18: De acuerdo, juguemos

*Este capítulo está dedicado a ti, lector, que con tus comentarios me compartes tus risas, tu ansiedad, tu enamoramiento y hasta tus calenturas. Por ti escribo, no lo olvides*

Jueves en la mañana,
Sinaí

A pesar de todo lo que pasé esa noche, el susto, el autobús y la amenaza de aquellos hombres que se sintieron con la potestad de satisfacer a mi costa sus deseos más primitivos, no llegué esa noche a mi casa, sino que bajé del bus frente a la de María, no sin antes haberle escrito para saber si estaba dispuesta a darme hospedaje esa noche. 

La sola idea de volver a verle la cara  a mi mamá me incineraba las entrañas, y mucho menos me iba a arriesgar a que la muy maldita de mi suerte hiciera de las suyas consiguiendo que volviera a toparme con mi padre al llegar a la casa.

Por suerte María accedió a recibirme esa noche a pesar de lo repentina y extrema que era esa petición. Entré por el garaje de su casa y me quedé a dormir en su habitación a escondidas ya que sus padres no le permitirían tenerme ahí si se los preguntaba, o eso aseguraba ella.

Recuerdo que pasé casi toda la mañana escondida en el closet las veces que María salía a cepillarse los dientes o a desayunar, para evitar que uno de sus padres entrara al cuarto y me descubriera.

No tenía mi uniforme a la mano y la ropa de María me quedaba como un saco de papas: a pesar de ello, y consciente de que no entraría a clases de todas formas, le pedí que me prestara un suéter para ocultar mi camisa. Le dije que siempre los usaba, y que si lo llevaba cerrado los profesores pensarían que tenía el uniforme debajo. Otro punto en mi contra era que tenía puesto un blue jean y zapatos deportivos, sin embargo existía la ventaja de que en los liceos venezolanos suelen ser  bastantes flexibles con respecto a no usar ni el pantalón ni los zapatos del uniforme: puede que te den un par de amonestaciones o advertencias, pero basta con que digas que no tienes para pagar el uniforme y que tus padres están en ello para que te den más tiempo de tolerancia.

Así que salimos como amantes a punto de ser descubiertos por el garaje de María, tomamos el autobús y llegamos al colegio. 

Me despedí de ella asegurando que tenía que entrar a clases, pero aquella era una mentira más gruesa que el pene de Thor. Apenas la vi desaparecer tras la puerta del salón de su primera materia del día, me escabullí hacia la mata de mangos y me senté a esperarla debajo de la misma.

Para pasar el tiempo me puse a releer A sangre fría de @princeofhell, aunque siempre levantando la vista por si alguien se acercaba. Al cabo de un rato al levantar la mirada de la pantalla de mi celular me di cuenta de que había un muchacho de camisa beige y suéter azul abierto caminando en mi dirección, tenía un andar lento y premeditado, como si cada paso tuviera que pensarlo con antelación para no fallar, incluso venía con la cabeza gacha y unos lentes de sol oscuro que solo acostumbras ver en dos tipos de personas: las celebridades, y los ciegos. 

Me costaba tanto enfocar y distinguir los rostros sin mis lentes que no me di cuenta de que se trataba de Soto hasta que su mata de cabello negro de recién despertado estuvo frente a mí.

—¿Y María? —preguntó como saludo, lo que me hizo torcer los ojos con fastidio.

—En los cielos, me imagino.

—Se te están pegando mis chistes malos, Monte.

—Menos mal que tú reconoces que son malos.

Entonces se acercó a darme un beso en la mejilla como correspondía en los saludos entre colegas en Venezuela. Quedé tan sorprendida y fuera de lugar que no le devolví el beso. Aquel era un gesto que no había tenido tiempo de practicar debido a lo limitado de mi círculo social. 

Limitado es un eufemismo, quise decir mitológico.

—Ya en serio —continuó, casi desplomándose a mi lado. Ese estaba amanecidísimo como que Axer Frey tenía mínimo veinticinco centímetros de manduco—. ¿Dónde anda María? Siento que si no la consigo en cinco minutos me voy a empezar a fumar los dedos.

—Me preocupa tu adicción a la nicotina, ¿sabes?

—Y a mí preocupa tu cara de emo drogadicta, pero nunca digo nada al respecto, ¿o sí? Creo que te hace falta mucho que aprender sobre los códigos de amistad.

