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TRATADOS DE NORVIR: Fundados desde los tiempos de la conquista de la comarca a manos de los daneses moviéndose desde Levante (Este) firmados por el legado danés en puño y letra, abandonando por completo el mando del imperio a manos de los Tallelven que poco después llevaron a cabo un parlamento, dividiéndose injustamente la fracción de feudo entre nueve reyes, albergando territorio vikingo en solo pequeñas ciudades incapaces de mermar el crecimiento del imperio. En el pergamino dictado con el manifiesto del nuevo rey divisor se pactó el servicio danés y el pago de feudos siempre que existiera paz entre sus pueblos. El objetivo era mantenerlos mansos, pues al tratarse de una civilización barbárica se consideraban mejores aliados que enemigos, así, siempre que existieran batallas por delante grandes imperios surgirían como brotes en la arena.

La paz duró centuriones, siendo esta longeva como los hombres desterrados a las ciudades mientras los reinos se debatían los herederos, siendo un solo reino aquel que creciera magnánimo frente al resto, Ankrumm. Hogar del ejercito aciago, comandado por la misma familia que ancestralmente pactó en Norvir, la misma tierra sobre la que ese castillo fue construido. Los libros afirman la muerte del rey, subiendo al trono su primogénito en espera de su primer hijo, Humbert el bastardo.

Nuevamente los reinos crecían en medio de la paz, respetando los tratados hasta la llegada del invierno.

EL ESCOZOR PROVOCADO por las cuerdas atándole ambas muñecas al frente comenzaba a volverse insoportable, pues cada vez que el rubio de aspecto vandálico objetaba tiraba más fuerte del agarre, siendo Lars el único hombre lo suficientemente valiente como para arrancarle de las manos el mando de ambas mujeres atadas en cadena. Sentadas frente a toda la hueste, juzgado sus féminas siluetas hasta la linea atezada perfilando la mitad de su voluptuoso labio inferior, sin embrago, su mirada envalentonada permaneciera dirigida a los dos daneses batiendose la palabra. No mantendrían secretos con sus compatriotas o de lo contrario serian igual de traidores que Rakvor y su ejercito.

El primero en acomodarse, completamente rendido ante su tortuoso jaloneo fue Karius. Dedicando un breve instante posterior a su querella. Lars, por su parte aflojó el agarre de las cuerdas delante de las narices del otro, ondeando el mimbre de un tirón hasta sentir la tensión de la cuerda disipándose en no más que un fofo nudo. Némesis no tuvo alternativa, debía enfrentar un juicio improvisado a manos de un hombre prejuicios, buscando con la mirada hasta en sus talones con tal de encontrar una excusa valida para desenvainar la espada de su cinturón y cortarles a las dos el cuello, pero antes debía apaciguarse. Menguar su sed de sangre hasta pasado el boicoteo, ya que de ser verdad lo que sus palabras decretaran, sería entonces el mejor momento para decir lo que él llegó a contar a los presentes.

—¿Esto es realmente necesario?— olisqueó la misma rubia desalmada tirando incómodamente de la cuerda enrojeciendo las muñecas y pronto colmando su paciencia, aunque en ese sitio no era más que eso. Lo fue desde el instante que sus pies finalmente pusieron la planta al suelo, ese día en que Magnus vio la verdad y el infortunio en la vida de esos cuatro.

El terror se inclinó en sorna, escudriñando la pleitesía en el semblante desaseado de la princesa. Esbozo una chacotera sonrisa, apilando los dientes al frente con tal de mirara el desagrado en el mismo pozo sin fin color índigo.

—Porque no confío en ti, mujer. Como tampoco hacen los hombre aquí presentes.

—Habla por ti— endilgó Lars, entremetiendo lo sobrante de la rueda bajo su brazo una vez que los cruzo sobre su pecho—. Esta atadas porque no confías en nadie, pero a quien realmente debería atar es a ti— amenazó a sabiendas de su agresivo comportamiento—. Vas a dejarlas explicar sin intentar nada en su contra.

