13: Liar

—Ya eso era todo —le dijo Sinaí a Sophie, arrastrando sus maletas hasta la entrada—. Ahora sí estoy lista.

Era mediodía y Sinaí tenía un fuerte dolor de cabeza, pero no sabía si era secuela del alcohol de la fiesta, del trasnocho o de haber llorado tanto esa mañana. O de todo a la vez.

Lo importante es que estaba lista para irse. Había tomado su decisión luego de su última conversación con Axer —si es que podía tomarse como conversación aquel monólogo de una única respuesta— y se mantenía firme en esta.

Axer y ella debían, definitivamente, tomar caminos dispersos. Le costaría al comienzo, pero estaba muy comprometida con su conclusión. Le dolía la posibilidad de no enterarse del avance de su investigación, o de si obtendría el Nobel al final, pero estaba muy consciente de que ponerse a investigar más cosas de él luego de su partida sería como rehabilitarse del alcoholismo viviendo junto a una licorería.

Debía arrancarse la adicción negándola, un día tras otro, hasta que su cerebro por defecto la suprimiera.

La parte más difícil había sido comunicarle su renuncia a Sophie, quien no pareció tomarlo muy bien.

—Entonces sí te irás —apuntó Sophie, como si esperara una confirmación. Estaba de pie, con los brazos cruzados y una mirada expectante.

—Sí. —Sinaí asintió, incómoda y sin hacer contacto visual—. Sí, tengo que irme. Lo siento.

—Lo sientes. —Sinaí asintió—. ¿Qué es lo que sientes, Gabriela?

Sinaí soltó las maletas y se peinó con los dedos distraída en medio de su incomodidad.

—Nada, es una manera de hablar. Simplemente no me agrada la idea de dejarte así, pero tenía que hacerlo.

—Dejarme, ¿cómo? —insistió Sophia con los ojos ligeramente entornados—. ¿Te refieres a dejarme tan de repente, tan de la nada?

—Puede ser, sí. Lo siento. Ya te expliqué mis motivos.

—Repítemelos —pidió Sophia Shannon.

—Mi madre está en una situación... —Miró a los ojos a Sophie y negó con la cabeza, dando a entender que no tenía que dar esas explicaciones—. Simplemente me necesita, y yo la extraño. Tengo que irme.

—¿Y lo sostienes?

—¿Disculpa?

—¿Sostienes que ese es el motivo por el que te vas?

Tragando en seco, solo fue capaz de decir:

—Ujum.

—Mírame a los ojos, Gabi.

Así lo hizo, a regañadientes y sintiendo una tensión terrible en aquella mirada. Tampoco ayudaba que Sophie la llamara Gabi, le recordaba todas las mentiras que había dicho, toda la identidad que tuvo que inventar para trabajar como asistente de aquella científica solo para estar cerca de su ex, con el que por mala suerte Sophia parecía querer empezar una relación.

Sophie, con los brazos cruzados todavía, avanzó algunos pasos hasta quedar más próxima a Sinaí.

—Entonces —dijo—, ¿sostienes que ese es el motivo por el que te vas?

Sinaí sentía una completa repulsión por la mirada de Sophia, como si pudiera verse desnuda a través de ella, como si viera quién era realmente, y todo lo que había hecho. Eso la humilló, y la repulsa creció al punto en que Sina, como un mecanismo de defensa, prefirió transformarla en ira. Ira hacia Sophie.

Porque Sina podía vivir con la idea de ser descarada, hipócrita y tal vez poco objetiva, pero no volviendo a odiarse a sí misma.

No podía volver al principio, prefería ser la antagonista que la víctima nuevamente.

Así que se molestó con Sophie, por llevarla a ese límite, por empujarla a ver lo peor de sí misma, y con total altanería en sus ojos alzó su mentón y espetó:

—¿Eres sorda? Ya te dije que sí, no sé por qué tengo que repetirlo.

Para su sorpresa y agravio de su ira, Sophia la abofeteó. Fue rápido, sonoro y doloroso. Le quemó la cara con ese impacto fugaz y certero, dejándole la mejilla roja y con principios de hinchazón.

Sinaí se mordió la boca y cerró sus ojos con fuerza.

«Respira», se dijo a sí misma, sin atreverse a abrir los ojos. Recordaba perfectamente lo que le hizo a Jonás, conocía sus impulsos vengativos y no quería darles rienda. No creía que Sophia lo mereciera, incluso cuando acababa de golpearla.

—¿Crees que soy estúpida? —le preguntó Sophie.

—Creo que me voy —repuso Sinaí.

