34: El rey ahogado
Sinaí
Soy una lectora. Me he saturado de historias que hablan de la renuncia como sinónimo de amor, de entrega absoluta que va más allá de la felicidad del propio protagonista. Creo en eso, es mi única religión.
Y ahora me toca demostrarlo con quien por primera vez siento que es el amor de mi vida.
Claro que estoy enamorada de Axer Frey, pero lo estoy mucho más de sus sueños. No puedo ser la piedra en su camino, quien haga imposible su Nobel y su herencia. Si Víktor Frey me quiere fuera, me tendrá. Por Axer.
Pero es difícil.
No puedo borrarme su último beso de la boca. Fue vértigo, fue la imposición de un Axer desesperado. Tan obsesionado con el control, y tan fácil que le es perderlo por el mero placer de tomarme del cuello.
Vaya. Hubo un tiempo donde lo difícil era hacer que me besara, no apartarlo.
Su llamada en mi teléfono me desconcierta.
Hace días que no hablamos, desde que le dije que iría a esa cita.
Y hablando de esa cita, el tipo jamás apareció, ni en persona ni en redes. Se fue sin dejar ningún rastro, lo cual es mucho decir, ya que era un autor con una base de lectores fieles en Wattbook.
Ahora ya ni cuenta tiene.
—¿Qué le hiciste a mi escritor? —es lo que demando apenas atiendo la llamada de Axer.
Pero su respuesta... tan vil y desesperada, incapaz de aceptar un rechazo como una variable posible, me seca hasta el maldito sudor del culo.
—Sal.
—No estoy en la villa, Axer. ¿Me vas a explicar qué le hiciste a mi escritor? En serio quería publicar su historia, Axer. Deja de interferir en mi trabajo...
—No te pregunté dónde estás, sal en este chertov moment —ordenó acabando en un tenso ruso—. No mediaré una palabra más. Otro pero, y voy yo por ti.
—¿Pero de qué carajos estás hablándome?
Justo esta tarde decidí quedarme en un café para editar en otro ambiente. Ni mi madre sabe su ubicación.
Me levanto y voy a la ventana con el teléfono pegado a la oreja, pero Axer ya ha colgado.
Como que diosito me quiere en el cielo antes de tiempo, porque me va a dar una vaina al ver a Axer salir de un Civic Emotion que reconozco del eterno garaje de los Frey. Ha de ser suyo, aunque él es más de andar con chófer.
Pero viene solo.
Solo, y muy apresurado.
Mierda.
Avanza en dirección a la entrada, y sé que viene a por mí.
Intento a toda costa evitar un escándalo saliendo a interceptarlo.
—Ni se te ocurra tomarme del maldito brazo, Axer —le digo al estar cerca de él—, porque he estado practicando defensa personal, y no querrás...
—Como digas.
—¡AXER!
Al menos no me ha tomado del brazo. Ha simplificado las cosas pasando su brazo bajo mis rodillas y cargándome con todo el antagonismo de quien decide robar la princesa del insípido protagonista.
¿Por qué tiene que oler así? A imperio, a imponencia, exigiendo atención, prohibiendo ignorarle. Es que no importa quién más use su perfume. No lo portará como un Frey con blazer esmeralda y corbata de plata. Deberían prohibir su aroma al resto del mundo, o validar este con su nombre.
Axer me arroja en el asiento del copiloto, lo que me trae recuerdos de Venezuela, de los días pre-cogidas.
Colaboro poniéndome el cinturón mientras él va a su asiento y reanuda la marcha sin esperar un segundo.
—Axer, ¿qué se supone que estás haciendo?
—¿Y tu madre?
—¿Y la tuya?
Él me lanza una mirada fulminante, y yo hago señas de ponerme un cierre en la boca. Mi humor venezolano no es para todos, definitivamente.
—¿Dónde está tu madre, Nazareth?
—En... su casa, supongo.
Axer me tendió su teléfono.
—Llámala. Ahora.
—Pero tengo mi teléfono...
Axer lo arranca de mi mano y lo tira a la carretera.
Ahora ya no me da risa este chiste.
—¡Axer Viktorovich Frey!
—Te compraré uno nuevo.
—Yo puedo comprarme diez más, ese no es el maldito punto. No puedes simplemente...
—Por el sukin syn rey de las tinieblas, Nazareth, deja de joder por una vez en tu vida y solo llámala.
Axer está muy alterado, su español más descuidado que nunca, como si el ruso se hubiera apoderado por completo de su lengua.
Recién empiezo a pensar que no ha querido lanzar mi celular por la ventana por puro capricho. No es algo que me dice el rojo de sus facciones o la seriedad casi agresiva que impera en él; son características esperables en el Axer celoso.
Pero esto va más allá.
La velocidad a la que vamos, las revoluciones al límite del tacómetro, la irresponsabilidad con la que ha tomado la última curva, derrapando como si la vía fuera suya. Axer siempre cumple las reglas, como mínimo crea unas propias y se aferra a ellas. No es de los que improvisa, no es de los que se impone sobre el tránsito; no lo haría, incluso sabiendo el efecto que puede provocar esa visión de él en quienes le idolatramos.