—¿O qué, Lars?— retó, encarnando una ceja tensó los hombros y como animales peleando por territorio ensanchó el pecho, luciendo intimidan pero no mas que la fornida figura del azabache.

—Lo arreglaremos como los hombres— rebuznó.

Para Karius existía la incertidumbre ante la situación. Jamas había presenciado el valor de su compañero tan evidente como lo fue en ese instante. Mostrando los caninos en su dentadura incluso, dejándole en claro algo bastante claro tanto para él como para Karius.

—Ella tiene mi protección— señaló hacia némesis sin remover la vista del contiguo—. Si tú o alguien llega a ponerle un dedo encima perderá la mano entera.

La seriedad se disipó, fijándose en nada que una sonrisa no fuera capaz de solucionar. Ninguno quería acabar en batalla a muerte por un incidente que pudo solucionarse dialogando. Por lo tanto, ambos sentados en los bancos flojos detrás de ellos se posaron frente a las mujeres atadas. Uno compartía miradas de horror y el otro compasivas hacia una sola de ellas, quien tensó la linea mandibular, soplado los mechones rubios desplomando por su delineado rostro cadavérico.

—Habla mujer, ¿quien eres y cuales son tus intenciones con mi hermano?

Su lazo fraternal no era consanguíneo y eso era más que notable a leguas, eran polos completamente opuestos y aun así aprecian entenderse de maravilla, evadiendo los problemas y discusiones capaces de acabar con la paz entre los suyos.

Némesis miró de soslayo a la bruja cabizbaja. Perseveraba en sus hechizos entre bisbiseos incapaces de alcanzar a ningún pagano ahí. Devolvió la mirada al frente, tomando una profunda bocanada de aire después de pensarse bien sus palabras a punto de ser cuestionadas por milésima vez, pero llegado ese punto en la coyuntura toda la comarca sabia de la muerte de los reyes de Ethelconn y con ellos su hija, quemada por las  llamas lascivas a media noche.

—No es necesario que hagas preguntas de manera tan soez, Karius— imperó Magnus desde detrás, sosteniendo entre sus manos la espada plateada de la joven hecha en Cynsir por las manos de un buen herrero—. Deberías ser mas respetuoso.

La presencia del vidente danes no solo trajo quietud a la sala, sino un gélido ambiente transformándose conforme el hombre avanzaba arrastrando la hoja por la madera del suelo, rayando la porosa superficie sin cuidado alguno. Llegando prontamente detrás de Némesis, posando el arma a sus espaldas listo para dialogar con dos de los niños criados bajo el yugo de esa misma población vikinga.

—Dice la verdad y tu arrogancia te hace negarlo— objetó.

—Está en contra del código ir a Niflheim— acusó, poniéndose de pie asemejando a un sabueso preparado para irse a la yugular del oponente.

—Nadie sabe realmente lo que ese código dictaba, así como nadie conoce verdaderamente las declaraciones de nuestros antepasados en Norvir. Siéntate— espetó Lars impasible, manteniendo la serenidad a pesar de la mención del código danés.

Karius fue detenido por completo, obligado a someterse y olvidar el orgullo genético corriéndole hirviente por las venas, bombeando velozmente a su corazón semental. Tuvo que mantenerse estable, dedicarse a escuchar a la persona más sabia en la tierra hablarle de una completa extraña de que no conocía más que el rostro.

—Y si lo vas a preguntar, su nombre es Némesis— prosiguió el mismo pelinegro estirando la espalda con pereza—. La ultima de Ethelconn. Hija legitima de los reyes.

Un baño de agua fría cayó en seco por su hombros, provocándole un espasmo molesto derrumbando sus murallas erráticas. Los mensajes del norte habían sido verdaderos. Los reyes estaban muertos y la atrición quemaba más que las brasas del fuego. Todos corrían peligro en medio del sitio triangulado entre reinos.

—Entonces es verdad, vives— comentó admirado.

