11: Aysel Mortem

Aysel Lugo era una persona devota a la iglesia que pastoreaba su abuela. Recogía las ofrendas, saludaba y recibía a todos los miembros con una sonrisa y un cálido «El Señor les bendiga», y organizaba causas benéficas y evangelizaciones con el grupo de jóvenes creyentes que lideraba en las clases dominicales.

Aysel Mortem tal vez era la misma Aysel, solo que con un montón de secretos, un puesto más importante y peligroso, y toda una carga de mentiras en su haber.

Al salir del servicio ese domingo, recibió un mensaje que había estado esperando por meses.

Sin identificar:
Tengo un trabajo para ti.

Aysel le dio a llamar a ese mismo número y atendió aunque tenía a una de las chicas de la congregación junto a ella.

—Pensé que me había ganado unas vacaciones —expresó ella de mala gana al teléfono.

—En tu habitación está todo.

—¿Qué es todo?

Pero él ya había colgado.

—Maldita sea con este tipo —espetó Aysel con rabia.

La chica a su lado la miró con horror, así que la pelirroja sonrió con dulzura y le dijo:

—Todos saben que te coges el novio de tu mejor amiga, querida. Yo que tú enfocaría mis plegarias en el perdón de mi alma, porque la amistad ya está perdida, y no me preocuparía por la inocente pelirroja a la que se le ha escapado una mala palabra.

Aysel se levantó con intención de irse justo cuando la chica respondía «¡Ya no son novios!».

Cuando la pelirroja llegó al caserón que habitaba junto a su abuela y que alguna vez había compartido con una linda mentirosa, subió directo a su habitación con un ánimo de mierda y un impulso asesino latente en sus sienes.

Todos esos meses sin tener noticias de él y aparecía solo para dejarle una misión más. Esa era su definición de haber tenido un mal día. Su abuela entendería que no pasara a saludarla.

Sin embargo, cuando ella entró a su habitación no consiguió una carta, una caja, o un intermediario que le diera instrucciones sobre su nueva misión. No, para su absoluta sorpresa quien estaba al otro lado de la puerta no era otro que el único cirujano al que ella le confiaría la operación de todos sus órganos, y el único criminal que su abuela quería tanto como para creer que podía entrar al reino de los cielos.

—¿Qué mierda haces tú aquí? —exclamó ella horrorizada.

Dain tenía muchas cosas que hacer dentro y fuera de Dengus. Tenerlo en Malcom, en su habitación, sin siquiera anunciarse, era señal de una emergencia. Y las emergencias siempre vienen acompañadas de malas noticias.

Aysel creyó que ver a Dain parado frente a sus ojos inmediatamente implicaba que algo terrible había pasado, o estaba por pasar.

Pero él no se notaba en lo absoluto alterado cuando le respondió:

—Ya veo cuánto aprecias nuestro aniversario.

Aysel abrió la boca y se lanzó a brazos de su esposo, atropellándolo con un chillido de emoción. Él era enorme, ella diminuta. Parecía doblarla en ancho y en altura, pero eso solo hacía más especiales sus abrazos. Aunque él tenía una vida criminal activa desde muy joven, no era alguien que escatimara en dar afecto a quienes le importaban.

Y ella le importaba.

De hecho, Dain llevaba siete años obsesionado con Aysel Lugo, tanto que la convirtió en Mortem.

Ambos aterrizaron en la cama. Ella recibió con una enorme sonrisa los besos de él, desde sus sienes hasta su vientre. Luego atrajo su cara hacia sí misma para besarle los labios como si ambos tuvieran una pena de muerte que cumplir.

—¿A dónde quieres ir este año? —le preguntó él.

—A Venecia —respondió ella entre sus labios, lo que hizo que él se separara con una mirada extraña, como de asco—. ¿Qué?

—Amor, el canal de Venecia en básicamente mierda. ¿En serio quieres que naveguemos por él?

—A mi abuela no le gustará que digas malas palabras en su casa.

Dain la miró con una expresión inquisitiva al responder:

—¿No que solo El Señor me puede juzgar?

—Por supuesto —respondió la pelirroja, su rostro iluminado por la broma que compartían—, pero mi abuela se saltará ese paso y te va a condenar de inmediato.

Dain sonrió por el chiste, esperando que sí lo fuera, y volvió a besar a Aysel.

—En serio, ¿a dónde quieres ir?

—A ningún lado, en realidad —jadeó ella, acariciándolo con una necesidad creciente, como si ya lamentara su ausencia—. Quiero pasar la noche contigo justo como estamos ahora.

Él siguió besándola hasta que el cuerpo de ella empezó a encenderse en un ansia peligrosa. Sin embargo, él solo quería degustarla con lentitud, posando sus labios en todos los rincones de su cuerpo, tocando sus senos, deslizando su mano por su abdomen, estimulándola dentro de su ropa interior sin profanarla con las intenciones de su propio deseo.

