17: Quédate lejos
Escuchen Quédate lejos de Ha Ash.
En serio, esa canción describe perfectamente el sentimiento general de este capítulo. La ponen cuando empiece a narrar Sinaí y lloran como se debe.
Capítulo dedicado a Marialex_books por preciosa, básicamente ❤️
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Axer
Axer le dijo mil veces a Dominik que no le gustaba la cerveza. Lo repitió tanto, que el mayor se obstinó y buscó una botella de Vodka.
En el fondo, Axer sabía que esa necesidad de pasar el rato bebiendo de Dom era debido a que Azrel no se había quedado porque tuvo que hacer quién sabe qué con quién sabe quién.
Tal vez iba a medir qué tan lejos podía mear con sus amigos gorilas. O eso creía Axer.
La cosa es que lo que empezaron como unos tragos —mientras Axer escuchaba a Dom contarle sobre la vez que despertó en el techo de su colegio sin explicación aparente—, acabó en una botella vacía y otra por abrir cuando Verónika entró despechada a la habitación porque su espécimen de ese día resultó estar catatónico y no muerto, por lo que no le pudo clavar ni un alfiler.
—¿Y sabes qué es lo peor? —dijo Verónika arrastrando ya las palabras.
—Que la novela terminó con un deus ex machina —finalizó Aleksis, al que nadie había invitado ni escuchado entrar. Estaba parado en el marco de la puerta con los brazos cruzados y esa típica mirada de que toda la humanidad le era indiferente.
—¿De verdad? —indagó Dominik, quien había seguido los últimos capítulos de la novela desde que llegó—. ¿Quién resultó ser la viuda negra?
—Un personaje irrelevante, apenas mencionado en un par de capítulos de al menos noventa, con una explicación sacada de la manga ya que nunca se mencionó el parentesco que tenía con otro personaje irrelevante. Pero parece que esa historia familiar no mencionada, a los creadores de la novela les pareció motivo de peso suficiente para convertir a Sir Irrelevante en un asesino en serie despiadado que crearía un séquito de viudas negras.
—¿Y no? —indagó Dom.
Aleksis entornó los ojos en dirección a su hermano mayor.
—Espero estés jugando.
Dominik vio de uno en uno a sus hermanos con el ceño fruncido por la confusión.
—¿Qué dije?
—Perdónalo, Leksis, está borracho —interrumpió Vikky con la voz pastosa mientras se servía más vodka.
Axer se inclinó más cerca de Dominik para susurrar a su oído la respuesta correcta como jamás había hecho en ningún examen, pero veía hacer a otros.
—Lo insultaste —explicó Axer, sintiendo que la habitación se había inclinado junto con él hacia Dominik—. ¿Cómo le vas a preguntar eso al perfilador de la familia?
Dominik se llevó un dedo a los labios, haciendo un sonido de «sshhh» acompañado de su aliento alcoholizado, por lo que Axer y él acabaron en una carcajada privada.
Aleksis alzó los ojos al techo, esperando encontrar en este una explicación de por qué había sido castigado con hermanos como esos, y al final hizo ademán de irse, pero Verónika lo atrapó justo a tiempo con un abrazo repulsivamente meloso.
—No la puedes empujar —advirtió Axer viendo la cara de asco de Aleksis, quien permanecía con los brazos colgando inmóviles y aplastados por el abrazo de Verónika—. Está deprimida.
—¿También se enfermó? —inquirió Aleksis con una ceja arqueada.
—Peor —lloriqueó Vikky, dándole un beso en la frente a su diabólico hermanito—. Mi paciente está vivo.
Aleksis miró a Axer, quien le alzó una ceja como diciendo «Te lo dije».
El menor, muy a regañadientes, suspiró y alzó lentamente un dedo para acariciar con este uno de los brazos de Verónika.
Dominik recordó cómo Poison le había dado una caricia similar luego de partirle la cabeza contra la pared, así que sonrió con tanta ternura que Lesath empezó a lamerle la cara, como buscando atención para sí mismo.
—Te dije que no le dejaras juntarse con Azrel, le ha contagiado su celopatía —murmuró Axer.
—No me hagas hablar, hermanito —advirtió Dom, con una mano acariciando su lobo y con la otra alzando su vaso—. Porque te haré llorar, te lo juro.
A Axer no le preocupaba que su hermano lo hiciera llorar, le preocupaba más lo que pudiera decir delante de los otros, así que decidió dejarlo en paz y beber más de su vodka.
—Con que lo de este finde sea la mitad de bueno que esto, prometo no suicidarme —bromeó Dom, alzando su vaso en un brindis.
Verónika, indignada de que Aleksis no participara del brindis, le sirvió un trago propio.
—Iug —respondió el menor mirando el vaso.
—Lo meteré por tu garganta con todo y vaso, Leksis.
Sabiendo que era capaz, a Aleksis no le quedó más opción que aceptar y participar del brindis con una sonrisa que claramente preguntaba «¿Ya están felices?».
—Excelente brindis, pero yo tengo que trabajar mañana —se excuso Axer, levantándose.
—¿Y a mí qué mierda me importa? —saltó Verónika—. Puedes ir otro día. Trabajas por placer.
—Se supone que la exposición de mi tesis es en un par de semanas —discutió Axer.
—¿Y? —atajó Dominik en un tono que insinuaba más de lo que decía—. Ya está lista, ¿no? No es como si tuvieras que rehacerla porque te falte un espécimen. Tienes a tu gatita, ¿no?
Axer se quedó mirando a Dom con una mirada que decía algo como «Tocaré tu ropa blanca sin lavarme las manos».
Con todo, no podía contradecirlo.
—Espero que me agarres el cabello cuando vaya a vomitar —dijo Axer señalando a Dom antes de echarse un nuevo trago.