La ultima de Ethelconn reclinó hacia delante, sosteniendo el mismo impasible semblante a punto de escupirle fuego a los ojos con tal de hacerlo sentir algo de dolor como el que aherrojaba sus manos así como su dignidad.

—Vivo y conozco el rostro de los hombres que pronto dejarán de hacerlo. Sé sus nombres, los vi— enunció, apretando los dientes hasta escuchar un resollo—. Rakvor y Aren, mercaderes de mi padre y daneses de nacimiento.

El rostro de Lars decayó, apartando la mirada de donde el resto la posaba admirado. Realmente el tema de la trafico era mas delicado de lo que muchos pensarían, aun mas tratándose de vikingos excluidos de los nueve reinos por ordenes de un tratado destinado a romperse como la paz desde el día en que Rakvor marchó con hombres de Anvor y Cromgrad, afable vecino en armas y legado. Dos pueblos divididos únicamente por un vasto bosque en medio de las cordilleras. Ahí se hallaría de todo, hogares grandes, tiendas de campamento por doquier y aliento para años, ademas de ser de los pocos sitios de reunión siempre que una batalla fuese a tomar lugar dentro de sus límites.

—Aún así decidiste violar las leyes de los dioses y atravesar por tus medios a la tierra de los muertos. Trajiste contigo el marcaje del Hel. Jámas irás al Valhalla— negó, fielmente creyendo que tras el ritual esa mujer criada en la realeza había estúpidamente renunciado a su Dios, dando su curiosidad por un suspiro a la mitad de la oscuridad de la muerte.

Dio más que Odin por conocimiento.

—Lo que quiero no está en el Valhalla— advirtió, relamiéndose los labios furtivamente—. Quiero la cabeza de esos dos hombres en una pica.

Karius asintió, escuchando lo ultimo antes de soltar lo suyo. Leña dispuesta al fuego próximo a esparcirse como una enfermedad.

—Eso no fue todo lo que viste— adivinó el que a su lado desataba un poco mas la cuerda—. El Niflheim abarca algo más que solo imágenes.

Ella lo supo, trayendo de vuelta las misma palabras que salieron de su boca en cuestión de segundos:

—Aren— mencionó, bajando los ojos hacia el suelo—. Dijo "Puedes agradecerle a tu afable vecino en el norte" "Ahora tus tierras mueren contigo pero el legado continua. Ethelconn no vivirá por siempre y tampoco lo harás tu"— el dolor en su tono fue mas que presente en el temblor de sus cuerdas vocales, alzando la mirada inundada de peligrosas lagrimas quemándole los globos oculares con su mera presencia.

El vecino del norte hizo eco en la cabeza de ambos daneses, pero mas en la de uno cuyos espacias habían traído noticias desde allá, el mismo sitio cuadrando con el poder suficiente para hacer a todo un ejercito en contra de su propia gente. Karius debía hablar antes de que lengua fuera cortada por los dioses y la verdadera rabia acabara con su latente corazón.

—Ankrumm— cuchicheó—. Es seguro que Aren hablara de ese lugar en especifico. Es el único reino con poder para cegarlos de esa manera, de otra forma ninguno de los dos hubiera roto el tratado.

—¿Qué es lo que sabes?— adivinó su hermano.

—Sé que dice la verdad. Existe traición entre los nuestros, pero de haber llegado hasta allá el rey sabe de la muerte de los integrantes de la familia real— comentó y la iluminación recayó en el siguiente.

—Hará lo que hizo hace años con Neanvor. Lo consumirá y nadie lo culpará— negó, frunciendo el ceño—. No pasará mucho para escuchar del consejo tomando rehenes, buscaran la verdad para encubrir la palabra del rey. Es él contra gran parte de nosotros.

Némesis asintió, removiendo las manos en la cuerda. Aun permanecía preocupada por la hechicera y su falta de palabras, aunque al parecer Lars la noto un tanto callada comparada con antes del ritual, hablando solo para sus oídos, formando una cacofonía subiendo sus niveles de estrés por los aires. No obstante, entre sus platicas la bruja miró delante justamente al azabache de oscurecidos ojos dirigidos hacia ella y sus extrañas intenciones desde su llegada, pero por alguna razón sabia que Némesis la protegería. Se había vuelto un amuleto, una vidente destinada a servirle únicamente a los siguientes forjadores de reinos.

