12: Beggin' [+18]

Hoy primero de agosto es el cumpleaños de Axer, así que subo este capítulo sorpresa para celebrarlo.

Escuchen This love de Camila Cabello. Solo miren la letra en español y díganme que no sienten a Sinaí:

Así que, a la mierda este amor
que llama mi nombre
Sal de mis venas
Si necesitas tu espacio
Solo aléjate

Sabes cómo joderme
Y luego hacer que esté bien
Tal vez este es tu juego
Y yo soy con quien juegas
Otra y otra y otra vez

Tal vez deberías liberarme
Tal vez realmente no quiero que lo hagas
Tal vez solo quiero ser
La persona que no puedes perder

~~~

Axer

—No debí pegarte.

Lo dijo con renuncia. Sin el calor de un sentimiento, sin el frío de la indiferencia. Simplemente, Sinaí estaba agotada, y su voz así lo dejó ver cuándo se inmiscuyó en el cuarto de huéspedes donde Axer debió haber estado durmiendo esa mañana.

Él, acostado en la cama, no la veía a ella. Sus ojos estaban clavados en el techo de la habitación, y si había algo en ellos era imposible advertirlo desde la distancia que los separaba.

—Vete, por favor.

Una voz monótona, una petición exhausta. Había más hiel en sus palabras que en las de ella, pero en una dosis que parecía dañarle más a él.

Eran dos piezas sobrevivientes de un juego despiadado. Heridos, consientes de no tener más alternativa que buscar el jaque, parecían haber perdido el impulso para volver a mover.

—El hombre que ves aquí acostado no es una buena persona —siguió él, estoico, sus dedos jugando distraídos en su anillo y sus ojos entornados en dirección al techo—. Y aunque lucho contra ello, tengo impulsos contradictorios cuando estás cerca que no nos hacen bien a ninguno de los dos.

—Lo sé.

Ella terminó de entrar a la habitación y cerró detrás de sí. Lo hizo con sumo cuidado, su intención no era alertar a Sophie de lo que pasaba en ese cubículo.

Inspirando profundo, como para robarle valor al oxígeno, Sinaí lanzó hacia Axer una dama negra que le cayó en el estómago.

Él sintió el leve impacto y, desconcertado, encerró en sus dedos la pieza. Era simple, hecha de plástico. No parecía tener un gran misterio o significado oculto.

Más confundido que antes, Axer se apoyó en sus codos y escrutó a Sinaí con una mirada que combinaba demanda y paciencia. No permitió que sus labios formularan la interrogante que lo custodiaba, dejó que fuese ella misma quien decidiera cuándo explicarse.

—No juego más —sentenció Sinaí—. Y sé que es estúpido decirlo a estas alturas, porque yo ya jugué mi juego y te jodí con la movida final. Debería tener el valor de quedarme y afrontar esta nueva partida, pero en cambio voy a hacer lo que tú nunca podrás: rendirme. No porque te tenga miedo, sino porque... —Ella rio con agotamiento y pasó su mano por su cabello—. No he podido dormir ni un minuto pensando en todo lo que acaba de pasar. Y siempre odiaré el Axer que fuiste hace un momento, pero tu honestidad me hizo caer en cuenta de la Sinaí que he sido hasta ahora.

Hizo una pausa. Se mordió los labios al mirar cómo él guardaba la pieza en su bolsillo.

Lo que había en los ojos de Axer era como el filo de una navaja: inexpresiva y reflejante. Sinaí solo podía ver su propia desesperación en ellos.

—¿Sabes que te amaba, no? —siguió ella con la voz herida, sabiendo que aunque doliera, aunque significara perder definitivamente, era necesario arrancarse esa verdad de encima—. Siempre asumí que lo sabías porque, ¡por Ara, eres Axer Frey! Me viste perseguirte desde el primer momento, y estuviste ahí cuando firmé el contrato de espécimen solo por ser tu novia. Yo misma quise creer por mucho tiempo que solo me gustaba jugar contigo y en parte era así, pero no siempre. Me enamoré, estúpidamente. Del Axer que se quema las manos al abrir una arepa junto a mi madre, que es tan distinta a él, pero que él parece apreciar de todos modos. Del Axer que me regaló el cadáver del tipo que me jodió, sin necesidad de presionarme para que yo le explicara lo que este me hizo. Me enamoré del Axer que le dedicaba metáforas de ajedrez a su novia falsa. Del que escribió una novela que me leí como adicta en un día, y de la que todavía espero segunda parte. Incluso de aquel que se mete en un tanque de agua esposado para demostrar que es un absoluto genio y que merece que le adelanten su tesis.

Sinaí robó un momento a su monólogo para respirar, como si el aire en sus pulmones pudiera secar la humedad que cristalizaba sus ojos. Parpadeaba, esperando ahuyentar las lágrimas, pero, ¿cómo echarlas de su pecho? ¿Cómo decirle a sus sentimientos que se callaran, que era el turno de hablar de ella? Y es que nunca había sido más honesta en su vida, y las mentiras eran lo que la mantenían fuerte.

Decirse que Axer era su crush la ayudaba a superar el dolor de haber herido a alguien a quien realmente amaba. Decirse que su error era culpa de él la salvaba de tener que perdonarse a sí misma.

La verdad dolía, no porque la estuviese oyendo él, sino porque recién la asumía ella.

