32: Doce horas para el gambito

Axer


Axer Frey era adicto a Sinaí, pero se tenía el respeto suficiente para no perseguirla.

Aunque besarla se sintiera como derramar ácido en las llagas provocadas por la pasión enfermiza de ambos.

Él se sentía seguro de necesitarla en su vida, pero a esa nueva Sinaí no la lograba comprender por mucho que se esforzara. En un momento decía amarlo, le regalaba el cumpleaños que jamás tuvo, y el placer que ni siquiera imaginó desear; luego se alejaba, lo ignoraba por todos los medios y concretaba citas con otro.

Y ni siquiera tenía la decencia de ser honesta con él.

Si el gato quería salir de la caja, descubriría que jamás estuvo cerrada. Solo tenía que tomar la decisión, y dejaría a Schrödiguer sin experimento.

Mientras pensaba, Axer se cansó de buscar a Aaron por toda la mansión hasta que se resignó a pedir indicaciones al hermano mayor. Dominik justo comía como sabandija mientras jugaba God of war en la sala de entretenimiento.

—De acuerdo, ¿dónde está Aaron?

—No lo he visto más —contestó el ruso grandote que golpeaba su control como si pensara que la fuerza con la que apretaba los botones influiría en el daño causado al contrincante—. Vino a buscarte temprano pero por motivos de tu ausencia, hemos tenido que sucumbir a siete horas con treinta grados de alcohol para aminorar la espera.

—Dijo estar aquí con Sinaí apenas entré, pero no me lo he topado en ningún pasillo o habitación. ¿Alguien lo vio salir?

—No, ni lo vi cruzarse con tu novia. Estaba demasiado ocupado matando a Thor.

—Ha de haber salido por alguno de los pasadizos —comentó Aleksis, del que ninguno se había percatado pues estaba en quietud leyendo tras el respaldo del sofá en el que se encontraba Dominik.

—¿Tenemos pasadizos secretos? —preguntó Dom poniendo en pausa su juego y arrodillándose sobre el sofá para mirar a Aleksis.

—En efecto que los tenemos, sino, ¿dónde iría a leer cuando no quisiera ver la simpleza de sus rostros?

—A alguna de la treintena de habitaciones despejadas, ¿tal vez? —inquirió Dominik anonadado.

Aleksis intercambió una mirada con Axer que parecía rogar que tuviera compasión por el grandote de Dominik, o que por favor le matase. La diferencia siempre era indiscernible tratándose de Aleksis.

Axer renunció a la fe que tuvo alguna vez de poder sacar algo de sus hermanos.

No quería estar en su habitación en un momento como ese. Quería estar trabajando. Un atracón de placer como el que le proporcionaban sus experimentos en Frey’s empire le sonaban a la solución idónea para la abstinencia.

Así que iría en busca de eso.

Al pasar por el living rumbo a la salida, vio a su padre en una llamada activa por un auricular a la vez que comprobaba quién sabe qué en su tableta de trabajo. Se veía concentrado así que Axer ni se molestó en despedirse y fue directo a la puerta.

—¿No acabas de llegar? —inquirió Víktor Frey con un timbre en su voz premeditado para que Axer comprendiera que iba dirigido hacia él.

—Olvidé algo en el laboratorio —contestó esquivo Axer con la mano a un milímetro del picaporte.

—¿Algo o alguien? A estas alturas dudo que en realidad trabajes en algo.

Axer suspiró, y acabó por voltearse en dirección a su padre.

—Pareces más interesado en mi relación que en la tuya, padre. ¿Ya escogiste el color del ataúd de Diana? Tal vez debería dejarte para que pienses en ello.

Apenas las palabras salieron de su boca, Axer entendió que se había excedido. Pero, ¿por qué no se arrepentía? ¿Por qué fluían llamaradas en unas venas que por tanto catalogó de insensibles? ¿Por qué de pronto parecía tan interesado en ver todo incendiado?

