Capítulo LX: Las Pruebas de Minerva - ¡Resiste, Entermon!
Cuando Milly abrió los ojos, por primera vez, desde que había sido contactada por las fuerzas difinas, se dejó llevar por el temor. Se encontraba dentro de la Ashford Academy, que lucía tan majestuosa como lo había sido antes del incendio que cerró sus puertas. Antes del ataque del Xros Heart. Estaba vestida con el uniforme del colegio. Miró sus manos, que temblaban ligeramente, e intentó reconocer cada detalle que la rodeaba. El constante tecleo de Nina Einstein llenaba la habitación. La chica de gafas redondas se mantenía inmersa en una investigación sobre las diferentes maneras de potenciar los poderes de algún tipo de Knightmare. Rivalz estaba atrapado entre guirnaldas de papel desordenadas. Shirley tenía dos alfileres sujetos entre los labios e intentaba confeccionar un vestido cubierto de relucientes lentejuelas, que esperaba para reunirse con tres más que ya estaban listos. Kallen esbozaba una expresión de pocos amigos, siendo ella quien debía modelar el vestido para que Shirley pudiera trabajar.
—¿Qué...? ¿Por qué...?
Cuando intentó levantarse, la mirada de Nina fue la única que siguió sus movimientos. Al estar de pie, Milly se percató de que los zapatos que usaba no eran los mismos que solía llevar a la academia. Eran un par de botines. Los mismos que había estado usando antes de que la alucinación comenzara. Pestañeó un par de veces. Los zapatos no cambiaron. Sus calcetas desaparecieron. Poco a poco, su vestimenta se transformó en la misma que le pertenecía en el Mundo Digital.
En las gafas de Nina se reflejó el símbolo de Minerva. Siguió tecleando, en silencio.
Milly corrió al instante hacia Shirley, envolviéndola en un fuerte abrazo. Shirley se tensó por un momento, para luego sonreír y devolver el gesto. No se inmutó ante el llanto de la chica rubia, que repitió el acto con Rivalz y Kallen.
—¡Chicos! ¡Me da tanto gusto verlos! Creí que... ustedes estaban...
No pudo continuar. Enjugó sus lágrimas y siguió sonriendo, sin importarle la forma antinatural en que sus amigos sonreían.
La respuesta de Rivalz, sin embargo, heló su sangre de un segundo a otro.
—Por supuesto que lo estamos, Milly. Estamos muertos. Nina también lo está.
Sin aliento, Milly retrocedió con torpeza. El tecleo se fue volviendo más intenso gradualmente. A cada segundo que pasaba, taladraba en sus oídos con más fuerza.
A pesar de saber que no había forma de remediar lo que había pasado, Milly negó con la cabeza. No pudo responder. Más lágrimas de horror brotaron de sus ojos cuando Shirley siguió con su trabajo, respondiendo de la misma manera.
—Tú nos dejaste morir. Nos orillaste a esto. Es tu culpa, Milly.
—No... ¡No! ¡Eso no es verdad! Yo no... nunca...
—Tú nos convenciste de unirnos a la resistencia —dijo Rivalz—. Gracias a ti, yo fui asesinado.
—Rivalz, eso no... Yo no sabía que...
—Gracias a ti, y a que me involucraste en esto, yo también fui llamada a ese mundo para ayudar a Suzaku —dijo Shirley—. Gracias a ti, ese demonio me asesinó.
Kallen se mantuvo en silencio.
Milly retrocedió una vez más. Intentó armarse de valor al responder, pero lo único que logró fue que su voz temblara un poco.
—No, yo... Nunca... quise que esto pasara... Yo... No quiero que Yoshi también... muera... como ustedes...
—Ese mundo te importa más ahora —acusó Rivalz—. Te has vuelto una de esos sujetos que me asesinaron.
—Rivalz, yo no...
—¿Cómo puedes apoyar a quien me asesinó a mí? —atacó Kallen al fin.
Desarmada, Milly dio un paso más hacia atrás. De pronto, se sintió acorralada por las tres apariciones que comenzaron a avanzar hacia ella. Se horrorizó al ver la forma en que la carne desgarrada de Shirley lucía en perfecta armonía con los cuerpos destrozados de Kallen y Rivalz. Cayó de espaldas y cubrió sus ojos, sintiendo que sus oídos comenzarían a sangrar, pues el tecleo de Nina se combinó con las voces incesantes que repetían una y otra vez las mismas palabras.
—Tú nos mataste, Milly. Tú nos mataste, Milly. ¡Tú nos mataste, Milly!
La pobre chica se deshizo en un alarido de terror. Lloriqueó, exclamando con voz quebrada:
—¡Lo lamento...!
Sintió la sangre encharcarse debajo de sus piernas. Quiso levantarse, sin conseguirlo. No descubrió sus ojos, ni se atrevió a mirar una vez más. Lloriqueó un poco más, rindiéndose ante sentimientos que tal vez ella misma ignoraba que había almacenado en su corazón.
—Yo... lo lamento... Nunca pude... perdonarme a mí mimsa por lo que pasó con Rivalz... Nunca quise... que nada de esto sucediera... ¡Yo nunca quise que nuestro mundo también fuera destruido! ¡Nunca quise que esos sujetos asesinaran a Lelouch frente a todos nosotros! Nunca quise... que Shirley fuese llamada también... Yo... nunca quise... ser parte de esto... ¡Todo lo que quería...! Todo... lo que quería... era... vengar lo que sucedió en la academia... Sólo... Sólo quería... hacer algo... más... para ayudar, cuando vi que... el imperio no nos... defendería... Yo...
Estalló en un sollozo. Abrazó sus rodillas. Cubrió sus oídos para librarse de las voces que no dejaban de atormentarla. Gritó con todas sus fuerzas, sintiendo que tres pares de manos desgarradas y cubiertas de sangre la tomaban por los brazos para darle fuertes sacudidas. Sintió que su ropa se desgarraba. Al fondo, escuchó la destrucción. Los alaridos de terror de quienes fueron exterminados cuando el Pandemonio de Bagra dio comienzo.
Y cuando su voz se apagó, tan veloz como un suspiro, todo terminó.
Las manos desaparecieron. El tecleo se detuvo también. Se atrevió a abrir los ojos, cubiertos aún con sus lágrimas, y se encontró a sí misma en la academia destruida por el pandemonio. No vio marcas en su cuerpo. Su ropa estaba intacta. Su corazón latía con fuerza. La soledad le hizo temer más que nunca.
Se levantó con torpeza, sintiendo que caería en cualquier momento. Que sus rodillas fallarían al dar el primer paso. Al girarse, Nina apareció detrás de ella. Milly retrocedió una vez más, pues el símbolo de Minerva era lo único que se reflejaba en los ojos de la amiga que les había dado la espalda al descubrir el secreto de Zero.
La voz de Nina, aunque conservaba el mismo timbre, no le pertenecía a ella.
—Milly Ashford.
La chica sintió un escalofrío que la recorrió de pies a cabeza. Tragó saliva, preguntándose si acaso era normal que estar frente a Minerva, indirectamente, le causara tanto temor.