—Axer, yo te amé como a nadie —continuó Sina con una sonrisa triste y lejana, ya ni siquiera miraba en dirección a él—. El problema es que no creí que alguien como tú pudiera amarme a mí. Y aunque me lo demostraste, jamás lo dijiste, y mi mente no dejaba de repetir «él juega», «solo son ideas tuyas», «conseguirá una mejor», «lo vas a perder». No justifica lo que hice, pero espero que te de la paz que mereces al recordar lo que tuvimos. Espero que sepas que, en cada uno de esos momentos, incluso cuando creías que estaba pendiente de otro, cada movimiento en el tablero de mi vida lo ejecuté pensando en ti. —Ella negó, todavía sonriendo, doliéndole cada palabra, atesorando cada recuerdo—. Habría podido vivir con un jaque tuyo, pero no con tu indiferencia, y es lo que creí que acarrearía tu partida.

Ella no volteó, pero escuchó la cama crujir. Supuso que significaba que él había vuelto a acostarse con la vista en el techo. Estaba tan silencioso...

Ella negó. Era mejor así. Tal vez no sobreviviría a otra palabra suya.

—Lo siento, de nuevo —terminó ella—. Y no, ya no espero que me perdones. Esto te lo digo porque estás dañándote con este juego, y ya yo te hice demasiado daño. Si puedes ser feliz con Sophie: adelante. Ella es excelente. Si quieres estar solo: hazlo. Yo no te detendré, y estaré feliz en el fondo de saber que tú lo estás.

»Axer, si vine a vivir con Sophie no fue porque lo planeé para obligarte a nada, vi la oportunidad y quise tomarla porque quería estar enterada de tu vida. No esperaba que te metieras a vivir aquí. Ni siquiera era consciente del daño que te había hecho como para creer que cruzarte conmigo te afectaría como pudo haber sido cuando me tiraste la bandeja con los jugos. Lo mismo en la fiesta, con Aaron. No es que quise venir aquí y restregarte que estoy con otro. Ni siquiera sabía que Aaron estaría ahí, solo... —Sina suspiró, agitada de la manera en que se agita quien se arranca algo del pecho—. Supe que lo tuyo con Sophie podía ser serio y dije «okay, me rindo. Voy a avanzar». Y esa fue mi muy estúpida manera de hacerlo. Todas mis decisiones parecen estúpidas y terminan siendo una cagada que te afecta, y es porque en el fondo no dejo de pensar como la niña fea a la que defendiste de las bullys en un colegio público.

Los dedos de Sina viajaron a sus lagrimales para limpiarse aquel exceso de sentimientos que se desbordaban. ¿Cuánto tiempo había tenido todo eso ahí, oprimiendo tan fuerte?

Ya no importaba. Ya no la definiría. Estaba fuera.

Inspiró para que el nudo en su garganta aflojase. No quería que afectara sus siguientes palabras.

—Aunque sé que no cambia nada, espero que sepas que jamás he hecho nada con intención de herirte. ¿Hice locuras por llamar tu atención? ¿Por estar cerca de ti? ¿Por conocerte? De todo eso soy culpable. Pero ya se acabó, y esta vez lo entiendo hasta yo. Te daré lo que te quité, absolutamente todo, excepto lo que me cediste, que fue tu manuscrito. Lo conservaré por si algún día podemos ser amigos y terminar de ver crecer lo único que todavía amamos ambos.

Mordiendo sus labios, Sinaí le dio la espalda a Axer.

Había dicho todo. Había terminado su partida con honor, salvándolos a ambos. Y sin embargo, todavía quería aferrarse a la posibilidad de... ¿Qué? ¿Que él de pronto olvidara el trauma que le causó y le rogara que se quedase?

No iba a pasar, y de todos modos esperó. No mucho, pero lo hizo. Y cuando estuvo a nada de irse, segura de que él no diría nada, le escuchó, y no supo si aquello era un susurro inexpresivo o una súplica demasiado bien contenida.

—Debiste haberme secuestrado a mí.

Ella se marchó, como la dama de un juego perdido se deja caer en un tablero.

~♟️🖤♟️~

Aaron Jesper estaba en una sesión con sus médicos personales. Ya había recibido su inyección de vitamina D, entonces estaban tratando un par de manchas preocupantes que causó su —aunque leve— poco recomendada exposición al sol.

La inyección que le mantenía de diecinueve años biológicamente funcionaba como el vitiligo, quitándole toda la pigmentación de su piel y haciéndola en extremo sensible al sol, por lo que debía vivir condenado al tratamiento además de llevar una vida preferiblemente nocturna.

Acabada esa revisión, empezó de inmediato su control odontológico.

Sus dientes habían perdido filo en los últimos meses de consumo y cacería, le tocaba una nueva sesión de perfilado. La lima eléctrica no la contaba como una compañía de agrado, pero la tortura le resultaba interesante al joven vampiro.

—Has perdido filo más rápido que la última vez, ¿qué has estado comiendo, vacas? —le preguntó la ortodoncista. Sus propios dientes brillaban en su blancura, tan largos que parecían prótesis.

La mujer dejó a Aaron escupir y le pasó un paño con el que se secó los restos de sangre y saliva en sus labios. Todo provocado apenas por la limpieza, pues el perfilado ni siquiera empezaba.

—Mi apetito me ha llevado a tener unas semanas de caza muy movidas —explicó Aaron, mirándose en el espejo mientras pasaba su lengua por sus incisivos, probando el nuevo brillo perlado de su dentadura.

