38: La persona en la vida del otro
De nuevo optamos por el Corvette. Y no digo «optamos» a la ligera. Esta vez, Axer me dio una vuelta por el concesionario y me permitió escoger el auto de mi preferencia para esta travesía desconocida.
Obviamente no me iba a poner exquisita a escoger el carro que me diera la gana, escogí el mismo de la última salida por modestia, y por no joder.
Una vez estamos en el auto, hago la pregunta del millón:
—¿A dónde vamos?
—Vamos a escoger un lugar para que trabajes con respecto a la editorial.
—¿Qué? ¿Hoy?
—En este instante, Nazareth. Si te gusta, claro está. Tengo uno en mente.
—Y... ¿está muy lejos?
¿Qué más podría haber preguntado? Axer se está comportando extraño. Creí que esta salida imprevista era una obligación para hablarle a la prensa, o tal vez un segundo intento para conseguir el anillo. No me pasó por la mente esta extraña posibilidad.
¿Por qué Axer quiere que me busque un lugar de trabajo? En todo caso, ya lo haría yo sola luego, no en medio de esta caótica adversidad.
—Ya lo verás —responde.
Estacionamos frente a un edificio de dos plantas. Un agente inmobiliario nos recibe, nos da un rápido paseo por los cubículos de la planta baja y de inmediato nos conduce al piso de arriba para mostrarnos el lugar.
Es como una oficina gigante, el piso como tablero de ajedrez y todo el resto del decorado en blanco. Solo hay una subdivisión aquí, separada por puertas de vidrio, que dan a una especie de sala de descanso para acceder a la oficina que abarca todo este piso. Y, por último...
Axer señala las puertas, que a la vez son ventanales, que dan hacia el balcón.
—No sabía si preferías jardín o balcón, así que pedí ver uno cuyo balcón sirva a la vez de jardín, tal vez con todo el marco tapizado de enredaderas de campánulas...
—¿Por qué campánulas? ¿Por qué no rosas?
—Son moradas. —Se encoge de hombros—. No tengo más explicación, el color me hace pensar en ti. En tu cabello.
¿Por qué una estupidez como esta me sonroja?
Dios, parece que llevo tres días de enamorada. Me falta práctica.
—Me parece que tendrías que considerarlo —dice al verme pasar los dedos por lo que sería mi escritorio. Tal vez me veo más ilusionada de lo que pretendía—. No tiene que ser de un día para el otro, pero es mejor que vayas trayendo a tu personal para acá, donde puedan tener reuniones presenciales al menos una vez al mes.
—Me está funcionando todo bien como lo he llevado hasta ahora.
—Sí, pero es mejor mandar en persona, ¿no? Además, necesitas un lugar que te sepa a casa, un espacio para exponer tus libros, acuerdos cerrados y otros logros importantes.
Se acerca hasta donde yo estoy, sus dedos acercándose a los míos como si quisiera dibujar alguna imagen sobre el escritorio.
—Nazareth.
Cuando pronuncia mi segundo nombre, es como si fuera el único. He tenido varios, he adoptado otros, pero ese siempre será mi favorito, porque es solo para él.
Lo miro, y él está tan serio, tan apasionado en esta sugerencia.
—No puedes negar el poderío de avanzar con sus tacones por este lugar, que a los editores les congelen el miedo al ver llegar su jefa; imagina poner las manos en un escritorio físico con imponencia, cerrar tus puertas con autoridad, tener una asistente corriendo detrás dándote resúmenes, una oficina propia como un imperio con trono, teléfonos sonando, maquetas físicas que puedas supervisar sin esperar envíos...
Yo me volteo, mis manos en el escritorio provisional, mi cuerpo recostado de este pero con los ojos en Axer.
—Parece saber demasiado sobre mi trabajo, señor Frey. ¿Es fan de la editorial?
Él no pretende disimular cómo está al borde de una sonrisa.
¿Y este Axer, qué? Parece que me coquetea. De hecho, mira mis piernas más allá de la falda como si... Será mejor que no piense en eso.
—Nunca te he hablado de la editorial desde que llegué de España. ¿No será que...? Ah. —Asiento—. Hackeaste mi teléfono.
—Intervine un par de llamadas, nada grave. Y solo laborales. No me interesé en tu vida privada.
