40: Misión gambito
Imagen hecha por personajes_imagenes en Instagram, así que este capítulo es para esa personita ♡
Aaron Ibrahim Jesper,
antes del gambito:
En la suite roja de Parafilia, donde las vistas daban una visión casi panorámica a la lujosa población de magnates residentes de Terrazas, un joven con vampirismo inducido y la mujer más buscada por Dengus, descansaban plácidamente la desnudez de sus cuerpos en un lujoso sofá carmesí.
—Aysel, me duele la verga, déjame respirar por lo menos. Si no como algo te juro que en el siguiente round te voy a eyacular sangre.
Aaron se levantó con síntomas de estar sofocado, y se lanzó hacia la mesita de noche donde estaban las botellas de agua que habían pedido a la recepción.
La bebió de un solo trago; el líquido chorreaba a los lados de su boca limpiando el rastro de sangre seca y a la vez que mojaba su torso desnudo y sudado.
—Pensé que nos gustaba la sangre —comentó con inocencia Aysel Mortem, mientras buscaba la bata de baño y cubría su cuerpo con esta.
—No cuando me sale del canal urinario.
Aaron tomó la segunda botella de agua y la vació con el mismo ímpetu. Una vez saciado, la arrojó al suelo con total desconsideración al inanimado objeto.
—Cinco dólares por botella de agua —se quejó—. ¿Puedes creerlo?
—Eres un pésimo rico —acotó Aysel mientras se sentaba en la mesita contra la que Aaron se había arrodillado. Cruzó sus piernas desnudas ahí, tentando al vampiro con la visión de estas—. Te quejas del precio del agua de tu propio imperio.
—Me quejo porque ahora sé cuánto vale. Mi padre me canceló los fondos desde que se enteró que estás aquí conmigo. Debo pagar todo lo que consumamos, usemos o dañemos.
—¿Por qué lo haces, entonces? Búscate una que no te acarree tantos gastos.
El puchero con el que Aysel acompañó sus palabras hizo que los ojos de Aaron se blanquearan y sus labios se debatieran en duelo contra una sonrisa. Tomó el rostro de la maliciosa, flanqueado por ese húmedo cabello de tan intenso rojo, y lo ladeó para hacerse espacio hasta su cuello, donde depositó un modesto beso que amenazaba con dejar el turno a los colmillos.
—Eres una puta insaciable, nena, ¿cómo podías estar con Dain?
—No estando con él.
—Ya me imagino tu arsenal de juguetes.
Ella le puso una mano en su pecho, casi resbaló por todo el líquido de encima, y los fluidos que estaban antes, pero pudo apartarlo lo suficiente para que él notara el regaño en sus ojos que simulaban santidad.
—Tienes la mente hecha un asco. Lo sabes, ¿no? Parece que solo piensas en cosas sexuales.
—Pero... ¡¿Ya estabas así de loca cuando salíamos?! Lo dice la que en una tarde me exprimió seis veces. ¡Seis!
—No estaba así de loca, tú me lo contagiaste. ¿Y cómo te puedes quejar de las seis veces de hoy? Dijiste que te debía mucho.
—Y tú tan obediente, ¿no? —ironizó él—. También te dije que dejaras a Dain.
Ella se encogió de hombros.
—Y aquí estoy.
—Me refiero a dejar de «dejar», no a dejar un rato mientras te aprovechas de mi nobleza.
—Va. Llamo a Dain y le digo que se acabó, que me quedo contigo porque tengo putos veintiocho años y no estoy muerta, así que escojo estar con el vampiro que me vuelve poco racional. ¿Y qué con lo que viene después? ¿Cómo enfrentas eso?
Aaron se alejó de Aysel con el ceño fruncido. Tomó tanta distancia como para ser capaz de procesar sus palabras sin que estuvieran sugestionadas por el efecto de su piel.
—¿Sí estamos teniendo esta conversación? —se cercioró.
—Claro, tú la empezaste.
—Aysel, ¿considerarías dejarlo en serio? ¿Qué con eso de que es tu familia?
—Esa no es la pregunta que debes hacerte, sino, de dejar a Dain, ¿de verdad me quedaría contigo?
