, y Veronika dio un paso atrás, percibiendo el aura de su enojo, casi visualizando el resplandor de su ira. Sabía cuándo era tiempo de dejarlo actuar a él, sabía en qué parte del libreto debía confiarse a las sombras a aguardar su escena.

—Si no me dices tú mismo lo que has hecho, tu muerte será lenta y agónica —prometió Axer.

—¿Qué? ¿Me piensan matar?

—Eso es indiscutible —admitió el cerebro de la operación—. Hoy morirás.

—¡¿ESTÁN LOCOS O QUÉ?! —El muchacho se retorcía en la silla—. ¡Esto no es gracioso!

—¿Has visto a alguien riendo? —Axer enarcó una ceja para acompañar su pregunta.

—¡¿Por qué me quieres matar?!

—Ah, no, no, no. —El ruso negó con la cabeza—. Ahí te equivocas.

Axer agarró una silla y la volteó para sentarse con el espaldar entre las piernas, de frente a su presa.

—Yo no voy a matarte —dijo Axer al fin.

—Pero acabas de decir que...

Axer le propinó una bofetada con el guante de látex puesto que le hizo tronar el cuello al muchacho. Lo dejó con el rostro doblado y la boca abierta de estupefacción. Apenas empezaba a creer que en definitiva no estaba atrapado a mitad de una broma pesada.

Iba a morir.

—No interrumpas cuando hablo.

—Pero yo...

Axer le volvió a pegar, haciendo sonreír a Veronika con un dedo jugueteando sobre sus labios, encima de su gesto de maldad.

—Cuando contestes, ahorra tus pretextos. Limítate a seguir el hilo que trazo para ti. ¿De acuerdo?

La víctima solo asintió. Se le veía tan cargado de ira como de pavor, con el rostro en carne viva y el labio hinchado por los golpes.

—¿Te cuento algo interesante? —El ruso no esperó respuesta—. Muchos han llegado a asumir de mí que tengo una especie de... compulsión, dirigida a la limpieza. Como si tuviera una fobia a los gérmenes. ¿Crees que estén en lo correcto?

—Yo... —El muchacho vaciló, pensando en qué debía contestar.

—Se equivocan —le auxilió Axer, con una sonrisa—. Mi obsesión no es con la limpieza, es por el control. Soy esclavo de este, y si lo pierdo, me pierdo a mí. Sí, detesto la impotencia del contacto con ciertas cosas que no sé dónde estuvieron, quién las ha tocado, o qué tocó esa persona antes. Pero todo recae en lo mismo: el control.

»No soy un asesino, soy incapaz de serlo. Al menos no uno convencional. Soy total y enteramente incapaz de arrebatar una vida que no me crea capaz de devolver. Yo doblego la muerte, manipulo la vida. No mato.

—Entonces... ¿qué fue eso que dijiste antes?

—Ah, espera, que no te he contado la mejor parte. —Su sonrisa se expandió hasta casi abarcar todo su rostro, llenando sus ojos de un brillo perverso y asfixiante—. Yo no mato, pero ella...

Axer extendió el brazo. Aguardó mientras Veronika se aproximaba, haciendo resonar sus tacones en el suelo como el tic tac de un reloj biológico. Cuando estuvo junto a su hermano, este la rodeó por la cintura mientras ella enredaba su mano en el cabello de él, con los ojos en el prisionero.

—Podrás gritar, y vas a hacerlo, llorarás con mocos y lágrimas que podrían llenar una bañera, implorarás como jamás hiciste a tu Dios, y demostrarás en tu rostro el más atroz de los dolores, pero... ella... Ella no va a sentir nada.

—¡No les creo!

—Lo sé. Sé que nunca has creído en nada en tu vida. Pero hoy empezarás a hacerlo.

—¿Lista, Vikky?

—Déjanos solos, por favor. Cuando me toca operar necesito la máxima de las concentraciones.

NAWEBONÁ DE LOCA ESTA GENTE :0 ¿Qué piensan de la familia Frey? ¿Qué tal el capítulo?

¿Qué teorías tienen luego de los datos revelados aquí?

¿Les está gustando esta historia?

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