Tomó de nuevo las maletas y dio un paso en dirección a la puerta, pero Sophia la tomó por el brazo, deteniéndola.

—¿Eres así de cobarde?

Sinaí se volteó para encararla, su mal humor brotando.

—¿Cuál es tu maldito problema conmigo?

—Quiero que me enfrentes. Quiero que tengas los putos ovarios para verme a la maldita cara y decirme que te vas porque eres una mierda de amiga.

—No soy tu amiga, Sophia.

—Oh, genial. Solo eres una mierda de persona.

Sinaí rio y se cruzó de brazos.

—¿Por rechazar tu generosa oferta de trabajo? ¿Eso me hace una mierda de persona?

Sophie negó con la cabeza con una ligera sonrisa en sus labios y un brillo asombrado en sus ojos.

—No puedo creer lo cínica que eres —comentó—. Soy científica. Me tratas como pendeja pero no lo soy. Solo intenté ser amable, y mira cómo me salió.

—¿Cómo?

—A ver... Axer me pide de la nada pasar un fin de semana conmigo, justo cuando te conoce. Viene, y sin previo aviso esta mañana, sin haber dormido casi por la fiesta de anoche, decide que ya no quiere quedarse hasta el lunes, que se irá de inmediato. Luego, ni veinte minutos después apareces tú a decirme que renuncias por no sé qué excusa inverosímil sobre tu madre, luego de que tanto insististe por este trabajo, de que te tratara bien, te diera libertad, privacidad, tiempo libre de sobra y una paga de la que no podías quejarte. Viniste a la isla por este trabajo, pero bastó una noche a solas con Axer mientras yo dormía para decidir que ya no lo quieres.

Sinaí se mordió la boca, pero le desbordaban las ganas de reír del rostro.

—¿Te parece gracioso?

—Mucho, sí. Tienes una increíble imaginación.

«Pero no tanta para estar ni cerca de la verdad», pensó Sinaí.

Sophie negó, y esa vez su rostro tenía algo más. Algo distinto a la hostilidad y la decepción que había tenido hasta entonces, algo mucho más cercano a la lástima.

—Lo aprenderás por tu cuenta —le dijo Sophie—. Ningún polvo, ni siquiera con Axer Frey, vale la amistad que yo te ofrecía. Espero te trate bien la vida, Gabriela, pero muy lejos de mí.

Sophia Shannon señaló la salida y se dio media vuelta para adentrarse a su laboratorio y dejar atrás, esperando que para siempre, a Sinaí Borges.

~♟️🖤♟️~

Axer ya estaba listo para irse, dejar a Aaron y tomar su vuelo de regreso a las Islas Turkos y Caicos. Entonces tomó el pomo de la puerta, intentó abrirla y...

—No abre —le dijo a Aaron.

—Oh.

A Axer no le gustó nada la respuesta, así que encaró a Aaron con una expresión muy poco amigable.

—Espero que sea un «oh» de los «oh, lo olvidé, ya lo abro».

—De hecho es más como un «oh, carajo, no había pensado en eso».

Axer tenía una sonrisa muy tensa en ese momento.

—No me sorprende que no pienses, para variar, pero... ¿qué exactamente fue lo que no pensaste esta vez?

—Es la oficina de mi padre —explicó Aaron—, tiene un sistema de seguro automático cuando se cierra. No tengo ni la llave, ni la aplicación que lo abre.

—Es mentira.

—¿Te he mentido alguna vez? —Aaron fingió sentirse indignado.

—Te haría una lista pero preferiría que me sacaras de aquí antes.

—¡No puedo!

—Aaron —advirtió Axer perdiendo la paciencia.

—Lo juro, no puedo abrirla.

—¿Por qué entrarías aquí si no pudieras abrir la puerta?

—Mi padre la desbloqueó para que entrara a recibirte, pero debí haberla dejado abierta mientras durara nuestra reunión de lo contrario pasaría... Pues esto.

—¿Y por qué la cerraste? —preguntó Axer con la mandíbula muy tensa.

—No era mi plan original, claramente, pero, ¿qué esperabas? De hecho es tu culpa.

—Mi culpa.

—Me atacaste nada más entré, la puerta se cerró por accidente.

—Espero que todo esto sea una broma. Una muy mala, sin gracia, de la que no me voy a reír nunca. Justo tu tipo.

Pero Aaron estaba serio, y eso a Axer no le gustaba en lo absoluto.

—Sigo esperando la confirmación —insistió Axer.

Aaron se cruzó de brazos.