—Axer, te he dicho que mi mamá ha de estar en casa. ¿Por qué debo llamarla? —insisto menos a la defensiva.
—Sus guardaespaldas no han informado actividad en la villa. Di el permiso para ingresar, y no he recibido aviso de que haya nadie dentro. Si tu madre estuviera ahí, lo sabría.
—¿Guarda... qué? Axer, Axer...
Pongo mi mano sobre la suya en el freno de mano, pero la quita apenas hacen contacto y la lleva al volante. Ni siquiera se molesta en fingir que necesitaba rascarse una bola o algo así.
—No estoy entendiendo —retomo tragando la vergüenza—. Mi madre no tiene guardaespaldas.
—Los tiene ahora. Y tú también. ¡¿Quieres, por favor, llamarla de una maldita vez?!
—¡Coño, pero no me grites, nojoda!
Tomo el puto teléfono de Axer para llamar y...
—Bloqueado, huevón.
—¿Qué der'mo?
Qué malvada pena, se me salió lo marginal. ¡Pero es que este mamahuevo a veces me obstina!
—Es... una expresión.
—Ya. —Axer me quita el teléfono de las manos y rápidamente pone su huella antes de volver a entregármelo—. Procura llamarla hoy, si no es molestia.
Mi mandíbula ha de estar en el puto piso. ¿Qué tiene a Axer tan irritado, impaciente y especialmente odioso, incluso para ser él?
Es que lo voy a matar.
Pero lo amo, así que en el fondo me estoy riendo.
Y hablando de amarlo... ¡Por las plagas de Egipto y las cholas de Moisés! Tengo el teléfono de Axer Viktorovich Frey en mis manos, desbloqueado.
No crean que soy tan irresponsable, este infarto mental me está dando mientras ya estoy repicando al teléfono de mi madre. Pero no se me puede culpar por fantasear con las posibilidades. Si pasé toda una noche stalkeando sus redes y creando álbumes con sus fotos en el pasado, ¿qué no haría hoy con su teléfono en mis manos?
Es que Dios sabe todas las cosas, definitivamente, por no permitirme más que una llamada con este celular, porque de lo contrario le reviso hasta las conversaciones con su dentista. El Señor no me pondría prueba como esta, sabiendo que ni por coño la aprobaría.
—¿Mamá?
—¡El coño de tu madre, Sinaí! Me asustaste. ¿Por qué me llamas de un número desconocido?
—Qué vaina con la gente hoy, coño, que quieren estar gritándome por todo —digo medio en broma, pero totalmente en serio. El tono humorístico es solo para evitarme una coñiza—. Este es el número de tu yerno, mujer.
—¡¿De Axer?!
—¿Cuál otro yerno tienes tú, pues? Sí, mamá, de Axer. Quiere saber dónde estás.
—¿Él? ¿Y para qué?
Miro a Axer y le extiendo el teléfono, pero ni siquiera hace ademán de aceptar.
—Insiste —es la orden de Axer antes de estacionarse sin ningún tipo de delicadeza de por medio.
—¿Puedes decirme solo dónde estás? Él está misterioso, tal vez quiere darte una sorpresa, tal vez le pica el culo. No sé. Él es raro.
Axer me lanza una mirada despectiva de «oí eso», y yo le saco la lengua para que entienda que esa era la intención.
—Bueno... —Acepta dudosa—. Le paso a este número la dirección del hotel.
—¿Hotel? Espera... ¿Con quién estás?
—Yo también te amo, hija, adiós.
Y me cuelga, simplemente así.
Devuelvo el teléfono muy descolocada, y Axer lo toma sin mediar palabra e inmediatamente empieza a teclear como una máquina.
—¿Puedo saber qué pretendes? ¿Cómo le explico a mi madre que le mandarás unos guardaespaldas? Nuestras mentiras no son tan flexibles, Frey.
Axer detiene su navegar por el táctil de su teléfono y me mira con una frialdad calculada. Cualquiera que no le conozca lo creería, pero yo me he estudiado sus matices, y aprendí las expresiones de su inexpresividad; puedo ver el atisbo de algo muy intenso tras la superficie de su mirada.
Cuando decide hablar, me tiene tan expectante que no me pierdo ni una sola de sus gesticulaciones.
—Te he permitido jugar conmigo, y contra mí, pero esta será la última vez que acepte de ti tal duda o sugerencia que iguale mi capacidad mental a la de un imbécil. Lo que tú piensas haber previsto, Nazareth, ya lo he estudiado yo desde diez ángulos distintos, y he descartado las soluciones más inútiles. Por ende, si digo que algo va a hacerse, es porque es la única opción viable, o la mejor de las posibles. ¿Entiendes eso?
Trago mi orgullo, porque daño de sobra le he hecho como para reaccionar soltando los improperios que me cruzan la mente.
