27: Positions [+18]
El nombre del capítulo es por la canción de Ariana Grande
Poison
Azrel vuelve a la habitación con dos copas llenas de un vino tan turbio como mis emociones luego de que me dejara ardiendo y desatendida.
Nuestros ojos hacen contacto visual cuando me entrega una de las copas, y me parece en su serenidad que este hombre no entiende el peligro que corre con la que está provocándome.
Acepto el vino con una sonrisa, la firma a este pacto en el que acabaré por estrangularlo con mi cabello si sigue jugando conmigo.
Cuando se mete a la cama conmigo solo se cubre de la cintura para abajo y queda medio sentado por las almohadas. Tener esta imagen de él todas las noches de mi vida no suena nada mal...
«Deja de pensar estupideces».
Yo me bebo mi copa de un solo trago y me acuesto de nuevo boca abajo con los pies en dirección a él y el rostro hacia la pantalla.
Azrel ni siquiera se inmuta, descansa sobre mi culo la mano donde sostiene el vino y enciende el televisor.
—¿Qué quieres ver? —pregunta.
—Porno.
Él bebe su vino, deja la copa en el piso y me arrastra por los pies. Me volteo y me siento.
—Si sigues jugando conmigo te mandaré a dormir al mueble, Poison. Ni siquiera me va a pesar, no me queda espacio para más cargos en mi consciencia.
Abro mis piernas y me subo a su regazo abrazada a su cuello.
—Tú eres el que juega aquí, yo solo quiero sexo.
—Pues paga una puta.
—Te quiero a ti.
—Entonces sé mía, maldita sea.
Nuestras miradas colisionan y esta necesidad me empuja al borde de gritarle que sí a cada palabra, solo por la oportunidad de gritar luego su nombre.
Él me agarra por la nuca y me besa con pasión, está tan ávido de mí como yo de él, lo sé por la manera en que su mano busca mi trasero y lo presiona sobre su entrepierna, por cómo arranca la sábana de debajo de mí para que sienta al detalle su erección.
El contraste entre su ardor y mi humedad casi crea chispas entre nosotros, pero lo que definitivamente provoca es un gemido que no puedo contener.
Él se aleja con mi labio entre sus dientes y me mira con una determinación feroz.
—¿Qué es esto? —le pregunto agitada cuando lo veo acomodar su miembro en mi entrada con su mano. Estoy tan húmeda que se resbala, no hace falta lubricante.
—Una prueba gratis —ruge antes de clavarme todo haciendo que me siente en él.
Mi grito rebota en las paredes de la habitación, mis manos caen hacia adelante y quedan pegadas a la pared. Él no me da tregua, me toma por las caderas y arremete contra mí en violentas repeticiones. Lo siento clavarse cruelmente en mi estómago, nuestro choque de pieles es húmedo y sonoro, pero casi queda enmudecido al lado de los gritos que intento reprimir mordiéndome.
Su mano en mi nuca me reclama para atacarme en un beso, la otra en mi trasero me mueve sobre su miembro. Soy una muñeca a su merced, tan acostumbrada al control, al poder y a esos polvos donde debo hacer todo el trabajo que me siento una virgen mientras me complace este insano contacto de mi entrepierna mojada sobre su piel.
—Deja de morderte los labios —gruñe tirando de mi nuca para separarme de su beso. Casi no tengo aliento, pero su voz ensombrecida por la lujuria me lo roba todavía más—. Dame todo eso, quiero cada maldito gemido, grito y jadeo, Poison. Tu reino de mentiras acaba en esta cama.
—Azrel...
Mis siguientes palabras quedan atoradas en mi garganta por la embestida de sus caderas a las mías. Duele, hace mucho de mi última cogida y esa ausencia me tiene más sensible de lo normal, mi estrechez apenas recibiendo el grosor de Azrel, mi vientre acostumbrándose bruscamente a su longitud.
Él se aferra a mis caderas y nos empuja a ambos de forma en que golpeo de espalda la cama y él queda de rodillas frente a mí sin dejar de darme. Y con esa nueva accesibilidad, suelta una mano de mi cadera y lleva su pulgar a presionar mi punto débil.