—Tú quieres morir, ¿no? —dijo Axer.

—No me preocupa la posibilidad, menos si es en tus manos.

—Jesper.

—¿Frey?

—Abre la sukin syn puerta.

—No pu-e-do.

—Llama a tu padre y dile que la abra.

—En serio crees que eres el único genio aquí, ¿no? Si pudiera llamar a mi padre me habría ahorrado esta discusión... —Hizo un gesto de que se lo pensaba mejor y luego sonrió—. ¿A quién engaño? No me la habría ahorrado, verte temblar de impotencia siempre será un placer para mí. Pero no, no puedo llamar a mi padre.

—¿Por qué no?

Aaron se encogió de hombros.

—No tengo su número.

—¿Cómo que no tienes el número de tu padre?

Aaron arqueó una ceja.

—¿Tienes tú el de Víktor Frey?

—Claro que... —Se interrumpió, mordiéndose la boca por lo mucho que le costaba ceder—. No, no lo tengo. Pero tengo el de Vikky, que es prácticamente lo mismo.

—Entonces dile a ella que consiga el de mi padre y nos saque de aquí.

—Hoy estás muy gracioso —ironizó Axer sin un indicio de que le causara gracia.

—Lo decía en serio, ¿o crees que quiero pasar todo este rato encerrado sin confleys hasta que mi padre se acuerde que tiene hijo y empiece a buscarme? Lo cual pasará nunca, con toda probabilidad mi ausencia será celebrada.

Axer no le respondió y se alejó al otro extremo de la oficina donde empezó a llamar a Verónika una y otra vez, caminando de un lado a otro.

—Maldición —dijo cuando la llamada saltó al buzón por décima vez.

—Dale un rato, debe estar cogiendo.

Axer miró en dirección a Aaron con muy malos ojos.

—Sería un interesante objeto de estudio esa aversión tuya a los placeres humanos. Aversión basada totalmente en la negación, desde luego.

—Cállate, Aaron. ¿Hay algo que puedas hacer para solucionar esto? O para acelerar mi muerte sin pasar por la tortura de tu compañía, también acepto eso.

—Tengo un par de propuestas sobre cómo pasar este tiempo que te podrían interesar.

Axer dejó salir algo entre risa y bufido.

—¿Es esto una artimaña tuya porque supones que te dará alguna posibilidad de que terminemos lo de hace un rato?

Aaron sonrió con malicia.

—Te conozco mejor que eso. Las cosas se hacen cuando tú dices, y a mí me gusta así. Es superior cuando sabes que has llevado al genio al límite, cuando experimentas su salto desesperado a la humanidad.

Axer entornó los ojos mirando a Aaron, a su irreverente postura recostado de la pared con las manos en los bolsillos y el rostro alzado en un ángulo que daba una visión privilegiada a los bordes de su mandíbula.

No dijo ni una palabra, le dio la espalda y buscó la silla tras el escritorio para sentarse a enviar mensajes a Verónika para que le llamara de inmediato, o contactara con su padre para que este a su vez contactara con Sama'el Jesper.

—Ya que vamos a estar aquí un buen rato, deberíamos buscar un modo de distraernos —sugirió Aaron.

—Tienes un teléfono y suficiente señal como para ver un tutorial de «diez increíbles platillos que puedes preparar con sangre humana» —dijo Axer sin despegar la vista de su teléfono.

—Yo no cocino —dijo Aaron muy indignado.

—Te felicito.

El vampiro suspiró.

—Casi no parece que exista un lado blando y pasional detrás de toda esa máscara de hostilidad robótica y profesionalismo prodigioso.

Axer alzó la mirada de su teléfono para escrutar a Aaron, quien se encogió de hombros.

—No me lo puedes ocultar a mí, tu novia es mi amiga.

—No es mi novia, y tú no eres su amigo.

—Como tú digas, Frey. Entonces... ¿Jugamos a las adivinanzas o prefieres jugar «piedra, papel o Verónika»?

—Aaron, hazme un favor, ¿sí?

—Te hago los favores que quieras, Frey.

—Cállate.

Aaron puso los ojos en blanco y se acercó, sentándose en la silla de frente al escritorio y poniendo los pies sobre su superficie, tan cerca de los codos de Axer que este le miró, parpadeando varias veces como si quisiera creer que era una ilusión.

—¿Te educó un mono?

—Un emperador inmortal, de hecho.

Axer rio por lo bajo con eso, a lo que el otro reaccionó frunciendo el ceño.

—¿Qué?

—Nada —dijo Axer todavía con la sombra de burla en sus labios.

