Prólogo.


Había una joven adulta, en su departamento, a gusto. Tomaba el té, pues aún le quedaba algo de tiempo para ir a la universidad. La televisión de su apartamento estaba encendida, y estaba transmitiendo uno de esos animes que pasaban por los canales. Largó aire de su boca ante el alivio de tener tiempo de sobra para salir y llegar temprano a su primera clase.

Menos mal preparó su mochila la noche anterior, para no olvidarse nada.
También revisó su correo electrónico, para corroborar que no tenía ninguna notificación. Ya le había pasado que estando a menos de dos minutos de la facultad, le mandaran un correo recordándoles a los estudiantes que el profesor estaba indispuesto y no iría a dictar clases ese día. Ante eso, se quedó quieta analizando la situación. Ella esa vez no había ido el día anterior, y resulta que ni sus amigos fueron capaces de decirle que no perdiera su tiempo yendo a la primera hora, incluso cuando ellos lo sabían, a pesar de no estar en su misma clase.

Apretó la taza con fuerza ante ese recuerdo.

—Serán unos...— pero antes de completar la frase, una voz la sacó de sus recuerdos de mala suerte.

—Cuidado con ese lenguaje jovencita. Hay niños presentes.— habló una voz femenina, y al voltear se encontró con su madre, una mujer rubia de abundante cabello rizado que portaba hermosos ojos verdes. A pesar de su edad y de tener una hija de veinte años, y otra de siete, se conservaba bastante bien, atrayendo algunas miradas de hombres en las calles. Llevaba su típico vestido liso negro con mangas cortas de color blanco, y su sombrero también negro, el cual, según sus propias palabras, fue el primer regalo de su ahora esposo en su primera cita. La estaba mirando con algo de severidad.

—Perdón mamá, perdón.— siguió tomando su infusión, antes de abrir los ojos, dejar la taza en la mesa y golpear con ambas manos esta última. —¡¿Qué haces aquí?! ¡¿Cómo entraste?!— le gritó a su madre, Masumi Hayama.

—Por la puerta.— le contestó una infantil voz femenina, lo cual hizo que bajara un poco la cabeza para toparse con una niña de aspecto similar a su madre. Tenía los cabellos de color ámbar, y sus inocentes ojos eran de un tono azul esmeralda. Su cabellera se terminaba en la mitad de su espalda, y tenía dos mini coletas a cada lado de su cabeza. Su vestimenta constaba de una bonita chaqueta y camisa blancas, con una linda corbata morada y el cuello con detalles dorados; y una falda de color negro, que le llegaba tres dedos por encima de la rodilla, y al final de la tela se encontraba una raya también dorada. Era su hermana menor.

—Que graciosa Hikari.— contestó vacilante la chica de veinte años, la cual tenía su cabello castaño largo, heredado de su padre. Lo más extraño en ella era su flequillo, el cual tenía cuatro colores en sus mechones: castaño oscuro, rosa, cian y amarillo. Afirmaba que era 100% natural, aunque nadie le creía eso. Sus ojos eran cafés, y su piel era de un tono claro. Su cabellera llegaba hasta el final de su espalda.

—Pero si es la verdad, hermana mayor.— ante esa respuesta rodó los ojos. Su hermana menor rubia era tanto bromista como seria. No la entendía.

—Ajá. Cómo sea, ¿qué hacen aquí?— volvió a repetir su pregunta. No le desagradaba para nada la presencia de su familia en su apartamento, pues debido a los estudios no se podía hacer mucho tiempo para verlos, y que ellos vinieran a verla a la ciudad era muy reconfortante y hasta tierno. ¡Pero no por eso podían ingresar cuando se les diera en gana sin siquiera avisarle!

—Con Masumi y Hikari queríamos darte una sorpresa.— dijo felizmente una voz masculina, y al rodar los ojos y ya haber visto a esas dos en su vivienda, ya se imaginaba quién era. Y sí, era un hombre castaño con ojos marrones y gafas de marco negro, que ya se notaba en sus cuatro décadas vividas, y que aún así era bien parecido. Su piel clara mostraba muy poco notables arrugas de la edad, y sonreía felizmente. —¿O acaso a mi pequeña no le gustan?— soltó un bufido ante esas palabras.

