10: El tiburón y el mini demonio

Antes,
muchísimo antes

Poison estaba encerrada en una habitación con al menos doce tipos de armas de fuego, montadas y desmontadas, junto a balas de distintos calibres, silenciadores, cartuchos, mirillas y una cantidad insana de manuales. Apilados y desperdigados a su alrededor por el suelo, la litera y cualquier otra superficie, había libros sobre pistolas, talonarios de estudio, libretas, lápices, folletos, biografías de criminales, expedientes de balística y otro montón de cosas que dejaron a Dain estupefacto una vez entró a la habitación.

—¿El almuerzo de esta tarde era temático y lo pasé por alto? —preguntó el líder de Dengus, deteniéndose en el marco de la puerta con las manos todavía enguantadas dentro de su bata médica.

A Poison ya no le sorprendía verlo vestido así, pronto entendió el código implícito sobre no hacer preguntas al respecto. Al parecer al hombre además de matar y destruir y entrenar nuevos reclutas, le interesaba involucrarse en las autopsias que no le deberían importar a la cabecilla de una brigada de tiburones letales.

—¿Perdona? —preguntó la joven al fin al voltearse hacia su superior.

—Digo, ¿debí venir disfrazado de cartucho o traer un rifle conmemorativo?

—Oh —respondió ella avergonzada y se quitó los lentes de lectura que solo usaba en la seguridad de su habitación asignada—. ¿Lo dices por todo esto?

—No, de hecho lo decía por el papel tapiz... Poison, por supuesto que lo digo por todo esto. ¿Qué demonios haces?

—Estudio. Tengo prueba de tiro en un mes con el señor Randall de criminología.

Dain no parecía querer reír, de hecho había arqueado una ceja de modo inquisitivo, pero cuando pasas tanto tiempo estudiando un rostro que se supone que no debe expresar absolutamente nada, empiezas a entender los matices, los momentos de «nada» en los que definitivamente había «algo».

Así lo supo Poison. Dain, muy en el fondo, quería reírse de ella.

—Si «el señor Randall» se entera de que le dices «el señor Randall» te reprobará solo por eso. Es solo Héctor, o Loki, como le llaman sus alumnos cuando creen que no se entera.

—¿Loki?

—Por el cabello. Pero yo prefiero decirle Snape, creo que es más parecido, pero estos incultos no parecen entender la referencia.

Poison tampoco entendió la referencia, pues había entendido «snake», y pensaba que su superior estaba llamando serpiente al profesor, lo cual no tenía sentido, las serpientes no tienen cabello.

No es que Gabriela no hubiese conocido de la existencia de Harry Potter en la librería del hombre que terminó destruyendo su familia, no. Gabriela había leído los libros con su hermana. Pero Gabriela estaba muerta, y Poison estaba tan mentalizada en ello que literalmente su cerebro se inclinaba a pensar de inmediato de la manera que la ayudara a sobrevivir, así que prefirió buscarle una traducción a las palabras de Dain que creer que en serio hablaba de una saga para niños.

—Pues... —terminó de decir la pequeña princesa veneno antes de siquiera haberse ganado el título—, al señor Randall no le molesta que lo llamen señor, así que creo que seguiré haciéndolo por el momento.

—Como quieras. Pero... ¿Qué dominios haces? ¿No deberías estar peleándote con los demás novatos por el campo de tiro?

—Usted... Tú —se corrigió Poison, recordando que Dain siempre la exhortaba a tutearlo—. Tú lo has dicho: los novatos. Nadie se refiere a mí de ese modo y no es porque yo esté más capacitada que ellos, es porque yo sí quiero hacer las cosas bien. El campo de tiro no nos prepara para una misión real. No basta con darle a la diana en un espacio controlado, ¿qué te prepara para no conocer tu arma a mitad del peligro y que se te trabe? ¿Qué te prepara para quedar con las manos desnudas y que la única opción sea robar el armamento de un cadáver, y no saber maniobrarlo? Esto —dijo señalando todo su arsenal de estudio—. Esto hace la diferencia entre la victoria y una patética muerte.

Dain, contra toda probabilidad, estalló en una risa que pronto escaló hasta convertirse en una carcajada. Lo hizo sin tabú, mirando a la chica de quince años que tenía encerrada hacía más de diez meses, esa que compró en un acto de fe que creía inútil, y que ahora empezaba a creer que pudo haber sido una inversión provechosa.

Poison jamás había visto reír al hombre que la compró, y lo cierto era que su rostro, usualmente serio y expectante, parecía cobrar vida bajo el compás de aquella carcajada. Del borde de sus labios surgían unas ligeras líneas de expresión radiantes, y sus ojos chispeaban con sencillez, humedecidos por el reciente ataque.

A Poison le pareció... Humano. Irónico, ya que era el líder de una manada de monstruos.