—Habla, Frey, guardarse los chistes para uno mismo es malo para la salud, y hace un momento dijiste que pretendías cuidarla.

Axer asintió, las comisuras de sus labios ligeramente curvadas. Se reclinó en su silla y fijó sus ojos con descarada honestidad en Aaron. Así, habló. Sin que le quedara nada por dentro.

—Yo no describiría a Sama'el con tanto orgullo.

Aaron bufó.

—Estoy presumiendo el prestigio de su posición, no al hombre. Te agrade o no, es lo que es, eso me hace por consiguiente un heredero sexy y carismático.

Axer reprimió las ganas de reír en sus mejillas y negó, desviando su rostro en otra dirección. Luego volvió a su celular.

—Tú eres exactamente lo mismo, ¿no? —inquirió Aaron—. Frey's empire será tuya algún día.

—Oh, no, yo no tengo nada de carisma. Me las arreglo mejor con mi coeficiente intelectual, mi superioridad académica, mi impecable trabajo y demás habilidades irrefutablemente útiles —dijo Axer con un guiño de ojo.

—Agradezco su modesta existencia, San Axer Frey. Toda la humanidad se la agradece.

—De nada.

—Era una broma.

—Perdona mi confusión, creí que la finalidad de una broma era ser graciosa.

Aaron suspiró con dramático cansancio.

—Y, por cierto —añadió Axer—, no heredaré Frey's empire, voy a ganarla con méritos que van más allá de un derecho de nacimiento.

—Soy adoptado, técnicamente mi herencia no tiene nada que ver con derecho de nacimiento. Simplemente soy irresistiblemente suertudo.

—Vaya orgullo.

—Puedo tolerar que me tengas ganas, Frey, pero la envidia es mala para la reputación de un genio.

—Mejor no indagues en qué tipo de «ganas» tengo con respecto a ti —dijo Axer con una sonrisa forzada.

—De hecho...

—Calla, has agotado mi cuota de paciencia anual hacia ti en solo un día.

Aaron rio y se llevó una mano a los labios. Todavía le sorprendían las reacciones de Axer, tal vez siempre sería así.

Axer siguió en su teléfono, y Aaron amablemente aguardó la eternidad de seis minutos antes de volver a hablar.

—Entonces... ¿Por qué nunca me dijiste que te encanto?

Axer arqueó una ceja en dirección a Aaron.

—Jamás dije nada remotamente semejante. De hecho, estoy muy seguro de que dije todo lo contrario.

—Que no me soportas.

—Eso se aproxima más.

—Porque no me sacas de tu cabeza.

—Tampoco te desvivas por eso, es algo ocasional y solo detona cuando te veo. Puedo continuar mi vida tranquilamente sin pensar ni una sola vez en tu promiscua existencia.

Aaron mordió ligeramente sus labios y Axer volvió a lo suyo, ignorándolo.

—¿Por qué nunca me dijiste nada?

—¿Nada como qué? —indagó Axer, indiferente, con sus dedos tecleando su décimo mensaje a su hermana mayor.

—No lo sé, algo como «Aaron, te tengo unas ganas tremendas, ¿te parece si nos saltamos una clase hoy y...?»

Axer alzó la vista de su teléfono, horrorizado.

—¿Saltarnos qué?

Aaron se carcajeó, lo que hizo que el entrecejo de Axer se frunciera todavía más.

—¿Nunca te saltaste una clase? ¿En serio?

Axer entornó sus ojos, como si pudiera de esa forma emitir algún tipo de radiación asesina.

—Ni siquiera tú puedes ser tan perfecto estudiante —apuntó el vampiro.

Axer siguió sin decir nada ni rebajar su agria mirada.

—¿Es en serio? —Aaron arqueó una ceja—. ¿En qué momento te divertías?

—En clases.

—No me jodas —Aaron seguía riendo— eres un maldito nerd.

—Gracias.

—Eso, mi querido no amigo, fue con toda la intención de insultarte.

Axer suspiró cansino y volvió a su celular.

A Verónika ni siquiera le llegaban los mensajes, y ya le había dejado algunos a Instagram, Facebook y hasta en su correo.

—No —cortó Aaron dando un par de puñetazos ligeros al escritorio—. No eres ningún estudiante intachable. Escuché un rumor una vez, y vi la foto que corría por el colegio.

Axer frunció el ceño, mirándolo para indicarle que continuara.

—Sacaste un seis, lo vi con mis propios ojos.

Una sonrisa maliciosa se formó en los labios de Axer.

—Sí, un seis de cinco.