Por suerte para los profesionales que se encargaban de él, Aaron cuidaba su dentadura como a la joya de una monarquía. Jamás había recibido regaños por el esmalte de sus dientes o su higiene bucal, jamás se retrasaba con sus suplementos o faltaba a sus chequeos.

—Ah, estás en esa etapa —dijo la mujer quitándole el espejo y chasqueando sus dedos, indicando que volviera a acostarse—. Los primeros diez años de la transformación son los peores. Quieres comerte el mundo. ¿Cuántos llevas ya teniendo diecinueve?

Eso provocó una sonrisa ladina en Aaron, acompañada de un ligero arco en su ceja recién perforada. Le divertía la sutileza de aquel intento, pero lo declinaba con un gesto negativo de su cabeza.

Era la pregunta que más le hacían, directa o indirectamente, pero a la que jamás daría una respuesta. Le gustaba su edad biológica, se quedaría con ella hasta que dejara de resultarle divertido.

La mujer puso los ojos en blanco y aceptó la negativa, encendiendo la lima para volver a su trabajo.

Apenas el zumbido del aparato llenó la sala estéril, Aaron buscó el arma que siempre usaba para maximizar la calidad de su experiencia.

Cuidando de no presionar sobre su zarcillo, se puso los audífonos. Un par de inspiraciones después, dejando cualquier carga vagar lejos de sí en su aliento, preparó el volumen al 90% y seleccionó Beggin' de Maneskin en repeat. Llevó su mirada hacia la dentista, asintió y dio play a su ritual.

Put your loving hand out, baby
'Cause I'm beggin'

La canción lo arrastró lejos, justo a tiempo para recibir el taladro contra los nervios de su boca.

No desaparecía el dolor, lo convertía en suyo, un instrumento más de Maneskin en aquel himno de entrega y desahogo pasional que gritaba contra su oído.

I'm beggin', beggin' you
So, put your loving hand out, baby
I'm beggin', beggin' you
So, put your loving hand out, darling

La vibración de la lima y la fricción contra el esmalte de sus dientes rugía tanto como un vocalista más, mezclándose con los acordes drásticos de la guitarra y el compás frenético de la batería. Y aunque dolía, aunque Aaron moría por maldecir o pedir una pausa para respirar, no se quejó ni una vez. Sus ojos permanecieron cerrados y sus manos fuertemente aferradas a la camilla mientras la profesional daba a sus colmillos el largo y el filo que necesitaría para alimentarse.

Aaron salió de la clínica privada un hora más tarde luego de pasar los chequeos correspondientes. Con colmillos renovados y una colección de suplementos para su día a día, volvió al palacio gótico de Terrazas en el que reinaba plácida y holgazanamente mientras su padre se encargaba de los asuntos tormentosos y, en opinión del vampiro menor, aburridos.

Y aunque su plan era pasar la tarde viendo Crepúsculo y comiendo cereal de colores con la compañía de Poison, tal vez mientras esta le hacía una de esas trenzas que pretendían desafiar el largo de su cabello, su itinerario se vio de pronto interrumpido por la aparición de su padre en la planta que era enteramente suya de aquel castillo.

Sama'el Jesper, vestido como un empresario vikingo pero adornado con una corona de obsidiana y oro, caminaba hacia él con aire de que no iba a darle muy gratas noticias.

«¿Y ahora qué hice?», pensó el Aaron sonriendo antes de siquiera armar una teoría en respuesta.

—¿Qué mierda es esto? —demandó Sama'el sin tacto, pegándole del pecho su puño en el que encerraba una hoja de papel arrugado.

Aaron apenas se tambaleó hacia atrás con las manos en alto y sus ojos chispeantes. Ese brillo irritaba las entrañas de Sama'el, quien nunca había podido lograr que su hijo tomara nada en serio.

El chico, con un aire de despreocupada holgazanería, se escabulló bajo la axila de su padre y una vez a su espalda se alzó para quitarle la corona. La puso sobre en la inclinación errónea sobre su cabello oscuro, y le guiñó un ojo a Sama'el, como si rogara por una paliza, incluso antes de arrancarle el papel para ver de qué se trataba.

Era un recibo, lo cual en lugar de preocuparle incrementó la elevación de sus pómulos.

—¿Te parece gracioso? —rugió el dueño de aquel imperio.

—No me parece trágico, padre.

Sama'el le dio tal empujón a Aaron que lo lanzó de culo al suelo. En incluso ahí, desplomado y en desventaja, el joven estaba muerto de risa.

—Eres un despojo de mierda —espetó su padre con irritación—, inútil hasta los huesos. Me saldría mejor adoptar un gato.

—Apoyo la moción con toda vehemencia, padre, siempre pensé que nos hacía falta una mascota.

Aunque Sama'el sintió el impulso de patear a su hijo, no lo hizo. Aaron sabía que sus amenazas eran vacías. Sama'el, aunque odiara a Aaron, no podía pedir un heredero más idóneo precisamente porque este no quería tomar su lugar.

Así que el vampiro menor se relajó, terminando de acostarse en el piso con los brazos cruzados bajo su cuello para de escuchar el resto de la reprimenda en una posición más cómoda.

—¿Cómo mierda te gastas diez mil dólares en preservativos, Ibrahim? —inquirió su padre llamándole por su segundo nombre.

Aaron suspiró, dramático, y se sentó en medio de un teatro que transformó su semblante en el de un letrado a punto de iniciar una clase complicada.