Por detrás, Verónika aplaudía entusiasmada, y Aleksis ponía los ojos en blanco, sabiendo que ella estaba a punto de buscar las malditas cartas de Uno con las que jugarían hasta quedar todos vueltos mierda y babeando en la alfombra.
♟️🖤♟️
Axer tenía tremenda resaca esa mañana.
Le daba gracias a todas las fuerzas del mundo por tener a Silvia en su vida, quien de algún modo lo había llevado a su habitación durante la madrugada, le dejó el despertador programado a la vez que volvía luego a poner una sopa caliente a solo minutos de la hora de levantarse.
También había una aspirina en su mesita de noche junto a un vaso de agua, que Axer agradeció todavía más, pues sentía que le estaban bailando calipso en la frente y que tenía Baham en la garganta.
Después de comer e incluso antes de pensar en bañarse —pues sus ganas de levantarse de la cama eran más bien nulas—, revisó su teléfono por si había algo importante.
Había un mensaje de Verónika recordándole que había perdido no sé qué apuesta durante la noche, lo cual Axer claramente no recordaba así que asumía que jamás sucedió y no pretendía cumplirlo.
También había un correo de Anne y otro de Sophie, todo trabajo, así que lo ignoró.
Anne había renunciado en el pasado, pero por algún motivo su padre casi lo asesinó al contarle ese detalle. Tuvo que disculparse, darle un aumento y ofrecerse a pagarle parte de su postgrado para que volviera a trabajar para él, lo cual le pareció excesivo de parte de su padre.
No es que Axer no valorara a Anne, es que no entendía por qué era necesario que trabajara específicamente para él cuando podía seguir en el laboratorio al servicio de cualquier otro.
Pero eso no importaba, lo importante era el otro mensaje que tenía Axer en su teléfono.
Cullen Ladilla:
Ya no quiero que cojamos.
Axer, sin ni siquiera pararse a considerar el mensaje, tecleó su respuesta con tranquilidad.
Axer:
Mido la luz con una escuadra.
Eran las once, y el mensaje de Aaron le había llegado a las malditas cuatro de la mañana, así que Axer no esperaba que estuviera al teléfono en ese momento.
Bloqueó la pantalla y tiró el teléfono junto a su almohada, poniéndose un brazo sobre los ojos para que no le molestara la luz.
Ni un minuto más tarde pitó el mensaje de respuesta, lo que formó una sonrisa en los labios de Axer.
Revisó lo que decía.
Cullen Ladilla:
Que??!!
Axer, como tenía las prioridades en orden, primero le envió:
Axer:
¡¡¿¿Qué??!!*
Luego escribió la respuesta a su pregunta.
Axer:
Perdona, pensé que el juego era mencionar imposibilidades.
Cullen Ladilla:
Cuando pensaba que no me podías sorprender más, me sales con esa mierda.
Axer:
Lo mismo te digo.
¿Qué fue ese mensaje?
Cullen Ladilla:
Lo que leíste.
Ya no quiero.
Decidí que prefiero ganarte en una discusión alguna vez.
Lo veo más excitante.
Axer:
¿Estás drogado, no?
Cullen Ladilla:
Soy inmune a toda droga, Frey. Tú deberías saberlo, tu empresa fabrica la inyección que tanto finges aborrecer.
Axer:
Que aborrezco*
Cullen Ladilla:
¿Revisaste el correo?
Axer frunció el ceño y empezó a reconsiderar que lo correos que tenía fuesen de trabajo.
Revisó el de Anne, y con solo leer el asunto entendió de qué se trataba.
Asunto: Certificados médicos.
Poniendo los ojos en blanco le escribió a Aaron:
Axer:
Creí que habías dicho que no ya no querías.
Cullen Ladilla:
¿Cuándo dije eso?
Axer empezó a estrellar su frente contra el talón de su mano. De pronto, el dolor de cabeza le parecía ínfimo. Aaron tenía ese efecto en él, hacía que cualquier mal en comparación a su presencia resultara agradable.
Le llegó otro mensaje.
Cullen Ladilla:
Entonces, ¿satisfecho?
¿O tengo que hacerle exámenes a mis antepasados también?
Axer:
No confío en ningún doctor que no sea de Frey's empire, Aaron. Lo que me enviaste bien puede decir «tú dale con confianza», y daría igual, porque no voy ni a abrirlo.
Cullen Ladilla:
Eres imposible.
Axer:
Improbable*. De ser imposible ni siquiera estaríamos hablando, pues no existiría.
Cullen Ladilla:
Creo que me empieza a palpitar la vena esa que vi que te latía en el ojo aquella vez.
Axer:
Aaron
Cullen Ladilla:
¿Axer?
Axer:
¿Qué hacía a Aysel tan especial?
Por primera vez en todo el tiempo que Axer tenía interactuando con Aaron, el joven Jesper se tomó la eternidad de una hora para responder.
Axer casi se quedó dormido del todo mientras esperaba, hasta que su teléfono pitó anunciando el nuevo mensaje.
Cullen Ladilla:
¿La has visto?
Axer sí había visto a Aysel, era la esposa de su primo Dain, tenía una noción pasable de su aspecto aunque jamás había intercambiado ni un gesto con ella.
Axer:
La he visto, sí.
Y sigo sin entender.
Cullen Ladilla:
A simple vista no parece que esté loca, ¿no?
Axer:
No desvíes el tema, Cullen.
Cullen Ladilla:
Cuidado, ya me tienes un apodo, luego de eso vienen las pulseras de amistad y de ahí a los tatuajes hay medio beso.
Y no desvío el tema, técnicamente me aproximo más a él.
Axer esperó a que hiciera otra aclaratoria.
