23: I see red [+18]
El título es por la canción
del mismo nombre.
Aaron Ibrahim Jesper
—¿Traes aquí a todas tus conquistas? —le preguntó Aysel entrando a la inmensa suite roja de Parafilia.
Se quitó la capucha con la que se había cubierto todo el camino, pero se dejó el suéter puesto. Cruzado de brazos, miró en derredor la habitación desde la cama, los muebles, los pasillos y la vista panorámica del área del balcón.
—Tú no eres una conquista, con todo lo que hemos pasado casi somos un matrimonio. Además estaría en bancarrota, nena, ¿sabes cuánto cuesta esta suite? —le preguntó Aaron entrando detrás de ella.
—No...
El resto de la respuesta quedó en el aire mientras Aysel veía de soslayo cómo Aaron se quitaba su suéter quedando con el torso desnudo. Seguía sin broncear su palidez antinatural, y vestido de negro se notaba todavía más. Su cabello se había mojado en la piscina, pero seguía húmedo por la llovizna que los alcanzó de camino. Y lo tenía largo, tanto que colgaban algunos mechones en su rostro, tan oscuros que casi parecían azul.
Él pasó la mano por su cabello peinándolo hacia atrás, y Aysel mordió sus labios sin notar lo que hacía. Cuando Dain le encomendó vigilar a los Jesper haciéndose novia del heredero, no esperaba que el vampiro de turno fuese tan jodidamente sexy. Y es que ese abdomen, y esa ingle...
Cuando Aysel volvió en sí, ya tenía una mano de Jesper en la cintura y la otra en su rostro.
—Me siento acosado —le dijo cerca de su rostro. Él piercing que adornaba su sonrisa hacía difícil concentrarse en sus palabras, como si ya los colmillos no fuesen suficiente impedimento—. No es que me importe, pero tú sabes que puedes tocar, ¿no? Te noto tímida.
Aysel le puso una mano en el pecho pero solo para apartarlo un tramo. Necesitaba respirar.
—Compórtate, Ibrahim —regañó ella.
Él ni siquiera se inmutó, tomó el cierre del suéter de Aysel y lo empezó a bajar revelando con lentitud el rojo fuego de su corpiño y el sonrosado volumen de su precioso pecho.
—Imposible aburrirse de esta vista.
Aysel le manoteó la mano para apartarla cuando ya tenía el suéter abierto casi en su totalidad.
Ella le dio la espalda y empezó a caminar más al interior del lugar cerca de la cama. Era gracioso que tuviese velas en la mesita contigua cuando había suficiente iluminación en el lugar.
—Bueno, ya que estamos...
—Yo estaba enamorado de ti —soltó Aaron detrás de ella sin preámbulos. Lo dijo tranquilo, como si fuera un tema asumido que ya no le afectara—. Aunque eres una maldita.
Ella se volteó completamente hacia él, sus muslos chocando con la cama, y le sonrió con pena.
—Es porque eres un bebé. —Aaron no le dio importancia a sus palabras y se acercó a ella, sus manos deslizándose por su cintura desnuda. Se sentía exquisito el contacto, pero intentó no dar nuestra de ello—. Todavía crees en cosas estúpidas e infantiles...
Aaron la ignoró y deslizó la mano por su vientre y en descenso, adentrándose en el pantalón holgado que llevaba, cruzando el encaje de la ropa interior.
Aysel se mordió los labios y se aferró a Aaron sin detener el trayecto de su mano. Esa simple caricia la tenía mal, ¿cuándo había sido la última vez que alguien la había tocado así? No importaba, no hacía falta mentirse a sí misma. Lo que tenía sus piernas temblando no era el contacto, era Aaron y la sorprendente casualidad de ese reencuentro con el que tanto había fantaseado.