—Los de seguridad seguirán a tu madre y se asegurarán de que esté a salvo, además de notificarme su paradero en todo momento, mas no se revelarán ante ella a menos que una situación de peligro los obligue a interferir —terminó de decir Axer.
Pero yo sigo en sus anteriores palabras.
—Eso no suena a que seamos un equipo —le digo intentando no sonar agresiva—. No suena a que importe lo que yo tenga que decir.
—Bienvenida a mi juego, Schrödinger —No lo dice buscando emocionarme, parece buscar otra reacción. Ni siquiera buscarla, simplemente darla por hecho. Es como si quisiera doblegarme de miedo hasta provocar mi sumisión—. A partir de hoy, tú eres mi rehén.
«No caigas», grita mi razón, «Recuerda lo que hablaste con Víktor Frey».
Me armo de valor, y le digo:
—No. No soy «tu» nada.
Axer suspira, casi parece que le doy ternura.
—No tengo tiempo para explicarte la definición de rehén.
Abre la puerta del piloto y da la vuelta para abrir la mía.
—Tendrás que entender en el proceso.
En serio no entiendo qué está pasando. Axer ha abierto la puerta, pero me deja tirada unos segundos para acercarse al edificio que tenemos en frente. Pone su huella en el timbre y las puertas fotocromáticas se abren para él. Del otro lado esperan dos hombres de seguridad, pero no alcanzo a escuchar lo que se dicen entre ellos.
Sea lo que sea, esos hombres asienten y vienen en mi dirección muy determinados.
—¿Señorita Borges?
—Ajá...
—Acompáñenos, por favor. La escoltaremos a dentro.
—¿Qué es «dentro»? —pregunto reacia, y me muevo un poco para dar con Axer, pero ya ha de haber entrado al edificio, porque no vislumbro ni su sombra.
—Solo acompáñenos, es la instrucción que tenemos.
—Quiero saber qué hay dentro antes de decidir si los acompañaré.
—No tiene elección.
—¿Disculpen?
—Por su seguridad, y por evitar un escándalo, le aconsejamos caminar voluntariamente junto a nosotros.
—Mámense una caravana de huevos, yo me voy.
Me levanto e intento pasar entre los de seguridad, pero ambos ponen sus manos en mis brazos.
—Ni se les ocurra —advierto.
—Solo, venga.
—No.
—¿No?
—No.
Todo sucede demasiado rápido. Uno de ellos me abraza el torso y me tapa la boca al punto en que no puedo ni mover los labios. Sin importar cuánto lo intente, soy incapaz de emitir ruido alguno. El otro carga el resto de mi cuerpo, inmovilizando mi berrinche, y entre los dos empiezan a arrastrarme al interior del edificio.
Cuando al fin me sueltan en una habitación, estoy roja, fatigada y con una molestia radioactiva.
—¡¿Dónde mierda está Axer?!
—Él le explicaría todo con mucho gusto —dice un acento americano a mi espalda—, pero ha dejado dicho que prefiere ni lidiar con usted a la brevedad, ya que, en sus palabras, está usted especialmente "irritable", y él al borde de la tolerancia.
—¡¿Él es el que está al borde de la tolerancia?! —exclamo indignada mientras me seco con mis mangas las huellas del tipo de seguridad sobre mi boca, lo hago con tanta ira que me enrojezco la piel.
—Ten —me dice Anne, tendiéndome una toalla húmeda.
La acepto, porque la toallita no tiene la culpa de que mi ruso amado sea un espécimen salvaje al que le falló la evolución.
—Anne, ¿qué hago aquí?
—¿Qué parece que es esto?
Ahora que me fijo, esta habitación parece el camerino de una estrella de Hollywood. Espejos, luces, cofres y más cofres de accesorios y maquillajes, aparadores a rebosar de productos para el pelo, de skincare y perfumes.
Al final de la pared de espejos, hay una puerta que dice conducir un área de masajes. Junto a esta, hay una pared de cristal que nos separa de un set de fotografía en blanco, con focos, cámaras y todo un elenco certificado.
Y por último, detrás de nosotras hay un armario que no, no es un mueble, es literalmente un cuarto laberíntico ordenado por marca, diseñador y colecciones. Y solo hay un cartel iluminado que lo identifica como "propuestas de vestuario".
¿Quién mierda necesita tantas propuestas? ¿El cast de El diablo viste a la moda?
—¿Qué es esto, Anne? —repito ahora con la boca seca.
—Toma asiento —me indica señalando una silla frente a los aparadores de espejos.
Tal vez por la sensación de mareo que me deja este lugar, termino por obedecer.
—Ellos son Ronny y Emett, tus guardaespaldas. No te preocupes, solo estarán ambos en situaciones muy específicas, como un traslado como este. En el resto de las circunstancias, frecuentarás más a Emett. Casi no sentirás su presencia, te lo aseguro.
—Yo no pedí tener seguridad —espeto. Ni por coño voy a andar con la vida con una chicle de dos metros pegado a mis talones.