Sinaí nunca fue fuego, pero su ausencia lo había hecho entender que arder era una opción piadosa, siempre que fuera con ella. Y por ella.

—El estoicismo es la clave del éxito, Axer, no la impulsividad.

Axer no contestó nada en lo absoluto a ello. No tenía sentido discutir.

—Me preocupas, hijo.

—Tu empresa, sin duda —contradijo Axer—. Por consiguiente, te preocupa el cómo puede repercutir mi estado en tus asuntos tan milimétricamente hilados. Puedes estar en paz, padre. Sé separar los negocios del placer sin acarrear efectos colaterales. Tendré el Nobel que tanto anhelas presumir. ¿Y luego? ¿Qué vas a exigirle a Aleksis?

Víktor negó con su cabeza dos veces, y sus ojos perdieron todo el brillo de condescendencia.

—La autocompasión te sienta peor que tu enfermedad por esa humana, Axer Frey. Has perdido consciencia sobre quién eres, y por qué. Eres un condenado prodigio, un jugador. No puedes despotricar sobre quien te puso en este tablero. Sabes dónde está el trono: analiza, maquina y ve por el. Si es demasiado para ti, ve a jugar a las damas, y descubre si tu reina te querrá después de eso.

—No hables de Sinaí —sentenció un Axer distinto. En esencia nada había cambiado, pero estaba la advertencia, era visible en la manera que el lima de sus ojos se enturbió hasta volverse de un esmeralda profundo—. No estás ni cerca de conocerla.

—¿Y tú? ¿La conoces? —inquirió Víktor con una firmeza que hizo a Axer temer como si fuese un niño en un rincón, aguardando por el veredicto de su castigo—. Si un día la amas y al siguiente la odias, tal vez al que deberías empezar a conocer es a ti mismo.

—¿Debo repetir que te enfoques en tu relación? Estás por tener un nuevo hijo, ¿no? Me instas a ser un jugador, pero, si el tablero es tuyo, no soy una pieza. Soy una marioneta. Tal vez aprendí demasiado de ti, padre, lo suficiente para saber que nos tienes a Vikky a mí distraídos, mareados por la turbulencia de nuestras movidas, manteniendo el apellido en un pedestal mientras perseguimos una corona que terminarás por darle al hijo de Diana.

Víktor Frey calló. No parecía en lo absoluto alterado o sorprendido por las acusaciones.

—Justo ahora, hasta pareces un Ross.

Lo dijo así, frío como una daga cubierta de hielo. Como si no acabara de dar un golpe tan bajo que terminó por hacer despertar a Axer de su estupor.

No quiso quedarse a darle el gusto a su padre de verle afectado, así que salió, cerró la puerta de sopetón y apresuró el paso para alejarse todo lo posible de su maldita mansión de locos privilegiados.

¿Cómo había podido su padre compararlo con un Ross?

Ni siquiera debería dolerle, él no llevaba esa sangre, pero ese apellido estaba maldito. Cualquier adjetivo, insulto o palabra malsonante en su lugar habría quedado escueta.

Ross era el apellido de la madre de Verónika. Un sinónimo de fracaso, cobardía y renuncia.

Adelaide Ross había sido la única de las ex parejas de Víktor que, luego de haber recibido todos los años de lujos y beneficios del matrimonio estipulado, justo después del parto, huyó anticipando la proximidad de su deceso. Y no contenta con eso, intentó por todos los medios destruir el imperio Frey empezando por la reputación de Víktor.

Le faltaron recursos para conseguirlo. El abuelo Frey, el fundador de Frey’s empire, hizo todo lo posible por neutralizar a la prensa y borrar de Internet todo rastro de las difamaciones de Adelaide Ross. Los grandes poderes políticos de Rusia acabaron por silenciarla, pues no les convenía perder su alianza y el patrocinio de Frey’s empire.