Aaron abrió la boca, pero la volvió a cerrar, negando y sonriendo incrédulo.

Axer lamentaba no haber llevado audífonos a aquella expedición a Terrazas, la urbanización de Malcom que gobernaban los Jesper, pues le habrían servido maravillosamente para ignorar a la ladilla sentada frente a él y pasar el tiempo hasta que su promiscua hermana se dignara a contestar el teléfono.

—Okay —siguió Aaron, lo que hizo que Axer alzara los ojos al cielo rogando la muerte—, eres un maldito fenómeno de perfección académica, pero te acostaste con Sophie y Andrea.

—¿Y eso es relevante por...?

—¿Por qué no conmigo?

—Por obvias razones.

Aaron arqueó una ceja. A él no le parecían tan obvias.

—Sophia y Andrea son objetivamente atractivas.

—No estoy seguro de cómo sentirme al respecto de esa declaración...

Axer se encogió de hombros y acomodó sus lentes, cruzando sus manos sobre el escritorio como si estuviera a punto de dar una clase a un alumnado atento.

—Es simple, Jesper. Ellas eran objetivamente atractivas, pero no producían en mí a diario ninguna reacción irracional que sugiriera que de ceder a un encuentro sexual pudiera resultar perjudicial a mi preciada posesión del control de mí mismo.

—O sea que me tenías miedo —apuntó Aaron con una sonrisa.

Axer puso los ojos en blanco y decidió que entraría a Wattbook para distraerse leyendo los comentarios de sus poco compresivos lectores que seguían pidiéndole una segunda parte de A sangre fría.

Para sí mismo, pensó en la respuesta a la pregunta de Aaron. Una respuesta que ya llevaba tiempo sopesando, porque hacía unos meses había decidido estudiarse a sí mismo, conocerse lo suficiente para no permitir que nadie nunca más lo pudiera manipular al acceder a una parte de sí que ni él comprendiera.

Axer le tenía miedo a las manifestaciones de esa parte de sí mismo que negaba. Sophie y Andrea fueron experimentos de su sexualidad, no significaban un riesgo, pero haber admitido que tal vez sentía curiosidad por aquel irreverente muchacho que lo sacaba de quicio era aterrador. Significaba dejar de negar su humanidad. Significaba que existía la posibilidad de que esa curiosidad pudiese convertirse en un abyecto deseo, y Axer Frey no podía perder el control.

Todo cambió con su primer noviazgo, y el único hasta entonces. No porque Sinaí fuese la primera persona que deseaba, sino porque fue la primera que jugó con ese deseo hasta hacerlo perder, cediendo a la tentación. Ella lo liberó hasta que, con un doloroso esfuerzo, él pudo admitir que tal vez el genio no estaba exento al hambre, a probar, a la adicción y a la recaída.

Con ella aceptó por primera vez todo eso, y ahora se le hacía más sencillo reconocer las veces en su pasado en que esas señales se manifestaron y fueron reprimidas, como con Aaron.

Lo que no lo hacía más soportable, desde luego, pero al menos no lo tomaría por sorpresa.

—Entonces... —insistió Aaron con un expresión derrotada por el aburrimiento—. ¿Ya escogiste qué jugaremos para pasar el tiempo?

—Compitamos a ver quién puede guardar silencio por más tiempo.

—Perdí.

Axer pegó la cabeza de la superficie del escritorio. Para sorpresa de Aaron, lo volvió a hacer, esa vez más fuerte. Repitió el golpe una tercera y cuarta vez, mientras el vampiro lo escrutaba con preocupación, pensando si debería llamar algún centro psiquiátrico.

—¿Estás bien? —preguntó Aaron Jesper en cuanto Axer alzaba la cabeza y se sobaba la frente.

—Estoy buscando una medida de dolor que se le aproxime a la experiencia de pasar tiempo contigo. Necesito una referencia exacta. Por ahora, seis golpes después, sigo prefiriendo pegar la cara del escritorio. Tal vez sea así hasta perder la consciencia.

Aaron abrió los ojos maravillado.

—Estás loco en serio, eh.

—Si la media de lo normal eres tú, entonces sí, estoy muy loco. Enfatizando el «muy».