En ese momento alguien toca la puerta.
—Han de ser las maquillistas, la asesora de imágen y el estilista —dice Anne, y le entrega unos folios tanto a Ronny como a Emett, ignorando por completo mi queja—. Aquí la información de cada uno.
Ambos guardaespaldas atienden al llamado de la puerta y unos minutos después deciden dar acceso a los que estaban fuera. Cuando vuelven a entrar, recién me fijo en que ambos están armados. Hasta en los tobillos llevan pistolas.
¿Qué ha pasado para que Axer llegara a este extremo?
Ya no estoy nerviosa, me estoy asustando.
Pero, ya va... ¿Anne dijo estilistas?
—Anne, ¿por qué son necesarias estas personas?
De nuevo me ignora deliberadamente, y entrega a cada especialista una carpeta. Cuando la asesora de imagen la ojea, noto que está llena de collage de imágenes y un mapa conceptual con textos de referencias.
—¿Es lo que quiere el señor Axer Frey? —se asegura la asesora mientras el estilista revisa las puntas de mi cabello.
—¡Hey! Estos aquí, nadie hará conmigo lo que quiere ningún Frey...
—Es solo un retoque de imagen —me tranquiliza Anne poniendo una mano cariñosa sobre mi hombro—. Además, y lamento la honestidad, pero... si te rehúsas, tendremos que drogarte.
—Eso es ilegal, inmoral y...
—Veo que conoce la definición de secuestro. Felicidades.
Maldita.
Y maldito Axer, porque todo esto lo orquestó él.
Una parte de mí se encoge, a la vez que mi estómago se retuerce pidiendo auxilio. No olvido que Axer y yo tenemos una historia que desafía al romanticismo. Hemos vivido una rivalidad constante, nos hemos provocado, tentando a la tolerancia, lanzando una jugada tras otra, disfrazando de juego nuestra maldad. Ponerme en manos de estas personas puede ser un sueño, pero uno que yo no controlo. Axer podría, por puro placer, cambiar mi imagen hasta hacerme odiar el espejo.
Es la incertidumbre, y el no tener control de la situación, que me lleva al borde del llanto cuando todos estos profesionales ponen sus manos sobre mí, desnudándome por completo para tener acceso a cada resquicio de mi piel para manipularlo a su antojo.
Cedo, al principio con mucha aprensión, pero sin darme cuenta, empiezo a socializar con el equipo. En un parpadeo, las masajistas se están riendo de mis anécdotas y yo disfrutando el proceso.
Y un par de horas más tarde, estoy condenadamente lista.
Solo Axer Frey puede imponerle a una chica lo que usará, cómo lucirá su cabello, el estilo exacto de su maquillaje y hasta la horma de su calzado, y salir tan airoso.
Es que me veo como si el mundo tuviera un precio, y solo yo pudiera pagarlo.
El atuendo en sí es básico en su elegancia. Un vestido negro adherido a mi figura y unos guantes a juego.
Mi cabello sigue siendo azul, solo han intensificado el tono y me agregaron unas extensiones para tener mayor libertad en el peinado. Me han atado una cola alta que estiliza mi rostro y cae con su azul nutrido y su largo hasta mi cintura. El moño me eleva, pero lo que lo acompaña me endiosa: una diadema, reluciente por sus diamantes a juego con mi brazalete y gargantilla.
Cada pieza de joyería que llevo fue traía por sus propios escoltas, encerradas en cofres dentro de bóvedas miniatura.
Esto es una locura.
¿Cómo congenia el hecho de que ahora tengo guardaespaldas, un Axer preocupado y una madre en custodia, con que esté confinada a una habitación donde una secta de genios de la moda trabaja para convertirme en la Marilyn Monroe venezolana?
Que alguien me explique.
—Para este evento tendrás a Ronny, a Emett y, aunque con mayor distancia, a los veladores de los diamantes: Christopher y Santiago —me explica Anne señalando uno por uno a los hombres mencionados—. Por protocolo, más que nada, ya que con Ronny y Emett tienes tu seguridad garantizada.
—¿A qué evento se supone que voy? ¿A la resurrección de la princesa Diana?
—Empatía, por favor —exhorta Anne, claramente descalificando mi chiste—. A donde irás, tienes que cuidar mucho lo que dices, y cómo lo dices. Ya no es solo tu reputación la que está en juego. Cualquier comentario que salga de tu boca esta noche, es un posible titular para mañana. Es lo último que necesita Frey’s empire justo ahora.
—De acuerdo, ¿podrías al menos decirme qué...?
—Tu novio espera por ti. Él lo aclarará todo.
«Mi novio».
Si ella supiera...
Emett se acerca a mí y me hace señas para que me adelante.
—¿O me hará cargarla nuevamente?
—Te la das de graciosito, ¿no, Omelette?
~•○•~
Cuando regresamos al frente del edificio, Christopher y Santiago, los veladores de las joyas, suben a un auto negro posicionado detrás del Civic Emotion plateado en el que llegué aquí.