—Papá, tengo veinte años. No soy una niña. Tú ya tienes una niña,— señaló con su mano a la pequeña rubia, su hermana, y esta última abrió los ojos algo confundida. —así que ella es una “pequeña”, no yo.

—Siempre serás nuestra pequeña, y ni tu edad ni la de tu hermanita cambiarán eso.— la abrazó por detrás su madre, antes de darle un pequeño beso en la frente. Ella solo suspiró y sonrió, antes de volver a tomar su té. —¿Verdad Yukiteru?— el hombre solo asintió.

El castaño de gafas, Yukiteru Hayama, se puso de pie y comenzó a caminar hacia la cocina, para calentar el agua y poder hacer algo de café; la niña de ojos verdes se fue a sentar al sofá frente al televisor para ver anime, y celebró al ver que estaba dando Death Note; y la mujer vestida de negro la acompañó a sentarse.

—Los chicos estarán encantados de verles. No deben tardar en llegar.

Su madre rió. —¿Entonces hacen su parada aquí para desayunar?

—Sí. Así Hanan puede desayunar tranquila.— suspiró al recordar a su amiga. Pobre, siempre estaba huyendo de los celulares ajenos.

—Imagino. Tu padre tuvo que hacer lo mismo hace tiempo. Suerte ya no le sucede.

—Eso es porque su fama pasó a la historia.— dijo bromista la niña, causando que su madre le diera una reprimenda por irrespetuosa.

—¡Hikari, no se dicen esas cosas!

Una vez su padre trajo el desayuno, todos se sentaron a alimentarse de lo más importante del día, pues necesitarían energía. Y de paso, veían en la televisión varias muertes a manos de Light Yagami que sucedían en la serie. Y unos minutos después, llegaron los amigos de la universitaria.

Eran Hanan Curu, una chica pelirroja de ojos rojos que llevaba el cabello atado en una coleta y un vestido rojo con degradado negro, además de unas pantimedias a rayas blancas y negras y unas botas igual de negras, la Idol universitaria del momento; Kazumi Ganako, una chica casi idéntica a ella, con las únicas diferencias de que el largo de su cabello se dividía en dos mitades de rubio y castaño, y sus ojos en vez de marrones eran naranjas, la chica que buscaba volverse famosa; y el novio de esta última, Satoshi Kamui, un chico de veintiún años de cabello largo morado atado en una coleta alta, y que aún así le llegaba hasta la mitad de la espalda, unos ojos hipnotizantes de color violeta, y unas atractivas facciones que lo hacían uno de los chicos más deseados de la universidad.

Tenía otros amigos también, como Zen Romu, un chico de cabellos verdes oscuros al igual que ojos que se mostraba muy simpático y estaba dispuesto a ayudar a muchos; o también como Ryu Yuki, un chico albino de ojos rojos, que se mostraba pacífico sin deseos de lastimar ni a una mosca. Pero ellos no iban a su casa, pues entraban a otras clases más tarde. Suertudos, sin duda.

Todo porque ella había elegido profesorado de Historia, en vez de bióloga como Zen o medicina de primeros auxilios –sobre todo para ayudar a los bomberos– como Ryu. No, ella había decidido ser profesora de Historia, la materia que todos odiaban, incluida ella –durante las épocas de secundaria, claro está–, ya que a nadie le importaba un comino por qué se llevó a cabo la revolución francesa, ya que después de que un libro sobre una caprichosa princesa que lleva a la ruina su país por su ego enorme se comenzara a popularizar tanto que hasta lo dieran en institutos en Literatura, lo que en verdad pasó no interesaba. Lo que más querían aprender era de Hitler, el causante de la segunda Guerra mundial; y de por qué Hiroshima terminó con una bomba. Y tal vez qué pensaba acerca de los samuráis.

Suspiró. Esos malnacidos tenían una suerte de primera de no tener que levantarse a las seis de la mañana para bañarse y no oler a vómito de perro o peor. Al menos sus tres amigos –o bueno, mejor dicho sus dos amigas y el novio de una de estas– sufrían igual que ella aunque estuvieran en distintas carreras.

Cuando llegó la hora, los estudiantes universitarios dejaron el departamento, para dirigirse a Boruganio, el edificio educativo que nadie sabía con exactitud cuándo fue construido, pues llevaba muchos años allí.

—¡Nos vemos!— dijo la joven castaña, y se retiró con su grupo de amigos. A su alrededor había un aura de calidez y cariño, y se notaba que realmente se llevaban bien entre todos.

