41: Juego en tablas [+18]
Después del juego, Axer me demostró una indiferencia absoluta, enseñándome que el hielo quema más que cualquier llama con la que yo hubiese intentado quemarlo.
No hubo reacción de su parte a mi beso con Soto, de hecho, el juego no terminó ahí, y él siguió jugando con un ánimo mejor para con los demás.
Y no, no me ignoraba. Hacía algo peor: era amable y educado conmigo.
Como si nada hubiese pasado.
Como si lo que sucedió, en realidad fuese nada para él.
Habría preferido una reacción de su parte, sea cual fuese. Que me odiara. Que sus ojos destilaran veneno. Que hiciese una escena. Que me agarrara por el cabello y me besara él.
Entonces descubrí que realmente lo había cagado todo, acababa de probarme a mí misma una verdad que había querido posponer: yo le daba igual.
Pasé el resto de la noche bailando con Soto y María en la parte baja del club, cantando a todo pulmón los éxitos del momento, bebiendo el ron más barato que había.
Hubo un rato durante el que María y yo nos quedamos solas, fue el instante que ella aprovechó para susurrarme:
—Te veo, te analizo y procedo a arrodillarme ante ti.
—No me siento digna de arrodillaciones justo ahora.
—¿Por qué? —Mi amiga jugó con sus cejas de manera insinuante mientras me daba un codazo—. ¿No te gustó el beso?
—No debí haber besado a Soto así, hice que mis oportunidades con Axer se fueran al carajo. Ahora dará la impresión de que ando con otro.
—¿Y te pica el culo o qué? ¿Por qué lo hiciste?
—Es que... No podía seguir en desventaja. Él sabe que siento atracción por él, eso lo hará confiarse. Aunque realmente siento algún interés en mí, lo iría demostrando en cuotas, controlándome con el deseo que siento por él. —Negué con la cabeza y con las manos—. Me rehúso. Creí que sí... creí que si me veía con otro, descubriría que la atracción es algo natural, que puedo ocurrirle a cualquier hacia cualquiera, que no puede controlarme por ahí y que si no reacciona ya, pierde la oportunidad y le deja el camino libre a otro.
—Me suena como una maravillosa jugada. ¿Y cuál es el problema ahora?
Suspiré resignada.
—Su indiferencia. Yo hice una declaración con fuego, él está haciendo la suya con su frialdad de ahora.
Cuando Soto regresó, siguió tomándolo todo como solo él podía tomárselo: con humor. El resto de la noche me trató como si nuestra amistad nunca hubiese sido más sólida, haciéndome reír hasta las carcajadas, evitando las insinuaciones y las miradas indebidas por respeto a María, para no hacerla sentir que estaba sobrando.
Teníamos una conversación pendiente, y él tenía una esclavitud que pagar, pero ya tendríamos tiempo luego para aquellos asuntos en privado.
Por lo demás, había sido una noche decente, hasta que...
—Nos vamos.
La voz de Axer me llegó desde mi espalda y su guante de látex de Axer se posó sobre mi hombro.
Me giré para encararlo.
—Me estás jodiendo, ¿no? No son ni las cuatro de la mañana.
—En otras circunstancias harías lo que quieras y a mí me tendría indiferente, pero no hoy. Yo te busqué en tu casa, hablé con tu madre. Estoy comprometido en esto, mi deber es devolverte sana y a una hora prudente.
Su mirada era tan neutra y tranquila, si acaso había un matiz de fastidio en su rostro, como si tratara con una hermana menor a la que tiene que llevar a casa para luego quedarse a hablar con sus amigos mayores.
Definitivamente había cagado las cosas con él.
Luego de despedirme de mis amigos, subimos al auto de Linguini rumbo a mi casa. Esa vez, Axer no me acompañó en los asientos traseros, se sentó adelante junto al chófer.
No dijimos una puta palabra en todo el camino.