Ronny sube a la parte trasera del Civic, mientras que Emett me abre la puerta del copiloto y espera hasta que yo suba.
Y Axer está de piloto.
Estoy molesta por cómo ha manejado esta situación, angustiada al no tener idea de lo que está pasando, ansiosa por una respuesta —y una disculpa—, además de nerviosa por el destino que nos depara este traslado. Sin embargo, nada de eso me impide fijarme en él, detener mi paso, y mi aliento, al notar cómo sus guantes de cuero opacan el volante, o esa gabardina elegante de grandes botones que quedaría perfecta en un villano de fantasía, o en esa franela sencilla unicolor, que seguro vale más que el teléfono que me destruyó. Y sus lentes oscuros; imprácticos para una noche estrellada, pero si tienes un rostro como el de Axer Frey, nadie puede criticarte lucirlo de ese modo.
Y todo de negro. Ni la suela de su zapato lleva otro color. El mismo Axer que en nuestro primer partido profesó aversión al negro y pidió jugar con las blancas.
Yo me he fijado en todo eso.
Él ni me mira.
Acelera, esta vez con la moderación que le caracteriza, y no me dice una palabra ni al estacionar en lo que parece nuestro destino.
Una mansión privada. Tienen todo el perímetro cercado por muchísima seguridad, y todavía más rodeado por paparazzis.
Cuando Axer baja, los flashes lo inundan, los periodistas lo abordan y le atropella tal cauce de preguntas que puedo escuchar su bramido desde el interior del Civic.
—Espere —dice Emett al percatarse de mi ademán de llevar la mano a la puerta.
Entiendo por qué lo ha hecho apenas Axer rodea el auto y viene en mi dirección.
Cuando me abre la puerta y extiende su mano buscando la mía, esto deja de compararse a Edward Cullen llegando a clases con Bella. Esto es como si el heredero de Inglaterra estacionara frente a su castillo con la hija de Putin.
Entiendo las reglas de inmediato, y acepto jugar al rehén. Con mi guante sobre el suyo, solo los diamantes del brazalete contrastan; los guardaespaldas salen y se paran con firmeza, y solo entonces saco mi tacón del auto. Movimientos simples que me dan un protagónico en este espectáculo.
Las preguntas a nuestro alrededor son tantas que apenas logro procesar las más insistentes.
—¿Los rumores son ciertos?
—Axer, ¿quién es ella?
—Señor Frey, ¿qué nos puede adelantar sobre el anuncio que hará su padre hoy?
—¿Son pareja?
—¿Su abuelo está con ustedes?
—¿Qué puede decirnos sobre el llamado de emergencia por parte de Frey’s empire a las autoridades?
—¿Ella es su trofeo de esta noche?
—¿La empresa corre peligro?
Las luces me ciegan, pero la mano de Axer, protectora y posesiva en mi cintura, me guía con experticia.
Atravesamos una alfombra roja que se me hace eterna hasta al fin llegar a la escalinata de la entrada.
Axer hace ademán de entrar, pero parte de la seguridad nos lo impide.
—Tengo la instrucción de que deben ser registrados todos antes de permitir el ingreso.
Axer me suelta por primera vez y solo para quitarse sus lentes oscuros. La mirada que se descubre detrás es... Dios, recuérdenme nunca incordiar a un Frey obstinado. No sobreviviría a esos ojos.
No dice nada. No hace falta.
—Lo lamentamos, señor Frey —dice otro de los guardias despejando el paso a la gran puerta principal—. Él es nuevo.
Axer no contesta y nuevamente me toma por la cintura, señal que aprovecha el de seguridad para agregar:
—Sin embargo, ella no es una Frey. Deberá ser revisada antes de...
—Nadie va a tocarla.
Es lo primero que dice mi acompañante. Su primera oración, y siento que la escogió entre todas las formulaciones posibles porque era justo la que necesitaba dictaminar en este nuevo pacto donde parezco un peón.
—Entiendo su preocupación, señor Frey. Descuide, tenemos mujeres laborando que pueden hacer el chequeo en este caso.
—Dije: nadie.
Y sin esperar ni una sola palabra, termina de encaminarnos al interior del evento.
Eso es poder. Llevo tanto tiempo normalizando la existencia de los Frey que a veces olvido que el mundo es su tablero. Literalmente, Axer ni siquiera ha necesitado decir «¿quién va a detenerme?», solo actuar, porque en definitiva nadie podría.
Nos recibe un salón inmenso de techo abovedado, escaleras curvas y lámparas de araña. Un castillo poco tiene que envidiarle a esta mansión.
—¿Qué es este lugar, Axer?
—Una de nuestras propiedades para eventos como estos.
—«Una» —repito con la boca seca.
—Sí. No mi preferida, pero está bien. Teníamos prisa.
—Axer...
