27: Pocas verdades y muchos retos





María no sé dónde coño se había metido, y el punto final que le dio Soto a nuestra conversación no fue un derroche de dramatismo simulado. En realidad sí me dejó sola, zanjando la conversación por completo.

Es desagradable hallarte sola en un lugar en el que no conoces a nadie, sobre todo con la presión de que debes disfrutar y socializar. Sin embargo, no condeno a mis acompañantes de esa velada. María supondría que yo estaba con Soto, y este esperaría que María se reuniera conmigo al instante en que él se fuera.

Pero estaba tan aburrida que me dieron ganas de abrir Wattbook y ponerme a leer.

Es increíble que me divirtiera más jugando ajedrez contra Axer que en la fiesta del año.

Me dolía sobre todo que estaba sonando La noche de anoche, de Bad Bunny, y que no tenía con quién bailarla ni cantarla a todo pulmón.

Me senté en la barra del club, consciente de que me había gastado lo que me quedaba del dinero de las fotos en el estrambótico atuendo de esa noche y de que no podría pagarme ni un agua con limón, y me limité a estar ahí, visible para cuando mis amigos se acordaran de mi existencia.

—¿Estás tomando algo? —curioseó una voz femenina a mi derecha.

Su entonación revelaba esa típica facilidad para socializar que solo se le da a los que nacieron sin nada por qué acomplejarse. Y a Soto, claro.

Detallé de un vistazo a la chica que me hablaba. Ostentaba el tipo de belleza que, por mucha envidia que pueda generarte, no puedes combatirla con argumentos que vayan más allá de una mentira. No había nada que criticarle, no con ese cabello rubio liso y corto por arriba de los hombros, o con su sonrisa de dientes impecables. Sus ojos eran de un tono claro y ambiguo, y gracias a ellos solo utilizaba rímel en las pestañas de arriba tanto las inferiores, y un delineado delgado y largo, para potenciar todo el impacto que era ella en sí misma.

¿Me habría hablado si me hubiese visto unas semanas antes?

Independientemente de aquella respuesta, decidí que la chica me caía bien. Tenía un collar de las reliquias de la muerte, ¿qué más se le puede pedir a un ser humano?

Recordé que me había preguntado qué estaba tomando, así que de inmediato contesté:

—Por ahora, consejos. Espero a que mi amiga vuelva con el ron.

—¿Ron, eh? No habría imaginado a primera vista que consigues placer en el maltrato propio.

Me reí con ganas por su ocurrencia absurda.

—Ah, no, si por mí fuera
bebería Vodka toda la noche. El que decide es el bolsillo.

—No deberías aceptar nada que no "prefieras". —Me sonrió, y por su cambio de tono y posición supuse que venía un cambio de tema—. ¿Eres Potterhead?

—¿Perdona? ¿Sí lo tengo pintado en la frente o qué?

—Ay, no. Es que te quedaste viendo mi collar un buen rato. Bueno, eso, o mis tetas.

Me ahogué con mi saliva al escuchar su despreocupada acotación. Si hubiera estado tomando, habría dado un espectáculo por mi nariz.

—Soy Potterhead —aclaré apenas dejé de toser. Por suerte podía poner mi ahogamiento como excusa para el enrojecimiento de mi rostro.

—Llámame Vero. Soy Veronika.

Me extendió la mano, lo que me dio un mejor ángulo para inspeccionar un tatuaje que tenía en su brazo, muy a la altura de su muñeca.

—¿Es la marca tenebrosa?

Ella se miró el brazo, confundida.

—Oh, no. Ahora que lo pienso sí da esas vibes, pero no. Si te fijas, esta serpiente tiene alas, y enroscado en su piel hay una frase.

Me acerqué para leerla. No pude identificar en qué lengua estaba escrito, definitivamente no era en castellano.

—Dice «Athara vitàh salveh Kha». Es la frase que dio inicio a la rebelión en Baham.

—¿Y Baham dónde coño queda?

—En Aragog. ¿No has leído Vendida?

—Ehh, pues no. Pero cada vez estoy más segura de que me estoy perdiendo de algo grande por no leer ese libro.

—Totalmente. Es más, yo...