Pero algo noté, el primer atisbo de humanidad en él desde mi beso con Soto.
Tenía la vista clavada en la ventana, por lo cual sus gestos quedaban ocultos a mi campo de visión. Pero su pierna sí la veía, y noté la forma en que la meneaba, casi como un tic. El movimiento era continúo, mas lo que llamó mi atención fue el aumento progresivo en la velocidad. Eso, sumado a su mano apretada en su pierna, me sugería la irritación que su rostro tan bien había sabido disimular.
Hasta que habló, su voz transparentando la ira a pesar de mantener un tono decente. Como si estuviese ahí, contenida, esperando el detonante indicado para estallar.
—Para aquí —le dijo al chófer.
Estábamos pasando frente a la parada de autobuses más próxima a un vecindario cercano al mío, pero no era el mío.
Linguini se detuvo frente a la parada.
—Baja —ordenó entonces Frey. No estaba hablando conmigo.
—¿Disculpe, señor? —cuestionó Linguini mucho más sorprendido que yo, que observaba la escena con el ceño fruncido.
—Que te bajes aquí. Yo vendré a buscarte luego.
—¿Y la chica?
—La llevaré yo.
—Yo soy el chófer...
—Eras. Baja aquí.
—Sí, señor Frey.
No entendía un coño de lo que estaba sucediendo, y mucho menos me esperaba lo que venía. Nadie podría haber esperado algo así.
Axer se inmersó en el vecindario desconocido para mí casi hasta el fondo, estacionando el auto en el garaje de una casa abandonada.
«¿Por qué te detienes?», quise preguntar, pero toda la saliva había abandonado mi boca.
La tensión se había vuelto tan espesa que podía palparse. El silencio, absoluto y penetrante, había afectado hasta mi respiración.
Era una agonía, y recién ahora comprendo que él lo había decidido así, quería que yo viviera con dolorosa intensidad cada segundo, solo con la visión de su mano en el volante y la fracción de su rostro que me permitía visualizar el retrovisor.
Sus ojos, resguardados por el cristal de sus lentes, se clavaron en el retrovisor para conectarlos con los míos, sobresaltándome. El verde había pasado a domar el amarillo, la intensidad de su mirar me estrangulaba, la creí capaz de derretir el vidrio y mi piel.
Esa mirada... Esa, era la confesión más perversa que me había hecho desde que nos conocimos.
—Schrödinger.
Tragué en seco, su voz era el escalofrío en mi piel.
—Frey.
Vi cómo subía al máximo el frío del aire acondicionado, y fruncí el ceño todavía más. Yo ya temblaba de frío.
—¿Por qué le subes al aire? No hace calor.
—Por ahora.
«Okay, eso definitivamente tuve que haberlo malinterpretado», pensé, pero entonces volvió a hablar.
—Si te dijera que voy a cojerte, ¿cómo te gustaría que lo hiciera?
No sonrió, ni parpadeó. No hubo guiños ni tartamudeos. Me estaba hablando malditamente en serio.
—Yo... ¿Qué?
—Si te digo que quiero cojerte. Justo ahora, en este lugar. ¿Cómo quisieras que lo hiciera?
Estaba jugando conmigo, por supuesto que estaba haciéndolo. Axer era astuto, supuse que esa solo era otra de sus sonatas de dominio sobre los acordes de mi mente. Y aún así... Tuve que apretar las piernas para callar la urgencia que empezó a nacer entre ellas.
—¿No lo has pensado? —insistió. Acto seguido, metió uno de sus dedos a su boca, mordió la punta para tirar del látex del guante y desnudar su mano.
Ese simple acto me resultó más sensual que ver a cualquier otro hombre quitarse su camisa.
—¿Dónde quedó tu voz, Schrödinger?
—Yo... Es que no estoy entendiendo nada.
—¿Me has imaginado congiéndote?
Tragué en seco.
Claro que sí, demasiadas veces como para que fuera prudente admitirlo.