—Sí... Soy yo...
Los ojos de Nina centellearon.
—Puedo ver la culpa que inunda tu corazón. Has vivido durante todo este tiempo, sintiéndote culpable por algo que tú no causaste. Por algo que causaron otros, que tomaron decisiones equivocadas. Una decisión noble como la tuya fue lo que hizo que las fuerzas divinas del Mundo Digital encontraran lo necesario dentro de ti, y de tus amigos, para ayudarnos en este momento de crisis.
—Pero... yo no soy...
—No, Milly Ashford. No lo eres. No formas parte de quienes fueron conocidos como Niños Elegidos en su momento. Eres sólo alguien que se vio envuelta en las circunstancias, y que quiso unirse a la lucha en busca de justicia. Fueron los experimentos de la raza humana lo que unió nuestros mundos. Fue gracias al portal que creó Lloyd Asplund, que nuestras dimensiones están entrelazadas con la tuya. Ahora, depende de ti tomar una nueva decisión.
—¿Una nueva... decisión...?
—Ahora que has aceptado y confesado lo que ocultabas en tu corazón, ha llegado tu momento de hacer algo al respecto. Si decides unirte a mí y a las fuerzas divinas del Mundo Digital, así como he hecho con mis Appli Drivers, te daré el poder para obtener lo que más deseas.
—Lo que más deseo... No... No. Eso es imposible. ¡No puedes devolverles la vida a mis amigos! No puedes... revertir lo que pasó... ¿O sí?
—No. No puedo hacerlo. Todo lo que puedo hacer es ayudarte a obtener la paz interna que tanto necesitas. Si has aceptado nuestro llamado, significa que estás en busca de lo que te arrebataron. Y yo te ayudaré a conseguirlo.
—¿Cómo...?
—Sólo debes responder a una pregunta, y yo te daré lo que necesitas para obtener la paz.
—¿Qué clase de... pregunta...?
Como respuesta, nuevamente aparecieron dos hologramas frente a ella, de tamaño suficiente para colocar las palmas de sus manos sobre ellos. La distanciaron de Minerva, quien continuó sin más, al mismo tiempo que sus palabras aparecían escritas sobre los botones.
—Milly Ashford, ¿quieres vivir en paz?
Sintió que su corazón se detuvo por un instante. Quiso retroceder una vez más. Quiso detenerse a pensarlo. Quiso dudar, pues dentro de sí sabía que no habría oportunidad para hacerlo después.
Sin embargo, una mirada hacia su entorno bastó para convencerse de que no había otra alternativa.
No estaba segura de lo que sucedería después. No estaba segura de que hubiera alguna forma de remediar la destrucción del Pandemonio de Bagra. No estaba segura de que ella no se reuniría con sus amigos en la otra vida antes de lo que planeaba.
Sólo estaba segura de una cosa.
No había llegado a ese mundo para salir de él con las manos limpias.
Pulsó el botón verde sin detenerse por un segundo más. El panel desapareció, transformándose en una esfera de luz que se materializó cuando los ojos de Nina volvieron a centellar. Obedeciendo a su instinto, Milly acunó la esfera entre sus manos. Ésta no tardó en revelar el significado de las palabras de Minerva.
Una DigiMemory, decorada con una simple etiqueta que contaba con un nombre peculiar y desconocido para ella.
Afrodite Kaiser MW-99X.
—Esto es... ¿El nombre de un Knightmare...?
Minerva asintió.
—Tus amigos y tú no pertenecen a nuestro mundo, Milly Ashford. Y ahora que Daemon ha eliminado el arsenal con el que ustedes contaban, esto es todo lo que yo puedo hacer por ti.
—No lo entiendo... Minerva, por favor. Dame una pista. ¿Qué se supone que debo hacer con esto?
—Tu misión consiste en crear un lazo con cualquier Elegido que posea un Digivice. Un vínculo tan fuerte, que haga que tú lo hagas desprender la Luz Sagrada y que haga que la DigiMemory cambie de color estando en tus manos y en las de esa persona al mismo tiempo. Sólo sucederá una vez. Úsalo sabiamente.
—Esto... No puedo... ¿Cómo se supone que sabré...?
—Buena suerte, Milly Ashford.
Minerva esbozó una pequeña sonrisa. Milly intentó evitar que la luz blanca la cegara por completo cuando la simulación terminó.
Al abrir nuevamente los ojos, sintió que se había quedado sin aire. Se levantó de golpe de su asiento y tosió un par de veces. Labramon corrió hacia ella para recibirla.
Milly sólo prestó atención al resto de sus compañeros, que aún se mantenían dentro del trance de Minerva. Miró entonces sus manos. Aún sujetaba la DigiMemory. Se había tornado de color gris, y la etiqueta había desaparecido.
La chica deseó que sus dudas se hubiesen disipado también, en lugar de haber crecido.
Quiero hacer justicia, pensó y miró a cada uno de los Elegidos que sin duda pasaban por pruebas mucho más difíciles. Pero, si quiero conseguirlo... ¿Quién se supone que me ayudará...?
Astra miraba el AppliDrive sin poder creer que el aparato estaba cubierto de estática, y que la pantalla no mostraba ninguna señal. Miró a Entermon con aire suplicante, sin poder entender cómo era que aún podía verlo físicamente. Entermon tampoco podía creerlo. Sus poderes no disminuyeron. Astra sucumbió ante un pequeño acceso de temor. Intentó hablar através de la Seven Code Band, que también mostraba señal estática.
Miró a Clarisse, quien esbozaba una sonrisa cargada de malicia que estremeció incluso a quienes atestiguaban a través de las cámaras de seguridad, que no tardaron en sucumbir también. Cada ordenador del refugio de Lloyd dejó de funcionar.
—¿¡Qué es lo que has hecho!? —atacó Astra.
Complacida, Clarisse dio una inquietante caricia al rostro aterrador de Mastermon.
—La técnica especial de Mastermon es el Data Breaker, niño. Un ataque que inutiliza todos los artefactos electrónicos en los alrededores. Eso significa que no podrás usar ese... aparato, a no ser que destruyas a Mastermon. Lo cual, por cierto, será imposible para ti.
Astra borró su sonrisa. Cerró los puños con fuerza y apretó los dientes.
Maldición, pensó el chico. Tengo que encontrar una forma de deshacerme de esa técnica... Si no lo hago, Haru y los demás nunca podrán volver.
Miró a Entermon, quien asintió en silencio al entender a la perfección lo que sucedía.
No hubo más sonrisas, a excepción de la de Clarisse.
Cuando las primeras técnicas de Mastermon y Entermon hicieron colisión, todo se cimbró en el refugio de Lloyd. La incertidumbre golpeó a Schniezel, quien corrió hacia las puertas para buscar un Knightmare y unirse a la contienda. Terrible fue la sorpresa al descubrir que se habían quedado sitiados, pues el mecanismo que habría las puertas también había dejado de funcionar. Compartió una mirada con Lloyd y Cecille.
Tal vez, aquella fue la primera vez en que Schniezel pudo comprender a la perfección la lucha en la que su hermano estaba inmiscuido. Todo era mucho más grande de lo que cualquiera podía imaginar.
