PREFACIO
Poison
Se vendió a los catorce para salvar a su hermana gemela.
Mató por primera vez a los quince, y cambió la fe por el veneno.
Amó, con la imperfecta pasión de dos personas dañadas que deciden marchitarse juntos, que prefieren disfrutar de cómo se fractura cada hoja seca a sentarse a lamentar cómo el viento se lleva sus restos. Y eso, el último sentimiento que le quedaba, lo convirtieron en el protagonista de sus traumas.
Tuvo un único amigo en el tanque de tiburones que era su hogar, y lo terminó traicionando.
Y ellos la terminaron de destruir como venganza.
Pero solo rompieron el frasco, ahora el veneno estaba suelto, solo que derramándose con lentitud.
Poison se aplicaba la base de maquillaje creando una cobertura prolija desde su frente hasta las clavículas, cubriendo cicatrices y tatuajes por igual. Era varios tonos más clara que su piel morena, y así debía ser: fiel al personaje.
La peluca rubia sobre su cabeza era de cabello corto con rizos al estilo de los años 50, con una profunda onda en el flequillo que le daba un aire de dama distinguida de Hollywood, y un prendedor a un lado, cargado de pedrería.
Sus manos enguantadas, su ropa negra cubriendo todo su cuerpo a excepción de un ligero escote. Tenía una pequeña navaja oculta en uno de los broches de la peluca, con su cabello todo recogido a un lado no se notaría nada; y una daga más larga bajo la manga.
Era una perfecta mentira ambulante.
Detrás de ella entraba un joven cínico y petulante que no le caía bien a nadie, y que a la vez nadie podía odiar del todo. Con la boca llena de una cucharada de yogurt con cereal de colores, miró a Poison de arriba a abajo. Ni siquiera se mostró interesado en el disfraz, simplemente dijo:
—Se acabó el confley.
—Ese no es mi maldito problema, Aaron —cortó ella—. Compra más.
—Soy un Jesper, no puedo andar por la vida comprando mis propios confleys, la gente me perdería respeto. ¿Lo imaginas? Ya puedo imaginar la mitad de los titulares con el encabezado «Joven magnate y genio indiscutiblemente sexy compra sus propios confleys, ¿ese es tu ídolo?».
Poison dejó la brocha con la que difuminaba su base y se volvió hacia Aaron, entendiendo que al muchacho no le bastaba con su mirada de «no me importa una mierda» a través del espejo del aparador.
—Aaron, bebé, a nadie le importa tu vida o lo que haces con ella. Les importa tu padre y el club, no quién te prepara el jodido desayuno. Y no eres el ídolo de absolutamente nadie.
—Tenemos un conflicto de opiniones bastante claro aquí, mentirosita.
—Y otra cosa: no eres un genio. Solo parece que tu masoquismo es tan jodidamente infinito que disfrutas de masacrar tu cerebro con cálculos que a nadie en la jodida tierra le interesa. ¿O has ido alguna vez a un supermercado y pedido que te den «la raíz cúbica» de un paquete de cereal?
—¿Cómo que no es útil? Una vez le mandé a una chica de la organización de estudios avanzados un ramo de rosas, en la tarjeta no había firma sino una integral compuesta. El resultado era mi número de teléfono.
Poison, muy a su pesar, sí se interesó por cómo acababa esa historia.
—¿Y lo resolvió? —indagó ella.
—Quiero creer que no. Era alguien de medicina, así que tiene sentido que no supiera resolverlo. La alternativa es que no quiso llamarme, lo cual es inaceptable. Pero su amiga sí me llamó, eh, me dijo que le parecía un chico «brillante e innovador».
—Aaron, esa chica te llamó porque escuchó de tu reputación, no porque seas nada parecido a «brillante e innovador». No te engañes.
—Dijo la reina de los engaños.
Ella se encogió de hombros y volvió al espejo.
—Cree lo que te haga feliz, cielito —acotó ella con una sonrisa de dulzura teatral—. Yo tengo cosas más importantes que hacer que bajarte el ego.
—Como comerte mi confley y luego no querer reponerlo.
El mango de la brocha de maquillaje resonó fuerte contra la madera del aparador al Poison bajar las manos exasperada.