—Analicemos los valores —dijo juntando sus manos cerca de sus labios con expresión pensativa—. Redondeando el precio de cada preservativo a dos dólares, y dado que se gastaron diez mil, podemos concluir que harían falta al menos cinco mil penes para gastarlos todos en una sola tanda. ¿Tengo yo cinco mil penes, padre? ¿Me ves a caso con diez mil preservativos en el bolsillo? Con esto asumo que, incluso tú, que no tienes un doctorado en física, puedes sacar la cuenta y entender que no eran todos para mí.

—¡¿Pero qué clase de orgías estás haciendo?!

Aaron ilustró en su rostro el mejor aproximado a un gesto inocente que podía conjurar.

—¿Por quién me tomas? Los doné todos a una campaña de salud sexual para la universidad de Malcom. No tienes idea de las ETS que estoy evitándole al pueblo, deberías estar orgulloso.

Aunque su padre no iba a creerle, eso fue exactamente lo que hizo Aaron. No porque le importaran sus asquerosos compañeros, sino porque sabía cómo reaccionaría Sama'el. Era necesario, entonces más que nunca, porque si notaba a Aaron demasiado tranquilo empezaría a preocuparse. Y vaya que tenía motivos para ello.

—¿Orgulloso? —Sama'el resopló—. Tienes que buscar un trabajo. Está decidido. No me importa si friegas platos o barres salones, necesitas aprender el valor del dinero que gastas.

—Ya tengo un trabajo.

—Trabajar mi paciencia no cuenta.

—Yo atiendo Parafilia —discutió Aaron.

—Tú usas Parafilia gratis, que no es lo mismo.

—Exacto —concedió el menor con un encogimiento de hombros—. Te traigo publicidad.

Sama'el resopló y desistió de gastar su inmortalidad peleando con el inservible de su heredero, prefirió culminar con el asunto urgente entre ellos.

—Párate de esa mierda. Te buscan en mi oficina general.

Toda la diversión del rostro de Aaron se disolvió con esa mención.

Los asuntos que necesitan arreglarse en la oficina general de Sama'el Jesper —emperador del clan de Terrazas y dueño de Parafilia— solían ser secretos y delicados, tanto para llegar al punto de solo poder involucrar a los grandes entre todos los socios.

Lo primero que pensó Aaron fue que Dain estaba involucrado, que alguien lo alertó, que todo se iría a la mismísima mierda antes de siquiera empezar la fase de acción.

—¿No te piensas mover? —cuestionó su padre mirándolo desde arriba de manera despectiva.

—¿Quién me espera?

—¿A cuántas personas has estado jodiendo recientemente que no puedes ni hacerte una idea de quién se trata?

Aaron simuló pensar a la vez que contaba. Cuando agotó todos los dedos de sus manos acabó por alzar la vista y decirle a su padre:

—¿Cuánto tiempo tienes?

Sama'el estaba de tan poco humor para sus bromas que le arrancó la corona a Aaron y lo levantó, arrastrándolo por la camisa negra que llevaba abierta hasta la mitad.

—Párate de esa mierda y ve a afrontar tus cagadas. —Aaron hizo ademán de avanzar pero su padre lo tomó por el brazo para darle una última indicación—. Lo que te pida para solventar tu afrenta: dáselo. No importa lo que sea. No podemos permitirnos enemistad con un Frey.

«Frey».

Dain es un Frey, pero Sama'el siempre se refería a él como Mortem, porque era el apellido que representaba como líder de Dengus

—Espera, ¿es un Frey?

—¿Y tú por qué mierda sonríes? Mueve el culo.

~♟️🖤♟️~

Aaron apenas atravesó la puerta del despacho de su padre fue interceptado por el ímpetu de la ira de Axer Frey pegándole a la pared con un brazo contra la tráquea del vampiro.

—Frey —saludó Aaron. Aunque tragó grueso y el aire escapó con fuerza de sus pulmones por la sorpresa, no parecía en lo absoluto intimidado.

—Jesper —saludó el médico ruso entre dientes. Una sola palabra, pero contenía impulsos reprimidos, verdades calladas y sentencias inminentes.

—¿Qué te he dicho de mi apellido en tu boca?

Axer, en lugar de responder a su provocación, reafirmó la seriedad de su visita despegando a Aaron de la pared solo para volver a arremeter contra ella de tal forma que el nuevo golpe no dejara lugar a dobles interpretaciones.

—Entonces... —Aaron le lanzó una mirada a Axer. Escaneó desde su ceño tenso, sus ojos entornados en una ira esmeralda, y descendió hasta el filo de su mandíbula para repartir el trayecto al reverso—. ¿Es así cómo me matas?

—Eso lo vas a decidir tú.

Axer dejó de presionar a Aaron con su brazo, pero si en algún momento el vampiro tomó eso como una liberación, estaba muy equivocado.

La mano del doctor se aferró al cabello del vampiro, tirando con presión hasta que doblegó, dejándolo con el cuello en tensión y la cabeza en un ángulo doloroso por debajo del rostro de Axer.

Aaron dejó salir su aliento agitado, casi un jadeo, antes de decirle:

—Eres mi maldita fantasía hecha realidad, Frey. Si hasta entiendes cómo me gusta.

Axer cerró los ojos. Temblaba, y aunque sus respiraciones eran profundas también se tornaron dificultosas. Al exhalar, lo hacía cual meditación. Parecía a nada de cometer un acto de violencia ilícita.

—Vamos —le alentó Aaron con un deje de burla—, respira. No queremos que te me lances encima, ¿no?