Mi silencio fue su respuesta.
—Alguna de esas veces, mientras me imaginabas... ¿te estuviste tocando?
Mi mano se cerró sobre mi muslo por reflejo, dejando las huellas de mis huellas sobre la piel debajo de mis medias de mallas.
—Sé honesta, Schrödinger. La honestidad tiene sus recompensas.
Armándome de valor, asentí, pero lo hice con tal cautela y lentitud que tuve que reforzar la afirmación con palabras.
—Sí... —admití en un hilo de voz.
—Si esta fuera una de tus fantasías, ¿cómo preferirías tenerme? ¿Completamente desnudo, o vestido como estoy?
Él lo sabía. Sabía lo mucho que me perturbaba la mente su disfraz de doctor.
—No me gustaría que te quitaras el disfraz —admití, mi voz débil y trémula por el efecto de sus palabras y la absoluta vergüenza. Estaba sonrojada hasta el cuello, al frío a mi alrededor se había evaporado.
—¿Y los lentes? —continuó—. ¿Quieres que me los quite?
Él lo sabía todo.
Negué con la cabeza a su pregunta.
—Quítate las botas.
—Pero... —Tenía que estar soñando, no había otra explicación—. ¿Por qué?
—¿Quieres conocerme, Schrödinger? ¿Quieres comprender qué hay en mí que te atrae y te insta a escapar a la vez, quieres descender conmigo al abismo de esta demencia?
—Ahh... —Tartamudeé—. Sí.
—Entonces obedéceme.
Y así hice.
Doblé mi cuerpo en el asiento para alcanzar mis pies. Mis manos temblando por los nervios, mi piel terriblemente consciente de que Axer tenía su mirada fija en mí, mis dedos erráticos intentando desabrochar las correas.
Al fin me quité las botas, dejándolas en el piso del auto. Mis pies quedaron desnudos a excepción de la malla negra que me cubría a modo de medias hasta las caderas.
Alcé la vista para mirar a Axer, esperaba su aprobación, un indicio de lo que sucedería a partir de entonces.
Él se quitó el otro guante y se volteó para mirarme de frente, sin ningún vidrio como intermediario. Estaba sentado de lado, en diagonal hacia mí, con una pierna asomada por el espacio de los asientos delanteros que casi podía rozar mi rodilla.
Tenerlo así lo hacía todo real. Malditamente real.
—Las medias —indicó.
Me deshice también de ellas también, dejándolas a mi lado en el asiento.
—¿Tienes miedo, Schrödinger?
Negué con la cabeza, pero le estaba mintiendo de forma descarada. Por supuesto que tenía miedo, estaba aterrorizada. Ss ojos querían que les temiera.
Era como cualquiera antes de lanzarse en paracaídas; el vértigo asusta, pero también es la recompensa del que se atreve a desafiarlo.
—No tienes miedo... —Murmuró—. ¿Y qué sientes? ¿Quieres que te haga daño?
—Por favor —rogué en un susurro.
—¿Quieres que te coja, Schrödinger?
«Duro, por favor. Y gracias».
—Lo necesito.
—Pruébamelo. Pruébame las ganas que tienes de que te tome y te lastime hasta que caigas al mismo abismo en el que vivo yo.
—¿Cómo? ¿Cómo hago eso?
—Pon tus manos sobre tus piernas. Quiero verlas ahí.
Hice lo que me pedía, lentamente. Hice que mis palmas fueran rozando mis muslos hasta dejarlas descansar encima. Recién entonces fui consciente de lo bien que se veían mis uñas negras contrastadas sobre mis pálidas piernas. Mis manos, en cambio, estaban más bronceadas por la constante exposición al sol; y temblaban, tal vez de frío, definitivamente de pavor.
—Recorre tus piernas hacia arriba, Schrödinger. Hazlo lento, disfruta del tacto de tu propia piel.
Conforme me hablaba, yo iba obedeciendo, sintiendo mi respiración flaquear.