La reacción de ella era algo entre estar complacida y frustrada, arqueando la espalda por los roces de la mano de Dain, reprimiendo gemidos mientras exigía más entre susurros.

Él, acariciando su abdomen a la vez que la miraba con devoción, le dijo:

—No hay una parte de ti a la que no le haría un altar.

—Seguro cada parte de mí preferiría que le hagas el amor.

Dain sonrió negando con la cabeza, todavía en su trance.

—Casi no puedo creer que de ese cuerpo haya salido otro ser humano.

Esas palabras bastaron para ensombrecer el rostro de ella.

Con una actitud por completo distinta, ella se sentó, las piernas recogidas contra su torso y los brazos alrededor de estas.

—¿Le has ido a ver? —preguntó Aysel con frialdad a su esposo.

—He estado ocupado.

—Siempre estás ocupado.

—Ahí tienes tu respuesta.

—Y aún así, aquí estás. ¿Para coger sí tienes tiempo?

Dain inspiró fuerte para no ceder al mal genio que con cualquier otra persona habría dejado salir.

—Es nuestro aniversario, Aysel. No vine porque necesitara coger.

—Y él es tu hijo —espetó ella con el calor escalando a su rostro—. Nuestro hijo.

—No puedo. Lo sabes mejor que nadie.

Ella enarcó una ceja y le miró con una mirada mordaz, más letal que un arma de fuego.

—Cobarde.

Él asintió, pero no hizo comentarios al respecto.

—¿Cuándo fue la última vez que lo viste tú? —le preguntó él, sentándose lejos, al borde de la cama.

—No recuerdo —contestó ella con la mirada conscientemente esforzándose por esquivar a Dain—. Creo que fue al asegurarme de que ella estaba muerta, y luego viva. Tenía que ir a decirle, decirle que la culpable de que él esté lejos ya ha pagado, al menos una pequeña parte, del daño que nos hizo.

Y ahí estaba, la cabida para retomar una conversación que jamás terminaba de un modo distinto a una pelea. Dain la aprovechó al decirle:

—Sigo pensando que te excediste.

Aysel, quien creía que una acción decía más que mil palabras, le dio tal golpe al respaldo de la cama que sus nudillos quedaron doliendo. El impacto podría haber sobresaltado a cualquier otra persona, pero no a Dain. Su vida estaba rodeada de golpes más fuertes, más repentinos, y su matrimonio era un gimnasio para su paciencia. Así que no reaccionó, se quedó quieto y receptivo mientras ella espetaba con impotencia.

—¿Te parece que eso nos devolvió a Dylan lo que le hice? ¿Lo ves aquí, con nosotros? No. Así que no me digas que me excedí, Dain Aleksandr Mortem, dime que me quedé corta, dime que harás pedazos el mundo, dime que no estoy sola en esta impotencia.  —Aysel tomó una de las almohadas y la lanzó con tal fuerza al otro lado de la habitación que tumbó un montón de cosas del aparador—. Es lo que tu esposa querría oír, no «sigo pensando que te excediste».

—Aunque la piques en mil pedazos no tendremos a Dylan de vuelta, y lo sabes.

Aysel inspiró profundo, esperando calmarse para poder voltear y mirar a la cara a su marido.

—Y ese es mi punto —le dijo con la ira todavía temblando en su voz—. Crees que la destruí, pero no es cierto. Ella jamás sabrá lo que es ser destruida porque nunca vivirá lo que nos provocó, nunca amó de la manera en que nosotros amamos a nuestro hijo. Al menos como yo lo he amado.

A ese punto Dain ya no podía postergar más su rabia.

—Esa mierda es injusta, yo lo amo y lo sabes. Nunca fui tan feliz como cuando pensé que seríamos una familia. Pagué todo lo que hizo falta para su rescate, sigo pagando para que tenga la mejor vida posible, te dejé hacer lo que te dio la maldita gana con...

—No maldigas, Dain Aleksandr.

Dain cerró los ojos y los puños, tenía a flor de piel el impulso de estrangular a Aysel, pero ya se le pasaría. Solo tenía que respirar.

—Sabes que daría la vida por nuestro hijo —susurró al final.

—Tienes una manera muy impersonal de demostrarlo.

—No hay nada más que hacer —estalló él—. No puedo ir a verlo, no puedo. Llámalo cobardía, porque quizá lo es, pero prefiero quemar el mundo a diario en el trabajo y arriesgarme a morir en el proceso que enfrentarme a sus ojos cada vez que termina mi hora de visita.

Aysel aprovechó ese arranque para incorporarse más cerca de él y decirle:

—Si lo amaras tanto como yo, me dirías dónde está Vanessa. Sabes que solo así la puta de Poison sentiría una cuarta parte de lo que yo sentí cuando los malditos a los que le vendió tu información secuestraron a Dylan.

