4. Nombre.
Después de haber podido calmarla y lograr que la pequeña sonriera nuevamente, colocó un taburete que tenía sus patas de oro y su asiento de terciopelo morado en frente de la cama para que la rubia se sentara allí y pudiera cepillarle el cabello. Una de las cosas que destacaban de la primera imagen de la fémina aún sin nombre era el desastre que tenía por cabello en aquella ocasión, por lo cual, al acogerla en su casa, Cururi se aseguró de que se le diera un baño y se le arreglaran sus hebras, para así poder estar más cómoda y en mejores condiciones. Obviamente, antes de todo, se le revisó con cuidado la cabeza para asegurarse que no traía piojos o parásitos en medio de esa masa amarilla, y lo mismo con el cuerpo, revisando si no tenía algo pegado o si había posibilidades de que tuviera un virus. Su familia sería generosa, pero no estúpida. Afortunadamente, al parecer todo era negativo, así que le permitieron tener ropa, comida y cuidados personales que cualquier ser humano se merece.
Mientras pensaba en eso, escuchó una pequeña muestra de dolor por parte de la menor, causando que se detuviera. —Lo siento pequeña.
—No se preocupe señorita Bu- — se interrumpió a sí misma la dueña de ojos esmeralda al recordar la conversación de hace unos minutos. —Garaci.
La mayor sonrió y continuó con su labor, pero con un aumento de toque en la delicadeza y bajando un poco la fuerza aplicada para desenredar el pelo. —Parece que tenías un lindo cabello. Lástima que ahora esté todo arruinado...— a su mente se le vino un recuerdo que siempre mantiene. Siempre puede escuchar, aunque sea por unos momentos, una voz que no sabe si realmente perteneció a su madre, o simplemente es la de otra mujer pero al olvidar cómo sonaba su progenitora, la colocó en su silueta, decirle que su cabello era hermoso, y que aprovecharía que los Leim eran amigos suyos para pedirles que sus estilistas personales se encargaran de sus castañas y multicolores hebras con especial cuidado.
«¡Solo un experto puede tocar el cabello de mi Chi!»
Esa era una frase muy común de su madre, y tal vez por eso la recuerda tanto.
—Lo siento...
¿Eh? ¿Por qué se disculpaba? —¿Por qué? No es tu culpa.— le siguió pasando el suave cepillo con delicadeza por su amarilla cabeza, lanzando un suspiro.
—E-Es que...— pero fue interrumpida.
—No te disculpes si no hiciste nada malo.
—¿Eh? Va-Vale...
Luego de unos minutos la labor de desenredar fue terminada, por lo cual Garaci tomó la blanca diadema para colocarla sobre esas doradas hebras. Sonrió con ternura al mismo tiempo que cogió el pequeño espejo de marco amarillo que se encontraba a su lado, y lo extendió hasta en frente del rostro de la dueña de ojos esmeralda. —Mira. ¿Te ves bonita, cierto?
Sus marrones ojos pudieron apreciar cómo los pómulos de esa niña se sonrojaban y su boca se abría en muestra de asombro.
—¿E-Esa soy yo...?
Bucciano asintió con su cabeza, aún manteniendo su sonrisa. —Así es.— entonces acarició la cabeza de la pequeña levemente. —Esa eres tú.
De repente, la puerta se abrió, haciendo sonar un chirrido molesto en toda la habitación, dejando paso a una cabellera roja cuya dueña, al observarlas a ambas, tenía una expresión confundida. —¿Eh? ¿Garaci? ¿Qué haces aquí a esta hora con la pequeña? Pensé que vendrían más tarde.
—Lamento molestarte, pero no quiero hablar de eso.
—¿Eh? ¿Ocurrió algo?— se mostró preocupada. —Puedes decirme, sabes que no te juzgaré.
—En serio. No es necesario que lo sepas.
—Pero...
—Cururi, es en serio.— el tono de la castaña fue indiferente, haciendo que la pelirroja temblara un poco. —No te preocupes.
Leim no pudo hacer nada más que asentir con lentitud antes de volver a su típica sonrisa. —Comprendo.— sus ojos se dirigieron al cabello de la de iris esmeralda, y no pudo evitar pasar delicadamente su mano por esas hebras recién cepilladas. —¡Te ves bonita! ¿Tú la peinaste Garaci?