Cullen Ladilla:
Aysel era todo lo sexy que yo podía desear de un ser humano. Y a la vez era todo lo contrario. Religiosa. Con un voto de virginidad hasta el matrimonio. Y loca, malditamente loca.
Cullen Ladilla:
A ver, yo sé que no se me da muy bien eso de entender el compromiso. Que mi definición de apego es básicamente un plagio de «deseo». Pero supongo que el aproximado «Jesper» de «cariño» se manifiesta hacia cualquier cosa a la que lleguemos a dar valor, y que estemos consciente de que extrañaremos si de pronto nos vemos privados de esta.
Cullen Ladilla:
Era imposible aburrirse con la loca de Aysel.
Valoro mucho las personas con las que es imposible aburrirse.
Axer se quedó mirando los mensajes pasmado.
Aunque él había hecho la pregunta, no había estado preparado para la honestidad de la respuesta.
Axer:
¿Aaron?
Jesper:
Axer
Axer:
Gracias.
En serio.
Bloqueó el teléfono y se lo guardó en el bolsillo.
Tenía algo urgente que hacer, pero primero debía comer y dormir.
♟️🖤♟️
SINAÍ:
No me gustan las bicicletas, ¿okay? Mi mamá y yo alquilamos un par para venir a la playa y me bastó con ese viaje para entender que necesitamos un auto. O una moto, seguro me vería sexy en una moto.
Sí, es súper relevante cómo me vea «en» para escoger qué vehículo comprar. Y lo decidí al momento en que asumí que parecía un cerdo asmático en los últimos tramos pedaleando.
Estamos celebrando que estamos vivas, sanas y juntas. Y un poco también que el último lanzamiento de S&S Ediciones, Monarca, sigue en los tops de bestsellers por cuarto mes consecutivo.
Una nueva ventisca salada alborota mi cabello, dibujando en su oscilación una sonrisa tímida en mi rostro. Hay sol, pero no demasiado como para quemarme. Hemos venido a hora del atardecer, donde el dorado es una caricia en la piel y una sombra en el agua cristalina.
Es precioso todo, incluidas las rocas a mitad del mar que rompen las olas, y los altos acantilados de los que algunos escalan y se lanzan.
El helado en mi mano es delicioso, y es aún mejor no tener que darle a mi mamá porque ella tiene el suyo propio.
No es una barquilla, es más del típico helado de despecho: prácticamente un balde con cucharilla.
Es que no podría pedir nada más a la vida... Salvo silencio.
Mi mamá está acostada en una silla de playa con lentes de sol, los audífonos puestos y su boca emitiendo sonidos que parecen karma por aquella vez que la torturé gritando All too well como una despechada.
—SOBREDOSIS DE AMOR... SOBREDOSIS DE PASIÓN... TÚ CONMIGO, TÚ CONMIGO... TÚ CONMIGO, TÚ CONMIGO, TÚ CONMIGO.
Me ahogo de la risa y hasta siento que el helado se me va por la nariz. Mi madre canta con la afinación de una hiena afónica, pero como la pasión de la que canta el temazo del Titanic.
—¡MAMÁ! —me quejo, tomada por completo desprevenida, al sentir su cucharilla metálica agredir mi cabeza.
Se me hará un chichón por ese coñazo.
—Eso te enseñará a no burlarte de tu madre —me dice, regodeándose de su crimen.
—Aguanté toda la primera estrofa, mamá. Deberías darme un premio, no un cocotazo.
Tengo que rodar arena abajo para evitar que su ademán agresivo vuelva a atentar contra la íntegra forma de mi cráneo.
Me levanto, inmersa en ese tipo de risas que te dejan sin aliento pero te garantizan diez años más de vida, y me sacudo la arena de mi traje de baño. Es negro, de una sola pieza con la espalda descubierta y una única manga larga. Me hace sentir como Maddy de Euphoria, aunque no llevo una gota de maquilaje encima.
—Oh, no puede ser... —escucho decir a mi madre levantándose y quitándose los lentes oscuros, como si quisiera comprobar con sus propios ojos lo que veía.
Por su actitud, en serio creo que es Lingüini quien se acerca por detrás de mí. Así que, con un gesto de satisfacción triunfando en mi rostro, volteo para quedar como una estúpida sin oxígeno ni una puta palabra decente para decir al respecto de lo que veo.
—Clariana —saluda la educada voz del hombre que me dedicaba metáforas de ajedrez.
Mi mamá lo abraza toda animosa, como buena venezolana que es, y le da un invasivo beso en cada mejilla. Yo todavía, mientras él le sonríe radiante como el niño lindo y decente que simula ser, no asimilo que lo estoy viendo. Y que está aquí, en la misma playa. El mismo día que mi madre y yo decidimos venir. Y vestido con una camisa blanca abierta y un short negro. ¡Negro!
Se voltea hacia mí y vacila, como si sopesara la opción de saludarme, y yo no puedo más que fijarme en que lleva unas cadenas plateadas que no pudo haber escogido al azar. Un gato, y un rey de ajedrez.
¿En qué idioma tengo que decirle al destino que ver a mi perfecto ex no contribuye en absoluto a mi misión de superarlo?
Y madre santa ese pecho, ese abdomen... Siento que no lo manoseé lo suficiente.
En mi defensa, jamás pensé que las cosas terminarían tan de pronto. No me dio tiempo a hacerle la mitad de las cosas que fantaseaba.
Él parece decidir que es muy incómoda la idea de saludarme, así que vuelve hacia mi mamá.
—Qué alegría verte de nuevo —le dice mi traidora madre—. ¿Y eso que justo andas por aquí?
—Ah, su hija me dijo que estaban aquí y como andaba cerca decidí pasar a saludar.
—¡¿Qué?! —Esto acaba con mi estupor—. Yo no te dije nada.