—Marcharán al terminar el invierno— siseó.

Las miradas confusas no faltaron ni en un respiro, fue por ello que su comentario continuó.

—El consejo. Marcharás mas de trescientos hombres desde Gregal hasta Ethelconn. Invadirán Cynsir un mes tras su llegada y al no hallar nada más que su deplorable estado vendrán aquí, visitaran Anvor.

Karius miro de reojo a Lars boquiabierto, extrañado por completo por esa extraña melancolía en su voz, casi dolida.

—¿Ella quién es?

—Ni siquiera sé su nombre— contestó el otro con media sonrisa, a lo que la misma desconocida imperó con la misma fuerza que antes su nombre resbalando de sus lastimeros labios.

—Mi nombre es Gretha, señores. Vivo para servir a la victoria del imperio.

Karius volvió a burlarse.

—Hablas de eso como si fuera una persona.

Gretha ennegrecido sonrió, lo que iba a decir lo hacia dicho ya antes a oídos ajenos a lo que ahora se reunían en el eco de la cabaña. Muchos de ellos mofándose de las sobrenaturales habilidades de la hechicera a en su cara, dudado completamente de sus capacidades como vidente competente, tan solo aparentaba ser una mujer de capacidades indistinguibles que ahora era solo botín de los daneses.

—Es que lo es, señor— rió, removiendo cómodamente en su asiento—. Y la tiene delante suyo.

La mención de aquello hizo encolerizar al rubio de barbas largas y doradas, moviendo los ojos de lado a lado dudando como cualquier hombre en la sala. Ojeando la debilidad femenina frente de si, profesando una venganza que incluso para ella seria imposible delante de los hombres, pero por supuesto poco la conocía. Ignoraba el brutal entrenamiento proveído por su hermano, las noches en vela blandiendo la hoja de la espada contra los tronco congelados fuera de la cabaña. No conocía sus motivaciones y jamas lo hará por completo, era una caja encadenada al fondo del océano, destinada a ser hallada solo por los afortunados.

—No me extraña lo mentirosa que puede ser una mujer, más al tratarse de las de tu calaña. Repulsivos seres jugando con la voluntad de los dioses. Deberían silenciarte.

—¿Quién osa decirlo?— combatió Némesis poniéndose de pie aun bajo la mirada sorprendida de Lars.

—Sentada, mujer.

—Ándate a hablarle a tus hombres así, no soy un sabueso entrenado para seguir comandos de cualquiera. Gretha me dio la verdad, me dio luz en lugar de la oscuridad coludiendo con algunos de los suyos. No es una mentirosa como dijiste— acusó, encarándolo una vez se puso de pie, poniendo a prueba la enorme diferencia de estaturas así como de poderíos—. Y si dudas de la fuerza dispuesta en mi cuerpo, pruébame, atestigua la victoria de una mujer sobre tus palabras carentes de sentido, Karius.

El reto se afianzó de su paciencia, cortando cuál hilo del destino en manos de las gorgonas sosteniendo largas tijeras afiladas a través de su pecho. Dirigió sus siguientes palabras al azabache, quien se reía de la osadía de la mujer de endiabladas intenciones imponiendo su poderío sobre los hombres amenazando la integridad de su ser, disponiendo sin sentido de sus elecciones como si no valiera nada, y si dependía de sangre escalar a la verdad entonces así serian las cosas.

—Lars— advirtió, manteniendo la mano aferrada al mango refulgente de su espada.

—No haré nada, vivan de sus consecuencias— burló, encogiéndose de hombros completamente indiferente.

—Afuera, mujer. Ahora— voceó, desenvainando la espada de genuino filo.