Axer lo miraba desde arriba, imponente, teniéndolo como un insecto insignificante rebajado por el agarre a sus mechones de cabello, e incluso así, el ruso se sentía tan... iracundo, al borde de un derrame, porque Aaron no se veía intimidado en lo absoluto.

—Te voy a hacer una pregunta, Jesper —pronunció Axer con la poca diplomacia que le quedaba.

—Adelante, Frey. Tú hazme lo que quieras.

Una especie de risa y bufido salió de Axer al contestar:

—Si supieras lo que tengo en mente no dirías eso tan tranquilo.

—¿De qué hablas? —se burló Aaron—. Si las miradas mataran... Mierda, Frey, la tuya me está echando la cogida de mi vida.

Axer apretó más el agarre en su cabello, lo cual apenas y dejó huella en los gestos de Aaron. Lo miró, agresivo, con un gesto de asco. Detalló cada ángulo de su rostro, cada perspectiva a esa diabólica sonrisa que dejaba entrever los colmillos.

Ese tipo no le tenía miedo en lo absoluto, y Axer sintió todas sus emociones incendiarse con esa confirmación. Así que decidió que le daría un empujoncito.

Sacó del bolsillo de su bata un escalpelo. Le quitó el seguro a la hoja para dejarla libre y acercó su filo a la garganta del vampiro. Le recorrió de arriba hacia abajo, por toda su pálida piel, tan accesible por el ángulo en el que Axer le sometía. Un par de veces, en ese hipnótico movimiento del arma al amenazar el cuello de Aaron, los nudillos de Axer se interpusieron en un roce accidental que los tensó a ambos.

—Te he dejado pasar demasiados insultos  —susurró Axer, presionando el filo del escalpelo justo en el hueco de la quijada de Aaron—. Has salido ileso más de una vez en la que claramente me desafiaste. Tu padre puede que esté protegido por el tratado, pero tú faltaste. A más de una oportunidad. Tú estás en mis manos, Jesper, puedo destruirte sin repercusiones. Pero aquí estás, sonriendo como si no me creyeras una sukin syn palabra.

—En eso te equivocas... —Aaron llevó su mano a la muñeca de Axer. La rodeó, presionando para arrastrarla con el arma hacia su carótida, esa maldita arteria que sentía latir en sus sienes—. Yo te creo, Frey. Te creo y le rezo a cada maldita palabra que sale de tu boca. Sé que podrías matarme, sé que te mueres por hacerlo. Pero vale la pena si es el precio por tenerte temblando tan cerca de mí.

Consciente o no, Axer alzó el pulgar con el que sostenía el escalpelo y rozó con este el borde de la mandíbula de Aaron, deslizándolo hasta la barbilla y de regreso, pasando por la cicatriz. Tal vez lo hizo para descartar que su mentón pudiera cortar.

—¿Estás saliendo con Sinaí? —preguntaron los labios de Axer mientras un par de sus dedos, distraídos, alcanzaron los bordes de la sonrisa del vampiro y los rozaron con una tensa timidez.

—¿Parezco del tipo que saldría con alguien?

Axer, paciente, pasó el dorso del bisturí por todo el labio de Aaron.

—Estuviste cuatro años en una relación —repuso.

—¿Me investigaste, Frey?

—Mi deber es saber todo sobre tu cochina familia. Ahora responde.

Aaron, quien parecía que no le tenía miedo ni al miedo, sacó lengua y rozó el frío metal sobre sus labios. Axer no se lo tomó de la mejor manera. Asqueado, deslizó el dorso del arma por la lengua de Aaron y este dejó que se la introdujera más y más en la boca. Aaron respiraba con dificultad, su cuerpo a merced del ruso que lo sometía, preparándose para tragar a medida que el escalpelo se asomaba más cerca de su garganta.

Se miraron por un momento. Aquellas miradas decían lo que ellos no podían. Protestas, mentiras, maldiciones y súplicas. Aaron sentía Beggin' gritarle en los oídos, mientras Axer lentamente le sacaba el arma de la boca.

Aaron Jesper nunca se había visto tan serio en presencia de otra persona como cuando, sin aliento, vio a Axer secar el bisturí con su bata y guardarlo nuevamente en su bolsillo.

—No —respondió Aaron al fin—. No salgo con tu gatita.

Dicho esto, Jesper tomó el brazo libre de Axer. La ira de Frey era tal que sus venas parecían en peligro de un colapso, tensas como Aaron jamás había visto.

Mordiendo su propio labio, el vampiro deslizó la punta de sus dedo por todo el relieve desde la muñeca de Axer hasta el antebrazo, sintiendo la sangre palpitar bajo la presión.

El ruso lo permitió, un minuto, tal vez; mas cuando Aaron avanzó hasta inmiscuirse en la manga doblada de la bata, entonces Axer apretó más el agarre en su cabello, lo que hizo a Aaron sisear de dolor, al borde de una maldición.

—Solo intento ayudar —musitó Jesper con una sonrisa inocente mientras miraba desde abajo la agresividad del doctor.

—Ayúdate a ti —gruñó Frey—. ¿Ella vendrá? ¿Es cierto? ¿Se quedará contigo?

—¿Te importa?

Axer apretó más fuerte. Y aunque le hizo cerrar los ojos por la fuerza del jalón, no le borró la sonrisa.

—Sí —respondió Aaron—. Ese es el plan.

—Era —sentenció Axer, soltándolo.

