3. Sentimientos.
Los días iban pasando. Los padres de Cururi estuvieron de acuerdo con la decisión de que la niña se quedara con ellos en su casa mientras buscaban alguna pista sobre el paradero de sus padres o sobre su identidad.
Además de esto, la pelirroja dijo con total firmeza que la cría merecía ropa de verdad, y obviamente, que le quedara linda y fuera cómoda, por lo cual, prácticamente agarró a la menor y a su amiga de los pelos y las llevó a la feria con algunos sastres para encontrar bellas telas y encargar prendas. Fue así como la rubia terminó vistiendo un bello conjunto de camisa blanca con detalles dorados y falda dorada, además de una corbata roja, unos calcetines que le llegaban hasta las rodillas también blancos junto a zapatos del mismo color y una adorable y rosada diadema en su cabello.
Garaci a veces la llevaba a la pequeña a su casa, por petición de esta última, pero siempre vigilaba a su padre y a la rubia con ojos de halcón, por miedo a que algo sucediera. Ella bien sabía que su padre no tenía ningún deseo sexual hacia los menores de edad, y bien sabía también que él no era violento, pero no podía correr ningún riesgo. Sin embargo, su progenitor lo único que hacía era llegar a la casa después de haber ido a bares –solo o acompañado, no importaba– o de haber tomado aire fresco, comer con ellas, beber, y luego dormirse, ya fuera en la mesa, suelo o cama. Eso solo la hacía rodar los ojos, suspirar, y darle una manta para que no pasara frío, y en caso de no estar sobre una superficie suave y cómoda, ella arrastraba su cuerpo con fuerza y lo llevaba hasta una. Por más mendigo que ese hombre pudiera verse, seguía siendo quien ayudó a darle vida y que a pesar de todo, seguía siendo alguien dulce que nunca se atrevió a hacerle nada. Pero, por alguna razón, no lo quería cerca de la dueña de ojos esmeralda, como si después de mucho tiempo, volviera a tener miedo de lo que un ebrio pudiera hacer.
Además, eso no era lo único. Cuando iban a comprar juntas a los puestos de la feria, podía sentir como a sus espaldas nuevos susurros comenzaban a emitirse. Cómo nuevas miradas se enfocaban en ella y al bajar un poco más, las molestas voces exclamaban con horror que esa supuesta huérfana que acompañaba a Garaci estaba pérdida. Y, por más que quisiera, no gritaba. No podía armar tal escándalo delante de la niña, por más que quisiera decirles unas buenas palabras a todas esas viejas chismosas y viejos malhumorados de vidas tan solitarias como para meterse donde ni siquiera el mismo Dios Sickle –creador del mundo– los llamara, lo que se merecían.
Otro día más la fémina de aproximadamente siete años se estaba quedando en su casa. Su padre había vuelto en la mañana de un bar donde perdió la noción del tiempo y sin saludar a nadie, se tiró a dormir en su cuarto, donde momentos después su hija le dejó el desayuno y ahora también su almuerzo. Las sobras que el castaño dejaba servían para alimentar a pequeños animales que pasaran por allí, al menos. Dando un nuevo suspiro, le dedicó una sonrisa a su pequeña invitada, le brindó unas frutas que buscó en la mañana como postre y premio por haber sido educada, y se dio la vuelta para poder lavar los trastes.
—Todo estuvo muy rico señorita.— escuchó detrás suyo. Solo pudo sonreír.
—Gracias, me alegra que te haya gustado dulzura. Ahora come. Luego iremos con Cururi para comprarte algunas muñecas y bloques.— habló de forma serena, mientras su atención se posicionaba nuevamente en el agua y jabón que había en sus manos. Pensó en que en unas horas tendría que salir a ayudar con algunas cajas a la señora Nahid, la dueña de una sastrería, quien al ver lo “caritativa” que era, le pidió ayuda a cambio de un poco de dinero. Al menos conseguiría algo con lo que subsistir aunque fuera un día sin la ayuda de los Leim, que ahora tenían más gastos debido a la pequeña.