—No pares ahí. Sigue subiendo y arrastra tu falda, muévela al límite para que yo pueda ver toda tu piel, pero cuida que no se note tu ropa interior.
Nunca me había excitado tanto recorrerme a mí misma. La voz de Axer, profunda, cargada de acento, pasional y autoritaria, era como combustible a mis nervios.
Me estaba llevando al éxtasis sin ponerme un dedo encima.
—Me encantan tus piernas, Nazareth.
Su confesión la recibí como un latigazo al pecho, con eso bastó para arrancarme un jadeo.
—¿Tienes ropa interior?
—Sí... —Justo estaba rozando su encaje con mis dedos.
—Quítatela.
Obedecí.
—Ahora ponla en mi rodilla. Hazlo sin tocarme. Quiero que tus manos sean solo para ti por el momento.
Cuando me incliné para depositar mi ropa interior sobre su pierna, la mano me temblaba como si estuviese a punto de firmar un pacto por mi alma.
Eso tenía que ser un sueño. No podía creer que acababa de entregarle mis pantis a la personificación de mis deseos más lujuriosos.
—Ahora sí, Nazareth. Quiero que acerques tu mano a tu entrepierna y que la roces para mí.
Llevé una de mis manos al interior de mis muslos, asustada, siendo consciente de las veces que erraba mi respiración, sintiendo el corazón latirme en el cuello con una intensidad ensordecedora.
Moví uno de mis dedos más cerca a la tierna piel de mi centro, y solo ese roce, ese leve contacto, hizo que una corriente de placer me arropara desde la punta de mis pies.
—No —chillé.
—¿No?
—No puedo, me da... —No podía calmar mi respiración ni siquiera para hablarle—. Me da demasiada vergüenza.
—Sé mis manos, Schrödinger. Y no tengas vergüenza, que nada de lo que hagas puede ser peor que las cosas en las que pienso mientras te veo.
¿Cómo podía negarme a algo así? ¿Cómo podía resistirme a que él cumpliera la más perversa de mis fantasías?
Me volví a tocar, tal como él me lo pidió.
—¿Cómo se siente?
—Estoy... hirviendo.
—Mete tus dedos, lento...
Bajé más en mi entrepierna con mis dedos. Cuando sentí el charco que había debajo de mí, me sobresalté. Jamás me había mojado de ese modo.
Lentamente, introduje mis dedos. A pesar de que no lo había hecho nunca yo misma, estaba tan lubricada que entraron sin trabas. Mi cavidad interior estaba igual de mojada, caliente, estrecha, presionando mis dedos mientras se abrían paso.
—Muéstramelos —me pidió Axer—, muéstrame las ganas que tienes de que sea yo el que se abra paso a través de ti.
Cuando saqué los para enseñárselos, estaban tan húmedos que casi chorreaban.
Axer se lamió los labios y tragó en seco, llevando una señal a mis nervios. Sentí que fue debajo de mí por donde había pasado su lengua.
—Sería una delicia tomarte con lo mojada que estás... Temblaría con solo rozarte la punta.
—Hazlo —rogué.
—No funcionan así mis juegos de placer, no quiero que sientas nada que tan ordinario. Tú me dices si quieres que paremos.
—No...
—Entonces vuelve a meter esos dedos y muévelos a tu gusto, como lo harías si estuvieses sola en tu cuarto.
Mientras volvía a penetrarme con mis propios dedos, a mitad de un gemido, le confesé:
—Nunca... nunca los había metido.
Su rostro se congeló en una expresión que no logré identificar. No sabía si estaba sorprendido, intrigado o si estaba considerando algo más que a mí no se me había ocurrido.
—Mejor, entonces —finalizó, con una sonrisa deleitada en los labios que me descontroló todavía más—. Descúbrete delante de mí, averigua qué te gusta mientras mis ojos devoran tu cuerpo sabiendo que me estás poniendo duro debajo del pantalón.