Aaron Jesper conocía personas francamente inusuales, que se salían de toda la norma. Sus donantes eran extraños, pues se exponían a que les mordiera y succionara la sangre voluntariamente. Las personas de su clan lo eran también. Sus amigos, entiendo a Sinaí y a Poison como las principales, eran peligrosas y psicológicamente insólitas, como mínimo. Su padre, contándolo como la primera persona que recordaba haber conocido, era el hombre lo más cercano a un vampiro que existía en la Tierra. E incluso así, Aaron todavía no perdía la capacidad para sorprenderse por las excentricidades de los Frey. Le gustaban especialmente porque tenían del tipo de extrañezas que marginaban a otros pero con matices que las volvían interesantes; no tan grotescas como las había en Parafilia, pues los Frey eran socialmente inusuales, pero sin duda dignas de asombro y estudio.

En resumen, Aaron no podía aburrirse cerca de Axer.

Y sin embargo, encerrado en el despacho de Sama'el, con Frey tan borde y silencioso enfocado únicamente en su teléfono y no en entablar conversación, el vampiro empezó a divagar en su mente, dando vueltas inconscientes en su silla giratoria con la mirada en el techo.

Axer suspiró e inspiró, procurando ser paciente. Pero la silla chirriaba, y Aaron hacía ruiditos de diversión con cada nueva maldita vuelta.

No se lo estaba poniendo fácil.

Luego, Jesper comenzó a tararear. Y tararear. Y tararear...

Axer inspiró con mucha más fuerza, había una vena palpitando de forma extraña en su párpado.

«A ver cómo le explico a mi psiquiatra lo que estoy planeando hacer», pensó.

—¿Conoces esa canción?

—No me interesa —gruñó Axer.

—No, en serio, ¿sabes cuál es? No recuerdo el nombre ni la letra.

—Pues deja de tararear.

—Es que la tengo en la punta de la lengua... Nana-na nana-na, na na na, nanana...

Hacer volvió a inspirar y a suspirar con fuerza.

—Nananana, nana-na, nana-na nananana...

Axer se levantó de la silla, golpeando con las dos manos el escritorio y sobresaltando al vampiro.

—¿Quieres callarte por medio maldito segundo?

—No.

Axer gruñó, se quitó los lentes y llevó sus dedos al puente de su nariz.

—Te ves tenso.

—¿Tenso? Voy a necesitar terapia después de esto.

—Qué casualidad, todos suelen decirme eso.

Axer le lanzó una mirada agresiva.

—¡Yo nunca! Es el juego perfecto, ¿no?

—Me voy a suicidar y serás testigo.

—Yo nunca, nunca, he... —Aaron se lo pensó mejor—. Olvídalo, ya perdí. Mejor un juego que sea algo tipo «Yo sí o sí he hecho más de tres veces...». Ese sí lo podría jugar.

—¿Te gusta Sinaí?

La pregunta tomó a Aaron por sorpresa.

—¿Perdona?

—¿No quieres hablar? Responde.

—¿Te importa?

—No mucho.

—Lógicamente —puntualizó Aaron con sarcasmo—, por eso lo preguntas tan de la nada.

—Me intriga.

Aaron arqueó una ceja. Intrigar a Axer Frey no era cualquier cosa.

—No, no me gusta. No de la manera en que podría preocuparte. Me agrada. —Aaron alzó un dedo en dirección a Axer, como señal de aclaratoria—. Lo que no debe confundirse con «jamás me la cogería».

—Dudo que exista algo que Aaron Jesper «jamás se cogería». —Axer se volvió a sentar—. ¿Te gustaba Aysel?

Aaron se mordió la boca y volvió a girar con su silla, aunque esa vez no hizo ruiditos. Parecía una distracción, y su expresión no parecía muy cómoda en ese tema.

Axer abrió los ojos con algo entre la sorpresa y el espanto.

—¿Te gustaba en serio?

—Tuvimos cuatro años de relación sin coger, no estaba con ella precisamente porque fuera una buena cocinera.

—Mierda. —Axer aguantó las ganas de reír a duras penas—. Te gustaba.

—¿Qué es tan gracioso?

—No pensé que te pudiera gustar nadie.

—Inconsistente. Me gusta todo el mundo.

—Te excita todo el mundo —corrigió Axer.

—Tú más, no te preocupes.

Axer puso los ojos en blanco.

—¿Sabes qué? —cortó el ruso—. Tú ganas, me cansé de esta conversación.

—¿Axer Frey declarando ganador a alguien más que él?

—Si lo que está en juego es mi salud mental, pues prefiero conservarla si la alternativa es perder.

Aaron, como si todavía estuviese picado por el previo giro de la conversación, atacó diciendo:

—¿Sabes? Incluso gustándome Aysel, no habría dado por ella lo que tú por Sinaí.

Todo rastro de buen humor escapó de Axer, y Aaron lo celebro con una ligera sonrisita que mostraba sus colmillos.