El sonido que ocasiona eso en mis labios es tan abrupto como escandaloso, por lo que entierro las uñas en las sábanas y me muerdo fuertemente los labios para callarme.
Sus ojos se ensombrecen al notarlo, y ese miedo que le tengo se acentúa en mi garganta, secándola.
Él se cierne sobre mí y sus dedos gentilmente recorren mis labios. Esta calma pese al gris huracán de sus ojos me aterra, una oleada de miedo, y un masoquista deseo por vencerlo, se suman y acaban en contracciones en mi entrepierna.
Él cierra los ojos y sisea al percibir mis pulsaciones en su miembro. Me encanta lo sexy que se ve así, me desnivela ser yo la que lo ponga así.
—Qué bien se siente que hagas eso... —La mano que antes solo acariciaba mi boca ahora se cierra como garra sobre mi mentón—. Pero eso no te salvará de tu castigo.
—¿Qué vas a hacerme?
—Te voy a hacer llorar, Poison, te voy a hacer tragar todo el veneno con el que me has intoxicado, y haré que te guste tanto que de ahora en adelante solo pienses en pedirme más.
Sale lentamente de mí y siento la ausencia doler. Las sensaciones están tan acumuladas que el orgasmo está ya a las puertas. Cualquier roce, una mínima embestida, podría hacerme rendirme ante él.
Pero lo hará a su modo. Y yo estoy ansiosa por experimentarlo así.
—Bien —le digo.
—De «bien», nada. Todo lo que viene a partir de ahora es muy malo, no puedo pagarle a tu veneno con bondad.
Se levanta de la cama y me da la espalda camino a su clóset.
—Levántate —dice luego de un rato en el que me le he quedado viendo.
Espabilo, respiro y me levanto.
Estoy excitada, estoy muerta de miedo, pero no puedo perder mi dominio mental, o esto puede pasar de ser el polvo que me hacía falta al único veneno que podría dañarme.
Tengo que recordarme que yo pedí esto. Que Azrel es reemplazable. Que...
Cuando lo veo volver con las corbatas, una leve satisfacción se aloja en el tono aceituna de mis ojos. No toma una sola, sino varias, y todas las deja en la cama completamente estiradas con una separación casi calculada entre cada una.
—Tienes mi completa curiosidad —le digo.
—Nadie te ha dicho que hables, Poison, no sumes cargos a tu juicio.
Dios, esto me está prendiendo más de lo normal.
¿Dónde hay otro como él? Necesito al menos tres para convencerme de que no lo necesito, de que no es necesario condenarme a su lado toda una vida.
Deja las corbatas y va a un cajón secreto al fondo del clóset. Cuando regresa, tiene cinco cuchillas cromadas sin mango, e inserta cada una en el espacio entre las corbatas.
Tenía mi curiosidad, ahora me tiene a mí completa. ¿Qué demonios está haciendo?
Se acerca a mí, sus manos acarician desde mis hombros hasta mis muñecas. Esta gentileza es aterradora. Desde nuestros primeros encuentros, lo que me atrajo de Azrel fue justamente esto: su capacidad para provocarme escalofríos cuando me creía inmune a cualquier temor.
Se agacha lentamente frente a mí y besa mi vientre, sus dedos deslizándose por mis pliegues en descenso hasta mi entrada. Estoy empapada, y eso se siente tan bien que echo la cabeza hacia atrás.
Mis manos van a su cabello justo cuando su dedo de introduce en mí, y luego lo acompaña otro y luego otro, cada uno valiendo un murmullo ininteligible en mis labios.
Levanta mi pierna y la sube a su hombro. Sus dedos me penetran mientras su lengua saborea mi clítoris. Esto... Esto es demasiado. Siento el calor acumularse, sé lo que está por llegar, y está todavía más cerca cuando sus dedos se curvan dentro de mí presionando mi punto mientras sus labios siguen chupando.
Esto no es un castigo. Este es el premio más jodidamente bueno que me han dado.