Lo último que se supo que es estaba como refugiada política en algún país de centro América. O eso contó Verónika.

Porque sí, Adelaide intentó recuperar contacto con su hija. Y lo que recibió de Vikky fue un rotundo «mi madre está muerta».

Adelaide Ross vendió su vida a cambio de años de lujos y placeres junto a Víktor Frey. Y huyó al momento de pagar la cuenta gritando como un gacela asustada.

Con tal cobarde acababa de ser comparado Axer por su padre.

Axer se detuvo en seco.

¿Y si en serio estaba actuando como un Ross…?

No. Él era un Frey. Seguía siendo un jugador, solo que ahora jugaba con ella. Por ella. No habría más blancas, no si ella no podía estar en el equipo. Así que… o hacía de Sinaí una Frey oficialmente, o debía acostumbrarse a jugar con las negras.

~•~

D

oce horas para el golpe

Poison


La gran puta que me parió. Estoy viva.

Vomitando como desgraciada, pero viva.

Mis manos se entierran en la arena, mi cabello chorrea junto a mí.

¿Dónde está Sama’el?

¿Qué hago en esta orilla?

¿Quién…?

—Con calma —escucho su voz a mi espalda mientras sus manos sostienen mis hombros, y de repente ya no quiero vomitar.

La adrenalina me golpea las venas, me giro en defensa de esta vida que no debería tener, y saco un nuevo cuchillo que esta vez él bloquea tomándome por la muñeca.

Soy una imbécil. Debí saber que él prevería el movimiento. Es idéntico al anterior, tiene toda la lógica.

¿Por qué? Mi última oportunidad y la arruino con la obviedad. Merezco esto. Merezco morir.

Pero no quiero, mierda.

Estoy llorando.

¡Estúpida!

Me provoca tanta ira esta debilidad, que aunque sé que perderé el forcejeo por la daga, grito y peleo por ella como una maldita salvaje. Porque así soy, a esto me ha reducido el instinto de supervivencia.

No quiero morir.

No de nuevo.

No quiero.

¡NO!

—¡BASTA! —me grita él.

Entonces me taclea. Estamos tirados en la arena, él encima de mí y me abraza.

Quiere inmovilizarme, y lo consigue. Estoy tan débil…

Mi estómago me pide vomitar de nuevo con arcadas ininterrumpidas.

Mi cuerpo no me está ayudando. ¿Por qué me abandona así? Cuando más lo necesito.

Y yo solo lloro, y lloro…

Que me mate de una vez, lo merezco por patética.

Inútil.

—No voy a matarte, Poison, vuelve.

—Mátame, hazlo…

—Poison… —Sus manos me aferran el rostro con fuerza. Me ordenan que le mire. Pero me ha hecho tanto daño…

—Ganaste, Sama’el. Ahora mátame, por favor…

—Poison, Sama’el no está. Estás a salvo. Si él se atreviera siquiera a asomarse por aquí… Soy yo. Estás conmigo, no con él.

Abro los ojos.

¿En qué momento los cerré?

Y de pronto entiendo todo al ver el rostro de Azrel.

Sama’el nunca estuvo aquí, ni yo amarrada, ni en ningún barco.

Lo estuve, sí. En un pasado que creía no recordar, cuando Sama’el me sentenció atándome y encerrándome mientras su barco se hundía.

Vaya forma de recuperar esos malditos recuerdos.

—El agua —le digo a Azrel, temblando de horror y cerrando con todas mis malditas fuerzas la puerta a la vergüenza—. Fue el detonante de mi episodio.

Azrel asiente. Hay sangre en su hombro, mancha su camisa oscurecida por el agua, y corre hacia su pecho. Se ve alarmante, pero a él no parece afectarle en lo absoluto.

Lo apuñalé en medio de mi ataque, entiendo.

Me llevo la mano a la frente, como si eso pudiera frenar el torrente de pensamientos, o ayudarme a definirlos mejor.