—Así que eres una nerd... —se burló Dain.

—Si priorizaras el reclutamiento de nerds y no de perros tal vez perderías menos misiones.

Dain abrió los ojos, impactado por el reciente arrebato de altanería de la misma chica que antes se rehusaba a dejar de decirle «señor». Pero a la vez, dejó ese brillo condescendiente en su mirada, como si hablara con una nena que no entendía nada del tema, y le dijo:

—El margen de error en el total neto de misiones de Dengus es...

—Reducible.

Y ahí acabó la condescendencia de Dain, quien decidió que definitivamente estaba ofendido, pero no podía decir nada al respecto, porque no era como si Poison no estuviese diciendo la verdad.

—Bien, sabelotodo, ¿a quién piensas matar, o salvar, con un libro en las manos?

—No llevaría el libro en las manos, solo su contenido en mi cabeza.

—¿Y va a salvarte?

—No lo sabré hasta que me dejes probarlo, ¿no?

Dain asintió, aunque no se veía menos disgustado, solo más determinado, tal vez con la idea de probar el error en el pequeño frasco de veneno que se escondía para leer mientras sus compañeros lo hacían para liberar tensiones.

—De acuerdo. Levántate. Me acompañarás para poner un poco de práctica a tanta teoría.

—Espera... —Poison se removió para ponerse de pie, casi parecía a punto de saltar—. ¿Una misión? ¿Una real?

—Sí, Poison. Reales son las únicas en las que me involucro.

—¿Una misión contigo?

—Tómalo como una cacería más, solo que en un nivel más alto.

Poison tragó en seco antes de añadir:

—Pero... No tengo licencia.

—Yo soy la única licencia que necesitas.

—Yo... Mierda, sí. Claro que sí.

Esa sonrisa que invadió el rostro de la chica fue similar a la de un niño al que recién conceden la oportunidad de ir a un parque de atracciones. Ese idiota brillo entusiasta es el que fue perdiendo con los años, a la vez que descubría que, sin importar cuántas misiones ganara, estas tarde o temprano se llevarían algo de ella: la fe, una posesión, un amigo... o incluso un amor. Ese entusiasmo inocente fue el que pronto devoró el monstruo, tornándolo en una avidez ilícita.

Pero no en ese momento. En ese momento, ella fue feliz. Todo lo feliz que puede ser una chica que a su edad lo ha perdido todo, y decidió matarse a sí misma para tener la oportunidad de reinventarse.

~♟️🖤♟️~

Poison redujo el volumen de sus senos rodeando su pecho con una venda. No es que fueran muy grandes, solo que no iba a necesitarlos en esa misión.

Se armó con un camisón largo, unos zapatos remendados y unas medias dispares. Se ensució la cara, pero no de manera artificial. Era su primera misión real, y la tendría junto al líder de Dengus, así que quiso entrar en personaje de manera tan convincente que le costara salir de él.

Se fue a jugar afuera con otros chicos, adoptando la manera en que se encorvaban, raspando sus rodillas contra el asfalto y manchándose de tierra y lodo hasta el cuero cabelludo. Cuando regresó a verse en el espejo, despeinada y llena de rasguños, tan delgada y sin una gota de maquillaje ni siquiera en sus cejas, realmente reconoció en su reflejo a una pequeña callejera de no más de trece años.

Inmediatamente después se movió hacia la recepción del edificio donde se hospedaba su objetivo, al que había estado estudiando el expediente como una biblia, y se ocultó bajo un mueble a esperar que saliera.

Al verlo pasar, se le lanzó encima y se le guindó del brazo.

—No puedo hablar ahora... —le dijo el hombre, sacudiéndosela.

—Señor, por favor. Es urgente...

—Espérame hasta que vuelva de mi junta, luego tal vez puedas decirme eso tan importante.

El hombre ya estaba a nada de las puertas de salida cuando Poison chilló:

—¡Señor!

Estaba parada, transpirando con los puños apretados y las lágrimas ya rodando por sus mejillas de una manera que ninguna niña de la edad que aparentaba podría fingir.

Pero para Poison fue sencillo. Había entrado en persona horas atrás, convenció a su cerebro de que estaba traumatizada, y accedió a ese cajón clausurado en sus recuerdos. Volvió a ver a su hermana arrastrada esa noche en que su padre faltó, estuvo de nuevo presente cuando los hombres de Dain le ponían una bolsa en la cara a Vanessa mientras otros amordazaban a su madre y amarraban a la propia Gabriela.

Parar de llorar sería lo difícil luego de eso.

—¿Que tienes...? —preguntó el hombre preocupado al ver a Poison en el estado que se encontraba.

—Señor, no puedo esperar. No puedo...

Hizo una pausa para hipar y sollozar, fue tan trágico y convincente que el hombre se le acercó, se hincó frente a ella y empezó a limpiar sus lágrimas con gesto protector.