Izzy se quedó sin habla y sin aliento cuando abrió los ojos y se encontró a sí mismo sentado frente a su escritorio. De vuelta en casa. De vuelta en su habitación. Vestido con el uniforme de la preparatria. Con el ordenador encendido, en el cual tenía el reporte final de ciencias a medio terminar.
No podía creerlo. Miró por la ventana, buscando incesantemente algo que le ayudara a descubrir que soñaba. Que alucinaba. Estaba tan seguro de ello, puesto que recordaba a la perfección el asunto de Minerva, que su instinto le dio una señal. Se levantó a toda velocidad de la silla e intentó abrir la puerta. No encontró ninguna manija. Ninguna salida. Su mirada se fijó en el reloj de la pared, que daba vueltas sin parar, tal y como recordaba que había sucedido segundos antes de que el caos borrara todo lo que él consideraba como su hogar.
Angustiado, corrió hacia la ventana una vez más. Todo lucía tal y como lo recordaba. Las personas de la calle y de los otros apartamentos miraban hacia el cielo, preguntándose qué eran todas esas distorciones que teñían el azul de un rojo apocalíptico.
—Tengo que evitarlo... ¡Tengo que evitarlo...!
No pudo terminar su frase. Quiso llevar una mano al Digivice que no encontró. No podía encontrarlo. Y tampoco podía llamar a su fiel compañero Tentomon.
No pudo hacer nada cuando la destrucción sucedió. Cuando todos los aparatos electrónicos dejaron de funcionar. Se volvieron locos. Golpeó el escritorio con ambos puños. No lo entendía. No podía exlicarlo. No tenía respuestas. No tenía soluciones.
La ira que se apoderó de él hizo que una punzada de dolor apareciera en su brazo. Al mirarlo, se sorprendió de que el uniforme de la preparatoria se transformara en el traje que usaban los Protectores de los Siete Reinos. Volvió a convertirse en Sigma. Miró de nuevo su ordenador. La pantalla era el único aparato que aún luchaba por seguir funcionando. El símbolo de Ophanimon lo llamaba. Y a la vez, lo llenó de más dudas que intensificaron el dolor.
Recordó vívidamente el momento en que la Uña Nazar de Lilithmon lo había herido. Vo pasar ant sus ojos todas esas ocasiones en las que Tentomon lo había visto sufrir sin encontrar explicaciones. Sabía que el veneno seguía avanzando. Que estaba infectado. Que necesitaba ayuda. Y que no podía encontrar las respuestas por sí mismo.
Corrió hacia el ordenador. Lo sujetó con ambas manos. Se deshoz en una súlica que tal vez Taichi no habría aceptado en absoluto.
—Por favor... ¡Por favor, ayúdame a detener el Pandemonio de Bagra!
Su mayor debilidad era no poder entender lo que sucedía a su alrededor. Se sintió aterrado al escuchar los gritos que llegaban desde afuera. Desde los humanos que eran anbiquilados en masa.
A pesar de que nunca había sido especialmente demostrativo con sus sentimientos, era demasiado evidente que el temor se apoderaba de él. Y fue un sentimiento tan puro, que el símbolo de Minerva reemplazó al de Ophanimon en un parpadeo, haciendo que Izzy retrocediera. Por supuesto que Ophanimon no hablaría. Sintiéndose inseguro, Izzy retroceió un poco más. Escuchó a su madre gritar desde la cocina. No fue necesario pensar en lo que podía haberle pasado. Después de todo, recordaba a la perfección haberla visto desaparecer ante sus ojos cuando el Pandemonio de Bagra la aniquiló.
La desesperación aumentó. Quiso musitar los nombres de Taichi y Meiko. Su herida volvió a punzar. Sus ojos se volvieron opacos por un segundo. El veneno reapareció.
La voz de Minerva no fue en absoluto tranquilizadora.
—Izzy Izumi.
Asintió. Tomó un profundo respiro.
—Soy... Soy yo... Soy Sigma...
Los gritos no cesaron. Escuchó también el alarido que su padre soltó al ser destruido.
—Sin duda debes estar preguntándote qué razón puedo tener para haberte mostrado el día en que nuestros mundos fueron destruidos por Clarisse Okada. Esa tarde, justamente, en que luchaste contra el temor cuando te diste cuenta de que no podías encontrar una explicación. Una solución. Cuando trataste de encontrar a tus amigos, y descubriste que ellos habían muerto también.
—Yo... No sé qué decir... No lo entiendo...
Un par de bombillos estallaron. Izzy cubrió su rostro. La habitación de pronto quedó casi en completa oscuridad, a excepción del brillo de la pantalla del ordenador.
Minerva continuó.
—Las fuerzas divinas del Mundo Digital te eligieron para este trabajo, porque tú eres uno de los más indicados y más hábiles. Eres una de las únicas dos personas capaces de restaurar ambos mundos.
—¿Cómo...? ¡Dímelo! ¡Dime cómo puedo hacerlo! ¡Por favor!
Su brazo lanzó otra punzada de dolor.
El símbolo de Minerva centelleó.
—Estás contaminado por las fuerzas oscuras que te han convencido de que debes aniquilar a tus aliados. Has sido infectado por la semilla de la desconfianza que ha germinado y se ha extendido hacia tus compañeros. Yo puedo dotarte de un nuevo poder. Puedo devolverte a tu compañero Digimon para que puedan alcanzar el máximo nivel. Puedo darte una silución para eso que te correo desde lo más profundo, y que terminará por aniquilarte. Sólo debes responder a una pregunta, desde tu corazón.
Izzy observó en silencio. Los botones aparecieron frente a él, junto con las palabras que se escribieron en el aire a la par que se escuchaba la voz de Minerva.
—Izzy Izumi, ¿sientes curiosidad?
El chico estaba consciente de que Minerva esperaba una muestra de remordimiento, a cambio de devolverle la posibilidad de luchar. Así que quiso hacer todo lo posible para convencerla, con tal de volver con sus compañeros y así asegurarse de encontrar una forma de implantar el Knightmare inservible en el Xros Loader de Nene. A pesar de que Daemon lo había destruido, junto con el resto del arsenal que poseían.
Sin embargo, su mano se detuvo sobre el botón verde. No pudo evitar mirar el símbolo de Mineva por un segundo, preguntándose si acaso sería tan fácil engañarla.
Por supuesto que deseaba llegar al último Nivel. Por supuesto que quería recuperar a Tentomon. Y era demasiado evidente, tanto para él como para Minerva, que necesitaba encontrar de nuevo su razón para formar parte del equipo.
Pulsó el botón verde sin pensarlo más, recibiendo la esfera de luz que acunó en sus manos. Un Digivice renovado, de color púrpura, acompañado de un collar que parecía ser simplemente una cadena y un dije con el Emblema del Conocimiento.
—¿Qué es... esto...? ¿Dónde está Tentomon...?
