36: La mentira en sus verdades
Sinaí
Despertar en su cama fue como sumergirme en un segundo sueño. Parecía que había sido ayer cuando ese desaliñado fragmento de mi identidad se cruzó con él en el patio escolar el primer día de clases, observándolo a lo lejos como el resto de los seres a su alrededor, incapaces de acercarnos.
Empezaba a pensar que el tiempo se había detenido en aquella caída sobre la libreta de la hermana de Julio, en aquella humillación que lo quebró todo. Imaginaba que mi mente había creado esa versión de Axer para afrontar que nadie se acercó a defenderme, y que a partir de ahí había seguido creando ilusiones en las que nos encontrábamos y perseguíamos de manera enfermiza, solo como un medio de defensa ante la realidad de que nadie jamás se fijaría en mí.
Así que, siguiendo esa línea de razonamiento, yo seguía tirada en el pasillo sobre la libreta y el jugo, aguantando insultos mientras mi cerebro divagaba en un mundo ideado por mi inconsciente. Y pronto despertaría, condenada a volver a vivir lo que Julio y sus amigos me harían.
Pero no era así. Estaba mal de la cabeza, pero no tanto. Axer Frey existía, y la atracción que sentía por él era tan real que me lastimaba cada poro de mi piel con solo imaginarlo. Tenerlo cerca, a su versión tangible y no a la que reproducía mi cabeza cuando estaba sola, provocaba en mí un martirio de necesidad tan intenso que solo podía compararlo con lo que relataban las novelas de vampiros, solo que yo me sentía como la el demonio hambriento y no como la humana. Igualaba mi situación a esa sed que te quema y atenaza tu garganta, esa posición de victimario que ha reconocido su condición y se niega a renunciar a su caza, por muy mal vista que esté.
Vivía en completa certeza de que el peligro podía traducirse en la presencia de Axer, lo que no terminaba de discernir era quién de los dos era el que debía escapar.
Mientras me enderezaba en la cama y limpiaba mis lagrimales de todo rastro de lagañas, la personificación de mi perversión mental entró en el cuarto con una bandeja en las manos.
Ni siquiera me fijé en lo que había en el plato, para mí el que estaba servido era él, con un mono holgado y una camisa blanca con apenas dos botones abrochados al azar. Jamás lo había visto vestir tan informal y despreocupado, con su cabello despeinado de manera tan sexy que... Casi parecía que acabábamos de salir de un polvo...
«¿Y si acabamos de cojer y no me acuerdo? Si eso pasó me mato. Necesito poder acordarme de las longitudes y dimensiones de su...».
-¿Tú y yo ya...? -corraspeé, traté de fingir que lo hice por mi voz ronca de recién despertada y no por la vergüenza que me daba hacer la siguiente pregunta. Tuve que disfrazarla-. ¿Ya te cobraste lo que te debo?
Serio, él negó con la cabeza. Lo hizo mientras me miraba directo a los ojos sin tregua, vaciando mis pulmones en una sensación opresiva similar a la asfixia.
Se sentó en la cama y dejó la bandeja a un lado de su cuerpo.
-Vine a eso -explicó con su acento matizado por la voz ronca en desuso por el sueño.
Su declaración me hizo tragar en seco. ¿Cómo hacía para pedirle una pausa para lavarme los dientes antes de empezar con el sin respeto?
-¿Y esa comida? -pregunté en un ataque de nervios. Bastante que ladraba yo, pero tenerlo así de cerca con la idea de que estaba a punto de cobrarse lo que quisiera de mi cuerpo, me puso en una ansiosa desventaja.
-Te preparé algo rápido, el jugo es cortesía de mi cocinera. A veces me pasa que despierto después de una siesta con un hambre voraz y no consigo con qué saciarla de inmediato. Quise evitar que eso te pasara a ti.
-Espera... ¿Me preparaste un sanduiche?
-¿Un qué?
Casi me pego la mano a la frente por la vergüenza. ¿Cómo se me ocurrió hablar así delante de él?
-Un sándwich -corregí.
-Ah, eso. Hablan muy raro ustedes los venezolanos. Ya me había acostumbrado a decirle tostada y ahora descubro que también le dicen... sanduiche.
-No, no, no es correcto que le digas así, solo...