La de menos recursos asintió. —Sí.
—¡Cómo se esperaba de ti! ¡Hiciste un excelente trabajo!— y sin dejar su feliz curvatura de labios, tomó las manos de ambas. —¡Vengan, vamos a comer unos bocadillos! ¡Enseguida pediré que los preparen! ¿Qué te parece, Niko?
—¿Niko? ¡¿Ese es tu nombre?!— miró la castaña a la menor, quién no entendía nada.
La rubia negó rápidamente con la cabeza, causando que tanto ella como la de flequillo de cuatro colores se giraran a mirar a la dulce mujer vestida de tonos rojizos exigiendo explicaciones.
—Es el apodo que acabo de ponerle. ¿No es bonito?
—¡Podrías haber avisado!— suspiró la de vestido lila, rascándose la sien. —Yo pensando que ya habías encontrado una pista sobre ella...
—Mientras venía alguien gritó “Niko”, y pensé que era tierno, justo como ella.— entonces la joven Leim se acercó a la de ojos esmeraldas, quien la miró con los ojos bien abiertos. —¿Qué te parece pequeña? ¿Te gusta Niko o prefieres otro mote?
La niña, en su inocencia total, comenzó a pensar. Pensar y pensar. La señorita Garaci le había comentado que su amiga de la infancia le colocaba apodos a todos los que consideraba sus amigos, excepto a ella. Niko sonaba bonito, muy bonito, pero a ella le gustaría tener un nombre real, así como esas dos. Y por más lindo que fuera, un alias no era un nombre como tal. Pensó en las letras del abecedario que la de cabello suelto y la de coleta le habían enseñado, enfocándose en las vocales.
A... I... U... E... O...
Le gustaba mucho la letra A. Pero... ¿dónde pondría la A? ¿Al principio o al final?
Nikoa... Aniko...
Aniko sonaba mejor. Era más tierno, y la de flequillo de varios colores le dijo que ella era bonita. Entonces, eso significaba que debería tener un nombre igual de lindo, ¿verdad?
—¿Eh? Niña...— ambas adultas se comenzaron a preocupar por lo pérdida en sus pensamientos –o donde sea, porque a los ojos marrones de Bucciano los niños no es que tuvieran mucho en lo que pensar– que se encontraba la pequeña de cabello ámbar desde hace un rato.
—¿Niko? ¿Estás bien?
—¡Aniko!— gritó de repente la menor de las tres, sobresaltando a Cururi, quién se había agachado para mirarla mejor. —¡Me gusta Aniko!
Y con eso quedó decidido.
...
—Cururi...
—Tú cocinas mejor.
Su amiga suspiró. —Ya, pero...— ambas observaron a la autonombrada Aniko dar saltitos por el hermoso patio de los Leim mientras sostenía algunos de sus nuevos juguetes.
—Se ha estado quedando contigo estos días. Estoy segura que le gusta.— sonrió la pelirroja, y entonces, vio como su mejor amiga miraba con duda hacia el suelo, como escapando de la curvatura de labios que le brindaba. Esto causó que la de coleta colocara una mano en su hombro. —Hey, no te preocupes. Si sucede algo, sabes que mis padres están para todo lo que necesites.— no sabía qué había sucedido, pero por el aspecto de Bucciano, parecía haberla afectado mucho. —No te preocupes, ella estará bien contigo. Así que sonríe.— colocó sus dos manos en la cara de su opuesta y formó con sus dedos una sonrisa.
—Gracias.— una tranquilidad comenzó a florecer dentro del pecho de la castaña. —Y te pido que dejes mi cara.— sus manos separaron las de la pelirroja de su cara, para mostrar una muy leve curvatura de labios en nuestra de felicidad, y luego caminó hacia Aniko para tomar su extremidad de cinco dedos e irse ambas a su casa, mientras en una canasta ella también llevaba juguetes para la rubia. —Hasta mañana.
—¡Hasta mañana señorita Cururi!— la pequeña se fue saludándola con la mano hasta que ya no fueron visibles.