—Para recuperar a Tentomon, tendrás que hacer que la Luz Sagrada brote del Digivice cuando tus sentimientos sean realmente puros. Y para remediar eso que te corrompe, necesitas que la Luz Sagrada de la Súper Evolución te purifique. Tu misión consiste en crear un vínculo con alguien que porte un Xros Loader. Un lazo tan poderoso, que la luz de la Súper Evolución brille en un momento de crisis sólo para ti. Sólo en ese momento, Tentomon y tú podrán alcanzar el último Nivel de Digievolución. Les deseo suerte.
—Espera, Minerva. Todavía tengo...
Izzy abrió los ojos una vez más, antes de terminar su frase. Apareció en el mismo sitio donde sus compañeros aún permanecían en trance, y donde Milly era la única libre de tormentos, además de Rei.
Observó a Taichi y a Meiko, deseando que ellos también pudiesen encontrar una forma de engañar a Minerva.
A pesar de que sus ojos volvieron a tornarse opacos por un momento, aferró con fuerza el obsequio de Minerva que lo siguió al salir de la alucinación.
Aunque no podía verlo ni tocarlo, tuvo la impresión de que Tentomon ya no estaba tan lejos de él.
El campo de fuerza que protegía a Mastermon era impenetrable. Entermon cayó en tres ocasiones, cuando el escudo devolvió sus técnicas con mayor potencia. No hacía falta que Mastermon se moviera en absoluto. Sólo miraba con sus ojos aterradores a Astra, quien comenzaba a sucumbir ante la desesperación. Entermon optó por usar una siempre confiable ráfaga de puñetazos. Sus manos terminaron distorsionándose ligeramente al terminar, pues sus fuerzas amplificadas devolvieron los golpes. Aterrizó a un lado de Astra, con la respiración agitada y luchando por encontrar un nuevo aire.
Clarisse aplaudó desganada. Sus ojos liberaron un destello siniestro.
—Muy bien, Torajirou Asuka. Ahora somos nosotros quienes llevamos las riendas. Te revelaré otro secreto del Data Breaker de Mastermon.
Se limitó a chasquear los dedos, haciendo que Mastermon cambiara de nuevo a Piedmon. El siniestro payaso esbozó una siniestra sonrisa y desenvainó sus espadas.
Astra miró el Appli Drive con desesperación. La pantalla seguía sin encender. Su respiración se agitó mucho más cuando Piedmon se movió a mayor velocidad para tomar a Entermon por el cuello y elevarlo en los aires. Entermon no pudo resistir su fuerza. Astra sucumbió cuando vio a su mejor amigo luchar para respirar un poco.
—¡Ya basta! ¡No lo lastimes!
Clarisse soltó una pequeña risa.
—Para ser un Niño Elegido, te hace falta aprender lo más importante, Torajirou Asuka... Este mundo también nos pertenece.
—¡Entermon...!
El corazón de Astra se detuvo cuando el Hechizo Final de Piedmon impactó a Entermon de lleno. A una distancia tan corta, no fue sorprendente que Entermon simplemente se desplomara en el suelo, con el cuerpo cubierto de distorsiones que comenzaban a borrar su imagen.
Eri podía jactarse de no haber sentido temor alguno cuando abrió los ojos y se encontró en el escondite que compartía con sus amigos. En la fortaleza que los mantenía protegidos de Leviathan, y donde se respiraba un ambiente cálido y familiar que había desaparecido en ese momento.
Las luces estaban apagadas. Entre las cuatro inmensas paredes corría un aire gélido que pudo haberle causado escalofríos, y que ella supo combatir a la perfección.
Bastó con comenzar a avanzar a lo largo de la habitación, para darse cuenta de que al fondo sólo encontró los rastros de lo que había sucedido afuera. Al menos, eso quiso creer. Quiso convencerse de que la fortaleza se había salvado por poco, y que la destrucción que se esparcía como raíces de color negro podría seguir avanzando.
Dio un par de pasos hacia ese muro. Se detuvo en seco cuando sus ojos lograron distinguir que las raíces comenzaban a moverse poco a poco. Lentamente. Formando un símbolo que la hizo retroceder.
Una letra L que le causó escalofríos.
—Leviathan... ¿Él... está detrás de esto...?
Escuchó pasos detrás de ella. Se giró con violencia, percatándose de que eran sus compañeras de Appliyama 470 quienes la observaban en silencio.
—Chicas...
No se atrevió a avanzar hacia ellas. No podía confiar en que no estaban ocultas paricalmente en las sombras por alguna razón pacífica. Sintió una pizca de temor. Deseó poder recurrir a su fiel amigo, pero Dokamon jamás acudiría al llamado.
El temor atacó con más fuerza cuando sus compañeras sonrieron, con tanta malicia que no podía augurar nada bueno.
—¿Qué es... esto...?
Frente a sus ojos, la ropa de ambas chicas comenzó a desagarrarse. Sus cuerpos se consumieron en sí mismos, transformándose en aquello que ella había visto cuando el Pandemonio de Bagra se desató. Cadáveres que simplemente reían a carcajadas, repitiendo las mismas palabras que comenzaron a taladrar en sus oídos.
—Ustedes causaron esto... Ustedes causaron esto... ¡Ustedes causaron esto!
Eri cayó de espaldas. Se arrastró para alejarse de los tormentos, sin estar del todo segura de lo que debía hacer. Abrazó sus rodillas cuando su espalda chocó contra el muro en el que se dibujaba el símbolo de Leviathan. Las dudas atacaron al instante, como un enjambre que no dejó de perseguirla. ¿Cómo podían culparla esas chicas? ¿Por qué? ¿Qué habían hecho mal los Appli Drivers de Minerva? ¿En qué se habían equivocado?
Sollozó. Estalló en un grito desesperado.
—¡Yo no hice nada malo!
No fue su grito lo que hizo callar las voces, sino un chasquido que se amplificó desde un rincón de la habitación. Eri miró hacia ese punto, preguntándose quién podía ser ese muchacho de cabello blanco que también estaba parcialmente oculto en las sombras.
El destello azul en los ojos del chico reflejó el símbolo de Minerva por un segundo.
Los gritos se apoderaron de la habitación, transmitiendo la desesperación en voces conocidas que no hicieron más que aterrorizar a la pobre chica. Eri se hizo un ovillo, preguntándose qué era lo que había hecho, como para merecer un sufrimiento tan grande.
Esos gritos fueron tan potentes, que no se percató del sonido de los pasos que se acercaron a ella. Sólo se sorprendió de muerte cuando vio la mano del chico tendida hacia ella.
Insegura, aceptó la ayuda. Intentó reconocer al chico. No pudo conseguirlo. No era un Appli Driver de Minerva. Y, aún así...
—¿Quién eres tú?
Supo que hacer preguntas era inútil cuando el símbolo de Minerva brilló de nuevo en los ojos del muchacho. La voz que brotó de él, a pesar de ser masculina, sólo podía pertenecer a alguien más.
—Eri Karan.
—Minerva... ¿Qué es todo esto...?
—Lamento haberte mostrado todo esto. Este sistema está programado para representar de alguna forma el miedo más profundo que se esté apoderando de ustedes en este momento. Todos han quedado marcados por los estragos que Clarisse Okada causó en nuestros mundos. El Pandemonio de Bagra nos ha obligado, a mí y a las fuerzas divinas del Mundo Digital, a unir nuestras fuerzas para revertir todo el daño.