—Por supuesto que te quedarías conmigo, nena.
La risa que salió de él fue obvia, confiada, rayando en lo arrogante.
—No puedes ni tenerme en tu suite sin que te corten hasta los suministros de agua, Aaron.
—Eso es un castigo patético, ignóralo. Soy heredero de un puto imperio, y no solo el club sexual, sino todo el clan vampírico que le juró su lealtad y servicio al linaje Jesper. Además soy carismático, no te quiero asesinar cuando ves Violeta a todo volumen, finjo que tolero tu fanatismo y evito burlarme mucho; te cojo como nadie, te ríes conmigo, no te denuncio por tu maltrato físico y es que encima estoy pudriéndome en atractivo físico y no envejezco. ¿A quién carajo quieres engañar diciendo que lo pensarías? Te mueres por ser la emperatriz de mi reino de perversión desde hace mucho.
—Y te faltó agregar que tienes una humildad inigualable... —Aysel se levantó de la mesita y caminó hasta Aaron, sus manos buscando el cabello del vampiro para desordenarlo todavía más—. ¿Cómo funcionaría algo entre nosotros?
—No funcionaría. Ese es precisamente el motivo por el que vale la pena. Sino, solo mírate a ti y Dain, funcionan perfectamente, y ese es el motivo por el que estás aquí chupándome la verga cada cinco putos minutos.
—Me haces sentir como una puta, Ibrahim.
Aaron la tomó por la cintura, sus labios tentando los de ella, su sonrisa burlándose de sus palabras.
—Eres una puta, Aysel. Y puedes ser mi puta si eso quieres.
—Aaron... —dijo ella en un jadeo por cómo él empezó a trazar círculos con su lengua en el cuello de Aysel—. Luego dices que yo empiezo.
—Yo no me estaba quejando —dijo él con una sonrisa sobre su cuello.
—Mentiroso de mierda, estabas a punto de denunciarme.
Aaron se separó.
—Entonces... Volviendo al tema de tu marido.
—No me preocupa tu seguridad, no te voy a mentir, y sospecho que a ti te preocupa menos. Pero debo recordarte que Dain Mortem es el líder de una brigada criminal con una tecnología del demonio y una fuerza formada por tiburones letales que prefieren morir antes que perder una misión.
—¿Y qué hago? ¿Lo aplaudo?
—No le va gustar perder a su mujer. Está obsesionado conmigo desde el primer momento en que me vio. Y a estas alturas me ama más que a... Cualquier cosa menos su estúpido trabajo.
—Ajá, ¿y?
—No quieres una guerra con Dengus. No puedes ganarla.
—¿Y si hubiera una forma?
—¿De que te corten la cabeza?
—De ganar, pendeja. ¿Me dejarías declarar esa guerra?
—¿Tanto te gusto?
—Tú eres mía, Aysel. Tu racionalidad dudosa y la mía se complementan, acéptalo.
—¿Te gusto o no?
—¿Cuándo fue la última vez que él te lo dijo que estás tan desesperada por escucharlo de mí?
Ella lo miró con rabia, sus ojos ardiendo de impotencia ante la sonrisa burlona del vampiro.
—Ese matrimonio es tu cárcel. Yo no soy un héroe, pero puedo ser tu infierno. Te prometo que mis llamas se sienten mejor que las cadenas.
Aysel desvío el rostro y optó por no decir una palabra.
—Me gustas —dijo él seriamente—. Me siento un niño al admitirlo. Tú estás casada, es estúpido que me gustes. Yo asesino todos los años en la fecha del Diezmo pero siento que tú me sacas una vida en ventaja. Pero sí, me gustas. Toda tú. Eres mi chica.
Aysel se acercó a él y lo besó.
—Sí eres un nene —le dijo besándolo lentamente—. Cómo me encantas...
Entonces se separó de él.
—Pero no puedes ganar esa guerra. Lo que te ganarás será una bala en el culo.
—Mira, loca de mierda, yo parezco imbécil, pero no lo soy. Me gradué de físico en la OESG, y no, no es un título que entreguen por el «físico» del estudiante, If you know what I mean. Y tengo contactos. Mis mejores clientes son políticos, duques y magnates. Mientras tú delegas todo en tu perrito griego, yo hago las cosas por mi cuenta. Entonces, si te digo que puede haber una posibilidad no te estoy hablando de un hada madrina. ¿Sí entiendes?