El silencio se prolongó, incluso Aaron sacó su teléfono y se distrajo con el un rato. Pasaron así poco más de un cuarto de hora hasta que Aaron suspiró, aburrido, y dejó su teléfono sobre el escritorio.

—Oye, ¿no tendrás comida en esos bolsillos de tu bata, o sí?

Axer apenas alzó la vista de su teléfono para mirarle.

—¿Puedes comer comida normal, Cullen?

—Y dices que mis chistes no dan risa.

Axer movió la cabeza de un lado a otro de forma dubitativa.

—A mí me hizo bastante gracia.

—¡Listo! Ya sé qué haremos.

Aaron se reclinó emocionado sobre el escritorio como si tuviera una brillante idea, y Axer suspiró ya anticipando la estupidez.

—Coger, casar o matar. Es el juego perfecto.

—No es perfecto si decides cogerte a todas las opciones en todas las rondas.

Aaron pensó al respecto.

—No creo que haga falta a menos que me pongas a elegir entre tres Frey, eso sí sería un problema.

Axer no respondió al momento, hasta que no pudo aguantar las ganas de reír. En medio de su risa le lanzó a Aaron un lapicero, que el vampiro esquivó dándole vuelta a su silla y riendo también.

—Te doy mérito por la originalidad de tu existencia, Aaron Jesper. Eres insólito.

—Creo que el término que buscas es «increíble».

—El término que buscaba fue el empleado.

—No voy a discutir contigo, prefiero emplear mi tiempo en coger, casar o matar.... —Aaron pareció entender el doble sentido de sus palabras y se apresuró a aclarar—: El juego. Aunque no me molesta si quieres que practiquemos literalmente las tres, siempre que sea mutuamente.

—Acepto el juego, solo si eso te quita la idea de practicarlo literalmente.

—A ver... —Aaron dio una vuelta en su silla con una mano en la barbilla—. Esta estará difícil.

Axer arqueó una ceja, no había pretendido jugar realmente pero el desafío le atrajo.

—Lo dudo —comentó, lo que fue como combustible a la sonrisa de Aaron.

—Coger, casar o matar: un Nobel, tu ex y Frey's empire.

Axer rio por lo bajo.

—Mato a mi ex, me caso con Frey's empire, lo cual era evidente, y me tocará fornicar desenfrenadamente con un Nobel, aunque no sé cómo podría ser posible.

Aaron bufó.

—No matarías a Sinaí.

—De hecho, ya la he matado.

Aaron abrió los ojos con interés plausible.

—Necesito esos detalles.

—Jódete —dijo Axer, lanzándole a Aaron un nuevo lapicero que esta vez aterrizó en su hombro—. Sangre, cereales y sexo.

—¿Perdón?

—Espero a que formules tu respuesta.

—¿Esas son mis opciones?

—¿Tienes un retraso mental? Está bastante claro.

Aaron suspiró y se puso a pensar.

—Eso está difícil.

Axer sonrió satisfecho.

Aaron siguió pensando, parecía torturado.

—Eso es jugar sucio, Frey.

—Pensé que te gustaban los juegos sucios.

Aaron lo miró muy sorprendido por el doble sentido de la insinuación.

—Acepto —le dijo.

—No te estaba proponiendo nada. ¿Responderás algún día?

—No puedo vivir sin sangre así que tendré que casarme con ella, me cojo todas las posibilidades de sexo posibles, claramente, y, con todo el dolor de mi alma, tendré que matar el confley. Pero prometo hacerle un precioso funeral.

—Qué conmovedor —dijo Axer sin nada de emoción en la voz.

—¿Ya nos podemos besar?

Axer se dejó caer al respaldo de su silla, sus ojos elevados al techo.

—Debo reconocer que creí que tardarías menos.

—¿No quieres? —preguntó Aaron con una sonrisa incitante.

—No pasará.

—Lo cual es distinto a no querer.

—Lo cual sigue siendo un no.

—¿O sea que sí quieres?

—¿Es un fetiche o algo así?

—¿Besarte? Sí.

Axer volvió a enderezarse en la silla para ver a Aaron.

—Escuchar de mí que quiero hacerlo.

Aaron sonrió ladino.

—Sí, Frey. Es un placer en sí mismo que admitas haber perdido.

—Qué lástima, entonces. Será una tarde muy aburrida para ti.

—Yo me estoy divirtiendo.

—Qué novedad.

—Tómalo como una revancha. Karma, tal vez. —Aaron se encogió de hombros—. Te encanta el control y la tortura, ya era hora que la experimentaras por ti mismo.