Abro la boca asombrada, pero no digo nada. Ya hasta parece natural su agresión a mi privacidad mientras estuvimos separados. ¿Qué voy a decir? ¿Que me ofende? Por los clavos de Cristo, no soy tan hipócrita, yo te le tenía un altar a su ropa íntima.
Lo miro. Él sigue con el filo de su mirada rozando mis piernas, yo las cruzo para contribuir a su imaginación.
Entonces se relame, sin él mismo ser consciente, y, Dios, en serio agradezco haber cruzado las piernas.
—Vámonos —dice, como volviendo en sí—. Creo que no hay nada más que discutir. Hoy mismo pago el depósito. Luego discutiremos la decoración y a partir de ahí vamos avanzando.
Salgo de mi estupor muy de golpe, mareada por el cambio en la atmósfera.
—No tienes que pagar nada —le aseguro—, es mi negocio.
—Considéralo mi regalo de compromiso.
—Pero, Axer... No tienes que darme un regalo de compromiso.
—Lo sé.
Entonces muerdo mi labio, y lo miro directo a los ojos. Está tan tenso como yo. Es como un depredador enjaulado, y yo la más masoquista de las presas. No sé si esta parte de ser secuestrada ya es el síndrome de Estocolmo, pero mi cuerpo no pide liberación, pide sentarlo en el escritorio y subirme a él.
Si no respira en los próximos treinta segundos, tomaré su silencio y lucha mental como un consentimiento para lanzarme a su boca y comerla.
Un carraspeo nos interrumpe.
¿Qué dejaría ver nuestras miradas y posiciones, como para que el agente inmobiliario se anunciara casi con una disculpa por romper el momento?
—Señor Frey, ¿qué le ha parecido el lugar?
Axer está hablando con el infractor a nuestra tensión, que resulta no ser el agente, sino su asistente. Estoy arreglando mi cabello, temerosa de que este calor repentino lo haya arruinado, y entonces alzo la vista.
Ese hombre... Es joven, como de mi edad. Su rostro y características físicas me arrastran a mi pasado, a mi época de estudiante cuando un día tranquila iba saliendo de mis clases y alguien muy parecido a él, junto a sus amigos, decidió hacer de mi tarde un infierno.
El olor a orina invade mi entorno, y tengo que recordarme que no es real, que él no está aquí. Que se ha suicidado, que los Frey se encargaron de ello. Pero vuelvo a sentir el líquido caliente chorrear por debajo de mi cabello.
Llevo las manos a mi nuca, y lo confirmo. Es sudor, me repito, pero no puedo no recordar cómo una vez no lo fue, cómo Julio y sus amigos me pateaban y se reían de mí, luego de haberme bañado del contenido de su vejiga.
Estoy de rodillas, temblando. Justo como en aquel momento. Y me veo las manos, porque necesito recordar que son otras, que la piel de la Sinaí que fue humillada ya no me pertenece. Pero las lágrimas no me dejan ver nada, así que hiperventilo, luchando por algo de oxígeno.
Dios mío, ¿por qué tenía que volverme patética en este momento?
Me estoy meciendo. ¿En qué parte del edificio estoy? No soy consciente, pero de pronto entiendo que no estoy sola, sino en los brazos de alguien más, unos brazos que me sostienen tan fuerte a la vez que acarician mi cabello. Mi rostro ensucia su pecho por las lágrimas, pero a él solo le importa repetirme «Shhh, está bien. Estás bien. Y yo estoy aquí».
—Hey... —Sus manos acunan mi rostro, y me siento patética. No quiero darle lástima, menos con todo lo que está pasando—. Vamos por unos helados, ¿sí?
Me río entre sus manos, y es como si mis lágrimas se disiparan, al menos lo suficiente para verlo a él. Axer Viktorovich Frey, el hombre que tiene mi vida vuelta un culo, pero un culo bonito, al menos.
—No hace falta —aseguro poniendo mis manos sobre las suyas.
Me levanto y noto que estamos solos. ¿Le habrá pedido al asistente de la inmobiliaria que se marche?
—Axer, yo en serio lamento esto. No era mi intención hacerte pasar esta vergüenza en público...