—No he tocado tu maldito cereal —escupió ella con escasa paciencia—, y no abuses de nuestra amistad. No voy a hacer tu mercado.
—¿Amistad? —se burló el pálido intruso en la habitación. Él terminó de adentrarse y se dejó caer en un puff mientras, muy concentrado, pasaba su dedo dentro del vaso en su mano para limpiar el exceso de Yogurt.
—Somos amigos, ¿no? —preguntó Poison sin mucho interés mientras escogía el tono correcto de lápiz labial entre su arsenal de maquillaje profesional para esos casos.
—Soy tu esclavo, tu marioneta, el joven inocente al que manipulas porque es el único idiota que es demasiado holgazán para traicionarte. Hasta podría decirse que soy tu patrocinador, porque no tienes ni donde caerte muerta. Pero tú no me consideras tu amigo, no me mientas tan feo, ¿dónde quedó eso de respeto mutuo?
—Pues no pareces muy molesto al respecto.
Aaron sonrió de oreja a oreja, una sonrisa inquietante a la que ni el veneno de Poison se acostumbraba.
—Nunca dije que me molestara —acotó él.
Entonces ella había terminado de aplicarse el labial, dejando su boca impregnada de rojo, más vibrante que el vino que solía usar, inclinado más al tono de una fresa.
—Estoy lista —declaró mientras limpiaba con su meñique los bordes de su reciente obra.
—Te ves horrible, odio las rubias. Además, el color aceituna de tus ojos te delata.
—Por eso usaré lentes de sol.
—¿Y por qué no de contacto?
—Quiero que me reconozca cuando me los quite.
—Ya me imagino esa cogida de reconocimiento...
—Aaron —Poison se giró, tangente en el reproche con el que enfrentó al vampirito—, respétame. No me voy a coger al maldito.
Para sorpresa de ella, él reaccionó de una manera muy tranquila, confiada. Metió una mano en su bolsillo y escarbó hasta dar con un billete de cien dólares. Se levantó con el mismo aire de serena seguridad, y se acercó hasta que tuvo a Poison lo suficientemente cerca para introducir parte del billete en su sostén a través de su escote.
—¿Qué mierda? —inquirió ella, sacándose el billete.
—Esa es mi apuesta.
—No dije que quisiera apostar.
—No hace falta. Tú tómalos. Y devuélvemelos cuando llegues y reconozcas que perdiste.
Poison quería decirle muchas cosas a Aaron en ese momento, pero las comprimió todas en el gesto de su dedo medio extendido hacia él.
Pero no rechazó los 100$, los acomodó mejor dentro de su escote.
La molestia pálida y ambulante no había dejado de mirarla en ningún momento con una expresión extraña. Al final, se decidió por poner en palabras sus pensamientos.
—¿Sabes qué estaba pensando...?
—¿Tú piensas? —ironizó ella.
—No mucho, prefiero... dejarme llevar. No como otras, que piensas todo una vez, y otra, y otra, y otra, y así por horas, días y meses y luego, cuando llegan a un consenso con su cerebro, deciden replantearse todo de nuevo. ¿No te ladilla?
—Tú me ladillas. Pensar todo mil veces es lo que me mantiene con vida.
—Y lo que te impide disfrutarla, también. ¿No has pensado en renunciar a todo esto y aprovechar tu nueva libertad para disfrutar el tiempo con tu hermana y...?
Aaron ni siquiera terminó su sugerencia al ver los ojos de Poison cómo lo amenazaban con degollarlo si seguía por ese camino.
—¿Por qué Dain te dejaría ir? —acabó por manifestar él—. Quiero decir, no es imbécil, el tipo dirige Dengus desde hace años. Debe saber que irás por él.
—No me dejó ir Dain, ni siquiera me dio la cara el muy maldito. Fue la puta de su esposa.
Por la cara puso Aaron, Poison casi no aguantó las ganas de reír. Tuvo que poner su mano apenas frente a sus labios para cubrirlos sin mancharse, solo para disimular en vano la burla, pues sus ojos la traicionaban.
—¿No tengo derecho a odiarla? —espetó él, ofendido.
—Eres un llorón, cielo. Hay peores tragedias que descubrir que tu novia súper religiosa y virginal de hecho no es ni súper religiosa ni virgen, ni tu novia.