Los hombres lo vieron salir por las puertas, despertando los vestigios del invierno colándose por las rendijas, mientras tanto, Lars de pie soltó un largo suspiro, recibiendo en las manos la espada de Némesis, cortando la cuerda con la misma. Liberandolas a las dos por igual.

—Karius es un bocón— musitó, acomodado la delicada mano en el mango de la espada—. Piensa peor cuando esta enojado, aprovecha eso. Prometo que estarás bien, por Odin.

Sintió las frías manos del danes acunando su rostro, platándole un quedo beso en la frente que dio pauta a la retirada de los tres hacia el exterior donde el gentío abucheaba a la mujer maniobrando la espada con ambas manos, recibiendo por parte otro guerrero el escudo, arrojándoselo al suelo con sorna, siendo el mismo protector de zarcos ojos aplastandole el orgullo. Némesis sostuvo el circular pedazo de madera pintando por el frente con el estandarte danés cuyos colores oscuros siempre resaltaban sobre el marrón de la madera por los costados.

—No será a muerte, Karius— atisbo serio el mismo hombre acomodándose entre los presentes. Conocía demasiado bien el lado ególatra y colateral de su personalidad—. Primera sangre— coordinó, alzando la mano en medio del bullicio suscitándose como pan de cada día en el campamento.

Si embargo, en los ojos de la princesa lucía el camino fulgurante del futuro reflejándose en la hoja de la espada girando hábilmente entre sus manos, acomodándola suavemente sobre el borde del escudo a la altura de su nariz. Doblando las rodillas justo como Lars lo pidió la primera vez que sostuvo uno de esos. De tal forma, la espada sobrante podría fácilmente batir al contrincante, y de no funcionar siempre podría golpear con los bordes del escudo en busca de un ángulo favorable para el corte.

—¿Si gano qué?— rebuznó a la distancia el tono aguerrido de la dama, jadeando vaho por la boca.

—No ganarás, nadie lo ha hecho— rechazó el escudo, sosteniendo el arma con solo una mano.

Posición que requería más de años de experiencia en batalla para dominar y Karius era uno de esos hombres beligerantes. Líderes a toda costa, capaces de todo con tal de ganar una pelea. Era danés de corazón y la sangre de sus venas confirmaba las expectativas.

—Pero si por obra divina tu espada fuese más fuerte que la mía hemos de escuchar a la bruja— señaló alzando la hoja—. Hemos, como hombres rendir atención a tus palabras y actos, sin importar el índole de estos— gritoneó, acomodándose cómodamente en su lugar—. Y si yo gano, perderás la protección de Lars. Nada habrá de protegerte más. ¿Te parece?

Némesis exhaló y sin dubitarlo más, asintió.

Ese movimiento desató a la encolerizada bestia de poniente, quien se abalanzó duramente con la espada contra el escudo. Golpeando una y otra vez haciéndola retroceder hasta ser brutalmente empujada por los hombres tras de ella, así fue que cayó el escudo después de trastabillar, pero de no ser por sus reflejos ese golpe último la hubiese fulminado. Sus manos aferradas al mango sostuvieron acero contra acero, chillando las hojas en busca de la ansiada sangre. Deslizó como recordaba hasta el último tramo libre del mandoble e inesperadamente lanzó una patada baja al rubio, alejándolo abruptamente de su encuentro fortuito y violentado. Los mechones libres volando por su rostro podrían haber sido problema de no ser por la extrema concentración en sus movimientos, evadiendo la ferocidad vikinga con cada paso. Estaba entrenando nuevamente, dispuesta a lo que fuera si tenía que ganar para conseguir el respeto de la hueste hedionda.

Tomándola del cuello Karius alzó el mango del acero, atentando con hundirle el tabique de la nariz con un gutural grito que no hizo más que alertar a la mujer a alzar la rodilla aplastándole la entrepierna no solo en una ocasión. Una vez que su pie descendió aplastó el de su adversario usando el talón, impidiendo el retroceso causando por el dolor. Esa fue la ventana de oportunidad a su rostro, exponiéndolo como era. Un hombre con debilidades. Intentó golpearle con el codo a la altura de la nariz, siendo Karius aquel que de un golpe seco en el estómago la hizo caer de espaldas, quejosa por el ensordecedor sonido de sus latidos deteniéndose un momento alcanzó a mirarlo alzar la espada, doblando la hoja a su merced hasta que la punta quedó hacia abajo a punto de ser impulsada contra su pecho.