Y entonces para. Sale de mí y deja toda esa acumulación doliendo en mi entrepierna.
—Azrel... —advierto en un tono que suena a maldición. En este momento me siento capaz de matarlo.
—Estás hecha un charco —dice besando mi vientre con sus manos en mis caderas.
—No pensarás dejarme así, ¿verdad?
—¿Y qué si lo hago? —Sus labios besan la cicatriz en mi costilla que forma su nombre, esa que él mismo dibujó—. No te confundas, Poison, no soy tu amigo.
—Te asesino, Azrel, lo juro por tu preciosa verga.
—Lo que pase de ahora en más será tú decisión. Tus acciones serán las que dictaminen si de mis manos te corresponde premio o castigo.
—¿Cómo?
—Empieza por cerrar la boca. Hace un instante no querías hacer ruido, ahora no encuentro cómo callarte.
—Hijo de puta.
Azrel asiente, tan motivado por mi insulto que mi vientre se llena de una extraña presión mientras lo veo unir tres corbatas en unos nudos profesionales, sus tríceps tensándose en cada nuevo y violento tirón.
No olvido que ha sido entrenado como un Mortem, siempre he tenido curiosidad sobre cómo podría aprovecharlo en el sexo. Y aquí está la prueba. Esos nudos no van a soltarse.
Vuelve a mí y se para a mi espalda, yo tengo mis manos enlazadas al frente. Veo las suyas abiertas en espera a ambos lados de mi torso.
—¿Me permites tus brazos, princesa?
Tengo un nudo en la garganta, ese derroche de modales viene acompañado de una entonación perversa.
Respiro hondo, y hago lo que me pide poniendo mis antebrazos sobre sus manos abiertas.
—No esperé que fueras de los que pedían por favor.
—Silencio... —susurra tan bajo que casi creo haber imaginado su voz.
Él lleva mis brazos a mi espalda. Pone manos juntas en puños y empieza a pasar la corbata por mis muñecas, las asegura con un nudo inflexible y luego pasa el resto a los antebrazos hasta que quedan totalmente inmovilizados.
—Me han hecho algo así antes —digo para picarlo—. ¿No te preocupa que tenga con qué compararte?
Sin responder, golpea detrás de mis rodillas y me empuja hasta que caigo en el suelo sin poder usar mis manos para protegerme.
Lo siento agacharse detrás de mí, su mano en mis nudos me levanta hasta que quedo de rodillas. Está armado con una nueva corbata y esta empieza a atarla a mi cuello con una paciencia que me preocupa. Este nudo es distinto, se ajusta y se afloja dependiendo de cómo se hale. La voltea y la deja colgar entre mis pechos sin ajustar, como un collar largo.
Sus manos se posan sobre mis hombros y sus labios alcanzan mi oído.
—No me preocupa lo que cualquier imbécil te haya hecho. Preocúpate tú, porque luego de esto te habré arruinado para todos ellos.
—Ya estaba arruinada —confieso sin poder contenerme, y sus labios en el borde de mi boca no hacen más que confirmarlo, llevando una nueva oleada de fluidos que ya me corren por la pierna.
Él se levanta y va en busca de la última corbata.
—¿Te gusta callarte tus gemidos, no? —me pregunta pasando la tela sobre mis labios—. Yo te voy a ayudar con eso.
—Azrel, no te...
Haber hablado le hizo más fácil meterme la corbata a la boca. Con experticia la amarra detrás de mi cabeza, tan fuerte que duele en los bordes de mi boca. Solo se detiene cuando quedo totalmente amordazada.
Se para delante de mí y me mira desde arriba. La vista de su inmenso cuerpo desnudo, con su miembro sin cubrir y su musculatura trabajada luciéndose, casi hacen que agradezca esta maldita prisión que me ha impuesto. Las ataduras me están cortando la circulación, y ese dolor empieza a acumularse.
—No hay palabra de seguridad —me dice mirándome desde arriba—. Si quisieras herirme no dudo que podrías hacerlo por tu cuenta.
Maldito. Su adulación me está inflando el ego y calentando a la vez.