Pero a partir de ahí dejé de prestarle atención. Ella podría haberse parado en medio de la pista de baile desnuda, y yo no la habría visto. Mis ojos estaban bastante ocupados cenando.

Lo primero que vi fue su blazer color beige que resaltaba en medio de tantos atuendos monótonos que casi parecían un uniforme más. Luego vi su camisa, blanca como de costumbre, pero había algo más, un detalle fuera de lo usual que se cerró sobre mi garganta, dejándome sin aire. El tipo de camisa que tenía debajo llevaba un diseño de rayas doradas en vertical, sin corbata, porque habría mancillado el accesorio dominante: su piel. Lisa, con un ligero bronceado, tensa por la cantidad de músculos que resguardaba. Sí, la camisa iba abierta casi hasta la mitad, y no podría estar más agradecida con los dioses por ello.

Luego, me fijé en su rostro. No consigo un motivo con otro nombre que «maldad» por la provocación implícita ante el hecho de que llegara a la fiesta con sus lentes cuadrados, ese accesorio que le confería un aire distinguido, de astucia e intelecto superior. Se veía tan seguro de sí mismo que sabía que ninguna de aquellas cualidades le quitaba su inevitable atractivo.

Lo deseaba aún más al verlo así, tan malditamente fuera de alcance. Con sus mechones dorados cayendo sobre los cristales que enmarcaban su mirada de depredador, y sus pómulos definidos casi con pincel, o el ángulo de infarto de su mentón. Sin sonrisa. Sus ojos parecían siempre estar entornados y defenfocados a la vez, como si todos fuéramos un problema matemático a su alrededor, un enigma inmerecedor de más de dos segundos de sus cálculos para ser resueltos.

Estuve largo rato babeando por él, tan embelesada que di un respingo cuando su rostro volteó en mi dirección.

Me pregunté, alentada, si había olvidado lo de la apuesta y recién al verme lo recordaría. Esperé a ver en sus ojos una señal de sorpresa o reconocimiento hacia mí, hacia mi aspecto.

Sin embargo, él ni siquiera se detuvo a mirarme un segundo, como si la butaca sobre la que me sentaba estuviera vacía y viera a través de ella. Pero sí estaba mirando a alguien: a ella.

Dos segundos apenas, pero fue una eternidad más de la que le dedicó al resto. No fue una mirada agradable, noté la tensión en su mandíbula, el ensombracimiento de su mirada. Casi pude sentir cómo el vaso entre sus manos sufría por la presión, o cómo sus nudillos perdían el color de su sangre por la misma.

Y luego volteé a verla a ella, a Veronika, y aunque ya no lo estaba mirando a él y trataba de hablarme con el mismo ánimo, pude leer el desprecio en su mirada.

¿Qué historia había entre ellos? El hecho de que se conocieran y de que él me hubiese ignorado con tanta facilidad me bajaba el autoestima a los pies. Caí en el error de compararme, y asumí que, si Axer ya había estado en presencia de ella, yo no sería nada ante sus ojos.

—¿Estudias en esta escuela? —le pregunté—. Nunca te había visto.

Evidentemente no porque nunca entraba a clases, pero ese dato no me servía para conseguir información.

—De hecho, no. Estudio en la ciudad, pero vivo en el pueblo. Vine con unos amigos.

—Ah, claro.

Forcé una sonrisa. A la mierda la sororidad, nunca en la vida me caería bien una mujer que me pusiera en desventaja con Axer. Era injusto de mi parte, pero más injusto sería escribir desde la hipocresía. No puedo contarles algo que no estaba sintiendo, y yo no podía dejar de sentir lo que sentía. De haber podido, le habría dado a delete a mis emociones, habría preferido sentirme bien, segura, y poder entablar una amistad con la chica junto a mí. Lástima que las confidencias de nuestros corazones son mucho más complejas que eso.

—Aquí estabas —dijo María, tirando de mi brazo—. Ven al círculo, vamos a jugar.

—¿Qué vamos a jugar?

—Mueve el culo y deja las preguntas estúpidas.

Obedecí, disculpándome por medio de una sonrisa con Veronika.