Aaron estaba por reírse, Axer lo notó en la tensión en sus mejillas.

—¿Qué quieres de mí, Frey?

—Aléjate de ella. Ya hicieron suficientes desastres juntos.

—Es que a mí, casualmente, me apasionan los desastres.

—Ese es un punto a mi favor, porque será el último que hagas si ella pisa este lugar.

El joven vampiro se cruzó de brazos y arqueó la ceja que recién había perforado con un nuevo piercing.

—¿Ustedes no habían terminado?

Axer metió las manos en sus bolsillos, mirando a su víctima con la cabeza ladeada, como si meditara sus opciones con respecto a él.

—Aaron —dijo—, ese no es tu problema. No es tu problema si terminamos o si estamos a punto de casarnos. Tú limítate a dejarla en paz.

—Define «paz», por favor. En mi carrera no tocó estudiar ese tema.

Axer se pegó más a Aaron y llevó la mano a su hombro descubierto por la abertura de su camisa. La deslizó hasta inmiscuirse detrás y aferrarse con firmeza a su nuca, sus dedos clavándose en su piel de manera que pudieron sentir la dificultad con la que Aaron tragaba.

—Te lo voy a poner en términos que no den pie a malas interpretaciones —susurró Frey a escasos centímetros del oído de Aaron—. Sinaí Nazareth Ferreira Borges es la enfermedad en mis venas, la condena de mi cerebro, la maldita morfina de mi cuerpo. Aunque nuestra relación terminara, nuestras mentes están comprometidas en un gambito eterno. Y si tú metes tu sukin syn pieza en este tablero, entendiendo así un roce tuyo, un beso, una noche a solas, o cualquier interacción que conlleve una connotación sexual como una jugada en mi contra... Entonces tú, Aaron Ibrahim Jesper, estarás atentando contra mi «paz». Y no solo voy a matarte, te juro que te traeré de vuelta solo para recordarte cómo me rogabas morir.

Aaron, mientras Axer lentamente se alejaba de su sien, inspiró con dificultad mientras sus ojos permanecían cerrados con fuerza. Sus labios se abrieron, dándole al ruso una visión clara de la manera en que su lengua jugaba con sus incisivos en una aciaga sonrisa.

—¿Quieres que la aleje? —preguntó Aaron abriendo los ojos.

—No quiero que la traigas aquí.

—A tus órdenes —concedió Aaron con una reverencia de su cabeza—. Pero, ¿sí sabes que ella igual va a coger con quién se le antoje, no?

—No me importa si se coge a medio planeta, la quiero lejos de ti. La sola idea de que la toques...

Cuando Axer dijo esto, todo su lenguaje corporal avaló la rabia incontenible de sus palabras, y eso hizo reír a Aaron en una especie de bufido.

—Ahora sí has perdido definitivamente la cordura, Frey. Pieza por pieza.

—Sí —espetó Axer atrayendo a Aaron por el agarre en su nuca al punto en que, por primera vez, las pupilas del vampiro se dilataron con verdadero horror—. En eso estamos de acuerdo.

Cuando los labios de Axer impactaron contra los del vampiro, este casi se desvanece de la sorpresa. La violencia de los besos de Axer eran la perdición del joven Jesper, quien luchaba para volver en sí, para accionar, de la forma que fuera. Pero seguía petrificado, perdido en un coma en el que sentía absolutamente todo, temblando por la intensidad con la que los labios de Axer parecían querer consumirlo y profundizaban cada vez más un beso que Aaron correspondía sin entender cómo.

Al recuperar un poco de su autonomía, en contra de toda lógica, Aaron encerró en sus puños la camisa médica de Axer y le empujó, quedando a un par de centímetros de sus labios.

—Ahora entiendo —jadeó Aaron—. Así es como me matas.

Una risa cínica escapó de los labios de Axer al responder:

—Es parte del proceso, sí.

—Espero que dure una maldita eternidad.

Aaron se sentía como si hubieran vertido éxtasis en su sangre. No estaba besando a Axer, intentaba devorarle. Y era mutuo. Se besaban con una intensidad que los superaba a ambos, Aaron con impotencia, lamentando un fin que todavía no llegaba; Axer con rencor, hacia el vampiro y hacia sí mismo, porque no podía negar que la lengua de él profundizando en su boca no le desagradaba.

El ruso enterró ambas manos en el cabello de Aaron, sus dedos penetrando los mechones oscuros para luego aferrarse a ellos. No sabía si lo estaba haciendo para profundizar el beso, o para estabilizarse a sí mismo y no decaer por la manera en que Jesper aceptaba las agresiones de su boca con una respiración más pesada que la anterior.

El doctor fue quien cortó el frenesí esa vez, afirmando el agarre en el cabello de Aaron de forma que cuando este intentó redirigirse a sus labios se vio sometido, quedando en su sitio con una sonrisa incentivada por la frustración.

Axer también sonreía, aunque sin rastro de felicidad. Había una cruda malicia brillando en la oscuridad esmeralda de sus ojos, contagiando las comisuras de sus labios húmedos.

—Ella va a matarte —sentenció Frey—. Lo sabes, ¿no?

—Por supuesto. Y da la casualidad de que justo estaba buscando un buen motivo para morir.

Cuando Aaron intentó besarlo de nuevo, Axer desvío el rostro, haciendo que el vampiro quedara con un peligroso acceso a su cuello. Jesper se detuvo ahí, apenas respiración, sintiendo en su mejilla el inaudito descontrol que había provocado en el pulso de no cualquier Frey, sino de Axer, el que aparentaba ser más dueño de sí mismo.