—Olvidas el pequeño detalle de que fue mi primera y única novia. Tuvimos cuatro años de relación, no fueron dos meses de aventura. Y se acercó a mí solo para mantener a mi padre vigilado para Dain.
—Y... Tu le fuiste infiel con todo lo que se movía y respiraba.
—Nunca le fui infiel a Aysel. Excepto aquella vez... —Aaron se llevó la mano a su nuca, jugueteando distraído con su cabello mientras hacía memoria—. Y tal vez la otra... Aunque eso no cuenta. ¿Eso cuenta?
—No tengo ni puta idea de qué hablas, pero da igual. Le fuiste infiel conmigo, y creías que yo era su prima. No eras precisamente un novio ejemplar.
—Pero fui su novio, al menos. Ella estaba casada con el líder de Dengus, maldita sea. Prácticamente era la jefa de mi padre.
—Es, y está.
—Hasta que la mates.
—Oh, no, no la pienso matar. —Al decir esto, una sonrisa leve rozó los labios de Poison. Era sutil, pero tan clara y honesta en sus intenciones que podía infundir pavor—. Esa maldita puta hizo que me revivieran solo para reírse en mi maldita cara y restregarme todo su maldito plan y contarme cómo mi vida era miserable e inservible gracias a ella y su cochino marido. La muerte sería un privilegio para ella.
—Exacto. Por eso sigo sin entenderlo. Ella hizo todo eso... Y luego te dejó ir, así, sin más.
—Ya me destruyó, ahora quiere que viva mi miseria. Tú lo has dicho: hasta ayer no tenía ni dónde caer muerta. ¿Cómo puede alguien pensar que voy a conseguir lo que sea contra la mujer del hombre más peligroso de al menos tres continentes?
Aaron negó con la cabeza, todavía escéptico, y se cruzó de brazos.
—Sigue siendo estúpido. Robas desde los catorce, matas desde los quince, secuestras y timas como profesional desde los dieciséis. Haz derrocado imperios, masacrado militares, doblegado magnates, asesinado a los intocables...
—Todo a nombre de Dain, con mi equipo y armamento de Dengus. Siempre en sus misiones. Siempre patrocinada por él. O eso cree Aysel. Me quitó todo eso, y cree que ahora soy inútil.
—Pero Dain te conoce. ¿Por qué no la advirtió?
«Porque Dain no es la mente detrás de todo esto», pensó Poison. «Porque, por algún motivo, él no detiene a su esposa, pero tampoco la está ayudando. No como podría hacerlo».
Pero Poison no iba a decir eso. No lo diría porque implicaba dar la impresión de que todavía guardaba un resquicio de fe en la amistad que algún día tuvieron ella y Dain. Y no era cierto. Dain tendría otros motivos para mantenerse al margen, pero a Poison no le interesaba descubrirlos. Él caería también.
—No lo sé. Nunca entendí a ese tipo —respondió ella para zanjar el tema.
—Deberías empezar a intentar entenderlo antes de lanzarte a su cuello.
—¿Algo más, señor «brillante e innovador»? ¿O ya te cansaste de cuestionar mi maldito trabajo?
—Este ya no es tu trabajo, es tu hobby.
Poison lo tomó como un halago y reaccionó con una sonrisa de Óscar.
—¿Ves? Hasta sonríes precioso cuando no estás siendo una loca de mierda.
—Dijo el loco de mierda mayor.
—No te juzgaba, solo señalaba un hecho y... Mierda, de verdad necesito ese confley. ¿Me esperas hasta que lo compre?
—Sí, claro, y trae de una vez la pala. Para enterrarte, por inservible.
—Se te agradece no enterrarme vivo, ya sabes, por eso de que no puedo dormir. Me ladillaría.
—¿Es eso un reto?
—¿No te parece irónico que yo sea el vampiro pero tú eres quien volvió de la muerte?
Poison se llevó la mano al pecho fingiendo estar horrorizada.
—Mierda, ¿cómo es posible? Debería hacerte el favor de matarte.
—Ah, no. No son tus brazos los que quiero que sean responsables de mi deceso.
Ella puso los ojos en blanco en respuesta, entendiendo la referencia demasiado claro.
—Supera al ruso de una vez, estás perdiendo tu promiscuidad por alguien que claramente ni te topa.