Mierda. Qué maldito alivio es estar viva.

Y qué horror tan inmenso. Acabo de revivir mi muerte frente a Azrel.

«Esto también te lo hizo él», me recuerda mi cabeza. Pero lo ignoro. Yo he hecho cosas peores a personas que me eran indiferentes, solo por cumplir órdenes.

Simplemente, no puedo querer matar al único aliado que me queda.

Azrel me arropa y me levanta sobre sus brazos. Al comienzo no entiendo el motivo, pero lo dejo cargarme al interior de la isla. No estamos en la playa a la que debíamos haber llegado. Azrel tuvo que haber nadado en otro sentido buscando un punto distinto para ocultarnos.

Empiezo a sentir la llovizna, pese al espesor de los árboles sobre nosotros.

Imagino que Azrel quiere evitarme otro ataque, y casi le grito en mi defensa, asegurando que no le tengo miedo al agua. Puedo soportar una cochina lluvia.

Pero estoy agotada, débil y con nula energía. Mis labios requerirán de un milagro para volver a formular palabras con sentido. Y mi garganta… ese nudo no lo distingo. Llanto o vómito, algo brega por salir, y prefiero dejarlo enterrado ahí.

Azrel me deja en un matorral atiborrada de mantas mientras arregla la tienda de acampar.

Solo interrumpe su trabajo una vez, y es para ofrecerme una cantimplora con agua dulce que bebo sin rechistar.

Una vez lista la tienda, no dice nada. Me carga y me deja dentro.

No le pregunto a dónde va cuándo sale.

No le pido que se quede.

No le agradezco nada en lo absoluto.

Ni me disculpo, aunque de su brazo corre sangre y agua.

Solo me dejo vencer por el sueño, antes de que las lágrimas vuelvan a ganar.

~•~

No sé cuántas horas he dormido cuando Azrel me despierta con huevos y galletas.

Parece que he pasado al menos veinticuatro horas dormida, porque tengo la vaga sensación de Deja vú de que esta no es la primera vez que Azrel me despierta para comer.

De afuera de la tienda se ve un intenso anochecer estrellado. Deberíamos ya haber dado el golpe hace horas, pero mi ataque nos ha retrasado a todos.

¿Sabrán los demás dónde estamos? ¿Tenemos señal siquiera en este punto?

Confío en que Azrel haya podido comunicarse, está demasiado tranquilo.

—¿Cuándo? —le pregunto chupando el sabor de la grasa en mi dedo.

—En doce horas. Todo está dispuesto ya, quédate quieta —me contesta con seriedad impersonal, como si no fuera más que un soldado con una misión idéntica a la mía.

Sus brazos están llenos de arañazos que me encienden de vergüenza nada más verlos. Parece ser implacable, sin miedo a nada, pero la manera en la que sostiene su rifle y está sentado en un ángulo que le permite ver más allá de la abertura de la tienda, sugiere una preocupación disonante.

—Somos demasiados en esta misión —suelto de la nada, tan inexpresiva como él—. Cualquiera podría traicionarnos. Y aún así... Tú confías ciegamente en Dominik. Yo en Aaron. La pregunta está si confiamos el uno en el otro.

—Solo un idiota confiaría en ti —dice secamente. Y con la misma calma, me mira a los ojos para hacer un añadido a su respuesta—. Pero confío en que me necesitas.

—Dain confió en mí.

—Y lo traicionaste.

Sí, lo hice.

Eso pienso. Pero no digo nada.

¿Por qué carajo estoy tan sensible? Es como si un remordimiento reprimido quisiera herirme ahora que he abierto la brecha. Y es el temor que eso ocurra lo que me empuja a buscar justificarme.

Hago el ademán de contestar pero Azrel parece prever mis intenciones y se me adelanta.

—Lo traicionaste a él, que es el leal. El correcto. Es quien dirige la brigada criminal pero eso no lo hace el Mortem malo, lo hace el más disciplinado. Ahora... ¿Tú confías en mí?