Aaron vio el mordisco reciente en la piel del ruso, y se burló para sus adentros, aceptando el desafío. Él hacía unos mucho mejores.

Los labios del vampiro subieron lentamente hasta el bajo de la mandíbula de Axer, donde su sonrisa se ensanchó. Se detuvo a besar, de una manera lenta que el ruso recibió como tortura, esa zona y sus alrededores, subiendo hasta el borde del mentón.

—Frey.

Todo el cuerpo de Axer se tensó con esa mención, y una de sus manos viajó en instinto al hombro de Aaron, apretando para advertir que detuviera el ascenso de sus labios.

—¿Empezaste a odiarme al darte cuenta de que me deseas o el deseo vino después de darte cuenta de que me odias? —le preguntó Aaron, pues aquella nocividad entre ellos no era reciente. Tenía un backstage de miradas y empujones, de puntas y recelos, de roces y gruñidos, de insultos y cinismo. Lo importante era que Aaron jamás había conocido un Axer indiferente, no hacia él, al menos no uno que no intentara tan conscientemente poder serlo.

Axer le miró y pensó en la respuesta. Él no odiaba a Aaron Jesper, al menos no antes, no en realidad. No tenía motivos. Condenaba sus prácticas, detestaba sus tendencias, criticaba sus acciones, rechazaba todo su imperio, negocio y familia. Pero no había un odio, no entonces. Solo aversión. Hacia el descaro de su mirada, hacia el contraste de su piel sin pigmento contra la ropa oscura que usaba, hacia sus sonrisas lascivas, o la indulgencia de su exhibicionismo.

Hacia su libertinaje, también, y la manera repulsiva en que Axer no podía dejar de mirar de inmediato cuando lo conseguía besando a alguien más en los pasillos.

Hacia cada ángulo de su maldito rostro, y la totalidad de todas las conjugaciones en sus gestos. Era un desprecio innato hacia cómo le quedaban los zarcillos y las cadenas, y cómo con un guiño parecía proponer más que con un grito. Era un desagrado visceral a cada palabra que pronunciaba, y al modo obsceno en que su lengua solía jugar con sus dientes.

Axer repudiaba cada aspecto relacionado con Aaron Jesper, precisamente porque no podía sacar ninguno de su cabeza.

Y parte de eso lo dijo en voz alta, o tal vez todo, pero no lo recordaba, porque había pasado tanto tiempo con aquella aclaratoria reprimida, incluso para él, que cuando arrancó la espina el alivio que siguió lo dejó mareado.

La otra mano de Axer subió al rostro del joven Jesper. Clavó los dedos en sus mejillas hasta abrirle la boca, y extendió el brazo con que lo agarraba para alejarlo de sí mismo. Mirándolo desde arriba, su desprecio casi podía asfixiar.

El pulgar de Axer se deslizó a la boca. Lo hizo como una prueba, para sacarse de la cabeza el maldita momento del escalpelo, pero el lascivo demonio lo envolvió con su lengua, y el genio lo tomó como una invitación para penetrar su boca.

En ningún momento Axer menguó su mirada despectiva, ni Aaron renunció al desafío derramado en sus pupilas.

El ruso empujó más, como si quisiera hacerle daño, hasta introducir parte del dedo en la garganta. Aaron jamás se resistió, al contrario, tomó el antebrazo de Axer para empujar para profundo dentro de su boca hasta castigarse a sí mismo sin posibilidad de respirar.

Axer salió de su boca y notó un par de cortes que no sintió mientras Aaron lo chupaba. La marca de sus colmillos. Este respiraba exhausto, pero seguía con esa maldita curva en sus labios, y con los dientes teñidos por la sangre que el ruso perdió en su boca.

Entonces Aaron hizo un ademán que Axer interpretó incluso antes de que la mano pudiera rozar su pantalón.

—Eso no va a pasar —advirtió Frey, severo, deteniendo la mano de Aaron.

Este simplemente se carcajeó, cínico y descarado, y deslizó la mano por su cuello para acercarlo hacia sí. Estacionó sus labios en los límites de la boca del otro genio, y le rozó con su lengua mientras él apenas podía respirar.

—Empezaré a cronometrar tus mentiras —dijo Aaron empujando su cuerpo hacia él de forma que las manos en medio de ellos quedaron atrapadas entre sus erecciones—. A ver cuánto duran.

—Tienes una larga vida por delante, Jesper —espetó Axer mientras sus dedos se cerraban alrededor del cuello del vampiro—. Busca que tu muerte sea natural.

—Ustedes son mi perdición —confesó Jesper—, pero tú en particular me incendias. Al ignorarme, o al hablarme con hostilidad. Da igual. Siempre pareces tan reacio a sentir que haces que cualquiera se muera por intentarlo. Así que la entiendo a ella, por qué está dispuesta a hacer lo que sea por ser la debilidad del genio que hay en ti.

—Ella es mi debilidad, no tiene que hacer nada para ello. Y déjala fuera de esto.

Aaron se encogió de hombros.

—Si ya caíste una vez, ¿por qué detenerte ahora? De aquí en adelante el descenso es la mejor parte.

Aaron aprovechó el momento de vacilación para zafarse del agarre en su mano, tomando así por encima de la tela aquella dureza en el genio ruso que demandaba atención.