La sola idea de que verme le estuviese excitando intensificó todas las sensaciones dentro de mí. Me empecé a tocar con más anhelo, explotando todo el placer que yacía en mi centro. Me penetraba con los dedos mientras presionaba el talón de mi mano contra mi clítoris para estimular los dos puntos a la vez.
—Mira para acá, pero no dejes de darte mientras lo hagas —indicó.
Cuando volteé, estaba apartando la bata del disfraz para que pudiera ver mejor su pantalón. Había un bulto grande presionando contra la tela. Eso moría por salir a jugar.
—Imagina que es esto lo que tienes entre las piernas...
Gemí, sintiendo que la sensibilidad en mi entrepierna se multiplicaba.
—Sé que lo deseas, qué se quieres que te tome, te saque la mano de ahí y me apodere de ti.
Subí la velocidad con la que me complacía. Mi corazón estaba tan desbocado que temí por él, pero no podía parar, no quería parar.
—¿Te gustaría que te tomara y te embistiera contra el asiento?
—Por favor —chillé, al borde del abismo del que tanto me había hablado.
—No acabes.
—Estoy mal...
—YA sdelayu tebe khuzhe —juró en ruso y luego lo tradujo—. Te pondré peor.
Axer se metió mi ropa interior en el bolsillo de la bata y luego empezó a desabrochar la correa de su pantalón. Lo bajó hasta sus tobillos, quedando sentado en bóxer con su miembro todavía más evidente contra la tela.
—Deja de tocarte.
Perturbada, adolorida por la interrupción, necesitada de un final, intrigada por los planes de Axer, saqué mis dedos de mi interior y dejé mis manos a ambos lados de mis piernas.
—Sube más tu falda, Schrödinger, y abre esas piernas. Quiero ver cómo estás.
—Pídemelo en ruso y lo haré.
Cuando vi su diabólica sonrisa de satisfacción, sentí que no hacía falta más que otra de esas para llegar al orgasmo.
—Razdvin' nogi.
Complacida y mojada, abrí mis piernas y aparté mi falda para que nada se interpusiera en su vista.
—Tienes el clítoris hinchado... ¿me necesita?
—Todo mi cuerpo le necesita, señor Frey.
Con una sonrisa de maldad, él asintió.
—Si aguantas lo que estoy por hacer sin tocarte ni una sola vez, te premiaré.
Tragué en seco. Había fantaseado demasiadas veces con él, con todo lo que podría hacerme; pero mientras estaba sucediendo, cuando estaba a punto de hacerse realidad, no tenía ni idea de qué esperar.
—¿Con qué me premiarás?
—Con placer. Siempre con placer.
—Empieza, Frey —lo desafié, aceptando su oferta—. Espero por ti.
Cuando lo vi bajarse el bóxer hasta los talones, fui terriblemente consciente de la abundante humedad que corría de mi entrepierna hacia abajo.
Quedó desnudo de abajo, su miembro libre y erecto como un mástil. No podía creer que al fin estuviese viendo esa parte del hombre que me volvía loca. Moría por tocarlo, lamerlo y saltarle encima.
—Esa erección se ve peligrosa, Frey, ¿no necesitas ayuda con eso?
Se mordió el labio en reacción a mi voz y su mano viajó hacia su centro, cerrándose dedo a dedo alrededor de su miembro erecto. Observé sin vergüenza la manera en que se apretaba, midiendo su dureza, y sentí la necesidad de meterme todo eso en la boca aunque me asfixiara a mitad de camino.
—¿Está duro? —pregunté con la voz lastimada por el deseo.
—Demasiado, y odio que me pongas así, Schrödinger. Lo odio más que a nada en el mundo.
—¿Te he puesto así antes?
Vi cómo cerraba los ojos y contenía la respiración por un segundo antes de empezar a acariciar su miembro de arriba a abajo, lentamente, aumentando el hambre y el calor entre mis piernas.