Él sintió su humedad y eso formó una sonrisa que desnudó sus colmillos. Su Aysel estaba frente a él, tan mojada que solo quería abrirle las piernas para beberse todo eso y a la vez crear mucho más de ese charco con los masajes de su lengua. Pero estaba tan duro que quería evitarse un contacto que lo hiciera quedar como un puberto. ¿Qué le garantizaba que apenas empezara a probarla no se derramaría sin que ella siquiera lo tocara?
Así que se limitó a meterle los dedos. Lo había hecho antes en un momento en el que casi les gana el calor de la situación, pero ella lo había abofeteado con fuerza. No ese día, entonces lo estaba recibiendo tan complacida. Húmeda y apretada, Aaron se imaginaba cómo se sentiría su erección ahí. Ella estaba haciendo ruidos que solo quería multiplicar hasta que escalaran a modo de gritos.
—¿Tu Señor no castiga que gimas como una puta mientras un hijo del demonio te mete los dedos, Aysel?
Ella le lanzó tremenda bofetada, su rostro de un tono anaranjado por la ira que le provocó el comentario.
—No lo metas a Él en esto.
—No es eso lo que te voy a meter, Aysel. De todos modos... ¿Él no está en todos lados?
Ella volvió a cachetearlo, pero ese vez recibió en respuesta un golpe seco y violento de la mano de Aaron contra su cara.
Rápidamente los dedos de él se marcaron en rojo vivo sobre el rostro de la pelirroja.
Ella lo miró indignada y se lanzó encima de él lanzando golpes múltiples. La mayoría iban dirigidos a su pecho, pero cuando él forcejeó por detener sus manos se llevó un puñetazo en la quijada que le borró la sonrisa y ensombreció sus ojos.
Mientras forcejeaban, ambos cayeron al piso. Entonces él le agarró ambas muñecas con una mano y la volteó para quedar encima.
—¡Suéltame, Aaron! —gritó ella retorciéndose de impotencia.
—Te soltaré cuando aprendas a pedir disculpas, Aysel Lugo.
Ella se carcajeó con crueldad, haciendo que Aaron frunciera el ceño al no entender la risa.
—Te gusta aferrarte a lo falso, ¿no? Soy Mortem ahora, imbécil.
Él puso la mano en su garganta, apretando tan fuerte que sus dedos se tensaron como su mandíbula. Ese era el único chiste del que Aaron Jesper no se sabía reír, reconocer la manera en que esa puta se había burlado de él por cuatro años.
Ella no podía ni hablar con esa garra en sus garganta, pero eso no le impidió escupirle la cara a Aaron.
Y entonces él le atravesó la cara con una cachetada peor que la anterior.
—¡AARON, MALDITO SEA! —gritó ella temblando por las ganas de matarlo.
—No maldigas en esta maldita casa —dijo él, como tantas veces le había dicho ella en el pasado, y se lanzó a sus labios.
Ella se resistió con todas sus fuerzas a aquel beso pues el desespero con el que él buscaba un gesto recíproco de su boca era su mayor venganza.
Hasta que sintió los dedos en su entrepierna, cómo hacían a un lado el panty y se introducían ayudados como resbalando por lo mojada que estaba. En un gemido abrió la boca, acabando por sucumbir a besar al vampiro todavía con más ganas.
Él le soltó las manos mientras se comían las bocas y ella intercambió los papeles para quedar arriba, sentada sobre su erección cubierta por el pantalón.
Aysel presionó sus pelvis mientras sus labios se prendieron de aquel cuello creando un chupetón que quedó casi morado en esa palidez absoluta.
Él respiró con fuerza y se irguió, sus manos arrastrando las piernas de Aysel hasta dejarla completamente sentada sobre su erección.
Ella jadeó, pero recibió con placer la manera en que cayó sentada sobre él y se lanzó a besarlo nuevamente.
Esos besos eran su perdición, siempre iban a serlo.
—No eres el único frustrado en esta mierda —le gruñó mordiendo su labio.
—Eres una maldita, Aysel —le dijo él aferrando su cabello y tirando con fuerza para dejar todo su cuello al descubierto.