«No lo vas a entender, tampoco te lo voy a explicar».
-Gracias, ya voy a comer.
Extendí la mano para alcanzar el pan, pero la mano de Axer se cerró sobre mi muñeca para detenerme. Me volvía loca que hiciera eso.
Axer se estiró para alcanzar la mesita de noche con su mano libre, tomó los lentes que descansaban sobre ella y me los entregó. Solo entonces me soltó la muñeca.
-Debes dejar esa mala costumbre de hacer los lentes a un lado cuando claramente los necesitas.
«Sí, papi».
-Se me olvidan -dije a pesar de mis pensamientos.
-¿Se te olvida que no ves?
«Es que no quería interrumpir el momento, coño».
-¿Ahora sí puedo comer? -pregunté cambiando de tema.
-Todavía no. Quiero aprovechar las horas que llevas de ayuno para... lo que voy a hacer.
Fruncí el ceño. ¿A caso quería que me desmayara cogiendo?
Cuando abrí la boca para preguntar, un sonido nos alertó. Un timbre proveniente del bolsillo de su mono.
Lo vi meterse la mano para sacar el celular y esperé no ser demasiado obvia mientras trataba de distinguir el nombre del contacto que lo llamaba.
El estómago me cayó a los pies al leer que la llamada entrante iba de parte de "Veronika" con el emoji de un gato al lado.
Veronika.
Un gato. Schrödinger. El gato de Schrödinger.
Esperaba estar sobreanalizando, haber malinterpretado todo por mi caótica mente que siempre esperaba lo peor. Tal vez Veronika fuese el nombre de su mamá y el gato era su signo en ruso, porque tal cual estaban las cosas empezaba a pensar que él estaba conmigo en medio de un juego que ya había empezado antes con Vero, y que quizá seguía en curso.
-¿Tu mamá? -pregunté. Para mi mala suerte soné mucho más cuaima de lo que pretendía, no había una pisca de desinterés en mi intromisión, y él sin duda lo había notado.
Me miró con el entrecejo ligeramente fruncido, apagó la pantalla de su celular y lo introdujo de nuevo en su bolsillo.
-No.
-¿Es... tu novia?
Entonces reaccionó como si le hubiese escupido un ojo, casi pude visualizarlo limpiándose el lagrimal con asco en la cara.
-No. No soy de novias.
-¿Eso qué significa?
-Lo que acabo de decir.
-¿O sea que no sueles tener muchas novias o... nunca has tenido una?
-¿Por qué suenas tan sorprendida?
-No es sorpresa, es incredulidad.
Una sonrisa arrogante se extendió por sus labios. El magnetismo de ese simple gesto casi me hace olvidar que estaba a mitad de un ataque de celos porque Veronika tenía su número y yo no.
-¿No me crees? -preguntó divertido.
-Es que ni siquiera me has respondido lo que pregunté.
-Nunca he tenido una novia. No me interesa tener una y no pienso en ello jamás. Esa es la traducción a «no soy de novias». ¿Te satisface esa respuesta, Schrödinger?
-Sí, señor, he quedado satisfecha, pero me cuesta creerle.
-No me llames señor en momentos como estos, Schrödinger.
-¿Por qué?
-Por tu propia seguridad.
Abrí la boca para contestar, pero él prosiguió a pesar de mí.
-De todas las verdades cuestionables que te he dicho... mi declaración sobre no haber tenido novias es la que te preocupa. -Me miró con la cabeza ladeada y una ligera sonrisa en las comisuras de su boca-. ¿Por qué te cuesta creerme? ¿Cuántos novios has tenido tú?
-Ninguno, pero yo no descarto la posibilidad.
-Es que tú no eres yo.
«No, pero puede ser tuya, papi».
-Evidentemente, pero...
Entonces el teléfono volvió a sonar, y Axer lo silenció sin siquiera sacarlo de su bolsillo.
Cualquier rastro de buen humor que me quedaba desapareció.
-Tu "no novia" es insistente, eh. Contesta, puede ser una emergencia.
-No voy a contestar, olvida ese tema.
-Bien.
Me levanté de la cama en un arrebato de malcriadez, bastante dispuesta a irme en una caminata dramática, pero solo entonces me di cuenta de que no tenía puestos mis zapatos.