Entonces camina hacia la cama y alcanza una de las cuchillas.
Muevo los labios y balbuceo una interrogante, pero la mordaza es tan fuerte que mis palabras son inteligibles y la presión me lastima. Debo dejar de intentar hablar, no quiero partirme la boca.
—¿Confías en mí? —pregunta.
No dudo en negar con la cabeza.
—Perfecto, entonces. Si me dejas terminar mi juego sin moverte ni una sola vez, te daré el orgasmo que estás conteniendo. Pero si te mueves, se acabó. Quedarás así toda la noche, me vestiré y no te tocaré de ninguna forma.
Intento protestar, pero duele.
Maldito loco.
Y yo estoy peor, porque me encanta.
—Asiente si entendiste.
Hago lo que pide y entonces se pone de espaldas. Su inmenso tatuaje, sus glúteos... Esto no ayuda con la presión entre mis piernas.
Lanza la cuchilla de una mano a otra, y luego en su mano derecha hacia arriba. La hoja da algunas vueltas y la atrapa tranquilamente. Tiene destreza, soltura y un buen pulso.
No debo preocuparme. No será problema...
La cuchilla pasa soplando a escasos centímetros de mi rostro y pierdo la respiración hasta sentir el impacto en la pared de atrás. Me ha tomado desprevenida, el sobresalto casi me hace moverme y el temor se acentúa en mi estómago. Pude haberme movido y eso me aterra. Me creo todas las amenazas de este griego. Sé de lo que es capaz.
Trago en seco y me obligo a concentrarme con el mentón erguido.
Se voltea y me mira con seriedad.
—De pie.
Obedezco sin mostrar debilidad. Él no me hará daño, tiene una puntería impecable y...
El siguiente lanzamiento rasguña mi cuello, el impacto desvía la cuchilla y no termina de clavarse en la pared, solo la golpea y cae. La sangre empieza a correrme por la clavícula, intento comprobarlo con mis dedos pero los nudos a mi espalda son inflexibles y el movimiento duele.
Pudo haberme cortado la arteria.
No puedo hablar, pero espero que mis ojos le revelen toda mi ira. Que no se me acerque porque estoy dispuesta a dislocarme un brazo solo para estrangularlo con los nudos que él mismo hizo.
Él reacciona a mi mirada con una media sonrisa y va a la cama para buscar otra cuchilla.
—¿Asustada? —pregunta al volver a posarse frente a mí. Noto que su erección no ha bajado un ápice, y eso me hace agua la boca multiplicando la acumulación de saliva que baña la mordaza.
Muevo la cabeza en negación, pero estoy mintiendo. Temo que mi corazón se note en mi pecho, temo por la manera en que sostiene la hoja filosa como si pudiera salir despedida de entre sus dedos en cualquier momento. Temo, en especial, porque entre mis piernas las pulsaciones no han menguado, y temo que queden insatisfechas porque el miedo me gane y acabe moviéndome.
Contengo la respiración cuando apunta. Me tenso entera, el calor en mi centro a punto de crear una explosión por sí mismo. Este lanzamiento va directo al espacio entre mis cejas.
No puedo hacer esto. No puedo ver.
Un jadeo es ahogado por la corbata en mi boca y cierro los ojos con fuerza cuando toma impulso para el lanzamiento.
Cuando escucho el impacto me exalto y mis brazos tensan los nudos. Esta fricción arde como el maldito infierno. El infierno de Azrel Mortem Frey, la única bestia a la que temo todavía.
Abro los ojos y veo que a lanzado la cuchilla al suelo, solo hizo el amago de tirarla hacia mi rostro.
Estúpida. Quedé como una estúpida miedosa, por eso él está sonriendo.
Por suerte parece que ha terminado con los hojillas.
Se acerca a mí por detrás y desata la mordaza que sale de mi boca junto a un chorro de saliva. Justo ahora ni siquiera es la parte más mojada de mi cuerpo.
—Lo hiciste excelente —me felicita besando desde atrás las comisuras lastimadas por la mordaza.