Él no me deja terminar, y no porque diga algo para interrumpirme, sino porque soy por completo incapaz de seguir hablando cuando sus brazos vienen a mí como un refugio.
No puedo creer que exista este Axer que sabe abrazar, pero amo que sea solo mío.
—Se parecía a él —murmura como confirmando mis pensamientos, tal vez para que me sienta menos desquiciada luego de mi ataque—. Es lógico que te pasen estas cosas, no tienes que avergonzarte y yo mucho menos. No repitas más que me has hecho pasar vergüenza, ¿de acuerdo?
—De acuerdo...
Creo que sigo mareada por su abrazo, ya que no digo nada más.
Me alejo de él y vuelvo a recostarme del escritorio, mis brazos cruzados y mis ojos en mis tacones.
—Sé que él está muerto, es solo que... No lo sé. Cuando me siento así, quisiera que mi mirase a la cara. Es raro, lo sé. Pero siento que no sufrió suficiente, y que no tuve oportunidad para verlo retorcerse de arrepentimiento. Ni siquiera sé si sabe que fui la responsable, aunque de forma secundaria, por su tormentosa ruina.
—Lo sabe.
—¿Cómo dices?
—Y sufrió, eso puedo jurarlo. Sufrió un infierno antes de que acabara como lo viste...
Axer mete las manos en sus bolsillos y desvía la mirada.
¿Qué no me está diciendo?
—¿Eso quieres? —Continúa—. ¿La oportunidad de que te vea a la cara y se retuerza de arrepentimiento antes de su final?
—Ni siquiera tú puedes darme eso, Axer. Tus hermanos y tú ya hicieron suficiente, y te lo agradezco.
—Pero, ¿eso te gustaría?
Por algún motivo, algo en sus ojos me hace creer que es capaz de ir al mismo infierno a buscar a Julio, pelear con mil demonios para llegar a él y revivirlo solo para que tenga la oportunidad de matarlo yo misma.
Y es entonces cuando decido que no es lo que quiero.
—De hecho, preferiría olvidar. Y ya que eso no es posible, trabajaré en sanar. Te prometí ir a terapia, ¿no?
—Bien. Entonces dejemos lo muerto, muerto.
—Vaya —sonrío—, hasta parece un comentario que haría yo.
—¿Me llamaste estúpido?
Abro mi boca indignada.
—¿Me estás llamando estúpida tú a mí?
Él ríe por bajo, y yo lo acompaño.
—Hubo un ataque en Frey’s empire —me suelta de repente. Parece que me he ganado de algún modo su explicación que tanto se ha hecho esperar—. No hay muchos detalles, ni yo mismo entiendo qué o cómo pasó. Pero sucedió. Lograron entrar, y lo peor es que todo indica que el motivo es una traición desde adentro de nuestro núcleo familiar. Una traición, o un descuido en el más optimista de los casos. Como sea, Dominik tuvo que haberlo hecho.
Ya va... ¿Dominik? Me estaba hablando de un ataque a Frey’s empire y de repente me está culpando de todo al hermano buena onda. ¿Me dormí a mitad del discurso?
—¿Por qué culpas al más huevón? —le pregunto.
—¿Qué relevancia tiene el tamaño de sus... huevos?
Dice la palabra como si temiera perder el pase al cielo por la pronunciación de tal grosería.
—No, Axer... es una expresión. —Llevo mis uñas a mi entresejo. Me siento en su lugar, cuando yo estaba hablando de diamantes en la joyería—. Es como decir "pendejo".
—¿Me estás intentando explicar un modismo con otro?
—Olvídalo, ¿sí? ¿Por qué sospechas de Dominik?
—Es el que recién llegó a la familia, y ni un año más tarde sucede el ataque. Cuatrocientos veinticinco multiplicado por novecientos treinta y dos son trescientos noventa y seis mil cien, es obvio.
—Entiendo. Esa es la manera en que Axer Frey dice "y dos más dos es cuatro".
—La idea del enunciado es hacerlo obvio, no insultante para el coeficiente intelectual del oyente.
Lo insultante es que ni se de cuenta de que me insulta al suponer como obvia la cuenta loca que sacó.
—Mejor cuéntame del ataque, ¿sí?
Luego de relatarme todo lo que sucedió en Frey’s empire, solo puedo pensar en una cosa:
—¿Por qué Dominik sigue con ustedes si están tan seguros de su culpabilidad?
