3: Hoy lo siento
Escuchen Hoy lo siento de Zion y Lennox feat TonyDize. Sí, llevamos una playlist muy latinamente corta venas xD
Sinaí
—Sí, mamá, todo bien por aquí —le digo al teléfono—. Axer ya se fue a la universidad, yo lo estoy esperando en el hotel.
—No me has mandado ni una foto con él, voy a empezar a pensar que lo asesinaste y lo estás encubriendo.
Diría que no me gusta mentirle a mi madre, pero llevo años de práctica. Como al no decirle que falté todo el primer lapso a clases, o que mi ex es un genio con un título arrechísimo y una tesis en curso. También omití el detalle del contrato y de nuestras cuestionables prácticas sexuales. De hecho, hasta le mentí con la edad de Axer. Aunque en mi defensa al principio sí creí que era su edad real.
Un engaño pequeñito y piadoso más no hará gran diferencia.
—¿Qué clase de series estás viendo, mamá? —bromeo en tono de indignación—. A Axer no le gustan las fotos, la que tenemos de Mérida es un hito. Ya te dije que él es raro.
—Por supuesto que es raro: está contigo. Voluntariamente. Pero igual extraño hacer arepas con mi yerno. ¿Cuando vuelven?
«Ay, mujer, su supieras...».
—En unos meses —le contesto—. Capaz yo voy a darte una vuelta antes, ¿okay? No creas que no sé de las visitas que recibes en mi ausencia...
Alguien está tocando la puerta, así que debo apresurarme a colgar.
—Te dejo, madre, llegó servicio a la habitación.
Cuelgo rápido para abrir la puerta y, obviamente, resulta ser ella: Sophia Shannon.
—¿Necesitas algo? —le pregunto, pues ya terminé con todo lo que tenía pendiente esta tarde.
—Solo pasaba para preguntarte cómo sigues. En serio me siento muy apenada por lo de ayer y...
—No tienes que estar apenada por el simple hecho de que tú no hiciste nada —corto de inmediato—. El apenado debería ser él.
Justo se escucha sonar el timbre y, como es mi trabajo, apenas y le pido un espacio a Sophie para ir a abrir la puerta.
Y es él. Porque dada mi suerte no podría ser de otro modo.
No está menos perfecto que ayer, ni lo estará mañana, pero no me importa. Solo quiero golpearlo. Me parece humillante incluso tener que darle la cara, así que limito el contacto visual y me hago a un lado para ir a buscar a Sophie y avisarle que tiene visita.
—No hace falta que la llames —escucho que dice él. Su voz, su acento... El tiempo no pasó, se congeló esperando por mí, para lastimarme al recordar mi pérdida.
Me volteo y le doy la cara con una mirada inquisitiva, esperando que se explique. Pero él solo está ahí, tan frío como estuvo en el marco de la puerta de su habitación hace un año. No soporto esto.
—Si tienes algo que decir, deberías empezar. No se hará más fácil conforme esperas —digo con los brazos cruzados.
Él solo ríe. No es una risa real, solo un gesto amargo que dura apenas un segundo, casi un bufido. Pero lo trastorna todo, porque lo hace ver más sexy que nunca, aunque sé que se está burlando de mí. Pone en conflicto mi mente, pues aceptaría cualquier humillación mientras vuelva a reír así, pero con sus dedos alrededor de mi cuello.
—No vine a hablar contigo —dice—. No tengo absolutamente nada que decirte.
—Esas fueron demasiadas palabras para decir «absolutamente nada», ¿no?
Ojalá me hubiese insultado, me habría dolido menos que lo que hace a continuación.
—Entrégale esto —dice al extender un espectacular ramo de rosas. Lo hace con cautela, como si temiera que mis dedos infestados hagan contacto con los suyos. Me provoca escupirle solo por eso.
Apenas sostengo el ramo, se da la vuelta y desaparece camino a su auto.
Mi tolerancia tiene un límite. El tiempo ha pasado pero Axer no sana, y yo no puedo seguir aquí, esperando a que me lastime para sentir que he pagado mi deuda.
Él sabía que yo abriría la puerta. Me entregó las flores porque sabía que me dolería como me está doliendo.
No puedo evitar comparar esta situación con lo que juntos vivimos. Jamás recibí flores de su parte, pero tampoco hicieron falta. Sus regalos siempre implicaban mucha más dedicación que solo pasar por una floristería y escoger un ramo. Él siempre tuvo detalles conmigo que solo nosotros entenderíamos, que solo a mí me harían feliz.