—Más veces de las que me gustaría admitir —confesó.
Me sentí como la puta ama del mundo en ese momento. Yo no era la única que agonizaba de deseo por el otro. Puede que fuese yo la que lo buscara, pero él, que se suponía inalcanzable, había caído a mis pies.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó, empezando a masturbarse delante de mí.
—Lo necesito adentro.
—¿Por qué eres así? —gruñó, dándose con más intensidad aunque mantenía un ritmo pausado—. Tan... sucia. Me quieres a toda costa y no te importa enfermarme en el proceso.
Mi pecho ya estaba fuera de control, me aferraba al asiento como si temiera que el mundo pudiera abrirse a mis pies y tragarme. Mi vagina palpitaba, mi clítoris rogaba contacto mientras Frey más fuerte se complacía delante de mí, con sus ojos fijos en mi entrepierna, mi cuello y el sube y baja de mis senos.
No pensé que sería tan difícil, no pensé que una imagen y una voz pudieran lastimar tanto.
—Tu voz me está matando, Axer —jadeé.
—¿Y no es eso lo que querías, que te hiciera daño?
Gemí, y moví la mano por instinto, a punto de empezar a callar el llanto en mi entrepierna.
—Si te tocas, pierdes —murmuró con la voz entrecortada.
Su rostro se veía herido mientras más fuerte se daba, como si estuviese viviendo el placer más grande de su vida, pero se martirizara por la culpa que esto le producía.
Ese conflicto, y que fuese yo quien se lo causara, me hizo temblar las piernas. Solo el frío del aire acondicionado me rozaba, pero estaba tan excitada como si me hubiesen hecho miles de cosas en el cuerpo.
—Te duele —dije, sonriendo como una diosa victoriosa—. Odias desearme, pero no puedes contra eso, Frey. No puedes contra mí.
—Cállate.
—Tú no quieres que me calle. Tú quieres cojerme hasta que nos duela todo. No quieres que me calle, porque cuando hablo... te das con más fuerza, te muerdes la boca, no puedes ni respirar con tranquilidad.
—Ya has jugado suficiente con mi mente todo este tiempo, Nazareth, ahora cállate y juega con esto.
«Puta, qué ofertón».
Hice ademán de moverme, pero él negó con la cabeza. Me sorprendía cómo mi cuerpo reaccionaba obediente a cualquier orden del suyo, aunque fuese en medio de una seña.
—¿En serio no me vas a dejar tocarte?
—Estás acostumbrada a lo convencional, yo te voy a dar placer más allá del ordinario, pero para que funcione tienes que rendirte ante mis órdenes.
Tragué en seco. Mi entrepierna lo pedía a gritos.
—Acepto su jaque, señor Frey —susurré, enloqueciéndolo—, contra usted encantada pierdo las piezas que sea, pero nunca el juego.
Él tenía una media sonrisa mientras negaba con la cabeza, sus mechones dorados moviéndose hacia su frente perlada de sudor a pesar del frío; sus labios carnosos atrapados en un mordisco ligero, la montura de sus lentes al límite de su nariz. Su mano ocupada, sus piernas abiertas. Sus ojos en mí.
—Quedaron en tablas por esta noche.
Que continuara mi metáfora, que participara en voz alta de aquella alegoría que siempre había tenido en mi mente cuando lo veía, me hizo sentir contracciones en mi entrepierna muy similares a las que se tienen luego de un orgasmo.
Él era la viva imagen de mis perversiones.
—No te tortures más —susurré, fijándome en cómo se maltrataba con la mano mirándome.
Se veía demasiado tentador, me dolía que me mostrara el platillo, que tentara mi hambre, pero no me dejara comer.
—Déjame lamerlo.
—Cállate.
—Cállame.
El jadeo de placer que acababa de arrancarle me hizo gemir en consecuencia. Estábamos muy mal, y él no quería aliviar nuestras frustraciones.
