1. Lisa A.


Giró su cabeza como siempre hacia uno de los carteles, ya que por cómo estaban se había convertido en una costumbre. La pared estaba repleta, y ahora ponían algunos papeles sobre otros ya desgastados para poder informar. Esta vez fue una mujer llamada Rio Neja, una sirvienta. Según su retrato y su descripción, tenía ojos y cabello morado, atado en dos coletas y un flequillo. Suspiró, ya era la tercera del mes.

Los hombres afirmaban que todas las desaparecidas deben estar en algún lugar, seguramente con un hombre que las sedujo y eso fue suficiente para abandonar a sus seres queridos sin dejar rastro, ya que claro, todos hacen estupideces por amor.

Chasqueó la lengua, en señal de molestia, ante esos recuerdos. ¿Por qué ellos hablaban sin saber bien qué había sucedido? Era cierto que por alguna extraña razón, cualquier pista que estuviera relacionada con el camino que alguna de las féminas podría haber tomado desaparecía de la faz de la tierra en cuestión de horas, pero no por eso debían iniciarse rumores estúpidos. Miró por última vez el pedazo de papel, y con una sensación de impotencia al no poder hacer nada ella tampoco, siguió con su camino.

Su destino era el teatro de su ciudad, Lisa A, en Asmodean, pues allí la esperaba su amiga de la infancia para ir a pasar un buen día en la casa de esta última, aunque antes de eso iban a hacer las compras de la semana. Su amiga era Cururi Leim, una chica de veintiún años –un año mayor que ella–, una bailarina profesional que venía de una familia de buen nivel económico, por lo cual sus padres no se negaron a que trabajara como cantante y bailarina, pues a pesar de eso tendría una gran fortuna con la qué mantenerse. Si esto no fuera así, se habrían negado rotundamente, ya para alguien con ese oficio el único dinero que recibía era el de la entrada para el espectáculo, además que parte de ese sueldo se lo quedaban el dueño del lugar y sus representantes, por lo cual era difícil poder subsistir de los simples sueños. Había que trabajar, incluso si no les gustara, pues el estómago no se llena con esperanzas ni felicidad, sino con comida. Comida que se consigue trabajando tu obedeciendo a tu jefe.

Suspiró. Menos mal que su amiga tenía los recursos necesarios para vivir, a diferencia de ella. Realmente su familia nunca fue la más adinerada del mundo, y ahora que los Leim los ayudaban económicamente menos, pues su padre era un alcohólico –todo eso un año después de que su madre les abandonó hace diez años– que no trabajaba porque su condición no le permitía ser aceptado en ningún lugar, además de que tampoco es que quisiera hacerlo mucho; y ella hacía pequeños empleos que le daban los de la ciudad –como limpiar o cargar bolsas–, ya que nadie le quería dar un empleo fijo a la hija del ex cantante amante del alcohol del pueblo. La desgracia vendría si se acercaba a uno de los niños, pues seguramente causaría que ellos empezaran a beber.

Rumores estúpidos que inventaba la gente solo por aburrimiento y porque sus vidas eran tan tristes que tenían que crear falsedades de los demás para poder entretenerse un rato.

Su camino se hacía cada vez más corto gracias a sus pensamientos. Creyó que si su mente trabajaba mucho, podría hacer pasar el tiempo mucho más rápido.

Teniendo esta idea en su cerebro, comenzó a pensar en su padre, con quién aún compartía la casa. A pesar de que los Leim le ofrecieron varias veces su casa como un nuevo hogar, no podía abandonarlo –además que de todas formas lo seguiría viendo en el pueblo–. Ese triste hombre no lograría vivir sin su ayuda. Había perdido a su amada esposa hacia diez años, cuando un día, de repente, no había ningún rastro de ella. Preguntaron por toda la ciudad, pero todos negaban haberla visto. Poco después, encontraron una nota escrita por esa mujer informándoles que se había ido y que no intentaran buscarla, pues no conseguirían nada. Y finalmente, el 16 de Abril, ella cumplió diez años, con los ánimos por los suelos y llorando durante casi todo el día. Su madre la había abandonado, y ambos estaban destrozados. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué habían hecho ellos para que tomara esa decisión? ¿Se enamoró de alguien más? La respuesta a cualquiera de esas y más preguntas no importaban. Esa mujer se había ido, y sin importarle para nada sus sentimientos. No sé permitiría hacer lo mismo. Ella era lo único que le quedaba, y no le podía abandonar.

Se tocó el pecho, donde sintió unos golpes saliendo desde lo profundo de su cuerpo. Era su corazón. No negaba que aún le dolía la partida de la fémina que hace muchos años dejó de llamar “mamá”, pues sus palabras o consejos acerca del cuerpo femenino y su funcionamiento le habrían servido de mucho. Tuvo que ir avergonzada –y aterrada– con la madre de Cururi, Mily Leim, para poder entender por qué se estaba desangrando en sus partes íntimas; junto con otros temas más, como el acné, el crecimiento de los pechos, la ropa, el maquillaje, enamoramientos, etcétera.

Ante esos recuerdos solo se sonrojó y trató de sacarlos de su mente lo más rápido posible.