-¿Dónde están mis zapatos?
-Siéntate, cuando te vayas mi chófer te llevará a comprar otros.
-Pero, ¿qué pasó con los míos?
-Larga historia. ¿Te quieres sentar?
-¡No! ¡Quiero mis putos zapatos!
No quería mis zapatos, lo que quería era llorar porque otra lo llamaba a su teléfono, porque esa otra era perfecta, porque tenía un gato en su nombre de contacto, porque yo no tenía su número, porque había muchas cosas que desconocía y no podía preguntar porque no éramos nada. Me sentí como una completa estúpida, toda posibilidad de tener algo con él se esfumó de la misma forma ilusa en la que había llegado.
Axer se levantó, posicionando su cuerpo delante del mío. Puso ambas manos en mis hombros y los acarició de manera reconfortante como quien da un pésame a otra persona. Luego deslizó sus manos frías por la piel de mis brazos, dejándome erizada al contacto, deteniéndose en mis manos para tomarlas y llevarlas cerca de su rostro.
Una vez tuvo mis pequeñas manos envueltas en las suyas frente a su boca, las besó con una ternura capaz de calmar hasta la fiera indómita que eran mis celos.
-Nazareth, tus zapatos se han ido -dijo contra mis manos, sus iris verdosas casi brillando mientras él me miraba directo a los ojos-. Es el ciclo de todo calzado. De verdad lo siento.
Me reí, débil ante su táctica para apaciguarme. No tenía escudos contra el verde de sus ojos, ni armadura que me protegiera del calor de sus manos o el roce de sus labios. Esa batalla estaba perdida antes de que empezara a librarse.
-¿Puedo saber la causa de la muerte?
-No contemos historias tristes, ¿sí? Ahora... ¿podrías sentarte? Será incómodo cobrar lo que me debes mientras estés de pie.
-¿Me lo vas a hacer sentada?
-¿Sabes lo que voy a hacer? -inquirió con una ceja alzada y sus labios conteniendo la diversión que se traducía en su rostro.
Fui demasiado obvia.
Coño 'e la madre.
Me senté para pasar la pena con mi culo pegado al colchón, y Axer tomó asiento a mi lado, sacando del bolsillo de su mono algo que no era su celular.
Al principio me costó procesar lo que veía, pero conforme él rompía la bolsa me di cuenta de que definitivamente no era un condón lo que tenía entre las manos.
-¿Y la jeringa más o menos para qué es?
-Extiende el brazo, por favor -pidió en una actitud serena y profesional que me hizo recordar al trato de los doctores.
Solté una carcajada por lo insólito de la situación, me parecía que su sentido del humor era extraño, pero efectivo. No me había reído así en mi vida.
Unos minutos más tarde mientras me limpiaba las lágrimas y recuperaba la respiración, él seguía como antes de que yo empezara a reírme, en espera, imperturbable.
-¿Viste esa broma en una película rusa?
-Hemos jugado muchas veces, Schrödinger, pero esta vez estoy siendo totalmente transparente con mis intenciones.
-Espera... ¿qué coño?
-Extiende el brazo, no va a dolerte. Solo sacaré un poco de tu sangre y será todo, podrás irte.
-Me estás jodiendo.
Pero su rostro no sufrió ninguna variación. Su seriedad me inquietaba.
-¿Es en serio?
-Sí.
-¿Quieres mi sangre?
-Es solo una muestra.
-¡¿Para qué?!
-No tengo por qué responder eso. Apostamos, perdiste y ahora tengo permitido cobrar lo que sea en relación a tu cuerpo, y es esto lo que quiero. Jamás especificaste que tenía que justificar mi elección.
-Me. Estás. Jodiendo. ¿Verdad?
-Ya te dije que no. ¿Le tienes miedo a las agujas?
-¡¿Para qué coño quieres sacarme sangre?! -me reía con histeria. Aquel era un chiste para el que no estaba preparada.
-No sigas preguntando, sin importar tu insistencia en eso no voy a ceder.
-Entonces yo menos. No me vas a meter esa aguja en el cuerpo si no sé para qué coño es.
-¿Es todo? Puedes irte entonces.
-Pero... -Abrí la boca y la cerré tantas veces que me empezaba a sentir como un pez-. No voy a poder dormir hoy si no me explicas esto, no seas injusto.