La otra mano de Aaron se sumó a la primera para desabrochar la correa mientras Axer, tranquilo, decía:

—¿Tengo que decirlo en otro idioma para que lo entiendas?

—Háblame en todos los idiomas que sepas, yo te puedo escuchar toda la noche.

Axer, superado por el cinismo de Aaron, lo arrastró de nuevo a la pared por el anclaje en su cuello y lo pegó a esta con una fuerza agresiva.

El vampiro tembló contra su cuerpo por el salvajismo de sus siguientes respiraciones, y en lugar de desistir de su idea original, terminó por inmiscuir una de sus manos en el pantalón del doctor Frey, accediendo a un contacto más explícito de su miembro sin atravesar la barrera del bóxer.

—Aaron —rugió Axer entre dientes, mirándolo como si lo quisiera asesinar.

—Llámame de nuevo por mi nombre y me tendrás gritando el tuyo en segundos.

Axer iba a responder, sus labios se abrieron con esa intención, pero pronto tuvo que cerrarlos con igual de fuerza que sus ojos al sentir cómo la mano del vampiro le apretaba por encima del bóxer y recorría toda la longitud de su erección en una caricia peligrosa.

Cuando Aaron vio a Axer tragar en seco, casi quiso desvanecer el tiempo para congelarse en esa escena, repitiendo una y mil veces ese latigazo de satisfacción.

—Dame un motivo para no avanzar —susurró Aaron, desafiando al genio frente a él con las confidencias pecaminosas de sus expresiones—. No te prometo entender, ni mucho menos aceptarlo, pero muero por ver cómo lo intentas.

—Te puedo dar tres.

—Que sean rápidos, por favor, mi paciencia es larga pero la inactividad la tienta.

—Uno —bramó el ruso—: intento cuidar mi salud, y no hay ningún doctor en esta vida o la que sigue que pueda recomendarte como saludable.

—¿Sabes qué no es saludable? —Mientras una de las manos de Aaron apretaba más fuerte en la erección de Axer, la otra viajó el brazo en su cuello, y clavó dos dedos en una de las venas que más sobresalía—. Esto, Frey. Esa tensión acabará contigo. Yo puedo ser tu cura, aunque deje secuelas. Aunque te alivie una adicción para generarte otra.

Axer ni siquiera disimuló la incredulidad de su sonrisa y se limitó a seguir enumerando sus motivos.

—Dos: jamás haría esto así. Nos estamos saltando veinte pasos que no me dejarían dormir tranquilo.

—Ejemplo...

—¿Qué me garantiza que estés limpio?

—No me jodas, Frey. —Rió—. sabes cómo funciona mi trabajo. No podría ni entrar al club si no estuviese limpio.

—También sé cómo te gusta saltarte las reglas.

—Excusas.

—Argumentos válidos —corrigió Axer.

—De acuerdo, me aseguraré de enviarte mi maldito certificado médico luego. Pero déjame hacer algo.

—¿Qué?

—Quiero morderte.

Axer rio y atrajo de nuevo a Aaron hacia sus labios una última vez, para grabarse ese beso con la fidelidad suficiente para poder reproducirlo luego.

Después lo empujó, despiadado. Se alejó de Aaron y empezó a arreglarse su pantalón.

—Hoy no —le dijo, poniendo todavía más distancia entre ellos. Su respiración era perfectamente audible cuando hacía ese patético intento de peinarse.

—¿Hoy no? —A Aaron le brillaron con malicia sus ojos al escucharle—. «Hoy no» significa que no te voy a superar en mi puta vida, maldito genio.

Axer rio, mordiéndose los labios.

—No ibas a superarme de todas formas, Aaron.

Negando con la cabeza, Aaron le dijo:

—¿Cuál era el tercer motivo?

—¿El tercer motivo de qué?

Aaron arqueó una su ceja perforada, él no iba a creer ni por un segundo que esa presunta mala memoria del genio.

—La dejo a tu imaginación —le dijo Axer al fin.

—Juegas muy sucio.

—Por suerte ya vas a librarte de mí.

—Quédate, imbécil —sugirió Aaron—. Es un largo viaje de regreso y nadie debe pasar una noche «tan dura» solo.

—Primero me castro antes que quedarme en tu maldito entorno.

Aaron se encogió de hombros.

—Viniste hasta aquí, ¿no?

—Y eso me recuerda...

Axer volvió hacia Aaron. Metió la mano en su bolsillo hasta alcanzar su celular y entonces se lo puso en la mano.

Aaron frunció el ceño.

—Quiero oírlo —le dijo Axer.

Aaron cerró los ojos e inspiró profundo antes de hacer la llamada.

—¡Aaron! ¿Qué pasa, por qué me llamas? —preguntó Sinaí al otro lado de la línea.

—Cuidado con lo que dices, estás en altavoz y mi padre está escuchando.

—Pues... ¿Bien?

—No puedo recibirte aquí. Podemos quedar en otro lugar si quieres, pero hice algunas cosas que hicieron molestar a mi padre y ya no le agrada tanto la idea de que traiga visitas.

Hubo un silencio al otro lado de la línea. Aaron miró a Axer, quien parecía igual de inflexible. Aaron puso los ojos en blanco y volvió al teléfono.

—¿Hola? ¿Me escuchaste?

El corte de la llamada fue su respuesta.


Nota: TIENEN QUE CONTARME TOOOOODO LO QUE PIENSAN DE LO QUE PASÓ EN ESTE CAPÍTULO

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