—Estás enfermo, hijo de puta, podías evitar el corte. Pudiste haberme matado.
Lo que estoy diciendo se me olvida cuando su mano en mi cabello voltea mi rostro y sus labios penetran los míos en un obsceno beso.
Estoy hecha un desastre de emociones. No quiero que este tipo me deje de besar nunca, y justo por ello quiero que no vuelva a hacerlo jamás.
Sus dedos viajan a mi entrepierna y se deslizan por todo ese charco. Es una delicia tan inmensa que acabo por gemirle en la boca.
—Eso, Poison, así es como te quiero... —susurra mientras sus dedos masajean mi punto con lentitud—. Tan complacida que no puedas contener lo que escapa de tu boca.
No tengo respuestas mordaces. No tengo peros. Solo quiero el maldito orgasmo, quiero que sea él quien me lo dé, quiero...
Él se traga mi grito cuando siento el clímax formarse, y entonces me da con más fuerza invitando ese orgasmo que me destroza todos los nervios y pone mis piernas a temblar.
Acabo agitada cerca de su boca, y tengo los ojos cerrados concentrada en la sensación.
—Mírame mientras te toco, Gabriela —ordena iracundo—. No quiero que pienses en nada más, quiero que te grabes mi rostro mientras te desarmo de placer.
Abro los ojos y miro los suyos. Es perfecto. No le cambiaría nada a este peligroso antagonista.
—¿Crees que se acabó? —me pregunta.
—No sé cuánto suelen durar tus muestras gratuitas así que tú dime.
—Esto no acaba hasta que te tragues todo lo que estás por sacarme.
Sonrío complacida pero no dura mucho, pronto siento cómo sus manos toman la corbata en mi cuello y la tensan hasta ahorcarme con ella.
Priva de todo acceso de oxígeno a mis pulmones, y cuando pienso en usar las manos para zafarse vuelvo a sentir esa descarga de dolor que me confieren los putos nudos.
Me suelta lo suficiente para que pueda recuperar el aliento, pero me arrastra por el amarre a mi espalda hasta pegarme a la cama con el culo accesible para él.
Se posiciona detrás de mí de forma que pueda sentir su erección contra mis glúteos.
Lo quiero.
Cuánto lo deseo.
Él tiene el extremo de la corbata en mi cuello envuelta en su mano. No tira, pero la sostiene como si fueran las riendas con las que va a montarme.
—¿A quién me decías que querías cogerte? —pregunta pasando la punta de su miembro por toda mi humedad.
—A ti —jadeo—. Estoy muy segura de que te lo he dicho en más de una ocasión.
Él tira de mí por el amarre en mi cuello hasta que quedo por completo pegada a su torso.
—No juegues conmigo, mentirosa. ¿No querías cogerte a otro montón de imbéciles?
No afloja el agarre en mi cuello. No puedo respirar, pero ni siquiera puedo concentrarme en eso. Aunque me retuerzo en busca de oxígeno, mi mente se deleita con el modo en que él lentamente juega con mi entrepierna metiendo y sacando solo su punta.
—¿Qué decías? —vuelve a preguntar.
Estoy tan mareada por la falta de oxígeno que no lo comprendo. Mis ojos arden, las lágrimas brotan de ellos y él las lame sin remordimientos.
—Te dije que te haría llorar —murmura antes de morder mi oreja.
Cuando al fin me suelta, caigo tosiendo con las manos en la cama y entonces me penetra. Duro. Sin piedad. Sus manos en los amarres de las mías para reclamar mis caderas y clavarse más profundo en mí.
Lo estoy sintiendo golpear en mi estómago, es doloroso pero de una manera en que solo quiero más. Y más. Y más.
Tanto es así que se lo pido, gruño y maldigo su nombre mientras por dentro agradezco esta cogida.
Nadie me había tomado así. Nadie volverá a hacerlo de este modo después de él.
Siento el orgasmo formarse entre mis piernas y mientras él más fuerte arremete, más cerca estoy. Él lo sabe por mis gemidos, así que me da más duro hasta que acabo con su nombre tatuado en mi boca.