—Soto... —Sonreí con sarcasmo y le mostré mi dedo medio. Comenzaba a entender a María—. Púdrete.

—Estoy en eso. Ahora, ¿me dirás dónde...?

—Hay una pregunta que quiero hacerte.

Él suspiró con dramática resignación.

—No me gusta quitar virginidades, al final es más lo que la tipa llora que lo que uno disfruta. Pero como eres mi amiga puede que lo considere, siempre y cuando sea en tu cama, no quiero tener que quemar mis sábanas luego por el manchón de sangre.

—¡¿Te pica el culo?!

—¿No era eso lo que ibas a pedirme?

—¡No!

—Ah, perdón. Tal vez debí dejarte terminar.

—¡Pues sí!

—Bueno, escupe. ¿Qué me quieres pedir?

—Nunca dije que te pediría nada, solo tengo una duda.

—Ahh..., ya imagino lo que quieres saber. —Soto inspiró con dramatismo y juntó sus manos al adoptar su mejor versión de padre a punto de iniciar una seria conversación—. Cuando un hombre y una mujer se quieren mucho muchoto muchísimo...

Cansada de sus chistes, le propiné un golpe con la mano abierta en la parte baja de la cabeza.

—Lo que quiero saber es en qué consiste tu trabajo con las fotos.

—Ni se te ocurra, no trabajo con menores.

—Tú eres menor.

—Yo soy jefe, las reglas no aplican para mí.

—Necesito dinero, Soto.

—Te dije que no. ¡Mira! —Señaló hacia el patio central—. María salió, vamos.

Nos reunimos con María Betania a mitad del patio donde dio la casualidad de que se debatía una especie práctica de una clase de ajedrez, pero no había uno solo de los presentes que pareciera tener las suficientes habilidades para siquiera hacer un jaque en su vida.

—¿Nos quedamos a verlos? —propuso María.

—Ni se te ocurra. Esos tienen pintas de que yo les gano una mano con los ojos cerrados y con la resaca que cargo, no me voy a exponer a ese aburrimiento.

Por primera vez estaba de acuerdo con Soto en algo, y lo expresé diciéndoles que mejor invertíamos nuestro tiempo en una actividad más productiva.

Sin embargo, ocurrió algo que hizo que ninguno pudiera mover un pie de su lugar. Una avalancha de estudiantes salía del salón de química, entre ellos uno que no respetaba el uniforme. Llevaba un blazer color crema con una camisa blanca debajo, los detalles en dorado como los botones, el bordado y la corbata combinaban con los reflejos de su cabello que parecía tener personalidad propia. Sus ojos se veían de un verde intenso esa mañana, y su mirada parecía ir a través de cada uno de nosotros, como si ni nos notara.

Una profesora lo interceptó, poniendo una mano sobre su hombro, y le señaló el tablero aliviada.

—Al fin te encuentro. Necesitamos de tu colaboración por aquí.

—Lo siento, profesora, pero esa ni siquiera es opción. —Axer se deshizo del brazo de la docente con una sonrisa hipócrita que delataba su desagrado—. Voy tarde a un compromiso, tal vez otro día.

—Mire —la mujer volvió a agarrarlo, esta vez por el brazo, bajando dos rayas a su nivel de amabilidad inicial—, su padre fue muy claro en cuanto a sus intenciones al inscribirlo a usted en este colegio, ¿lo olvidó? Está aquí para ser un ejemplo, para integrarse, para ayudar. Estos niños necesitan practicar con un oponente de verdad, de lo contrario nunca podrán avanzar.

—Profesora, de verdad agradezco mucho su nada requerida charla, pero una vez un Frey le dice que no a algo la respuesta seguirá siendo no sin importar cuántas veces se repita la pregunta.

Axer le sonrió, altivo, creyéndose inmune y victorioso, a lo que la profesora reaccionó dando un paso más cerca de él, cambiando su tono de voz de docente motivacional a tirana de novela de Venevision.

—Parece que no ha entendido, Frey, así que se lo explico: no le estaba preguntando, le di una orden. Podemos llamar a su padre si todavía esto no le queda lo suficientemente claro.

A pesar de la tensión que se respiraba en el ambiente y de que las palabras de la profesora eran una clara amenaza, Axer proyectó la más radiante de sus sonrisas, como si aquello solo hubiese sido una broma incomprendida.