Al darse cuenta, ya estaba apoyada en la pared del teatro, esperando a Cururi. Pudo sentir como algunas personas hablaban cerca de ella y susurraban, posando sus molestos ojos en su figura. Comenzó a contar hasta diez mentalmente para calmarse, no quería causar un escándalo rompiéndoles la cara o gritándoles que no era sorda, pues eso solo traería consecuencias negativas, entre ellas, mayor rechazo de la gente ante la idea de contratarla en un oficio. Su pequeña familia de solo dos personas no podía depender de la generosidad de los Leim para toda la vida.

Notó que otros se le quedaban viendo o al pasar la miraban de forma para nada discreta, y al darse cuenta de ello, levantó la mirada, haciendo que todos esos se concentraran en sus asuntos. Supuso que era por lo extraño de su cabello, pues todas las personas de ese lugar siempre preguntaban –aunque no a ella– cómo era posible que tuviera el cabello completamente castaño, pero su flequillo fuera de cuatro colores diferentes: marrón oscuro, rosa, cian y amarillo. Ya que eso era lo único fuera de lo común en su ser, pues sus ojos eran cafés, su piel era de un claro normal, y su peinado era cabello suelto con la raya al costado y un flequillo con esos colores. Su vestimenta tampoco era nada del otro mundo, pues solo era un vestido de mangas algo largas que llegaban hasta un poco antes del codo, de color lila pálido, y unos zapatos marrones grisáceos claros. Siendo completamente sinceros, ni siquiera ella misma lo sabía, pero su padre un día le aclaró que seguramente esos colores los heredó de su madre, quien también tenía unos bellos colores distintos al rubio en las puntas de su ondulado cabello. El resto era sacado por completo de su padre, cosa que tanto ella como él agradecían. No les gustaría recordar a esa mujer más de lo necesario.

Tenían suerte que el pueblo, queriéndolo o no, les ayudaba en eso. Tiempo después de su desaparición, todos negaban haber conocido a la esposa de su padre, como si se hubiera evaporado en el aire, o directamente no hubiera existido.

—¡Garaci, respóndeme!— una voz femenina la sacó de sus pensamientos, junto a un chasquido de dedos delante de su cara. Giró la vista para encontrarse con una joven de ojos y cabellos rojos –atados en una coleta– como una fresca manzana, y su piel de un tono medianamente tostado. La miraba con molestia, seguramente porque le estuvo llamando varias veces, y ella perdida en sus pensamientos. Llevaba un vestido rojo oscuro que dejaba ver su delgada contextura, pues su cintura era tal vez la más pequeña que vio alguna vez en su vida, y aunque en esa parte fuera ajustada –combinada con una bella cinta dorada que terminaba en moño en la parte trasera–, sus mangas eran largas y abolsadas, y de diferentes colores: una bordo; y la otra de un rosa tirando a rojo.

Ante ese grito y el susto que el ruido de sus dedos le causó, la miró molesta y la señaló con su dedo. —¡No hagas eso, idiota! ¡¿Sabes el susto que me has dado?!— su seño se frunció.

—¿Eh...?- su amiga la miró con incredulidad combinada con molestia. —¿Que yo te di un susto? ¡Podrías explicarme por qué no respondías! ¡Me estabas asustando!

—Oh, eso, perdón. Pensaba en mi madre.— se disculpó, y ambas acompañadas de una interesante conversación, comenzaron a caminar.

—¿En tu madre? ¿Hablas de...? Eh...— al tratar de nombrarla, la pelirroja no pudo evitar sentirse extraña, como si un vacío se instalara en su cuerpo. ¿Por qué era tan difícil decir un nombre? ¿Acaso era tan complicado recordar el nombre de la desaparecida madre de su mejor amiga? ¿Por qué el nombre de esa mujer siempre la dejaba pensando durante horas y horas, sin obtener ningún resultado? Al ver en los ojos marrones de la castaña que dejara de intentar recordar inútilmente algo que ni siquiera ella conocía bien, se resignó y fue a la solución fácil y rápida. —¿La señora Bucciano?

—La ex— hizo acentuación la castaña en lo último dicho. —señora Bucciano. Esa mujer ya no lleva nuestro apellido.

—Garaci...

—Cambiemos de tema. ¿Cómo está... Jean, verdad?— la de ojos marrones colocó su dedo índice de la mano derecha bajo su mentón para pensar en el nombre de la compañera de trabajo de su amiga. Según tenía entendido, su nombre era Jean, y era rubia de ojos naranjas.

En cuanto escuchó ese nombre, la bailarina suspiró. —Pues hace tiempo que no la veo. La última vez, sabiendo que no volvería en un tiempo, quise festejar con ella y Lolichi...— era una costumbre de la portadora de ojos manzana ponerle apodos a las personas que le caían bien. La única a la que no le puso ninguno fue a Garaci, a quien llamaba por su nombre. Realmente no le importaba demasiado, y aunque a veces se lo preguntara mentalmente, no tenía necesidad de conocer la respuesta. Imaginaba que era porque ya se conocían desde hace mucho. —pero como siempre, al terminar su presentación se fue como alma que lleva el Dios Behemo. Siempre le pregunté por qué, pero lo único que decía era «No puedo decírtelo, lo siento. ¡Ten una buena jornada!»— hizo comillas con sus dedos ante la frase ya característica de su amiga de ojos naranjas. —y luego desaparecía.