Él sale de mí y se aleja unos paso. Ni siquiera me deja tomar aliento antes de decir:
—Ven aquí.
Al voltear, lo veo bombeando su miembro con su mano y sé lo que viene. Estoy ansiosa por ello.
Cuando me arrodillo frente a él en serio siento que odio más que nunca las ataduras en mis brazos. Quiero tocarlo, tomarlo. Que sean mis manos los que lo satisfagan, no las suyas; que sea al ritmo de mi boca, hasta que explote todo porque yo lo he hecho acabar así.
Pero él no me lo concede.
—Abre la boca, dulce veneno —dice dándose más rápido. Amo esta maldita imagen, me iré al infierno feliz con ella en la mente—. No quiero que desperdicies nada.
Obedezco y saco la lengua para recibir toda su eyaculación. Mis ojos se blanquean de placer y no contengo las ganas de cerrar mi boca alrededor de su glande. Lo quiero todo, hasta la última gota, y no dejo de chupar hasta que estoy segura de que no voy a sacarle nada más.
Nos miramos a los ojos mientras me lo saca, y entonces lo trago todo. Me gusta cómo se pone al contemplarlo. Ahí está una imagen para que él se lleve al infierno también.
Él va por la última cuchilla en la cama y con ella corta las corbatas que apresan mis brazos.
Duele volver a moverlos y tengo que hacerlo de a poco.
Trato de no darle importancia a las marcas que quedan, mañana será el día para quejarme de eso.
Pienso en levantarme pero él me carga, me lleva a la cama y se acuesta a mi lado.
Desnudos los dos. Habiendo tenido la cogida del siglo. Casi considero dejar la misión y vivir así el resto de mis días.
Él me está contemplando de una manera en que me intimida y tengo que voltear. Ahora sí quisiera ver televisión solo por no enfrentarme a esos ojos.
—En serio me gustas mucho, Poison.
Me tenso al escuchar sus palabras y dejo de respirar, como si simplemente así pudiera desaparecer.
Sus manos buscan mi mentón y me hacen mirarlo.
—Sé que me deseas. Sé que te complazco más que nadie. Sé que te gusto y que respetas mis habilidades. No se necesita mucho más para un tal vez.
—Pensé que querías un sí.
—Todos los sí empiezan por un tal vez.
Pongo los ojos en blanco. No es justo tener este tipo de conversaciones cuando acaba de drogarme con la cogida de mi vida.
La brigga es menos peligrosa en mi sistema que el placer que Azrel me provoca.
Así que decido cambiar el tema de conversación, pero antes hago algo que tengo muchísimas ganas de hacer, y que por suerte nada me detiene.
Me subo a su cuerpo desnudo. Acostada encima de él con mi rostro apoyado en mis manos, le digo:
—¿Qué tal les fue en la mansión de los fenómenos?
—No finjas que Dominik no te pasó el informe completo —dice apoyando su cabeza en sus brazos cruzados.
Me encanta cómo se ve.
Finjo demencia frunciendo el ceño.
—Tal vez me contó algo, pero muy poco.
—Un poco todo y demás, estoy seguro. Conozco a mi vieja chismosa.
Sonrío honestamente, siento esta sonrisa resplandecer en mi pecho. En serio amo el amor de Azrel a Dominik, es lo único que me hace creer que no todo en él está perdido.
—¿Entonces es cierto? —digo tumbándome a su lado.
—¿Qué?
—Tú dime.
Un arco se forma en su ceja cuando me mira.
—No voy a ponerme a enumerar todos mis crímenes, ese truco barato déjalo para los enclenques a los que te coges.
—No me cojo a nadie, pendejo. Y no porque no quiera, sino porque parece que tienes un rastreador en mi culo y siempre apareces para arruinarlo.
—Es porque tienes un puto rastreador en el brazo, ¿olvidas eso?
Cierto.
—Da igual. ¿Qué tanto hiciste que tienes miedo de que me entere?
—Mucho. O absolutamente nada. No lo sabrás hasta que hagas tu pregunta, ¿no?