Y ahora le trae rosas a otra, y yo tengo que entregarlas.
Te amé, Axer Frey, con todo mi jodido corazón, pero no por ello te entregaré mis sentimientos para que los uses de tablero. Ve a jugar con otra cosa.
Busco a Sophia Shannon para entregarle sus cochinas flores, pero ella ya no está frente a mi puerta sino en su habitación, sentada tecleando como una posesa. Es una adicta al trabajo, no descansa ni siquiera para comer a las horas. Siempre tengo que recalentar su comida porque la deja enfriar, recordarle sus citas, las horas en las que le toca moverse al laboratorio, gritarle cuando llega el taxi e incluso despertarla cuando se queda dormida sobre sus papeles.
La odio. No porque tenga un motivo, precisamente porque no consigo uno para justificarme.
Le extiendo las flores con mis mano temblando y mis ojos en llamas, pero ella echa a la silla hacia atrás de una manera que me hace inspeccionar el ramo para comprobar que no tiene una abeja dando vueltas a su alrededor.
—¿Dónde las conseguiste? —me pregunta.
—Las trajo... —Trago antes de continuar, no puedo pronunciar su nombre—. Tu amigo. Tu amable, agradable y nada xenófobo amigo.
—Oh, mierda.
Lo dice de una manera que siento en serio su incomodidad y sorpresa. Ella abre los ojos de una forma que no deja duda del impacto que le provoca mirar las flores, y su rostro se ha encendido al punto en que creo que puede irradiar calor.
—¿Por qué hizo...? —empieza a preguntar, pero parece que es más para sí misma, porque no termina de decirlo—. ¿Puedes pasarme la tarjeta?
Ni siquiera me había dado cuenta de que las flores tienen una tarjeta atada a la envoltura.
¿Esta estúpida es tan inútil que no puede alcanzar la tarjeta por sí misma?
Igual, es mi jefa, así que se la paso sin cuestionar.
—¿Todo bien? —indago al verla leer la nota. No es que me interese su bienestar, es que no sé otra manera de preguntar qué mierda dice.
—Es... Son para disculparse —explica—. Las flores. Dice que lamenta mucho el mal rato que me hizo pasar y que espera que ese incidente no condicione nuestra relación de aquí en adelante.
—Relación.
Ni siquiera puedo contenerme, quiero darme de frente contra la pared apenas lo pronuncio. Sonó por completo como una demanda.
—Oh, no —salta ella de una vez—. No es lo que parece. De hecho, él jamás había hecho algo tan... informal. Nuestra relación es plenamente laboral. No te preocupes, no tendrás que soportarlo.
—Es mi trabajo.
—No, no lo es. Y yo no te pondría en esa situación.
—Tenga —digo extendiendo las flores, quiero salir de aquí cuanto antes.
—Por favor, haz lo que sea con ellas pero ponlas muy lejos de mí.
Frunzo el ceño nada más escuchar eso.
—Soy alérgica —explica con un gesto afligido—. Me apena muchísimo porque es la primera vez que él hace algo de este tipo y no quiero que se sienta mal por justo comprarme algo que no me hace bien, que no podré disfrutar.
—¿Te compró flores sabiendo que eres alérgica?
—No, no, él no lo sabe —se apresuró a aclarar—. ¿Cómo podría saberlo?
¡Porque es Axer Frey!
Axer Frey jamás haría un regalo sin estar seguro de que es el indicado para la persona en cuestión. Y Axer Frey es capaz de investigar hasta tu ascendencia. ¿Cómo va a pasar por alto la alergia de Sophie?
Maldito desgraciado. Ni siquiera compró las flores por ella. Lo hizo única y exclusivamente para joderme el día.
Tal cual Sophie me dijo, guardo las flores. En mi habitación, por supuesto. Porque Axer no me va a joder. Compró esas flores para mí. ¿Para molestarme? Sí, pero para mí al fin y al cabo. Así que me las merezco.
En la noche decido bajar a la sala de estar. Quiero ver algo de televisión. Yo sé que aquí hay wifi y que existe Netflix, pero mi instinto venezolano me hace sentir que se puede acabar el saldo y me lo van a cobrar.
Lo que me sorprende es que la sala ya está ocupada. Por Sophie.