—¿Por qué...? Minerva, ¿por qué yo...? Dokamon está... Yo... no pude protegerlos... ¡Minerva, mi madre desapareció ante mis ojos cuando sucedió el pandemonio! ¡Por favor, dime cómo puedo...! Dime... Dímelo, Minerva... Por favor...
Era el momento perfecto para romper en llanto. Al menos, lo parecía. Sin embargo, no lo hizo. Se mantuvo fuerte hasta el último momento, como si su pequeño colapso de minutos atrás no hubiese sucedido. La desesperación, sin embargo, siguió reflejándose en su voz.
Minerva posó una mano sobre el hombro de la chica.
—La única forma en la que yo puedo ayudarte es dándote las armas que necesitas para cumplir con tu anhelo más grande. Sé que fuiste testigo de un sufrimiento y un dolor demasiado grandes para alguien tan joven, y tan pura, como tú. Sé quien eres, y sé lo que eres capaz de conseguir. Es por eso que, si quieres volver a ver a Dokamon y vengar todo el dolor del que fuiste testigo, sólo debes...
—Sí... Sí. Minerva, haré todo lo que me digas. Por favor... Quiero... recuperar a Dokamon...
No había algo que Minerva pudiera hacer y que Eri no conociera. No le sorprendió ver los botones surgir ante sus ojos. Tampoco le sorprendió que Minerva quisiera resolver las cosas de esa manera. Después de todo, fue así como la chica había aceptado el llamado para formar parte de la batalla definitiva.
—Eri Karan, ¿quieres recuperar las sonrisas de los demás?
En su mente, Eri pudo ver las sonrisas que acudieron al llamado desesperado de su mente. Vio a sus amigos, sonriendo en los tiempos felices. Recordó a su madre, sonriendo la misma mañana en que la vio desaparecer.
Pulsó el botón verde. La esfera de luz la deslumbró por un instante, posándose en su mano y materializando lo que ella reconoció al instante.
Un Appli Drive DUO, de color azul, junto con tres chips de color gris.
—Minerva... ¿Esto es para mí...?
—Si quieres recuperar a Dokamon, debes hacer que el Appli Drive DUO brille con la luz sagrada. Si tus sentimientos son sinceros, lo lograrás. Cada chip se activará sólo en un momento de crisis. Si quieres recuperar las sonrisas que se perdieron tras el Pandemonio de Bagra, Dokamon y tú tendrán que unir sus fuerzas para llegar al último nivel.
—¿Último nivel...? ¿Cómo vamos a conseguirlo...?
—A cambio del poder que te estoy dando, Eri, tienes que crear un vínculo con alguien que porte un Xros Loader. Que el sacrificio de esa persona sea lo que los impulse, a ti y a Dokamon, a convertirse en dioses.
—¿Dioses...?
—Te deseo la mejor de las suertes, Eri Karan.
El muchacho esbozó una pequeña sonrisa, que fue lo último que Eri vio antes de abrir nuevamente los ojos, en el refugio de Rei. Sobresaltada, se levantó de la silla y restregó los nudillos en sus ojos hasta que logró aclarar su visión. Compartió una mirada con Milly, quien seguía mirando la DigiMemory que Minerva le había dado.
Eri miró el Appli Drive DUO. Su mirada viajó hacia Haru y Yuujin. Observó también a quienes sabía que portaban un Xros Loader, dejando que una única pregunta comenzara a rondar en su cabeza.
¿Quién puede ser? ¿Quién nos ayudará a convertirnos en dioses? ¿Qué es lo que Minerva quiso decir con eso...? ¿Quién es... el Appmon que aparece, además de Dokamon y Oujamon...?
—¡Entermon! ¡Entermon, resiste!
Clarisse y Piedmon rieron con siniestra satisfacción cuando Astra acudió al auxilio de su mejor amigo. Sus manos atravesaban el cuerpo de Entermon cada tanto, pues las distorsiones se encargaban de que su cuerpo se transformara en un holograma ocasionalmente. Entermon luchó por levantarse. Quiso encontrar la fuerza para elevarse de nuevo en los aires. Sin embargo, lo único que consiguió fue fulminar a Piedmon con la mirada. Piedmon se preparó para lanzar el siguiente ataque, apareciendo una pequeña daga en su mano.
—Es adorable... —se burló Clarisse—. Torajirou Asuka, ¿realmente estás dispuesto a morir por esa criatura? Eso es lo que pasará contigo si no te mueves ahora mismo. Y aunque lo hagas, morirás después.
—¡No dejaré que lastimes a Entermon!
Astra atacó lanzando una pequeña roca que Piedmon bloqueó creando una corriente de aire. Las burlas se volvieron más sonoras. Más terribles. La desesperación se reflejaba en la voz de Astra, que se transformó en un quejido cuando la corriente de aire lo golpeó para sacarlo del camino. Sintió la piel de sus rodillas desgarrarse al derrapar contra el suelo. Su barbilla dio un pequeño rebote. Escupió sangre. El Appli Drive amarillo quedó tendido en el suelo, aún rodeado por la estática que lo intutilizó.
—¡Aléjate de Astra, maldito...!
Entermon encontró su segundo aire. Se levantó para enfrascarse en una lucha de poderes que tomó a Piedmon por sorpresa. Clarisse no pudo evitar que su sorpresa fuese un tanto evidente. Miró al chico tendido en el suelo, y el Appli Drive amarillo que eomcenzó a sacudirse cuando la lucha de poderes entre el Data Breaker y una fuerza divina dio comienzo.
—¡Mátalo ahora, Piedmon! ¡Hay algo que no me agrada en todo esto...!
Apenas tuvo oportunidad de terminar su frase. Una roca logró golpear su rostro. Su nariz comenzó a sangrar. Fulminó a Astra con la mirada, que se había levantado y que estaba dispuesto a defenderse. Piedmon hacía su mejor esfuerzo en los aires, sin poder comprender cómo era que Entermon había encontrado tanto poder acumulado en su corazón.
—No tienes idea de lo que soy capaz de hacer, Torajirou Asuka...
Astra no se sintió intimidado ante la mirada asesina de Clarisse. Tampoco se preocupó cuando la chica aferró con más fuerza el DigiLector oscuro. Sólo se extrañó un poco cuando la bruma oscura brotó del aparato, dirigiéndose hacia sus tobillos y dejándolo totalmente inmovilizado.
Clarisse no se percató de que un extraño símbolo había aparecido en la pantalla de su DigiLector.
Un símbolo de color rojo.
Kiriha sabía dónde se encontraba. Aunque no entendía del todo la razón por la que Minerva lo transportó a ese lugar, no sintió temor. Avanzó a lo largo del cementerio sin un rumbo fijo, sin cubrirse de la lluvia y sin importarle que su mente madura se hubiese alojado en su cuerpo infantil.