Él sigue sin mirarme. Interrumpió mis planes, me raptó, me vistió como quiso, me ha paseado por todo este circo como su mascota entrenada y ni siquiera se digna a hablarme mirarme a la cara.
«Dime que estoy bonita...», implora una parte de mí. Pero esa parte es silenciada a consciencia por la Sinaí que sabe que está hermosa, perfecta e insuperable.
—¿Puedes explicarme este nuevo capricho, Axer Frey? —exijo.
—Esto no es un capricho. Es un mensaje.
—¿Qué mensaje? ¿El de que estoy en tu poder?
—El mensaje de que somos el tablero —No solo no me mira, sino que vuelve a ponerse sus lentes—. No competimos con peones, somos los creadores del juego.
—¿Somos? Si eso me incluye, tal vez deberías empezar por decirme qué está pasando, y por qué de pronto andas tan simbólico y misterioso.
—Mi padre va a hablar.
—¿Y a mí qué me...?
Al parecer, al resto del universo sí que le importa lo que Víktor Frey está por decir, porque el silencio y la aglomeración de los presentes se genera apenas Víktor Frey llega al centro con lo que parece una rueda de prensa privada. Si Axer y yo fuimos noticia en algún momento, hemos pasado a la invisibilidad. El verdadero señor Frey se acaba de robar todos los micrófonos, cámaras y reflectores.
—Las preguntas al final. —Es lo primero que dice el ser al que más miedo tengo en este mundo, y el único que consiguió disuadirme de estar con Axer—. He convocado tan de improviso esta gala benéfica porque Frey’s empire, como negocio y como familia, tiene cosas que anunciar y celebrar.
»Quiero desmentir el rumor de la estadía de mi padre, Dmitri Frey, en este lugar. Sin embargo, sí que contamos con la presencia del embajador de Frey’s empire Rusia quien viene en representación de Dmitri Frey, y estará siendo un activo importante en todos los proyectos en curso y venideros. Saluden a Onell Romanov.
Señala al susodicho, al que no distingo demasiado desde mi posición. Solo alcanzo a ver su traje refinado, cabello negro y la espesura de su barba castaña.
—Y en lo pertinente a esos proyectos —sigue Víktor Frey— me complace anunciar que estaremos ampliando nuestra empresa por los motivos a desglosar. Sabemos que la NASA ha dejado de estudiar el océano por completo, que más se conoce de la superficie de la luna, que los gobiernos se han enfocado más en explorar el espacio que las profundidades de nuestro planeta por lo que no se conoce más que un 5% de estas. El conocimiento es necesario y primordial para la evolución, pero este conocimiento no se adquiere de la nada. La exploración es costo y riesgos, pero si no se asumieran estos jamás, viviríamos de velas y aceite todavía, nadie se hubiese abierto a la electricidad. Para estudiar nuestros mares se necesita de profesionales, ingenieros expertos en la materia; hay un sinfín de gastos de por medio ya que no existen equipos que puedan bajar a las profundidades que nos interesan. Y para ello se necesita más que ganas, conocimiento y ambición: hace falta un alto financiamiento. Por suerte, Frey’s empire tiene el capital para ello.
»Así que, me complace anunciar que Frey’s empire estará financiando una organización de científicos visionarios especializados en el campo marítimo. Así, hoy damos apertura a una nueva rama de nuestra empresa que estará completamente dirigida al estudio de nuestros océanos.
Los aplausos no se hacen esperar, las interrogaciones y propuestas de donativos llegan inmediatamente después.
—Señor Frey, ¿dónde se encuentra su esposa que no se le ha visto por aquí en un momento tan importante para su empresa. ¿Acabó su relación?
¿Por qué los medios deben ser así? Siempre buscando el chisme más grande como posible respuesta a un detalle insignificante.
El Señor Frey debe estar acostumbradísimo, porque lo maneja con total naturalidad, como si él fuera dueño de la pregunta y su narrativa.
—Mi Diana está cuidando su salud, pero está viendo la transmisión y sin duda sonriendo orgullosa —sonríe a una de las cámaras, como dedicándole ese gesto a su esposa.
Y listo. Ya tienen de titular un gesto romántico del hombre más frío del mundo.
Me siento fuera de lugar en este universo, donde nunca se tiene demasiado dinero o poder, donde eventos como este se realizan de un día para otro, donde escoger hacer el trabajo de la NASA se dice tan tranquilamente, donde la prensa, otros genios y millonarios, están tan pendientes de tus movimientos como los lectores de la publicación de sus libros favoritos.
No encajo aquí, es un mundo Frey. Yo vengo de rendir el agua de una cubeta al no saber cuándo volvería a tener en el grifo, vengo de escoger entre jamón y queso para rellenar mi arepa. Y aunque ellos no tienen la culpa, aunque quisiera vivir como estas personas y no desaprovecharía la oportunidad de hacerlo, hoy la realidad es que somos de órbitas distintas. No me siento cómoda, ni se me ocurre un tema de conversación.
Así que me giro hacia Axer y le digo lo único que todavía puedo exigir.