—No —respondo por instinto.

—Y aún así soy tal vez el último que se atrevería a traicionarte.

—No puedes traicionarme si nunca hubo confianza.

Él me está mirando como si… Como si quisiera asfixiarme con ese gris helado.

—Hoy te demostraste algo, Gabriela. A ti y a mí: quieres vivir. Te aferras a esta vida que profesas odiar, y, ¿para qué?  Tienes que tener algo qué perder,  sino no sirve de nada.

Tengo que contarle.

No sé por qué, pero quiero habler de esto.

—Él...

Carraspeo y me inclino para tomar la cantimplora de agua a mi lado. No puedo verle la cara mientras saco la espina que me está destruyendo desde dentro. Si no puedo confiar ni en mi propia mente, estoy jodida.

Necesito un aliado, necesito un Azrel. Hoy. Siempre que mañana pueda escoger apartarlo.

Bebo un largo sorbo antes de comenzar a hablar sin mirar en su dirección.

—Antes estuve enamorada. Y yo… No sé por qué te cuento esto.

—Claro, porque salvarte la vida no es suficiente motivo para que te abras un poco conmigo.

—Cierra la boca y escucha.

Su silencio es inmediato. Es una comodidad agradable.

—Bastian fue...

—Cuando cogían... ¿era mejor que yo?

Volteo a verlo con la regañina en mis ojos.

—Azrel, por favor.

—Responde.

—No, no era mejor en eso.

—De acuerdo. Tengo oportunidad.

Bufo con obstinación y vuelvo a mi relato.

—No importa lo que fue Bastian, importa que yo creí amarlo. A mi manera. A nuestra manera. Era mío, fue mi única relación. Y me lo quitaron. El día de mi cumpleaños, recibí su cadáver y una carta de suicidio como regalo…

El recuerdo enciende en mí una ira tormentosa, un mecanismo de defensa a mi duelo que me hace querer crear un nuevo holocausto y sacrificarlos a todos en el.

—Pasé años creyendo que se había suicidado. Pero no fue así. Dain se lo entregó a Sama'el para que lo matara, todo por una cuenta pendiente. Dain sabía que yo lo amaba, y aún así lo entregó. Tenía que hacerlo, lo entiendo, pero… ¿Era necesario regalarme su cadáver justo el día de mi cumpleaños? ¿Esa maldita nota hacía falta? Todo para encubrir lo que hicieron y evitar una guerra entre Dengus y Parafilia.

Azrel alza las cejas, pero se reserva sus opiniones. Lo prefiero así. No quiero palabras de aliento vacías.

—Quiero a Sama'el enterrado, Azrel. Asesinó a Bastian y luego de contármelo… Bueno, ya tú sabes el resto.

No se me olvida que fue Azrel, trabajando para Aysel, quien me entregó a Sama’el y le contó quién era, poniéndome a su merced para que pudiera ejecutarme. 

—No recordaba mi muerte, ¿sabes? Solo haber despertado en esa cede de Frey’s empire luego de que tu primo el fenómeno me reviviera. Y ahora… Ahora no puedo ni nadar sin que detone…

Exhalo con fuerza y entierro el rostro en mis manos. No puedo ser inútil en este momento. La inutilidad no hará posible mi venganza.

Dain. Aysel. Sama'el. Todos me superarán si no logro vencer esto que me asfixia y paraliza.

Azrel me quita las manos de la cara.

—Mírame la cara.

No lo hago.

—Quiero que me mires, Gabriela.

Inspiro profundo y así lo hago.

—Las alianzas existen para algo. Si tú no puedes nadar, yo te llevaré. Si cojeas, yo seré tu apoyo. Si te falta el aire, yo te auxiliaré. Eres implacable, pero no todopoderosa. Nadie lo es. No te avergüences de necesitarme. Ríete de que yo, que no le temo a nada, que le temo al temor... hoy tuve miedo. Y no de ti.