—¡Hasta mañana!— les brindó una última sonrisa antes de entrar a su casa con dirección a su cuarto. Le alegraba mucho ver que la llegada de esa pequeña había hecho que su amiga se olvidara un poco de la soledad que solía haber en su casa por las noches cuando Kito Bucciano salía a beber para olvidar –no de una forma que le diera un ataque, pero sí varios vasos de más–, o cuando ni siquiera tenía fuerzas para levantarse. —¡Bien, a prepararse para el trabajo!
Comenzó a buscar entre los vestidos cuál debería llevar para cambiarse. Habían varios, desde voluminosos hasta sueltos, de colores simples o lisos hasta los que contaban con cada uno de los tonos del arcoiris. Así estuvo durante unos quince minutos hasta que se decidió por un vestido rojo oscuro, que solo tenía una manga, escote de corazón y que se abría en la parte de la cintura, dejando al descubierto su pierna izquierda.
Una vez terminó su selección de vestuario, comenzó a dirigirse hacia el lavabo para darse un refrescante baño antes de pasar varias horas principalmente bailando, donde más destacaba, y tal vez cantando, aunque su amiga Jean lo hacía mejor. Mucho... Mucho mejor, a tal punto, que algunos afirmaban que esa hermosa voz que portaba en su garganta le había sido entregada por los mismos dioses para curar todos los males de ese mundo, pues quien la escuchara, quedaba cautivado al instante. Como si fueran súbditos y ella una reina a la que le juraron lealtad de corazón –aunque eso no era algo muy alejado de la realidad, teniendo en cuenta la cantidad de pretendientes que tenía–.
Ese pensamiento a pesar de sacarle una sonrisa, también hizo que su pecho le doliera un poco al pensar en su amiga rubia de ojos naranjas. No había recibido ninguna noticia de ella, menos sabía si volvería dentro de mucho o poco, y eso solo la preocupaba y desanimaba.
—¿Cómo estarás Jeani?— preguntó al aire, antes de suspirar y meterse en su bañera mientras el agua la llenaba. La verdad agradecía a los sirvientes por ya saber su rutina y siempre tener preparada agua caliente. —¿Estarás cómoda en tu hogar...?— a su mente de repente vino la escena del último día que vio a su amiga de ojos naranjas. —Ese día... fue extraño.
“—¡Déjenme pasar!— gritaba una y otra vez un hombre de morado y largo cabello, el cual estaba atado en una coleta para que este no le incomodara lléndose a su cara. Ante todo ese escándalo, ella volteó junto a su amiga de piel morena, encontrándose con el susodicho sujeto, quien llevaba ropa demasiado elegante, incluso más que la del propio padre de la pelirroja. Se notaba que era de clase muy alta.”
“—¿Eh?— lo observó bien, intentando controlar el miedo que sentía ante la idea de que alguien ajeno intentara pasar a los camerinos. ¿Acaso era...? no, era imposible. ¿Qué podía querer alguien cómo él en ese lugar, y además pidiendo pasar con tanta insistencia? —Ese... ese es...— su amiga se adelantó a la noticia.”
“—¡¿El hijo del Duque?!— gritó Lolan sorprendida, consiguiendo llamar más la atención. Si antes estaban alterados por la intromisión de alguien a espacio privado, ahora apenas si alguien podía dejar de hablar o moverse.”
“—¡Les estoy diciendo que me dejen pasar! ¡Jean! ¡Jean!— el adulto gritaba una y otra vez el nombre de la cantante, quien por un momento giró su vista hacia él, lentamente, como si tuviera miedo. El joven acababa de interrumpir su vuelta a casa –donde fuera que quedara eso–.”
“—¿Jeani?
—¿Jean?
Ambas mujeres se mostraron confusas ante ese llamado. ¿Por qué el futuro líder de su provincia estaba interesado en hablar con una simple cantante?”
“Bajo la mirada de sorpresa de todos, el hijo del Duque, Sateriasis, finalmente logró apartar a algunos de los guardias que el representante de todos los artistas de esa noche había contratado para asegurar la privacidad de los mismos. —¡Jean!”
“—¡Oiga, no dé un paso más! ¡Oiga!— podía ser irrespetuoso hablarle así al masculino, pero tal vez esa era la única manera de que se retirara.”