Axer voltea a mirarme, sus ojos ligeramente entornados.
—¿No estarás insinuando a tu madre que hackeé de alguna forma tu teléfono y luego rastreé tu ubicación hasta aquí para perseguirlas sin ningún tipo de invitación, o sí?
No puedo creer lo que estoy oyendo. Mi cara debe ser un poema de estupefacta admiración en este momento.
«Maldito genio. Cómo me encantas».
—Ella es así —ataja mi madre, la traidora—. Quiere dejarte mal porque está celosa.
—No es para menos, Clariana. Yo también me pondría celoso si tuviera una madre como usted y otro ser humano acaparara su atención.
Mi madre muerde el anzuelo del demonio ruso y hace un gesto de modestia con su mano mientras sonríe claramente halagada.
Mis ojos deben estar echando humo en este momento.
—Solo quiero decirte, muchacho —añade mi mamá poniendo una mano en el hombro de Axer—, que sé que mi hija me ha ocultado detalles. Pero, sin importar nada, y aunque me falte contexto, te doy la razón.
¿Ven lo que digo? Traidora. Le voy a cantar la de «yubitreidmi...».
Axer se ríe por lo bajo y asiente.
—No creo merecerla, pero gracias de todos modos.
Pongo los ojos en blanco. No los soporto juntos.
—Y si algún día te provocan unas arepas, ya sabes dónde vivimos.
Carraspeo para llamar la atención.
—Lo lamento, pero tengo que intervenir —digo—. Mi mamá no está en condiciones de ofrecer sus arepas, está coaccionada por la idea de que seguro traes Doritos contigo.
Axer levanta sus manos vacías y dedica a mi madre un gesto de disculpa.
—Le prometo que la próxima vez que nos crucemos no cometeré este pecado, Clariana.
—No le hagas caso a mi hija, mi oferta era en serio. Y te perdono por lo de los Doritos si te la llevas cinco minutos de mi presencia —dice señalándome—. Canta horrible, necesito que mis tímpanos descansen.
Axer reprime las ganas de reír y yo salto ofendida. Veo a leguas lo que intenta hacer mi madre, y no lo permitiré.
—¡Mamá! No puedes donarme así como así. No soy una mascota y no quiero ir con él a ningún lado.
—¿Por qué? —pregunta Axer con un interés que tiembla con un transfondo burlón—. ¿Esperas a tu amigo?
—¿Qué amigo? —pregunta mi madre con el ceño fruncido.
Axer abre la boca para responder, pero yo me adelanto.
—Ninguno. No tengo amigos, ni sé qué es la amistad. No le creas una palabra —me excuso apresuradamente mientras arrastro a Axer por el brazo lejos de mi madre.
Cuando estamos lo suficiente apartados para que ella no pueda oírnos, me cruzo de brazos y lo encaro.
—¿Qué mierda fue eso?
—Cinco minutos —propone—. Fue lo que le prometí a tu madre.
—¿Perdón?
—Dame cinco minutos, Nazareth.
«Te doy una vida si me la pides...»
NO. ESO NO ERA.
—¿Qué quieres? —insisto.
Él, cauteloso y delicado de una manera que desentona por completo con el Axer que solía ser al dominarme, pone su mano sobre mis brazos cruzados, entierra sus dedos hasta alcanzar mi muñeca y tira de mí hasta que quedo un paso más cerca de él.
Es todo lo que le permito. Un paso. Una casilla más cerca de la jugada que tenga preparada su rey.
—¿Quieres nadar? —me pregunta.
El corazón me golpea en la boca, en las sienes, en todos los putos lados. No quiero que Axer Frey me provoque esto, quiero que me dé asco mirarle, que me canse su presencia, que me aburran sus propuestas.
«Déjate odiar, coño».
Él da un paso, como si entendiera que yo no lo haré y quisiera terminar de recorrer la distancia que nos separa por su cuenta.
—No te acerques más —digo en voz baja, pero él lo escucha, lo entiende, y lo respeta.
No es que me desagrade su cercanía, es que me daña lo mucho que me gusta.
—¿Viniste aquí a invitarme a nadar? —le pregunto, bastante consciente de cómo sus dedos parecen quemar sobre la piel de muñeca.
—Todavía no decido a qué vine.
Eso me hace reír con cinismo.
—No te creo.
—Irónico, porque yo jamás había sido más honesto. —Me suelta y mete las manos en los bolsillos de su short—. Pensaba decidirlo una vez estuviera aquí.
—¿Y cómo va eso?
—Horrible.
Por alguna razón que no entiendo eso me hace reír. Una risa corta, un ruido vergonzoso como de un cerdito congestionado, así que rápidamente me muerdo los labios y me tapo la boca.
—Cinco minutos —repite.
Muerdo mi labio un poco más fuerte. Siento que me arrepentiré de esto. Y mucho.
Pero, mierda, ¿cómo se le niegan cinco minutos a esos ojos?
—Cinco —enfatizo—, y solo porque no me he metido al agua y mi madre no quiere acompañarme.
Él hace como que me cree y empezamos a caminar hasta la orilla de la playa. En ese silencioso y tenso paseo, analizo la situación.
Axer está aquí. Rastreó mi ubicación hasta la playa y se encaminó a esta para encontrarse conmigo.
Supuestamente él no sabe para qué ha venido, o no lo decide aún. No estoy segura de creerle, y lo más ilógico es que no desconfíe del todo.
¿Es tan estúpido de mi parte pensar que puedo discernir la honestidad en su voz, incluso cuando hemos jugado tanto, cuando me ha prometido un jaque al primer descuido que yo tenga hacia él?
No puedo verme tan vulnerable, y definitivamente no debería estar con él cuando me hace tanto mal extrañarlo, pero digamos que tengo curiosidad por saber qué es lo que lo puso en tal conflicto como para venir hasta aquí.