—Profesora, no se altere. ¿De verdad piensa que voy a perderme la oportunidad de patentar mi superioridad en una escuela anónima rodeada de jugadores mediocres? De hecho, sí. Quería evitar eso, pero ya que usted insiste, pues manos a la obra. —Hizo ademán de voltearse, pero enseguida se detuvo—. Por supuesto, las cosas se harán a mi modo.

—El ajedrez tiene sus reglas establecidas, Frey, no se pase de listo.

—Mi modo no es romper las reglas, profesora, me ofende.

—¿Entonces?

Axer no contestó usando palabras, abrió su mochila y sacó de ella una bolsa que transparentaba lo que parecía el interior de un botiquín. Algodón, alcohol, hisopos, antibacterial y gasas eran apenas una de las cosas que se alcanzaban a distinguir.

Axer rompió un envoltorio de papel y sacó del mismo un par de guantes blancos de látex, típicos de farmacia. Se los puso, vació parte del antibacterial en sus manos y con el las enjuagó cual doctor preparándose para una cirugía. Procedió a tomar una de las gasas y mojarla en alcohol, pero lo que vino después fue tan insólito que nadie lo había previsto. Mientras agarraba, con índice y pulgar como si de pinzas se tratara, uno de los peones del juego, todos nos veíamos a las caras como si esperáramos que de improviso se volteara riéndose de nosotros para decirnos que aquello no era más que una broma que ninguno había captado.

—¿De verdad está limpiando pieza por pieza? —inquirió María con un gesto en la cara que le arrugaba la nariz.

—Es eso, o las está masturbando para que jueguen relajadas y sin tensiones —opinó Soto, lo que me hizo abrir los ojos como protagonista de Wattbook: como platos.

—Esta buenísimo y todo, pero es rarito el muchacho —sumó María Betania.

—¿Rarito? —se quejó Soto—. No sé si soy yo que estoy medio tostado del coco, pero cuando lo veo así tan... meticuloso y compulsivo al limpiar pieza por pieza como un excéntrico, con sus mechones de cabello cayendo sobre sus ojos verdes de badboy sabelotodo... se apoderan de mí unas ganas inimaginables de chuparle la po...

—¡Ay, ya! —intervine—. Aquí nadie la va a chupar nada a nadie, parecen unos acusadores hablando del pobre chico ahí sentado. Mejor veamos cómo juega.

La primera mano ya había empezado. La primera víctima era un chico de trece años que estaba a punto de perder siete minutos de su vida contra el contrincante más irrealmente hermoso de la historia del ajedrez. Yo contra él perdería felizmente hasta la virginidad.

—No te hagas la dura, Sina. —María me dio un codazo en las costillas—. ¿Me vas a decir que si el bombonazo hecho por Willy Wonka ese viene y se te resbala no le chuparías por lo menos la oreja?

—¡Qué asco, María!

Lo que en realidad quise decir fue «yo a él le chupo el culo si me lo pide, así lo tenga como una jungla peluda». Aunque, teniendo en cuenta cómo había limpiado el tablero, debía tener el culo como un angelito lampiño.

—En fin, sí es rarito pero yo porque ese papasito diga mi nombre con ese acento sexy suyo, finjo demencia.

Axer continuó ganando un juego tras otro, pero en su rostro no se leía el éxtasis de una victoria. Jugaba porque estaba siendo obligado a ello, ganaba porque no había alternativa, pero no se estaba divirtiendo. Para él, aquello era un castigo del cual necesitaba salir.

Luego de haber vencido sin percances a cada miembro de la clase de ajedrez, preguntó a la profesora si ya podría retirarse, a lo que esta contestó de forma negativa diciendo que le diera la oportunidad a cualquier otro estudiante de desafiar su reinado invicto en una última partida.

Sin embargo, nadie se ofreció, a pesar de que la docente hizo especial esfuerzo en animarlos a participar.

—Profesora, he cumplido mi cuota. No hay que seguir alargando esto si es evidente que nadie más está dispuesto a...

—Yo sí.

No tengo ni puta idea de por qué hice eso.

No se me alteren, que la continuación de este capítulo la subiré mañana y me van a AMAR. De nada.

Comenten si están ansiosooooos.

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