“—¡Jean!— una vez estuvo junto a la nombrada, de cabello rubio y naranjas iris, sonrió y le tomó las manos. —Bien... llegué a tiempo...”
“Se escuchó un ruido de... ¿un golpe? Sí, eso era. No había bastado ni un pestañeo del resto de los presentes para que la cantante de dorados cabellos golpeara la mano del de caras prendas. —Por favor, déjeme en paz.— esa voz no hizo más que causar escalofríos en todos los que llegaron a oír las palabras de la de pálida piel. Había sido tan fría, tan seria, tan cortante. ¿Realmente esa era Jean, la que encantaba a todos con su voz?
Y con eso dicho, la joven adulta salió del lugar.”
“—¡Jeani, espera!— dijo la pelirroja, empezando a perseguirla, pasando al lado del de apellido Venomania, quien estaba completamente helado en su lugar. Al ver por un momento sus morados ojos, sintió que eran un espejo, pues se sintió completamente reflejada en la angustia y dolor que estos expresaban.”
¿Se habría recuperado de eso? Cuando fue a preguntarle, su segunda mejor amiga –ya que la primera era obviamente Garaci– simplemente negó todo y se fue, deseándoles una próxima buena jornada. ¿Debería haber ido tras ella? ¿Debería haberle insistido en quedarse a tomar algo? Esos y más “debería” llenaron su cabeza, volviendo a su placentero baño un martirio mental que solo la llevaba a no poder disfrutar de la ahora tibia agua.
Agradecía que el hombre que se encargaba de representarlas hiciera pagar una cantidad exuberante de dinero a cualquiera que se atreviera a abrir la boca sobre el tema, aunque lamentablemente, eso no evitó que los rumores comenzaran a salir. Incluso sus propios padres se habían enterado tomando la decisión de ir a hablar con el Duque Venomania, en espera de una explicación, y cómo siempre, de un posible acuerdo financiero. Al final consiguieron el dinero pedido por tal falta de respeto hacia la privacidad de su amada hija, el cual fue bastante. Ese día no hizo más que rogar en otra habitación de la mansión del encargado del liderazgo de Asmodean esperando que el señor Illote no matara a sus padres por tales acciones. Menos mal no pasó eso.
Para evitar más desórdenes mentales durante el baño, decidió dirigir su mente a otra parte. Sus compañeros de trabajo. Sí, era triste no tener a Jean allí, pero no por eso iba a quitarle crédito al resto de personas. Lolan, o Lolichi, como le decía, estaría ahí para acompañarla y desearle suerte en sus presentaciones. Era una gran amiga que siempre emitía un aura de libertad, alegría y juventud –pese a tener ya 32 años–, lo cual hacía que el solo verla levantara su ánimo. Además, su enamoramiento hacia Arisa Kasane solo la había vuelto más soñadora, con sonrisas y suspiros en muchas ocasiones, lo cual sacaba risas tanto en la pelirroja como en la castaña de flequillo de cuatro colores. Lástima que la de morados cabellos había retomado su viaje por el mundo junto a su conejito hace unos tres días. Pero Eve aseguraba que volvería. Sonrió ante lo positiva que era la bailarina.
En ese momento, su mente le trajo la imagen de alguien más, que hizo que la gran sonrisa que tenía en su rostro, se ampliara –si es que eso era humanamente posible–, y que un calor en sus mejillas la hiciera mojarse con algo de agua con la esperanza de que se le pasara. Nunca entendía por qué era eso. No se había sentido de una forma similar desde que estuvo con su último novio –con el que estuvo a nada de comprometerse– con quien terminó su relación hace –ya casi– dos años.
¿Qué podría ser ese sentimiento que no hacía más que llenarla de felicidad?
Concentrarse en la calidez de su pecho y la enorme alegría que se instauraba en su ser la hizo dejar atrás sus incertidumbres al menos un momento y volver a retomar su relajante método de higiene.
...
Una vez terminó su baño, pasó a secarse bien para luego ponerse otro vestido que era exactamente igual al que siempre llevaba, y guardó el resto de sus pertenencias en una canasta.