—Mantén a tus enemigos cerca, y a tus enemigos encerrados en tu casa. Mi padre, y todos nosotros lo monitoreamos, por si sirve de algo. Nosotros salvo, tal vez, Vikky, que es la única que cree en su inocencia.
—¿Pero están seguros de que fue él?
—¿Quién, sino? El sistema de seguridad del archivo solo se abre ante un Frey. No queremos aceptar quién fue, pero solo intentamos engañarnos.
—Pareces bastante... frío. Tranquilo, pese a estar hablando de que tu hermano los traicionó.
—Estoy ya psicológicamente predispuesto a que cualquiera pueda dar un jaque.
Bien, mejor me alejo de esa variable del tema. Me lleva demasiado cerca de recordar mi cagada pasada.
—Es lindo saber que no soy la única presa en la mansión. Debería hacer un grupo de apoyo con Dominik, los Rehenes Anónimos.
Axer entorna los ojos, pero yo sonrío con inocencia en defensa de mi chiste.
—Entonces... ¿Todavía no saben el motivo del ataque?
—De hecho, sí. Cuando me padre me pidió reunirnos y hablar, nos contó que recibió una nota con una exigencia. Los responsables dicen haber tomado la fórmula de la Brigga, una droga de control mental infalible y muy delicada que solo Frey’s empire posee, porque es el creador. Nos piden dejar de vender la droga a Dengus, la organización criminal de mi primo Dain, de lo contrario divulgarán la fórmula, lo que claramente nos quitaría el monopolio, y significaría una pérdida inmensa.
—Mierda.
—Sí, mierda.
—Pero... Qué específico, ¿no?
—¿El interés en perjudicar Dengus?
—Sí.
Axer asiente.
—Lo es. Parecen más interesados en dañar a Dain que a Frey’s empire.
—¿Y van a ceder?
Axer arquea una ceja.
—Nunca negocies con delincuentes, Nazareth, jamás te desharás de sus exigencias.
—¿Entonces qué demonios van a hacer? Axer, seguro es cuestión de tiempo para que esos locos den un paso más lejos como prueba de que no están jugando. No quiero que les hagan daño...
—Eres una persona hermosa, aunque de dudosa cordura. —Sus palabras me toman tan desprevenida, que quedo roja y pasmada nada más escucharlas—. Mi familia te aterra y fastidia, y aún así te preocupas por ellos.
—Yo no...
—Pero no quiero, ¿de acuerdo? Me niego a que seas tú la que se preocupe por la seguridad de nadie. Además, tienes que saber que con Víktor Frey no se juega. Él no está buscando suplir las exigencias de los atacantes, busca dar con ellos, y destruirlos.
—¿Tiene alguna pista?
Es una pregunta trampa. Yo sé que hay una, lo escuché la noche del evento donde Axer me exigió matrimonio, porque eso no fue pedir.
—Algo así.
No agrega nada, por lo que entiendo que entre líneas es lo mismo que decir, que no me va a decir.
No confía en mí para eso.
—Es el motivo de que apresurara este compromiso —me explica—. Lo sabes, ¿no?
—¿Apresurar? Suena a que íbamos a casarnos de todos modos, eventualmente.
Él arquea su ceja.
—Por favor, Nazareth, somos la persona de la vida del otro. Tarde o temprano encontraríamos una jugada válida para volver a aliar nuestras piezas en el tablero.
—Pero... —No puedo asimilar lo que me está diciendo—. ¿Crees que en serio íbamos a acabar por casarnos?
—¿Tú no lo crees?
—No sé, yo...
No, no lo creo. Pero vaya, cómo lo deseaba.
—Sí, lo hice mal —reconoce con toda la valentía del mundo—. Pero estaba desesperado por cuidar de mi reina. No podía dejarla expuesta a que cualquier peón la sacara de mi tablero.
Axer se acerca a mí. Su invasión a mi espacio es la responsable de que no pueda siquiera respirar, pero sería incapaz de decirle que se vaya.
Él no me toca, pero sus manos se posan en el escritorio, una a cada lado de mí, y su cuerpo se inclina tan cerca del mío que sus labios a continuación solo tienen que susurrar las palabras para que yo las escuche.