—Volviste a hacer de perrito de Aysel.
Él se pone serio de pronto mientras sus dedos empiezan a acariciar mi trasero. Se siente muy bien, podría acostumbrarme a esta comodidad que me brinda su cuerpo.
—Azrel —insisto.
—Sabes que tengo que hacerlo.
—En eso quedamos, pero... ¿Por qué te pones así? ¿Qué no me estás contando?
—¿Estás celosa?
Imbécil.
—No es momento para inflar tu ego, es una conversación seria.
—Este es el momento idóneo para inflar mi ego. Estás desnuda en mi cama luego de que gritaras mi nombre con seis acentos distintos. ¿Cuántos idiomas hablas?
—Más que tú.
—Eres una maldita narcisista —me dice tomándome por el mentón.
—Sí, lo soy —le respondo en hebreo con un guiño al final.
Me suelta y en lugar de responder mi pregunta anterior insiste con la suya.
—Admite que tienes celos. Concédeme ese capricho.
—El veneno no cela la demencia, griego. No tengo celos de Aysel, aunque sin duda prefiero ser yo quien te domine.
Me trepo en su cuerpo para dejar un beso lento en sus labios. Noto que su miembro ya se ha vuelto a llenar de sangre, espero que eso lo ayude a dejar su estupidez y que repitamos lo de hace un rato.
Él me toma del cuello con una mano y profundiza el beso. Me encanta cómo lo hace. Me encanta su olor, su tacto, su aliento, todo.
—Admite que me celas —insiste viéndome a los ojos, y me siento tan débil que pienso en lo que podría decirle.
«Drogué y amarré a Aaron para asustarlo y obligarlo a alejarse de ti, obvio que te celo, hijo de puta».
Pero no lo digo, solo niego con una sonrisa vil en los labios, y percibo cómo se crispa su entrepierna.
—¿Qué quería Aysel?
—Que la escoltara a salvo. Tus compañeros de Dengus iban a llevarla con Dain luego del espectáculo que dio en la fiesta. Prende una vela por ellos, tuve que matarlos.
—Esos ni son mis compañeros ni tienen salvación. Cada uno contribuyó a la tortura que me impuso tu hermano como castigo. Y no los culpo, yo habría hecho lo mismo si esas fueran las órdenes. Pero eso no me hace quererlos más. —Suspiro e intento apartar esos recuerdos—. ¿Con qué tipo atraparon a Aysel? ¿En qué parte de su infidelidad la encontraron los de Dengus?
Él me esquiva y se lo piensa.
¿Por qué mierda está tan extraño?
Lo tomo del rostro y lo miro con seriedad.
—Azrel, si llegas a traicionarme...
Él se incorpora y me toma del rostro con firmeza.
—No voy a traicionarte, Gabriela, no a ti. Soy egoísta, pero tú eres la única persona que me importa mantener en mi vida, ¿puedes por favor tranquilizarte y entender eso?
—Entonces dime qué mierda te pasa. ¿Qué te pidió hacer Aysel?
—Nada más que lo que ya te dije. Quería que la librara de los tiburones y la escoltara a salvo.
—¿Sabes su ubicación actual?
—Ni se te ocurra. Lo vas a arruinar todo.
—Entonces no me la dirás.
—No. A menos que realmente sea relevante.
Me despego de sus manos y me acuesto con la vista en el techo.
—¿Cómo fue?
—¿Qué cosa?
—Ver a Dain de nuevo.
Él tarda en responder. Supongo que es un trago muy amargo.
—No quiero hablar de Dain contigo.
Cuando dice eso, sus manos viajan de nuevo a mi cuerpo. Como si necesitara tocarme, como si así pudiera recordarse que estoy con él y no con su hermano.
—Azrel.
—Te escucho.
Se pone de lado y pega más mi cuerpo al suyo.
Pero no digo nada, así que él toma las riendas de la conversación.
—Víktor resolvió la situación —me explica tranquilamente—. No me echó de la mansión, imagino que por Dom. Me dio algunas advertencias medio camufladas. No sabe lo que vamos a hacer, estoy seguro, pero sus alarmas están encendidas. Dom y yo seremos los primeros señalados cuando suceda.