—Imagino que tendrá sus razones.— llegaron al mercado, y mientras hablaban se pusieron a mirar los puestos que había. Ambas llevaron sus canastas, y aunque Cururi no necesitara de mucho, ayudaba a su amiga de la infancia con sus compras. —¿Y Lolan?

—Oh, se fue a su casa hace unas horas. Dijo que necesitaba descansar.

—Adivino, ¿rechazó otro monto más?— habló con burla la de menores recursos, a lo que la millonaria se carcajeó.

—Exacto.— suspiró Leim. —¿Cuándo entenderán que no tienen oportunidad?

—Cuando Arisa se dé cuenta que Lolan está interesada en ella.— Bucciano tenía un punto. Su amiga bailarina, Lolan Eve, desde hace un tiempo que se encontraba interesada en una chica diez años menor que ella, de veintidós años, llamada Arisa Kasane, una militar de ojos de monedas de oro y cabellos morados como a veces podía parecer el cielo nocturno, que acostumbraba a llevar ropas de tonos negros y verdes, simbolizando al uniforme militar. Tenía el cabello hasta los hombros, piel rosado claro, y era la clase de persona que puede estar lo más enfadada del mundo, ve algo lindo y se le pasa. Lo más adorable de ella, y tal vez la razón por la que muchos consideraban que no podía ser mala persona, era su conejo marrón de ojos negros, llamado Snowball. Era una cosita tierna y peluda que siempre llevaba con ella, y que no parecía tenerle ningún miedo.

Y sí, Lolan se había enamorado de ella.

—Y eso será...

—Nunca.— al ver que pensaban lo mismo, ambas empezaron a reír. Sí, era cruel burlarse de la poco exitosa vida amorosa de una amiga suya, pero no negaban que era muy divertido. Pobre su amiga con gusto en las mujeres, pero su interés romántico no le haría caso ni siquiera si Levia y Behemo ayudaran. Y aunque fuera muy triste, bromear con cosas como esas a veces resultaba muy divertido. Además, Lolan se reía con ellas cuando lo comentaban, así que no podía ser tan malo. Otro punto a tener en cuenta es que, según tenían entendido, Arisa no estaba interesada en las mujeres, sino en los hombres, aunque pocas veces demostraba un verdadero gusto.

Y mientras hacían las compras, dos mujeres miraban escondidas en los árboles. Una de ellas tenía largos cabellos azules, atados en dos coletas bajas, un flequillo con forma de M, y ojos de zafiros, los cuales demostraban diversión; la otra era rubia de ojos verdes, tenía un flequillo recto, y al final de cada cierta cantidad de mechones, su cabello terminaba en colores diferentes: turquesa, verde, azul claro, violeta, rosa pálido, marrón también pálido, y amarillo. Se camuflaban, incluso si realmente no lo pareciera, pues cualquiera que no estuviera afectado por sus poderes, podría verlas.

—Mi niña...— dijo la rubia, mirando a la castaña.
—Mi hija.— dijo la de hebras azules, mirando a la misma mujer.

Ambas se miraron, y la de ojos azules solo pudo mirar a su acompañante con desaprobación. ¿Cuándo iba a entender la realidad de las cosas?

—María-san, yo- — la rubia, que llevaba un bello vestido negro con un sombrero a juego, y guantes que llegaban hasta los codos –donde había encaje–, trató de disculparse, pero su contraria se negó.

—No vamos a discutir esto otra vez porque es una pérdida de tiempo. Hay que movernos. La otra seguramente estará por aquí, y siendo sincera, ya tengo suficiente de sus críticas.

Entonces, la castaña con flequillo de distintos colores sintió una especie de sensación extraña. Su cuerpo se congeló y podía confundirsela con un cadáver, pues su rostro estaba completamente azul, y no tenía fuerzas para seguir caminando. En su mente, escuchó:

«Hola hija mía.»

Se dio la vuelta con violencia, sorprendiendo a su amiga por la reacción tan extraña que tuvo.

—¿Garaci, te encuentras bien?

No respondió. Buscó con su mirada algo, lo que fuera, que pudiera darle una pista sobre lo que escuchó. ¿Había sido real?

—¿No escuchaste nada?— preguntó a la pelirroja, y esta última la miró con extrañeza y preocupada.

—¿Eh? Pues claro que sí.— al escuchar esa respuesta, la miró rápidamente, deseando que ella dijera que no estaba loca, y que ella también oyó esa extraña voz femenina, que sonaba burlona pero también misteriosa. —A los vendedores.

Se decepcionó. Eso debía significar que fue un simple producto de su traicionera imaginación.

—¿Te encuentras bien?

—S-Sí, sigamos comprando.

La mujer de ojos azules sonrió. Ya podían comenzar.

—¿Qué te sucedió, pequeña?

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