Una vez estaban abajo comenzaron a caminar, y la joven de ojos cafés escuchó una pequeña melodía, la cual era un fragmento de la canción Kaze no Lalala –cantada originalmente por Mai Kuraki, y que su amiga pelirroja había cantado como cover– que significaba que le llegó un mensaje nuevo a su móvil. Sin perder mucho tiempo, lo sacó del bolso que llevaba y luego de desbloquearlo con el patrón de su teléfono –el cual resuelto formaba una Z– revisó en sus notificaciones a ver si en WhatsApp especificaba quién le había escrito. Era Katsuo Okiya, un chico de cabellos azules al igual que ojos. Sus facciones eran dentro de todo notables, y aunque muchos le hacían bromas de que un vestido le quedaría bien, no se enfadaba, y hasta estaba dispuesto a ponerse uno porque sí o por si la situación lo requería. Era un amigo que hizo en la universidad, ya que le ayudó a estudiar para una materia por un bien común, no tener que soportar ambos al profesor de Filosofía hablar sobre cómo eligen todo por una razón, Platón, etcétera durante las recuperaciones. Ninguno de ellos tenía la suficiente paciencia para eso por ahora. Sonrió, mientras seguía caminando, y se puso a leer el mensaje.

Salvación de Filosofía.
Última vez que dejo mis cosas solas cerca de Yuri! 😫

Tú.
¿Ahora qué mierda sucedió?

Yuri Hazagawa era la novia de Katsuo, una bella chica de cabello claro y facciones muy inocentes, lo cual la hacía muy deseada por los jóvenes adultos –y adultas– de la universidad.

Salvación de Filosofía.
Me está molestando con Gekkan Shoujo Nozaki-kun porque vio el manga en mi bolso... 😒

Tú.
¿Y a mí qué me cuentas?

Se rió ante su propia respuesta. Sabía que eso pasaría.

Salvación de Filosofía.
Porque si no fuera por ALGUIEN, ahora mismo no estaría en este asunto donde me pregunta de si quiero escribir un manga

Ahí iba otra vez. Él fue quien le preguntó qué estaba viendo, y de hecho él insistió en ver el anime juntos. Cómo quedó enganchado, decidió seguir con el manga, y ahora ella tenía la culpa.

Tú.
Te recuerdo que insististe en ver el anime por dos razones: curiosidad de saber qué veía, y curiosidad de saber de dónde provenía mi despertador.

Salvación de Filosofía.
Aún así tienes parte de la culpa! Así que espero vengas aquí y aclares todo esto!

Rodó los ojos.

Tú.
Jodéte.

Pero luego sonrió, de una forma muy dulce. Sin duda le divertían mucho sus discusiones. Y habría seguido la felicidad y diversión si no hubiera sido que notó dos miradas extrañas sobre ella y sus teléfono –aunque el objeto de mayor interés era el aparato tecnológico–, causando que su mirada pasara a ser una molesta.

—¿Eh? ¿Qué tenemos aquí...?— habló pícara la pelirroja, mirando su expresión sonriente con insinuación.

—¿Acaso la profesora de Historia estará con el detective privado...?— le siguió el juego Kazumi, con la misma sonrisa picarona. Solo rodó los ojos, ahí iban otra vez. Uno de sus pasatiempos favoritos –aparte de hablar de lo magníficos que eran sus novios/crushes o la música– era imaginarse una historia romántica entre Katsuo y ella.

—Dejen de joder. Kazumi, para empezar, él tiene novia. Segundo, Hanan, solo somos amigos. Y tercero, al próximo que diga algo similar le encajaré un- — habría continuado de no haber sido porque un par de adolescentes chocó tanto con ella como con Kazumi, haciendo que esta última cayera al suelo. Eran una chica rubia de cabello largo y bonitos ojos azules, que en su cabeza llevaba una diadema color negro, y tenía una piel clara; mientras que el chico era de piel oscura, cabello negro con algunos rizos, y ojos oscuros. Ambos estaban, al parecer, preocupados. Pertenecían a la escuela Akuno, como no. Pareciera que ahora esos estudiantes tenían la insana costumbre de chocarse con ellos.

—¡Rina, deja de correr!— gritó algo cansado el de cabello negro. Se notaba que estaba agotado por tanto correr.