Nada podía perturbarlo. Ninguno de los fantasmas del pasado que prtendían atormentarlo era lo suficientemente insistente. Lo suficientemente aterrador. Nada puede perturbar la paz de alguien que ya ha asumido los errores del pasado, y que ha luchado por enmendarlos durante tanto tiempo.
Llegó en silencio a la tumba que logró helar su sangre. El nombre que ponía la lápida le causó un pequeño escalofrío que no quiso hacer evidente.
Nene Amano.
Al fin prestó atención a la corriente de aire que acarició su espalda. Viento gélido que tomó la forma de una delicada mano femenina que acarició su nuca. Se giró lentamente, sin percatarse de que el niño de pronto ya se había convertido en el mismo muchacho que peleaba en los Siete Reinos.
No sintió temor, aunque la curiosidad atacó de golpe cuando una parte del cementerio se transformó en una ciudad destruida y desolada.
Hong Kong.
Kiriha tragó saliva. Ni bien dio los primeros pasos dentro de la ciudad, distinguió la silueta de un cuerpo tendido sobre los escombros. Habría reconocido esas piernas en cualquier sitio, puesto que podía jacatarse de haberlas conocido mejor que nadie.
—¡Nene...!
Corrió hacia ella. Movió tantos escombros como pudo para dejarla totalmente a su alcance. La chica no respiraba. Y tampoco lucía en nada parecida a su compañera de aventuras. Tenía el cabello un poco más corto. De un color ligeramente más claro. No usaba la vestimenta de quien seguía siendo la mano derecha de un guerrero enmascarado, sino que lucía ropas hermosas que la señalaban como una Idol en toda regla. Ropas desgarradas. Manchadas de sangre seca que no parecía pertenecerle a ella, pues su cuerpo estaba ileso. Aparentemente.
—Nene... No... Esto no...
No hubo lágrimas, a pesar de la desesperación. Acarició el rostro de la chica una y otra vez. Golpeó sus mejillas y le dio un par de sacudidas que sólo dejaron al descubierto la profunda herida en su nuca. Sólo al estar consciente de ella, fue que la sangre apareció y se encharcó debajo de su cuerpo. No había sido un accidente. Era un corte limpio. Y los Datos que se desprendían de los bordes de la herida sólo podían significar que ningún humano lo había hecho. Y que, a juzgar por el Xros Loader hecho trizas a pocos metros de distancia, no era más que una misión cumplida.
—Nene... ¡Despierta, Nene...!
No funcionaba. Nada funcionaba. Kiriha se apartó de golpe, cayendo de espaldas y observando los alrededores que poco a poco se fueron volviendo más inquietantes. Los cuerpos que aparecieron ante sus ojos habían muerto en las mismas condiciones. Kiriha no podía adivinar que los cortes habían sido hechos por la oz de un sádico Jokermon.
Cada miembro del Xros Heart yacía cerca de los Xros Loaders destruidos. Sin embargo, lo que realmente detonó su desesperación fue sentir aquella mano sobre su hombro. Reconoció el tacto al instante. Miró de nuevo hacia la ciudad destruida, y se percató de que ese cuerpo en particular había desaparecido.
—Taiki...
Exhaló en silencio cuando la mano apretó un poco sobre su hombro.
Cuando Taiki habló, su voz se escuchó más terrible de lo que cualquiera hubiera esperado.
—Nos abandonaste, Kiriha... Te necesitábamos. Esto pasó por culpa tuya.
—No... No es así...
—Te olvidaste de nosotros. Si no lo hubieras hecho, nosotros...
—¡Basta! ¡No quiero escucharte!
Kiriha estaba consciente de lo que sucedía, a pesar de que el cementerio ya había desaparecido. Y a pesar de ello, sintió una pizca de culpa cuando golpeó a Taiki por los hombros para apartarlo. Supo que sus sospechas eran ciertas cuando detectó la mirada opaca del trance. Eso no borró la culpa. Incluso cuando su mejor amigo sabía que Kiriha era capaz de eso y más cuando era necesario, no soportaba la idea de mirar con tanto odio al muchacho que había cambiado su vida.
Taiki siguió burlándose.
—Duele admitirlo, ¿eh? Duele admitir que nos abandonaste cuando más te necesitábamos. ¡Nene murió porque tú nunca volviste!
—¡Fui a ese mundo para salvarlos! ¡He hecho lo mejor que puedo!
—¡Pues no ha sido suficiente! ¡Ya es demasiado tarde!
—¡No importa si lo es!
Un par de aves volaron al escuchar la voz fuerte de Kiriha. Con la respiración agitada, el muchacho sólo cerró los puños con fuerza. Taiki permaneció quieto, como si una parte de él estuviese esperando precisamente que sólo Kiriha pudiese reaccionar de esa manera.
—No importa si ya es tarde... ¡No voy a rendirme! En mi dimensión he dejado atrás a mis amigos, pero no puedo defraudar a quienes cuentan conmigo en el Mundo Digital... Así que, Minerva o quien seas, dime ya mismo cómo puedo recuperar a mis Digimon para vengar lo que Daemon nos ha hecho. ¡Devuélveme mi Xros Loader!
No hubo respuesta durante un minuto entero. Taiki esbozó sólo media sonrisa. En sus ojos destelló el símbolo de Minerva. Dejó a un lado los tormentos, y su voz se escuchó cargada de una sabiduría mítica.
—Tal y como esperaba, Kiriha Aonuma... Eres distinto a tus compañeros. Aunque quedes fácilmente eclipsado, posees la astucia digna de un estratega. El auténtico general del ejército Blue Flare, ¿no es así?
—Déjate de juegos, Minerva. Los demás me necesitan. Y en mi mundo están esperándome también.
La sonrisa de Taiki creció.
—Es fácil pedir más poder cuando se tiene un objetivo fijo. Tus convicciones te llevarán lejos ahora que estás dispuesto a dejar atrás todo lo que alguna vez pudo hacerte daño. Todo lo que pudo destruirte. Si alguna fuerza maligna quisiera corromperte ahora, no podría vencer el escudo que has levantado gracias a tus amigos. Es a ellos a quienes quieres proteger, ¿no es cierto? No sólo a quienes dejaste atrás, sino a los que has hecho a lo largo de este viaje sádico... Aunque siempre quieres ocultarlo, tienes un gran corazón.
—Es mi misión. Es por eso para lo que me llamaron a este mundo.
—Y es por eso que yo puedo dotarte de más poder, para que ZeekGreymon y tú puedan alcanzar una Digievolución mucho más poderosa de la que cualquiera imagina. Capaz de vencer a cualquier demonio. Capaz de destruir cualquier energía negativa.
—¿Cómo...? ¿Cómo podemos Digievolucionar hasta ese Nivel...?
—Respondiendo a una simple pregunta.
Kiriha frunció el entrecejo cuando los dos botones aparecieron ante él, así como las palabras se escribieron a la par de la voz de su mejor amigo.
—Kiriha Aonuma, ¿puedes hacer esto tú solo?
Era una pregunta con algún truco oculto. Lo suficiente como para que la mano de Kiriha se posara por un momento sobre el botón verde. Se detuvo, sin embargo, cuando el fugaz recuerdo de la mirada de Deckerdramon apareció en su mente. Dio un paso hacia atrás y miró los ojos opacos de Taiki, que esperaba impacientemente una respuesta.