—¡Sí!— dijo animada la menor de edad, mientras tomaba de la canasta que acababa de dejar sobre la mesa diversas frutas y las introducía en su organismo a través de la boca, donde tenía una sonrisa cada vez que probaba una. Realmente estaba agradecida tanto con Garaci como con Cururi por permitirle disfrutar de esa felicidad. —¡Muchas gracias!
Mientras lavaba, se dedicó a tararear una canción que recordaba, su padre le había cantado siempre antes de irse a dormir. Una especie de canción de cuna que le calentaba el corazón. Le hacía recordar los momentos en los que su padre sonreía y disfrutaba de la vida al lado de su –seguramente difunta– esposa, y ellos dos junto a su pequeña hija que invitaba a su amiga y la pasaban todo el día riendo y jugando. Esos eran tiempos que nunca volverían. No era que su padre no buscara ser cariñoso, pero siendo sinceros, ya ambos se habían distanciado un poco.
Detrás suyo, la rubia comía con entusiasmo las frutas que Garaci le había dado de postre, sin pensar ni siquiera un momento que su anfitriona estaba con un montón de recuerdos dolorosos en su cabeza, ya que solo disfrutaba de la melodía que esta tarareaba. —¿Usted inventó esa canción?— se atrevió a preguntarle.
Escuchó una leve risa acompañada de melancolía por parte de la castaña. —No.
—¿La escuchó de alguien del pueblo? ¿La bailó la señorita Cururi en uno de sus shows?— siguió con sus preguntas.
Vio como la mujer frente a ella a la que le veía su espalda movió su cabeza de derecha a izquierda. —No.
—¿Y entonces?
—Mi madre solía cantarla para que yo pudiera dormir sin miedo.
—¿Su madre...?— eso le pareció extraño. Había ido varias veces a la casa de “bajos recursos” –como algunos la llamaban, y realmente no sabía qué significaba– de la chica y, hasta ahora, solo los había visto a ella y a su padre. Intentó pensar en alguna mujer a la que alguien que conocía llamó “madre” o “mamá”, y entonces le quedó claro. —¡Oh, la señorita Mily Leim!
Ante ese comentario, escuchó como una risa escapaba de los labios de la mujer que lavaba los platos. ¿Qué le parecía tan gracioso?
—No. Ella no es mi madre, sino la de Cururi.— realmente le había causado gracia. Aunque no podía negar que fue bastante acertado, pues desde hace años, la única figura para ella que se acercara a la materna fue la de Mily Leim. Escuchó como la niña a sus espaldas soltó un “¿Eh...?” confundida.
—¿Y entonces? ¿Por qué no vi a su madre? ¿Está lejos?
Bajó por unos momentos la cabeza, y de repente, sus manos comenzaron a temblar un poco. —Sí, muy lejos.
Ahí murió la conversación por unos momentos. La mujer pasó de lavar los platos a secarlos, mientras la niña se le quedó mirando desde su asiento. Y se decidió a volver a hablar, queriendo saciar su curiosidad de niña. —¿Y... no la extraña?— pudo ver cómo la mujer se quedó completamente quieta, dejando su labor hogareño de lado. Y no supo por qué, comenzó a tener miedo.
—No.— soltó la mujer fríamente, con un tono que pondría a los demás de piedra, que solo paralizó a la pequeña, y aún así, volvió a preguntar.
—¿P-Por qué...?
—No hay una razón.— volvió a contestar con una voz helada.
El ambiente se volvía cada vez más frío y pesado. La rubia sentía que pronto se ahogaría si permanecía ahí, pero sin saber por qué, tenía deseos de saber más. —P-Pero... ¿usted no la quería...?
—Dejé de quererla hace mucho tiempo.— elevó un poco más la voz, esperando que así dejara de preguntar todo eso. ¿Por qué, estando tan bien, todo se había vuelto un revuelo de recuerdos tristes? ¿Por qué simplemente no se callaba y continuaba comiendo sus frutas? ¿Por qué no la dejaba terminar su labor en paz para luego ir con Cururi?
—P-Pero... ¿le hizo algo? ¿La ve mucho?
