28: Madrugada

Axer

Axer no se arrepentiría jamás de todas las cosas que había hecho con Sinaí. Cinco hipotéticos minutos en la playa, diez en una cocina, treinta en un auto; todos valían igual, todos duraban la misma cantidad en su mente. Mientras fuera contra ella, había un ligero alivio en la derrota.

Tantos años viviendo su vida indiferente a sus gustos y necesidades básicas, y ahora todo lo que tenía en la mente era cómo vivir una historia de amor con Sinaí que pudiera contar a alguien más que al psicólogo.

Él se lo merecía. Se merecía un nuevo primer beso que valiera la pena contar en un cuento de hadas. Y ella se merecía un príncipe personal, aunque fuera de la dinámica mutua él siguiera siendo el antagonista empecinado en dominar el mundo con su cerebro.

A su psiquiatra no le mentía. Al hablarle de sus escritos, él le aconsejó escribir un capítulo ficticio de su vida en el que conseguía uno de sus objetivos. En cada capítulo solo podría reflejarse con uno de ellos, así organizaría sus prioridades basado en cuál de todos esos escritos le llenaba más al ser releído.

En ninguno se había planteado con Sinaí, porque se convenció de odiarla todo ese tiempo.

Pero ahora lo veía claro. Sin necesidad de escribirlo, la escena era nítida en su mente: ella en la ceremonia del Nobel; él en todas ferias y premiaciones donde la editorial de Sinaí destacaría.

Sólo tenía que apelar a ser una buena persona, al menos para ella. Y una buena persona no sacaría provecho del tiempo que le había pedido a Sinaí para sanar.

No haría eso. No buscaría su placer en ella hasta que oficiaran su relación.

Pero es que mirarla no le estaba sirviendo a su abstinencia.

Ella no parecía consciente de lo mal que le hacía verla con medias de mallas. Es decir, ¿a caso no recordaba lo ocurrido en el carro? Porque él lo recordaba perfectamente. Las botas, las mallas y las orejas de gatita. En especial, recordaba cómo le hizo quitarse todo lo que llevaba bajo la falda y dejar el panty de encaje sobre su rodilla.

«No te ayuda en nada que pienses en esas cosas», exhortó la parte racional de su mente.

«¿Qué más da? Prometí ser buena persona, no monje. Pensar sigue sin estar penado por ninguna ley», deshechó el diablillo responsable de esa mirada que le estaba dedicando en ese momento a Sinaí.

Ella estaba metida de cabeza en el refrigerador. Se habían desviado a beber agua antes de al fin irse cada uno a su habitación a descansar.

—¿Sabes qué pienso? —le preguntó Sinaí de la nada.

—Soy científico, no Edward Cullen. ¿Cómo podría saber qué estás pensando?

Sinaí lo señaló con la botella de agua.

—Esa irritabilidad que cargas es consecuencia de ese estúpido voto tuyo.

Axer metió las manos a los bolsillos de su pantalón y la miró con un arco en sus cejas. No estaba de acuerdo, a él le parecía que su respuesta había sido tranquila, acertada e irrefutable, no una muestra de irritación. Pero no iba a discutir con la loca que esperaba que soplara las velas directamente en el pastel.

—¿En qué estás pensando?

—Por momentos creo que eres el hombre con la voluntad más fuerte del mundo. No ocultas que me deseas, tu cuerpo menos, pero sigues sin ceder del todo. Y ese del todo es lo que me hacer pensar que en realidad tienes la voluntad más flexible del mundo si tan fácilmente has roto tus propias reglas estos días. No te entiendo.

—Eres tú.

—¿Yo?

—Eres... Como un germen en mi cerebro que lo carcome todo y se apodera de mi sukin syn raciocinio.

Sinaí aguantó un momento, o eso intentó, hasta que ni la mano en su boca le impidió soltar la risa.

—¿Un germen, en serio? —inquirió ella sin dejar de reír—. El romanticismo tuyo es otro nivel.

Axer suspiró y miró en otra dirección avergonzado.

—Esto se me da fatal, tenme paciencia.

—Se te da mejor que a mis demás pretendientes, al menos —dijo ella levantando sus lentes para secarse los lagrimales—. He recibido muchas flores, pero ninguna las conservo. Solo las rosas que me diste de manera tan poco convencional.