Fue entonces cuando la indulgencia en la voz de Dain acabó. Fue tangente, sin pie a negociaciones. No como si le hablara a su esposa, sino a un subordinado.

—Vanessa no tiene nada que ver, eso no está en discusión.

—¡Tiene todo que ver! —insistió la pelirroja—. Es la gemela de la culpable de todo esto, es su punto débil.

—Dije que no, Aysel.

—No me importa lo que hayas dicho, tú mismo lo dijiste: no hay nada que hacer. Los secuestradores jamás nos entregarán a Dylan porque es lo que los mantiene vivos, lo que les asegura tu manutención y su inmunidad. Lo perdimos, apenas y podemos visitarlo. Pero ella todavía puede pagar y tú no...

—Ella ya pagó —cortó él—. Y no solo por ti, llevaba muchísimo tiempo pagando cuando la dejé en tus manos. Yo mismo ordené su captura y tortura. E incluso así te dejé tomar partido a ti luego, porque te lo merecías. Pero ya está, no vas a tocarle ni un pelo a Vanessa ni aunque me lo pidas de rodillas.

—Por ella.

—Porque di mi palabra.

—¡A ella! Siempre me dices que no, pero no soy imbécil: la amas. Me repugna lo mucho que la amas incluso después de lo que nos ha hecho.

Para ese momento, Dain había empezado a reír a pesar de los gritos de Aysel.

—No sabes de lo que estás hablando.

—¡Estás enamorada de ella!

—¡Y tú estás loca! Te lo he repetido, miles de veces, que no estoy enamorado de ella. Nunca te he mentido, loca de mierda, no a ti. Ella es demasiado joven para...

Entonces fue Aysel la que rio.

—Le llevo apenas dos años, no uses esa carta estúpida. También podríamos decir que yo soy muy joven para ti, ¿no?

—No tiene ningún punto de comparación. Te conocí cuando tenías diecinueve. Gabriela llegó a mí en busca de ayuda cuando tenía catorce años. ¡Catorce! Siempre tendrá catorce en mi cabeza, siempre será la pequeña que ayudé a escapar de su padre, a salvar a su gemela y a sobrevivir a Dengus. Pero nada más. Nunca, ni en mis más remotos pensamientos, se cruzó ella en mi cabeza con un sentimiento que no fuera fraternal.

—Fraternal. Entonces ella es tu familia. ¿Y yo? ¿Y Dylan?

Dain se levantó de la cama.

—Fue un error haber venido.

—El error fue habernos casado.

Dain se detuvo y miró a Aysel, sus manos temblorosas aferradas a la sábana, sus ojos llorosos al borde del colapso.

Él la había visto desmayarse cuando recibieron la noticia. La sostuvo mientras temblaba y gritaba, con el dolor y la impotencia ahogándola. La tuvo hospitalizada por la descompensación. La vio convalecer al creer que perdería a su bebé para siempre. Y la recibió cada vez que volvía de aquellas primeras visitas a Dylan, consciente de que esa noche volvería a dormir sin él, y así por otros sietes días, hasta que llegara el nuevo turno de visita en algún otro lugar remoto por apenas una hora.

Él vivió a cuentagotas la fractura en la mente de ella, la pérdida de su fe, la entrega de su ser a una venganza que terminaría por destruir lo que quedaba de valor en su familia: el matrimonio de ambos.

Ojalá él pudiera volver atrás para impedir el momento en que le habló a Gabriela de su madre y remendar el peor día de su vida cuando, viéndose superado por el dolor de la pérdida, firmó a ciegas el tratado que le quitaría lo único que le quedaba: su hijo y Aysel.

—¿Quieres el divorcio? —preguntó Dain sin verla a la cara.

Aysel solo sonrió, un gesto triste, pero lleno de cinismo.

—Yo te sigo necesitando —contestó ella sin remordimiento—. Aunque te odie más que a nadie justo ahora.

Entonces él giró y se enfrentó a la mirada de ella.

—Si el cadáver de Vanessa pudiera devolvernos a Dylan, te la entregaría de inmediato. Pero no lo hará, Aysel. Y ya hemos causado suficiente dolor sin encontrar alivio al nuestro.

Fue entonces cuando Aysel estalló en llanto, y Dain se acercó a abrazarla. Ella no solo no peleó, sino que se rindió, rota en sus brazos.

—Nunca me levantaré de esto.

Dain no dijo nada. Era de las personas que cuando no tenían una respuesta no desperdiciaban palabras inventando una. Solo le besó la frente y la abrazó con más fuerza, pensando que aunque ella no se levantara jamás, incluso en el suelo él estaría para sostenerla.

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Nota:

Bueno, después del final de Parafilia necesitaban este contexto con urgencia. Ahora esta guerra sí que estará interesante, ¿no?

¿Ustedes qué piensan de la situación entre Poison, Dain y Aysel, y todo lo que se dijo en este capítulo?

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