No le contesto nada. Dejamos que el silencio se extienda hasta que él abre la tienda por completo para que podamos mirar el cielo más libremente. Esta noche, una lluvia de estrellas fugaces cae sobre nosotros.

Qué ironía. El cielo haciendo de chaperón para la bestia y el domador.

—Aysel es mi jefa, me investigó entero —lo escucho decir de la nada—. Dain y Dominik son mi sangre. Pero nadie sabe de mí las cosas que sabes tú solo porque me he sentido cómodo en contarlas.

Lo miro. Él no me está mirando, está serio con la vista en el cielo, como si hablara solo.

—Me arrepiento. Quiero que sepas que me arrepiento de lo que te hice. Si volviera el tiempo atrás haría todo exactamente igual, lo sé. Era mi trabajo. Cumplía órdenes. Y no te conocía. Jamás se me habría ocurrido que encontraría en ti esta... Compatibilidad. —Es entonces cuando me mira—. Eres una bestia, Poison, pero yo puedo ver más allá del veneno. Y me gusta lo que veo.

«Y a mí me gustas tú...».

Por supuesto que no le diré eso, pero es lindo saborearlo al borde de mis labios, porque este maldito en serio me gusta en todas sus facetas.

—Tu película favorita —pido.

Él alza las cejas como si hubiese preguntado algo demasiado íntimo.

—El diablo a todas horas —contesta.

Mierda. En serio ha contestado.

—¿La de Tom Holland? —indago solo porque me gusta hablar con él.

—¿Hay otra?

—No lo sé, solo... Creí que eras más de... Pornos.

Su expresión se agria con mi comentario, pero acaba por torcer los ojos y contraatacar.

—¿La tuya?

—No lo sé, es obvio que no dedico mucho tiempo a verlas. Y definitivamente no sé de las tendencias actuales, pero... Hay una. Una que solía ver mucho con Vanessa. Supongo que esa es mi favorita.

—¿Y me dirás el nombre?

High School Musical.

Azrel aguanta exactamente tres segundos hasta que sus labios estallan en una especie de risa atropellada.

Yo abro la boca indignada y le doy la espalda.

—No, Poison, lo siento —dice abrazándome pese a mi forcejeo. Todavía escucho la huella de la risa en su voz—. No pretendía burlarme de ti, lo juro.

—¿Ah, no? ¿La risa son los nuevos aplausos de la temporada?

—No es eso, es solo que me causó gracia la ironía. —Me toma el rostro para que lo mire, pero no aflojo mi expresión ofendida—. Era la película favorita tuya y de tu hermana, y casualmente la protagonista se llama Gabriela, y su actriz Vanessa.

Entonces dejo de forcejear y quedo tanto tiempo pensando en lo que dice que casi imagino que puede ver la barra de carga en mi frente.

Hasta que finalmente me río. Jamás había pensado en eso.

—Viste High School Musical —digo cayendo en cuenta.

—¿Y quién no?

—Ahora te tolero un poco más.

Azrel solo bufa en respuesta.

Me fijo en la parte de su camisa donde antes había sangre. Se ve abultada, pero limpia.

—¿No estás…?

—No estoy herido, ya no —se adelanta.

Cómo conoce mis miradas, el muy maldito.

—¿Te has suturado tú mismo?

—No. Limpieza, cauterización y vendaje.

—Ya.

¿Por qué quiero seguir hablando con él? Tal vez es la anomalía de que en serio estemos hablando. Él parece tan dispuesto a contestar cualquier cosa, y yo me siento tan cómoda que… Casi estoy esperando que me cobre favores sexuales por cada respuesta que da.

—¿A qué países te ha llevado tu trabajo para Aysel? —intento seguir la conversación.

—Si adivinas te lo confirmaré.

—¿Y si no?

—Sufre.