Entonces Axer volvió su rostro hacía Sinaí, un movimiento tan brusco como la demanda en su mirada.

—¿Cuántos pretendientes tienes, Nazareth?

—¿Por qué? ¿Te preocupa que puedan retarte a una justa por mi mano?

Él le restó importancia con un bufido.

—Si lo que quieres es un hombre que pueda ganar una justa a muerte, ve a buscar a ese neandertal en una jungla. Cuando consigas a alguno que pueda ganarme el Nobel, superar mi promedio en la OESG y mi récord de operaciones y resurrecciones exitosas, entonces hablamos.

Cruzando sus brazos, Sina empezó a negar con la cabeza. Sus ojos tenían una curiosa mirada entre la burla y la admiración.

—Tu ego es lo que claramente es difícil de superar.

—Estoy de acuerdo. ¿Olvidaste que tuve que operarle el ego a uno de tus pretendientes? Si ese es el promedio, no tengo de qué preocuparme.

—¡Axer!

—Tú empezaste.

Al verlo caminar en su dirección Sinaí sucumbió a un ataque de cobardía y retrocedió hasta quedar pegada a la encimera. Miró hacia atrás y se describió sin escapatoria, y al voltear de nuevo se tropezó con la mirada de su perdición.

Él la tomó por el cuello con delicadeza. Estaban tan cerca que ella por instinto entreabrió los labios esperando el beso.

—La próxima vez que quieras darme celos, Nazareth —susurró él—, procura convencerte primero a ti de que en serio podrías conformarte con cualquier peón teniendo el sukin syn tablero a tus pies.

—¿Tú eres el tablero?

—Y tú mi reina.

Ella cerró los ojos y aspiró su aliento. Respirar era necesario si no quería sufrir un ataque inmediato a su desbocado corazón.

—Lo sé —contestó ella. Sus ojos todavía cerrados, su sonrisa sugerente—. Te gané en ajedrez, ¿o no?

Entonces él apretó más fuerte su cuello.

—No puedes seguir presumiendo esa estupidez, Nazareth. No te conocía, me tomaste con la guardia baja. No podrías repetir ese jaque ni aunque practicaras toda tu vida para ello.

Fue cuando decidió soltarla y se alejó un paso para dejarla recobrar la respiración.

—Eres tan competitivo como mal perdedor, Axer Frey —espetó ella.

—Es parte de mi encanto —dijo él con un encogimiento de hombros.

—¿Encanto? ¿Cuál encanto?

—No lo sé, tal vez el que te sonroja cuando te miro por demasiado tiempo. El que te pone a temblar las piernas sin que haga falta tocarte, el que vuelve pesada tu respiración y entrecortados tus suspiros cuando me acerco. ¿Ese encanto?

—Eres...

Axer agarró la muñeca de Sina, un contacto delicado pero suficiente para desconcertar. ¿Es que no entendía que sus roces provocaban en la piel de ella un cosquilleo que no podían saciar en este momento?

—¿Qué, qué soy? —demandó mirándola a los ojos, tan seguro con esa sonrisa ladina que Sina sintió el impulso de borrársela solo por placer.

Así que le dijo:

—Insoportable.

—¿Ah, sí? —Deslizó la mano hasta su codo y tiró hacia sí para acercarla—. ¿Y qué más?

Los nervios ya eran visibles en la garganta de Sinaí.

«¿Qué mierda fue lo que preguntó?», se cuestionaba ella.

—Tan... arrogante —respondió al fin fingiendo inmunidad—. Sí, eso eres. Lo veo en esa sonrisa de suficiencia. Sabes lo que provocas, y lo disfrutas. Sukin syn arrogante.

—¿Eso es todo? —preguntó deslizando sus nudillos por la mejilla de ella, sus ojos fijos en esos labios desnudos.

«Te voy a morder, Axer. Apártate», quería gritarle ella, pero no encontraba voz para eso.

—No, no es todo —respondió nerviosa.

—¿Entonces qué sigue? —Cuando hace la pregunta, su mano afianzó el mentón de Sina y su pulgar se dedicó a acariciarle el labio. La rozaba al hablar, tan cerca de la comisura de la boca de ella, al borde de sucumbir a ese beso que prometió posponer—. Soy odioso, competitivo, mal perdedor, insoportable y un sukin syn arrogante, pero cómo te mueres por mí, bonita. ¿Quién es el incoherente aquí?