Empiezo a meterme al agua pero él no me sigue.
Volteo para comprobar el motivo de su retraso, y lo hago en el momento justo para ver cómo se flexionan sus músculos mientras se termina de quitar la camisa, desnudando las letras negras tatuadas en el interior de su brazo.
Schrödinguer.
«¿Por qué me torturas así, destino? ¿Yo qué mierda te hice?».
—¿No vienes? —me pregunta, esa sonrisita arrogante imperando en su rostro cuando se sumerge en el agua y me adelanta nadando.
«Voldemort, dame de tu inmunidad a estas malditas mariposas que me están quemando el estómago», rezo antes de tomar aliento y perseguir a Axer nadando.
Nadamos, pasando las pocas personas que están disfrutando del agua en este momento, avanzando hasta un área más despejada. Y como él no se detiene, yo tampoco lo hago, incluso aunque siento que ya hemos gastado esos cinco minutos solo llegando hasta aquí.
Por fin, él deja de nadar y se sube a una gran roca. Me extiende una mano para que lo acompañe, pero lo ignoro y me subo por mi cuenta.
—Se acabaron tus cinco minutos —digo nada más sentarme a su lado.
Él se acomoda para quedar de frente a mí, mirándome con su rostro ladeado de una forma que me estruja el oxígeno en los pulmones.
—¿No me escuchaste? —insisto.
Él no dice nada, solo reprime las ganas de sonreír.
Es tan hermoso...
—Axer... ¿Estás sordo?
—No.
—Ah, ya me estaba preocupando —contesto con sarcasmo—. Para ser un genio, entiendes muy poco de las preguntas retóricas.
De nuevo, no responde una mierda y lleva su mano a mi pierna. No me toca, pero yo contengo la respiración de todos modos, congelada de nervios y expectación a la vez.
Con gentileza, sus dedos húmedos quitan una especie de alga que se enredó en mi rodilla mientras nadamos, deslizándola hacia abajo por mi pantorrilla hasta que su mano se pierde bajo el agua.
No fue un contacto descarado, pero me rozó, y ese roce es cruel, es incendiario. Es como darle aspirinas a un drogadicto.
De todos modos no le digo nada. ¿Qué le puedo decir? «¿Te extraño?» «Quiero besarte otra vez, ¿me dejas?». «¿Sabes qué? A la mierda la rehabilitación, puedo empezar de nuevo mañana si el precio es que me toques de nuevo».
No hay nada decente qué decir, nada que me deje muy bien parada, y de todos modos siento que él lo sabe todo. Que se lo estoy gritando de alguna manera por la forma en que me mira.
«¿Qué, Axer? ¿Qué es lo que me delata? Dímelo, porque solo así sabré ser mejor jugadora la próxima vez que este maldito tablero haga a nuestras piezas cruzarse».
Su mano se mueve de nuevo, pero esta vez apunta más arriba, más hacia mí rostro y... ¿Tendré algo en el pelo? ¿Es eso?
Pero él no se dirige a mi pelo, acuna mi mejilla y es todo lo que puedo soportar antes de sentir tal desespero que hace que la idea de lanzarme al agua y sumergirme en ella, flagelando mis pulmones por minutos con la falta de oxígeno, suene liberador.
Abro la boca. No tengo nada qué decir, ni una maldita palabra pleneada. Jugué en su contra en el pasado, vencí su propia partida con un jaque mate que nos destruyó a ambos, y hoy no sé ni siquiera maquinar un pensamiento que me haga parecer menos entregada a sus brazos.
Él me acaricia. Primero mi mejilla, leve y tierno. Luego su dedo se desvía a mis labios, donde el roce toma un cariz distinto, insano, algo que definitivamente confesaría como pecado solo por disfrutarlo.
—Ojalá maquillaras tus labios todos los días —susurra, confundiéndome—. Cuando los veo pintados, aunque se ven preciosos, me dan ganas de respetarlos. Cuando los llevas al natural... Mierda, Nazareth, no quieres que te diga las cosas que me provoca hacerles.
Trago en seco, y decido que esta es demasiada heroína para alguien que ha estado en desintoxicación tanto tiempo, pues temo que una palabra más pueda provocarme una sobredosis.
Retiro su mano de mi rostro, pero no la suelto. La dejó en la roca, la mía encima de la suya.
Lo miro. Él no parece incómodo, ni con intención de huir, así que escojo mi propio desliz y entrelazo nuestros dedos. Si esto va a matarme, pues que así sea. De todos modos él me puede reanimar.
Mi ilícito atrevimiento lo hace arquear una ceja, una especie de interrogante que me desarma por dentro, pero me da la suficiente altanería por fuera para encogerme de hombros.
Él sumerge muestras manos unidas, moviéndolas de un lado a otro pese a la ligera resistencia que crea la marea.
Me río.
¿Por qué mierda me estoy riendo? Parezco una idiota.
—Mierda —musita él al verme, como si algo lo torturara, así que desvía la vista.
—¿Qué? —inquiero.
Él suspira, y no me ve. Su vista está en la orilla, hacia esas personas que disfrutan su tarde de playa como si estuvieran a una vida de distancia de nosotros.
—Estás tan roja...
Si antes estaba roja, ahora debo estar anaranjada, porque siento perfectamente cómo el rubor me pica en todo el rostro, avergonzándome.
—Es el sol —me excuso.
—Ujum.
No me cree una mierda, por supuesto.
—Si no te molesta, creo que mi madre tomará estos minutos lejos de mí como válidos, así que deberíamos volver.
Él voltea a verme y hay tal intensidad en sus ojos que siento que está por lanzarseme encima y quitarme el bikini.