—No. No la veo desde hace mucho.— la elevó un poco más, rogando que el tema quedara sellado ahí. Si realmente los dioses existían, entonces quería que hicieran que esa rubia cerrará la boca y comiera las frutas.
—¿P-Por q- — su voz se vio interrumpida por un grito lleno de enfado y dolor que soltó la mujer, mientras apretaba los puños con gran fuerza. Suficiente. ¡Ya era suficiente!
—¡Porque me abandonó, maldita sea!— sintió como sus ojos emitían lágrimas, dificultándole la visión, volviendo todo borroso, con la cabeza gacha y mirando fijamente la mesa en la que se encontraba lavando. Sus uñas se estaban escondiendo entre sus puños cerrados con furia, y ella no podía dejar de entremecerse. La niña solo se sobresaltó y gritó del susto, antes de tomar la canasta de frutas, arrojar estas, y cubrir su cara con la cesta, temblando de miedo. Se sentía igual a cuando despertó en la casa de la pelirroja, por primera vez. Aterrada y confundida. —¡Nos abandonó a mí y a mi padre, sin importarle una mierda nuestra felicidad!— elevó un poco su rostro para luego bajarlo nuevamente y dirigir sus ojos a la superficie plana de nuevo. —¡¿Cómo voy a extrañar a alguien así?!— dejó escapar esas lágrimas, que cayeron sobre la piedra de la que estaba hecha la mesa, dejando puntos de un color más oscuro que el normal. —¿Cómo... Cómo voy a extrañar a alguien así...?— su cuerpo seguía tiritando, como si estuviera muerto de frío.
Cuando la vestida de blanco estaba por quitar el objeto de su rostro, un ruido de una puerta abriéndose a sus espaldas la hizo volver a lanzar un pequeño grito y “protegerse” nuevamente.
—Oye, ¿por qué tanto escándalo?— se escuchó una voz masculina a espaldas de las dos féminas. Al la mayor voltear, se encontró con un hombre que llevaba su castaño cabello un desastre; sus ojos marrones estaban tan apagados como si fuera un muerto andante, y debajo de estos habían bolsas negras que representaban sus deseos y esperanzas siendo llevados por el diablo y que no podía dormir; y de su clara piel del rostro, surgían cabellos en el mentón y alrededor de la boca, como una barba muy mal hecha. —Baja la voz niña, intento dormir.— su ropa estaba rasgada, con varios agujeros, y se podía apreciar que no llevaba zapatos. Un aspecto deplorable, digno de un alcohólico.
—Pa-Padre...
—Tus gritos ya me dieron jaqueca, muchas gracias.— habló el hombre sarcástico, mientras se sujetaba la cabeza con su mano derecha.
—Eso es culpa tuya. Tú eres el que bebe hasta no poder más.— sin esperar a que el hombre respondiera, tomó a la niña de la mano y se dirigió a la puerta, para abrirla. —Me voy.— y sin retrasarse más, salió de la casa.
...
El hombre lanzó un suspiro, y sin opción alguna, se puso a recojer las frutas esparcidas por el suelo para colocarlas sobre la mesa de comer. Cómo siempre, todo impecable, como a su hija le gustaba. Mirando que aún era de día, decidió dormir un rato más.
Una vez entró al cuarto, se acomodó en su suave cama, y cuando estaba por caer en los brazos del sueño, observó un plato en la mesa que estaba al lado de su almohada, y por una vez en el día, sonrió y extendió sus brazos hacia el plato para comenzar a comer. Estaba delicioso, cómo era de esperarse.
Probó más y más bocados. Era sin duda un manjar pobre, pero un manjar al fin y al cabo. Con cada nueva probada, su cuerpo se llenaba cada vez más y más de calidez. Esa hermosa sensación que se instalaba en su pecho era la de felicidad, algo que hace mucho no sentía. Entonces, mientras más disfrutaba la comida y más imaginaba la calidez de una familia unida, vino a su mente un recuerdo muy apreciado para él y que él mismo creía ya se había borrado de su cabeza. Fue una vez que nuevamente servía no solo como instructor, sino también como sujeto de pruebas para la cocina de su hija, cuando esta aún era una niña.