—¡Listo!— dijo toda feliz. Una vez salió de su cuarto donde había preparado todo, bajó las escaleras para despedirse amablemente de los otros seis criados, y esperar a que su mucama personal, Halima, le abriera la puerta.
—Buenas noches señorita...— la mujer era de más o menos unos treinta años, sus ojos eran cafés y su cabello morado como los pétalos de las flores tradicionales de la provincia de Asmodean.
—¡Hola Hali!— le sonrió con la misma dulzura de cada día, sin percatarse de la incertidumbre en la empleada de su familia, quien abría la puerta de forma lenta y dudosa, como si fuera fuego y tuviera miedo de quemarse. —¡Hoy voy a bailar mucho!
La mayor solo asintió en silencio, mirando hacia abajo. Sus manos no paraban de temblar y su mente le gritaba que no dejara salir a la pelirroja esa noche. Que ya en la noche siguiente no habría problema, pero que por favor, cerrara puerta.
Cururi miró extrañada a la de marrones ojos. Estaba actuando de una forma que nunca antes había visto en ella. ¿Le habría sucedido algo?
—¿Hali...?— tomó entonces la mano de la mucama, dándose cuenta de cómo esta no paraba de estremecerse. —¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? Puedo llamar a mis padres si quieres.— ante esas palabras, la de cabello violeta abrazó con fuerza a su ama. —¿Eh?
—Señorita...— tenerla entre sus brazos confirmaba que la dulce joven no se había esfumado, que aún estaba en el plano terrenal con todos. Eso la llenó de alegría, a tal punto, que no pudo hacer más que llorar.
—¿Hali, qué sucede?— no sabía qué le sucedía a su empleada, pero no le importó. Le correspondió el abrazo y acarició su espalda con suavidad, esperando que así la alterada Halima se calmara.
—Por favor... Por favor...
—¿Por favor? ¿Qué deseas?— la siguió abrazando durante unos momentos más hasta que la de cabello hasta los hombros se separó. —Hali...
—Por favor... tenga cuidado. Se lo ruego...
¿Cuidado? ¿De qué?
Pensó por un momento qué peligro podía cruzársele caminando de su mansión al teatro y luego del teatro a la mansión. Bueno, a decir verdad, muchos. Podían aparecer violadores, secuestradores, asesinos, vendedores de personas... Pero negó mentalmente eso. No había necesidad de preocupar más a la pobre mujer.
La pelirroja asintió con una curvatura de labios feliz, mirando a los ojos a su empleada. —¡No te preocupes! Tendré mucho cuidado, verás que no me pasará nada.
—Señorita...
Leim le dio un pequeño beso en la frente a la mucama. —¡En cuanto termine de bailar, volveré a casa! Es una promesa.— extendió hacia la de ojos color tierra su dedo meñique, recibiendo una expresión confusa de su contraria. —Promesa con el meñique.
—Oh...— al entender la acción de la bailarina, le siguió el juego y colocó su meñique también. —Señorita Cururi...
—¡Promesa por el meñique!— juntó ambos dedos extendidos y los movió de arriba a abajo. —¡Lo prometo, y si incumplo, que mil agujas me pinchen por dentro!— una vez dijo eso con su ánimo de siempre, se separaron, y la de buen nivel económico puso un pie fuera de la mansión, con su canasta en sus manos. —¿Ves? Ahora no puede pasarme nada.
—Pero...
—¡Confía en mí! Mañana al amanecer, estaré durmiendo calentita en mi cama, ¿de acuerdo?
—De... De acuerdo.— por primera vez en todo el día, mostró una sonrisa sincera.
—¡Nos vemos!
¿No podía incumplir, cierto? Fue una promesa con el meñique, con el corazón. Era imposible que alguien con un corazón tan puro y noble como el de Cururi Leim rompiera una promesa...
¿Cierto?
La de cabello morado pudo jurar, que al momento de cerrar la puerta, su cuerpo fue recorrido por un frío viento, mientras que la silueta de la pelirroja se alejaba cada vez más de los terrenos de la mansión.
«¡Nos vemos!» fue lo que le dijo. Juntó sus manos para poder pedir a los dioses por la seguridad de la señorita.
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