—Al menos dime en qué piensas —supliqué en un hilo de voz.
—No tengo que pensar en absolutamente nada cuando todo lo que deseo está frente a mí.
Abrí la boca, pero si tenía planeado decir algo, lo olvidé al instante. Había empezado el declive, Axer llegó al punto sin retorno. Murmurando mi segundo nombre, derramó todo su semen en largos chorros sobre su pierna.
Me relamí los labios, sedienta, sientiendo que toda la saliva me había abandonado, y lo vi echarse hacia atrás atrás, apoyando las manos al cojín del asiento, sus ojos fijos en el desastre sobre su pierna.
—Ven aquí, bonita.
Nunca me había llamado así, pero cómo me enloqueció que lo hiciera.
Me eché hacia adelante, sentándome al borde del asiento trasero.
—De rodillas.
Lentamente, hizo como ordenó, y subí mis manos a su rodilla desnuda. No podía crear que lo estaba tocando.
Lo miré directo a los ojos, y sentí unas ganas irracionales de voltear a otro lado. No podía con la intensidad de su mirar, con la honesta imponencia de su rostro. Él sabía que yo era suya, y no iba a desperdiciar la oportunidad de aprovecharse de ello. ¿Lo peor? Yo estaría encantada de que así fuera.
—¿Ahora?
—Ahora... Chúpalo.
Sabía que no se refería a su pene.
Ojalá pudiera describir con más fidelidad el latigazo de ardor que sentí entre las piernas con su orden, extasiada por el tabú de lo que quería que hiciera, honrada de que necesitara sentir mi lengua; complacida con que me degradara y que hiciera de mí cualquier perversidad que se le ocurriera.
Así que sin ninguna excusa, aproximé mi cabeza en medio de sus piernas, acercando la punta de mi lengua a la cara interior de su muslo donde uno de los chorros había caído.
Y lamí, chupé y besé su piel hasta que no quedó ni la huella de su semen, sientiendo su respiración galopar y sus jadeos perforar el silencio; tragando cada nuevo bocado dulce de sus fluidos, llenándome de él, bañándolo de mi saliva.
Cuando iba a levantar el rostro, su mano se aferró a mi cabello con maldad. Y grité. Era el primer grito que me sacaba, porque me había complacido con su contacto, con su maltrato.
Tomando el control, manipuló mi cabeza con su agarre y me hizo arrastrar la cara por su muslo hacia su entrepierna.
—Juega con ellas.
Lamí, besé y me metí sus bolas a la boca, mojándolas de mi saliva, gimiendo como si me estuviesen embistiendo entre diez.
Cuando acerqué la lengua a la base de su pene, Axer tiró de mi cabello, castigándome.
—Ahí no, gatita.
No sabía lo mucho que necesitaba que alguien me llamara gatita hasta que Axer lo hizo.
—Pero ven aquí —dijo palmeando una de sus piernas—, te lo has ganado.
—¿Qué...?
—Solo siéntate aquí. Obedece.
Lentamente, entre cohibida y avergonzada, me senté abierta sobre su pierna, sintiendo que el contacto de su piel me quemaba, y que mi vagina me agradecía por el consuelo.
Axer siseó y cerró los ojos con fuerza al sentir el charco que tenía entre las piernas.
—Nadie me había deseado como tú, Nazareth —dijo, llevando sus manos a mi falda, levantando la tela para aferrarse a mis nalgas—. No lo entiendo. No eres muy racional, y a la vez eres tan malditamente inteligente...
—¿Y qué pasa si te deseo como lo hago? —gemí, sus manos en mi trasero eran el borde del éxtasis—. ¿Eso es malo?
—Es peligroso.
—Hazme daño, Axer, no me importa, pero hazme algo.
—Te voy a hacer algo mejor. Voy a premiarte.