—Nazareth, con el juego en estas condiciones, cualquiera que me mire a los ojos cuando te tengo cerca, sabría de lo que siento por ti. Siempre que no seas una Frey, no puedo protegerte, y eso te hace mi más grande debilidad, una que cualquiera aprovecharía para destruirme. Si te casas conmigo, tendrás el apellido de Víktor Frey, nadie te tocaría por miedo a lo que él pueda hacer en consecuencia. Tenía que protegerte.
—¿Es el motivo de que vayamos a casarnos? —cuestiono, aunque no me escucho hablar, mis ojos gastan toda la atención de mi cerebro al mirarle los labios a mi prometido.
—Lo es —confirma.
Llevo mi mano a su nuca, mis dedos enredándose en sus cabellos.
—No porque estemos locos y obsesionados el uno con el otro, ¿no?
—Definitivamente. Tampoco porque seamos incapaces de estar físicamente próximos y no desear... esto.
Su cuerpo termina de enterrarse entre mis piernas, su mano se desliza por mi cintura.
—Ni tiene nada que ver con que yo sea la primera persona a la que amas y deseas más allá de su cerebro —le sigo el juego, aunque apenas puedo evitar temblar.
—Y en especial, no es relevante la cantidad de hijos que fantaseas tener conmigo. No, esto es solo un acuerdo más.
—Lógico.
—Y práctico —concuerda.
—En ese caso, deberíamos poner algunas reglas, ¿no?
—Muchísimas —dice antes de lanzarse a besarme.
¿Cuándo fue la última vez que tuve sus manos reclamando mi rostro? Parece una eternidad. Enloquezco cuando su lengua atraviesa mi boca, moviéndose dentro de ella como si quisiera provocar que mi desnudez la necesite. Sus labios se mueven con vehemencia, sus manos bajan a mi trasero mientras mis piernas se enrollan en su espalda.
Por Dios, ¿qué estamos haciendo? Este propiedad no es nuestra todavía.
Mis labios profieren una maldición necesitada en cuando su rostro va a mi cuello, trazando círculos con su lengua sobre mi piel para hechizarla. Y es tan efectivo, que de inmediato mi ropa íntima sufre las consecuencias empapándose.
Su teléfono suena, y nos separamos como si hubiésemos sido descubiertos desnudos. Mis labios sobre mi boca, su pecho bajando y subiendo con ira.
Y su cabello... ¿Yo lo dejé así de despeinado? Verga, Sinaí, guárdate esa cuka para cuando estén solos, que el muchacho se ve como recién cogido.
—¿No vas a contestar? —jadeo, pues el teléfono sigue sonando.
Él asiente y sale del lugar para contestar la llamada.
~•♡•~
Estamos en el Corvette rumbo al concesionario. El camino no es incómodo, pero sí silencioso.
Creo que los dos necesitamos tiempo para analizar lo que acaba de pasarnos.
Nos deseamos, eso es más que evidente. Y nos amamos, dadas las locuras que hacemos por el bien del otro. Pero vamos a casarnos, y es algo que todavía intento comprender.
El auto pasa por una especie de obstáculo que lo hace rebotar, y mis tetas duelen en la sacudida.
—Aush —me quejo sosteniéndolas.
Imagino que Axer lo ha notado, pues me dice:
—¿Es tu periodo lo que las tiene así?
—¿No me tienes investigado el ciclo menstrual? Me parece una falta de respeto, Axer Frey.
Me río de mi propio chiste pese a su falta de sentido del humor, y miro por la ventana que nos aproximamos a una especie de venta de garaje donde hay una lámpara que llama mi atención.
—¿Puedes detenerte aquí?
—En la esquina, ¿por qué?
—Solo hazlo, por favor.
Él frunce el ceño, pero accede.
Cuando bajamos del auto le señalo la tienda de garaje y empiezo a dar saltitos de emoción porque de cerca se ve mucho mejor la lámpara.
—Vamos a acercarnos —le pido.
—No.
—¡Por favor!
—¿Te volviste loca?
Lo tomo del brazo y lo arrastro conmigo hasta que llegamos al anaquel donde tienen la lámpara que me interesa. Es una lámpara de lava morada con forma de reina de ajedrez. En conclusión: la necesito.