Él le pasó su lengua desde la clavícula hasta detrás de su oreja, y ella quedó tan mal con eso que empezó a mover sus caderas sobre él.
Y entonces él le clavó los dientes. La primera capa de piel se resistió, pero con insistir un poco más, pronto Aysel tuvo los colmillos de Aaron Jesper enterrados por completo.
Ella gritó e intentó apartarse pero él la tenía bien asida. Mordió más fuerte, y esa presión hacía manar la sangre a su boca, aliviando el ardor de la abstinencia en su garganta, chorreando de las comisuras a los senos de Aysel.
Él se separó y se deslizó hacia abajo, más hacia el hombro donde clavó sus colmillos y haló para rasguñar la piel. Su lengua persiguió la sangre que surgió de ese corte, y subió con su boca para volver a chupar del primer mordisco.
Para ese momento Aysel no solo se había acostumbrado al dolor, al ardor y la deliciosa piedad de la lengua de Aaron, sino que lo disfrutaba gimiendo mientras sus propias uñas abrían la espalda del vampiro desde la base hasta los hombros.
—Yo te esperé, Aysel —le dijo luego de hacerle un chupón en toda la base del cuello—. Cuatro años soportando tus matidas de mano, tus calentones de mierda que acababan en nada, tus besos de puta con los que parecías pedirme tanto, pero me dejabas hacer tan poco...
Con el agarre en su cabello la hizo mirarlo.
—Tú no eres hija de ningún Señor, eres la personificación de Satanás en esta tierra. Jugaste con mi resistencia, y yo aguanté y aguanté y seguí aguantando...
—Pobre baby —dijo ella acariciando su mejilla—. Casi suena como si no te hubieses cogido medio Malcom.
—Pero nunca a ti, nena, y vaya que me moría por hacerlo.
Aysel atravesó la boca de él con su lengua, manipulándola y saboreando el sabor de su propia sangre en él.
Las manos de él se metieron en su pantalón y reclamaron su trasero, moviéndola sobre su miembro. Pero no por mucho, pronto ella tomó las riendas en un movimiento de cadera que debería ser castigado con el purgatorio.
—Mierda... —gruñó él, dejando que ella volviera a acostarlo solo para rendirse a seguir sufriendo por el movimiento de ella sobre su verga.
Ya empezaba a entender por qué Dain Mortem, entre tantas personas posibles, se casó con ella.
Ella se levantó y le tendió la mano para arrastrarlo a la cama.
Él no cuestionó nada y la acompañó, tumbándose en el inmenso colchón sin levantar las sábanas.
—Si te levantas, te jodes —le dijo ella mientras bajaba de la cama para revisar los cajones del cajón contiguo.
Era Parafilia, obvio tendrían lo que buscaba.
Encontró las sogas y las tomó. Se dedicó a hacerle un nudo a la mano de Aaron, atándola al respaldo de la cama mientras decía:
—Dain me habría matado si tan solo sospechara que tú y yo...
—Hicimos muchas cosas, Aysel, no fuimos precisamente discretos. Las sospechas no le habrían faltado, ¿qué más daba si cogíamos aunque sea una maldita vez?
Aysel usó la otra cuerda en su mano para pegarle al torso desnudo de Aaron, tan fuerte que le quedó la sombra rojiza como huella del azote.
—Deja de maldecir en mi maldita presencia, Ibrahim.
—Puta —gruñó él con los ojos fuertemente presionados pasando el ardor.
Ella empezó a atar su otra mano.
—Cuando te hayas casado con un Mortem y entiendas el alcance de esos hijos de puta, sabrás el terror que supone mentirle a uno.
Apretó bruscamente el nudo en la muñeca de Aaron.
—¿Por qué sigue con él, Aysel?
Ella lo miró como si hubiese preguntado la cosa más insólita.