—Es que también eres atractivo, tierno, astuto, brillante y tan atento que puedo obviar lo demás por un rato.

—¿Tierno?

Ella asintió. Él estaba cerca, al acecho de un descuido para dar el jaque mortal a su boca.

—Lo eres —respondió Sinaí en un hilo de voz.

—No sé a quién describes, Nazareth, porque a mí me pasan muchas cosas por la cabeza teniéndote contra la encimera, y ninguna que amerite ternura.

—O sea que...

—Es decir que, si no supiera que tu madre puede entrar en cualquier momento, te tendría así...

Un sobresalto atacó a Sina cuando en un movimiento Axer la alzó y subió al mesón. Las manos del genio en sus rodillas abrieron sus piernas, solo la tela del short y las mallas rotas estorbaban la vista.

—Mi mamá está ocupada —le dijo Sina—. Tus excusas no aplican aquí.

—Te mentí —dijo Axer dando un par de golpecitos en sus rodillas. Se dio la vuelta y empezó a caminar a la salida—. Sí me gusta verte sufrir siempre que sea por las ganas que me tienes.

—Sukin syn —maldijo una Sinaí a la que le cruzaban miles de escenas de un crimen pasional por su cabeza.

~♟️🖤♟️~

Axer se despertó, todavía mareado del sueño, por el sonido de sonido de su celular.

—¿Hola? —dijo adormecido al contestar.

—¿Estás despierto?

Axer miró la pantalla del teléfono con los ojos entrecerrados confirmando quién lo llamaba.

—Te voy a matar —le dijo a Sina a través del teléfono—. Siento que me pude conciliar el sueño apenas hace dos minutos.

—Mátame, yo te firmo lo que haga falta.

Axer se alejó el teléfono de la cara. Su sonrisa estaba a punto de estallar, y no quería que ella lo escuchara. ¿Por qué era tan fácil ponerse así con ella?

Con la oscuridad que lo envolvía, estando acostado y somnoliento, con la voz de ella delatando que se encontraba en la misma posición, casi la sentía ahí a su lado, sus labios directamente en su oído sin un teléfono de por medio.

—¿Cómo dormiste, mi reina?

Sinaí pasó tanto tiempo procesando esa respuesta desde su lado del teléfono que cualquiera habría creído que la comunicación acabó. Pero no Axer. Él esperaba con una creciente paz en su interior. Porque la conocía, y podía imaginarla perfectamente, inquieta por sus emociones.

—No me estás ayudando a superarte, Axer.

—Yo no busco superarte. Este espacio es porque trabajo en mí para ser la persona que necesitas. Pero no me alejo, cada paso que dé será con el fin de estar más cerca de la relación que nos merecemos.

—Axer... No te merezco.

—No digas eso, bonita. Tú lo mereces todo. Y eso me lleva a algo que quiero que hagas por mí. Por ti. Por nosotros.

—Lo que sea, dime.

—Las cosas que hiciste en el pasado... Me has dicho con distintas palabras que no habrías hecho nada parecido de saber mis sentimientos por ti. Pero yo creí que te lo había demostrado fielmente. Nunca tuve una novia. Nunca tan orgullosamente me presenté con mi familia y dije «soy humano, y ella es mi debilidad». Jamás habría hecho algo así por nadie que no fueras tú. Creí que lo entendías nada más mirarme. Pensé que era demasiado obvio.

—No eres tú el problema, Vik, eran mis inseguridades.

—Exactamente. Esas cosas no desaparecen de la nada, y tú tienes un TLP sin tratar. Sufriste muchísimo en tus años en el liceo. Tu primer novio se acercó a ti para asesinar a tu padre y luego... Ya sabes lo que pasó. No voy a obligarte, no funciona así, debes hacerlo por ti misma. Pero si realmente quieres que esto sea sano...

—Quieres que vaya a terapia.

—Creo que lo necesitas. Creo que es lo mejor.

—Lo haré.

Axer no dijo nada al respecto, ni cuestionó lo que ella decía. Ya él no podía hacer nada más. Si ella no se comprometía voluntariamente a sanar por sí misma, nadie podría ayudarla.

—El mensaje que sobre no poder dormir cerca de mí, el que me enviaste en tu casa cuando me dejaste sola en la habitación... ¿Tan mal está tu situación?¿No podremos dormir juntos?

—Podríamos dormir juntos el día que me quede ciego.