—¡Cierra la boca Rahiya, no pienso atrasarme por tu culpa!— gritó ahora la rubia, enfadada y volteando solo un poco para mirarle, sacarle la lengua, y continuar.

—¡Ahora verás!

—¡Oigan, más cuidado!— gritó molesta. Primero la molestaban con un amigo, y ahora chocaban con ellos. ¡¿Algo más mundo?! —¡¿No les enseñaron a pedir disculpas o qué?!— los niños de hoy en día. Ya la semana pasada sucedió lo mismo, con un grupo de seis: tres chicos y tres chicas, que por sus uniformes pertenecían al instituto Akuno, que se dice tiene la misma antigüedad que su universidad Boruganio.

Esos seis habían sido raros. Una de las chicas era la viva copia –solo unos dos o tres años menor– de Kazumi; otra de ellas tenía el común cabello azul junto a ojos a combinación, que tenía un brillo singular en sus ojos y gafas lila; y la tercera chica, cuando la vio por unos segundos, parecía estar muy enfadada, tenía los ojos llenos de rojo fuego y su cabello rosa oscuro estaba atado en dos coletas que parecía formar dos taladros, por alguna razón sintió una calidez cuando la vio. Los chicos, por otro lado, no habían sido nada del otro mundo. Uno tenía ojos verdes claro junto a cabello del mismo color; el otro tenía un largo y bello cabello largo de color morado, atado en una coleta, además de unos atractivos ojos azules; y el último era como Katsuo, pero con un rostro más bonito e inocente, ya que se notaba que era varios años menor. Pero mucho más que raros, eran unos descuidados, que al menos, se habían disculpado –vagamente, pero lo habían hecho– a diferencia de estos.

Entonces recordó por unos momentos la hora. Debían ir al instituto, seguramente. Seguramente se despertaron tarde.

—Estos niños de hoy en día...— habló nuevamente, molesta.

—Ya, ya cálmate. Estoy segura que solo están apurados.— trató de alivianar las cosas Hanan, con su típica sonrisa.

—¿Estás bien? Dios, ya es la segunda vez que sucede esto...— dijo Satoshi, preocupado por su novia y molesto con que parecía que no podía proteger a Kazumi.

—Tranquilo, al menos no me sucedió nada grave.— sonrió la de ojos naranjas y cabello extravagante, mientras se daba suaves golpecitos para limpiar su ropa.

—Menos mal. En estos momentos agradezco no haber elegido música ni querer ser una estrella. Hay que cuidarse de todo.— sus dos amigas aspiraban a tener unas carreras de música, y mientras Hanan ya la había comenzado y ya era una famosa cantante y bailarina, Kazumi tenía que aún hacerse con una mayor cantidad de fans. Lo malo, es que tenían que tener más precauciones que el resto, pues siempre debían verse bien y no lastimarse en lo más mínimo. Además, que no debían tener pareja –y aunque Kazumi desobedeciera eso, no negaba que cuando se volviera famosa, debería ocultar su relación–.

—¡Hey!— hablaron molestas Curu y Ganako.

Y con Kamui calmando todo, continuaron con el camino hacia el edificio educativo Boruganio, donde seguramente les esperaban Zen, Ryu y hasta Himigu, una chica de cabello verde junto a ojos del mismo color, que era más amiga de Kazumi que del resto.

Y mientras todo esto sucedía, en el departamento la niña de ojos verdes, junto a su madre, sintieron una presencia que no podrían describir exactamente la sensación que les causó. Era cálida, como de alguien que apreciaban y que les agradecía por algo que sabían muy bien qué era; pero a la vez era fría, como el hielo, pues se sintió como algo congelado que bajaba por su espalda lentamente haciéndoles coger un resfriado. Al darse cuenta ambas de quién se trataba, fueron a la terraza con la excusa de querer apreciar la hermosa vista que se podía tener desde el techo del piso veinte.

Una vez llegaron, no pudieron evitar que el frío viento que se apoderó del lugar les diera un escalofrío, pero eso no les impidió avanzar. La niña, que antes se había mostrado confiada, ahora estaba algo indecisa. No quería que todo se acabara para acompañarla nuevamente. No porque la odiara, todo lo contrario, la apreciaba muchísimo, pues se tomó la molestia de recogerla y llevarla con ella, a diferencia de la mujer de la que nació, pero eso no significaba que quisiera abandonar esa tranquila vida junto a la persona que la crió en el pasado por algún encomendado.