—No solo estoy casada, Aaron.
—¿Y ahora qué mierda?
Aysel se mordió el labio, dubitativa, y Aaron supo lo que estaba por ocurrir: descubriría al fin el secreto con el que Dain mantenía amarrada a Aysel a su lado.
—Hay un motivo más por el que no puedo dejar a Dain. Algo con más peso que mi vida.
Aaron asintió, serio por primera vez en su vida.
—Te escucho.
~☆•♧•☆~
Presente.
El teléfono de Dominik sonó una sola vez antes de que saltara a responder. Esos días, estaba especialmente atento a cualquier llamada, a cualquier indicio.
Era Azrel.
Extraño, ya que lo llamaba de su número personal. Tenían prohibido contactarse para hablar de la misión gambito, o de cualquier evento que pudiera vincularlos con esta mientras Dom siguiera siendo el principal sospechoso.
—¿Sí?
Fue práctico, directo a atacar la duda con respecto al motivo de la llamada. Sin saludos, sin bromas, sin rodeos.
—¿Estás bien? —fue la pregunta del griego.
—No —contestó Dom.
¿Por qué mentirle? Se conocían perfectamente el uno al otro.
—He puesto volantes por todos lados, pero no hay noticias —declaró Azrel.
—Lo sé —contestó Dom simplemente.
La llamada, aunque de pocas palabras, la condujo en ruso. Cuando su cerebro se sobrecargaba, se volvía perezoso, renunciaba a cualquier esfuerzo, o a la práctica de cualquier otra lengua, y procedía a pensar en su idioma natal.
—No estés triste —exigió el griego con brusquedad antes de terminar la llamada.
Dominik reconocía que, a su modo, Azrel acababa de hacer una cursilería. Pero se sentía tan ausente, incapaz de sentir en lo absoluto, que sus labios no hicieron ni el ademán de despertar de aquel letargo que les impedía convarse.
~☆•♧•☆~
A unas mesas de donde Aaron almorzaba en Parafilia, vio a una pareja que se manoseaba bajo la mesa, supuestamente ocultos del resto de espectadores.
Estaban en la zona más conservadora del club, donde no se permitían exhibiciones ni voyerismo. Aaron podía denunciarlos, echarlos e incluso excluirlos definitivamente agregando sus nombres al libro de infractores severos.
Pero la falta era leve, y los clientes de lujo.
Además, era parte de la estrategia de negocios que mantenía su pirámide intacta. Los consumidores —en especial los nuevos— llegan al club en primer lugar por algo de comer o beber, la hormona rociada en el aire les sube lívido, los vuelve menos racionales, como bestias en su etapa más primitiva; los encargados se hacen los ciegos con casos leves en que los clientes se estimulan, para alentarles a que la excitación suba y compren un paquete para una experiencia superior y por ende mucho más costosa, lo que se resume en ganancias para la empresa.
Con los altos precios del club, no es como si cualquiera pudiera costearse una hora en él. Angela Markovic era miembro de la antigua aristocracia rusa, heredera adinerada que no dudaba en despilfarrar su dinero asistiendo al club, conociendo magnates con los que salía por algunos meses y pasando luego de la ruptura más a la zona de orgías para manejar el despecho.
Aaron suspiró con ternura y siguió comiendo su filete. Le daban pena todas esas personas en busca de experiencias sexuales grotescas, o de complacer sus fantasías a la vez que desarrollan otras nuevas.
Le parecían desencaminados, faltos de estabilidad y devoción, la devoción que él sentía entonces por la única mujer con la que quería ser promiscuo por el resto de su vida.
Ojalá ellos conocieran una Aysel algún día.
Uno de sus hombres le anunció una visita inesperada, así que Aaron se levantó sin necesidad de pagar ninguna cuenta y se condujo hacia la salida.
—Azrel —saludó Aaron—. Qué grata sorpresa.
—Grata y una mierda. Poison quiere venir.
—Pues, que venga, ¿no?