—Creo que merezco una explicación.
Axer está especialmente obstinante hoy. El muy mamahuevo ni siquiera considera responderme, simplemente me toma de la cintura y me arrastra consigo escaleras arriba. Los guardaespaldas y quienes cuidan las joyas nos siguen de inmediato, ayudándonos a evitar los fotógrafos que han dejado ingresar a la gala.
—¿A dónde vamos, Axer? —exijo agitada por los escalones y la premura con que los subimos.
No dice nada. De todos modos no habría podido escuchar, pues desde la escalera del otro lado se forma un escándalo como si Taylor Swift estuviera bailando twerk en ella.
Y es que el señor Frey está subiendo, rodeado por un halo de guardias que impiden que se le acerquen siquiera a la suela de sus zapatos.
Entiendo entonces que nos dirigimos a la misma puerta central. No sé qué hay del otro lado, solo que no quiero estar ahí con Axer y su padre.
El señor Frey va a matarme.
—Esto se acabó —le digo a Axer deteniéndome.
Él me ignora.
—Axer. Hasta aquí llegué con esto de fingir ser pareja delante de tu familia. Me vuelvo a Venezuela, no importa. Pero basta ya.
—Nunca dije que tuvieras elección, Nazareth.
Él entiende que no caminaré por mi cuenta aunque su brazo esté en mi cintura, así que me toma la mano y tira de mí.
Intento no forcejear para no hacer una escena que alimente a los lobos con cámara de abajo, pero me siento al borde del vómito cuando pasamos junto a Víktor y su mirada se aferra a la mía.
Esa es una maldita amenaza. Nadie me va a sacar eso de la cabeza.
En el salón al otro lado de la puerta están el resto de los Frey, incluido Dominik, exceptuando a Azrel y a Diana.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Verónika.
—Busca un mapa y ubícate —dijo Aleksis.
—¿Ese es tu mejor intento de un chiste, Leksis?
—Quise aligerar la tensión, Vikky, no presiones.
—Compórtense los dos —cortó Víktor—. Hubo un avance.
—¿En la investigación del atentado? —inquirió Verónika casi saltando hacia su padre.
—En el atentado en sí.
—¡¿Qué?!
Ellos hablando como en un partido de ping pong, todos tan ensimismados en el contexto del que yo carecía. No lograba seguir el hilo de la conversación o decidir un significado para todo lo que se decía.
—Recibí una nota —explicó Víktor Frey—. Ya sabemos qué buscaban en el incidente. Y al parecer... No. Con toda certeza lo encontraron.
—¿Cómo que recibiste una nota? –Era la primera vez que Axer intervenía.
—Al parecer, la persona que me la hizo llegar tiene la misma creencia por la cual guardamos todos los documentos de interés en un archivo físico dentro del laboratorio: para evitar el saqueo de un hacker. No mandó su mensaje por un medio rastreable, y sin embargo, parece que hemos sacado una pista del papel donde fue plasmada la nota.
—¿Qué pista?
—Una huella parcial con un par de coincidencias.
—¿De quién?
—¿Qué decía el mensaje?
—¿Qué se robaron?
Víktor ignoro el bombardeo. Tomó el asunto entre sus manos y escogió proceder volteando hacia Dominik, quien había pasado todo ese rato sin decir una sola palabra, cruzado de brazos contra la pared.
—No soy un hombre supersticioso, creo entre poco y nada en las casualidades. El archivo tiene la mayor seguridad de todo el laboratorio, imposiblede evadir. Solo hay una forma de pasar los parámetros de reconocimiento, y es siendo un Frey. No haré señalamientos sin pruebas, mas estimo que tengo suficientes para decir que alguien en esta habitación se ha involucrado en este acto.
Dominik no dice nada. No reacciona, como si ya hubiese repasado la posibilidad de esas palabras en su cabeza.
Simplemente suspira y camina en dirección a la puerta con intención de marcharse.
Pero Axer extiende su brazo y se lo impide. Verónika corre al encuentro de ambos y toma el codo del mayor.
—No te irás a ningún lado —le dice ella.
—¿Estoy detenido o algo similar? —bromea Dom con un deje de amargura evidente en sus palabras.
—No seas imbécil. —Vero se voltea hacia su padre—. ¿Por qué lo haces? ¿No has arruinado suficiente ya esta familia?
—Dame tú otra explicación —dijo Víktor con tranquilidad— y la consideraré.
—Dom ni siquiera quería acercarse a nosotros en primer lugar. Pasé meses hablando con él, convenciéndolo de volver aunque fuera a saludar. Y tu maldita sombra siempre lo impidió, porque quiere abarcarlo todo, y acaba asfixiando eso que dice querer proteger. ¿Cuántos hijos te quedarán si los sigues ejecutando igual que a perros violentos?
—No hace falta que hagas esto —dice Dom soltando con delicadeza a Vero—. No soy parte de esta familia hace una década. No pretendo quedarme a seguir fingiendo que formo parte de esto, cuando ni siquiera hay registros, o un solo artículo de los miles que abundan en internet, que me mencione o sepa de mi existencia. Así que...