—¿Cómo que no? Seguro no me saca de su cabeza.
—Tú mejor que nadie sabes que ese niño está loco por su rata de laboratorio.
—Gato, Gabriela, el chiste no tiene gracia si no le dices gato. Y te equivocas con eso. Parece que estás muy desactualizada con la historia porque él ya sabe lo que ella hizo, y después de eso con lo único que debe fantasear él es con abrir la caja y encontrar su cadáver.
Traer ese tema a colación hizo que Poison recordara todos los detalles que Aaron le había contado al respecto del plan de Sinaí contra el supuesto amor de su vida y presuntamente intocable Frey.
—No entiendo cómo dices que es tan listo —comentó ella con los brazos cruzados y la mirada perdida en sus pensamientos—, a mí me parece alguien estúpidamente estúpido.
—Es sensualmente inteligente, no lo subestimes. Yo le haría muchos bebés a su cerebro si no me dieran asco los bebés.
—No me parece muy inteligente de su parte ceder todo por su mascota. La tipa apenas se graduó de bachiller y lo engañó como a un niño. Le quitó hasta las ganas de estar vivo. A ese es el cerebro al que yo le haría los bebés.
Aaron se encogió de hombros.
—No sé, yo creo que él solo hizo lo que todos hemos hecho estúpidamente alguna vez.
—¿Coger más de tres veces con una misma persona?
—Confiar.
Poison se mordió el labio. La puñalada le dolió, y Aaron lo sabía. Prefería que la llamara maldita a que le recordara las veces en que no lo fue y perdió todo.
—Como sea —insistió ella—. Tu ruso no pensó absolutamente nada. Si se hubiese detenido a hacerlo, me habría investigado, y al investigarme entendería que soy patológicamente paranoica. ¿Cómo pudo creer de mí que iba a meterme con la familia más poderosa, a la que Dengus y los Jesper le lamen el culo, con un plan que luego me dejaría expuesta para que me masacraran? Yo no juego con fuego y no por miedo a quemarme, por precaución a que a otro le dé tiempo de apagarlo. Soy más de lanzar bombas y quedarme a ver los escombros de quienes no lo vieron venir. Ese fue el segundo error de tu marido imaginario: no darse cuenta de que pudo acabarlo todo con una llamada. Si su padre se hubiese enterado...
—Él no iba a hacerlo. Ni loco. La vida de ella estaba en juego. Sinaí es una puta loca o una maldita genia, tal vez ambas, pero el punto es: ella lo sabía, lo conoce demasiado bien. Él pudo haber apostado, y ganado. O pudo apostar, y perderla a ella. Para él nada valía el riesgo.
—Qué asco me dan.
—Tú lo habrías hecho.
—¿Por Bastian? —Poison se carcajeó—. Jamás. Habría hablado con Dain al segundo de recibir la amenaza, y si lo mataban antes, pues mala suerte. Pero no me dejaría manejar de esa forma.
—No, no por Bastian.
Poison no solo sabía a quién se refería, sino que sabía que tenía razón. Por eso hizo caso omiso a su acotación.
—Entonces los tórtolos ya no se hablan...
—Peor que eso. Se hablan, tienen que. Él depende literalmente de ella. Pero la odia. La mataría si pudiera.
—¿Y crees que eso te da una oportunidad de terminar lo que empezaron en ese hotel en Mérida?
—Siempre he tenido oportunidad —respondió él, ofendido.
—¿En serio? Porque lo que yo sé es que en su último encuentro te dio un puñetazo.
—Exacto —respondió Aaron sonriente.
Poison negó con la cabeza y ni siquiera se molestó en intentar analizar qué coño tenía en la cabeza el joven vampiro. Hacía mucho que había dejado de intentarlo.
Decidió que la conversación ya había llegado a su fin, llegó la hora de su cita.
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Nota: la otra parte de este prefacio será el capítulo 0 y lo subiré hoy mismo, en unas cinco horas. Por favor no se olviden de comentar sus reacciones en los párrafos y decirme qué les pareció esto, la aparición de estos personajes, qué teorías tienen, todo.
Y no se preocupen que todo esto tiene relación con Nerd, más de la que parece.
Si en este capítulo y el siguiente dejan muchos comentarios les subo el capítulo 1 antes.
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