“—¡Listo!— escuchó decir a su única fuente de felicidad, su hija Garaci, que le extendía un plato donde se encontraba un pedazo de tarta que, visualmente, estaba bien, –a diferencia de los anteriores intentos– con una sonrisa. —¡Anda, pruébalo!”
“Lo pensó por unos momentos. Si bien era cierto que de diez veces que probaba algo cocinado por su hija, solo cuatro terminaba enfermo, no significaba que estaba absorto del miedo completamente. Pero, al final y como siempre, terminó cediendo. —De acuerdo.— tomó el cubierto en sus manos, y cortó un pedazo de la tarta, para llevarla a su boca. Pero algo se entrometió. —¿Eh?”
“Al levantar la vista del platillo, pudo ver cómo su hija tomaba su cubierto con la porción y se lo quitaba de sus manos. —¡No! ¡Yo te daré!— dijo algo molesta, antes de sonreír nuevamente. —¡Aquí viene el carruaje!— sostuvo el tenedor delante de su rostro, y comenzó a moverlo hacia adelante y temblando un poco, simulando el recorrido de una carreta. A él no le quedó más remedio que rodar los ojos divertido y seguirle el juego a su angelito, por lo cual abrió la boca para poder servir de destino del “carruaje”.
Pero entonces, algo lo detuvo.”
“—¿Qué sucede viajera?— preguntó él, continuando con el juego de Garaci con una sonrisa confundida.”
“—¿Permiso para ingresar, señor?— le preguntó ella. Él solo pudo extender su brazo y despeinarse los cabellos. —¡Hey, deja de hacer eso papá! ¡Me despeinas!— le dijo ella molesta.”
“El hombre soltó una carcajada. —Por supuesto que tiene permiso, viajera.— ante esa respuesta, la niña se emocionó e ingresó el pedazo de tarta en la boca de su padre. Estaba listo para fruncir el ceño o llamar a gritos a los Leim, quienes ya tenían a un especialista en hierbas medicinales esperando en su gran mansión, pero en vez de eso, sintió algo rico. ¿Eso estaba rico?”
“—¿Y? ¿Qué dices, papá?— su hija esperaba emocionada la respuesta de su padre, la cual pasaron unos segundos y nunca llegó. Eso solo la hizo bajar de su nube de felicidad. ¿Estaba horrible de nuevo? —¿No te gustó...?— y entonces, sintió como ese hombre la abrazaba y la elevaba por los aires. —¿Eh?”
“—¡Está delicioso! ¡Lo lograste Garaci! ¡Está rico!— sonrió.”
“—¡¿Eh?!— entonces, sintió una enorme calidez en su pecho y sin evitarlo, sonrió. —¡Sí! ¡Lo logré! ¡Lo logré!”
Unas lágrimas recorrieron sus ojos. ¿Por qué...? ¿Por qué sus lágrimas salían así...? Su rostro se frunció de repente. ¿Qué era ese sabor nauseabundo y tan frío que apareció así como así?
Sus lágrimas continuaron saliendo mientras su comida perdía nuevamente el sabor.
...
—¿Se-Señorita...?— la niña trataba de decirle algo, pero la mujer la seguía llevando de la mano sin escucharla.
—Te vas con Cururi. Tengo cosas que hacer.— dijo sin emoción alguna, siguiendo el recorrido más rápido que conocía hacia la casa de alto nivel. Su tono solo le causó miedo a la menor, quien además se sorprendió por lo que dijo.
—¿Eh? ¿Con la señorita Cururi...? Pero hoy yo me iba a quedar en su ca- — la voz de la mujer la calló.
—Cambio de planes.
Y ahí nuevamente murió la conversación. La pequeña no sabía qué decir, y lo único que podía hacer era bajar la cabeza. ¿Garaci estaba molesta con ella? ¿Fue por las preguntas? ¿Era su culpa...? Sin darse cuenta, sus piernas se detuvieron y sus pies hicieron el mayor esfuerzo por estancarse en la tierra.