-¿Tienes miedo de algo en específico?
-Sí, me da miedo quedarme con la duda.
-Es posible que no sea eterna. Si todo sale bien, tendrás respuestas a preguntas que ni siquiera te has hecho.
-No... entiendo... un... carajo. ¿Si todo qué sale bien? ¿Y qué si no "sale bien"?
-Será como si nada hubiese pasado.
-Jódete.
Me levanté, pero su mano atrapó mi brazo antes de que pudiera ir muy lejos. Ninguno dio un paso más. Yo sin duda no entendía nada de lo que pasaba por su cabeza, pero él tampoco entendía lo que estaba procesando yo. Él no entendía que, para mí, el "será como si nada hubiese pasado" era terrorífico. Que acabara nuestro juego ahí, con el pinchazo de una aguja, y que ya no tuviera nada que deberle ni motivos para prolongar la partida... No, me rehusaba.
-No quiero. Me niego a cumplir el reto si no me explicas para qué.
-Lo entiendo -asintió él-. Entiende tú también que mis condiciones son esas y no van a cambiar. Eres libre de irte si no te parece justo.
Pero no me soltaba, ni con su mano ni con sus ojos, y a ellos yo no podía decirles que no.
Así que me senté, y rogué a todos los padrinos mágicos existentes que "saliera bien" lo que sea que tuviera que salir bien.
-Esto sacado de contexto es muy raro, ¿sabes? -acoté mientras él limpiaba cierta zona de mi brazo con un algodón mojado de alcohol.
Se había puesto sus lentes, lo cual hizo muy difícil que no me imaginara la escena como un extracto de una porno fetichista de doctor y paciente.
-Y si lo pones en contexto es todavía más raro, Schrödinger, pero en este punto de la ecuación tú no tienes que preocuparte por eso.
-Me prende que hables como un maldito profesor.
Axer detuvo su acción en seco. No me miró, no alzó la vista. Su rostro se mantuvo neutro en una expresión de póker que me atenazaba las entrañas.
«Maldita sea, lo dije en voz alta».
La vergüenza me golpeó al punto en que creo que se me sonrojó hasta la vagina.
Me dieron ganas de coserme la boca para no hablar nunca más.
Pero como perra se nace, y primero muerta que derrotada, me negué a demostrar las ganas que tenía de lanzarme por los ventanales del edificio y volteé la situación, como si fuese él quien tuviese de qué avergonzarse.
-¿Qué? -inquirí.
-¿A qué viene tu pregunta? -atajó él con una ceja alzada-. ¿Qué he hecho?
-Nada, y ese es el punto. Te detuviste. ¿Algún problema?
-No, solo estaba... procesando.
Entonces hizo contacto visual conmigo y aproveché para arquear una ceja y sonreír como si fuese yo quien dominara la situación.
-No eres de novias, eso lo dejaste bastante claro, pero por tu reacción... Imagino que tampoco habrás estado expuesto a las suficientes situaciones antiestrés como para no horrorizarte con lo que dije.
-He tenido suficiente sexo en mi vida, si esa era tu duda.
-Lo dices como si hablaras de exámenes académicos.
-Los exámenes son más interesantes, en mi opinión. Aunque siempre depende del profesor.
-No logro discernir si estás jodiendo, Axer, deberías ser más claro.
Él frunció el entrecejo.
-Estoy hablando bastante en serio.
-Pero... Señor Frey, me decepciona, tenía una impresión por completo distinta de usted.
-Sé lo que percibías. Sé lo que sientes cuando me acerco a ti, y no te equivocas. Soy perfectamente capaz de hacerte enloquecer de maneras en que lo que ocurrió en aquel juego parezca un chiste en comparación. Sé cómo funciona la atracción y conozco el cuerpo humano como los tres idiomas que hablo. Puedo hacer de tu piel, de tu respiración... mi marioneta.
Mientras decía esto, llevó su mano a mi cintura, levantando la tela de mi camisa, accediendo a mi vulnerabilidad para hacerla vibrar con el roce de sus dedos. Tuve que contener la respiración. Por insólito que parezca, mi garganta había quedado seca con ese simple acto.