—¿En serio te tengo así?

Axer sonrió tanto con eso que pómulos casi alcanzaron sus ojos.

—¿Lo dudas?

—Tú eres Axer Frey. Mi crush. Mi fantasía más grande. El hombre por el que cualquiera daría su alma. Pero te fijaste en mí...

—¿Me «fijé» en ti? Nazareth, no puedo escuchar tu voz sin que me provoque una sonrisa, no puedo ver ninguna parte de tu cuerpo sin querer tomarte de formas por las que podrían encarcelarme. Nunca había sentido por nadie lo que siento por ti. Jamás volveré a hacerlo.

—¿Nunca?

—Pensé que eso estaba claro.

Un silencio se prolongó al otro lado de la línea. Axer estaba tan drogado por el sueño que por un instante cerró los ojos y casi volvió a sumirse en la inconsciencia hasta que la voz de ella lo trajo de vuelta.

—¿Y Aaron...? —preguntó ella.

Él entendía perfectamente a qué venía la pregunta, y le sorprendía que hubiese tardado tanto.

—¿Estás celosa?

—No, pero...

—Estás celosa.

—¡¿Te estás riendo?!

—No...

—¡Axer, te estás riendo!

Axer se apartó el teléfono y se cubrió la boca. Respiró y luego volvió a la llamada.

—La cosa con Aaron empezó luego de que termináramos.

—¿Qué es esa «cosa» que hay entre Aaron y tú?

Ahí estaba. La voz de ella intentando pasar por una curiosidad normal, pero con ese ligero tono que daba miedo.

—No lo sé —contestó él simplemente—. Y no es una evasiva, realmente no lo sé. Es lo que intentaba descubrir. Antes de ti no tuve mucho tiempo para entenderme, en eso me sacas bastante ventaja aunque yo sea mayor y me proclame un genio.

—Bueno... Solo quiero saber una cosa.

—Habla.

—Tú me invitaste a tu fiesta de cumpleaños, pero ya en ella me evitabas. Y cuando llegué a la cocina ya estabas con Aaron. Estás en todo tu derecho, claro, pero... Si yo no hubiese llegado... ¿Habría pasado algo entre ustedes?

—Es probable.

La respuesta al otro lado tardó en llegar. A Sinaí no le gustaba la tranquilidad con la que Axer respondía, pero no es como si pudiera explicar su desagrado o reclamar al respecto.

—¿Por qué invitarme a tu cumpleaños entonces? ¿Venganza?

—¿Quieres la respuesta honesta o la edulcorada?

—Lo honesta.

—¿Para luego molestarte conmigo?

—No me voy a molestar por nada que hayas hecho antes de nuestra conversación en la cocina. Tú tranquilo.

—Bien. Te invité para mantener la fachada de la relación, pensé que eso lo tenías claro. En el fondo era una excusa porque quería tenerte cerca, lo asumí cuando fui a buscarte a la playa, pero tú estabas tan distante entonces y segura de que me querías lejos que yo no quise irrespetar eso. Luego te vi en los pasillos de la mansión, vestida de blanco y tan... preciosa. Más que nunca. Y me ofreciste esos cinco minutos y yo quería hacer de todo contigo. Y entonces pasó lo de Azrel.

—¿Qué con eso?

—¿No es obvio? No estábamos en la misma sintonía si yo no podía dejar de pensar en ti, tanto que no podía ni verte sin acabar con una inoportuna erección en mi fiesta, y por otro lado estabas tú, pendiente de mi primo. No sé cómo pensaste que lo iba a tomar, pero no fue agradable hacerme a la idea de que no me querías a mí, sino a un Frey.

Sinaí al otro lado de la línea contuvo el impulso de replicar con el primer arrebato de rabia que la invadió con esas palabras.

Estaban conversando. No debía mentarle la madre a Axer por expresarme honestamente en un tema que ella sugirió.

—Axer, tú y yo terminamos. Te cansaste de decirme que eso no iba a cambiar jamás, ¿qué más te daba si me buceaba a media fiesta? Así lo vi yo.

—Exactamente —cortó Axer—. Yo tardé más en entenderlo, pero lo entendí entonces, y fue cuando deseché por completo todo lo que me impedía experimentar con Aaron.

El mensaje estaba claro. Sinaí no podía reclamar absolutamente nada.