Lo consideró por un momento. Y aunque quiso buscar motivos para responder lo contrario y sentir que poseía el completo control, tal vez queriendo ser de nuevo el general del ejército Blue Flare, no lo consiguió. Algunas sonrisas acudieron al llamado de su mente, obligándole a pulsar el botón rojo y obteniendo así la esfera de luz que acunó en sus manos.
El arma de Minerva era sólo un Xros Loader azul, tan majestuoso como sólo un diseño más avanzado y especial podía ser. Recordaba un poco al Darkness Loader, a excepción de que los detalles de colores claros y brillantes sólo podían pertenecer a alguna fuerza divina.
La pantalla, sin embargo, estaba apagada. Y, aun así, Kiriha lo aferró como nunca antes.
—Recuperar a tus Digimon será fácil, Kiriha Aonuma, si el más grande anhelo de tu corazón es puro. Sólo eso hará que el Xros Loader funcione.
—Pero, ¿cómo puedo alcanzar ese Nivel?
Taiki sonrió una vez más.
—Los lazos que has creado con una persona en este mundo no son los mismos que tienes con la misma persona que te espera en tu dimensión. Sin embargo, son lo suficientemente fuertes como para crear una nueva Digievolución milagrosa.
—¿Qué...? ¿Quién es? ¿A qué te refieres?
—Encuentra a otra persona que posea un Xros Loader. Y será mejor que lo hagas pronto, pues el destino ya ha sido escrito y alguien está por encontrar el punto final. De ti, y de esa persona, depende que el designio pueda cambiarse, y que una fuerza maligna pague por sus crímenes. Con su muerte, el soplo de la vida volverá a quien no merece morir sin el honor de la victoria.
—¿Qué...?
Taiki tan sólo le dedicó una inclinación de la cabeza.
—Buena suerte, Kiriha Aonuma.
Kiriha apenas tuvo tiempo de reaccionar. Ni bien escuchó la despedida, abrió los ojos en la cámara de Rei. Se levantó de un salto, intentando correr hacia su mejor amigo. Se detuvo, sin embargo, al percatarse de que su expresión de sufrimiento decía que se encontraba en medio de su prueba.
Observó el nuevo Xros Loader azul, que aún permaneció apagado. A lo lejos, Sigma lo fulminó con la mirada. Milly acudió hacia él, junto con Eri. Ambas recibieron al chico con palmadas en la espalda que él no quiso siquiera tomar en cuenta. Sólo volvió a concentrarse en Taiki, deseando que despertara pronto, y percatándose también de que sólo pocos miembros del equipo mantenían la misma expresión. Enfrentaban las pruebas más difíciles.
Tagiru.
Kira.
Lelouch.
Nunally.
Y, por supuesto, Nene.
No sabían lo que sucedía afuera. Sólo podían escuchar los gritos y los quejidos de Astra, que se combinaban a la perfección con el estruendo que sacudía el refugio de Lloyd. Un par de nubes de polvo ya comenzaban a desprenderse del techo, precediendo a las luces que se desprendieron y cayeron por poco sobre Cecile. Lloyd se movió tan ráoido como pudo para salvar a la mujer del peligro. La voz de Astra transmitía cada vez más desesperación.
—¡Entermon, resiste! ¡Podemos lograrlo...!
Un par de luces más se desprendieron del techo. El instinto de supervivencia llevó a Schniezel, Lloyd y Cecile a resguardarse en un rincón que daba la impresión de ser seguro. Al menos, hasta que la pared comenzó a cuartearse ante sus ojos.
Afuera, Astra se unió a Entermon en un grito de agonía.
—No puedo más —dijo Schniezel con valentía—. Tengo que salir.
—Por supuesto que no puede hacer eso —dijo Cecile, un tanto desesperada—. Por favor, piénselo. Esos monstruos pueden aniquilar a los seres humanos. Si nos quedamos aquí, sin duda sobreviviremos. Ellos no saben dónde estamos.
—No... —dijo Lloyd—. Piénsenlo. Uno de ellos llegó a este sitio para atacar. El otro, para detenerlo. ¿Qué hace esa rubia aquí? ¿Quién envió a ese niño?
—Saben que estamos aquí —asintió Schniezel—. Esos chicos que llegaron antes con nosotros deben habernos dejado al descubierto ante el enemigo.
—Estoy seguro de que esto es mucho más grande de lo que imaginamos —dijo Lloyd—. Pero no podemos arriesgarnos. Debemos proteger el refugio a toda costa. Si el portal es destruido, Suzaku nunca volverá. Milly Ashford y Shirley Fenette se quedarán atrapadas en ese mundo también. Y nada de lo que hemos hecho, habrá servido... Schniezel tiene razón, Cecile. Tenemos que pelear.
Apenas tuvieron tiempo de compartir una mirada. Llouyd protegió a Cecille cuando un trozo de escombros se desprendió del techo. Schniezel aprovechó el momento para buscar algo que sirviera para forzar la puerta. Logró salir a donde esperaba la colección de Knightmares. Se montó en un imponente Gloucester que de inmediato le hizo pensar en Cornelia.
Ojo por ojo, pensó.
Encendió el Knightmare. Salió al campo de batalla. Astra cayó de espaldas cuando los disparos del Gloucester salvaron a Entermon, antes de que las espadas de Piedmon lograran cortar su cuello.
Cuando el Gloucester se colocó entre Piedmon y el muchacho, Piedmon sonrió. La caballería había llegado. Y en el DigiLector de Clarisse, Leviathan seguía implantándose.
Taichi abrió los ojos y se llevó una gran sospresa al encontrarse de nuevo en su refugio. En la Tierra Dragón. Vestido aún como el chico que había sido apenas al recibir el llamado. Sin embargo, su mente corrompida no desapareció. El atisbo del gran corazón que poseía se reflejó por un segundo en sus ojos, cuando escuchó aquella voz a sus espaldas.
—¡Taichi!
No se detuvo a pensar que algo no estaba bien. Sólo recibió a Gabo en sus brazos, y lo elevó del suelo a pesar de que era considerablemente pesado.
—¡Gabo, volviste!
—¡Estaba esperándote, Taichi! ¡Te he extrañado mucho!
—Yo también, amigo... Me da mucho gusto verte.
—¿Por qué tardaste tanto, Taichi?
—Lo lamento... No tenía idea de que... Gabo, escucha. Tenemos que volver con los demás. Meiko y Sigma nos necesitan.
—No... Taichi, no podemos volver.
—¿Qué dices? Tenemos que hacerlo. Busquemos a Zeroo, y volvamos a patear el trasero de Daemon.
—No lo entiendes. Taichi, una vez que llegamos a este lugar, es imposible salir.
Gabo saltó de sus brazos en cuanto Taichi se quedó paralizado. El muchacho tardó apenas un segundo en asimilar lo que su amigo intentaba decirle.
Y una milésima de segundo después, supo descubrir el truco de Minerva incluso antes de lo que Kiriha había hecho.