—De acuerdo —accede, pero no se mueve.
Tramposo de mierda.
—De acuerdo —repito.
—De acuerdo —vuelve a decir, y tengo que desviar la mirada porque es que siento de nuevo ese maldito calor escalándome completa.
Su mano, la que no está ocupada enlazada con la mía, sube a mi barbilla y me dirige de vuelta a él, para mirarme y decir:
—Tus nervios son preciosos, Nazareth. No te avergüences.
Me muerdo los labios. Debí haberme casado con este hombre.
—No estoy nerviosa —miento.
—Claro.
—¡Es en serio!
—Entonces bésame.
Una risa nerviosa escapa de mí, pero creo que ha sido una forma de disimular el temblor que llegó a atormentarme con esa petición tan insólita.
¿Cómo mierda se responde a eso?
—En la mejilla —aclara medio paro cardíaco tarde—. Si no estás nerviosa, tal vez puedas hacerlo sin desmayarte.
Maldita sea, cómo me prende su arrogancia.
—No tengo nada qué probarte, Axer.
—Yo sí. Todavía hay muchas cosas tuyas que quiero probar.
Me tapo la cara con mi mano libre. No me había puesto así de nerviosa con una insinuación de ese tipo desde... Jamás. ¡Soy yo la reina del doble sentido! ¿Qué me está pasando?
Además, ¿qué es eso que late en mi garganta? ¿Cómo mierda regreso el corazón a mi pecho?
Como Axer entiende que no me voy a quitar la mano de la cara de aquí a diciembre, él es quien se aproxima a mí, inmiscuyendo su nariz entre mis dedos como un cachorro para apartarlos de mi cara.
Sonrío, y no es debilidad, es una sukin syn fuerza sobre humana la que empleo para no reír como si toda mi vida fuese perfecta y no me faltara nada más que este hermoso momento.
—¿Qué haces? —le pregunto.
—Comprobando lo «no nerviosa» que estás.
—Déjame notificarte que no estás siendo un buen ex, Axer Frey.
—¿Es que eso somos?
Frunzo el ceño para que se dé cuenta de que no me ha hecho gracia.
Me encanta todavía, pero jamás olvidaré que su venganza me la tiene jurada.
—¿A qué estás jugando, Axer?
—No sé —dice antes de dejar un estúpido beso en mi mejilla.
—Esto es cruel.
—No es cruel. Son solo los mejores cinco minutos de mi año.
No se lo voy a decir, pero yo siento exactamente lo mismo.
Hasta que se me ocurre decir algo que no tiene nada que ver.
—¿Eso mismo le dices a Sophie?
Él pone los ojos en blanco y se aleja de mi rostro volviendo su vista a la orilla, pero no me suelta la mano. De hecho, soy terriblemente consciente de que su dedo, como distraído, acaricia mi dorso bajo el agua.
Odio lo bien que se siente.
De la nada, él se lanza nuevamente al agua y me arrastra con él por el anclaje en nuestras manos.
Caigo con un grito de sorpresa, pero él me atrapa en un abrazo impío, con sabor a artimaña. Siento el dolor del hambre cuando sus manos hacen a mis piernas anclarse a su torso desnudo, y mis propios brazos se cierran alrededor de su cuello.
Estoy tan cerca de sus labios que...
—Todavía puedes besarme si quieres —me susurra con una seriedad que asusta—. Ya sabes, para probar que no estás nerviosa.
—Axer, te odio. Lo sabes, ¿no?
No creo sonar muy convincente, me estoy riendo. Y él sonríe con una odiosa satisfacción que me hace querer morderle la boca.
—¿Y estás satisfecha?
—¿Qué?
Mi confusión es plausible, no entiendo a qué mierda se refiere, aunque estoy segura de que, si tiene que ver con él, la respuesta será un rotundo no.
—Con el ego de tu amigo.
Ahora sí lo voy a matar.
Lo empujo con fuerza, aunque mi intención era ahogarlo, y empiezo a lanzarle agua salada a la cara esperando que le borre esa maldita sonrisa en algún momento.
Él se sumerge, perdiéndose de mi vista, y aunque empiezo a buscar en derredor frenética no logro localizarle y al final alcanza su cometido, emergiendo de debajo de mí para alzarme y abrazarme de nuevo.
—¡No, Axer, no! —ruego cuando entiendo su intención, pero es inútil, él nos impulsa, lanzándonos a los dos bajo el agua sin darme tiempo a respirar.
Sumergida, todavía en sus brazos, abro los ojos.
Es como si el tiempo se congelara para nosotros. Este recuerdo; de sus ojos clavados en los míos como un monstruo marido, su cuerpo bañado con el resplandor del agua, el sonido de la nada mientras las olas rompen encima de nosotros, y el atardecer dibujado en la superficie, es algo que quiero tatuarme en la mente.
Eventualmente volvemos a emerger y tomo una intensa bocanada de aire que ya me hacía falta, a la vez que escupo toda el agua que tragué.
Para mis adentros, me imagino a mi madre con unos binoculares desde el quinto coño, saltando en una pata porque su malévolo plan parece dar resultado.
Estoy a punto de reír con esa ilógica escena cuando siento que el rostro húmedo de Axer se entierra en el espacio entre mi hombro y mi cuello, arrancándome un respingo que me hace aferrarme mucho más a él de manos y piernas.
—Axer...
—No es buen momento para que gimas mi nombre, bonita.
—Oh, mierda, ya cállate, por favor.
Como es el rey de la tortura, no parece satisfecho con mi lucha interna y se desliza por mi piel hasta que su rostro alcanza el mío, su nariz rozándome.
—Estás muy mojada...
—¿Cómo lo...?
Me callo en el momento justo que lo siento a él enterrarse en mi cuello para reírse con libertad.