María me incorporó a un círculo de adolescentes, todos sentados en el piso con las piernas cruzadas, recostados de medio lado y apoyándose en sus codos con el cuerpo pegado al piso. María se sentó a mi derecha y al minuto, Veronika se incorporó a mi izquierda, guiñándome un ojo. Tenía a Soto justo frente a mí, pero evitaba el contacto visual entre ambos. Mejor así.

A un extremo del círculo había un mesón bajo, por completo vacío, pegado a la pared. Y debajo, una especie de taburete. Me quedé sin aliento al ver cómo Axer se sentaba ahí con su espalda echada hacia atrás, apoyándose en una mano mientras con la otra bebía de su vaso. Uno de sus pies estaba con la punta sobre el taburete, su otra pierna parcialmente apoyada en el mesón, con la mitad inferior colgando libre.

No me atrevo a decir todos los escenarios que me imaginé con él en esa posición, y conmigo acercándome. Prefiero dejarlo para un confesionario.

—¿Te nos unes, nuevo? —preguntó una chica de rizos castaños. Tenía la botella vacía en el piso, justo al centro del círculo, y su mano encima. Ya me imaginaba qué íbamos a jugar.

Axer dio otro trago de su vaso, sin siquiera mirarla, y con su mano libre le hizo señas negativas con un dedo.

—¿Qué harás ahí? —inquirió ella, visiblemente irritada de repente.

—Observar —contestó Axer encogiéndose de hombros. Maldición, su cara de indiferencia me estaba embarazando.

—Si no juegas, te vas. Son las reglas.

—Me encantan las reglas —explicó Axer echándose un poco hacia delante en el mesón—. Y, sobre todo, me encanta que se cumplan, pero este es un juego clandestino, sin manual, sin términos inamovibles, ¿no? Varían dependiendo de las preferencias de los jugadores, y esto se decide en consenso.

—¿Qué mierda quieres decir?

—Que si el resto de los integrantes están de acuerdo en el punto que planteaste, lo aceptaré. O juego, o me voy. Sin embargo, si nadie más tiene problema en que me quede...

—Déjalo que vea, Carmen —opinó otra chica cerca de la que tenía la botella. Nadie más dijo nada, así que Carmen acabó por acceder, no sin antes acotar:

—Eres raro.

A esto, Axer reaccionó con una sonrisa de arrogante suficiencia, tan pronunciada que sus hoyuelos se notaban en toda su gloria. Se acomodó la montura de sus lentes sobre el puente de su nariz, vació el contenido de su vaso en su boca sin perder la curva de sus labios, y solo al terminar de tragar, y sin molestarse en mirar a Carmen, respondió:

—Eso me han dicho.

—Okay, empecemos.

Las primeras manos me tenían casi dormida porque no pasaba nada que influyera en mí, y todo lo interesante era entre personas que no conocía. Yo todo lo que hacía era observar a Axer de soslayo, quien, inclinado sobre el mesón, nos observaba con el entrecejo ligeramente fruncido y los lentes al borde de su nariz, como si presenciara el desenlace de un partido de ajedrez y quisiera memorizar el movimiento de las piezas.

En una ocasión me descubrió mirándolo, no supe si dejar que me dominara la vergüenza, o la emoción porque por primera vez en toda la noche me había dedicado una mirada, aunque fuese estoica e inexpresiva.

—Tú.

Al fin la botella me señalaba, ni siquiera reconocía a la tipa a la que le tocaba retarme.

—Me llamo Sinaí —corregí, más que nada para que Axer se grabara el nombre de su futura esposa, por si no lo había escuchado todavía.

—Ajá. ¿Verdad o reto?

—Eeehhh... Verdad.

No quería ningún reto con ninguno de los muchachos a mi alrededor, y sabía que optarían por algo como eso.

—Aburrida —murmuró alguien en el círculo, pero ni pude identificar quién ni me interesaba.

—¿Has besado alguna vez a una chica?

—Bueno...

Estaba a punto de responder que nunca lo había hecho, pero de pronto mi boca se encontró ocupada porque los labios de Veronika se deslizaban sobre ella. Tardé tanto para procesar lo que estaba pasando, que no me alejé en ningún momento, aunque tampoco correspondí el beso.

Cuando recuperé un poco de la autonomía de mi cuerpo, el rostro angelical de Veronika se alejaba del mío, y sus manos se separaban de mi rostro.