Es su casa, técnicamente. Eso yo lo sé. Pero me saca de onda que no solo no esté trabajando, sino que esté en pijama con un cojín bajo las piernas y otro abrazado, viendo Hannah Montana la película.
Tiene que ser una broma.
Me encanta esa película.
—Oh —dice al voltearse hacia mí—. No pareces muy agusto. ¿Está muy alto el volumen? Estoy acostumbrada a escucharlo fuerte, lo siento.
PERO DEJA DE SER TAN BUENA, SOPHIA SHANNON, ESCÚPEME, GRITA, SÉ ALTIVA, AYUDA A LA CAUSA.
—El volumen está perfecto —respondo—. Esta es solo mi cara de shock. No me esperaba que ese fuera tu tipo de película. ¿Es un experimento social o algo así?
Ella se ríe de mi ocurrencia, y admito que se siente agradable por un segundo.
Extiende la mano y da un par de golpes al sofá, como invitando a que me siente a su lado.
A regañadientes acepto su invitación.
—No te caigo muy bien, ¿verdad? —me pregunta y luego muerde su labio—. Te juro que me reviso el aliento a cada rato a ver si es que huelo mal, porque no entiendo esa cara que pones cuando estamos cerca. Me preocupa.
Aunque intento evitarlo, termino riendo de eso.
Ya no puedo más con esto de odiarla. Aunque he luchado por controlarme, mis gestos me han delatado, y no quiero hacerla sentir mal por algo de lo que no es culpable: respirar.
—No me caes mal —le digo para tranquilizarla—. La cosa es que soy muy confianzuda y por eso evito... Ya sabes. No quiero cagarla con este trabajo.
—Por favor, no tengo amigos aquí, y mis colegas de la organización son apenas socialmente tolerables. No me vendría mal entrar en confianza con alguien, así que relájate, ¿sí?
Asiento y volteo hacia la pantalla.
—Me sé todas las canciones —confiesa mordiéndose una uña, como apenada.
—Yo también —respondo animada—. Bueno, en mi mente. En voz alta las pronuncio en mi inglés de carajita.
Ella se carcajea y se voltea un poco más hacia mí.
—¿Dónde vives? Quiero decir, cuando no estás aquí.
—Alquilo una casa con otras tres personas. —Le cuento la historia que ya tenía preparada—. Todos venimos de Venezuela con permiso de trabajo.
—Por eso necesitas el empleo.
—Por eso y por el tiempo libre —confieso, acomodando todas mis verdades a la historia totalmente falsa que le conté—. Es un trabajo de tiempo completo, sí, pero me deja muchísimas horas para invertirlas en mi segundo empleo.
Ella abre los ojos con interés.
—Déjame adivinar —propone—. Pasas todo el día en la laptop, tienes muchos libros y libretas. Tu decoración me dice que te va la fantasía... Mmm... ¿Escritora?
Sonrío. No puedo decirle de la editorial, no tendría sentido que necesite un segundo empleo, pero puedo contarle parte de esa verdad, la que viene con el Máster de edición y gestión editorial del que acabo de graduarme.
—Editora.
—Oh, mierda, eso es fantástico. ¿Has editado algo que yo haya leído?
—Depende, ¿qué has leído?
Ambas reímos y no se siente nada incómodo. Extrañaba hablar con alguien desde que llegué a la isla.
—¿Por qué escogiste estudiar edición? —me pregunta.
—Hay algo mágico en tomar un borrador y ser parte del proceso que lo transforma en arte, y a veces hasta en un bestseller. Es apasionante en especial cuando ves el potencial de la novela que editas. Y... —Mi sonrisa se vuelve íntima, especial—. Cuando esa frase que sugeriste agregar, o la escena que señalaste como necesaria, se vuelven icónicas en papel, sabes que lo lograste. Te vuelves otra madre para los libros que editas.
—Suena como algo que te hace feliz. Deberías hacerlo por el resto de tu vida.
—Ese es el plan, por ahora.
—Siempre que necesites tiempo o un día libre, avísame. No quiero interferir de ninguna forma en tu pasión.
—De acuerdo.
—Y...
La señalo con un dedo de forma amenazante, ya me imagino por dónde irá su comentario.
—Si te vuelves a disculpar por lo que él hizo te juro que sí me sentiré incómoda.
Ella se ríe porque sabe que descubrí sus intenciones, y justo le suena el celular, por lo que hace una pausa para leer el mensaje que le llegó.