Entonces, una de las manos en mi trasero viajó a la parte posterior de mi cuello, aferrándome con autoridad, y la otra se apoderó del ritmo de mi cadera. Me empezó a mover contra su pierna, haciendo que me frotara lubricada por mi propia humedad.
El golpe de placer me cegó, era demasiado. Me estaba estimulando justo donde antes casi lloraba de anhelo. Toda la espera, la anticipación, la tortura mientras lo deseaba sin poder tenerlo, me habían llevado al límite de la sensibilidad.
Jamás había sentido algo así, nunca había explorado ese nivel de excitación en mi cuerpo, ni sabía que era posible alcanzarse.
Gimiendo, rogando más, alzá la cara para mirar al responsable del placer más grande que había sentido.
Entonces la mano en el cuello se cerró sobre mi quijada con autoridad.
—No me mires a la cara.
Me obligó a mirar hacia abajo y siguió moviéndome contra su pierna, acelerando el ritmo, apretando mi trasero en el proceso.
Empecé a gritar. Y no con ligereza, estaba haciendo un verdadero escándalo. Si no soltaba todo, los gritos me habrían estrangulado. Pronuncié su nombre, maldije, y volví a gritar.
Volví a alzar la vista, buscando en su cara una respuesta a lo que estuviese pensando de mí al verme en aquel extremo tan primitivo; y entonces su mano se estrelló contra mi mejilla, abofeteándome con fuerza, sin piedad.
—Te dije que no me vieras a la cara.
El golpe me arrancó un grito que maltrató mi garganta, y a pesar de que la cara me ardía, fue ese impacto el que lanzó a mi cuerpo la corriente que hizo falta para empujarme a la recta final.
Yo misma terminé el trabajo, restregando mi húmeda intimidad de la pierna de Axer en unas últimas embestidas animales.
Gritando su nombre, me desplomé sobre su pecho cubierto por la ropa de doctor, dejando que el orgasmo me recorriera de pies a cabeza.
Ya no me quedaba aliento, ni decencia, y mucho menos ganas de recuperar ninguno.
Acababa de vivir una fantasía lujuriosa que mi ordinaria mente ni siquiera había llegado a imaginar.
Axer pudo haberme dicho muchas mentiras, pero cuando me prometió placer más allá del ordinario definitivamente estaba siendo honesto.
Sentí su mano apartar el cabello de mi cara, y vi su rostro aproximarse en confidencia al mío para susurrar:
—Bienvenida al abismo, Sinaí.
Me muero, chamas. Necesito un Axer en mi vida para ser su Sinaí sin miedo al éxi... Ah, no eso no iba xD ¿Cómo se borra esto?
AL FIN AXER Y SINAÍ TUVIERON EL SIN PERDÓN DE ARA AAAAHHHHH. ¿Qué piensan? ¿Se lo esperaban? ¿Qué les pareció ese encuentro erótico?
¿Qué opinan de la caída de Axer, la reacción de Sinaí y que dejaran el juego en tablas?
¿Qué tal Axer hablando en ruso?
¿Qué creen que va a pasar ahora?
Este capítulo está dedicado a Kate, Nare y Becca de mi grupo de lectoras de WhatsApp, porque cumplen/cumplieron en esta primera mitad de mes. Espero que Axer en este capítulo las haya hecho pasar un feliz cumpleaños 💜
También quiero dedicar este capítulo a lxs chicxs de mi grupo de lectores en Facebook que han estado bastante activas haciendo memes, y a las cuentas de Instagram que han estado compartiendo stories reaccionando y fangirleando a las actualizaciones de Nerd. Por ustedes escribo 💜 (Ninfa, tú vas incluida ahí por los memes que me pasaste al WhatsApp).
Ahora les voy mostrar lo que pasó a raíz del meme de arriba xD
Y aquí un mensaje que les quiero mostrar porque es más verdad que el "¿quién dijo amigos?" de Soto y Sinaí
Ahora maratón de memes porque me pasaron un millón xD
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