Dom mira directo a su padre.
—Víktor, solo dime si estoy arrestado o dónde es el cuarto de interrogatorio. De lo contrario, prometo desaparecer como agradecimiento por la misericordia de su majestad.
—No te irás —zanja Vero.
Y yo sigo sin entender una puta mierda.
—Están apresurando las conclusiones. Todos —interrumpe Axer. Por su tono, noto que está conteniendo algo. Hay demasiada tensión en este lugar que al entrar me parecía inmenso—. Ni siquiera sabemos qué decía el mensaje o qué sacaron del archivo.
—Podemos discutir los detalles en privado. Como familia. —Víktor ve directamente a Dominik a continuación—. Quédate en la mansión hasta que se resuelva todo. No es seguro que ningún Frey ande a sus anchas con el peligro acechándonos.
—Así hasta suena altruista que quieras mantenerme vigilado. Realmente eres un genio. «Mantén a tus enemigos más cerca».
—Dominik —exhorta el señor Frey—. Di lo que quieras, piensa lo que te plazca. Te quedarás con nosotros.
—Esperen... —Axer empieza a mover las manos perdido en la situación—. ¿Por qué dices que hablaremos luego, en privado, como familia? ¿No estamos ya en privado y en familia?
—Axer —explota el señor Frey, visiblemente harto de todo y todos. No le hizo ni la más mínima falta alzar la voz para que me sienta regañada y atemorizada hasta yo—. Puedes tener las novias que quieras, eso no las convierte en familia. No hablaré más delante de tu experimento de dudosa procedencia.
Axer se deshace en algo entre risa y bufido. No tengo tiempo ni se sentirme ofendida, estoy consumida por la reacción de mi aliado en esta contienda.
Él sale sin dar tiempo a que nadie lo detenga, y cuando salimos de nuestro estupor para ir a por él, ya está a mitad de las escaleras.
Pronto, ese Axer impulsivo y rebasado por la ira, alcanza los reflectores que antes apuntaban a su padre en la gala.
Había una mujer ahí subastando no sé qué partes de una galería. A nadie le importa.
Todos pasan inmediatamente su atención al prodigio Frey, el supuesto heredero de todo este imperio que hoy tanto me intimida.
Cuando comienza a hablar, no siento los nervios que debieron haberme invadido. Estoy totalmente hechizada por la curiosidad, como el resto de los espectadores. Quiero saber qué chert voz'mi es lo que tiene que decir, quiero conocer la jugada con la que desafía al rey del tablero, ese que está en lo alto de las escaleras, sosteniendo el barandal como si quisiera partirlo y luego estrangular con esas mismas manos a su hijo.
—Mi padre lo dijo: hoy tenemos mucho que celebrar, como empresa y como familia. Ustedes han asistido a este evento por la promesa de estos anuncios. Y tal vez he pospuesto el mío más de lo debido.
»Me conocen como Axer Viktorovich Frey, el joven prodigio detrás del Nobel. Suena hasta Insólito admitir con tal título como precedente, que he estado cubierto de nervios toda la velada. Y que al final el genio se ha dejado llevar por el único órgano donde no manda la razón.
»Basta de preámbulos para decir lo que he practicado todo el día frente al espejo.
Siento cómo me agarra Ronny de un brazo y Emett de otro. No entiendo qué está ocurriendo, pero cuando ambos intentan conducirme hacia Axer, trastabillo. Mis piernas me han fallado cuando más las necesito, y siento que mi estómago va por el mismo camino.
Al final, no sé qué malvada fuerza del universo me mueve hasta que quedo frente a Axer Frey.
Los guardias se alejan para darnos espacio.
Y él se pone de rodillas.
Lo juro por Dios, tengo a Axer Frey hincado a mis pies delante de toda la audiencia, su familia, prensa y camarógrafos.
Y tengo una arcada.
«Por favor, no vomites, no luzcas enferma, hay cámaras hasta en dirección a tu culo».
—Sinaí Nazareth Borges. No te he puesto una corona esta noche para adornarte. Ha sido un símbolo, como este que ahora te ofrezco. —Cuando saca el anillo de la esmeralda, las lágrimas salen. Y no, no es felicidad lo que provoca el llanto, aunque ojalá así lo tome la prensa. Es que la falsedad de este gesto ha bombardeado la herida que abrió él al quitármelo un año atrás—. Te escogí mi reina hace mucho. Ojalá aceptes hoy también ser mi esposa.
El rey ahogado en ajedrez es una situación en la que a un jugador le corresponde el turno y, sin estar en jaque, no puede hacer ningún movimiento legal pues está en riesgo de poner en mate a su rey. En una jugada, Axer ha ahogado a todos los reyes de este tablero.
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Nota:
Se me espelucó el hueco del culo, mis amores del abismo. ¡¿QUÉ ESTÁ PASANDOOO?!
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