Es el único de sus dispositivos al que no tengo acceso, y la única mensajería que no pasa por mí primero. Incluso sus redes sociales las manejo yo.
Se muerde la punta del dedo, nerviosa, y lo relee una y diez veces. Intenta hacerlo a un lado, pero eventualmente vuelve a encender la pantalla y apagarla y a volver a morderse las uñas.
Es él. No sé cómo, pero lo sé.
No le pregunto nada, solo la veo, fijo, que entienda que puede contarme si quiere. Y al parecer sí quiere, porque pese a pesar un rato en silencio, nerviosa y dándole vueltas al mensaje, termina por decir:
—Me está invitando a cenar.
Creo que preferiría que hubiese dicho que murió, y que el mensaje es la invitación a su funeral.
Me habría dolido menos.
Tengo que hacer un esfuerzo muy consciente y abismal para no mentarle la madre, para no ser demasiado obvia con mis sentimientos.
—Te refieres a...
—Se llama Axer —explica, y yo solo asiento.
Si ella tan solo supiera que lo sé todo de él. Y él todo de mí. Y por desgracia eso incluye cómo destruirme.
—No pareces muy contenta por la invitación —señalo.
—Es que es raro. Es muy raro.
—¿Él?
—No... Bueno, también. Pero me refiero a que es raro que me invite.
—Pero solo van a comer, ¿no? ¿No suelen hacerlo?
—Solo trabajamos juntos, y no he conocido una persona tan impersonal, rígida y profesional como él. Las flores, y ahora esta invitación... —Niega con la cabeza—. Me preocupa.
—¿Por qué? —Me atrevo a preguntar—. Es posible que solo esté siendo amable, pero parece que tú crees que tiene otra intensión. ¿Eso te preocupa?
—Claro, somos colegas —explica—. Y la cosa es que no me creo que esto esté pasando. Ahora. Después de mil siglos. Ha tenido oportunidades, diez millones de oportunidades. Él estudió conmigo, ¿sabes? Todo este tiempo. En Canadá. En Venezuela. Y ahora aquí, trabajando juntos mientras él prepara su tesis. Tiempo es lo que le ha sobrado para decidir «dar el paso».
Iba a decir «es solo una cena», pero conozco a Axer. Él es tan Axer, que entiendo por qué cualquier persona puede tomar como una propuesta de matrimonio el que alguien como él te invite a cenar. Es que es simplemente insólito.
Lo voy a matar.
—Entonces ustedes nunca... Nunca... ¿Nada? ¿Recién le picó el culo y decidió que le gustas? ¿Nunca dio ni un indicio?
Ella traga en seco y desvía la mirada.
Ahí está, la historia que él no me contará jamás. No puedo perder esta oportunidad, aunque me duela.
—Si necesitas hablar de eso...
—No quiero abusar de tu confianza —me dice.
—¿Estás loca? A todo buen cristiano le gusta el chisme, no estás abusando de nada, técnicamente yo abuso de ti.
Ella parece relajarse con mi comentario, hasta se ríe. De pronto se ve más dispuesta a hablar, asiente y empieza a contarme.
—Como te dije, estudiamos juntos. Dejemos de una vez en claro que él es raro, es sumamente importante que lo entiendas para contextualizar, ¿okay?
Asiento, reprimiendo una sonrisa.
Lo sé. Mi Vik es raro, y me estruja el corazón recordar sus rarezas y cuánto las amé.
—Pero cuando digo que es raro me refiero a que ambos estudiamos en una academia especial de estudios avanzados. Técnicamente, todos en la organización, solo por ser admitidos en ella, ya somos catalogados como genios. Y, todavía en medio de este tipo de personas, él era raro.
»Era asocial, pero atractivo. Era el mejor, incapaz de ceder ni por un segundo su puesto. Altivo, pero a la vez daba ese aire de que no le importaba realmente la validación ajena. Su seguridad era intrínseca. Todos sabíamos quién era, pero nadie se relacionaba con él.
»En fin, lo que te voy a contar fue hace como cinco años. Éramos súper jóvenes, y a pesar de que todos éramos catalogados como obsesos explotados por nuestros proyectos, la mayoría tenía aunque sea un porcentaje de vida social mínimo. El de él parecía nulo. Entonces, y te juro por mi vida que fue así, pasé en un día de solo verle la espalda porque se sentaba frente a mí en el salón, a que me hablara.