Giró, rodando vigorosamente contra el reflejo de su miedo acercándose cada vez más. La nieve la recubrió de pies a cabeza, soltándole aún más mechones por el pálido rostro recobrándose como hacía su cuerpo, reincorporándose ávidamente con la hoja señalando reciamente el cuerpo del otro. La muerte misma tomaba posesión de sus manos, convirtiéndolas en armas estratégicas enfocadas sólo en tácticas pensadas en batalla. Némesis ardió. Dejó atrás el frío ambiente por un bochorno quemando como el hielo en sus mejillas. Endureciéndose hasta atentar con arrancarle pedazos de piel.

—¡Karius!— reprendió Lars totalmente consciente de las intenciones asesinas del peleador.

Aún así continuó, blandiendo fúrico puntos ciegos en la mujer, que evadió fructuosamente cada vez más fácilmente. Ganando debido a la rabia calentando la cabeza del rubio. Bastó un golpe detrás de las rodillas para pararlo, y antes de que pudiera alzar el acero, Némesis apretó contra su cuello la hoja, un solo corte y esa distancia se rompería para siempre.

—¡Lo he probado!— vociferó, pateándole la mano visceralmente, mirándolo soltar su única arma—. Vencí.

Entre la multitud el hombre más orgulloso era Lars, arrogantemente sonriente, cruzándose de brazos sobre el pecho. Él y Asser adiestraron a la primera mujer en combatir en años. Némesis no solo era la victoria, era su victoria.

—Escucharás lo que tiene que decir— recordó su hermano—. Juraste tú palabra.

—¿La has adiestrado tu, no es así?— rechistó chasqueando la lengua—. Comadreja— bufó, impulsándose a su posición erguida, resintiendo todavía el filo cercenándole el cuello—. Ganaste, y soy hombre de palabra. He de escuchar.

Bajó la hoja, lanzando una gallarda mirada a Lars. De esa manera pudo agradecerle, susurrarle en medio del caos lo bien que se sentía aprender por su mano. Lo bien que se sentía vencer.

—Hablaremos en el salón— susurró cerca de ella—. Los demás, ¡a beber!— festejó alzando ambos brazos.

No le importó ser vencido, sino el festejo de su bienvenida a casa después de los años dispuestos a su edad y entrenamiento fuera de su zona de confort.

El campamento completo se volvió un completo desastre. Hombres bebían cerveza por doquier, abrazándose mientras los cánticos del norte borbotaban de sus lenguas. Por los extremos estaban los demás, sosteniendo a las esclavas en sus regazos, para ellos no había mejor cosa que esa. Las celebraciones en el pueblo vikingo eran cotidianas. Un campamento sin ellas no era más que un lugar aburrido para cualquiera.

—¿Te acostaste con ella ya?— curioseó Karius de un golpe al pecho fornido de Lars.

—No— carcajeó.

Su ceño cayó fruncido, ladeando expectante y divertido mientras aguardaban a las dos mujeres fuera del salón.

—¿Y que esperas para hacerla tú mujer?

—Una señal— silbó, recargándose en las barandas—. Solo eso.

—La señal la tienes en tus narices, asqueroso— burló—. Esa mujer es tuya desde que pusiste tus ojos en ella, y lo sabe.

—Tu no sabes nada de estas cosas.

Atentó a largarse, siendo detenido apenas por el agarre firme en su hombro, obligándolo a girarse.

—Haz lo que te digo. Némesis es la mujer que traerá equilibrio a tus estupideces.

Lars sonrío, rascándose la corta barba.

—Hacer estupideces está en mi naturaleza, hermano.

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