Miro a Axer, que desentona en este lugar. No como resaltan dos chicas vestidas iguales en una misma fiesta, sino más como una quinceañera en su vals.
Entre tantas camisetas con manchas de sudor o guardacamisas comunes, está Axer; con su traje esmeralda hecho a la medida, sus ojos como piedras preciosas, su porte como el de un emperador, su corbata de miles de dólares y la F prendida en ella que parece sellarlo como un ente superior a todos nosotros.
No puedo creer que acabo de arrastrar a un Frey a una venta de garaje.
A mi Frey.
—Nazareth, vámonos, no necesitas esa lámpara.
—¡Por supuesto que la necesito! Tiene forma de reina de ajedrez. ¿No entiendes la necesidad?
—Sí, de acuerdo, te compraré una idéntica en otro lado.
—¿Por qué querría una idéntica si esta ya está a mi alcance?
—Porque, por el amor a la ciencia... —Pasa la mano por su cabello, reviviendo el caos en cada mechón, aferrándose a este un segundo de más—. Es algo de segunda mano, Nazareth. Y lo digo por ser optimista, pues podría ser hasta de quinta.
—¿Y? Funciona.
—¿Sabes cuántas personas la tocaron?
—Sé que me gusta, y que está a buen precio.
—El dinero no es un maldito problema. Vamos a una tienda especializada en lámparas y te compro la tienda si lo deseas, solo vámonos de aquí.
—¡No! ¿Por qué tenemos que escoger lo más caro, cuando hay una opción igual de funcional por mucho menos dinero?
—No llevarás ese foco de gérmenes al lugar donde duermo. Está decidido.
—La limpiaré muy bien, lo juro.
—Dije que no.
—¡Pero reutilizar es bueno para el ambiente!
—No llegaré a disfrutar de ese ambiente si una de las bacterias de esa cosa me liquida.
Mis ojos se blanquean por su comentario.
—Ay, no seas exagerado. La quiero, y la voy a comprar.
—Escúchame bien, Nazareth, estoy cansado ya de ti. No volveré a caer en uno de tus insanos caprichos. Te dije que no y es mi última palabra. ¿Has olvidado quién es el rehén y quién el captor? Por última vez: suelta esa cosa y vámonos. Ya.
Menos de cinco minutos después, nos encontramos haciendo la fila para pagar.
—Esto es inaudito —se queja mi Vik.
—¡Es divertido!
—Inadmisible.
—Tenemos suerte, la cola está corta.
—¿La gente aguanta este calor por voluntad propia? ¿No los arrean con un látigo o algo?
Con esta, es la quinta vez que comprueba la hora en su reloj, como una especie de medida de presión hacia el tiempo para que avance más rápido.
Los Frey y sus cosas.
—¿Es la primera vez que haces una cola?
Por la mirada que me lanza, empiezo a creer que es la primera vez que suda en su vida.
Hastiado del sofocante clima, se quita el saco y lo deja sobre una de las mesas que tenemos junto a nosotros a esta altura de la fila. Con el simple hecho de que lo haya puesto ahí, sé que no pretende volver a tocarlo en su vida.
Con lo que ha de costar ese blazer seguro habríamos pagado toda esta venta de garaje. Y siento que estoy siendo muy vaga en mi aproximado.
Axer desabrocha los botones en sus muñecas y comienza a arremangarse la camisa. Siento que le va a dar una vaina, así que me dispongo a auxiliarlo. Me pongo de puntillas y aflojo el nudo de su corbata, moviéndola de un lado a otro para darle más holgura.
Sus manos tocan las mías, como indicando que así está bien, pero mis ojos se desvían curiosos hacia arriba, donde su pulso agitado palpita contra su cuello.
Trago en seco y me alejo. Es hermoso lo que veo, un Axer desaliñado y vulnerable, que pasa las manos por su cabello en desesperación, y que está malditamente tan condenado a mí como yo a él.
—Ya nos iremos, solo aguarda un poco más. Casi no queda gente delante de nosotros.
—¿Cuántos?
—¿Cuántos, qué?
—¿Cuántos quedan delante?
Me ladeo un poco para contar cabeza a cabeza y darle una respuesta exacta y conciliadora.