—Vaya hito —comento a modo de broma, aunque por supuesto que me muerdo hasta los pensamientos para no sentir celos de algo de hace cinco años.
—Te dije que es raro. Y la cosa no es que me habló, porque ya antes habíamos intercambiado un par de comentarios. En años. Lo insólito fue su actitud al dirigirse a mí.
—¿Por qué? ¿Qué pasó con su actitud?
—Que era... —Ella parece perderse en sus pensamientos un rato, hasta que eventualmente regresa con un nuevo veredicto—. No fue su actitud lo que cambió. Fue la manera de mirarme. Como si tuviese hambre de mí.
«Fue hace media vida, Sinaí, relaja las nalgas».
—A partir de entonces empezó algo —continua. Por suerte no parece notar que estoy por ir corriendo a la cocina en busca de un cuchillo—. Definitivamente el coqueteo más lento de mi vida. Él sabía qué miradas lanzar y cuándo hacerlo, sabía exactamente cuánto tiempo prolongar el contacto visual y cuándo desviarlo. Sabía cuándo hablarme, y qué tanto decir para poner mi mente a volar. También sabía cuándo callar para dejarme picada, tenía la medida exacta de los roces que despertarían mi piel en una necesidad que duró, en mi opinión, una eternidad.
—O sea que... al final...
—¿Lo hicimos? Sí, porque prácticamente lo acorralé. No aguantaba más la incertidumbre así que lo senté y le pregunté qué diablos quería de mí, porque me estaba volviendo loca, en el buen y en el muy mal sentido. Soy científica, la incertidumbre no va conmigo.
—Entiendo. Entonces, ¿qué te dijo?
—Una mierda —espetó ella y se acomodó subiendo sus pies al sofá—. Lo dejó así, y al día siguiente me interceptó para darme su respuesta. Tenía un contrato en la mano, era una declaración jurada, en mi nombre, diciendo que entendía que iba a tener un encuentro sexual con esta persona, una actividad meramente física, que no demandaría ningún tipo de entrega o demostración de él luego del acto, y que entendía que era una cosa de una sola vez y sin probabilidad a repeticiones o lazos afectivos. Además, había una cláusula donde declaraba que estaba limpia al 100%, que me hacía responsable de cualquier daño que pudiera generar si mentía al respecto, y me comprometía a entregar un certificado médico que avalara mi declaración en las siguientes setenta y dos horas.
«Sí, ese es el Axer que conozco».
—Okay, si es raro el tipo —respondo—. ¿Y firmaste?
—¡Por supuesto! El contrato era un alivio para mí, una respuesta clara, más que clara. No había ningún sentimiento de por medio así que con sus intenciones tan detalladas ya no tenía ese dolor de cabeza.
—Y le tenías ganas.
—Claramente. Me cocinó a fuego más lento que un caracol de retro.
Me rio, y me regaño de inmediato por ello. Se supone que estoy indignada y celosa, no me debo reír, le resta seriedad a mi drama.
—¿Qué pasó luego?
Ella se empieza a morder las uñas, como si no supiera cómo proceder.
—¿Qué pasa? —insistí.
—Es que no sé qué tanto es prudente que te cuente.
Ni yo cuánto toleraré escuchar.
—Cuenta todo lo que quieras contar, yo voy a escuchar encantada. Está interesante la vaina.
—Bueno, es que... Llegó el día de los hechos. Y fue como... Algo me dice que era un experimento más para él. Jugó a probarse, un orgasmo tras otro, que podía hacer de dios en el cuerpo de una mujer. Lo de «cosa una sola vez» fue una verdad muy tergiversada. Porque sí, fue solo ese día, pero muchas veces. Hasta que me acabó por completo. Y él... él nunca... Nunca eyaculó.
Okay, puede que esto sí sea demasiado para mí. Pero ya no puedo arrepentirme.
—¿Y luego?
—He ahí mi conflicto con todo —razona ella, y hasta puedo oler su confusión—. No es que me molestara, yo entendí la modalidad de lo firmado. Pero inmediatamente después me preguntó si necesitaba confidencialidad con respecto a lo ocurrido. Ya había rumores de que salíamos, lo cual era absurdo, nunca tuvimos una conversación real, simplemente los demás notaron la química. Pero fue con esa pregunta que entendí todo. Antes de mí, había rumores de que él era virgen. Nunca creí que le importara, porque parecía que no le importaba nada, pero esa vez lo vi de otro modo. Él no quería perder en absolutamente nada, y hasta entonces parecía ser el único en la organización incapaz de cazar una chica.