—Si antes no lo había hecho, pues ya lo hizo.

Sí, sé que acababa de besarme sin razón alguna una chica a la que acababa de conocer, que además era la primera chica que besaba, lo cual debió haber sido importante, o lo suficiente para acaparar mi conmoción. Pero no tuve tiempo para pensar en ello, no cuando los ojos de Axer estaban, por primera vez desde el partido de ajedrez en la escuela, por completo enfocados en mí. Me estaba mirando con una fijeza que quemaba, sin ninguna intención de disimularlo. No tenía aliento, ni fuerza para voltear a otro lado. Sentí desesperación al no poder descifrar sus pensamientos, su expresión ilegible. Era como si estuviéramos en una mesa de póker los dos, yo con mis cartas desnudas a sus ojos, él con una mano indescifrable y una poker face perfecta.

Luego volteó y fue como si una mano se hubiese aflojado sobre mi garganta. Y no sentí alivio, sino un desasosiego arrollador. Descubrí que no quería respirar, quería asfixiarme con la intensidad de su presencia.

María se acercó a mi oído y me dijo con una risa contenida:

—Vi eso, ¿okay?

—¿Lo notaste? —pregunté en un susurro.

—Todo el mundo, estúpida. Te besó delante de todos.

—No, no eso. Axer, ¿no viste cómo me miraba?

—No me fijé, perdón, estaba ocupada teniendo un infarto mental por lo que acaba de pasar.

—Tania, necesito darles celos a Axer. No sé si es celos como tal lo que siente, pero necesito volver a ser su foco de atención.

—Yo me encargo, amiga. —Guiñó un ojo—. Espera que me toque lanzar.

Y así fue, cuando llegó el turno de María de girar la botella y mandar el reto, esta cayó sobre Soto.

Mierda.

—Me voy a divertir con esto —anticipó María alzando una a una sus cejas.

—Ni siquiera he dicho si escojo verdad o reto —objetó Soto, indignado dramáticamente.

—Pues escoge reto.

—¿Y si no quiero?

—¿De verdad quieres poner en mis manos una pregunta que tengas que responder con la verdad?

—Reto —rectificó Soto de inmediato y todos se rieron con él. De hecho, Soto era bastante popular. Su carisma y humor, aunque para algunos llegaba a ser insoportable, lo hacían esa clase de persona que quieres tener a tu lado todo el tiempo.

—Te reto a... que beses a Monte.

Empezaba a cubrirme la cara deseando que me tragara la tierra, justo cuando esa maldita palabra salió de su boca.

—No.

María se estaba riendo, y de repente se cortó en seco. De hecho, un silencio incómodo se extendió por todo el círculo, casi podíamos tocarlo.

—¿Cómo dijiste? —inquirió María.

—Que no, a ella no.

Nunca había visto a Soto tan serio en mi vida. Su firmeza al negarse a besarme fue tan absoluta y cortante, que durante un momento María no supo cómo reaccionar, qué responder.

—Elige a otra —añadió Soto al ver que nadie más decía nada.

—¿Y la besarás? —María hablaba como si tratara de entender qué estaba pasando por la cabeza de su amigo.

—Sí.

—¿Pero a Sina no?

—No, a ella no.

«Sinaí, si lloras te mato, te lo juro».

Pero me picaba la garganta, me ardían los ojos. Y todos me veían con lástima, con pena ajena; o trataban de no mirarme, no queriendo ser yo en ese momento.

—Bien, besa a Pamela.

Tuve que voltear. No sé si porque una lágrima sí logró escapar de mis ojos, o porque no soportaba ver cómo la tal Pamela, que era la chica a su lado, se le lanzaba encima a Soto y él la besaba con tanta intensidad que parecía que era el preámbulo de una noche de sexo desenfrenado.

Todos en el círculo vitoreaban emocionados por el espectáculo, y yo estuve a punto de levantarme e irme cuando escuché su voz.

—De acuerdo...