—He dejado de tolerarte —refunfuño.

—¿Dónde has estado tú por Dengus?

—Adivina.

—Con base en tu nacionalidad...

Me volteo a verlo al borde de la risa.

—No conoces mi nacionalidad, ni siquiera lo intentes.

—¿Cómo estás tan segura?

—No tengo acento.

—Difiero.

—Corrijo: tengo muchos. Me adapto según la necesidad del momento.

—Tienes nombre latino y tu gemela también. Tienes rasgos latinos. Y mueves las caderas como una puta latina.

—¿Eso no es racista? Y no. Mi ascendencia es latina, yo no.

Le doy la espalda.

—Dime.

Una sonrisa se forma en mi rostro aprovechando que no me ve.

—Dime —insiste.

—Adivina —repito sus palabras.

—Espionaje en Francia, asesinato en Rusia, rescate en Argentina y entrenamiento en Grecia —suelta todo de mala gana—. Tu turno.

—El francés es inútil.

—Es lo que dicen todos aquellos que no saben hablarlo.

—Lo entiendo perfectamente —discuto.

—Énfasis en «hablarlo».

Me muerdo la lengua al no tener nada qué agregar. Odio ceder la razón aunque la merezca.

—Entonces, ¿dónde naciste?  —insiste.

—Lamento que seas tan fácil, Azrel Mortem, pero conmigo te vas a tener que esforzar más. Esa es información clasificada.

—Voy a clasificarte un golpe tan fuerte en la cara que te voy a sacar a pasear esos dientes tuyos. Deja de jugar conmigo, Poison.

—Pero si jugar contigo es mi pasatiempo favorito.

—No soy pasatiempo de nadie —ladra con una mirada amenazante—. Como me sigas provocando tendrás que atenerte a la mordida.

Ni siquiera me intimido, solo le lanzo un beso desde donde estoy.

—Muerde lo que quieras, estoy inmunizada.

Y no es mentira.

—No me gusta Rusia —suelto luego de volver la vista al cielo.

—¿Y eso no es xenófobo?

—Los rusos me encantan.

—Eso ya lo dejaste claro.

—Pero Rusia detona cosas en mí que...

Un escalofrío me recorre la espina dorsal y no tiene nada que ver con el frío de la noche.

—¿Estuviste retenida allá?

—Peor.

Azrel espera, paciente.

—Fallé en una misión en Moscú y me torturaron en una celda fétida por lo que me pareció una eternidad. La tortura era diaria y variopinta. No fue la primera ni la última vez que estuve recluida, pero es la que más me afecta. Detona una sensación de fracaso e impotencia que… Odio Rusia.

—¿Por qué esa tortura en particular te...? —Él ni siquiera me deja terminar—. Fue una prueba de Dengus, ¿no? Para asegurarse de que no los delatarías de ser capturada.

—¿Cómo...? —No termino la pregunta cuando entiendo la respuesta—. También te lo hicieron.

—Sí. Aguanté toda la tortura sin decir una maldita palabra. Y fue inútil, jamás hubo oportunidad de probar mi aguante y lealtad en una misión real, porque nunca entré oficialmente a Dengus.

—Odio a tu padre —espeto sin poder contenerme. Su historia me genera una impotencia horrible.

Él se acerca a mí y su mano acuna mi rostro.

—Cuidado, víbora, no hables así de tu suegro —me dice en un tono bajo que me desequilibra.

Me siento como una estúpida adolescente, derretida bajo su mano, sonrojada por sus palabras estúpidas.

Necesito un coñazo para que se me pase esta mariquera. En especial sabiendo todo lo que está en juego, lo que estamos por hacer en menos de doce horas…

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Nota:

No es por asustarlos, pero... ¿No les huele a muerto?

¡Cuéntenme sus impresiones y teorías!

Denle mucho amor a este capítulo y seguimos el maratón. Me emociona que lean lo que viene...

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