—Qué grato que admitas que soportarte es tortuoso.

—No, lo tortuoso es que finjas que no quieres saltarme encima y repetir lo de hace un rato.

Ambos se miraron en silencio. Axer con sus ojos ligeramente entornados, como si estudiara a Aaron, como si mirara más allá de él mientras este simplemente le sonreía incitante.

Entonces la puerta se abrió, milagrosamente. Y no por Sama'el Jesper sino por la Faraona, su amante principal.

Ella los vio a ambos con una mirada inquisitiva, aunque solo estaban sentados, uno a cada lado del escritorio. Lo sospechoso era el brillo de inusual inocencia en los ojos de Aaron.

Pero todo pasó en cuanto reconoció los rasgos del chico al otro lado del despacho.

—Señor Frey —saludó—. No sabía que seguía aquí.

—Es porque no debería estar aquí —explicó Axer, levantándose con su habitual porte decente y educado—. Nos quedamos encerrados.

La Faraona miró a Aaron con reproche evidente y le dijo:

—¿Cerraste la puerta?

—No, las ventanas.

La Faraona le miró todavía con más desagrado en su mirada, parecía de esas miradas que dejaban implícito el «después hablamos». Por suerte no le dedicó mucho tiempo a aquella agria comunicación silenciosa, se aseguró una sonrisa más agradable para decirle a Axer:

—Aaron nunca ha sido el Jesper más responsable, solo espero que hayan resuelto lo que sea que le haya traído hasta aquí, señor Frey, no es nuestra intención estar en malos términos con su familia.

—No hay problemas entre nuestras familias, descuide. Todo está arreglado.

Axer hizo una especie de reverencia ligera con su cabeza y se dispuso a salir del despacho. Aaron, con mucha menos gracia, se levantó para ir detrás de él. La Faraona, de pie con un porte altivo, sin siquiera molestarse en girarse para mirar directamente a Aaron, dejó salir un último comentario antes de que este se perdiera de vista:

—Tu padre te busca.

—Como siempre.

Aaron no tenía la más mínima intención de ir detrás de su padre, no luego de plantar a Poison en su cita para ver Crepúsculo, ni con Sinaí mandándole audios de seis minutos al WhatsApp, ni con Axer todavía dentro de sus terrenos.

Alcanzó al ruso mientras este bajaba las escaleras, sabiendo el riesgo que corrían de ser vistos, consciente de la posibilidad de ser arrojado escalones abajo como reacción de desagrado por parte del genio Frey, e incluso así se dejó llevar por la cucaracha en su cerebro. Enterró sus dedos en el cabello de Axer, tomándolo por detrás y pegándolo a la única pared. Le tomó tres segundos, idílicos en la vacilación y el horror del ruso, perfectos para incendiar su adrenalina, antes de besarlo por fin.

Fue breve, no podía permitirse más dadas las circunstancias. Pero fue suyo. Luego le dejó ahí, y se fue con una sonrisa triunfal.

Podía morirse ese día cruzando la calle y no importaría. Le había robado un beso a Axer Frey y vivía para saborearlo.

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Nota:

Muchos en el capítulo anterior decían que no disfrutaban el capítulo porque o «no les gusta lo gay» (lo cual suena bastante problemático, pero no hablaremos de eso) o porque creen que Axer estaba traicionando a Sinaí, o porque les dolía Sina y esas cosas. Todos son libres de interpretarlo como quieran, claro que sí, pero siempre tengan en cuenta que Axer lleva un año soltero, un año en el que no estuvo con ninguna otra persona. Él es libre de vivir su sexualidad como lo fue Sina al estar con las personas que quiso. Lo demás es subjetivo, pero eso tienen que tenerlo en cuenta.

Por otro lado, no saquen conclusiones apresuradas. Queda muuuuucha historia, y aunque las cosas parezcan grises para Sinaí ella tenía que pasar por esto, simplemente pospuso mucho el proceso. Ella no ha sanado, ha sobrevivido negando que existe un problema. Dejémosla tomar el camino que ha escogido y disfruten lo que viene porque siento que les va a encantar, y yo los conozco, así que confíen en mí, please.

Ahora... ¿Qué les pareció este capítulo?

Si los veo comentando mucho les subo otro capítulo pronto, quiero volver a las actualizaciones más constantes ahora que salí de unas responsabilidades urgentes con otros manuscritos, pero como siempre eso lo decidirán ustedes con sus comentarios.

Les amoo, gracias por seguir en el abismo <3

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