Se levantó del mesón quitándose la chaqueta manga por manga, liberando con calma la perfección de sus brazos, con los músculos de los hombros apretados entre la tela de la camisa. Desabrochó los botones en sus muñecas y las fue doblando hacia arriba hasta que las mangas quedaron por encima del codo, dejando a plena vista esos antebrazos que había estudiado hasta el cansancio, fuertes, con las venas visibles, del tipo que miras y te preguntas: «¿cómo será su agarre? ¿Qué pueden hacerme esas manos?»

Entonces, se abrió paso en medio de dos chicos del círculo, y se sentó en el suelo.

—De pronto a mí también me provoca jugar.

Al decir esto, sus ojos viajaron hacia mí y me regalaron un guiño fugaz junto a una media sonrisa tan imprevista que puede que la haya imaginado.

Contuve la respiración tan fuerte que es posible que mi mamá me escuchara desde nuestra casa.

—¿Ya somos dignos? —inquirió Veronika con sarcasmo.

Axer hizo un esfuerzo olímpico por ignorarla, y extendió su mano hacia la botella del círculo, vacilando unos segundos. Por un momento temí que se pusiera a lustrar el vidrio con antibacterial, pero no fue así. Se le veía bastante determinado cuando al fin agarró la botella para empezar a jugar a pesar de que no era su turno.

La primera vez que la botella señaló a Axer, él escogió verdad.

—¿Quién es la chica más hermosa de este círculo? —Fue la pregunta que le hicieron.

—¿Esa es tu pregunta? —cuestionó Axer en toda la gloria de su delicioso acento, con el ceño apenas fruncido.

—Sí, ¿qué tiene?

—Que no me parece demasiado inteligente.

—Estamos jugando verdad o reto, no una trivia académica, ¿qué más podría preguntar?

Axer cambió de posición en el suelo, con una pierna pegada del piso, la otra flexionada de forma que la rodilla quedara en alto. Apoyó su codo sobre su rodilla, y su rostro sobre la mano mientras su expresión de profunda suficiencia se tornaba tan atractiva como imposible de mirar sin sentirse asfixiado. Así como estaba, yo le habría hecho una sesión fotográfica, o lo habría mandado a retratar en un cuadro.

—Se me ocurren miles de preguntas mejores que encajan en el ámbito de este juego. Pero, por supuesto, es tu turno. Tú eliges —dijo al fin.

—¿Por qué no te gusta mi pregunta?

—Porque es como si me preguntaras el exacto color del mar, ¿no? Se supone que el mar es reconocido por sus tonos cambiantes, y es posible que cada uno lo perciba diferente. Es lo mismo con la belleza física. Es subjetiva. A pesar de que la sociedad se invente normas para la perfección, no existen. Cada uno ve luz y oscuridad donde quiere verla, y cada cual decide de cuál se enamora.

—Bueno, dinos quién te parece más bonita a ti.

Se notaba que el chico Frey estaba haciendo un gran esfuerzo por no rodar los ojos.

—Es eso lo que me disgusta de tu pregunta, lo genérica que es. A mí nada me parece «bonito», no hay un físico exacto que yo diga «este es». Me atraen otras cosas.

—¿Qué? ¿Qué te atrae?

Las comisuras de los labios de Axer tiraban hacia arriba, una sonrisa luchando por poseerlo. Me gustó que no hiciera contacto visual con la chica a pesar de que ella lo miraba directo, me gustó que hablara casi a la nada, como si se refiriera a todos en el círculo. Sentí que entonces, definitivamente, lo que tuvimos en el tablero había sido especial, porque yo acaparaba todo su universo ese día.

—Los gestos —contestó Axer al fin—. La manera en que los labios se curvan al sonreír, y se retuercen al hablar, el modo particular de cada persona en que sus cejas se expresan, el cariz irrepetible que toma un rostro con el ceño fruncido, el lenguaje del cuerpo, la intensidad de una mirada, el compás de una respiración, la justa manera de pestañear, y de observar, de cada quien. Eso es lo que define para mí la belleza. No es la portada, sino lo que me dice la sinopsis sobre ella. Eso es lo que me lleva a leer un libro a mí.

En ese momento yo no era la única babeando por él, creo que hasta Soto tenía corazones en los ojos.

Me llegó un mensaje a mi celular y lo abrí para ver de qué se trataba. Era María, me había vuelto a enviar el stiker de «hoy follo».