—No-no puedo esperar afuera, si no consigo dónde esconderme, si espero... Me habrán matado cuando usted re-regrese.

Pero el hombre no podía quedarse a atenderla, simplemente no podía. Tenía una reunión significativa a la que llegaba dos minutos tarde, y perderla implicaría desgracia para su negocio. Era una oportunidad irrepetible, no podía desecharla por quedarse a escuchar a una chica de la calle.

Y eso Poison lo sabía a la perfección, contaba con ello.

—Ten —dijo el hombre, teniéndole un juego de llaves—. Sube el ascensor al piso diez, el último es mi apartamento. Cierra con llave hasta que yo vuelva. Antes del anochecer estaré ahí y voy a ayudarte, ¿okay? Solo no le abras la puerta a nadie. A nadie, ¿de acuerdo? Ni porque te diga que es el dueño del edificio.

Poison esperó cuatro horas encerrada en el apartamento de Donovan Land. Un hombre que estaba por cerrar un acuerdo con un préstamo multimillonario por parte de una empresa fantasma. La trampa radicaba en que, si Donovan moría antes de pagar y luego de firmado el acuerdo del préstamo, todos sus bienes pasaban a ser propiedad de dicha empresa fantasma.

No parecería un riesgo porque el trato era bueno de una manera exorbitante, si no se tiene pensado morir antes de pagar. Pero lo que Donovan no sabía al firmar era que su deceso ya tenía precio y fecha.

Los dueños de aquella empresa contraron los servicios de Dengus para que eliminaran a Donovan esa misma tarde luego de firmar y antes de que se hiciera efectiva la transacción.

Dain jamás habría podido tocar a Donovan dado su equipo de seguridad que le esperaba fuera del edificio, o las cámaras de la recepción y los pasillos. Pero podía entrar disfrazado como un inquilino más y desviarse hasta su apartamento donde una pequeña víbora ya habría hecho el trabajo con las cámaras de seguridad, y sin contratiempos le abriría la puerta.

Nadie sospechaba de las niñas desahuciadas.

No tenía importancia que alguien viera el rostro de Poison en alguna grabación, porque ella no existía, estaba fuera de todo registro, viviendo como una sombra. Gabriela Uzcátegui, quien ella una vez fue, estaba legalmente muerta.

Donovan entró a su apartamento ese día con la sonrisa más brillante que jamás tuvo. Y murió con ella cuando una bala inesperada le atravesó la frente.

Poison, con tan solo quince años, lo vio todo.

No era el primer asesinato que presenciaba. Y tampoco es como si ella misma no hubiese matado antes en las pruebas de Dengus. Pero todavía se le ponía la piel de gallina. Todavía le subía la bilis a la garganta. Todavía se le humedecían los ojos pensando «¿qué habría sido de su vida si no...?».

Pero duraba poco, al menos mientras estuviera despierta. En las pesadillas pesaba más.

—Poison —dijo Dain, su mano todavía estirada con el arma apuntando. Si se seguía su trayectoria, se encontraría la posición exacta dónde el cadáver yacía desplomado, donde el charco de sangre mancillaba la costosa alfombra.

—¿Sí? —preguntó ella enfocada en el silenciador de la pistola, como si la pólvora le estuviese contando una interesante historia.

—Tenías razón. Sé que serás mi mejor inversión en años.

Ella sonrió como una sabelotodo y se encogió de hombros.

—¿Tus demás tiburones no saben llorar?

—No —dijo Dain, guardándose el arma—. Les falta gracia para ser la clase de villano en la que tú podrías convertirte. Ellos son simples armas. Efectivos, letales, pero todos tienen sus limitaciones.

Poison, quien sabía que no podría sobrevivir a base de elogios, por mucho que fueran de nadie menos que Dain, le dijo:

—Asciéndeme.

—Todavía no, demonio —dijo Dain aguantando la risa—. Pero te pagaré tu parte por esta misión. Y en todas las que me acompañes.

Poison bufó con suficiencia.

—¿Me usarás como tu cuchillo de la suerte?

Él volteó a mirarla, sonriendo con una naturalidad y familiaridad que a la chica le desconcertó.

—Eso depende de cuántas victorias me traigas —terminó el líder de Dengus—. Ahora busca una botella y trata de no envenenarla, nos hará falta cuando termine de limpiar esto.

Ella se dio la vuelta para ejecutar la orden con una actitud que podía dar la impresión de que estaba obstinada, pero no era así. Ella también sonreía.

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Nota:

Suponiendo suponidamente que Parafilia salga en físico algún día, este capítulo estaría en aquel libro y no en este, pero lo subo por aquí porque es justo y necesario que tengan más contexto sobre lo que fue la relación entre Poison y Dain. ¿Qué piensan ustedes de esta y de la Poison de quince años?

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