—No importa, ya contábamos con eso. ¿Quieres echarte para atrás?
—Loca —dice besando mis labios—. Estoy más motivado que nunca.
Muerdo mi labio mirándolo a los ojos y decido que es momento para otro tema de conversación.
—¿Recuerdas cuándo me presentaste a Dominik en Parafilia?
—Querrás decir a su verga.
—Diez de diez, por cierto —añado para picarlo—. Aunque me sorprende lo callado que él estaba para lo mucho que habla actualmente.
—No quería saber tu calificación, Gabriela, compórtate. Y él estaba callado porque fui bastante enfático en lo que le pasaría si abría la maldita boca.
No puedo evitar reírme de eso.
—Qué surrealista es todo esto. Todavía no puedo creer que me hayas puesto a coger con tu primo con lo enfermo que eres en tu posesividad.
—No fue lo que pasó.
—Es lo que recuerdo.
—Lo que yo recuerdo es que chillabas porque yo te tocara mientras él te cogía delante de mí.
Pongo los ojos en blanco esperando que no se note el rubor que me provoca ese recuerdo.
—Lo mismo.
—No es lo mismo, Poison. Es lo que hace toda la maldita diferencia.
—Bien, pero me refiero a que todavía no me lo creo, en especial por cómo eres con Dom y conmigo hoy día.
Cuando vuelve a hablar, lo hace con la mandíbula tan tensa que siento que me está insultando.
—Es evidente que jamás esperé que las cosas llegaran a este punto. Yo trabajaba para Aysel, creí ser capaz de cumplir la misión.
—Técnicamente lo hiciste.
—Técnicamente lo hice terriblemente. Te perdoné tu estúpida mentira, acabé a tu merced y luego me uní a tu plan de venganza. Te aseguro que no me pagaban para eso.
—Suena hermoso.
—Como tus gemidos. —Agrega tranquilamente—. ¿Por qué me preguntas si recuerdo ese día en Parafilia?
—Porque ese día me presentaste a Dominik porque te dije que tenía un crush con Víktor Frey.
Azrel gruñe con amargura, lo que me hace sonreír.
—No hay nadie a quien tenga tanta envidia como a Diana Frey —le confieso—. Maldita puta suertuda de mierda. ¿Qué se debe sentir dormir en la cama de ese tipo?
—Puedo preguntarle si quieres.
—Amargado.
—Sí sabes que Víktor mata a sus esposas, ¿no?
—¿Y? —me burlo riendo—. Mejor que un divorcio. ¿Para qué quiero vivir yo después de haber pasado todo un matrimonio con Víktor Frey? Que me mate.
—Gabriela —advierte—, justo ahora quiero agredirte sin ningún tipo de connotación sexual de por medio.
—Si ese es el precio porque pronuncies mi nombre como una sentencia con tu maldito acento, entonces no esperes que me calle, griego.
—Pensé que odiabas tu nombre.
—Yo pensé que odiaba todo de ti.
Luego de mi comentario, pese a haberlo soltado con tanta inmunidad, Azrel se queda mirándome, tenso. El gris de sus ojos parece contener una tormenta.
—A la mierda —gruñe atrayéndome hacia él para volverme a besar.
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Nota:
Ya les pregunté en el capítulo pasado de estos dos qué piensan de Poison, pero ahora tengo la curiosidad sobre qué piensan de Azrel. Cuando empecé a escribir Parafilia estaba segura de que odiarían a Azrel con todo su ser. Me ha sorprendido ver que no todos lo odian.
Sé que ya mañana es Navidad así que entiendo que todos andarán en lo suyo, pero también los he visto muy ilusionados con este maratón así que haremos una cosa: disfruten mañana sus fiestas y luego si el capítulo llega a 2k de comentarios seguimos el maratón aunque sea un capítulo Sinaxer más. Sino, no hay problema, retomamos luego cuando pase el auge navideño. Se les ama <3
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