Claro que estoy mojada, estamos sumergidos en el agua.
¡ESTÚPIDA!
El hecho de que él no aguante la risa al punto de que esté casi temblando contra mi cuello, además de que me hace cosquillas —y tal vez un poco porque me encanta tenerlo tan cerca—, hace que se me imposibilite molestarme por su estúpida broma.
—Te odio —repito—. Por si lo habías olvidado.
—Por favor, Nazareth —dice reponiéndose. Como no dice nada sobre mis brazos en sus hombros y mis piernas en su torso, no hago nada al respecto—. Miénteme mejor.
—¿Vas a decirme algún día a qué viniste?
—A informarte.
—¿Ah, sí? —pregunto con una ceja arqueada—. Te escucho.
—Tienes el fin de semana reservado.
—Vaya, qué generoso de tu parte avisarme. Imagino que el finde completo, ¿no?
—Lo dejo a tu elección. —Se encoge de hombros—. Aunque yo lo reservé todo para ti, ya que suele gustarte completo.
Entorno los ojos, reprimiendo una sonrisa.
—¿Seguimos hablando del fin de semana?
—¿Y de qué sino?
Esa carita de inocente que pone me recuerda a su aterrador hermano menor.
—Entonces... Te decidiste —le digo.
—Eso creo.
—¿Eso crees? ¿Cómo es eso posible?
—Bueno, yo también me acabo de enterar.
Asiento, como si eso tuviese toda la lógica posible.
—¿Y se puede saber qué acaparará mi fin de semana esta vez?
—Algo aburrido, lo sabrás al llegar.
—En ese caso mi respuesta es no.
Él me mira de mala manera, pero yo solo me encojo de hombros.
—Irás a una cosa con mi familia incluida —explica a regañadientes.
—Querrás decir «te estoy invitando a», porque todavía no acepto.
—Es que no es opcional.
—¿Cómo que no? —pregunto indignada—. Llevas desde que llegaste considerando si debías invitarme.
—Sí, pero la cuestión es que yo podía darme ese lujo, tú no.
Lo suelto y me separo de él para volverme a sentar en la roca. Ahora lo miro desde arriba con mis pies sumergidos, él no parece interesado en salir del agua.
—Estoy esperando que me expliques —le anuncio, porque parece no haberlo notado.
—¿En serio? Me gustaría no dañar estos cinco minutos con esa conversación.
—Compláceme —le digo, y no hay rastro de una petición en esa palabra. Es más como una sentencia.
—No es opcional para ti —me explica—, porque es la única manera posible de resolver lo que provocaste no solo con tu jaque, sino con la brillante idea de enviarme el aviso de rescisión a la casa, donde pudo haberlo visto cualquiera en mi familia, y terminó encontrándolo mi padre.
Siento que de pronto el agua está demasiado helada incluso para tener los pies en ella, pero es que además el viento parece venir con esquirlas de hielo, provocándome un escalofrío.
—¿El contrato llegó a tu casa?
—Eso dije —confirma.
—No fue mi intención —respondo en un hilo de voz—. Y sé que siempre digo eso, pero es en serio. Yo solo no quería volver a tener contacto contigo después de... De cómo acabaron las cosas. Así que usé un abogado como mediador. No se me ocurrió en ningún momento que te notificaría de esa manera, Axer. Lo juro.
—Eso ya no importa.
—¿Tu padre...?
—No estarías aquí si así fuera. Dudo incluso de que estuvieras...
No lo termina, pero yo me hago una idea muy perturbadora de lo que quiere decir, lo que me sube la bilis a la garganta.
Jugar en un tablero de madera con Víktor Frey es una cosa, pero que Dios me libre de estar en una partida real contra ese hombre.
—¿Qué le dijiste? —indago, pues no sé cómo podría haber salido de esa situación tan evidente.
—Que te amo.
Es como si me metieran una patada en el estómago, y la bilis que tragué hace un rato vuelve a manifestarse en mi garganta.
Es la mentira más cruel entre nosotros.
—¿Y te creyó?
No sé de dónde saqué la voz para decir eso, pero ahí está.
—No —dice—. No todavía. Pero lo hará. Tiene que hacerlo.
Trago en seco.
—Por eso quieres que vaya a cenar con ustedes.
—No es una cena, y tampoco es solo eso.
—¿Entonces?
Él suspira.
—Están pasando cosas, Nazareth. Cosas que ni yo comprendo. Pero son peligrosas. Muy peligrosas. Personas que podrían sospechar lo que tú has hecho, y que si lo descubrieran... —Por la intensidad con la que me mira, entiendo el terror detrás de esas palabras—. Cualquiera te usaría para manipularme, ¿lo entiendes? No les cuesta nada replicar tu juego. Y si no lo hacen todavía es por un único motivo: mi padre.
—¿Tu padre?
—Mientras tú seas mi novia y él te acepte, eres una Frey. Y nadie toca un Frey, porque saben que Víktor estará en el tablero. Y nadie sobrevive a un jaque de mi padre, Nazareth. Nadie.
—Pero yo no soy tu novia... —digo en voz tan baja que ni sé si podrá escucharme.
—No, no lo eres. Pero eso no puede saberlo nadie más que nosotros. ¿Me entiendes? —Se acerca más hacia mí, quedando entre mis piernas con sus manos en mis rodillas—. Dile a tu madre que volvimos. Mi familia no tiene idea de nuestra ruptura, así que de ellos ya me encargaré yo.
—No quiero decirle a mi madre que volvimos, Axer. ¿Cómo justificaré que me vea con otras personas?
—No voy a solucionar ese problema por ti —dice con brutal honestidad—. Y de todos modos claro que es tu decisión si decirle o no hacer nada, incluso cuando la alternativa es una catástrofe. Si tu estrés es por mí, no te preocupes. Tú y yo sabremos la verdad. Podrás hacer lo que te dé la gana, como siempre. Pero el resto...