A Axer le volvió a tocar unos turnos más tardes, y esta vez fue un hombre el que lo retó.

—Mano, ¿verdad o reto?

—Reto.

Todos silbaron emocionados por su respuesta.

—¿Te sabes el reto del limón, el tequila y la sal? No sé si en Rusia enseñan esas vainas.

—Explícame. —Su acento me tenía muy mal.

—Toma a la chica que te dé la gana, ella se va a recostar en el mesón ese, la vas a bañar de tequila y sal, desde el ombligo hasta llegar a su boca, donde ella tendrá un limón. Y luego tienes que lamer todo eso hasta sus labios, y le quitas el limón con la boca.

Axer negó con la cabeza con los labios contraídos en una sonrisa, como si no pudiera creer en lo que se estaba metiendo.

—¿Qué chica? —preguntó.

Estaba en shock, no podía creer que no se rehusara. Si lo veía haciéndole eso a una chica, ahí sí empezaría a necesitar que me tragara la tierra y me escupiera en un psiquiátrico.

—La que tú quieras. Todas están jugando así que no te pueden decir que no.

—Así no me parece.

—¿Qué?

—Que no me puedan decir que no —explicó—. No me malentiendas, haré el reto, pero necesito que cada chica que no esté dispuesta a cumplirlo levante la mano.

Él nos observó. Ninguna mano se movió, por supuesto, pero alguien sí habló.

Yo.

—Yo no estoy totalmente dispuesta.

Axer volteó a mirarme con una ceja arqueada. La diversión que se traducía en sus labios era tan sexy que provocaba lamerla.

—¿Me estás diciendo que no te considere?

—Es tu problema, Frey. —Le regalé una sonrisa que me esforcé en que se viera inocentemente maliciosa—. Pero, si lo haces, no vas a besarme.

—O sea que estás dispuesta a que te escoja, pero no quieres que te bese. ¿Entendí bien?

«Cuándo va a entender este chamo que él me puede preñar si le da la gana».

—El resto del reto lo puedo cumplir, sí, pero sin beso.

Axer bajó el rostro para que su sonrisa no fuera tan evidente, pero no pudo ocultarla. Ni eso, ni la manera en que se mordía el labio.

Para esas alturas del partido ya yo tenía tres hijos mentales suyos en mi vientre.

Cuando Axer volvió a levantar el rostro, si dirigió hacia el muchacho que lo había retado.

—Ella. La quiero a ella.

Me quité el blazer, quedando solo con el crop top, y me acosté en el mesón donde antes había estado pegado el culo de Axer. Los nervios me estaban haciendo temblar como si estuviese metida en un congelador.

No podía creer que lo había conseguido. Decidí retar a Axer porque recordaba lo extasiado que se veía cuando decidí desafiarlo en el juego de ajedrez, o lo diabólicamente satisfecho que se mostró cuando empezamos a apostar. Pensé que, si los retos eran la debilidad del señor Frey, yo tendría que aprender a romper sus reglas. Me convertiría en lo único que Axer no podría tener.

María Betania fue quien esparció los chorros de licor y sal por mi abdomen hasta el borde de mi crop top, luego hizo lo mismo desde mi escote hasta el final de mi cuello. Me apretó una mano y me guiñó un ojo antes de dar paso a Axer para que cumpliera su reto.

Lo vi aproximarse sintiendo que cada centímetro que se restaba a nuestra distancia, me volvía más propensa a un ataque cardíaco. Quería pedirle a mi corazón que parara, que dejara de ser tan evidente a través de mi pecho palpitante, pero no hubo solución para el magnetismo que sentía de solo saber que Axer estaba a punto de tocarme.

De pie a un lado del mesón, Axer pasó sus dedos sobre la piel expuesta de mi brazo, rozando desde la muñeca hasta llegar a mi hombro, con los ojos fijos en la manera inevitable en que mis vellos se erizaban ante su contacto.

—¿Y tus lentes, Schrödinger? —preguntó en toda la gloria de su acento ruso.

Algo que debió haber sido una risa sin gracia salió de mis labios, pero más sonó como un suspiro entrecortado.

—Te preocupas demasiado por mis ojos, Frey.

—De hecho...