—¿Te gusta? —le preguntó ella.

—¿Qué pregunta es esa? Es Aaron.

—Porque «es Aaron» es porque lo pregunto.

—¿Porque te gusta a ti?

—¿Qué? ¡No! Aaron y yo somos amigos.

—Mmm.

Axer escuchó a Sinaí gruñir al otro lado de la línea.

—He estado a solas con él y me es indiferente —insistió ella.

—A nadie le es indiferente Aaron, mentirosa.

Eso la hizo reír, le gustaba esa confianza que estaba construyendo con él.

—Me refiero a que comparado con lo que me pasa cuando los veo a ustedes sí me es bastante indiferente. Me gusta mucho más cuando te veo a ti con él.

—Sí, de eso me di cuenta hace tiempo. De todos modos eso no lo hace tu amigo.

—¡En serio! Él ha sido una persona muy importante para mí desde que...

Ella dejó el final de la frase en el aire y Axer lo entendió, y aunque todo su cuerpo revivió el evento implícito, se forzó a no reclamarle nada a ella, a ignorarlo hasta que ya no se notara en su voz lo mucho que le había afectado.

—Tu idea de la amistad es rara —comentó Axer para distraerse de sus traumáticos pensamientos.

—Aaron es raro. ¿Cómo se puede tener una amistad normal con alguien así?

—Si volviéramos y te pidiera exclusividad, ¿pondrías límites a esa amistad que tienen?

—Si me lo pidieras ahora lo haría. ¿Por qué? ¿Lo dices por lo de la cocina?

—No, eso fue algo nuestro, lo digo por lo de la fiesta en la playa a la que fuimos con Sophie. Ver cómo te besaba fue... —Por la respiración de Axer, Sina temió por la seguridad del pobre Aaron—. Pero entiendo que no puedo hacer nada al respecto. Por ahora. Espera a que seas mi novia, le voy a restar medio siglo de vida.

—¡Axer! —Lo regañó Sinaí muerta de la risa—. En realidad no hay nada como eso entre Aaron y yo. Lo hice porque quería llamar tu atención y tenía celos de Sophie.

Axer abrió la boca para responder pero Sinaí ya estaba hablando de nuevo.

—¿Te molesta si pregunto...?

—Tú pregunta lo que quieras.

—¿Tengo que preocuparme? Por ti y por Aaron. Eres libre, no tienes un compromiso conmigo. Sé mejor que nadie que él es el segundo en tu club de fans. Y también sé que tú desde Mérida le tienes un odio extraño que no parece odio. Está bien. Pero... ¿existe la posibilidad de que...?

—No.

—No lo entiendo.

—Yo tampoco.

—¿Qué te gusta de él? —insistió ella—. Y no me digas que nada porque no se pasa el alcohol de boca a boca a la gente de la que no te gusta nada.

Axer rio por lo bajo.

—Sus colmillos.

—Pensé que odiabas su vampirismo.

—Precisamente.

—Ah —contestó Sinaí más confundida que al comienzo.

—¿Alguna otra pregunta?

—El cereal con yogurt que había en el mesón ese día, ¿se lo diste tú?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque Aaron es una persona, Nazareth.

Ella guardó silencio un rato y luego le dijo:

—Lo sé. Y es una persona muy linda dentro de toda su locura. No te estaba reclamando, ¿de acuerdo? Es solo que me confundo, me dijiste que no eran amigos...

—Porque no somos amigos. Y también te dije que tienes una idea de la amistad muy retorcida.

—De acuerdo... Si tú dices que no tengo nada de qué preocuparme, está bien.

Axer suspiró.

—Me disculpo si soné muy cortante en algún momento, sabes cuánto me disgusta admitir estas... cosas.

—No dejas de ser un genio. Lo sabes, ¿no? Sentir atracción sexual no te va a quitar el Nobel que estás por ganarte.

Axer sintió de pronto unas ganas estúpidas de llorar. Toda su vida había estado rodeado de personas demasiado descontextualizadas para entender sus miedos, y otras demasiado inmunes a la humanidad como para darles validez. No había punto medio. O lo condenaban por sentir, o por no sentir nada.

Pero ella sabía exactamente lo que debía decir. Ella lo conocía mejor que nadie.

—Schrödinguer.

—¿Sí?

—No tienes que preocuparte por Aaron ni por nadie. Yo estoy enamorado de ti.

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