—¿Eh? Niña, vamos. ¿Qué pasa?— no recibió respuesta alguna. Intentó colocar fuerza en su impulso para poder moverla, pero la pequeña colocó sus dos manos alrededor del brazo que la sostenía y levantó la vista, para poder mirar a su mayor. Tenía lágrimas en los ojos. —¡¿Eh?! ¡¿Qué pasa?! ¡¿Te duele algo?!— de contestación recibió un movimiento de cabeza de un lado a otro, dejando clara la negación. —¿Entonces...? ¿Te apreté demasiado fuerte...?— nuevamente la rubia realizó la misma acción. —¿E-Entonces...?
La dueña de las bellas esmeraldas que llamaba ojos frunció su boca y algunos mocos comenzaron a salir de su nariz. —Pe-Perdón...— dijo con la voz algo rota.
—¿Eh? ¿Por qué pides perdón...?
—Perdón.— la menor comenzó a temblar, pero aún así, sus pies y sus manos seguían firmes. —Perdón, perdón, ¡perdón!— sin poder aguantar más, dejó salir sus llantos. —¡Lo siento, lo siento!
—¡¿Eh?! ¡O-Oye, cálmate!
—¡Lo siento! ¡Lo siento!
...
Se sentó en la cómoda y elegante cama, al lado de la niña y le ofreció un vaso de agua. Una vez realizada esa acción, solo pudo suspirar y acariciar la cabeza de la pequeña. Realmente había montado un espectáculo de lágrimas en pleno camino a la mansión.
—¿Mejor?— le preguntó, mirándola algo preocupada. Sus ojos apreciaron como se limpiaba los restos de lágrimas y mocos con unas servilletas que trajo Rayan, uno de los sirvientes de Cururi, luego asentir lentamente. —Ahora, ¿puedo saber por qué estabas así?
La menor tardó un poco en responder. —Po-Porque estaba triste.
No, ¿en serio? Que gran novedad que alguien llore por tristeza, es un milagro del Dios Held. Si no fuera que, a pesar de todo el lío que se armó, aún le quedaba paciencia, hubiera perfectamente respondido eso sin importarle una mierda los sentimientos de la otra persona. —¿Y por qué estabas triste cariño?
Nuevamente la niña tardó en responder. ¿Sabía hablar, cierto? A veces podía llegar a dudarlo. —Usted se enojó conmigo. Por eso... me puse triste.
¿Enojada? Ella no estaba molesta con su invitada... Momento...
Tuvo ganas de golpearse. Otra vez su cerebro ordenando a su cuerpo actuar sin siquiera dejarle tiempo a su consciencia de comentar algo.
Pudo volver a escuchar los pequeños sollozos de su hermana menor espiritual, y solo pudo sentirse peor.
—Hey.— ante ese llamado, la vestida de blanco alzó la vista para encontrarse con la castaña de ojos marrones, sonriéndole de forma maternal y acariciándole la cabeza. —Cálmate, ¿sí? No estoy molesta contigo.
—Pe-Pero...
—Solo... que tus preguntas me recordaron momentos tristes de mi vida.— unas pequeñas lágrimas comenzaron a salir de sus ojos cafés. —Yo debería disculparme... te hice sentir mal...— la niña, en respuesta, dejó que le siguieran acariciando el cabello sin decir ni hacer nada, solo quedarse mirando a su acompañante.
Sin duda, esa sensación de calidez en su cuerpo... era lo que llamaban felicidad.
Y, sin duda, esa forma de mirar a quien se encontraba delante suyo... era como se mira a alguien a quien se quiere.
—Lo siento, niña.— escuchó de la mujer que le sonreía.
—Yo también lo siento, señorita Bucciano...— recibió un paro de la castaña, que le dejó en duda. ¿Había hecho algo mal otra vez?
—Deja eso. Llámame Garaci, ¿de acuerdo?
Emocionada, asintió.
—Ya pronto buscaremos algún apodo para ti, así que aguanta un poco más, ¿de acuerdo niña?
Emocionada, volvió a asentir.
—¿Entonces? ¿Quién soy?
—¡Garaci!
—¡Exacto!
Ambas rieron, como si se tratara de dos hermanas, mayor y menor.
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