—¿Y él contó lo que hicieron?
—Yo le dije que no me importaba, pero igual no estoy muy segura de si dijo algo o no. Digo, no tenía amigos, ¿a quién se lo contaría? Y ahora creo que aplicó la psicología inversa, porque di por hecho que no le importaría que yo hablara por mi cuenta, y les narré algunas cosas a mis amigas.
Sí, definitivamente este es mi Axer.
—¿Y nunca más pasó nada entre ustedes?
—Jamás. Ni un apretón de manos. Él es muy rígido, no rompería sus propias reglas. Fue como borrón y cuenta nueva entre ambos. No quedaba ni la sombra de la química que una vez surgió entre nosotros.
—Y tu... ¿Lo olvidaste tan fácil? ¿No te quedó ni una pizca de interés?
—No, ¿cómo crees que se olvida algo así de la noche a la mañana? El robot es él, a mí me costó más convencerme de que la mejor experiencia sexual de mi vida no se repetiría. Con el tiempo, su propia frialdad me lo hizo fácil. Tuvimos un par de proyectos juntos y nunca surgió ni una risa. Todo muy profesional. Él me enseñó a verlo de esa manera de nuevo. Y no sé si porque me condicioné al verme obligada a ello o porque realmente lo superé, pero jamás volví a pensar en eso en los últimos años.
—Hasta ahora.
Asiente.
—Es lo que me preocupa. La última vez que tuvo un cambio así de drástico que parecía no tener explicación, resultó sí tener una. No sé qué pasó ayer en su vida, pero definitivamente condicionó lo que está haciendo hoy conmigo.
Yo pasé, querida. Yo pasé.
—Antes, en ese coqueteo eterno, ¿te había invitado a cenar o enviado flores?
—No. —Niega con la cabeza, en su rostro leo la incertidumbre y los nervios—. Esto es aterrador, él ni siquiera entonces se había comportado de esta forma.
—Tal vez solo está siendo amable.
—Tal vez.
Pero ella no suena convencida. Me duele verla en esta situación. Axer se está pasando al utilizarla a ella para su venganza, aunque tal vez solo lo digo porque los quiero a mil kilómetros de distancia.
—¿Nunca más volviste a oír de él y... alguien más?
—De hecho, sí. No pasaron ni un par de meses de lo mío cuando se escuchó que él estaba saliendo con Andrea Galindo, otra chica de la organización. Supongo que era el mismo tipo de «saliendo» como conmigo. No duró mucho tampoco.
—¿Y luego?
—Nada más. Por años. Volvió a ser el mismo asocial de siempre. Aunque...
—¿Aunque...?
—Tuvo una novia en Venezuela. Parecía serio.
La puta que parió a Voldemort.
—¿Có-como sabes?
—Todos sabían —contesta ella con un encogimiento de hombros—. Sus hermanos se encargaron de regar el rumor. Le decíamos en secreto "la gatita de Axer", porque decían que él la llamaba Schrödinger y era algo así como su experimento además de su novia. Es raro, lo sé. Eso ya lo sacamos del medio.
—Sí, mucho. Pero... ¿Nunca la conociste?
—¿Por qué habría de? No somos amigos. Creo que la llevó a un evento importante en Mérida, pero esa noche yo me fui luego de mi discurso porque me sentí mal y no pude verles juntos. Me perdí el chisme.
—Vaya. ¿Y por qué asumes que terminaron?
—Por las flores, ¿no? No es del tipo de tener una chica, menos será de los que cortejan dos. Además, como te dije, ella es de Venezuela. No escuché que él se trajera ninguna chica de allá.
—En ese caso, imagino que tienes un gran dilema por delante con lo de la cena.
—¿Qué debería hacer?
«Ay, mija, no me preguntes a mí».
—No quiero influir en lo que decidas, no los conozco, no me parece justo.
Ella asiente.
—Supongo que lo pensaré.
—Cuando sepas la respuesta avísame, no me dejes el chisme a medias.
~~~
Nota:
Ustedes son veloces, ¿okay? Los amo.
¿Qué piensan de este capítulo, de Sophie, del acercamiento de Sina a ella y qué creen que hará nuestra protagonista a partir de ahora?
¿Quieren más capítulos?
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