La mujer mayor rubia sentía algo similar. Finalmente estaba con su hija, después de años de haberla dejado sola en la anterior vida. Finalmente estaba con su amado después de muchísimo sufrimiento por parte de ambos, viéndolo desde lejos emborracharse y no poder hacer nada. Finalmente todos tenían la vida que deseaban. No quería que todo eso se fuera a la basura, y menos quería que su hija volviera a vagar sin rumbo a la espera de volver a ser útil.

No tardaron mucho en encontrarse una figura de elegante vestido azul, que parecía sacado de un cuento de princesas y reinas, pues sus detalles eran tan delicados y finos que muchos estilistas envidiarían a la persona que diseñó tal obra de arte; bellos cabellos azules a juego, atados en dos coletas bajas, dejando la parte superior como si fuera cabello corto; y una pequeña corona seguramente de oro puro que se asomaba por encima de su cabeza. Al verla, muchas emociones se apoderaron de sus cuerpos, pero sobre todo dos: emoción y terror. Tenían miedo de que tuvieran que irse otra vez; y emoción por volver a encontrar a la persona que les permitió tener esa nueva vida.

La figura soltó una pequeña risa, y sin despegar su vista de la ciudad, les habló con completa familiaridad, llamándoles por el primer nombre, algo muy poco común en ese nuevo país. —Malice, Hikari, tardan mucho, ¿lo sabían?

—Ma-María-san...
—Kuroki.

A diferencia de la adulta, la niña le habló decidida, pues aunque tuviera miedo de lo que vendría después de saludarla, no iba a dejar que esa mujer viera las emociones que le podía causar.

La de vestido azul se dio la vuelta, dejando ver un juvenil rostro de ojos azules y tersa piel clara, con una sonrisa y expresión juguetona. —Este lugar es muy pacífico, ¿no creen? No se parece en nada al pasado.— y sin esperar respuesta de ellas, dirigió nuevamente su mirada al montón de edificios, tanto grandes como pequeños, que acompañaban a las calles. —Pienso que es algo aburrido.

—¿Qué haces aquí?— le preguntó Hikari, esperando una respuesta clara. —Dijiste que te quedarías allá hasta que murieras.

La llamada María se rió. —Solo vine por segunda vez a observar un poco la vida que llevan, ¿es eso algo malo? Mi hija y mi nieta-

—María-san, ella es mi— remarcó Masumi –o Malice, como la de coletas la conocía– la palabra usada para indicar propiedad. —hija, sin ofender.

Se volvió a reír. —Veo que seguimos con esta discusión. Pero te recuerdo que es también mi hija. Ya que tú— con la mano, hizo aparecer una especie de holograma de una extraña figura. Tenía varias líneas que formaban triángulos al final, y al comienzo era medianamente ovalado, menos en la punta, donde era puntiagudo. Era de color negro. Del pecho de Masumi apareció lo mismo, pero con todo eso del otro lado, como si fueran mitades que encajaran a la perfección. —tienes parte de mi corazón. Vives gracias a lo que yo hice por ti.

—Kuroki, ¿qué pretendes viniendo?

María, o Kuroki, ya que parecía que tenía ambos nombres, dejó en paz esas dos figuras y volteó a verlas con una sonrisa. —La semana pasada no me notaron, yo debería ser la ofendida,— dijo en tono burlón, haciendo que ambas mujeres bajaran unos segundos sus cabezas —y yo solo vine a observar mejor este lugar. Ese murciélago me dijo que era bonito, aunque a mi parecer es sólo unos años más avanzado que el Tercer periodo.— la mujer, quién estaba parada al final y parecía apunto de caerse, abrió una especie de agujero negro frente a ella, y miró hacia abajo. —Cuando muera, les haré la vida imposible. Hasta entonces, nos vemos.— y haciéndoles a las dos rubias una señal de despedida con dos de sus dedos de la mano derecha, ingresó al hoyo para luego este último cerrarse.

Suspiraron. Sabían que cuando ella dejara de ser María Moonlit, iría a molestarlas como si no hubiera un mañana. O bueno, sobre todo haría eso con Sickle, y se carcajearon ante ese pensamiento.

Todo estaba tal cual tenía que estar.

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