Empezó a desabotonar los botones de su camisa hasta al fin dejarla abierta por completo, entonces se la terminó de quitar, mostrando con mayor libertad una hilera de lunares que chispeaban todo un costado de su pecho hasta sus costillas.

Fui incapaz de voltearme a ignorar la divina definición de cada músculo en sus brazos, o la dureza de su abdomen que era solo un preámbulo a aquella v marcada que señalaba el camino que me moría por recorrer.

¿Por qué mierda hacía esas cosas? Sin duda sabía el efecto que tendría en los demás.

Bienaventurados los de atrás que podían verle la espalda.

Entonces se subió al mesón de cuclillas, con una pierna a cada lado de mis caderas y todo el esplendor de su torso desnudo exhibido delante de mí.

O estaba soñando, o estaba muerta, porque tenía a un dios mítico encima de mí.

Enrolló su camisa y la acercó a mi rostro como si quisiera cubrirme con ella. Entendí que estaba tratando de hacer una especie de venda para tapar mis ojos, pero igual pregunté:

—¿Qué haces? —pregunté.

—No quiero que veas —explicó—. Estoy seguro de que así lo disfrutarás más.

Añadió una sonrisa al final que profundizó uno de sus hoyuelos.

—¿Qué te hace pensar que voy a disfrutarlo? —inquirí con una ceja arqueada.

Hicimos contacto visual por unos segundos. Quise dejar de mirar sus ojos de ese amarillo verdoso que me envenenaba los pensamientos, pero bajaba mi mirada a sus labios carnosos de arco perfecto y solo conseguía que mi boca se secara de necesidad. La tensión estaba creciendo, a ese punto la sentía clavándose en mí como un puñal, recordándome lo que deseaba con tanta fuerza.

—Lo harás —sentenció antes de guiarme un ojo. Luego me cubrió los ojos con su camisa y amarró las mangas en la parte de atrás de mi cabeza.

No volví a saber de él por un rato, estábamos solos mis pensamientos, al olor impregnado en su camisa, y yo. Empezaba a temer que todo hubiese sido una broma, una artimaña grupal para dejarme vendada esperando hasta que se acabara la fiesta y me quedara sola, encerrada en el club.

No era extremo que pensara algo así, menos después de todo lo que había pasado.

Pero entonces sentí el calor de sus manos sobre mi cintura, y todo lo que pude estar pensado hasta entonces se desdibujó mientras contenía la respiración.

Cuando la humedad de sus labios tocó mi piel tan cerca de mi vientre, ahogué un respingo de placer y sorpresa. Imaginé que bajaba con besos hasta llegar a esa zona de mí que empezaba a arder de necesidad, aunque no fue así.

Su lengua y sus labios se deslizaron por mi piel, lamiendo y chupando todo rastro de alcohol y de sal. En un punto estaba tan ciega de placer y lujuria, que llevé una mano a su espalda para sentirla, aferrarme a ella, y acercarlo a mí.

Su mano se cerró firme sobre mi muñeca, pegándola de forma violenta otra vez a la madera, manteniéndola sometida mientras su otra mano se aferraba a mi cintura y sus labios se mudaban a la zona de mi escote.

Mi respiración se descontroló, volviéndose audible y delatora. Era como si cada bocanada de aire, cada elevación de mis senos contra mi escote, le confesaran a Axer el calor que se extendía desde mi centro hacia mis piernas, las ganas que tenía de que tomara mi cuello con la brutalidad con la que sometía mi muñeca.

Odiaba no poder verlo, pero eso solo potenciaba la sensibilidad de mi piel. Definitivamente gemí cuando Axer me mordió a un lado del cuello, luego procedió a acariciar la herida con su lengua hasta mi mandíbula.

—Entonces... —susurró contra mi oído su voz en una entonación tan baja, que sus palabras parecían una confidencia, y su aliento me arrancaba un escalofrío. Su adictivo perfume me estaba enloqueciendo en el mejor sentido posible—. Sin beso, ¿no?

Tragué grueso. Necesitaba un santo al que pedirle fuerza para responder, y como no se me ocurrió ninguno, solo asentí.

—¿Segura?