—Con toda la sangre que bebes no entiendo cómo no te llega oxígeno al cerebro.
Él puso los ojos en blanco y se resignó a mirar el techo.
Pero no por mucho, sus ojos se desviaron, como destinados a ello, a la Aysel semi desnuda que lo estaba atando a la cama, con ese corpiño rojo resaltando sus tetas, esas con las que tanto había fantaseado en sus pajas pasadas, presentes y futuras.
Había llegado a creer que se moriría antes de verlas de nuevo. Y eso es decir mucho viniendo de él, que no podía morir.
—Dain es mi familia —contestó ella quitándose el pantalón para subirse nuevamente a la cama.
—Ni siquiera voy a opinar.
—¿Qué? —insistió ella mientras le quitaba el pantalón.
—Que no creo que sea muy de familia eso de mandarte a matar porque te desapareces.
—Tontito, él no me va a matar por eso. Lo hará por lo que estoy por hacerte.
Aysel le fue bajando el bóxer mientras dejaba besos sobre la piel pálida que iba revelando debajo.
Aaron cerró los ojos, tan cómodo en su posición, tan impotente a la vez por no poder usar sus manos para agarrar el pelo de la loca y dirigir su boca a su antojo, porque vaya que lo estaba torturando en esa anticipación.
—Bueno —siguió él—, igual no creo que sea de familia eso de mandarse a matar. Pero yo qué voy a saber, yo soy adoptado.
—Yo también soy adoptada.
Aaron alzó una ceja mientras la miraba. Se veía preciosa con la cara entre sus piernas, pero no era momento para decir eso.
—Ah, ¿eso era cierto?
—Por favor, cierra la boca —rezongó ella obstinada.
Aaron iba a replicar a eso, pero todo lo que salió de su garganta fue una confesión de sorpresa y placer al sentir cómo la punta hinchada de su miembro era recibido por la boca de Aysel.
Tragó en seco justo cuando ella empezó a tragar también. Se metía grandes tramos en la boca, y luego lo sacaba empapado para escupirlo y dedicarse a chupar la punta como si de un dulce se tratara.
Lo sacó todo de su boca y miró a Aaron mientras en un toque gentil estimulaba sus testículos.
—¿Qué quieres saber? —dijo y subió la mano de las bolas a su verga para masturbarlo mientras le hablaba.
—¿Cuándo fue la última vez que tuviste sexo?
Ella soltó algo entre risa y bufido.
—¿Eso es lo que quieres saber?
Entonces Aaron sonrió con malicia, su lengua deslizándose sobre sus incisivos.
—Mierda —comentó él divertido—. Ahora entiendo por qué estás tan frustrada.
Aysel acariciaba y veía el miembro de Aaron con una expresión casi de añoranza, deseando subirse en allí y acallar de una vez ese calor en sus piernas que parecía pedirlo.
Se quitó el panty y volvió a subirse a él, pero se limitó a rozarse con su erección, satisfaciéndose de una forma que hizo a Aaron maldecir mientras luchaba por soltarse de las ataduras. Necesitaba tocarla. Necesitaba tomarla y romperla por dentro hasta que no pudiera gritar otro nombre más que el suyo.
Ella notó su hambre y se inclinó a besarlo con desespero, asida a su cabello negro mientras le devoraba la boca y rozaba su miembro contra su entrepierna encharcada.
Se apretó más contra él, al borde del orgasmo solo frotándose. Sí que lo deseaba dentro, todo su sexo emitía contracciones que lo pedían a gritos.
—¿Qué edad tienes en realidad? —le preguntó él.
—Veintiocho.
Él asintió sin dejar de besarla.
—¿Y tú? —preguntó ella.
—Diecinueve —contestó él con una sonrisa cínica.
Ella apretó los dientes y alcanzó la vela junto a la cama, derramando como un látigo todo la cera caliente sobre la piel de Aaron. Él se tensó en un gruñido de dolor, sus manos luchando inútilmente contra los nudos.