Azrel parecía contenerse muy a duras penas, podían trazarse con fidelidad las venas de sus brazos por la tensión en estos.
—¿Y que duerma dónde, Drácula? ¿A un lado de Aysel, o en medio de ustedes dos?
Aaron bufó con tranquilidad.
—Por eso no tendrá que preocuparse ni ella ni tú ni yo mismo, de hecho. A Aysel me la cogí un par de veces y la mandé con su marido.
—Marido que sigue buscándola por cielo y tierra.
Aaron se encogió de hombros ante la acusación.
—No le puse un GPS, Azrel, no soy su niñera.
Por algún motivo, ese fue el colmo para el griego. Tomó por el cuello a Aaron con tanta fuerza que lo empujó hasta estamparlo contra la pared junto a la entrada.
—No estoy para tus bromas hoy, zancudo de puta mierda. Hoy no, Aaron. Basta del Aaron imbécil, quiero hablar con el del doctorado, el que maquina por aburrimiento, el que se ha metido con las personas equivocadas.
—¿De qué hablas ahora? ¿Qué salió mal en el plan?
—Te ha valido mucha mierda traicionar a tu amiga acostándote con la mujer que más odia; no te importó siquiera su sufrimiento y traumas vigentes, eso que parece que solo te ha confesado a ti entre todas las personas del mundo. Eso es entre tú y ella, de acuerdo, pero cuando decides joder a mi puta familia...
La carcajada que surgió de Aaron acabó ahogada en una tos por la presión de los dedos de Azrel.
—No sé qué fumas —dijo Aaron—, ni familia qué joder tienes salvo la que ya jodes tú mismo.
Azrel despegó a Aaron de la pared solo para volver a estrellarlo con tanta fuerza, que al soltarlo cayó mareado al piso entre toses y jadeos. Se agarraba el cuello dolorido, y sus ojos miraban al desequilibrado que lo maltrataba a las puertas de su propio imperio.
—¿Qué intentas, Azrel? —preguntó escupiendo al suelo—. ¿Estás tan cagado por no haber alcanzado a salvar a Vannesa que buscas un chivo expiatorio para que Poison se desquite?
—Te lo voy a preguntar una sola vez: ¿Dónde está Lesath?
Aaron pudo haber actuado sorprendido, incluso ofendido, y Azrel se habría moderado. Pero decidió reírse.
Azrel lo tomó de la camisa y lo alzó solo para partirle el tabique de un puñetazo.
Mientras Aaron detenía la hemorragia con ambas manos, con toda la parte inferior de su rostro hasta el cuello manchada de carmesí, Azrel dijo:
—Dime dónde, y todo esto se olvida.
—Vete al infierno. No sé dónde está el maldito perro.
—Entonces es una coincidencia que te acuestes literalmente con el enemigo al que intentamos derrivar con esta misión, unos días después aparezcas de la nada en la mansión Frey haciendo uso de los pasadizos, e inmediatamente después no se vuelve a saber nada de Lesath. Eres la única variable en la escena.
—Y Sinaí, que también estuvo ese día en la mansión —bromeó el vampiro escupiendo sangre.
—¿Eres capaz de vender a la única otra amiga que te queda? ¿Por qué haces esto?
—Lárgate, Azrel. Que Poison venga si le da la maldita gana.
—Tu rostro, del que tanto te sueles vanagloriar, va a necesitar cirugía, e incluso así es posible que no vuelva a verse como antes... ¿Eso te parece un castigo? Imagínate lo que te hará ella cuando lo sepa, Aaron, cuando le diga que te has estado viendo con Aysel... Creo que no le tienes el suficiente miedo.
—Soy su amigo, no tengo que temerle. Y además, inocente de lo que se me acusa.
Azrel agarró la camisa de Aaron y lo miró muy de cerca.
—Yo sí le temo, porque no soy imbécil. Y no quiero tener que decirle esto, Aaron, va a matarme cuando se entere que no dejé ni tu cadáver para que pueda vengarse ella misma. Tienes hasta mañana para que Lesath aparezca. Solo regresa el perro, y nos olvidamos de esto.
~~~
Nota:
Bueno... Ahora sí se prendió esta mierda.
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