Su voz hizo estragos dentro de mi cabeza, y mientras pensaba su pregunta, él se movió por mi rostro, dejando pequeños besos por todo el borde de mi quijada hasta detenerse en la comisura de mis labios. El calor y la humedad de ese beso tan cerca de mi boca era demasiada tentación como para no sucumbir a ella, pero tenía que ser fuerte. Porque de Axer yo quería más, lo quería todo, y solo tendría ese beso si le permitía dármelo.

—Muy segura, señor Frey —contesté en un susurro.

—Si estás tan segura... —La mano que estaba en mi cintura comenzó a subir por mi costado, pasando por mi crop top, deteniéndose al borde de mi escote, trazando la circunferencia de mis senos con sus dedos—. Si estás tan segura, Schrödinger, deténme. No te será difícil, ¿no?

Presionó sus labios al otro extremo de mi boca, justo en el borde. Estaba tan cerca... y yo quería tanto que lo hiciera...

—Deténme, Schrödinger —repitió, la mano en mi escote subiendo hasta mi cuello, cerrándose dedo por dedo alrededor de el.

Axer pasó la punta de su lengua por la parte de abajo de mi labio inferior, y juro que sentí que no era ahí donde estaba jugando. Era un punto sin retorno, él era inevitable, y yo demasiado débil ante él. Pero él no contaba con que las ganas que yo le tenía eran tan grandes, que podían resistirlo incluso a él.

Cuando supe que ya no había vuelta atrás y que iba a besarme, lo empujé. Lo hice con la fuerza justa para bajarlo de encima de mí con autoridad, pero sin tumbarlo al suelo.

Me senté, me quité su camisa de los ojos y se la lancé mientras se reponía del empujón al otro lado del mesón.

—No vas a besarme, Frey —juré con mi mejor expresión de superioridad, arqueando mi ceja en el mejor ángulo de todos los que había practicado.

Él rio, apenas un segundo, como si fuera la firma que hacía falta para aceptar mi reto. Mientras volvía a ponerse la camisa, y sin perder esa sonrisa de arrogante diversión, me dijo:

—Empieza a gustarme jugar contigo, Schrödinger, y eso no es bueno para ti.

Se bajó del mesón y caminó hasta quedar a mi altura. Yo estaba sentada con los pies colgando hacia el suelo, y él se posicionó para que sus manos quedaran a ambos lados de mí, su cuerpo entre mis piernas y su rostro a escasos centímetros del mío. No oculté las ganas que brotaban de mí, de hecho las aproveché para morder mi labio, el mismo que le había negado delante de todos. Él hizo lo mismo en respuesta, y estuve tentada a saltarle encima.

Cuando habló, lo hizo en un tono tan bajo que solo yo pude oírle.

—No creas que he olvidado lo que me debes, es solo que... Pronto lo entenderás. Las cosas suelen hacerse a mi modo, o no se hacen.

Acerqué una mano a su cuello, con miedo a que la apartara de un manotón; pero como no lo hizo, lo rodeé con ese brazo. Lo siguiente que pronuncié, lo dije con su sonrisa pícara en los labios.

—Enfatiza bien ese «suelen», Frey. Puede que te lleves una sorpresa.

Su mano me tomó la quijada, una presión leve, como un spoiler de la capacidad que tenía. Hicimos contacto visual y el resto del público se nubló a nuestro alrededor. Solo existíamos él y yo, y el juego que empezamos en un tablero de ajedrez.

Cuando me soltó y alejó su cuerpo de mí, empecé a arrepentirme de no dejar que hiciese conmigo lo que le provocara justo ahí, delante de todos.

—Nos veremos pronto, Schrödinger.

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SANTA MADRE, AXER 🤤 Ese tipo me tiene mal, yo le habría dejado que me besara hasta el alma. Lo siento, les fallé JAJAJAJAJA ¿Qué tal el capítulo?

¿Todavía siguen diciendo "Axer, who"? ¿Qué les parece este personaje y su relación con Sinaí?

¿Qué piensan de Veronika y de lo que hizo Soto?

¿Quieren más capítulos? Aquí acaba el maratón, con uno de los caps más largos de esta historia, pero si comentan mucho seguramente no tardaré en actualizar.

Si les gusta esta historia, recomiéndenla, babys ♡

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