Se giró para mirar al Digimon que esperaba, mirándolo fijamente con un aura desconocida y peligrosa.
—Tú no eres Gabo... Gabo está muerto. Yo no lo estoy. Y he venido para recuperarlo a él, y a Zero.
Gabo dibujó una pequeña sonrisa. Sus ojos se volvieron opacos, tras aparecer en ellos por un segundo el símbolo de Minerva.
—Eres impresionante, Taichi Yagami. Tus compañeros sí que te subestiman.
Taichi dio un paso hacia él.
—Eres Minerva, ¿no es así?
Gabo asintió.
—Lamento haber hecho todo este escenario para hablar contigo, Taichi Yagami. Pero para poder ofrecer mi ayuda, tengo que descubrir cuál es el más grande anhelo, o el más grande temor, dentro de cada uno de ustedes. El tuyo, al parecer, es morir sin haber protegido a tus seres queridos. Llegar al otro lado sin tener una segunda oportunidad, ¿no es así?
—Yo... Esto no...
—Te has dejado corromper por la ambición, Taichi. Si hubieses creado lazos con tus otros compañeros, tal vez habrían tenido una oportunidad de darle una buena batalla a Daemon. Los poderes del sexto Señor Demonio han desmoralizado al grupo, y tú no haces más que seguir buscando culpables. ¿Quién asesinó a Gabo? ¿Quién asesinó a Henry Wong? ¿Quién los traicionó y les hizo creer que Ken Ichijouji era el verdadero Protector de la Tierra Oro? ¿Quién aseinó a Joe Kido? ¿Quién separó a Haru Shinkai del grupo al que debía pertenecer? ¿Por qué deben separarse en dos bandos, y no formar un solo equipo imparable?
—Nosotros... Tú no lo entenderías. ¡Nosotros queremos que ambos mundos vuelvan a ser lo que eran antes! Y ellos... El ejército de Lelouch Lamperouge sólo busca... más destrucción... ¡Ellos son peores que cualquier Señor Demonio! Son... un virus... Y no puedo permitir que ese virus corrompa también a mis amigos...
—Pero cuando la batalla más grande estalle, sólo quedarán ustedes. Si es que Omicron aún está con vida, serán cuatro contra un ejército mucho mayor. Y contra las fuerzas del mal. ¿Por qué te niegas a aceptar que más de una dimensión debe unirse para salvar a ambos mundos?
—Meiko, Sigma y yo somos suficientes.
—Meiko Mochizuki e Izzy Izumi morirán si te dejas guiar por la ambición.
—¡No lo permitiré! Si alguien intenta dañar a Meiko... ¡La protegeré, sin importar lo que pase! ¡Incluso si debo aniquilar a quien sea que quiera atacarla!
Gabo negó con la cabeza.
—Yo puedo darte un nuevo poder, Taichi Yagami. Un nuevo nivel de Digievolución para que AeroVeedramon y tú derroten a cualquier amenaza.
—Pero... ¿Acaso no puedes devolverme a Gabo también...?
—Gabumon ya ha cumplido su misión en este mundo, Taichi Yagami. AeroVeedramon y tú tienen que vengarlo en el campo de batalla.
—Entonces... ¡Dámelo! ¡Dame ese poder! Por favor... Yo... ¡Tengo que volver! ¡Tengo que esperar a que Meiko y Sigma despierten, y...! Y...
Taichi agachó la mirada. Minerva negó una vez más con la cabeza.
—Tu ambición y tus ansias de poder son fuertes, Taichi Yagami. Tanto, que no quiero destruirlas. Sin embargo, te daré este poder a cambio de que tú te comprometas a dejar a un lado los prejuicios. A dejar de corromperte con el veneno que puedes transformar en algo milagroso.
—Haré lo que me pidas... Sólo... Devuélveme a Zero... Déjame pelear otra vez. Te prometo... que haré las cosas bien, si con eso puedo proteger a mis amigos...
Gabo asintió.
—En ese caso, tengo una pregunta que hacerte.
—¿Una pregunta...?
Los botones aparecieron ante Taichi, que retrocedió un por un momento al sentir que su corazón dejaba de latir sólo por un segundo. Las palabras se escribieron a la par de la voz de Minerva.
—Taichi Yagami, ¿estarías dispuesto a morir por alguien más?
Taichi se quedó sin aliento. Detectó al instante el truco de Minerva. No quiso hacerlo evidente. Por un segundo, consideró la idea de pulsar el botón rojo. No estaba dispuesto a sacrificarse por aquellos a quienes no consideraba siquiera como una posible parte del equipo.
Sin embargo, un par de segundos y dudas bastaron para que los rostros de sus únicos amigos en ese mundo caótico acudieran a su mente.
Al final, no puedo engañarme a mí mismo, pensó.
Pulsó el botón verde. Recibió la esfera de luz que se transformó en un Digivice mejorado y con algunas decoraciones extra de color azul. Lo aferró con fuerza, sintiendo que había recuperado un pequeño trozo perdido de su alma.
—AeroVeedramon está ahora dentro de ese Digivice. Sólo podrás volver a verlo cuando tus sentimientos puros hagan que la Luz Sagrada se desprenda de él.
—Pero, ¿cómo podemos alcanzar ese nuevo Nivel?
—Dejando a un lado tu ambición, Taichi Yagami.
—¿Qué...?
—Tu Digivice no puede mezclarse con ningún otro. No puedes hacer una DigiXros. No tiene las funciones de un DigiLector. No puedes controlar a un Appmon con él. Sin embargo, puedes proteger a alguien que te necesite cuando tú te conviertas en su última alternativa. En su última salvación. Cuando llegue el momento, Taichi Yagami, te encontrarás en una encrucijada. Alguien desvalido, que no posee un Digivice, dependerá de ti. Y si has purificado tu corazón, podrás salvar su vida y alcanzar un nuevo Nivel junto con Digimon.
—Pero... ¿Cómo sabré...?
—Tengo que dejarte ir ya. Tus amigos te necesitan en este preciso momento. Y es tu hora de enmendar los errores.
—¿Qué...?
—Buena suerte, Taichi Yagami.
Lo que sucedió al instante, fue que Taichi cayó de bruces. Se quedó sin aire. Tosió sin control, hasta que Izzy acudió en su auxilio para darle una mano. Se miraron por un segundo, para luego intercambiar una pequeña sonrisa de complicidad al percatarse de que ambos pensaban lo mismo. La sonrisa de Taichi creció cuando se dieron cuenta de el otro equipo los observaba con recelo a lo lejos.
La mirada de Taichi se posó sobre Meiko, quien se debatía en una crisis emocional y cuya expresión de sufrimiento había sido irrelevante para Kiriha al despertar.
Despierta pronto, pensó Taichi. Por favor, Meiko...
En la Tierra Polvo, los Elegidos se mantenían dentro de las ilusiones de Minerva, sin poder siquiera imaginar que afuera del refugio de Rei ya se encontraba una visita. Una chica a mitad de un trance, que llevaba en brazos un Digihuevo oscuro que comenzaba a abrirse.
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