-Puedo -añadió-, y lo he hecho. Lo he disfrutado. Pero no necesito acostarme con nadie para ello. La diversión acaba cuando el deseo de la otra persona pasa a ser consumado porque... en la intimidad, nadie me ha dado rienda suelta, y fingir no es divertido cuando no gano nada con ello.
Solo cuando me soltó recuperé el aire que mis pulmones rogaban pero que fui incapaz de ordenarles conseguir mientras estuvimos bajo el hechizo de Axer.
Acabábamos de poner tantas cartas sobre la mesa que me sentía abrumada e incapaz de decir una palabra.
Él estaba bastante consciente de mi atracción hacia cada partícula de su ser, y de algún modo enrevesado acababa de arruinar mis ilusiones de que algún día pudiéramos acostarnos, pero por otro lado había admitido que le saciaba el efecto que causaba en mí.
No tenía ni puta idea de cómo sentirme o qué iba a hacer a partir de entonces.
Axer terminó de sacarme la sangre con la jeringa y la depositó en un envase de muestra con mi nombre.
-No fue tan difícil, ¿o sí?
-No presiones -corté-. Todavía estoy procesando.
-Tómate tu tiempo.
-Bueno... -dije mientras ambos nos poníamos de pie-. Supongo que ya me voy. Muchas gracias por... todas las aclaratorias. Han sido bastante esclarecedoras sobre la situación.
-Por curiosidad, ¿qué es lo que crees que te he aclarado?
-Yo...
-No sabes nada, y es probable que lo que creas que sepas lo estés malinterpretando.
-Ah, bueno, gracias por nada.
-Te compensaré con una verdad sin matices, ¿te parece?
-Por favor.
Axer me regaló una sonrisa radiante que hundió los hoyuelos de sus mejillas a profundidad. Me daban ganas de morderlo.
Y si eso me había desestabilizado, no estaba preparada para lo siguiente que él iba a decir.
-Admito que tu mente me intriga, y que me preocupa que pueda llegar a fascinarme.
En mi puta vida me habían hecho un cumplido tan sexy.
-¿Por qué me dices esto? -cuestioné en un hilo de voz-. ¿Qué es lo que ganas?
-Paz. Me hace daño llevar este pensamiento recurrente en la cabeza y no tener con quién compartirlo. Haz lo que quieras con esa información. Era todo.
-¿En serio?
Él asintió en respuesta.
-Bien, supongo que es mi turno, pero me temo que mi confesión no será igual de... fascinante.
-De acuerdo. Dime.
Tomé aliento para conseguir la fuerza necesaria para sacarlo todo sin filtro.
-Admito que cuando me dijiste que me quitara los lentes para no romperlos mientras estuviéramos acostados, eso que dijiste antes de dormirnos, pensé que lo decías porque ibas a cojerme.
Axer no se inmutó, no se atragantó con nada. Recibió mi honestidad con la misma tranquilidad con la que yo la había dejado salir.
-No, Nazareth...
Dio unos pasos hacia mí y llevó una mano a mi mejilla, acariciándola de una manera que despertó en mí tanto miedo como deseo de desafiarlo. Luego se posó en mi quijada, la cual tomó con fuerza para obligarme a mirarlo directo a sus ojos. Esa mirada no decía menos que «huye, estás a tiempo».
-Si quisiera cojerte, no te pediría que te quitaras los lentes. Lo haría mientras los tuvieras puestos, y si los rompemos... ¿Qué más daría? Te compro otros nuevos.
Cuando me soltó, el calor entre mis piernas era tal que sentía que su resplandor iba a quemar mis muslos. Había llegado un punto de humedad tal que me preocupaba que pudiera anotarse a través de mi pantalón.
Ese hombre me tenía mal, extremadamente mal.
-Come, por favor -pidió señalando la bandeja en la cama-. Cuando termines, la mujer que te recibió te guiará a la salida. Yo debo salir a hacer... cosas. Ah, y recuerda decirle al chófer que te lleve a comprar los zapatos nuevos.
»Nos vemos pronto, Schrödinger.
La que está por explotar, señores... Mucha información para procesar, pero háganme el favor de decirme qué piensan de todo lo ocurrido en este capítulo, de las cosas que se dijeron.
¿Qué creen que quiere planea Axer? ¿Qué imaginan que está por suceder después de este giro de acontecimientos?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top