—¿Qué edad tienes, Aaron?
Aaron sonrió cuando la cera se enfrió sobre el ardor de su piel.
—Diecinueve —insistió.
Aysel tensó su mandíbula con rabia y volteó la vela con la llama derritiendo la cera sobre el cuello expuesto de Aaron. Como él se retorcía, varias gotas cayeron accidentalmente en sus mejillas.
—¡Aysel!
Ella lo besó de nuevo y luego se apartó para mirarlo con inocencia, alzando la vela como una advertencia.
—Hija del diablo.
—Dime qué edad tienes, Aaron.
—No importa cuántas veces lo preguntes, «diecinueve» siempre será la respuesta.
Ella hizo un mohín de tristeza pero entendió que no conseguiría nada insistiendo, así que sopló la vela para lanzarla al otro lado de la habitación.
Y como no aguantaba más, bajó su mano y condujo el miembro de Aaron a su interior, clavándose poco a poco toda su longitud entre dificultosas respiraciones de alivio.
—Suéltame —gruñó él cuando ella empezó a montarlo.
Ella negó y lo mordió en la boca, sacándose la mayor parte de su miembro para luego dejarse caer sentada con todo dentro. Y así hizo varias veces, masturbándolo con las estrechas paredes de su húmeda cavidad.
—Aysel, maldita seas —dijo cegado por el efecto de las sentadillas de ella.
Ella sonrió entre el beso, cambiando la manera en que lo montaba, moviéndose como si le bailara, lento, pegándose tanto que podía sentirlo en su estómago. Y eso los estaba matando a ambos, así que subió intensidad de las repeticiones gradualmente, restregando su punto de placer en el charco que había entre ellos.
No podía seguir sin gemir, su cuerpo explotaba en sensaciones que eran una franca delicia. Y estaba tan excitada, tan necesitada, con tanto deseo acumulado que...
Subió la intensidad, sus caderas quebrándose de una forma que Aaron sintió que lo iba a fracturar.
Su respiración subió a decibeles indecorosos, las muñecas de Aaron ardían, hilos de sangre corriendo de las heridas que se abrió intentando zafarse.
No había forma de saber quién estaba peor, ninguno tenía aliento cuando volvieron a besarse en un desenfreno que acabó con ambos; Aysel gritándole en la boca, Aaron aferrado a su labio con sus dientes aceptando toda la sangre que emergía de ese corte.
Ella se desplomó sobre él, abrazada a su cuello sin sacarlo de su interior.
—¿Quieres que te libere?
Aaron se lamió la sangre de sus labios admirando lo que habían hecho. Ella llena de chupones, cortes, mordiscos, moratones, hinchazón y sangre, tanta sangre que se podría dibujar sobre su piel. Su cabello un desastre, su labio un estropicio. A Aaron jamás le había parecido Aysel tan sexy como entonces.
Él tampoco estaba mucho mejor, lleno de cera, rasguños, otras heridas y más sangre.
Ella se irguió, todavía sobre él, para desatar uno de los nudos que lo mantenía sujeto a la cama.
—Cuando tu marido te coja y te quede el cuerpo intacto, me vas a extrañar —le dijo Aaron lanzándole un beso.
—Para eso tendría que cogerme. No creo que vaya a ser pronto.
—En ese caso me vas a extrañar más seguido.
Una vez liberada esa mano ella se tiró junto a él, dejando la otra atada.
—Te enamoraste de mí —retomó ella el comienzo de la conversación.
Él se encogió de hombros sin vergüenza.
—Algún defecto debía tener.
—¿Y esta fue venganza suficiente?
—Jamás será suficiente, Aysel, eres una maldita perra.
Ella le besó la mejilla.
—Gracias, no sabes el esfuerzo que ha supuesto pasar de solo «perra» a «maldita perra». ¿Ves? La perseverancia sí sirve de algo.
—Estás loca, nena —dijo Aaron atrayéndola para besarla.