—Debe creer que estoy contigo, lo entiendo. Lo que no entiendo es... ¿Por qué lo haces? Quiero decir... —Me rasco el interior de mis manos, nerviosa—. Te hice daño. ¿No sería lo mejor dejarme a la deriva y que tu padre o los demás se encargaran de ser mi karma?
Él me mira, y parece estar considerando muy seriamente mi pregunta.
—Supongo que eso fue lo que vine a comprobar hoy —me dice.
—Y decidiste que...
—No quiero, y jamás querré, que nadie te haga daño. Sin importar todo el que me hayas hecho tú.
—Quieres decir nadie además de ti, ¿no?
Eso no lo responde.
—Mi mamá estará muy feliz con la noticia —lo digo y por alguna razón siento unas terribles ganas de llorar.
—Y mi padre con tu regreso. Quiere terminar esa partida que empezaron en Venezuela.
Me muerdo la boca, nerviosa.
—Axer, pero... No sé si podré ver a tu padre. Estoy aterrada.
Sus manos en mis rodillas suben en una caricia que pronto retrocede de nuevo.
—No tienes que preocuparte por eso, solo porque parezca que me amas.
—Eso será fácil —digo, y enseguida quiero pegar mi frente contra la piedra—. ¿Podrás tú?
Él sonríe, como si lo que dije fuera un reto, y no una súplica.
—Por eso tampoco tienes que preocuparte.
Suspiro, decidiendo que es momento de acabar de una vez con esta conversación.
—Entonces... ¿Me dirás de una vez qué es eso tan aburrido y místico que va a acaparar mi fin de semana?
—No tiene importancia.
—¿Entonces por qué no me lo dices?
—Solo es esa cosa... Ya sabes. Eso.
—¡Axer! ¿A qué mierda me estás invitando que te cuesta tanto decirlo? ¿A un funeral?
—A mi cumpleaños, de hecho.
Mierda. ¿En qué momento llegó agosto?
—¿No fue hace una semana?
—El primero, sí. Pero han pasado cosas desde que te fuiste y ahora mi padre quiere que celebremos esa cosa como una excusa para tener un evento familiar y solo pude retrasarlo una semana.
—¿Por qué le dices cosa a tu cumpleaños?
—¿Irás o no?
—Pensé que no tenía opción.
—Perfecto, entonces... Nos vemos allá.
—¿Qué? —Me tiro al agua de nuevo frente a él—. No tan rápido, genio. Ahora vienes conmigo a darle la noticia a mi mamá. Y te quedas a cenar si es posible.
—Nazareth...
—¿Sí?
—No puedo. —Es como si me rogara—. Hoy no.
Aunque me duele, asiento.
Me tocará decirle a mi madre a mí sola.
—Lo siento —dice, y sí se nota el pesar en su rostro—. Es que... Si voy contigo definitivamente querré cenar con ustedes, y luego voy a querer quedarme a dormir, y luego amanecer contigo, y luego hacer arepas con tu madre para el desayuno, y luego almorzar, y luego hacerte el amor el resto del día. No me iría nunca, Nazareth. Ni siquiera sé cómo haré para irme ahora.
Lo miro, y algo dentro de mí me grita. Siento que él espera que le insista, que le pida que se quede, que le diga que no tiene que irse. Algo me dice que con eso bastará, que solo tengo que decir las palabras.
Pero sé que ese algo es solo mi ilusión, una voz fabricada por mí misma porque es lo que me gustaría que fuera real. Y no es cierto. Lo único cierto es que Axer y yo terminamos, él me odia y espera vengarse de mí. Tengo que recordarme eso todos los días a partir de que empecemos a hacer creer al mundo que nos amamos, porque qué fácil se me haría convencerme de ese engaño a mí también.
—Bien —es lo que le digo. Es todo lo que puedo decir—. Volveré a la orilla, tú por favor espera aquí hasta que estemos lo bastante lejos.
Él asiente, y parece molesto, pero me vale verga.
—Nos vemos el fin de semana —dice con amargura.
—Nos vemos el fin de semana.
~~~
Nota:
Weno, gente preciosa que sabe dibujar, si algún día quieren hacerme feliz ya saben qué escena quiero. Amén.
A pesar de ese final (yo soy ciega, así que para mí el capítulo acabó con Axer y Sina felices y casi besándose, la parte final no la alcanzo a leer) este capítulo lo amé con mi vida.
Ahora es que viene lo bueno, así que amarren esas pantaletas, tengan la Biblia a la mano y un desfibrilador por si acaso (no confundir con consolador o vibrador, pecadoras). Esa fiesta va a estar más potente que los XV de Rosmery en Somos tú y yo.
Aunque no lo crean, admiro la fortaleza de Sinaí. Yo con Axer estaría sí a todo sin importar nada xD
Entonces, ¿qué les pareció este capítulo? CUÉNTENME TODO.
Ahora miren lo que les digo y confirmen si la canción "Quédate lejos" no le queda perfecta al capítulo:
Ahora que por fin ya he logrado
No pensarte demasiado
Tú preguntas sobre mí
Ahora que mis ojos se han secado
Que en mi cama no te extraño
Llegas solo a confundir
¿Qué te da el derecho de hacerme dudar?
Si tú fuiste el primero en dejarme de amar
Quédate ahí
Que cerca me haces tanto daño
Déjame aquí
En donde me rompiste en dos el corazón
Y a ti no te importó
Por eso, ¿qué haces aquí?
Lastimarnos ya no tiene caso
Te lo advertí
Que fue la última vez, ya deja de insistir
Y quédate lejos de mí
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