Él, obstinado de la vida mundana, saca su billetera y comienza a contar dólares delante de mis ojos.
Siete billetes de cien, si mis cálculos no fallan.
¿Y a este qué mierda le pasa?
—Axer, ¿qué crees que harás con eso?
No me contesta. Tiene muy claros los pasos a seguir en su cabeza, y no tiene la decencia de contármelos, sino que deja que me entere sobre la marcha mientras hace lo que toda persona común en su día a día cuando no quiere estar en una cola.
—Voy a pasar —le dice al tipo de adelante, y le entrega un billete de cien para que se calle la boca.
—¡Axer! —regaño al perseguirlo, intentando no levantar la voz para no alertar a los de adelante.
—Voy a pasar —le dice al siguiente, y también le entrega un billete de cien.
—Mátenme —imploro, pero sé que no puedo hacer nada.
Él repite el procedimiento con cada una de las personas de esta fila. Deben ser los cien dólares más fácil de la vida de esta gente.
¿Cómo no estuve yo en una situación así en mi época pre-Freys?
—¿Cuánto es? —le pregunta a la mujer que nos atienda.
—Buenas tardes —lo corrijo en tono de regaño.
—Gracias —contesta, como si mi cortesía fuera para él, y de inmediato vuelve a la señora—. ¿Cuánto es?
—Son treinta, señor.
Él no media ni una palabra, simplemente saca su poderosa tarjeta de crédito negra y se la tiende.
—¿Señor? —pregunta la mujer, muy consternada por la escena.
—Cóbrese —responde él.
—Ay, por el amor a Cristo —me lamento a punto de convertir mis manos en puños—. Axer, estos son lugares de puro efectivo.
Estoy a punto de pagarle como él a mí en la joyería, y decirle a la señora «Discúlpelo, recién está aprendiendo a ser pobre».
Él parce francamente ofendido al respecto y hace ademán de volver a buscar en su bolsillo.
—Yo pago —digo.
—No. —Él saca un nuevo billete de cien y se lo entrega a la mujer—. Conserve el cambio.
Ella se queda anonadada, mirando el billete como dudando de su autenticidad.
Axer sale de inmediato y yo voy detrás de él con una retahíla en la punta de la lengua.
—¡Axer, espera!
No logro traducir lo que dice a continuación, solo sé que me suelta el mayor torrente de palabras en ruso que me ha dedicado desde Mérida.
Parece muy exasperado, tanto que intuyo que no se aguantaba las ganas de mandarme a mamar una caravana de huevos, así que lo hace en ruso, para desahogarse y no ofenderme.
Tan considerado.
De todos modos, tomo mis precauciones.
—La tuya, por si acaso.
Por Dios, como me mira. ¿Por qué siempre a la hora de hacer estos malditos chistes deliberadamente olvido que su madre está muerta?
Él sube al auto dando un portazo y yo voy detrás. El aire acondicionado me acaricia la piel, es como si intentara apaciguarme luego de haber sufrido una herida. Qué acogedor se está aquí dentro, no quisiera salir jamás. No imagino cómo ha de estar Axer.
—¿Por qué hiciste eso?
—No tengo ni la más proklyatyy idea, Nazareth. Recuérdame tú, ¿por qué lo hicimos? Querías abaratar costos, y terminé pagando ochocientos dólares y un blazer única edición, exclusivo de Frey’s empire. Repíteme, ¿cuánto ahorramos?
—Habrían sido solo treinta si hubieses podido esperar. A todas estas... ¿por qué les diste tanto dinero a esa gente? Si querías sobornarlos para pasar primero, con que les dieras diez dólares ya era ganancia por esperar solo un minuto más.
—Nazareth.
—¿Qué?
—Solo tengo billetes de cien.
—¡Ay, discúlpame, señor Solo Tengo Billetes de Cien! No era mi intención insultarle mencionando una cifra tan escandalosamente baja. No se repetirá.
Nos reímos. En serio nos reímos, de una forma que empiezo a creer que de verdad esta parada valió hasta el último dólar despilfarrado.
Cuando volvemos al auto, solo puedo pensar en «somos la persona de la vida del otro», y sonrío por ello.
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Nota:
De mis capítulos favoritos. ¿A ustedes qué les ha parecido?
Teorías aquí
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