Cuando se separaron, ella mordió su labio casi con timidez, sus dedos jugando sobre el pecho de Aaron en un divague.
—Tú me encantabas, Aaron. Te tenía unas ganas infernales. Eras la codicia más grande de Malcom, la expectativa de cualquiera, la estrella de Parafilia. Cualquier chica habría muerto por ti y eras mío... Pero a medias.
—Eso no lo dudo —respondió él con un guiño—. Solo unas ganas así justificaría la escena que montamos hace rato en la mansión Frey. Sabías el riesgo, y de todos modos acabaste encima de mí. Eso solo puede significar dos cosas, y sé que ambas son correctas: estás loquísima, y no me superas.
—El Señor ensalza a quien se humilla, Aaron, debes bajarle a tu vanidad.
Él puso los ojos en blanco al escucharla. Otra vez empezaba con sus vainas religiosas locas.
Se metió un brazo debajo del cuello y se quedó viendo el techo hasta que escuchó a Aysel preguntar:
—¿Qué hacías en esa fiesta?
—Era el cumpleaños de mi fantasía hecha biólogo, obvio debía ir.
Ella alzó una ceja.
—¿Eres amigo de un Frey?
Aaron entendió el rumbo de aquella indagatoria y acabó riéndose de ella.
—Yo no soy Azrel, ¿okay? No voy a ser tu esclavo.
—Ajá.
Él se encogió de hombros.
—Piensa lo que te dé la gana.
—Aaron —dijo ella con sus dedos en su mentón—, tú eres mío...
Él reaccionó con agresividad, cerrando sus dedos sobre su cuello amoratado.
—¿Crees que me puedes manipular?
Por el anclaje en su cuello la empujó al otro lado de la cama para que no lo tocara.
—Ya te puedes ir —le dijo.
Ella se arrodilló en la cama sin inmutarse.
—¿Y si no me quiero ir?
—No puedes quedarte, maldita loca. No quiero que Dain queme Parafilia.
—Te lo voy a decir así —dijo ella sentándose a horcajadas sobre él e inclinándose para darle un beso en la mejilla que con lentitud condujo hasta su oído—. No quiero irme.
—Qué tristeza —comentó él con sarcasmo mientras se sentaba—. Vístete.
—¡Aaron, imbécil! —gritó ella agarrándolo por la barbilla, lo miraba con ojos al borde del desquicio—. Si salgo por esa cochina puerta no volverás a verme a menos que tengas una ouija. ¿Quieres que me vaya?
Él no dijo nada en la tensión de aquel agarre y la mirada que lo acompañaba.
—Responde —demandó ella clavando las uñas en sus mejillas.
Él rodeó su cintura con su brazo libre. Ella se sentía tan bien sobre él, su cuerpo contra el suyo, sus senos contra su pecho... No había superado a Aysel.
—Aaron...
—Cállate —dijo él metiendo la mano entre su cabello y atrayéndola para besarla.
—Te van a matar —jadeó ella en su boca.
—Sí, definitivamente van a matarme —concedió él, pero no estaba pensando en Dain. Pensaba en el veneno que esperaba por él en el otro extremo de Terrazas.
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Nota:
Ya era hora de que conocieran más a Aaron. No el gracioso y despreocupado y horny que es como amigo, que sigue siendo él, sino más como es en su dinámica de pareja que técnicamente no es de pareja porque Aysel es su ex. Pero en fin, este es mi vampiro hermoso desatado.
Sé que este capítulo puede dividir sus opiniones sobre él así que cuéntenmelo todo: dudas, teorías, reacciones, si quisieran ser Aysel en este cap (se entiende si no, esta gente no puedo coger normal) y todo lo que les provoque. Siempre manteniendo el respeto, por favor, en especial hacia otros lectores. Pueden insultar los personajes que quieran pero no a otros usuarios por opinar distinto. Que haya paz en este abismo.
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